miércoles, 26 de junio de 2024

Maestros de la sospecha

   Maestros de la sospecha

Cuarto cuerno

 

Emanuel Risco

Christian Franco Rodriguez que opinas sobre que LA FILOSOFIA Y CUALQUIER ACTIVIDAD "HUMANA" INTELECTUAL ESTA SOMETIDA A LA LENGUA ANTES QUE A LA RAZÓN O LA FÉ MISMA y QUE TIENEN SU PRINCIPIO EN LA PALABRA MISMA, recuerda: EN EL PRINCIPIO ERA EL VERBO, NO LA FE NI LA FILOSOFIA NI LA RAZON NI EL YO NI NADA MAS QUE EL VERBO, ahora mira como desarticulo a la filosofia y logica con el juego de las palabras mediante la Eixegesis lúdica, diciendo : EL VERBO SE HIZO CARNE Y HABITO ENTRE NOSOTROS, luego Jesus dijo tomando el pan y partiendolo: comen que este es mi cuerpo y beban que e mi sangre y hagan esto en memoria mía( eucaristia ) ... osea comer de su cuerpo y de su sangre,uy bien, veamos, como El VERBO es JESUS y JESUS ES DIOS Y DIOS ES AMOR, entonces nos comemos AL VERBO ENCARNADO en la eucaristía osea nos comemos su CUERPO que es la parte FISICA DE LA PALABRA( hablada o escrita ), mas no su espíritu y nos bebemos su SANGRE que es donde reside el alma osea LA PARTE INMATERIAL que mueve y da vida y esta es bebida por uno y esto es LA SEMANTICA DE LA PALABRA/ VERBO( que le da razon y sentido de ser a lo Físico o Material ) seguimos, Si Jesus es el verbo es Dios es Amor, emtonces cada vez que comemos la ostia nos comemos a JesúsCristo y nos volvemos unos CRISTOFAGOS, luego si nos comemos a Dios nos conviertimos en TEOFAGOS y si Dios es Amor Somos AGAPOFAGOS , mas si Dios es el VERBO resultamos ser VERBIVOROS y por ultimo si nos comemos nuestras propias palabras Seremos AUTOLEXICOFAGOS, si en el principio ELOHIM dijo: " Hagase la luz y fue la luz " mediante la palabra entonces la creadora original del texto bíblico siempre fue y es, como esta claro que fue revelada a las mentes de los hagiografos mediante psicografias, LA PALABRA. Fue la palabra porque aducir que fué un ente metafísico que sostiene toda la realidad es aducir que alguien tuvo acceso para verificarlo y como nadie puede dar testimonio de nada metafísico sino teóricamente entonces el Dios del que pueden testificar no puede escapar del Texto y en ese sentido NADA escapa del texto ( Derrida ) y el Dios Cristiano de la religión del Libro es sólo Textual, digo LITERAL, UN DIOS MANIFESTADO EN PALABRA PORQUE ES SOLO PALABRA, esto corroborado por su propio discurso: EN EL PRINCIPIO ERA EL VERBO y EL VERBO ERA CON DIOS y ( aquí viene lo mas importante y revelador ) ...EL VERBO ERA DIOS.

 

Emanuel Risco

Ahora, Sabías o te habías dado cuenta de que adoramos desde la fé a " LA LENGUA"( órgano y sistema comunicacional ) ? ... dice la biblia: Nadie puede Dominar la lengua y la razón es porque nadie puede Dominar a Dios, el Verbo es la palabra y la palabra hábito entre nosotros porque la palabra es Dios y desde un principio todo fue creado mediante la palabra, y "DIJO"( usando la palabra ) Dios: " hágase la luz y fue la luz " ....

 

 

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BIOTEJIDO TEATRO LOCO A.S

Cuando Marx nos habla de la desajenarnos de desajenar el trabajo de toda la transferencia capitalista para logra la libertad objetivamente, no se equivoca pero luego se inventa la ideología comunista para actualizar el trabajo libre y caemos en una nueva enajenación en Marx en Freud en Nietzsche se da el movimiento del anti espíritu, si el espíritu nos subsumía en una síntesis, el anti espíritu nos libera de ella, así Marx nos libera de la enajenación capitalista por medio de la revolución, Freud junto con Jung y Lacan nos libera de la transferencia misma en la que se le da forma a nuestro inconsciente pero otra vez caemos en otra transferencia y el psicoanálisis se convierte en una herramienta de dominación, Nietzsche nos libera de la síntesis cristiana, nos hace ver el resentimiento que esta detrás y la cobardía en toda espiritualidad al no atreverse a vivir la carne , el cuerpo y su experiencia pero en gran parte en nombre de Nietzsche se levanta el fascismo y luego la posmodernidad donde la diferencia por la diferencia en una deconstrucción de todo síntesis, no permite ningún encuentro sino mas bien es una constante de perdernos en la multiplicidad y su vacío es en ese contexto que se da el giro linguistico y si en ese giro todo es palabra, pero la palabra siempre retornara al padre para luego devenir en Espíritu, ni el padre ni el espíritu se ven tu solo ves palabras, lo en si del Padre siempre será metafísico, no esta en el fenómeno pero produce el fenómeno, como en la reflexión de Marx donde el en si es la producción ye l para si lo que se ve es la circulación , eso es loq ue tu ves la circulación del lenguaje pero esa circulación produce un capital es decir un Espíritu, Dios es espíritu es decir la síntesis del en si y para si, ¿Queremos deconstruri ese espíritu? Esta muy bien porque lo principal es que Dios nos vacíe de Dios, así liberemos al trabajo, al libido, a la voluntad, al lenguaje es más liberémonos de toda ideología como Zizek nos enseña yendo Lacan pero luego hay que actualizar el lenguaje , la voluntad , el libido , el trabajo y se necesita el espíritu y el en si del ser, entonces no la palabra sola no es Dios. En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

 

 

 

INDICE

I Una expresión afortunada. Tributo a Paul Ricoeur 3

II La filosofía, practica de la sospecha 8

III El maestro de la sospecha como huésped inquietante 12

IV Las sospechas de Karl Marx

1. ¿Y si el hombre fuese pura materia en movimiento?

2. ¿Y si la historia fuese una lucha de clases?

3. ¿Y si la religión fuese el opio del pueblo?

V Los martillazos de Friedrich Nietzsche

1. ¿Y si dios hubiese muerto?

2. ¿Y si todo volviese una y otra vez?

3. ¿Y si la misericordia fuese una debilidad?

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VI Las insolencias de Sigmund Freud

1. ¿Y si el hombre fuese una fuente de pulsiones?

2. ¿Y si la religión fuese pura represión?

3. ¿Y si Dios Padre fuese una proyección de la conciencia

infantil? 

 

https://www.academia.edu/35861921/Modulo_I_Torralba_Los_Maestros_de_la_Sospecha Hay pensadores que adquieren la categoría de acontecimiento porque tras ellos la

tarea de pensar se ' transforma radicalmente. Abren una discontinuidad en la historia

de las ideas de tal manera que es imposible pensar después de ellos sin tener en

cuenta sus aportaciones. Hacer metafísica después de Immanuel Kant, por ejemplo,

obliga a aceptar seriamente su crítica a toda posibilidad de dotar la metafísica de esta-

tuto científico. No es imposible construir metafísica después de la Crítica de la razón

pura (1781), pero toda metafísica que desee ser calificada de intelectualmente

sostenible se las ha de ver, para bien o para mal, con la obra de Kant.

Pensar la historia, Dios, el hombre o la libertad después de los maestros de la

sospecha es un ejercicio muy sugerente. Marx, Nietzsche y Freud hacen tambalear los

pilares de la civilización occidental, son los epicentros de un movimiento sísmico que

transforma sustancialmente el orden de las cosas. Nada podrá ser pensado como

antes. Ningún pensador que quiera ser fiel a las exigencias de la contemporaneidad

podrá eludir estos grandes interlocutores: la exigencia intelectual obliga a afrontarlos,

a repensarlos, a responder -con agudeza- a sus críticas. No corresponde la enmienda a

la totalidad; tampoco se puede prescindir de sus obras. Nada de lo que ha ocurrido en

el campo de las ideas durante el último siglo puede entenderse al margen de los

maestros de la sospecha.

 

Paul Ricoeur utiliza la expresión maestros de la sospecha para referirse especialmente

a las sospechas que introducen Marx, Nietzsche y Freud en el terreno antropológico.

Los tres alteran de manera significativa la visión moderna del hombre defendida por

Descartes, Kant y Hegel. Llevan a cabo una crítica del sujeto, de la idea de hombre.

Como consecuencia de su crítica, el hombre se convierte en un ser esencialmente pro-

blemático, un enigma para sí mismo que ya no tiene referentes sólidos para definirse

ni para marcar su singularidad en el mundo.

 

Como dice Max Scheler en el prólogo de su obra El puesto del hombre en el cosmos

(1928), la idea de hombre se ha convertido en algo problemático en el siglo xx debido

a que las visiones tradicionales sobre las cuales se construía han sido puestas en

cuestión. El hombre culto occidental tiene serias dificultades para encajar los tres

ámbitos de influencia de su cultura: la esfera griega, la esfera judeocristiana y la visión

moderna del hombre. Se encuentra en medio de un campo de batallas entre

cosmovisiones distintas y, en algunos aspectos, enfrentadas las unas con las otras.

David García Bacca lo ha expresado de otra manera y recuerda que el hombre ha

pasado de ser un tema a ser un problema en el siglo xx. Esta transición no es una

casualidad histórica, sino el resultado de una crítica radical a los antiguos

planteamientos

 

Según Rícoeur, los maestros de la sospecha cuestionan los fundamentos de la

tradición occidental y, en particular, los de la Modernidad filosófica representada

clásicamente por el cogito cartesiano. Inauguramos, así, la contemporaneidad. No tan

solo quiebran las convicciones de la Edad Media, sino que ponen en duda las pocas

convicciones de la Modernidad. Si la Modernidad ya suponía una práctica de la

sospecha respecto a las certidumbres medievales, la época contemporánea representa

un paso más allá en la crítica, una crítica a la crítica, una hipercrítica; en definitiva, la  culminación de la sospecha moderna iniciada en el Discurso del método de Descartes.

Marx, Nietzsche y Freud muestran, cada uno dentro de su campo y según su propia

merodología, que no hay un sujeto fundador: el sujeto no es constituyente de sí

mismo, sino el resultado de fuerzas o de inercias que lo sobrepasan. El hombre deja

de ser el amo del mundo, la moral, la historia o la racionalidad, para convertirse en

una expresión de la historia o del inconsciente. La conciencia pierde su condición de

ideal regulador al perder su soberanía sobre el mundo y sobre sí misma. Es la muerte

de la autonomía moderna. Los tres llevan a cabo una disolución del antropocentrismo

moderno, de la misma manera que la Modernidad había descompuesto el teocentris-

mo medieval.

 

En efecto, durante la época moderna, se parte de la idea de que el hombre tiene

autonomía, que es un sujeto capaz de posicionarse frente al mundo y de actuar

libremente, un ser con personalidad propia, dotado de una singularidad en el cosmos.

Es, en pocas palabras, el forjador de la historia. Los maestros de la sospecha ponen en

duda esta visión del hombre. Explican su naturaleza aduciendo otras razones, y esa

pretendida autonomía del hombre se disuelve en la nada. El hombre ya no es el centro

de la historia, sino el resultado puramente mecánico de la dialéctica de la materia. El

hombre ya no es el soberano de su vida, sino una bestia impulsiva que ha sido

reprimida por la cultura. El hombre ya no es la cima de la creación, la culminación de

todas las entidades creadas, sino una transición (ein Übergang), una cuerda colgando

sobre el abismo, un ser que ha de superarse y convertirse en superhombre (

Übermenscb).

 

 

La expresión maestros de la sospecha se ha emparentado con otros términos que

también tienen una profunda significación filosófica, como, por ejemplo, el vocablo

deconstrucción. Colocar bajo sospecha significa, en parte, deconstruir, es decir, demoler

lo que estaba edificado: desmontar el discurso tradicional, pieza por pieza, para

obligar, posteriormente, a elaborar uno nuevo. El término deconstrucción, empleado

primero por los gramáticos, es utilizado especialmente por el filósofo francés Jacques

Derrida. Se trata de una traducción interpretativa de los términos Destruktion y Abbau

utilizados por Martin Heidegger en Ser y tiempo (1927), con los cuales el filósofo

alemán se refiere a la empresa de deconstrucción de toda la historia de la ontología.

 

 

SI CONTEMPLAMOS, con perspectiva de conjunto, la historia de la filosofía,

observaremos que el ejercicio de la filosofía está estrechamente ligado a la práctica de

la sospecha. Podríamos decir que le es consustancial. Sería una grave miopía histórica

considerar que el trabajo de la sospecha tan solo es propio de la era contemporánea.

Si hay algún rasgo que caracteriza al filósofo desde el inicio es su inquietud, su

constante búsqueda de la verdad.

El escepticismo está en el corazón de la filosofía. En el sentido más genuino de la

palabra, el escéptico es el que anhela la verdad: no le satisface recorrer los caminos

trillados, sino que busca explicaciones a los fenómenos que parecen evidentes por sí

mismos. No hay nada que le parezca obvio. La curiosidad le es intrínseca, así como

cierta desconfianza hacia la tradición. Intenta dar razón de los hechos al buscar la

relación entre causas y efectos; en definitiva, ejercitando el verbo que le es más

propio: razonar.

Encontrarnos ejemplos paradigmáticos de la práctica de la sospecha en todo

momento. Sócrates es el referente más claro dentro de la Grecia ática: su método

mayéutico es, encubiertamente, un ejercicio de la sospecha. En el diálogo con sus

interlocutores, el genio griego desmonta sus convicciones, les hace ver la in-

consistencia intelectual de las tesis que defienden.

 

 

También es propio de los filósofos griegos sospechar del politeísmo y de las

creencias y supersticiones de sus coetáneos. Sócrates es juzgado por un tribunal

ateniense por la impiedad, entre otros delitos, y Aristóteles, en contraposición a roda

la mitología griega, afirma en el libro XII de la Metafísica que, de hecho, solo hay un

Dios y que este Dios es la Causa Primera, el Primer Motor Inmóvil y la Vida Plena. Los

pensadores griegos sospechan de la religión popular griega -el paganismo-, y la acusan

de antropomorfista y de pueril. Ninguno de los grandes pensadores griegos, ni

Sócrates, ni Platón, ni Aristóteles, ni Plotino, se adscriben a la religión griega.

Jenofonte es especialmente agudo en su crítica cuando afirma que los hombres

caracterizamos a los dioses según nuestros atributos humanos. En definitiva, reduce la

teología a pura antropología mucho antes que la sospecha feuerbachiana.

La sospecha filosófica no es bien recibida por los mandarines; tampoco,

naturalmente, por el poder religioso. Los filósofos son objeto de desconfianza y recelo.

Huelga decir que, al cuestionar las verdades sagradas, los pensadores también ponen

en duda las relaciones tradicionales de poder y el juego de fuerzas que vertebran la

sociedad.

 

Con el advenimiento de la Modernidad, la sospecha se radicaliza. Galileo Galilei

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cuestiona los fundamentos de la física aristotélica, que nadie se había atrevido a poner

en duda. Se sabe que, según la Física de Aristóteles, la Tierra es el centro del universo y

es estática, mientras que todos los astros, incluido el Sol, dan vueltas a su alrededor tal

como se deriva de la mera observación ocular. Galileo, a partir de sus propios

razonamientos, cuestiona la comprensión geocéntrica y propone una visión he-

liocéntrica.

Esta sospecha no fue, como se sabe, bien recibida. No solo porque ponía en

cuestión las palabras del Magíster, sino también porque entraba en conflicto con una

interpretación literal del texto bíblico.

La sospecha de Galileo, sin embargo, se abrió camino a pesar de las dificultades y

los padecimientos que este sufrió en vida y del juicio al que fue sometido. Bertolt

Brecht lo inmortalizó en la conocida obra dramática titulada, precisamente, Galileo

Galilei.

En esta retahíla de maestros de la sospecha no se puede olvidar la inmensa figura

de René Descartes (159

6

-

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5

0

). El Discurso del método es, de hecho, un ejemplo

paradigmático de la práctica de la sospecha. El padre de la filosofía moderna

cuestiona todas las enseñanzas recibidas durante sus años de formación. También

pone en duda los sentidos externos y busca una verdad indudable que pueda

convertirse en el pilar de su sistema filosófico. Hay honestidad en esta búsqueda.

Descartes duda de todo lo que ha aprendido y de todo lo que percibe, y llega a la

conclusión de que no puede dudar de que piensa o, para ser más exactos, de que hay

una realidad pensante, una res cogitans. El cogitare exige una cosa que piensa, un

cogito. Descartes desmantela, entonces, el realismo ingenuo, la creencia de que las

cosas son tal como las percibimos. Introduce la sospecha sobre los sentidos y las

verdades aprendidas en las instituciones educativas. Nos advierte de la distancia que

puede haber entre el en sí de las cosas y las cosas tal como las percibimos.

Immanuel Kant (1724-1804) es uno de los espíritus más críticos que ha dado la

historia del pensamiento occidental. En su primera Crítica (17

81

) cuestiona la

capacidad de la razón (Vernunftsvermogen) de conocer la realidad. La crítica de Kant

no es, en ningún caso, una crítica de libros, ni de enseñanzas recibidas, ni de sistemas

filosóficos vertebrados por sus predecesores. Es, ante todo, una crítica de la razón

misma.

El filósofo de Kónigsberg se pregunta si tenernos la capacidad racional para

responder, de una manera conclusiva, a las inevitables preguntas de la razón pura. La

condición humana se ve enfrentada a grandes preguntas de orden metafísico porque

el ser humano siente una disposición natural hacia la metafísica, pero esto no

significa, en ningún caso, que pueda responder científicamente a las preguntas que él

mismo formula: ¿Existe Dios? ¿Somos realmente libres? ¿Hay una vida eterna?

Kant nos muestra que el criticismo es inherente a la filosofía, que filosofar es criticar, pero, sobre todo, someterse a sí mismo a la crítica. Inaugura un segundo

momento de la Modernidad. Contrariamente a lo que se ha dicho de Kant, el autor de

la Crítica de la razón pura (1781) no tiene como objetivo deconstruir la metafísica -ni

negarle grandeza-, sino explorar su estatuto científico.

 

 

Entre los grandes hitos del pensamiento contemporáneo hay que situar la figura de

Charles Darwin (1809-1882). Igual que Galileo, el autor de La evolución de las especies

(1859) es un ejemplo paradigmático del trabajo de la sospecha. Sin pretenderlo,

Darwin pone bajo sospecha la visión tradicional del hombre y del origen de la especie

humana. Al considerar que el ser humano es el resultado evolutivo de un largo itine-

rario y que procede de especies inferiores a él, abre una nueva era en la reflexión

antropológica, Y esta visión entra en conflicto con lo que, en palabras de Thomas S.

Kuhn, se llamará paradigma tradicional.

Según la filosofía natural darwinista, la vida se va abriendo paso desde las formas

más simples hasta las más complejas. El ser humano forma parte del conjunto de los

seres vivos y es el resultado más excelso de todo ese proceso, pero no es

cualitativamente diferente de los seres que lo han precedido, aunque, como

consecuencia de su desarrollo, tiene ciertas facultades y es capaz de unas

operaciones que lo hacen realmente singular en el conjunto del universo.

La visión de Darwin entrará en conflicto con la interpretación literal del Génesis.

Pondrá entre las cuerdas la visión fijista de la realidad natural atribuida a san Agustín,

según la cual no ha habido evolución de unas especies a las otras, sino que las

entidades existen tal como Dios mismo las creó al principio de los tiempos. La

sospecha darwinista exigirá a los teólogos un proceso de reinterpretación Y de

reelaboración de sus preconcepciones sobre el hombre. La hipótesis darwinista, sin

embargo, no legitima el ateísmo decimonónico, ni desmonta los argumentos del

creacionismo, sino que exige una nueva reinterpretación de la historia bíblica y, en

particular, del relato del origen (la protología).

La antropología filosófica posterior a Darwin cambiará de signo. Los grandes

pensadores cristianos lo leerán y se verán obligados a repensar sus posiciones. Un

ejemplo especialmente significativo de este trabajo de síntesis es la obra de Pierre

Teilhard de Chardin. De una manera sugerente, poética y científica a la vez, el autor de

El fenómeno humano intenta conciliar las aportaciones evolucionistas con las ideas

tradicionales del creacionismo tal como se desprenden de la lectura del Génesis.

El padre de la fenomenología, Edmund Husserl, es un hito más en el ejercicio de la

sospecha. Fiel lector de Descartes y Kant, Husserl buscaba para la filosofía un método

riguroso y preciso que pudiera llegar a verdades ciertas e innegables como en las

matemáticas. Matemático y filósofo de vocación, como también lo fueron Blaise Pascal

y René Descartes, Husserl elabora un método que exige como paso necesario la épokhé,

es decir, la puesta entre paréntesis de todas las preconcepciones o visiones

preestablecidas del fenómeno que se pretende investigar.

 

 

Su obsesión, resumida en el conocido lema Zur den Sachen selbst ('Hacia las cosas

mismas'), exige una catarsis de prejuicios y preconcepciones con el fin de vaciar la

mente de todas las ideas y nociones adquiridas para acercarse con pureza a la verdad

de las cosas. Esta metodología ha abierto muchos campos de investigación en el siglo

xx, no solo en el ámbito antropológico, sino también en el de las ciencias de la religión.

Podríamos, ciertamente, nombrar aún más referentes de la sospecha, pero no es

nuestra voluntad ser exhaustivos en este punto. Simplemente queríamos mostrar, a

través de esta breve pincelada, que la historia de la filosofía también es la historia

de un conjunto de sospechas protagonizadas por mentes geniales que han

trascendido la opinión común, la doxa, para acercarse al reino de la verdad, que es la

meta final de la vocación filosófica.

 

 

A partir de los ejemplos mencionados, no hace falta insistir en la idea de que el

maestro de la sospecha turba el espíritu, genera angustia. No se trata solo de un

impacto de tipo intelectual, que se mueve en el terreno de la duda metódica, sino de

una alteración que involucra la vida emocional, el pathos. Al sospechar de lo más

elemental, el pensador se ve abocado a la nada y experimenta el horror uacui. Como

consecuencia de ello, necesita consuelo, formas de aligerar la angustia y la sospecha.

Le hace falta un bálsamo que lo conduzca a la anhelada serenidad.

 

 

 

Si la filosofía es, esencialmente, una práctica de la sospecha, entonces es, como dice

Karl Jaspers, un viaje sin retorno. En efecto, cuando se impone la sospecha, se inicia

un viaje que no se sabe con certeza ni cómo ni cuándo concluirá. De hecho, no

sabemos cómo seremos al acabar el viaje, porque las propias convicciones que nos

sostienen pueden disiparse a lo largo del trayecto.

José Ortega y Gasset distinguía con nitidez entre ciencia y filosofía. La filosofía -

decía socarronamente en Unas lecciones de metafísica- no es una ciencia, sino más bien

una indecencia, porque su finalidad es desnudar la realidad, mostrarla tal como es, y

eso solo es posible si se ponen en duda los esquemas y las preconcepciones habituales

sobre esa realidad. Este ejercicio, sin embargo, no es estéril, sino todo lo contrario. Al

cuestionar lo que nunca se ha cuestionado, el espíritu asciende a cotas que nunca

había conocido y, desde ahí, adquiere mayor perspectiva, se hace más sabio, más

tolerante, más capaz de comprender y, sobre todo, mucho más humilde.

 

 

EL MAESTRO DE LA SOSPECHA COMO HUÉSPED INQUIETANTE

PODEMOS ADOPTAR diferentes actitudes delante de los maestros de la

sospecha, pero no todas son igual de legítimas desde un punto de vista

intelectual. Si explorásemos minuciosamente las reacciones que en los últimos

dos siglos han generado las sospechas de la mencionada tríada, desde los

Manuscritos económicos y filosóficos (1844) de Marx hasta la muerte de Freud (1939),

nos daríamos cuenta de que ha habido una gran diversidad de maneras de leer,

de releer y de interpretar sus aportaciones.

Un hecho es evidente: los maestros de la sospecha no dejan indiferente. Lo que

dice Paul Ricoeur de Freud se puede aplicar también a Marx y a Nietzsche. Nadie

queda inmune tras conocer a los maestros de la sospecha. Al leerlos, el lector se

ve abocado a enfrentarse a sí mismo y a sus convicciones más profundas. Las

reacciones se mueven en dos sentidos opuestos: los defensores y los detractores.

Esta polarización en dos frentes representa un grave reduccionismo que no permite

ver, a los unos, la inevitable fragilidad de todo proyecto filosófico y, a los otros, la

grandeza de algunas de sus intuiciones. Es difícil sustraerse de esta doble reacción

maniquea, pero es la única manera de poder sopesar realmente el alcance de estas

obras.

Más allá de esta doble manera de afrontarlas, hay diferentes actitudes igualmente

criticables. Una tentación frente a los maestros de la sospecha es practicar la

indiferencia, evadirse de sus interrogantes, prescindir totalmente de sus voces. Esta

forma de menosprecio es, en el fondo, un acto de cobardía. En muchos aspectos, los

maestros de la sospecha ponen el dedo en la llaga, inciden en la zona que escuece y

que preferirnos no tener que curar. Son intelectualmente incómodos y nos obligan a

ponernos en cuestión a nosotros mismos. En el fondo, la evasión no es una auténtica

reacción, puesto que no implica ni tan siquiera la recepción de la obra. Es una mezcla

de temor y de pereza, de autocomplacencia en el propio mundo y de dejadez

intelectual.

También hay otra tendencia muy extendida: la prisa en refutarlos. Huelga decir que

algunos textos de Nietzsche son especialmente punzantes y hieren la sensibilidad

moral y religiosa de muchos lectores. Algunas afirmaciones de Marx a propósito de la

religión, o de Freud en torno al deseo sexual intrafamiliar, escarnecen el alma del

hombre creyente. Frente a la diatriba se puede o bien mantener la actitud del oyente

respetuoso, o bien reaccionar con argumentos de oposición para restablecer la

tranquilidad interior. Las prisas en rebatir son malas consejeras porque el arte de

pensar, como tan maravillosamente lo describe Heidegger (1889-1976), es una actividad lenta, pausada, parecida a un paseo por el bosque.

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En un ejercicio de oposición precipitado no siempre se esgrimen los argumentos de

peso, sino que la crítica se basa en cuestiones colaterales, en consideraciones

históricas o en aspectos de menor peso. Esa crítica, en el fondo, no desautoriza al

autor sino al intérprete que intenta refutarlo. La mejor de las críticas es la interna, la

que penetra en la casa del otro y desde dentro mismo indica las contradicciones y

debilidades. La refutación apresurada es un intento de describir la casa tras haber

visto tan solo la fachada.

Es frecuente, entonces, que esta crítica precipitada caiga en la caricatura e incluso

en el esperpento, una posibilidad que, lamentablemente, se ha dado en muchas

ocasiones al interpretar a los maestros de la sospecha. Es una reacción que intenta

herir y que, en vez de buscar argumentos de peso, busca la desautorización y

descalifica a partir de algunas hipérboles o excesos del mismo autor.

A nuestro parecer, los maestros de la sospecha no se pueden caricaturizar. Es

necesario asumirlos con seriedad, prestar atención a sus argumentos y no contentarse

con una crítica fácil. A pesar de todo, hay que señalar que buena parte de los

historiadores de la filosofía de tradición católica y, de manera especial, los

eclesiásticos coetáneos a los mencionados pensadores, caen en esta tentación con

demasiada frecuencia.  

 

 

El modelo más inteligente y, a la vez, más exigente intelectualmente, de reaccionar

frente a la obra de los maestros de la sospecha es la práctica del diálogo con ellos,

entendiendo diálogo en el sentido más genuino del término. Entre quienes han

ejercido ese diálogo quizá sea de justicia citar los nombres de Max Scheler,

KarlJaspers, Emmanuel Mounier, Henri de Lubac, Karl Rahner o Hans Urs von

Balthasar, entre muchos otros. Los grandes pensadores y teólogos cristianos del siglo

xx no han evitado a los maestros de la sospecha ni han caído en una refutación fácil y

apresurada; han dialogado intensa y extensamente con ellos, asumiendo las

consecuencias de un verdadero dialogo.

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El diálogo inteligente es capaz de ver la parte de verdad que puede contener la

sospecha. Cuando hacemos nuestros a los maestros de la sospecha y dialogamos

abiertamente con ellos, sin miedos ni recelos, con plena disposición a aprender de sus

diatribas, se convierten en huéspedes inquietantes. Apropiarse de un maestro de la

sospecha consiste en dejar que su voz tenga eco en la interioridad propia. No se trata

de ponerle un bozal, menos aún de colocarlo detrás de otras voces. Se trata de   acogerlo y de escuchar con atención su palabra, por muy inquietante que sea.

El auténtico diálogo rompe la endogamia, la pura circularidad de los prejuicios

propios, y deja entrar la voz del otro por algún intersticio. Solo hay auténtico diálogo

si hay alteridad. Mientras el diálogo se mueva en el terreno del yo o del nosotros, no

hay, propiamente, diálogo, sino reiteración de la misma idea. El diálogo se convierte

en realidad cuando se da la palabra al huésped inquietante, cuando el otro-otro se

hace presente en la propia interioridad y tiene lugar la novedad en el interior.

Dialogar no es abandonar las referencias y convicciones propias, pero exige cierta

elasticidad mental para dar cabida a otras hipótesis y para dar voz a aquellas opciones

que, de entrada, nos repugnan intelectualmente.

Emmanuel Mounier (19°5-195°) se refiere al diálogo como un recurso esencial

para evitar caer en un pensamiento esclerótico. En el fondo, se trata de convertir al

maestro de la sospecha en un huésped inquietante, en un interlocutor virtual que nos

habla desde la interioridad y nos obliga a buscar respuestas y alternativas a sus

críticas. El diálogo con el otro es el que hace que nuestro pensamiento sea vivo. Es la

oposición dialéctica a y no-a la que da vitalidad a nuestra actividad de pensar y exige

al yo imaginación e inteligencia para salir de los callejones sin salida.

El huésped inquietante es la antítesis que exige coraje y empuje al yo para poder

trascenderla e ir más allá. Es un despertador mental que nos salva de la inercia de la

razón, de la tendencia a recorrer los mismos lugares y a circular por los mismos

territorios. En este sentido, el huésped inquietante no es un enemigo ni menos aún

alguien a quien temer, sino más bien un estímulo intelectual, un interlocutor virtual

que nos exprime el pensamiento y, de esta forma, nos ayuda a ganar autonomía y a

convertirnos en mayores de edad. El miedo nos lleva a la evasión, a cerrarle la puerta

en las narices al huésped inquietante. La actitud dialógica nos conduce al

fortalecimiento intelectual de nuestras posiciones. Quien ha pasado por el Viernes

Santo de la sospecha, por el oscurecimiento de sus propias convicciones, ylo ha

superado, vive una madurez que nada ni nadie puede turbar. Dice Mounier:

Cuando decirnos que el pensamiento es diálogo, es necesario tomarnos esta

fórmula en su sentido preciso. Nunca pensarnos solos. El pensamiento interior

dialoga con su personaje virtual que cuestiona, contradice o fustiga al

conductor del juego. Este debate interior, por prolongado y complicado que

sea -puede durar una vida entera-, es completamente diferente de la cavilación,

que es una especie de divagación sobre el propio terreno. Sean cuales sean las

crisis que de cuando en cuando lo inmovilizan, el diálogo interior se dirige

hacia un objetivo.

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Quien fue en su momento director de la revista Esprit también defiende:

Como cualquier otra actividad, la inteligencia no se define ni se ejercita en el  aislamiento. Si se recluye demasiado, enseguida divaga hacia el mundo cerrado

del autismo. Este es el destino de todo pensamiento que se embriaga de su

propia suficiencia y que huye de la confrontación, se ablanda y resbala hacia el

ensueño, se vuelve rígido y camina hacia la idea fija, o se oscurece y se

empaña.

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No sabernos qué puede ocurrir cuando damos la palabra al huésped inquietante.

No sabernos qué experiencias tendrán lugar dentro de nuestra interioridad. No

sabernos qué acabaremos pensando, ni qué acabaremos creyendo, ni qué tipo de

persona acabaremos siendo. Dialogar exige liberarse de los propios prejuicios o

preconcepciones o, cuando menos, tener la capacidad de reconocerlos. Esta liberación

es un acto de humildad y es la condición de posibilidad para poder dar crédito a la

palabra del otro. Lo que pasa con demasiada frecuencia es que detectamos más

rápidamente el prejuicio del otro que el nuestro propio. Precisamente por ello tiene

especial sentido el diálogo. Nuestro interlocutor se convierte, sin pretenderlo, en el

desenmascarador de nuestras preconcepciones. Dice Hans Georg Gadamer:

La conversación no es posible si uno de los interlocutores cree absolutamente

en una tesis superior a las otras, hasta el punto de afirmar que posee un saber

previo sobre los prejuicios que atenazan al otro. Él mismo se implica de esta

manera en sus propios prejuicios. El consenso dialogal es imposible, en

principio, si uno de los interlocutores no se libera realmente para la con-

versación.

13

Solo a partir de este diálogo con el otro es el hombre capaz de llegar a ser él mismo y

de realizar su propia existencia de manera auténtica. La filosofía, bien entendida, no

es otra cosa que la realización reflexiva y, después, la expresión conceptual y

sistemática de ese diálogo que constituye la existencia misma del hombre. Afirma

Eusebi Colomer: La filosofía de Occidente ha nacido de este diálogo: Sócrates fue su inventor y

Platón su realizador. No es en absoluto accidental, sino enormemente

significativo, el conocido hecho de que Platón no escribiese monólogos, sino

diálogos. Y, desde Platón, el pensamiento filosófico no ha dejado de dialogar. Y

hoy en día continúa dialogando cuando es auténtico pensamiento, porque la

verdad no es nunca exclusivamente tuya o del otro; sino un poco de todos ...

Únicamente Dios es sophos, el sabio por excelencia; nosotros, los hombres, solo

somos, humildemente, philosophoi, amantes y buscadores de la sabiduría y de la

verdad en sí mismas tal como Dios las posee. [ ... ]

El auténtico diálogo de la verdad parte del convencimiento sincero de mi

verdad, pero exige, igualmente, el esfuerzo heroico por colocarme en el punto

de vista del interlocutor y, de esta forma, fecundar mi verdad en la parte de

verdad que hayo puede haber en el otro. Se trata de realizar las palabras de Lacordaire: «No deseo rebatir a mi adversario, identificando sus errores, sino

que deseo acercarme con él a una verdad más alta.» Por esto, en el fondo de

todo auténtico diálogo ha de haber un poso de simpatía y de amor. Donde no

hay amor entre los hombres, no hay comprensión posible. Donde no hay

comprensión, no hay diálogo.

14

El futuro de las grandes tradiciones espirituales y simbólicas de Occidente depende,

en parte, del diálogo que sepan articular con los grandes maestros de la sospecha. No

se puede esconder la cabeza bajo el ala ni convertir la religión en una especie de

ejercicio narcisista de equilibrio emocional. Tampoco es válido evadirse de las críticas

o practicar la indiferencia.

La cultura contemporánea, guste o no, es una cultura construida sobre la sospecha,

beligerantemente crítica hacia los dogmas, principios y creencias tradicionales. En

lugar de enrocarse en la hostilidad, hay que considerar al maestro de la sospecha

como un huésped inquietante a fin de trascenderlo y ganar en madurez. La

intraestructura intelectual de las tradiciones bíblicas exige un diálogo serio y

cualificado con los principales detractores de las tesis religiosas. La hermenéutica

bíblica ha de integrar en su seno una hermenéutica de la sospecha.

15

No son válidos ni

el fideísmo ciego ni las salidas emocionales sin el trabajo de la razón. Hay que dar

respuestas racionales a las críticas articuladas

Pere Lluís Font habla de «la capacidad de asimilar (críticamente) la crítica, para

que la religión no sea una forma de abdicación, de resentimiento, de infantilismo, de

miedo a la libertad o de legitimación de la injusticia».

16

En efecto, el futuro depende

del diálogo y de la capacidad de asumir críticamente la crítica de los grandes maestros

de la sospecha. No se trata de asumirla acríticamente, sino de señalar en qué aspectos

los maestros de la sospecha tienen razón y de qué manera sus consideraciones

pueden salvar la presentación pública de la religión tradicional de un naufragio en el

infantilismo, el miedo y la superstición. También hay que desmitificar a los

desmitificado res e identificar sus incongruencias históricas.

 

 

LAS INSOLENCIAS DE SIGMUND FREUD

No CABE DUDA alguna de que uno de los espíritus ateos más lúcidos que ha dado la

cultura contemporánea es Sigmund Freud. Solo hay que leer El porvenir de una ilusión, El

malestar en la cultura o Moisés y el monoteísmo para corroborar esta afirmación. Estamos

frente a una figura poliédrica y rica, creadora de un universo conceptual y de un

lenguaje propio que ya forman parte del gran legado del siglo xx. Su exploración del

inconsciente humano, su comprensión de la estructura de la personalidad humana y,

especialmente, su hipótesis de la interpretación de los sueños, son aspectos que han

tenido una influencia decisiva en el siglo xx, no tan solo en los terrenos específicos de

la psicología, el psicoanálisis y la psiquiatría, sino también en la cultura artística,

musical, literaria y cinematográfica. Es imposible entender la obra de algunos de los

músicos, pintores, escritores y cineastas más celebrados del siglo XX sin la influencia

de Freud. Woody AIIen, Luis Buñuel, Jacques Lacan y Salvador DaIí, entre muchos

otros, son ejemplos paradigmáticos de eIIo.

Tal como dice Paul Ricceur, excelente conocedor del pensamiento freudiano, la

crítica de Freud a la religión no pertenece exactamente al tipo positivista.

46

En

muchos aspectos, Freud, igual que Marx, cree en la superioridad de la ciencia respecto

al arte y la religión, y considera que en el tercer estadio de la humanidad, el que

Auguste Comte denomina el estadio científico, la filosofía y la religión subsistirán de

manera residual y, al final, desaparecerán.

Freud comparte la misma fe en la ciencia que Marx y está convencido, como él, de

que su teoría merece el calificativo de científica. Posteriormente, algunos filósofos de

la ciencia, como el propio Karl Popper, cuestionarán este supuesto estatuto y

pondrán de manifiesto los apriorismos no científicos que están en la base de su

propuesta de interpretación de los sueños. Pero la crítica de Freud a la religión no se

mueve tan solo dentro de los parámetros comtianos, sino que trata de buscar las

raíces psicológicas del fenómeno e intenta explicarlo por causas puramente

naturales. Mientras que Marx busca las causas sociales y económicas que hay detrás

del fenómeno religioso, Freud explora la psique humana y trata de comprender cuál

es el origen de la conciencia o del sentimiento religioso. En este sentido es, con

propiedad, uno de los más grandes psicólogos de la religión.

Desde la perspectiva del padre del psicoanálisis, la religión es una ilusión que ha de

ser reemplazada por la ciencia siguiendo los mismos parámetros que se anuncian en

la ley de los tres estadios de la humanidad de Comte, pero la crítica de la religión de

Freud hay que enlazarla con autores como Feuerbach y, sobre todo, con los otros dos  maestros de la sospecha, anteriores a él en el tiempo: Friedrich Nietzsche y Karl Marx.

A pesar de que, según Freud, la religión es un vínculo con un ser inexistente que no

tiene entidad propia, sino que es creado por la propia conciencia humana, se trata de

una relación que altera y afecta profundamente la vida mental y emocional de la per-

sona y buena parte de los procesos que tienen lugar, como, por ejemplo, la vivencia de

la culpa, la angustia, la serenidad o la paz. Estas vivencias se relacionan directa o

indirectamente con el sentimiento religioso o de dependencia de un ser superior.

Freud trata de buscar la génesis de la experiencia religiosa, las necesidades que

IIevan al hombre a vincularse con un ser supuestamente trascendente a quien

denomina Dios y, más aún, Padre. Freud somete la conciencia religiosa a análisis, la

tumba en un diván y, literalmente, la psicoanaliza. Por esto, su búsqueda está más

cerca de la genealogía de la moral de Nietzsche, o incluso de la teoría de las ideologías

de Marx, que de la crítica de la teología y de la metafísica que encontrarnos en la obra

de Comte.

El autor de La interpretación de los sueños (1900) estaba convencido de que el

psicoanálisis, que concebía como ciencia, había de proporcionar la clave para

entender el origen de las relaciones fundamentales del hombre con la esfera de lo

divino. Esta opinión queda expresada en El interés por el psicoandlisis (19

1

3) y en Tótem

y tabú (1913). En esta última obra, Freud reivindica el derecho del psicoanálisis a

formular un juicio sobre la naturaleza y el valor de la experiencia y la práctica

religiosas.

No está nada claro que el psicoanálisis tenga el estatuto epistemológico que le

otorga Freud. Está incluso menos claro que el psicoanálisis haya de partir ne-

cesariamente de un ateísmo metodológico. El primer punto ya ha sido objeto de

reflexión anteriormente, pero respecto al segundo hay que decir que muchos

seguidores y discípulos de Freud, directos e indirectos, se adhirieron al psicoanálisis

sin compartir sus creencias en materia religiosa. Hay terapeutas y psicoanalistas

creyentes que siguen la ortodoxia freudiana en el tratamiento de sus pacientes, pero

discrepan de su interpretación del fenómeno religioso y lo acusan de reduccionista.

La crítica a la crítica de la religión de Freud no afecta necesariamente al grueso del

psicoanálisis ni a sus intuiciones en materia de tratamiento terapéutico. Dentro del

psicoanálisis se considera que la cuestión religiosa entra a formar parte del campo de

lo opinable. Sin embargo, los agudos análisis de Freud permiten al creyente

autoanalizar psicológicamente el acto de creer, las motivaciones emocionales y

mentales que lo llevan a adherirse a un supuesto Dios Padre y a asumir el credo

cristiano. Esta constelación de motivaciones psicológicas, aunque no son decisivas, sí

son fundamentales para entender que la fe no es, solamente, un don, ni un acto ajeno a

los estados anímicos, sino que está en íntima relación con los movimientos de la

psique ¿Y SI EL HOMBRE FUESE UNA FUENTE DE PULSIONES?

La teoría psicoanalítica se fundamenta en una antropología filosófica, aunque ello

no siempre esté claramente explicitado. En esta antropología, el ser humano se

concibe como un ser dividido, roto, tensado entre dos extremos; un ser violento y

conflictivo por naturaleza, que busca satisfacción sexual y tiene miedo de quienes son

más fuertes que él. Maurice Merleau- Ponty, crítico de la teoría freudiana, afirma que

Freud animaliza al hombre en la medida en que lo entiende, básicamente, como un ser

primario e instintivo, domesticado por la cultura y la religión a través de los siglos.

Esta idea está presente, de hecho, en otros grandes filósofos del pensamiento

moderno y contemporáneo. La percepción del ser humano como una bestia salvaje,

movida por instintos sexuales y destructivos, queda patente en las obras de Hobbes,

Schopenhauer y Nietzsche mismo. Un pesimismo antropológico, en modo alguno

probado, es el apriorismo fundamental sobre el cual Freud construye su teoría de la

personalidad.

Freud constata una lucha interna en el hombre que describe utilizando su ya

conocida terminología. Esta visión antropológica queda claramente expresada en Más

allá del principio de placer (1920), en El yo y el ello (1928) y, especialmente, en El malestar

en la cultura (1930). Hay algunas ideas constantes que, como ejes transversales,

vertebran toda la concepción freudiana del hombre.

De todos modos, es preciso insistir en que esta concepción antropológica del

hombre entendido como un ser dividido no es original del pensamiento freudiana,

sino una constante en la historia de la antropología filosófica occidental. Freud la

interpretará a su manera y entenderá que el ser humano es un ser desgarrado,

enfermo, dividido entre el principio de realidad y el de placer; pero ni en la tradición

griega ni en la cristiana se describe al ser humano como una entidad esférica,

acabada, armónica y plácida, sino como un ser que se encuentra de camino, en tensión

hacia aquello que no es.

Freud concibe la personalidad humana a partir de la tensa correlación entre tres

estructuras distintas: el ello (Es), el yo (Ich) yel superyó (Überich). El ello es la zona más

amplia y profunda de la psique. Es totalmente inconsciente y está dominado por el

principio de placer. Sus impulsos más radicales son de dos tipos: eróticos (instinto de

la vida y del cuidado) y tanáticos (instinto de la muerte y de la agresividad). Ambos

impulsos se entrecruzan y luchan continuadamente en el campo de la psique humana.

Esta región de la personalidad es la fundamental, es la raíz de la energía y es lo que

está en la base de todo movimiento, de toda acción, de toda búsqueda.

Este ámbito de la personalidad ha sido, según Freud, muy olvidado en la

antropología optimista de signo moderno. Se ha querido ocultar la dimensión oscura,

tenebrosa y prohibida (como diría Jacques Baraille) de la persona humana. Freud nos

invita a bajar a los infiernos del hombre, al subsuelo de su personalidad; nos llama a mirar lo que generalmente queremos evitar y, al hacerlo, pone sobre la mesa una

dimensión ignota de nosotros mismos.

El yo (Ich) es la estructura racional de la psique humana. Casi totalmente

consciente, equivale a la persona como sujeto de conocimientos, de afectos y de

actitudes en contacto con el mundo externo. En el yo domina el principio de realidad y

el esfuerzo por adaptarse al mundo real y a las normas ético-sociales.

Freud considera que el yo filtra los deseos primarios que brotan del ello, los ordena

y los canaliza de tal manera que puedan expresarse en los momentos adecuados. El yo

es, entonces, el principio de orden, la parte apolínea del ser humano, su versión

luminosa. Sin embargo, el «yo pienso» no es el fundamento del hombre, sino que la

base es el deseo, ya sea erótico o tanático. En este sentido, Freud pone entre

paréntesis la visión antropológica moderna de signo racionalista en la cual el ser

humano es concebido como una res cogitans (Descartes) o como una caña pensante

(Pascal).

El superyó (Überich), también llamado el ideal del yo, es propiamente inconsciente. Se

refiere a la asimilación de las normas de la sociedad en la cual se encuentra inmersa la

persona desde la infancia. Es la sede de la conciencia ética y social. El superyó censura

y castiga los impulsos o actos innobles y aprueba los nobles. El yo está, entonces, en

medio de un campo de batalla. Por un lado, surgen en la persona deseos destructivos

y eróticos que provienen del ello; pero, por otro lado, el yo asume imperativos,

preceptos y normas que provienen de la sociedad y de la religión. La consecuencia es

un choque frontal que hace enfermar al sujeto y le causa profundas patologías. Frente

a esta lucha, el yo desarrolla sus mecanismos de defensa, mecanismos que ya teorizó y

estudió la hija de Sigmund Freud, Anna Freud, en su conocido ensayo El yo y los

mecanismos de defensa.

En el ensayo Más alld del principio del placer, Freud distingue tres grupos de impulsos

que se ramifican y se mezclan de forma diversa: los instintos libidinosos (la libido es la

energía del eros), regidos por el placer; los instintos agresivos del ello, y los instintos

del yo ordenados a la autoperfección, que miran la realidad y que están sometidos a

las presiones del superyó.

En el hombre civilizado se produce una continua lucha entre naturaleza y cultura.

Es la lucha entre las tendencias al placer, al dominio y a la agresividad, y las exigencias

de la cultura, que prohíbe la satisfacción directa de esas tendencias. El futuro

depende, según Freud, de la capacidad cultural para hacer frente a las perturbaciones

de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión y de autodestrucción.

Esta comprensión tan sumamente negativa del ser humano tiene cierta

verosimilitud, pero en ningún caso puede presentarse como dogma de fe ni,

menos aún, como una teoría científica del hombre. Indudablemente, hay hechos

en la vida colectiva, como las guerras, violaciones, asesinatos y actos crueles de

todo tipo, que otorgan cierta razonabilidad al planteamiento freudiano, pero en ningún caso demuestran, de manera apodíctica, que la teoría freudiana sea la pura

y última verdad sobre el hombre. Sin embargo, de lo que no cabe duda es de que

la sospecha de Freud introduce una hipótesis de trabajo que ninguna mente

mínimamente exigente puede descartar.

Hay que decir, además, que esta visión tan sumamente negativa y conflictiva

del ser humano también es visible en algunos fragmentos de la obra de san

Agustín de Hipona y, de manera especial, en Calvino. En la antropología teológica

de signo agustiniano y calvinista, el pecado original representa una mancha tan

profunda en la condición humana, que convierte al hombre en una bestia salvaje y

cruel que solo por obra de la gracia que opera en él puede redimirse y alcanzar la

vida eterna.

En la comprensión antropológica de Sigmund Freud, no hay Dios y,

naturalmente, tampoco hay gracia salvadora. El hombre está solo en el mundo, lu-

chando contra los elementos hostiles de la naturaleza y defendiéndose de los

otros hombres. Solo la cultura y la ciencia pueden introducir un proceso civili-

zador en las sociedades humanas; solo si los hombres cultivan la ética y las

virtudes sociales serán capaces de dominar sus instintos primarios y sublimarlos

por otros procedimientos: la creación artística, la música o la literatura. Pero el

hombre, en el planteamiento de Freud, no puede esperar a que Dios se ofrezca

para salvarlo de su naufragio, porque, sencillamente, no hay Dios. 

 

¿Y SI LA RELIGIÓN FUESE PURA REPRESIÓN?

En los maestros de la sospecha, la destrucción de la falsa conciencia religiosa es

el camino necesario de liberación para el hombre. Se trata de devolver al hombre

su identidad, de liberarlo del secuestro de la religión para que, de esta manera,

acabe siendo lo que está llamado a ser.

Como dice Ricceur, lo que aporta Freud no es solo, ni principalmente, una

nueva terapéutica, sino una interpretación global de los fenómenos de la cultura y

de la religión como parte de la cultura. Es, en este sentido, un pensador tout court,

un filósofo de la cultura. Freud aplica su hipótesis del psicoanálisis al estudio de

los fenómenos humanos, entre ellos, el religioso.

Como estudioso de la cultura, explora los procesos que en ella tienen lugar. Desde

el punto de vista intelectual, la cultura es una instancia que prohíbe y consuela. Tiene,

ciertamente, una dimensión represiva porque prohíbe los deseos destructivos y

tanáticos que brotan del fondo de la bestia humana: el deseo del incesto, la práctica

del canibalismo y el gusto por el crimen; pero también da seguridad, porque garantiza

un orden y una estabilidad que en plena selva el hombre nunca lograría.

En este sentido, la cultura, que es obra del hombre, exige del individuo el sacrificio

instintivo, pero al mismo tiempo su finalidad es protegerlo de la naturaleza, ofrecer a  la persona compensaciones a sus sacrificios instintivos. Considerada como magnitud

o manifestación cultural, la religión es el instrumento de esta ascesis y reconciliación.

En ella se mezclan, por un lado, el temor del castigo y, por el otro, el deseo del

consuelo, pero su verdadero rostro es, según Freud, el del consuelo.

La religión es, según el freudismo ortodoxo, la respuesta suprema a la dureza de la

vida que el hombre encuentra en su cultura. La bestia humana se siente impotente

frente a las fuerzas de la naturaleza, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte; se

siente impotente para poder controlar la relación de los hombres entre ellos; ve cómo

crecen el odio y la guerra; se siente impotente para dominar las fuerzas del instinto

que lo amenazan desde dentro. A la dureza de la vida, responde el consuelo de la

religión.

He aquí una de las intuiciones probablemente más certeras de la obra de Freud: el

hombre es un ser necesitado de consuelo. A su parecer, la religión, bajo sus diversas

formas históricas, ha sobrevivido a cambios y transformaciones porque da consuelo

al hombre, da calidez y contrarresta la dureza del mundo. En caso de desaparecer,

haría falta una instancia parecida que cumpliese la misma función, porque el hombre

es un ser lábil (Ricoeur) que se hunde y necesita empuje para seguir luchando.

La religión, en el esquema freudiano, es un maravilloso bálsamo para las noches de

insomnio y el sufrimiento de la humanidad. En este sentido, su utilidad y función

sociales están bien claras. El nombre de los dioses varía a lo largo de la historia, y

también los ritos y las liturgias, pero mientras la religión ofrezca consuelo al hombre

frente a la enfermedad y a la muerte, tendrá un lugar en las sociedades humanas,

porque el hombre es un ser que necesita ser consolado.

La sospecha que introduce Freud a través de estas reflexiones toca el núcleo del

creyente. Si este piensa en su opción de fe y en su relación con Dios a fondo, llegará a

la conclusión de que, a menudo, el móvil de su oración es el consuelo, es la necesidad

de sentirse acogido por una presencia que todo 10 puede y todo 10 perdona. No hay

duda de que la conciencia religiosa despierta con intensidad en las situaciones límite,

en los momentos de desamparo y soledad, cuando las convicciones se hunden y todo

parece derrumbarse en la nada. En estas circunstancias se hace más presente que

nunca el deseo de un Dios Padre o, mejor aún, de un Dios Madre que acoja, proteja,

perdone y ame incondicionalmente. La Madre de Dios, manifestada y expresada de

diferentes maneras en las tradiciones populares de raíz cristiana, cumpliría,

esencialmente, esta función.

Freud no solo relaciona la religión con la necesidad de consuelo, sino también con

la represión y la neurosis. Según él, la religión ofrece consuelo, pero, a la vez, reprime

a la persona, porque sus preceptos y sus leyes son totalmente opuestos a los deseos

que surgen del ello.

La primera crítica explícita al fenómeno religioso la encontrarnos en un ensayo de

1907 titulado Los actos obsesivos y las prácticas religiosas. Antes de esta fecha, en 1904,

hay una referencia a la religión, que considera una pura proyección de símbolos y de  configuraciones psíquicas internas sobre el mundo exterior. Tres años después, en el

breve y sistemático estudio de 1907, Freud conduye que la religión es una neurosis

universal. Aunque el análisis que hace en este estudio de los síntomas obsesivos no

carece de interés, tampoco ofrece descripción detallada alguna de un solo caso de

experiencia o práctica religiosa que pruebe esta afirmación tan cargada de

consecuencias para la religión. Pocos años después, en su ensayo sobre Leonardo da

Vinci, afirma que el Dios personal no es otra cosa que un padre magnificado.

Tanto la religión como la neurosis parten de la renuncia a la actividad de pulsiones

constitucionalmente dadas. Freud afirma que son las pulsiones sexuales las que se

reprimen en la neurosis, y las egoístas, en la religión. La religión colabora así en el

sostenimiento de la civilización en cuanto que justifica la renuncia al fondo pulsional.

Sin embargo, la renuncia nunca acaba de ser total y la represión siempre falla. Todo

error se castiga con la angustia, y el pecador se ve obligado a rectificar. El ceremonial

está investido de una carga de afecto que no le corresponde, que procede de otro

ámbito.

La práctica religiosa y, más concretamente, la observancia de un ritual, se compara

punto por punto con el ceremonial neurótico. En ambos casos se repite una serie de

constantes: el cuidado en el detalle del ritual, la misma atención por no omitir nada, la

idéntica tendencia a complicar su ordenamiento y la tortura interior cuando no se

ejecuta correctamente. Este ritual religioso tiene, entonces, muchas afinidades con la

neurosis. De hecho, Freud llega a vincularlos claramente. La neurosis obsesiva es,

según el padre del psicoanálisis, algo parecido a la vivencia del hombre religioso.

Hay que reconocer la parte de verdad que contiene este juicio, pero queda aún por

decidir si esta caricatura corresponde a la intención profunda de la religión o bien

solamente a su degradación o su regresión cuando empieza a perderse el sentido de

su simbolismo.

47

Desde nuestro punto de vista, las comparaciones que establece

Freud con la vivencia neurótica son interesantes para identificar una conciencia

religiosa de tipo patológico, pero en ningún caso pueden extenderse a toda conciencia

religiosa, y nos parece que la asociación entre conciencia religiosa y estado patológico

es una hipérbole impropia de una mente lúcida como la de Freud.

Dice Ricceur: «El psicoanálisis no habla de Dios, sino del dios de los hombres; para

él, la religión es la ilusión que pertenece a la estrategia del deseo.»

48

En efecto, Freud

no habla de Dios, sino del Dios que los hombres forjan en su mente para satisfacer el

deseo de consuelo.

Hay que recordar, como veremos enseguida, que siempre hay una infinita distancia

cualitativa entre el Dios de los hombres y el Dios que se revela libremente a los

hombres. Mientras el Dios interior no haya muerto, el otro no puede vivir. Es preciso

recordar que el Dios que se revela en Jesucristo no es únicamente un Dios consolador sino que, como ha puesto de manifiesto el teólogo luterano Jürgen Moltmann, es un

Dios crucificado (ein gekreukztiger Gott), la suma paradoja que rompe las expectativas

humanas de consuelo. Un Dios colgado en una cruz, escarnecido y maltratado por los

hombres, no ofrece, a priori, ningún consuelo. Este Dios, entonces, rompe las

expectativas y la lógica del consuelo, y se ofrece a los hombres como víctima

propiciatoria. Este Dios es -de entrada- increíble, pero, precisamente por ello, es más

creíble que el ídolo mental.

3 ¿Y SI DIOS PADRE FUESE UNA PROYECCIÓN DE LA CONCIENCIA

INFANTIL?

Una de las obras más celebradas de Sigmund Freud es Tótem y tabú, de 1912. En

ella, la religión se concibe en torno al núcleo paterno, como nostalgia del padre. Los

dioses de los hombres, ídolos del deseo, son como la figura agrandada de un padre

que amenaza, que prohíbe, que da leyes a los hombres, que instituye el orden de las

cosas y de las ciudades, que compensa y consuela, que reconcilia al hombre con la

severidad de la vida.

A la hora de criticar la tradición judeocristiana -particularmente la cristiana-,

Freud pone su atención en la visión de Dios como Padre y deja en segundo plano la

comprensión de Dios como Hijo y como Espíritu Santo. Reconstruye, entonces, el mito

de los orígenes fundamentándose en la etnología de su tiempo y en los trabajos

clásicos de principios de siglo sobre el totemismo y, más tarde, sobre los orígenes del

monoteísmo bíblico. Según este mito originario, la humanidad pasó por un drama

original; más concretamente, por un estadio criminal. En el origen de la historia, un

padre muy cruel fue asesinado por sus hijos. Este crimen abrió una profunda herida

que reclama reconciliación.

La esencia de la teoría freudiana, expresada en este ensayo, es la siguiente: en las

comunidades primitivas, el resentimiento contra la prohibición por parte del padre

de tener contacto sexual con las mujeres que él había tomado como suyas llevó a los

hijos a unirse para matarlo y comérselo. La consecuencia fue un profundo

remordimiento y la necesidad de perdón. El recuerdo de este acto originario es

perpetuado en una comida sacrificial, mediante una ceremonia en la cual el tótem es

ingerido. Con el tiempo el tótem es elevado a la categoría de dios.

Dios adquiere las características de un poder anónimo frente al cual el hombre se

siente culpable. Si la culpa es proyectiva, engendra en el hombre la impresión de ser

descubierto, de que los otros conocen nuestra maldad, nuestras intenciones e

impulsos. El escrupuloso vive bajo la mirada de Dios. Como en Nietzsche, es la mirada

de Dios la que contempla al hombre feo y no lo deja vivir. El hombre, con tal de

librarse de la culpa y la fealdad, mata a Dios.

El hombre siente un impulso agresivo, tanático, y cuando no lo reprime y lo

expresa, siente culpa en su interior. La culpabilidad es la respuesta específica de la

agresividad humana y, al ser en gran medida inconsciente, se manifiesta como un sentimiento general de descontento y desgracia. La religión es, a los ojos de Freud,

generadora de culpabilidad.

El padre interiorizado se vive como un objeto sádico. El niño aprende por

sumisión, sometiéndose a quien es considerado un transgresor. Como en el caso de

Nietzsche, Freud critica inexorablemente la moral cristiana, a la que acusa de sádica.

Bajo la idea de buscar el bien y la salvación del hombre, agrede a este con exigencias y

normas escrupulosas siguiendo el imperativo de controlar sus malas inclinaciones o

sus malos pensamientos.

Este es el sentido oculto de la interpretación psicoanalítica de la religión: la

nostalgia del padre. Como dice Ricceur, los límites de la interpretación freudiana no

se han de buscar en el lado del objeto de estudio, sino en el método de trabajo. Toda la

interpretación de la religión se fundamenta en la dinámica del deseo, en la necesidad

de ver realizado el deseo (Wunscherfüllung). El deseo, sin embargo, no prueba la

existencia del objeto de deseo, pero a la vez tampoco la niega:

La analogía entre el fenómeno religioso y el fenómeno patológico ha de

quedar tal como es: una simple analogía cuyo sentido último permanece en

espera; el hombre es capaz de neurosis como es capaz de religión, y

recíprocamente. Pero ¿qué significa la analogía? El psicoanalista no sabe

nada de ello como psicoanalista, no cuenta con ningún medio para decidir

si la fe es tan solo eso, si el rito es originariamente, en su función pri-

mordial, un ritual obsesivo; si la religión no es más que un consuelo según

el modelo infantil. El psicoanálisis puede mostrarle al hombre religioso su

caricatura, pero le deja la carga de meditar sobre la posibilidad de no

asemejarse a su doble gesticulante.

49

Según Freud no hay, propiamente hablando, historia de las religiones. Cree que

tanto en el pasado como en el presente la religión es, siempre, una respuesta arcaica

que admite diferentes formas y configuraciones históricas, pero que siempre cumple

las mismas funciones y que seguirá teniendo éxito socialmente mientras los hombres

no se desarrollen cultural y científicamente. De todos modos, Freud no especifica

cómo los hombres del futuro, los que supuestamente vivirán en un mundo sin

religión, resolverán su necesidad de consuelo. Probablemente, cree que en ese

hipotético mundo futuro el hombre tendrá control sobre la naturaleza, sobre la

enfermedad, sobre la desgracia, sobre el mal y sobre la muerte, y que, por eso mismo,

ya no tendrá necesidad de un Padre protector.

La sospecha de Freud se puede interpretar, como el resto de las intuiciones de los

maestros de la sospecha, como una catarsis purificadora para el creyente. Ricoeur

considera que, a grandes rasgos, desde la mentalidad creyente no se ha asumido la

crítica freudiana ni su valor purificador. «Estamos aún lejos», dice -con acierto- el

filósofo francés, «de haber incorporado la verdad del freudismo sobre la religión. Esta

verdad ha reforzado la creencia de los no creyentes, pero no ha comenzado a purificar

la fe de los creyentes.»

 

Según él, no se comprenderá de nuevo la dimensión propiamente bíblica del

pecado mientras no se haya liquidado lo que queda de arcaico, infantil y neurótico en

el sentimiento de culpa. La culpabilidad es una trampa, una ocasión de retroceso, una

recaída en la vida arcaica. Por esto considera que hay que recuperar el auténtico

sentido del pecado, pero separándolo de los elementos primarios y pueriles que

arrastra la personalidad humana. Algunos intérpretes han sugerido que la crítica

freudiana del superyó (Überich) podría interpretarse en clave cristiana como la crítica

paulina de la ley y de las obras.

El tema del consuelo es clave en la psicología de la religión de Freud. Hay, según

Ricceur, dos formas de consuelo: el infantil o idólatra, que es el que profesan los

amigos de Job; yel adscrito al espíritu, que no tiene nada de narcisista ni de

interesado, que no es una protección contra las calamidades del mundo ni un refugio

contra la severidad de la vida. Este consuelo solo es accesible una vez superado el

duelo de la primera forma.

Hay que reconocer que la revelación de esta segunda forma de consuelo es ardua y

dolorosa para el creyente, y solamente se realiza cuando muere la idea del Padre

superprotector que salva milagrosamente a los hombres del mal, de la desgracia, de la

desdicha y del sufrimiento. El Libro de Job cercena, de hecho, la imagen del Dios-

consuelo, padre protector; rompe las expectativas racionalmente puestas en Dios y, de

esta manera, se abre la perspectiva al misterio del Dios semper maior. Tal como lo

expone Philippe N émo en su conocido ensayo Job y el exceso del mal, el testimonio de

Job nos exige pensar a Dios de otra manera, nos impele a trascender la religiosidad

pueril y a superar la visión habitual de la oración.

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Otro ensayo particularmente interesante para seguir la crítica freudiana de la

religión es El futuro de una ilusión (1927). Sus métodos son fundamentalmente los

mismos que utiliza en Tótem y tabú, pero hay una marcada diferencia de tono. En este

ensayo, Freud habla como el profeta de su dios, el Logos. Proclama la muerte del viejo

orden de la religión y llega a decir que la razón y la experiencia son incompatibles con

la religión y que, en el fondo, el trabajo científico es el único camino que puede

llevarnos al conocimiento de la realidad exterior. Afirma, igualmente, que la intuición

y la introspección no son epistemológicamente válidas para acercarse a la realidad

La religión es -según el célebre médico- una ilusión. Pone el ejemplo de una joven

que espera a su príncipe y cree que un día llegará y se la llevará a su palacio. Es una

pura fantasía que, según él, no es ontológicamente imposible, aunque no haya ninguna

razón para darle crédito. Freud llega a decir que estaría muy bien que existiera un

Dios y que hubiera una Providencia benevolente rigiendo el rumbo de la historia, que

hubiera un orden moral y una vida futura, pero sería demasiada coincidencia que todo

ello fuera, precisamente, lo que nosotros nos sentimos llamados a desear.

 

Según su parecer, solo los hombres ignorantes o emocionalmente débiles se

adherirán en el futuro a la religión. Freud la considera un universal infantil, de-

masiado pueril para ser compatible con las exigencias y el rigor de la ciencia. Se

lamenta, asimismo, de que la gran mayoría de los mortales jamás serán capaces de

superar esta visión de la vida. Su teoría del deseo es muy particular: el hecho de que

el ser humano desee un Padre protector, un eterno consuelo para su azarosa y

miserable vida es, según él, lo que lo conduce a imaginar. El deseo, ciertamente, no

prueba que el objeto de deseo exista, pero tampoco lo niega; en el caso de Freud,

parece que, necesariamente, lo niegue.

En una de las últimas contribuciones donde el padre del psicoanálisis presenta sus

ideas sobre la fe y la religión, este se ocupa del asunto con el mismo ardor que en sus

inicios. En el capítulo titulado «Cosmovisión» de las Nuevas lecciones introductorias,

escribe que la verdad de la religión puede ser completamente desatendida, que la

religión es un intento de conseguir el control del mundo sensorial a través de un

mundo deseado, pero que no puede conseguir este objetivo porque sus doctrinas

llevan el sello de la caducidad, nacieron en los días de la infancia y la ignorancia de la

humanidad. Según este escrito, la religión es como una neurosis que el individuo

civilizado ha de atravesar para dar el paso de la infancia a la madurez.

He aquí una interpretación del logro de la mayoría de edad que, en ningún caso,

puede identificarse con el sentido que Kant otorgó a esta expresión en su conocido

opúsculo en el cual responde la pregunta «¿Qué es la Ilustración?» (Was

istAufkliirung?). A nuestro entender, el paso de la minoría a la mayoría de edad no se

resuelve tan sencillamente con la superación de la conciencia religiosa, sino con la

purificación de todo lo que hay de pueril, arcaico, fantasioso e imaginario en la

conciencia religiosa, para hacerla más nítida y también más plenamente religiosa.

Uno de los temas habituales de Freud es la dureza de la vida. Se refiere a la

debilidad del hombre frente a las fuerzas de la naturaleza, frente a la enfermedad y a

la muerte; también se refiere a la amenaza del hombre por parte de los otros hombres

(homo homini lupus). Freud, al igual que Marx, constata que el hombre hace sufrir al

hombre: o bien lo explota como trabajador, o bien lo utiliza como partenaire sexual. El

yo es débil, tiene relaciones de dependencia respecto a tres maestros: el ello, el

superyó y la realidad. La severidad de la vida es el primado del miedo. A este triple

miedo, tal como expresa Freud en El malestar en la cultura, le añade aún otra

circunstancia: el hombre es un ser funcionalmente descontento porque no logra la

plenitud en este mundo. Necesita consuelo.

El rostro benevolente de la vida es el de la religión. El hombre se siente como un

niño desprotegido, lanzado al mundo (jeté au monde, en expresión sartreana), y tiene

necesidad y nostalgia de un padre protector. Frente a la hostilidad de la naturaleza, se

forja un Dios a imagen y semejanza del padre. El individuo sitúa delante de él a un ser

que consuela y, de esta manera, la religión colma la voz más profunda del hombre. Es

el deseo el que hace posible y engendra la religión, incluso más que el mismo miedo.

 

 

La religión proviene, según Freud, de las otras funciones de la cultura: de la

necesidad de defender al hombre de la supremacía de la naturaleza. Esta es, según

Paul Ricoeur, la interpretación específicamente psicoanalítica de la religión: su

sentido oculto es la repetición sempiterna de la nostalgia del padre o de la madre. Las

ideas de la religión no son el residuo de la experiencia ni el resultado final de la

reflexión. Son, según Freud, ilusiones, la realización de deseos arcaicos, perseverantes,

constantes en la historia de la humanidad. Las formas concretas de articulación de

este deseo cambian, pero el deseo subsiste porque está arraigado en la condición

humana. El secreto de su fuerza es la fuerza de su deseo. Si la religión es el

cumplimiento del deseo, no es, de ninguna manera, el soporte de la moralidad.

A la conocida disyuntiva de Miguel de Unamuno, «¿Eres tú creación de mi congoja o

lo soy tuya?»,

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no cabe duda alguna de que tanto Freud como el resto de los maestros

de la sospecha tienen clara la respuesta: Dios es creación del hombre. Pero la cuestión

no pa~ece que se haya de plantear como una disyuntiva excluyente -o una cosa o la

otra (aut-aut)-, sino que puede ser incluyente. Podría ser que Dios hubiera creado al

hombre a su imagen y semejanza, tal como se describe en el Génesis, y que, a la vez, el

hombre creara, según sus intereses, deseos, miedos o frustraciones, dioses a su propia

medida. Las dos posibilidades no son excluyentes sino totalmente compatibles. Lo que

ha ría falta explorar a fondo es de qué manera estas divinidades antropomórficas

eclipsan el verdadero rostro del Dios-otro que procura hacerse un hueco en la

conciencia humana. Dice Pere Lluís Font:

¿Quién ha creado a quién a su imagen y semejanza? ¿Es Dios quien ha

creado al hombre, o es el hombre quien ha creado a Dios? Para el

creyente, está claro, Dios ha creado al hombre. Pero el mismo creyente ha

de convenir con el no creyente en que el hombre, muchas veces, ha creado

a Dios a su medida. Voltaire lo decía con el cinismo que lo caracteriza:

«Dios ha hecho al hombre a su imagen y semejanza, pero el hombre también

ha procedido así con él.»

[ ... ] Cuando no se cree en Dios, fácilmente se cree en dioses de baja estofa.

Finalmente, la idea de Dios, del Dios del monoteísmo, puede resultar una idea

crítica (E. Fromm) que impide creer en cualquier cosa: «Dieu est Dieu, nom de

Dieu», que diría Maurice Clavel ('Dios es Dios, ¡rediós!').

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En efecto, la idea de un Dios más allá de nuestros dioses, siempre más grande y más

enigmático que nuestras articulaciones mentales y los productos de la imaginación,

puede llegar a convertirse en una idea crítica extraordinariamente eficaz.

En cualquier caso, la fe es la creencia de que el Totalmente Otro (Ganz Anderes) ha

hablado. Ricoeur hace suya la expresión de Karl Barth, quien seguramente la toma de

Kierkegaard (det absolute Forskjel), al cual había leído con mucha atención. Del

Totalmente Otro no podríamos saber casi nada si no se hubiera revelado. La fe

consiste en creer que se ha aproximado, que ha venido, que se ha anunciado como Totalmente Otro. Se anuncia sin anonadar su alteridad radical.

El Totalmente Otro se convierte, así, en Logos, palabra humana, y solo puede ser

reconocido en la interpretación de esta palabra. Creer es escuchar la interpelación,

pero para escuchar la interpelación hace falta interpretar el mensaje. He aquí el

círculo hermenéutico. Hay que creer para comprender, pero hay que comprender

para creer. Este Dios-misterio se manifiesta a través de símbolos, y el símbolo provoca

pensamiento. Una interpretación filosófica de los símbolos no sería nunca

conocimiento absoluto. El símbolo testimonia el carácter insuperable de toda

simbólica. Nos habla del fracaso de los sistemas de pensamiento que pretenden

meterlo dentro de un saber absoluto.

La objetivación del Totalmente Otro es el origen de la metafísica que hace de Dios

un ser supremo. Cuando se pierde de vista al Totalmente Otro, Dios se convierte en

cosa. «Si lo entiendes, no es Dios», dice san Agustín. Esta cosificación de la fe es una

metamorfosis diabólica de la religión. El freudismo es un camino de esta muerte del

objeto metafísico y religioso. El ídolo es la reiíicación del horizonte en cosa, su caída

en un objeto sobrenatural y supracultural.

Dice Ricoeur que el ídolo siempre ha de morir para que pueda vivir el símbolo. La

psicología explora este ídolo, pero no se puede pronunciar sobre la fe. Enseña al

hombre religioso su caricatura. Según Freud, la religión es la monótona repetición de

sus propios orígenes. Excluye, sin razón, la posibilidad de que la fe sea participación

en la raíz del Eros, el vínculo con el Dios que impulsa al amor.

También Nietzsche entiende que hay una incompatibilidad metafísica entre el eros

que hierve en el corazón del hombre y su trascendencia. El eros es deseo, voluntad de

vivir (Wille zum Leben), anhelo de plenitud (Sehnsucht), y este anhelo no solo no entra

en conflicto con la Revelación de Dios en la historia, sino que es su culminación.

Benedicto XVI se hace eco de esta supuesta incompatibilidad en el principio de Deus

caritas est (2006). Dice:

El cristianismo, según Friedrich Nietzsche, habría dado de beber al eros un

veneno, el cual, aunque no le llevó a la muerte, le hizo degenerar en vicio. El

filósofo alemán expresó de esta manera una apreciación muy difundida: la

Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, ¿no convierte acaso en amargo lo

más hermoso de la vida? ¿No pone, quizá, carteles de prohibición precisamente

allí donde la alegría, predispuesta en nosotros por el Creador, nos ofrece una

felicidad que nos hace pregustar algo de lo dívino?

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«El eros», afirma Benedicto XVI, «quiere remontarnos "en éxtasis" hacia lo divino,

llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por eso necesita seguir un

camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación.»

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En cualquier caso, la fe

del creyente no sale intacta de este forcejeo intelectual con Freud. Nadie sale inmune 62

de él. Freud introduce división en el corazón de la fe, separando el símbolo del Ídolo.

Purifica, en última instancia, la imagen de Dios y la vivencia religiosa.


 

 



En esta purificación religiosa el psicoanálisis tiene dos caminos uno en el que por medio de la conciencia en la estructuración de lenguaje nos libramos de la transferencia y de toda síntesis este es el camino de Lacan y el otro en el que logramos la síntesis desde el inconsciente y sus arquetipos este es el camino de Jung y ambos son complementarios y permiten la liberación del libido en una desintegración e integración de nuestra psiques vemos primero a Jung   

 

 

 

 

«Una psicología de la neurosis que sólo vea lo negativo, lo desbarata todo, porque no aprecia el sentido y el valor de la fantasía ‘infantil’, es decir, creadora.... El hombre está enfermo, pero la enfermedad es una tentativa de la naturaleza, que se propone curar al hombre. Podemos aprender de la enfermedad muchas cosas útiles para nuestra curación...»

 

Para la psicología analítica, todas las neurosis están caracterizadas por la presencia de conflictos que involucran complejos y disociaciones, los cuales provocan regresiones y descensos del nivel mental. La causa suele ser una deficiente adaptación interna o externa que lleva a la persona a una regresión a etapas infantiles. No obstante, además de las neurosis clínicamente determinables, Jung descubrió que una buena parte de estas enfermedades se manifestaba a causa de la falta de sentido en la vida y correspondían en su mayor parte a personas que se hallaban en la segunda mitad de la vida. En tales casos aparecen como un momento crítico en la vida de una persona, en el que se enfrenta a la disyuntiva entre dos estilos de vida. Generalmente se producen cuando el individuo ha desarrollado una forma de vida que le ha significado el sacrificio de potencialidades que se ven reprimidas, hasta que llega un momento en que éstas se rebelan y exigen que se las tenga en cuenta. Es decir, falla en ese momento la adaptación que había operado hasta entonces y el conflicto se hace evidente. La enfermedad pone a la persona contra la pared y la obliga a tomar una decisión con respecto a su futuro, existiendo la posibilidad de desarrollar un crecimiento personal que lo lleve a un estado de realización mayor al que tenía antes de la aparición de la neurosis. 

 

La psicología analítica de Jung distingue cuatro fases por las que pasa un paciente en un tratamiento analítico: confesión, explicación, educación y transformación (Jung, 1935). En la etapa de confesión se trata, como se hace en tantas prácticas sanatorias, que el individuo tome conciencia y reconozca ante el terapeuta todo lo escondido y reprimido que le causa culpa y que lo lleva a alejarse del resto de la sociedad. Esta etapa lleva implícita la aceptación de la sombra que es el aspecto oscuro de nuestra personalidad. En la etapa de la explicación se ayuda al paciente a hacer consciente la transferencia con el terapeuta, o sea la dependencia en la que cae éste, al revivir la reprimida relación familiar infantil con los padres. A diferencia de la anterior etapa, en ésta se trata de llevar a la conciencia fantasías que nunca antes han estado allí, mediante diferentes técnicas, en especial la interpretación de sueños (Jung, 1935). En esta labor, el terapeuta ofrece explicaciones del material, utilizando el método interpretativo.

 

Luego, se presenta la etapa de la educación, en la que hay una especie de entrenamiento indirecto para que el paciente pueda continuar con su trabajo terapéutico de manera independiente. Este es un aspecto especialmente importante en el que insistió Jung en toda su obra y es la posibilidad de que los mismos pacientes pudieran continuar en un proceso de autoeducación que los llevara a convertirse en verdaderos sujetos sociales (Von Franz, 1982). Aunque no excluía proporcionar conocimientos psicológicos, la «educación» se refería fundamentalmente al aprendizaje a través de la práctica terapéutica, pero en ambos casos se buscaba liberar al paciente de la dependencia y autoridad del terapeuta lo más pronto posible (Hochheimer, 1968). Y finalmente está la etapa de transformación. Esta etapa no parece haberla recomendado Jung a todo el mundo, sino tan sólo a aquellas personas «que pueden más que el hombre medio» (Jung, 1935:28- 29). Esto se basaba en la presunción de que las tres primeras etapas enunciadas pueden conducir a la «normalidad», pero según Jung hay personas para quienes el logro de una adaptación social normal a este mundo contemporáneo con valores tan cuestionables, no es de modo alguno satisfactorio, pues se pueden sentir partícipes de una neurosis colectiva que está lejos de ser un objetivo moralmente aceptable. Así que esta cuarta etapa está dirigida a estas personas y consiste en una transformación ética ante la vida, que los conduzca a encontrar sus propias metas en el plano moral. Representa realmente el proceso de desarrollo llamado individuación por Jung. 

 

3. El proceso de individuación: A pesar de la creencia de Jung de que ésta es una etapa exclusiva a un grupo de personas con un yo maduro y fuerte, este aspecto ha sido uno de los más revisados de su teoría, tendiendo en la actualidad las escuelas postjunguianas a considerar que la psique tiene un proceso de evolución natural que cualquier individuo puede incrementar, cuando se hace conciencia de él. Para ello, se desarrollan una serie de técnicas, en especial el análisis de los sueños. El proceso de individuación es una forma de maduración y de autorrealización de la personalidad, liderado principalmente por el si mismo. Se caracteriza por la confrontación de lo consciente con algunos componentes del inconsciente: con la persona, la sombra, el ánima, el ánimus y el si mismo y la tarea básica consiste en diferenciar el yo de todos estos complejos, para lo cual éste se debe relacionar objetivamente con todos ellos, evitando identificarse con ellos . El proceso conduce a una transformación paulatina de la personalidad a estadios de mayor adaptación del individuo, tanto a su realidad externa como a su realidad interna. Como resultado de este proceso, se produce un «completamiento» del individuo, que lo aproxima con ello a la totalidad, contribuyendo a hacerlo más libre (Hochheimer, 1968). El grado de dificultad de hacer conscientes los diferentes complejos suele ser progresivo y puede observarse a través de la serie de sueños. A continuación se describen los rasgos típicos del trabajo clínico con estos complejos, insistiendo en que la aparente secuencia es un poco arbitraria, ya que cada individuo desarrolla su proceso de manera particular y única (Von Franz, 1964). 4. El trabajo con la persona y la sombra: La persona y la sombra suelen ser, por su cercanía a la conciencia, complejos con los que trabaja la psicología analítica desde las primeras fases de un tratamiento. La persona representa la «máscara» que debe utilizar el individuo en su adaptación a la vida social cotidiana. Son todos aquellos aspectos de la personalidad con los que los individuos se adaptan al mundo exterior, los roles que desempeñan y que resultan presentables y agradables para los demás (Jung, 1990a). Jung eligió este nombre refiriéndose al término en latín que significaba la máscara que usaban los actores del teatro antiguo. La sociedad exige que todo sujeto represente un rol a manera de máscara en un teatro, como si el sujeto nunca pudiera mostrarse a los demás con la totalidad de su personalidad. Aunque el establecimiento de la persona es un recurso normal y necesario, existe el peligro de que el yo termine identificándose con esa máscara y el individuo sienta que no le es fácil saber quién es su yo y quién la persona (Evans, 1968). El complejo de la sombra es el polo opuesto de la persona. En la medida en que el yo tiende a desarrollar los aspectos más fuertes de su personalidad y embellece a esta última, los aspectos más inadaptados para la sociedad, se desechan al inconsciente en donde van formando la sombra (Bly, 1994; Robertson, 2002). No sólo se trata de aspectos socialmente negativos como la envidia o la cobardía, sino que también pueden ser elementos socialmente catalogados como positivos, pero que el individuo y su medio rechazan.

La interesante novela de R. L. Stevenson «El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde», es el mejor relato que hay en literatura sobre la sombra (Sanford, 1991). Enseña a no negar la existencia de los aspectos reprimidos porque éstos van creciendo y cualquier día pueden tomar vida propia como si se tratara de otro ser dentro del individuo. El descubrimiento de la sombra es muy importante en el tratamiento terapéutico y representa un momento doloroso de reconocimiento al que debe seguir la penosa y larga labor de autoeducación (Zweig y Abrams, 2001). Trabajar este complejo desde los sueños facilita la tarea, ya que como decía Von Franz (1964), si es un amigo el que nos habla de un defecto nuestro, lo más probable es que no se lo aceptemos y le respondamos que no tiene la autoridad moral para hacerlo, pero ¿qué podemos decir si son nuestros propios sueños los que nos están haciendo el reproche?

5. El trabajo con el ánima, el ánimus y el sí mismo: El ánima es el complejo funcional que representa el aspecto femenino en los hombres, mientras que el ánimus es el complejo funcional que representa el aspecto masculino en las mujeres. Este par de complejos autónomos son fundamentales en la adaptación social de los géneros, en la adaptación sexual y también en la atracción hacia el otro sexo. Acerca de este último aspecto, hombres y mujeres no se sienten atraídos por el sexo contrario en general, sino por cierto tipo de personas. La explicación de esta atracción parte de un enfoque que puede catalogarse como narcisista, ya que parecería como si cada individuo, hombre o mujer, tendiera a enamorarse de partes inconsciente propias, el ánima y el ánimus, proyectadas en los demás. En la conformación de estos dos complejos tienen una influencia muy grande el padre y la madre del individuo, ya que son ellos el primer hombre y la primera mujer que los niños y niñas conocen (Jung, 1976, 1990a). De adulto, al proyectar un hombre su ánima, tenderá a enamorarse de personas parecidas a la madre, y el proceso contrario sucederá con las mujeres (Sanford, 1998). Si posteriormente los complejos del ánima y del ánimus se logran enfrentar, evitando identificar al yo con ellos e integrando en la conciencia sus rasgos, el inconsciente revela en sueños un nuevo aspecto, el si mismo, representado en una personalidad superior que adopta en el hombre los rasgos de maestro o semidios, y en la mujer, los rasgos de la Gran Madre o la anciana sabia. El sí mismo puede definirse como el arquetipo de la totalidad y centro regulador de la psique, oculto detrás de la personalidad total y encargado de llevar a la práctica el proyecto de vida y de guiar el proceso de individuación. Por eso, Jung decía que su vivencia podría sentirse psicológicamente como el «Dios dentro de nosotros» (Jung citado por Sharp, 1994: 181). Para terminar de hablar de la individuación, habría que decir que el punto hasta donde se desarrolle el proceso, depende de la disposición del yo a colaborar porque es éste el que decide y el que puede permitir que el sí mismo se realice. En otras palabras, el proceso de individuación es real, sólo si la persona se da cuenta de él y lleva a cabo una conexión directa con él (Von Franz, 1964).

 

6. Disolución de los complejos: De lo dicho hasta ahora, podría generalizarse que ante un complejo cualquiera de los que acabamos de mencionar, un individuo puede tener varias actitudes: ignorarlo, identificarse con él, proyectarlo en los demás, o enfrentarlo (Jacobi, 1957). De estas distintas actitudes, la primera es la menos deseable ya que puede dar origen a las dos siguientes situaciones: a identificarse y a proyectarse. Sólo el cuarto camino puede realmente disolver un complejo. Esta disolución consiste en hacerlo consciente para tratar de descubrir los dos polos opuestos que siempre esconde, de los cuales uno ha sido aceptado conscientemente por el individuo y el otro ha sido reprimido. La verdadera liberación de un complejo consiste en conciliar los opuestos para así «desconectar» al individuo de caer obligatoriamente en alguno de los polos (Zweig y Wolf, 1999). La terapia en psicología analítica debe buscar la integración de estos contrarios, para así liberar al individuo y que éste pueda luego aceptar y responder al mundo, según las circunstancias, sin caer en los extremos.

 

 

La única forma de lograr esta integración de los contrarios es facilitando que la persona vivencie nuevamente la situación que originó el complejo, pero haciéndolo con todo el afecto y emoción que lo acompañaron y que habían sido reprimidos. En otras palabras, como el complejo se inicia en medio de una carga afectiva, su disolución también se debe hacer en medio de la afectividad. Para eso, existen técnicas de las que luego se hablará, pero que en general, tratan de identificar y dar voz a esos aspectos reprimidos que han estado en la sombra por muchos años.

 

7. La fuerza transformadora del símbolo: En psicología analítica, el símbolo es un elemento fundamental para el proceso terapéutico, ya que opera como un verdadero motor transformador de energía, que conduce a su vez a cambios positivos en la personalidad de los pacientes. «El símbolo es una máquina psicológica que transforma energía» (Jung, 1992: 56). No se trata de negar la elaboración consciente y racional de los conflictos, pero la psicología analítica ha reconocido que los logros por este camino son limitados y que es necesario complementar esta labor con la elaboración simbólica, la cual permite logros imposibles de pensar por la única vía de la comprensión racional de los problemas. También este concepto de símbolo utilizado por Jung es diferente al usado en el psicoanálisis, pues en psicología analítica se define como un objeto conocido que representa un objeto desconocido (Frey-Rohn, 1993). La principal diferencia con la perspectiva freudiana es que ese otro objeto desconocido nunca podrá ser comprendido a cabalidad y siempre deja la sensación de misterio. Una de las principales técnicas para trabajar con los símbolos es la interpretación de los sueños.

 

8. Interpretación de los sueños: Los sueños representan un campo especialmente importante en el tratamiento psicológico profundo. Para la psicología analítica los sueños no esconden ni disfrazan nada y la dificultad de entenderlos se debe sólo a nuestra incapacidad para entender el lenguaje simbólico que utilizan (Jung, 1993). Este enfoque no concibe los sueños solamente como mecanismos de realización de deseos, sino que los considera un espontáneo y útil producto del inconsciente, para cuya interpretación se emplean principalmente dos perspectivas (Mattoon, 1980). La primera, deriva del enfoque finalista y lleva a atender no sólo a la causa y al por qué del sueño sino también al propósito y al para qué ocurre un sueño determinado. Desde este punto de vista, la interpretación de un sueño puede entenderse como un intento espontáneo de la psique en la solución de un problema. La segunda perspectiva tiene en cuenta el principio compensador de la psique, para lo cual se analiza un sueño tratando de verlo como una compensación de las situaciones conscientes que esté viviendo el individuo en el momento determinado en que sueña (Jung, 1991c, 1992, 1993). La psicología analítica comparte con el psicoanálisis la utilidad de las asociaciones libres del soñante en la interpretación, pero recomienda que el terapeuta evite que tales asociaciones se alejen de las imágenes originales del sueño, porque así se puede perder el significado específico que el sueño «busca» transmitir. En esto se diferencia de la interpretación freudiana que no tiene reparos en que las asociaciones libres se alejen del sueño inicial. Para la psicología analítica, este alejamiento conduce siempre a alguno de los complejos del soñante, lo cual siendo importante, lleva al sacrificio de perder de vista el sentido particular que tiene un determinado sueño (Jung, 1992).

 

«Como es de esperar de todo tratamiento psíquico verdadero, el médico ejerce un influjo sobre el paciente, pero semejante influjo puede tener lugar cuando él es influenciado por el paciente... El encuentro de dos personalidades es como la mezcla de dos cuerpos químicos: si tiene lugar la combinación, ambos se transforman» Produciendo lo que no nosotros llamamos sintraferencia es decir una síntesis transferencial.  

 

https://www.redalyc.org/pdf/647/64730107.pdf

 

Lacan

 

La palabra es la que instaura la mentira en la realidad. Precisamente porque introduce lo que no es, puede introducir lo que es. Antes de la palabra, nada es ni no es… Sólo con la dimensión de la palabra se cava el surco de verdad en lo real… Pues el ser, el verbo mismo, sólo existe en el registro de la palabra… Por ser del sujeto, no nos referimos a sus propiedades psicológicas, sino a lo que se abre paso en la experiencia de la palabra, experiencia en la que consiste la situación analítica… puesto que se trata de un diálogo…Se desarrolla según una regla de juego y, por entero, en el orden simbólico.

 

A partir del cual se trata para Lacan de ir más allá de la concepción de la naturaleza del ser -la que nos lleva al desconocimiento de las reglas en juego de la relación analítica y de lo propiamente humano. Para lograr esta meta recurre desde los comienzos de su enseñanza a la matematización y formalización de lo simbólico como fundamental. En tanto: El surgimiento del símbolo crea, literalmente, un orden de ser nuevo en las relaciones entre los hombres… Cada vez que estamos en el orden de la palabra, todo lo que instaura en la realidad otra realidad, finalmente sólo adquiere su sentido y su acento en función de este orden mismo. Si la emoción puede ser, desplazada, invertida, inhibida, si ella está comprometida en una dialéctica, es porque ella está capturada en el orden simbólico, a partir del cual los otros órdenes, imaginario y real, ocupan su puesto y se ordenan.8 De este modo se pasa a considerar las nociones de deseo, satisfacción, ser, y otros, a partir de una nueva interpretación del campo del psicoanálisis innovando un marco de referencia distinto: su paradigma SRI -el cual sostendrá hasta el final de su enseñanza. En el Seminario 27, “Disolución”, dice: Vengo aquí antes de lanzar mi Causa Freudiana. Como ven no me desprendo de este adjetivo. Sean ustedes lacanianos, si quieren. Yo soy freudiano. Por eso creo adecuado decirles algunas palabras del debate que mantengo con Freud, y que no es de ayer. Aquí está: mis tres no son los suyos. Mis tres son lo simbólico, lo real y lo imaginario. Me vi llevado a situarlos con una topología, la del nudo, llamado borromeo. El nudo borromeo pone en evidencia la función de al-menos-tres. Anuda a los otros dos desanudados. Eso le di yo a los míos. Se los di para que supieran orientarse en la práctica. ¿Pero, se orientan mejor que con la tópica legada por Freud a los suyos? Hay que decirlo: lo que Freud dibujó con su tópica, llamada segunda, adolece de cierta torpeza. Me imagino que era para darse a entender dentro de los límites de su época. ¿Pero, no podríamos más bien aprovechar lo que allí figura la aproximación a mi nudo? Considérese el saco fofo que se produce como vínculo del Ello en su artículo que debe decirse: "Das Ich und das Es". El saco, al parecer, es el continente de las pulsiones. Que idea tan disparatada la de bosquejar eso así! Sólo se explica por considerar a las pulsiones como bolitas, que han de ser expulsadas por los orificios del cuerpo una vez ingeridas (…) La cosa deja perplejo. Digamos que no es lo mejor que hizo Freud. Podemos incluso confesar que no favorece la pertinencia del pensamiento que pretende traducir (…)

 

Si es por el contexto de su época que Freud dio semejante resolución a los problemas del psicoanálisis y creyó definir el concepto de pulsión a partir de lo biológico, Lacan intentara reintroducir el sentido del concepto en una articulación que no deje por fuera los desarrollos de la suya, y vaya más allá del biologismo introducido. Apostando a una nueva rearticulación a través de los avances del campo de la topología, para introducir un nuevo concepto de pulsión en tanto la define como “el eco en el cuerpo de un decir”. Continúa en el mismo seminario: ¿No será más bien, como me ha ocurrido decirlo, botella de Klein, sin adentro y afuera? O aún, sencillamente, por qué no el toro? (…) Desconcertante la figura freudiana al oscilar así del propio campo a lo simbólico que ausculta. Que contraste con la definición que Freud da de las pulsiones, como vinculadas a los orificios del cuerpo. Una figuración luminosa que impone otra figuración que esta botella. Cualquiera sea su tapón.  

 

Pero queda que con ello me sitúo, creo, mejor que Freud, en lo realmente interesado en lo que toca al inconsciente… De allí mis matemas que proceden de que lo simbólico sea el lugar del Otro, pero que no haya Otro del Otro. (…) La idea de Freud es que el instinto de muerte se explica por el desplazamiento a lo más bajo de tensión tolerada por el cuerpo. Freud lo designa con un más allá del placer: esto es, de placer del cuerpo. Hay que reconocer, en todo caso, que es en Freud el indicio de una idea más delirante que todas las que yo les he podido participar. Declaro abierto este Encuentro, que versa sobre lo que enseñé.10 La enseñanza de Lacan se entreteje en una red conceptual inédita que hace imposible hacer coincidir Freud con Lacan: desde el concepto del Inconsciente -en tanto “discurso del Otro” que se define desde su primera instancia como “estructurado como un lenguaje”- hasta los últimos desarrollos, en su insistente propuesta de articular la lógica, la topología, las matemáticas y la antifilosofía. Se sitúa de este modo en contraposición a todas las teorías naturalistas -en las cuales incluye a Freudque extreman la biologización. A la vez, desprende la novedad del Campo Freudiano respecto al lugar que se le da a la verdad. Plantea en “La cosa Freudiana o el sentido del retorno a Freud en psicoanálisis”, página 396: “No hay habla sino de lenguaje”, esto nos recuerda que el lenguaje es un orden constituido por leyes, de las cuales podríamos aprender por lo menos lo que excluyen. Por ejemplo que el lenguaje es diferente de la expresión natural y que tampoco es un código. Que no se confunde con la información, metan las narices en la cibernética para saberlo…Un psicoanalista debe fácilmente introducirse por allí hasta la distinción fundamental del significado y del significante, y empezar a ejercitarse con las dos redes que éstos organizan de relaciones que no se recubren.

 

 

La primera red, la del significante, es la estructura sincrónica del material del lenguaje en cuanto que cada elemento toma en ella su empleo exacto por ser diferente de los otros; tal es el elemento de distribución que es el único que regula la función de los elementos de la lengua en sus diferentes niveles… La segunda red, la del significado, es el conjunto diacrónico de los discursos concretamente pronunciados, el cual reacciona históricamente sobre el primero, del mismo modo que la estructura de éste gobierna las vías del segundo. Aquí lo que domina es la unidad de significación…Es decir que la significación no se realiza sino a partir de un asimiento de conjunto… Sólo el significante garantiza la coherencia teórica del conjunto como conjunto.

 

Es la introducción del significante en su definición la cual permite que esta red conceptual implique una nueva relación al saber. En la lógica de su discurso se despliega un programa que se traza para su enseñanza -un programa de investigación que presenta un panorama más claro al estancamiento biologicista que sufre nuestra práctica. Esto enfatiza su novedad. ¿De qué manera? Diferenciando los distintos modelos teóricos propuestos hasta el momento e introduciendo uno nuevo. Esta orientación nos parece sensata, ya que la demarcación de un sistema teórico es lógicamente necesaria debido a la importancia social y vital que tiene al responder a las problemáticas por las cuales surge; es decir, porque tiene incidencia en el ámbito del lazo social y en la vida de las personas. Nos preguntamos por qué la novedad introducida por Lacan es rechazada por los psicoanalistas en una orientación que trata de borrar su diferencia con Freud y los intenta hacer coincidir. Siguiendo a Lakatos, podemos suponer al menos dos obstáculos epistémicos que operan: a) El primero, es dar por acertado que el grado de convencimiento de ciertas creencias determina el conocimiento de una teoría: mientras más adeptos tiene más acertada es.

 

b) El segundo, es suponer que las leyes se derivan de la naturaleza, a partir de un número finito de hechos naturales que prueban la validez de una teoría. La primera de ellas linda con el dogmatismo y la religión, la segunda con la concepción de la ciencia experimental. Ambos prejuicios se orientan: el primero por el rechazo al saber en función del supuesto del sentido común, y el segundo, en la concepción de la naturaleza en tanto rechazo al campo de lo simbólico. Si bien estos prejuicios comienzan a ser cuestionados a partir de Popper, al proponer diferentes posiciones epistémicas en función de la metodología de la ciencia, no es hasta la acepción de paradigmas introducidas por Khun que permite hablar de programas de investigación que pueda pensarse los problemas cruciales de una teoría. Dice Lakatos en la Metodología de los programas de investigación: … ningún grado de convencimiento con relación a ciertas creencias las convierte en conocimiento. Realmente lo que caracteriza a la conducta científica es un escepticismo incluso con relación a nuestras teorías más estimadas. La profesión de fe ciega en una teoría no es una virtud intelectual sino un crimen intelectual. 12 Y, aún: …una teoría puede ser científica incluso si no cuenta ni con la sombra de una evidencia favorable, y puede ser seudocientífica aunque toda la evidencia disponible le sea favorable. Esto es, el carácter científico o no de una teoría puede ser determinado con independencia de los hechos Por supuesto estamos hablando de los hechos naturales. Más aún, con Kuhn se introduce que la unidad descriptiva típica de los grandes logros científicos no es una hipótesis aislada sino más bien un programa de investigación. Es decir, son conceptos articulados que definen un campo determinado: cada programa tiene una estructura que los comprende, y que permite diferenciarlo según esta red conceptual. A partir de ello, cada programa de investigación cuenta con: un núcleo firme -que es la ley-; un cinturón protector flexible -compuesto por hipótesis auxiliares que protege contra refutaciones- y fundamentalmente, una Heurística -que se define como una maquinaria para la solución de problemas, que con la ayuda de técnicas matemáticas, asimila las anomalías que se pueden presentar, incluso convirtiéndolas en evidencia positiva. De acuerdo a la orientación de esta red que define sus componentes, los programas pueden diferenciarse en progresivos -conducen a descubrir hechos nuevos hasta entonces desconocidos-, o regresivos -las teorías son fabricadas sólo para acomodar los hechos ya conocidos. En esta nueva forma de proponer el avance de las teorías, es lógicamente necesario que los programas progresivos sustituyan a los regresivos Esta concepción nos permite tener en cuenta otro tipo de progreso que el cronológico lineal para una teoría: ya que se trata de circunscribir una problemática que se intenta resolver a partir de una red conceptual que las enmarca y que abre la posibilidad de poder dar respuestas innovadoras. Lo cual permite sortear el problema del dogmatismo y de la acepción de un único paradigma que venga a responder a todas las problemáticas de un campo de saber -habilitando la posibilidad de plantear hechos que jamás con anterioridad hayan sido propuestos. Si nos acercamos al programa de Lacan, a partir de sus investigaciones, decimos que tiene éxito porque propone un cambio progresivo: su enseñanza nos aporta un paradigma novedoso, que nos permite introducir conceptos nuevos intentando hacer avanzar nuestro Campo -sus novedades y la articulación a otros campos del saber que propone para la formación de los analistas introduce necesariamente su diferencia conceptual respecto de Freud y los post-freudianos. Es en esta empresa que su propuesta no se detiene. En la introducción de sus conferencias “El discurso a los católicos” pronunciada en Bruselas 9 y 10 de marzo, de 1960, dice: Mi enseñanza de este año se focaliza precisamente en el tema -que por lo general suele evitarse- de las incidencias éticas del psicoanálisis, de la moral que este

puede sugerir, presuponer, contener, y quizás del paso adelante (¡gran audacia!) que nos permitiría dar respecto del dominio moral.

 

En su Seminario 7 “La ética del Psicoanálisis” plantea: A lo largo del camino les indiqué que será lo inesperado, lo original de la perspectiva que espero abrir al respecto tomando como referencia las categorías fundamentales -lo simbólico, lo imaginario y lo real- de las que me sirvo para orientarlos en nuestra experiencia. Les indique, en efecto, que mi tesis -y no se asombren de que ella se presente primero de manera confusa, pues el desarrollo de nuestro discurso es lo que le dará su peso- mi tesis es que la ley moral, el mandamiento moral, la presencia de la instancia moral, es aquello por lo cual, en nuestra actividad en tanto que estructurada por lo simbólico, se presentifica en lo real- lo real como tal, el peso de lo real.15 Más adelante en Das Ding: …es muy evidente que las cosas de un mundo humano son cosas de un universo estructurado en palabra, que el lenguaje, que los procesos simbólicos dominan, gobiernan todo. Cuando nos esforzamos en sondear el límite del mundo animal y el mundo humano surge –y este fenómeno sólo puede ser un tema de asombro para nosotros- hasta qué punto el proceso simbólico como tal es inoperante en el mundo animal. Una diferencia de inteligencia, de flexibilidad y de complejidad de los aparatos no podría ser el único mecanismo para designar esta ausencia. Es imposible resolverlo en términos de psicología el modo en que el hombre está capturado en los procesos simbólicos, modo al que ningún animal tiene un acceso semejante. Esto implica que tengamos en primer término un conocimiento completo, estricto, de que quiere decir este proceso simbólico. El avance que nos propone Lacan es dar el paso decisivo que implica la ética del psicoanálisis, a partir de la formalización de lo simbólico circunscribiendo un nuevo orden de los hechos a la vez que una nueva lógica para operar con el síntoma. En la lógica del fantasma, Seminario 14 dice: Lógica del fantasma, he titulado, este año, lo que tengo pensado poder presentarles de lo que se impone, en el punto al que hemos llegado de cierto camino. Camino que implica, lo recordaré con fuerza hoy, esa suerte de retorno muy especial que ya el año pasado hemos visto inscripto en la estructura y que es propiamente, en todo lo que descubre el pensamiento freudiano, fundamental. Este retorno se llama: repetición. Repetir no es volver a encontrar la misma cosa. Como lo articularemos en seguida, y contrariamente a lo que se cree, no es, forzosamente, repetir indefinidamente.17 Es a partir del significante que se introduce una nueva lógica inherente al discurso del psicoanálisis: que concierne a lo que es propio de la relación del pensamiento con el lenguaje y con el inconsciente. En su sistema lógico Lacan cuestiona la utilización de los conceptos del psicoanálisis tomados como universales en tanto constituyan la medida del hombre: ningún concepto fuera de la red conceptual que lo funda en su función, puede considerarse en sí mismo como fundamento de lo humano: rechaza la ontologización de los conceptos para subvertir la concepción naturalista a partir de lo simbólico. Como dice en Vincennes, la introducción de su discurso implica “no solo ayudar al analista con las ciencias que se propagan según la modalidad universitaria, sino que esas ciencias encuentren en su experiencia la ocasión de renovarse”: Es así que la linguística, la lógica matemática, la topología y la antifilosofía, con el aporte que el campo del psicoanálisis introduce, deben implicar el poder “designar como verdadera una lingüística que tome la lengua más "seriamente", para soportar en ella al inconsciente. En la instancia de la letra sostiene: Es que al tocar, por poco que sea, la relación del hombre con el significante, aquí conversión de los procedimientos de la exégesis, se cambia el curso de la historia modificando las amarras de su ser En contraposición al programa Milleriano que conduce a un cambio regresivo; la interpretación del texto freudiano por Lacan no es sostener la teoría Freudiana, sino aportar una articulación teórica más acertada al nuevo lazo social que se instaura a partir del psicoanálisis introduciendo una nueva dimensión del ser, que es la ditmensión o dicho-mansión a partir de su concepción del hablante-ser.

 

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El análisis estructural realiza su operación haciendo un discurso sobre un discurso. En términos psicoanalíticos diremos que de un primer discurso práctico (o sea la cura psicoanalítica)-extraemos un segundo discurso teórico (la teoría psicoanalítica propiamente dicha). Es así como con el estructuralismo, el psicoanálisis comienza a buscar la forma de establecer las relaciones existentes entre los diversos fenómenos psíquicos, o sea las mismas formulaciones teóricas de las leyes del inconsciente. Estas leyes podrían representarse en curvas semejantes a las que se utilizan para representar las leyes del aprendizaje, de Ia física, y de todo conjunto de relaciones en general. Necesidad de una Estructura. Centrándonos sobre la obra de Lacan, vamos a tratar de explicar el significado de su aporte. Para ello, empezaremos ilustrando la forma como Lacan utiliza el modelo estructural, propio de la linguística, y conceptualiza el descubrimiento freudiano en base a dicho esquema: función análisis estructural estructura Función: porque toma el lenguaje en su objetivo primario, que es servir de medio de comunicación. El método psicoanalítico utiliza este esquema ya que la cura psicoanalítica se desenvuelve en una sola dimensión: el lenguaje, la palabra. Estructura: porque toma las relaciones, las oposiciones entre los elementos y las leyes que tal sistema involucra. Examinemos por ejemplo la definición que Piaget nos ofrece: "Una estructura es un sistema de relaciones y de transformaciones que implica leyes como sistema, y que se conserva o se enriquece por el juego mismo de sus transformaciones". (1) Esta definición contiene tres conceptos básicos de la' estructura a saber: 1. La idea de totalidad, puesto que los procesos de composición entre los elementos solo pueden llevar a la resultante que es un todo. 2. El concepto de transformación, porque una actividad estructural solo puede consistir en un sistema permanentemente cambiante. 3. El concepto de autorregulación, porque todo cambio se enriquece en forma ordenada y no caótica, cualidad que se logra mediante las mismas leyes internas que lo regulan. El análisis de la obra freudiana nos ofrece la posibilidad de establecer la sucesión de un discurso en una serie estructural, la imagen freudiana supone pues toda esa carga de información en la cual se encuentran relaciones quc son susceptibles de una infinidad de desenvolvimientos significativos. (2). De todas maneras lo claro a dejar establecido es cómo Lacan, "se esfuerza por demostrar cómo la totalidad de la experiencia psicoanalítica, puede estudiarse en términos de lenguaje" (3). El Inconscicnte como Sistema en Freud. Una vez establecida en la primera parte de este trabajo, la importancia que tiene la linguística en el desarrollo del psicoanálisis como cientia, con su objeto propio: El Inconsciente, podemos continuar exporiendo como puntos referenciales, las categorías estudiadas por Levi-Strauss, y que de manera general nos pueden ayudar a comprender el objeto de nuestro estudio: UNIVERSAL --------- PARTICULAR NATURALEZA ---------_. CULTURA ~_b_k..91_ ( y O ) "Entre la civilización (cultura), y la sexualidad, entre el principio del placer y el principio de realidad; existe un conflicto, que no es únicanente un conflicto histórico, sino un conflicto biológico e insoluble". (4) Considerando las pulsiones como un fenómeno esencialmente biológico, no siendo ni históricas, ni propias a tal o cual cultura, se comprendera el sentido represivo que juega el papel de la cultura y la civilización: entonces el conflicto que se desarrolla entre estas dos categorías, pod-ía ser definido como un LUGAR, donde se llevan a cabo fuerzas, carlla8, Y contra cargas, y que en base a esa oposición fundamental, descubierta por Freud, ha tomado hoy en día el carácter de un Imperativo. En otras palabras, ese lugar donde se lleva a cabo el paso de lo biológico a lo psíquico, Freud lo denominó el: INCONSCIENTE y que resulta ser un lugar bajo el enfoque topológico, y entendido como fuerzas bajo el enfoque estructural. Para explicar mejor este punto, podemos recurrir al ejemplo que el mismo Freud plantea en Totem y Tabu, el de la Horda Primitiva. La proposición que cierra ese ensayo dice: "en el principio era la acción". (1), tomándola nosotros trataremos de determinar los conceptos que acabamos de exponer. La Horda Primitiva supone la existencia de un padre celoso y violento, que se reserva para sí mismo todas las hembras (placer), y que expulsa a sus hijos a medida que van creciendo. Un día los hijos expulsados se reunen y matan al padre, establecen entonces b Asociación Fraterna, en reemplazo de la horda paternal (2): PADRE (arquetipo) MADRE (Objeto de placer Fuente de Gratificación) HIJO (asociación fraterra) Encontramos cómo una pulsión original se transforma en una estuctura triangular compleja, y la relación edípica determinada por susorígenes arcáicos, presenta a través del super-yo (su heredero directo)una fuerza que tratará de contrarrestar las pulsiones básicas del indivituo. Esta historia se va a repetir luego en cada individuo, y. cu~ndo el niño trata de llegar a adquirir y a ser un YO, es cuando sobrepasa ~se triángulo edípico. El proceso según el cual el niño puede cumplir esta e:apa, se basa en una serie de transferencias necesarias, que forman la bae de nuestra cultura, y es así como ese conflicto entre el ello y el yo va a determinar el desarrollo de las relaciones sociales. Por otra parte ypara terminar con este aparte consideramos cómo este conflicto incestuoso que encierra la prohibición, y que determina la relación edípica es también una ley del lenguaje: "No tendrás coito con aquella que se designa bajo el nombre de madre.

 

Importancia del Proceso de Representación. El problema se plantea ahora, en saber cómo se resuelve el proceso según el cual, se pasa de una necesidad; que es energía orgánica instintual, y propiamente biológica. Al deseo que es un principio activo de los procesos inconscientes, y por ende, que pertenece al campo de lo psíquico. Así entre la necesidad puramente orgánica, y el deseo punto central del psiquismo inconsciente, Freud dice: "La antítesis de Consciente e Inconsciente no es aplicable a la pulsión, una pulsión no puede devenir nunca objeto de la consciencia, solamente puede serlo la idea que lo representa" (2) Freud introduce el término de TRIEB, que Lacan traduce al francés como PULSION, y que para nosotros puede ser ImpulsoPulsió~. Así pues serfa sobre esa naturaleza de "repriisentanz- (vorstellung)", que se traducirían como "representantes-representativos" que entrarían dentro del circuito de la vida psíquica, y sobre ellos sería que actuaría la represión original del inconsciente. Es pues sobre estas representaciones que se van a unir los componentes de la pulsión; yen esta misma sucesión de ideas vamos a poder entender cómo el concepto de representante encuentra su modelo calcado un poco audazmente del concepto de significante saussuriano, cuya función sería la de una representante de una pulsión biológicamente fundada: REPRESENTANTE SIGNIFICANTE PULSION SIGNIFICADO Sintetizando las proposiciones básicas hasta aquí desarrolladas, tenernos que se llama inconsciente a toda representación latente, y por otra parte que todo acto psíquico comienza por ser inconsciente y puede continuar siéndolo o progresar hasta la consciencia. (3) Talvez valga la pena aclarar que se define como represión a la "desviación de las representaciones del campo de la consciencia, siendo esta desviación, la condición para poder diferenciar y articular los procesos psíquicos, sin la cual no existiría la estructura". (4) EL INCONSCIENTE ESTA ESTRUCTURADO COMO EL LENGUAJE Poco a poco hemos estado familiarizándonos con los aportes lacanianos a la obra de Freud, hemos estado trabajando sobre lo que ha llegado a ser el: Imperativo Freudiano: "ELLO -- YO" (inconsciente), es entonces tiempo de presentar la respuesta que elabora Lacan a este imperativo, y cuya respuesta la formula así: EL INCONSCIENTE ES LENGUAJE! convirtiéndose esa proposición en uno de los aportes fundamentales al psicoanálisis en la actualidad, porque cuando Lacan dice: El Inconsciente es lenguaje, está precisamente re-encontrando en los postulados freudianos las estructuras que le dan al psicoanálisis el estatus de ciencia. (1) Posición de Lacan: Ya Freud había demostrado que el inconsciente habla de muchas formas, y cómo la cura psicoanalítica tratará de descifrar ese lenguaje, en el sueño, en la neurosis, en el síntoma, etc. Lacan vuelve sobre estas postulaciones, y estudia estos procesos como formas, como significantes de un significado reprimido por la consciencia, de allí su posición de que el inconsciente está estructurado como el lenguaje y que es lenguaje en sí mismo. Pero establezcamos un esquema a través del cual se nos facilite el análisis de la obra lacaniana, la disciplina linguística inaugura un nuevo momento en las ciencias modernas, se trata del cálculo algorítmico que sirve de fundamento a las explicaciones linguísticas (2) : algorítmo: S s que se lee: significante sobre significado, ese sobre, corresponde al límite que separa esas dos etapas, y que establece la posición jerárquica, y primordial del -- significante sobre el significado, y de ambos sobre la significación. Tenemos entonces al inconsciente definido como un sistema de significantes (3), en el cual el interés no gira alrededor de los mensajes, sino sobre la forma como estos circulan, es decir, la forma como los significantes circulan dentro de un conjunto en el cual cada persona, responde con una señal simbólica, y toma un lugar determinado con relación a la señal que se ha enunciado. (4) Todo podría explicarse diciendo, que ya la importancia no está cifrada en las cosas, como tales, .sino más bien, en el lugar que ellas ocupan, " ... el nexo del significante al significado tiene mucha menos importancia que la organización misma de los significantes entre sí". (1) El algorítmo en cuestión reconoce como características esenciales del' significante dos propiedades fundamentales: 1. Llegar a los últimos elementos diferenciales (fonemas) puesto que son ellos los que pueden movilizarse en la misma letra que es la estructura esencial en que se localiza el significante. 2. El significante se constituiría según leyes de un orden cerrado que implica la necesidad de un sustrato topológico. (2)

 

Efectivamente en la PsicologÚJ de la Vida Cotidiana, Freud habia planteado justamente que los desplazamientos que surgen alrededor de los olvidos y errores pasajeros, no están a merced del azar, sino que corresponden a "determinadas trayectorias regulares y perfectamente calculables, y los nombres subsituídos están en visible conexión con lo buscado". (3) Pero tenemos un ejemplo para ser más claros: (4), se trata del discurso de toma de posesión de un profesor y dice así: "No estoy inclinado (ich bin nicht geneigt) a hacer el elogio de mi antecesor". Queriendo decir "No soy el llamado (ich bin nicht geeignet) ... " Tenemos entonces, cómo dos leyes que se cumplen cabalmente para el a1gorítmo linguístico, pueden corresponder de manera rigurosa a procesos psíquicos muy bien determinados. Podemos cerrar este aparte con Ricoeur quien dice: ..... la palabra es el lugar del lenguaje donde se hace constantemente ese intercambio de la estructura y del acontecimiento". Cadena Significante y Proceso Primario: Dos discípulos de Lacan: S. Leclaire, y J. Laplanche, autores del texto sobre el"Inconsciente", texto fundamental dentro de las actuales investigaciones psicoanalíticas: definen el inconsciente, bajo conceptos hegelianos que son utilizables en nuestra explicación. "El inconsciente es una estructura organizada de la aprehensión de sí mismo, que contiene una serie de elementos, un discurso coherente, entero, que no ha-sido jamás actualizado en su totalidad". (5) Tomándolo nosotros como base podemos ampliarlo diciendo que el inconsciente tiene un m?do de funcionar muy particular, caracterizado por las pulsiones del ello, energías móviles, cambiantes, contenidos reprimidos, y que han sido denominados como el: Proceso Psíquico Primario, parece ser que este proceso primario, sería la puerta de salida de la energía libidinal según dos vías determinadas: el desplazamiento y la condensación, (procesos anteriormente definidos por Freud, y fundamentados como leyes que rigen el inconsciente por Lacan). En este contexto, Lacan ha· bla de la Cadena Significante, como el regulador de este Proceso Psíquico Primario, creando un funcionamiento en el cual, la cadena significante sería el sistema en el cual, y por lo cual, cada palabra envía a otra palabra, y esta a su vez a otra, y así sucesivamente en una serie equivalente (las sustituciones sinónimas están autorizadas), a la manera de un diccionario. (1) Freud había señalado que la sucesión del relato de un paciente no podía restituirse sino en una serie estructural, (relatos estos basados en los dos principios fundamentales de la asociación libre a saber: la no omisión, y la no sistematización), este traer a la situación analítica recuerdos y reminiscencias genéticas, no trata de entenderse como la descripción de un proceso cronológicamente evolutivo, sino que servían como material para encontrar la inserción de las relaciones humanas en ciertos momentos y situaciones fundamentales para el sujeto. (2) GRAMATICA DEL LENGUAJE INCONSCIENTE Siguiendo el orden de ideas establecido hasta ahora, tenemos ya bases suficientes para comprender el planteamiento según el cual, siendo la 'representancia' de la pulsión original, la que fundamenta la relación edípica, es decir, estando el deBeD como base y fundamento de las pulsiones básicas del individuo, esto significa que el orden donde se opera el desarrollo, y la organización de las pulsiones sexuales (inconsciente), es el fundamento mismo de la estructuración del lenguaje Antes decíamos que cada palabra nos llevaba a otra a la manera de un diccionario, palabra a palabra, significante a significante. Ahora bien, según Lacan esta cadena estaría privilegiada por puntos de agarre, puntos de fuerza, palabras claves, que, como puntos privilegiados, detendría a la cadena significante en la resolución del significado. Entonces el análisis del "Pie de la letra" sería el de tomar los significantes en su elemento literal-formal, constitutivo del signo, sería la línea horizontal que va poblando al universo de significantes, y que va situando al sujeto con respecto a la estructura significante. Según el "sentido" sería la búsqueda del significativo por vía de la significación. La búsqueda llevada a cabo en vía ascendente como una línea simbólica, para llegar a los puntos claves (designados así por Lacan), que son formas verbales, hasta llegar a los núcleos de la estructura conflictiva. Es esta la razón por la cual puede hablarse, de un análisis que es aplicable igualmente al sueño, al síntoma al discurso del neurótico, etc. Esta cadena asociativa, nos va a permitir reconocer el resorte propio del inconsciente en base a la cuantiosa combinación de significantes bajo forma de equívocos, etc. La estructura significante me descubre la posibilidad de servirme en el lenguaje para significar "otra cosa" de lo que ella dice. (1) Siendo esa la' razón por la cual, el significante no tiene interpretación -- sino en su relación con otro significante, y como justamente en esa distancia es donde reside la importancia del síntoma. (2

Metáfora y Metonimia: Hasta el momento hemos venido insistiendo en el hecho de que las dos leyes fundamentales que se operan en el proceso inconsciente, son el desplazamiento y la condensación. Podemos ahora plantear la estructuración de esas leyes, en fundamentos linguísticos, como lo demuestra Lacan. Empezaremos pues, por dar una idea general de lo que esos conceptos suponen en la teoría psicoanalítica: Desplazamiento: Movilización de energías sobre objetos, ideas o pensamientos. Lo que se desplaza es la energía. Condensación: Indica la representación de varias imágenes en una sola. Sin movilización de la energía. Ahora bien, la estructuración linguística en la que Lacan las formula es la siguiente: Metonimia: Corresponde a la idea de que es la conexión de dos palabras en un solo significante. Corresponde a la fórmula "palabra a palabra": (mot a mot) (1) Metáfora: Corresponde a la fórmula según la cual un significante substituye al otro tomando su Jugar en la cadena significante: corresponde a la fórmula "una palabra por otra". (un mot pour un autre). (2) Así pues, mientras que la metáfora es una estructura en la que se trata de la substitución de significante a significante la que produce la significación. En la metonimia tenemos que se trata de la figura que señala la conexión existente entre un significante y otro soportando así estos dos procesos: El mecanismo elemental del lenguaje, que es justamente el que el sujeto utiliza sin cesar. (3) El mecanismo de la metáfora indica dónde se determina el síntoma en el sentido analítico; porque entre el significante enigmático del trauma sexual, y el término que lo substituye en la cadena asociativa actual, se descubre el síntoma como significación accesible al sujeto a nivel inconsciente; e inaccesible al sujeto a nivel inconsciente que es donde podría resolverla. (4) Con respecto a la metonimia diremos que es lo que sefiala lo que falta en la relación con el objeto, el mecanismo se encuentra en el punto de suspensión de la cadena significante en la cual el recuerdo se estatifica, y en cuya base siempre estará el deseo como fuerza de dominación o goce. (1) DESPLAZAMIENTO-----METONIMIA-----DESEO CONDENSACION-----METAFORA -----,SINTOMA Luego el síntoma es metáfora como el deseo es metonimia.

 

 

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