martes, 16 de agosto de 2022

El Espíritu Campo ontológico

 


Campo ontológico el Espíritu

Jugador

La leyenda de Gilgamesh

http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/Colecciones/ObrasClasicas/_docs/Gilgamesh.pdf

Rito de no dormir

Enuma elish

https://web.seducoahuila.gob.mx/biblioweb/upload/enuma-elish.pdf

Mito de la creación  

Chaman apóstol  Los vedas

file:///C:/Users/PC/Downloads/Los_Upanishads%20(1).pdf

Representación

 Guerrero evangelizador Zaratustra El Avesta   https://www.mercaba.es/mesopotamia/avesta_de_zoroastro.pdf

Diacrítica   

Profeta los versos satánicos  

https://lideresparagobernar.org/wp-content/uploads/2016/06/Los-Versos-Satanicos-_-the-Sat-Salman-Rushdie_62.pdf

Alteración  

Sacerdote Cristo  en el desierto

Biodramturgia  

 Matria Apocalipsis la mujer en el desierto

Comunión.

 

 

Técnica meta expresiva

Muladhara Tener energía potencial alimentación comunión con Dios, energía kinestésica pre expresivo, energía termodinámica meta expresivo

Svadhisthana Deseo  Psicoanálisis, erotico , tanatico notación musical, transferencia, retraferencia  contra traferencia, logarito, sintransferencia

Manipura poder  Ki i ching traferencia del chi de cada uno segun el i ching ying y yan, 4 elementos ,c ombinacion de elementos e imágenes naturales.

Anahatha amor , cosmovisión andina energías, Ichay, camac, ayni, kausay, jucha, …

 

Conversión de desesperación termodinámica al ser abrazo

Conversión de la tensión libida al pasicoanalisis por medio del a asociación e interpretación de la asociación libre   de palabras, traferencias, llegar a la sintraferencia.

Conversión del ki de los  4 elementos logrando su conciencia por medio dela biodramturgia de los 4 elementos y el evangelio de la Matria.

Vishudha  se despierta con la lucha Dionisiaca apolínea  prediscursos jugar a poner nombre discursos unívocos biblia hechos discurso de Pedro, análogos Vallejo, equívocos Hegel, formales Newton, deconstructivos Derrida el retiro de la metáfora, algorítmicos instrucciones , biodramaturguicos, sintransferencia, sincornicidad, sintergia ir al ajña.

Ajña   

Se despierta con el marga karma, el jhana marga, y el bacthi marga

   Jugador

La leyenda de Gilgamesh

http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/Colecciones/ObrasClasicas/_docs/Gilgamesh.pdf

Rito de no dormir

Enuma elish

https://web.seducoahuila.gob.mx/biblioweb/upload/enuma-elish.pdf

Mito de la creación  

Chaman apóstol  Los vedas

file:///C:/Users/PC/Downloads/Los_Upanishads%20(1).pdf

Representación

 Guerrero evangelizador Zaratustra El Avesta   https://www.mercaba.es/mesopotamia/avesta_de_zoroastro.pdf

Diacrítica   

Profeta los versos satánicos  

https://lideresparagobernar.org/wp-content/uploads/2016/06/Los-Versos-Satanicos-_-the-Sat-Salman-Rushdie_62.pdf

Alteración  

Sacerdote Cristo  en el desierto

Mierdad el arca de la libertad

Biodramturgia  

 Matria Apocalipsis la mujer en el desierto

Evangelio de la matria santa mierdad la conversión de los dragones Waylusqa, kie, Amira.  

Comunión.

Sahashara

Oración-Meditación-contemplación.

Paso del ser al no ser para ser-    

1→0→1

1←0←1

1←0→1

Campo ontológico Espíritu

 

«Gilgamesh, ¿a dónde vagas tú? La vida que persigues no hallarás. Cuando los dioses crearon la humanidad, la muerte para la humanidad apartaron, reteniendo la vida en las propias manos. Tú, Gilgamesh, llena tu vientre, goza de día y de noche. Ecl 5:18 cada día celebra una fiesta regocijada, ¡día y noche danza tú y juega! Ecl 8:15 (10) procura que tus vestidos sean flamantes, Ecl 9:8—9 Tu cabeza lava; báñate en agua. Atiende al pequeño que toma tu mano

¡Que tu esposa se deleite en tu seno! ¡pues ésa es la tarea de la [humanidad]!»

Gilgamesh le dijo, a Utnapishtim el Lejano: «Cuando te miro, Utnapishtim, Tus rasgos no son extraños; incluso como yo eres. Tú no eres extraño; antes bien, como yo eres. ¡Mi corazón te había imaginado como resuelto a batallar, [Pero] descansas indolente sobre tu dorso! [Dime], ¿cómo te sumaste a la Asamblea de los dioses, En tu busca de la vida?» Utnapishtim dijo a él, a Gilgamesh: «Te revelaré, Gilgamesh, una materia oculta  y un secreto de los dioses te diré: Suruppak —ciudad que tú conoces [(y) que en las riberas del Éufrates] está situada——, esa ciudad era antigua (como lo eran) los dioses de su interior, cuando sus corazones impulsaron a los grandes dioses a suscitar el diluvio. Estaban Anu, su padre, El valiente Enlil, su consejero, Ninurta, su asistente, Ennuge, su irrigador. Ninigiku—Ea también estaba presente con ellos;  Sus palabras repite a la choza de cañas: "¡Choza de cañas, choza de cañas! ¡Pared, pared! ¡Choza de cañas, escucha! ¡Pared, vibra! Hombre de Suruppak, hijo de Ubar—Tutu, ¡Demuele (esta) casa, construye una nave! Gn 6:14 Renuncia a las posesiones, busea la vida. ¡Desiste de bienes (mundanales) y mantén el alma viva!

A bordo de la nave lleva la simiente de todas las cosas vivas. Gn 6:19—20 El barco que construirás, sus dimensiones habrá que medir. (30) Igual será su amplitud y su longitud. Gn 6:15 Como el Apsu lo techarás". Entendí y dije a Ea, mi señor: "[He aquí], mi señor, lo que así ordenaste tendré a honra ejecutar. [Pero, ¿qué] contestaré a la ciudad, a la gente y a los ancianos?" Ea abrió su boca para hablar, diciendo a mí, su servidor: En tal caso les hablarás así: "He sabido que Enlil me es hostil, (40) de modo que no puedo residir en vuestra ciudad, ni poner mi p[ie] en el territorio de Enlil. Por lo tanto, a lo profundo bajaré, para vivir con mi señor Ea. [Pero sobre] vosotros derramará la abundancia, [Los] pájaros [selectos], los más excelentes peces. [La tierra se colmará] de riqueza de cosechas. [Aquel que en el ocaso ordena] las vainas verdes, Verterá sobre vosotros una lluvia de trigo". Al primer resplandor del alba, La tierra se juntó [a mi alrededor]

Los pequeños [llev]aban brea, al paso que los grandes transportaban [el resto] de lo necesario. Al quinto día tendí su maderamen. Un acre (entero) era el espacio de su suelo, diez docenas de codos la altura de cada pared, Gen 6,15 diez docenas de codos cada borde del cuadrado puentel. Preparé los contornos (y) lo ensamblé. (60) Lo proveí de seis puentes, dividiéndolo (así) en siete partes. El plano de su piso dividí en nueve partes. Clavé desaguaderos en él. Me procuré pértigas y acopié suministros. Seis (medidas) "sar" de betún eché en el horno, Gen 6,14 Tres "sar" de asfalto [también] eché en el interior, tres "sar" de aceite los portadores de cestas transportaron, aparte de un "sar" de aceite que la calafateadura consumió, y los dos "sar" de aceite [que] el barquero estibó.  Bueyes maté para la [gente], Gen 6,21 y sacrifiqué ovejas cada día. Mosto, vino rojo, aceite y vino blanco [di] a los trabajadores [para beber], como si fuera agua del río, para que celebrasen como en el día del Año Nuevo. A[brí ...] ungüento, aplicándo(lo) a mi mano. [Al sépti]mo [día] el barco estuvo completo. [La botadura] fue ardua, hasta el punto de que hubieron de cambiar las planchas de encima y de debajo, [hasta que] dos tercios de [la estructura entraron [en el agua].  Cuanto tenía

 

cargué en él: Cuanta plata tenía cargué en él; cuanto oro tenía cargué en él; cuantos seres vivos tenía [cargué] en él. Gen 7,7—8 Toda mi familia y parentela hice subir al barco. Las bestias de los campos, las salvajes criaturas de los campos, Gen 7,13—16 todos los artesanos hice subir a bordo. Samas me había fijado un tiempo: "Cuando aquel que ordena la intranquilidad nocturna, envíe una lluvia de tizón, ¡sube a bordo y clava la entrada!~ aquel tiempo señalado llegó: "Aquel que ordena la intranquilidad nocturna, envía una lluvia de tizón". Contemplé la apariencia del tiempo. El tiempo era espantoso de contemplar. Subí al barco y clavé la entrada. Para clavar (todo) el barco, a Puzur-Amurri, el barquero, cedí la estructura con su contenido. Al primer resplandor del alba, Una nube negra se alzó del horizonte. Gn 7:11 En su interior Adad truena, mientras Sullat y Hanis van delante, (100) moviéndose como heraldos sobre colina y llano. Erragal arranca los postes; avanza Mnurta y hace que los diques sigan. Los Anunnaki levantan las antorchas, encendiendo la tierra con su fulgor. La consternación debida a Adad llega a los cielos, pues volvió en negrura lo que había sido luz. [La vasta] tierra se hizo arlicos como [una perola]. Durante un día la tormenta del sur [sopló], Acumulando velocidad a medida que bufaba [sumergiendo los montes], (110) Atrapando a la [gente] como una batalla. Nadie ve a su prójimo, No puede reconocerse la gente desde el cielo. Los dioses se aterraron del diluvio, y, retrocediendo, ascendieron al cielo de Anul. Los dioses se agazaparon como perros acurrucados contra el muro exterior. Istar gritó como una mujer en sus dolores, la señora de dulce voz de los [dioses] gime: "Los días antiguos se han trocado, ¡ay!, en arcilla, Gn 7:23 porque hablé maldad en la asamblea de los dioses. (120) ¿Cómo pude hablar maldad en la asamblea de los dioses, ordenando batalla para destrucción de mi gente, Gn 8:21 cuando yo misma di a luz a mi pueblo? ¡Como el desove de los peces llena el mar!" Los dioses Anunnaki lloran con ella, los dioses, humildemente, están sentados y lloran, con los labios apretados, [... ] uno y todos. Seis días y [seis] noches sopla el viento del diluvio, mientras la tormenta del sur barre la tierra. Al llegar al séptimo día, La tormenta del sur (transportadora) del diluvio amainó en la batalla, (130) que había reñido como un ejército el mar se aquietó, la tempestad se apaciguó, el diluvio cesó. Gn 8:1—2 Contemplé el tiempo: la calma se había establecido, y toda la humanidad había vuelto a la arcilla. El paisaje era llano como un tejado chato. Abrí una escotilla y la luz hirió mi rostro. Gen 8,6 inclinándome muy bajo, sentéme y lloré, deslizándose las lágrimas por mi cara. Miré en busca de la línea litoral en la extensión del mar: En cada catorce (regiones) emergía una comarca (montañosa). (140) En el Monte Nisir el barco se detuvo. Gen 8,4 El Monte Nisir mantuvo sujeta la nave, Impidiéndole el movimiento, Un primer día, un segundo día, el Monte Nisir mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento. Un tercer día, un cuarto día, el Monte Nisir mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento. Un quinto y un sexto (día), el Monte Nisir mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento. Al llegar el séptimo día, envié y solté una paloma. La paloma se fue, pero regresó; Gn 8,8—10 puesto que no había descansadero visible, volvió. Entonces envié y solté una golondrina. (150) la golondrina se fue, pero regresó; puesto que no había descansadero visible, volvió. Después envié y solté un cuervo. Gn 8,7 El cuervo se fue y, viendo que las aguas habían disminuido, come, se cierne, grazna y no regresa. Entonces dejé salir (todo) a los cuatro vientos Y ofrecí un sacrificio. Vertí una libación en la cima del monte. Gn 8,19-20 Siete y siete vasijas cultuales preparé, Sobre sus trípodes amontoné caña, cedro y mirto. Los dioses olieron el sabor, Gn 8,21 Los dioses olieron el dulce sabor, los dioses se apiñaron como moscas en torno al sacrificante. Cuando, al fin, la gran diosa llegó, alzó las grandes joyas que Anu había labrado a su antojo: "Dioses, tan cierto como este lapislázuli está en mi cuello, no olvidaré, recordaré estos días, sin jamás olvidarlos. Vengan los dioses a la ofrenda; (pero) no acuda Enlil a la ofrenda, porque, sin razón, causó el diluvio y a mi pueblo condenó a la destrucción". (170) Cuando finalmente llegó Enlil, y vio el barco, Enlil montó en cólera, le invadió la ira contra los dioses Igigi: "¿Escapó algún alma viva? ¡Ningún hombre debía sobrevivir a la destrucción!" Ninurta abrió la boca para hablar, diciendo al valiente Enlil: "¿Quién, salvo Ea, puede maquinar proyectos? Sólo Ea conoce todo". Ea abrió la boca para hablar, diciendo al valiente Enlil: "Tú, el más sabio de los dioses, tú, héroe, ¿Cómo pudiste, irrazonablemente, causar el diluvio? (180) ¡Al pecador impón sus pecados, Al transgresor impón su transgresión! ¡(Sin embargo), sé benévolo para que no sea cercenado! ¡Sé paciente para que no sea des[plazado]! En lugar de traer tú el diluvio, Ez 14,13-21 ¡ojalá un león hubiera surgido para disminuir la humanidad! En lugar de traer tú el diluvio, ¡ojalá un lobo hubiera surgido para disminuir la humanidad! En lugar de traer tú el diluvio, ¡ojalá un hambre hubiera surgido para m[enguar] la humanidad! En lugar de traer tú el diluvio, ¡Ojalá una pestilencia hubiera surgido para he[rir] a la humanidad! No fui yo quien reveló el secreto de los grandes dioses. Dejé que Atrahasis viese un sueño, Y percibió el secreto de los dioses. ¡Reflexiona ahora en lo que le atañe!

 

A esto Enlil subió a bordo del barco.  Cogiéndome de la mano, me subió a bordo. Subió mi mujer a bordo e hizo que se arrodillara a mi lado. De pie entre nosotros, tocó nuestras frentes para bendecirnos: "Hasta ahora Utnapishtim fue tan sólo humano. En adelante Utnapishtim y su mujer serán como nosotros dioses. ¡Utnapishtim residirá lejos, en la boca de los ríos!" Así me cogieron y me hicieron residir lejos, en la boca de los ríos. Pero ahora, ¿quién por ti convocará los dioses a la asamblea, para que encuentres la vida que buscas? ¡Ea!, no concilies el sueño durante siete días y siete noches».  Mientras allí se sienta sobre sus nalgas, el sueño le aventa como el torbellino. Utnapishtim dice a ella, a su esposa: «¡Contempla a este héroe que busca la vida! El sueño le envuelve como una niebla».

Primer despertar

Antes de que el cielo y la tierra existiesen (literalmente, “tuviesen nombre”, cf. I:1-2), la diosa del agua salada Tiamat y su esposo Apsu, el dios del agua dulce, engendraron una familia de dioses, entre otros Laḫmu y Laḫamu, Anshar y Kisar (I:10-12). Anshar y Kisar engendrarían a Anu (I:14); Anu, a su vez, engendraría a Ea, también conocido como Nudimmud o Enki (I:16), el cual superaría a sus padres y no tendría rival entre los dioses (I:20). Muchos de estos nuevos dioses, con sus gritos y sus danzas, comenzaron a causar disgusto a los dos dioses primigéneos, pero especialmente a Apsu (I:21-28). Así pues, Apsu planeó acabar con estos, y así se lo expuso a Tiamat. Su esposa se lamentó amargamente por esta decisión: “¿Cómo vamos a destruir a quienes hemos engendrado?” (I:29-46). Pero Apsu, animado por su hijo y asesor Mummu, decide llevar a cabo su funesto plan (I:47-54).

 

 

La resolución de Apsu llegó a oídos de los dioses, quienes se llenaron de espanto (I:55-57). Entonces Ea, mediante un encanto, hizo dormir a Apsu y lo mató (I:59-69), haciendo prisionero al asesor Mummu. Luego, sobre el cadáver de Apsu fundó su propio palacio, que se conocería con el mismo nombre de Apsu y allí descansó (I:71-77). En el palacio de Apsu Ea y su esposa Damkina concibieron a Marduk, también conocido como Beʿl o Señor (I:79-84). Marduk creció y se hizo fuerte, y su abuelo Anu, orgulloso de él, lo dotó de toda perfección (I:86-107).

Pasado un tiempo, Tiamat, resentida por la muerte de su esposo e incitada por algunos de los dioses, decidió tomar venganza por la muerte de su Apsu (I:108-125). Entonces preparó un pequeño pero temible ejército para acabar con los dioses rebeldes: hizo once monstruos, entre los que se citan una hidra, un dragón, un héroe peludo, un “gran día”, un perro salvaje, un hombre-escorpión, un demonio feroz, un hombre-pez y un hombre-toro (I:126-146). Además, tomó como esposo a su hijo Kingu y le encomendó la dirección del ejército, entregándole las tablillas del destino, la autoridad sobre todos los dioses: lo que dijese Kingu habría de cumplirse (I:147-162).

Cuando Ea tuvo conocimiento de los planes de Tiamat, se dirigió a su abuelo Ansar para informarlo:

Padre mío, Tiamat, nuestra madre, ha concebido odio hacia nosotros:
ha levantado un ejército en su furia salvaje
y todos los dioses se han pasado a su lado,
incluso los que vosotros engendrasteis toman partido por ella (II:11-14)

Apesadumbrado, Ansar respondió a su nieto:

“Hijo mío, tú provocaste la guerra,
asume la responsabilidad de lo que hiciste solo:
tú expusiste y mataste a Apsu.
En cuanto a Tiamat, a quien tú enfureciste, ¿quién es semejante a ella? (II:53-56).

Anu pidió a Ea que fuese adonde Tiamat para tratar de aplacarla mediante alguno de sus encantos, como había hecho con Apsu (II:77-78). Sin embargo, al acercarse a la diosa, Ea se dio cuenta de que sus encantos eran totalmente inocuos para ella (II:80-82;85-86). Vuelto a la presencia de su abuelo Ansar, Ea confesó su impotencia y le pidió que enviase a otro dios contra ella. Sin embargo, se mostró seguro de que Tiamat, aunque fuerte, no era invencible, pues “aunque el poder de una mujer sea muy grande, no iguala al de un hombre” (II:92). Ansar envió entonces a su hijo Anu (II:96-102), pero Anu corrió la misma suerte que Ea, y vuelto a Ansar pidió que enviase a otro dios contra la temible Tiamat (II:103-118).

Mientras Ansar estaba furioso por el fracaso de su hijo y su nieto, sin saber a quién enviar, Ea fue a visitar a su hijo Marduk, y le dijo:

Marduk, hazme caso y escucha a tu padre:
tú eres mi hijo, en quien me complazco.
Preséntate reverentemente ante Ansar
y habla, y toma tu puesto y aplácalo (II:131-134).

Marduk, entendiendo perfectamente a qué se refería su padre y ansioso por asumir este cometido, se presentó ante Ansar le dijo:

Yo iré y cumpliré tus deseos.
¿Qué varón se ha atrevido a mover guerra contra ti?
¿Y va Tiamat, una mujer, a atacarte con sus armas?
Padre, que nos concebiste, gózate y alégrate:
pronto pisotearás el cuello de Tiamat (II:142-148).

Ansar se alegró sobremanera ante el valor de su descendiente, y mandó reunir a los dioses para exponerles el plan de Marduk (III:1-10). Para ello envió a su asesor Kaka a los dioses Laḫmu y Laḫamu, quien narra lo sucedido: cómo Tiamat ha decidido hacer la guerra y cómo Ea y Anu han sido incapaces de detenerla (III:67-124). Consternados ante esta situación, “todos los dioses que decretan destinos” se reunieron en presencia de Ansar, celebraron un banquete y nombraron a Marduk vengador suyo (III:125-138). “Lo sentaron en el trono real: a la vista de sus padres, fue establecido como soberano” (IV:1-2). Para demostrar su poder, Marduk hizo desaparecer y aparecer una constelación con su sola palabra (IV:19-26), a la vista de lo cual los dioses se convencieron y aclamaron: “¡Marduk es rey!” (IV:28).

Marduk se preparó para la batalla: se fabricó un arco (IV:35), se ciñó la espada y tomó su garrote en la mano derecha (IV:36-37), obtuvo una red para recoger las entrañas de Tiamat (IV:41) y se hizo con los cuatro vientos y otros elementos de la tormenta (IV:42-49). Finalmente, preparó el carro para la batalla, tirado por cuatro caballos: destructor, inmisericorde, pisoteador y raudo (IV:50-54). Y así se fue al encuentro de Tiamat.

Aunque al inicio perdió el valor al contemplar las fauces de la terrible diosa y los trucos de Kingu (IV:65-70), pronto volvió en sí cuando Tiamat le lanzó su primer conjuro. Marduk arrojó contra ella la tormenta-inundación, reprochándole la crueldad para con sus hijos y sus acciones en pro de una guerra, y la retó, diciendo: “Cíñete tus armas, que tú y yo vamos a tomar posiciones y luchar” (IV:77-86). Furiosa por estas palabras, la diosa se abalanzó contra quien la retaba. Entonces Marduk la atrapó con su red y mandó contra ella los vientos, que Tiamat, abriendo la boca, engulló. Pero estando ella así, con la boca abierta y su vientre hinchado por los vientos, Marduk tiró contra ella una flecha que acertó en el vientre, desgarrándolo y derramando sus entrañas (IV:89-104). Muerta Tiamat, su ejército se dispersó, y Kingu fue hecho prisionero. Marduk le arrebató las tablillas del destino y las hizo suyas (IV:119-122).

Volviendo al cadáver de Tiamat, Marduk aplastó la cabeza con su maza y le cortó las venas (IV:128-132): la sangre, esparcida por el viento, llevó la noticia de la victoria a los demás dioses, y “el Señor (Marduk) descansó, analizando el cadáver para ver cómo lo iba a desmembrar de un modo adecuado” (IV:135). Ante todo, lo separó en dos partes como una concha (IV:137), y puso una de las mitades en el cielo, como un techo que no dejara que se escaparan las aguas que había encima (IV:138-140). Luego fijó las moradas de algunos de los dioses en el cielo (IV:141-146). Estableció las estaciones creando las estrellas y las constelaciones (V:1-11), los meses creando la luna (Nannar) e indicándole con precisión sus ciclos (V:12-36); asimismo creó el sol, las nubes a partir de cierta espuma procedente de Tiamat (V:47-49). Marduk creó también los vientos y las tormentas, pero se reservó para sí mismo disponer de ellos su discreción (V:50-52). Al abrir a Tiamat, había agua salda (los océanos), y de los ojos de la diosa muerta brotaron los ríos Tigris y Éufrates (V:54-55). Y así, con el cuerpo inerte de Tiamat Marduk siguió formando las montañas, los ríos y el resto del mundo (V:56-67). Terminado todo y habiendo establecido las leyes y decretos que regirían el ordenado funcionamiento del cielo y de la tierra, entregó las riendas de todo a su padre Ea (V.67-68).

Los dioses homenajearon y rindieron pleitesía a Marduk (V:77-116), que pasó de ser uno de los últimos dioses en ser engendrado a ser el Señor (Beʿl), como proclaron Lahmu y Lahamu: “Antes Marduk era nuestro hijo querido, ahora es vuestro rey: obedeced su mandato” (V:109-110). Al término de aquella celebración, Marduk anunció a la asamblea de los cielos que iba a construir su palacio como lugar de su reposo, y que llamaría al palacio Babilonia, recibiendo la aprobación de los demás dioses (V:119-158).

Marduk, entonces, comunicó a su padre Ea un nuevo plan:

Amasaré la sangre y haré que haya huesos. Crearé una criatura amable, 'hombre' se llamará.
Tendrá que estar al servicio de los demás, para que ellos vivan con cuidado.

Un dios habría de ser sacrificado para utilizar su sangre en la creación del hombre. Así, Marduk, a sugerencia de Ea, reunió a los dioses y les preguntó: “¿Quién instigó el conflicto? ¿Quién hizo rebelde a Tiamat y puso en marcha la guerra? Que sea entregado quien instigó el conflicto” (VI:23-25). Los dioses trajeron al antiguo consejero y esposo de Tiamat, Kingu, ante Ea y allí le dieron muerte (VI:31-32), y “de su sangre él (Ea) creó al hombre” (VI:33). Y a los hombres les fue asignado el servicio de los dioses para que ellos pudieran descansar (VI:34-38).

Terminada la creación del hombre, los Annunaki (los dioses hijos de Anu) decidieron levantar “un santuario de gran renombre” en honor a Marduk, un lugar para su reposo (VI:51). Marduk los animó a realizar su proyecto: “Construid Babilonia (Babel), la tarea que os habéis propuesto” (VI:57). Y los hijos de Anu hicieron ladrillos y construyeron la ciudad. La primera obra fue la construcción del templo de Marduk: el santuario Esagila en la cima del zigurat Etemenanki. Era una réplica del santuario celestial de Ea, el Apsu (VI:59-65). Luego, cada dios se hizo su propio santuario.

Terminadas las obras, Marduk reunió a todos los dioses en un banquete en el Esagila y proclamó: “Esta es Babilonia (Babel), vuestra morada asignada. ¡Complaceos aquí! ¡Sentaos con alegría!” (VI:72-73). En este contexto, Marduk confirmó las leyes que había establecido y se dividieron las tareas de los dioses. (VI:78-81). Anu tomó el arco de Marduk, con el que este había vencido a Tiamat, y, tras ponderarlo con palabras elevadas, lo fijó en el cielo junto con los otros elementos y lo hizo brillar (VI:82-91). Por último, los dioses entregaron a Marduk el reinado supremo: Anu puso un trono elevado para que se sentase Marduk, los dioses se comprometieron a obedecerle con juramento, y Ansar le dio el excelso nombre de Asaluhi (VI:92-101). Los dioses comenzaron entonces una larga oración exaltando a Marduk y recitando cada uno de sus cincuenta nombres (VI:121-VII:136). Por último, el mismo Ea, al escuchar esta letanía de nombres gloriosos de su hijo, proclamó: “¡Que se llame, como yo, Ea; que controle el conjunto de mis ritos; que administre todos mis decretos!” (VII:140.142).

___________________________________________________________

Su esposa dice a él, a Utnapishtim el Lejano: «Tócale para que el hombre despierte, para que regrese salvo por el camino que le trajo, para que por la puerta que salió pueda regresar a su país». Utnapishtim dice a ella, a su esposa:

 

«Puesto que vivir engañado es humano, él procurara engañarse. Gn 8,21 Anda, prepara obleas para él, pon(las) junto a su cabeza, y señala en la pared los días que despierte». Elaboró para él obleas, púso(las) junto a su cabeza, y señaló en la pared los días que despertaba. La primera oblea se ha secado y el hombre comprendió  como el caos había sido superado

 

La segunda se estropeó

Segundo despertar  

 

Vagasravasa, deseoso de recompensas celestiales, entregó en sacrificio todo lo que poseía. Tenía un hijo cuyo nombre era Nakiketas. 2. Mientras los presentes eran entregados, la fe entró en el coraz6n de Nakiketas, que todavía era un muchacho, y pensó: 3. "Malditos seguramente son los mundos a donde va un hombre que ofrece en sacrificio vacas que han bebido agua, comido heno, dado su leche y son estériles." 4. Aquél, conociendo que su padre había prometido entregar todo lo que poseía, y por consiguiente también a su hijo, dijo a su padre: "Estimado padre, ¿a quién vas a entregarme?" Lo dijo por segunda y tercera vez. Entonces el padre replicó enojado: "Te entregaré a la Muerte." (El padre, por haber dicho aquello, aunque fruto de su precipitación, tuvo que ser fiel a su palabra y sacrificar a su hijo.) 5. El hijo contestó: "Voy a la muerte como cabeza de muchos que todavía tienen que morir y con muchos que ahora están muriendo. ¿Cuál será la obra de Yama (el soberano de los fallecidos) que hoy tiene que hacer conmigo? 6. "Miro al pasado y observo lo que ocurrió a los que vinieron, miro al futuro y observo lo que ocurrirá a los que tienen que venir. El hombre mortal madura como el maíz y, como el maíz, brota de nuevo." (Nakiketas entra en la morada de Yama, donde no hay nadie para recibirle. Uno de los siryientes de Yama le increpa así:) 7. "El fuego penetra en las casas cuando un brahmín entra como invitado. Tal fuego solamente puede ser aplacado con una ofrenda de paz. ¡Trae agua, 3 pues, oh Vaivasrata! 8. "Un brahmín que mora en la casa de un hombre necio sin recibir nada para comer, destruye todas las esperanzas y deseos del dueño de la casa, todas sus posesiones, su honestidad, sus sagradas y buenas acciones y todos sus hijos y ganado. (Yama, regresando a su casa después de tres días de ausencia, durante los cuales Nakiketas no había recibido hospitalidad de él, se dirige a Nakiketas:) 9. "Oh, brahmín, puesto que tú, venerable huésped, has permanecido en mi casa tres días sin comer, escoge como compensación tres deseos." 10. Nakiketas contestó: "Oh Muerte, como el primero de mis deseos, escojo que Gautama, mi padre, permanezca Calmo, bondadoso y no se enoje conmigo; de este modo podrá conocerme y saludarme cuando tú me liberes". 11. Yama repuso: "Pormi favor, Andalaki Aruni, tu padre, te aceptará y se comportará contigo como antes. Dormirá serenamente por la noche y la cólera no se apoderará de él cuando vea que has sido liberado de las fauces de la muerte". 12. Nakiketas añadió: "En el mundo celestial no hay miedo alguno, pues tú no moras allí, oh Muerte. En ese reino nadie tiene que llegar a la vejez. Allí no hay hambre, ni sed, ni dolor. Todo es gozo en ese mundo. 13. "Tú conoces, oh Muerte, el sacrificio del fuego que nos conduce al cielo; revélamelo, pues mi corazón rebosa de fe. Aquellos que viven en el reino celestial alcanzan la inmortalidad; éste es, pues, mi segundo deseo." 14. Yama replicó: "Cuando conozcas el sacrificio del fuego que conduce al cielo, comprende, Oh Nakiketas, que con él se alcanzan los mundos infinitos, escondidos en el corazón del hombre". 15. Yama entonces le enseñó a realizar el sacrificio del fuego, que es el principio de todos los mundos. Le enseñó también qué ladrillos se requieren para el altar y cuántos y cómo tienen que ser colocados. Nakiketas repitió todo tal como se le había enseñado. Entonces Mrityu complacido con él, le dijo: 16. "Te concedo otro deseo: El fuego del sacrificio, que te ha sido revelado, 4 tomará tu mismo nombre. 17. "Aquel, pues, que realiza este rito Nakiketas y hallando la unión con los tres, cumple los tres deberes, se halla más allá del nacimiento y la muerte. Quien aprende y comprende este fuego, que nos da a conocer todo lo que ha nacido de Brahma, todo lo venerable y divino, obtiene la paz eterna. 18. "El que conoce los tres fuegos -Nakiketas y, conociendo los tres, prepara el sacrificio- Nakiketas rompe las cadenas de la muerte y se regocija en el mundo que se halla más allá del dolor. 19. "Este, oh Nakiketas -exclamó la Muerte- es tu fuego que conduce al cielo y que tú has escogido como segundo deseo. Escoge ahora, pues, tu tercer deseo." 20. Nakiketas dijo: "Hay una duda que surge en mí cuando muere un hombre. Algunos afirman que su alma también muere y otros dicen lo contrario. Esto me gustaría conocer; si tú me lo muestras, éste es mi tercer deseo". 21. La Muerte respondió: "En este punto incluso los dioses han dudado. No es un tema fácil de comprender. Te ruego que escojas otro deseo, oh Nakiketas, no me obligues a responderte". 22. Mas Nakiketas replicó: "Ciertamente en este punto incluso los dioses han dudado. Con toda seguridad, pues, no hay otro deseo mejor que éste". 23. La Muerte repuso: "Escoge hijos y nietos que vivan cien años, ganado, elefantes, oro y caballos. Escoge como morada la tierra entera y vive tantas cosechas como quieras. 24. "Si puedes pensar en algún deseo parecido, escoge riqueza y larga vida. Sé el rey de toda la tierra. Te concedo el goce de todos los deseos. 25. "Pide cualquier deseo, por difícil que sea de obtener entre los mortales, pídelo según tu deseo: bellas doncellas con carros e instrumentos musicales... Tales deseos ciertamente no son alcanzados por los hombres, solamente por aquellos quienes yo permito obtenerlos. Pide lo que te plazca, pero no preguntes acerca de la muerte." 26. Nakiketas sin embargo respondió: "Estas cosas son efímeras, sólo duran hasta mañana, oh Muerte, puesto que su fuerza nace de los sentidos. Incluso 5 la vida más larga es breve. Quédate, pues, con tus caballos y tus danzas y responde a mi deseo. 27. "Ningún hombre es feliz por la riqueza. ¿Acaso poseeremos riquezas cuando te tengamos que ver? ¿Acaso viviremos cuando tú reines sobre nosotros? Sólo este deseo quiero alcanzar. 28. "¿Qué mortal, después de conocer la liberación de la vejez gozada por los inmortales, apreciará vivir una larga vida en esta tierra, donde no existen los verdaderos placeres que nacen de la belleza y el amor? 29. "Oh Muerte, dinos qué hay en la otra Vida. Nakiketas no escoge otro deseo sino aquel que es la llave del mundo de las tinieblas." SEGUNDO VALLI 1. La Muerte replicó: "El bien es una cosa, el placer otra; estas dos, teniendo fines distintos, encadenan al hombre. El hombre debe permanecer en el bien, pues el que escoge el placer, malogra su destino. 2. "El bien y el placer se acercan al hombre, pero sólo el sabio puede verlos y distinguirlos. Este prefiere el bien y desecha el placer, mas el necio escoge el placer y la avaricia y desecha la virtud. 3. "Tú, oh Nakiketas, después de considerar todos los placeres que son o parecen ser agradables, los has despreciado uno por uno. Tú no has entrado en el camino que lleva a la riqueza, donde muchos son los que perecen. 4. "Muy separados y conduciendo a lugares muy distintos se encuentran la ignorancia y lo que se conoce como sabiduría. Creo que tú, Nakiketas, deseas el verdadero Conocimiento, pues muchos deseos no consiguieron desviarte de tu propósito. 5. "Los necios moran en la oscuridad. Sabios en su propia presunción, andan en círculos, tambaleándose de aquí para allá, como ciegos guiados por ciegos. 6. "La otra vida nunca aparece ante los ojos del chiquillo distraído, engañado por la ilusión de la riqueza. 'Esto es el mundo', piensa, 'no hay otro mundo más que éste'. No se da cuenta que caerá así una y otra vez bajo mi dominio. 6 7. "Aquello que muchos ni siquiera pueden oír, que muchos, cuando lo oyen, no lo comprenden, admirable es el hombre, si hay alguno, que puede darlo a conocer, y admirable el que lo comprende cuando un verdadero maestro se lo muestra. 8. "Cuando esa verdad es dada a conocer por un hombre inferior, no es fácil de ser comprendida. A menos que sea revelada por un ser perfecto, no hay forma de acceder a ella, pues es inconcebiblemente más pequeña que lo pequeño. 9. "Esa doctrina no puede ser obtenida por discusión; mas cuando proviene de la boca de un ser perfecto, entonces es fácil de comprender. Tú la has obtenido, pues eres ciertamente un hombre de verdadera determinación. ¡Haya siempre buscadores como tú! 10. Nakiketas asintió: "Sé que los tesoros terrenales son transitorios, pues lo eterno no puede ser obtenido con cosas que no son eternas; mas yo, por medio de lo transitorio he obtenido lo que está más allá de toda transitoriedad". 11. Yama respondió: "Aunque has visto la satisfacción de todos los deseos, la fundación del mundo, las infinitas recompensas de las buenas acciones, la ribera donde no hay miedo alguno, loada en todas las alabanzas, y la gran morada, has sido sabio y con firme determinación lo has despreciado todo. 12. "El sabio que mediante la meditación en su Ser, reconoce a Dios en el Antiguo, aquel a quien muy pocos ven, que se halla en la más profunda oscuridad y mora en lo oculto, ese sabio ciertamente está más allá del gozo y el dolor. 13. "El mortal que, oyendo esto, lo acoge en su corazón y lo separa de todas las cualidades, alcanzando de este modo el Ser sutil, se llena de gozo, pues ha hallado la causa de todo regocijo. La morada está abierta para ti, oh Nakiketas. 14. Nakiketas repuso: "Quiero que me digas lo que tú ves como ni esto ni aquello, ni efecto ni causa, ni pasado ni futuro". 15. Yama respondió: "La Palabra de la que hablan todos los Vedas, buscada en ayunos y austeridades por muchos hombres, te va a ser revelada. 16. "Esa Palabra imperecedera significa lo más alto; el que conoce este Santo 7 Verbo obtiene todo lo que desea. 17. "Esta es nuestra tabla de salvación, lo supremo de lo supremo. Quien conoce esta Santa Palabra es engrandecido en el mundo de Brahma. 18. "El Inteligente no nace ni muere. No brotó de nada ni nada brotó de él. El Antiguo es innato, eterno, imperecedero. No perece, aunque el cuerpo se corrompa. 19. "Si el que mata cree que es él quien mata, y si el que muere cree que es él quien muere, ambos no comprenden; pues ni uno mata, ni el otro muere a manos de nadie. 20. "El Ser, más pequeño que lo pequeño, más grande que lo grande, está escondido en el corazón de la criatura. El hombre que está libre de los deseos y el dolor, puede ver la majestad del Ser por la gracia del Creador. 21. "Aunque quieto, camina hasta lo lejos; aunque tendido en el suelo, llega a todas partes. ¿Quién, excepto yo, puede conocer a ese Dios que se regocija sin regocijarse? 22. "El sabio que conoce al Ser incorpóreo en el interior de los cuerpos, inmutable en medio de las cosas que cambian, grande y omnipotente, nunca sufre. 23. "Ese Ser no puede ser alcanzado leyendo los Vedas, ni tampoco ser comprendido o aprendido. Sólo aquél a quien el Ser perfecto escoge puede alcanzar su grandeza, pues el Ser ha escogido el cuerpo de ese hombre como el suyo propio. 24. "Pero quien no se aparte de la maldad, ni permanezca tranquilo y sumiso, jamás alcanzará el Ser, ni siquiera mediante el Conocimiento. 25. "¿Quién, entonces, conoce dónde está El, en quien todo desaparece y en quien incluso la muerte es absorbida? TERCER VALLI 1. "Existen dos Brahmas, el superior y el inferior, los cuales obtienen su recompensa en el mundo de sus propias acciones; ambos habitan en la cueva del corazón y moran en la cumbre más alta. Aquellos que conocen a Brahma los llaman la sombra y la luz, así como los padres de familia que realizan el 8 sacrificio Trinakiketa. 2. "Así pues, dominemos perfectamente este rito Nakiketas, que es el puente para los que ofrecen sacrificios y la barca para llegar a la orilla de] imperecedero Brahma. 3. "Conoce el Ser que se sienta en el carro: su cuerpo es el carro, el intelecto el auriga, y la mente las riendas. 4. "Los sentidos son los caballos y los objetos de los sentidos dos los caminos que aquéllos toman. Cuando aquél (el Ser Supremo) está en perfecta unión con el cuerpo, los sentidos y la mente, los sabios llaman a ese estado la dicha Suprema. 5. "El que no comprende y cuya mente (las riendas del caballo) nunca está sujeta firmemente, jamás podrá dominar los sentidos, igual que los caballos de un auriga no pueden ser dominados por un cochero inexperto. 6. "Pero el que comprende y mantiene la mente firme, llega a dominar sus sentidos como los caballos dóciles de un auriga. 7, "El que no comprende, debido a su negligencia e impureza nunca llega a ese lugar, perdiéndose en la rueda de nacimientos. 8. "Pero el que comprende, aquel que es cuidadoso y siempre puro, alcanza en verdad ese lugar donde no se nace de nuevo. 9. "El que comprende a su auriga y sujeta las riendas de la mente, alcanza el fin de su viaje, que es el lugar más alto de Vishnu. 10. "Más allá de los sentidos están los objetos, más allá de los objetos está la mente, más allá de la mente está el intelecto y más allá del intelecto está el Gran Ser. 11. "Más allá del Grande está el Oculto, más allá del oculto está la Persona, Más allá de la Persona no hay nada: esta es la meta del Camino Supremo. 12. "Ese Ser permanece oculto en todos los seres, sin mostrar su brillo, mas es visto por los buscadores sutiles por medio de su agudo y sutil intelecto. 13. "El sabio debe dominar la voz de la mente; debe mantenerla en el interior del Ser, lo cual es el Conocimiento; debe así mismo mantener el Conocimiento en el interior del Ser, lo cual es grandeza y debe mantener a ésta en el interior 9 del Ser, lo cual es Serenidad. 14. "¡Levántate y despierta! Ahora que has obtenido tus deseos. ¡Compréndelos! Tan difícil como pasar por el afilado filo de una navaja, así de duro -dice el sabio- es este camino (hacia el Ser). 15. "El que ha percibido aquello que no tiene sonido, tacto, forma, decadencia, y gusto, que es eterno y no tiene olor, principio ni fin, que está más allá de lo Supremo y es inmutable, éste está libre de las fauces de la muerte. 16. "El sabio que ha repetido u oído la antigua historia de Nakiketas contada por la Muerte es ensalzado en el mundo de Brahma. 17. "Y aquel que repite este Supremo misterio en una reunión de brahamines, o cuyo corazón rebosa de devoción en el momento del sacrificio Sraddha, obtiene también infinitas recompensas." 

 

 

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La tercera está húmeda

Tercer despertar

 

https://www.mercaba.es/mesopotamia/avesta_de_zoroastro.pdf

https://www.youtube.com/watch?v=Jqwgn5xsrkk&t=49811s

http://adagioalamor.blogspot.com/2017/10/asi-volo-la-mariposa-de-zaratustra.html

 

 

 

 

 

 La superficie de la cuarta blanquea;

MAHOUND Gibreel, cuando se somete a lo inevitable, cuando, con párpados pesados, se desliza hacia visiones de su peripecia angélica, se cruza con su amante madre que tiene para él un nombre diferente, Shaitan, le llama, Shaitan, ni más ni menos, porque él ha estado enredando con los tiffins que hay que llevar a la ciudad, para almuerzo de los oficinistas, chico travieso, ella corta el aire con la mano, el muy granuja ha puesto recipientes de carne destinados a los musulmanes en las bolsas de los hindúes no vegetarianos y los clientes se han indignado. Diablillo, le reprende, pero luego lo toma en brazos, mi pequeño farishta, los niños ya se sabe, y él la deja atrás mientras sigue hundiéndose en el sueño y creciendo a medida que va cayendo, y aquella caída empieza a parecer una huida, y la voz de su madre flota hasta él desde lo hondo, baba, mira cómo has crecido, qué enorme, ah, ah, palmadas. Él, gigantesco, sin alas, tiene los pies en el horizonte y los brazos alrededor del sol. En los primeros sueños, él ve comienzos: Shaitan, expulsado del cielo, extiende el brazo hacia una rama de la Cosa Suprema, el loto del último confín que está debajo del Trono, pero Shaitan no lo alcanza, cae, plaf. Pero siguió viviendo, no estaba, no podía estar muerto, cantaba desde las profundidades del infierno sus versos suaves y seductores. Oh, las dulces canciones que él cantaba y en las que sus hijas hacían coro diabólico, sí, las tres, Lat Manat Uzza, niñas sin madre que ríen con su abba, que esconden la risa con la mano mirando a Gibreel, ya verás la broma que te reservamos, a ti y al comerciante de la montaña. Pero antes del comerciante hay otras historias, aquí tenemos al arcángel Gibreel mostrando la fuente de Zamzam a Hagar, la egipcia, para que, cuando el profeta Ibrahim la abandone en el desierto con el hijo de ambos, ella pueda beber el agua fresca del manantial y salvar la vida. Y, después, cuando el jurhum ciegue la fuente de Zamzam con barro y gacelas doradas, por lo que estará perdida durante algún tiempo, él volverá a mostrarla, a Muttalib, el de las tiendas escarlata, padre del niño de pelo de plata que, a su vez, engendrará al comerciante. El comerciante: aquí viene ya. A veces, mientras duerme, Gibreel se siente dormir, fuera del sueño, se siente soñar que sueña, y entonces llega el pánico. Oh, Dios, exclama, Oh, tododiós, aladiós, estoy perdido, pobre de mí. Tengo cascada la sesera, estoy completamente loco, un babuino chiflado, una cabra. Lo mismo que sintió él, el comerciante, la primera vez que vio al arcángel: pensó que estaba pirado, quiso tirarse desde una peña, desde una peña muy alta, una peña en la que crecía un loto desmedrado, una peña tan alta como el techo del mundo. Ya viene, ya sube por el monte Cone, camino de la cueva. Feliz cumpleaños: hoy cumple cuarenta y cuatro. Pero, aunque allá abajo, a su espalda, la ciudad bulle en fiestas, él sube solo. No hubo para él traje nuevo de cumpleaños, bien planchado y doblado al pie de la cama. Hombre de gustos ascéticos. (¿Qué extraño tipo de comerciante es éste?) Pregunta: ¿Qué es lo contrario de fe? 52 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com No es descreimiento. Excesivamente definitivo, cierto, terminante. En sí es una especie de creencia. La duda. En la condición humana; pero ¿y en la angélica? A medio camino entre Aladiós y el homosap, ¿dudaron alguna vez? Sí; un día, desafiando la voluntad de Dios, se escondieron debajo del Trono para murmurar, osaron preguntar cosas prohibidas: antipreguntas. Es lícito que. No podría cuestionarse. Libertad, la vieja anti. Él los calmó, naturalmente, utilizando artes empresariales a lo divino. Los halagó: vosotros seréis los instrumentos de mi voluntad en la tierra, de la salvacondenación del hombre y demás etcétera. Y, en un abrir y cerrar de ojos, fin de la protesta, adelante con las aureolas y vuelta al trabajo. A los ángeles se les apacigua con facilidad; conviértelos en instrumentos y tocarán la música que quieras. Los humanos son más duros de pelar, todo lo dudan, incluso lo que está delante de sus propios ojos. Y detrás de sus ojos. Aquello que, cuando les pesan los párpados, desfila por dentro... los ángeles lo que se dice mucha voluntad no tienen. Voluntad es discrepancia; no sumisión; disensión. Ya lo sé; discurso de diablo, Shaitan que interrumpe a Gibreel. ¿Yo? El comerciante: tiene el aspecto que debe tener, frente alta, nariz aguileña, hombros anchos, caderas estrechas. Estatura mediana, taciturno, vestido con dos trozos de lienzo, cada uno de cuatro varas, uno alrededor del cuerpo y el otro sobre el hombro. Ojos grandes, pestañas largas, como de muchacha. Sus pasos pueden parecer muy largos para sus piernas, pero es hombre de pie ligero. Los huérfanos aprenden a ser blancos móviles, andan de prisa, tienen reacciones rápidas, cautela. Sube por entre los espinos y los opabálsamos, saltando pedruscos, es hombre ágil y fuerte, no un usurero fofo. Y, sí, insisto: no abundan los comerciantes que se vayan al desierto, que suban al monte Cone, a veces un mes seguido, únicamente para estar solo. Su nombre: nombre de sueño, cambiado por la visión. Correctamente pronunciado significa: «aquel para el que gracias deben ser dadas», pero él no atendería; tampoco, aunque él sabe cómo le llaman, cuál es el apodo que le dan en Jahilia, allá abajo —aquel que sube y baja el viejo Coney—. Aquí no es Muhammad ni es MoeHammered, sino que ha adoptado el mote que le colgaron los farangis. Insultos convertidos en blasón: whigs, tories, blacks, todos optaron con orgullo por el nombre que se les daba con desdén. Así también nuestro solitario escalador de montañas con vocación de profeta será el coco medieval que asusta a los niños, sinónimo del diablo: Mahound. Éste es él. Mahound, el comerciante, que sube su tórrida montaña del Hijaz. A sus pies, brilla al sol el espejismo de una ciudad. * * * La ciudad de Jahilia está construida toda de arena, sus muros están formados por el desierto en el que se levanta. Es una visión extraña: amurallada, con cuatro puertas, toda ella un milagro realizado por sus ciudadanos que dominan el arte de transformar la fina arena blanca de estas remotas dunas —el mismo símbolo de la inconsistencia, la quintaesencia de lo inconstante, fluido, engañoso, efímero— y, por medio de la alquimia, han hecho de ella el material de su recién inventada permanencia. Este pueblo se encuentra sólo a tres o cuatro generaciones de su pasado nómada, de la época en la que tenía tan poco arraigo como las dunas o creía que el camino era el hogar. 53 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com — El emigrante, por el contrario, puede prescindir totalmente del viaje; no es más que un mal necesario; lo que importa es llegar—. Bien, muy recientemente y como buenos comerciantes que son, los jahilianos se establecieron en la intersección de las rutas de las grandes caravanas y domeñaron las dunas. Ahora la arena sirve a los poderosos mercaderes urbanos. Prensada en adoquines, pavimenta las tortuosas calles de Jahilia; por la noche, llamas doradas arden en braseros de arena bruñida. Hay cristales en las ventanas, en las largas y estrechas ventanas abiertas en las altísimas paredes de arena de los palacios de los comerciantes; en los callejones de Jahilia los carros tirados por asnos avanzan sobre suaves ruedas de silicio. Yo, en mi maldad, a veces imagino que llega por el desierto una ola gigante, un alto muro de agua espumeante y rugiente, una catástrofe líquida llena de barcos crujientes y brazos náufragos, un maremoto que arrasaría estos orgullosos castillos de arena, reduciéndolos a los granos de los que salieron. Pero aquí no hay olas. El agua es la enemiga de Jahilia. Es transportada en cántaros de barro y no puede ser derramada (el código penal señala duros castigos para los infractores) porque dondequiera que cae una gota la ciudad se erosiona alarmantemente. Las casas se inclinan y vacilan. Los aguadores de Jahilia son una necesidad odiosa, parias imprescindibles y, por lo tanto, inexcusables. En Jahilia nunca llueve; en los jardines de silicio no hay fuentes. Unas cuantas palmeras crecen en patios cerrados y sus raíces han de recorrer gran trecho en busca de humedad. El agua de la ciudad procede de arroyos y fuentes subterráneas, una de ellas, la fabulosa Zamzam, situada en el corazón de la concéntrica ciudad de arena, junto a la Casa de la Piedra Negra. Aquí, en Zamzam, un behesti, un despreciado aguador, extrae el fluido vital y peligroso. El aguador tiene nombre: se llama Khalid. Jahilia, ciudad de comerciantes. El nombre de la tribu es Shark. En esta ciudad, Mahound, el comerciante-profeta, está fundando una de las grandes religiones del mundo; y en este día, el día de su cumpleaños, ha llegado a la encrucijada de su vida. Una voz le susurra al oído: ¿Qué clase de idea eres tú? ¿Hombre o ratón? Nosotros conocemos la voz. Ya la oímos una vez. * * * Mientras Mahound trepa al Coney, Jahilia celebra otro aniversario. En los tiempos antiguos, el patriarca Ibrahim llegó a este valle con Hagar e Ismail, el hijo de ambos. Aquí, en este desierto, la abandonó. Ella le preguntó ¿puede ser esto voluntad de Dios? Y él respondió lo es. Y se marchó, el muy canalla. Desde el principio, los hombres han utilizado a Dios para justificar lo injustificable. Sus designios son insondables, dicen los hombres. No es de extrañar, entonces, que las mujeres se hayan vuelto hacia mí... Pero no nos desviemos; Hagar no era una pécora. Ella tenía confianza: pues entonces él no permitirá que yo muera. Cuando Ibrahim la dejó ella dio de mamar al niño hasta que se quedó sin leche. Luego subió dos montañas, Safa y Marwah, corriendo de una a otra en su desesperación, tratando de descubrir una tienda, un camello, un ser humano. No vio nada. Entonces fue cuando acudió a ella Gibreel y le mostró las aguas de Zamzam. Y Hagar sobrevivió; pero ¿por qué se congregan ahora los peregrinos? ¿Para celebrar que ella se salvara? No, no. Celebran el honor que fue otorgado al valle con la visita de, sí, lo han adivinado, Ibrahim. En el nombre de aquel amante esposo se reúnen, rezan y, sobre todo, gastan. Hoy Jahilia es toda perfume. Los aromas de Arabia, de Arabia Odorífera, impregnan el aire: bálsamo, cassis, canela, incienso, mirra. Los peregrinos beben el vino de la datilera y pasean por la gran feria de la fiesta de Ibrahim. Y, entre ellos, deambula uno cuyo sombrío ceño se destaca entre la alegre muchedumbre: un hombre alto, con ropas anchas y blancas, casi toda una cabeza más alto que Mahound. Lleva la barba recortada, siguiendo el contorno de su cara de mejillas hundidas y 54 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com pómulos pronunciados. Camina con el contoneo, con la elegancia terrible del poder. ¿Cómo se llama? Por fin, la visión da su nombre; también lo ha cambiado el sueño. Éste es Karim Abu Simbel, grande de Jahilia, esposo de la feroz Hind. Jefe del consejo de la ciudad, dueño de incalculables riquezas, de los lucrativos templos de las puertas de la ciudad y de muchos camellos, controlador de caravanas y esposo de la mujer más hermosa de la región. ¿Qué había de conmover las ideas de semejante hombre? No obstante, también Abu Simbel se acerca a una encrucijada. Un nombre le roe por dentro, y ya pueden ustedes imaginar cuál es, Mahound, Mahound, Mahound. ¡Qué esplendor el de la feria de Jahilia! Aquí, en amplias tiendas perfumadas, se exhiben especias, hojas de sena, maderas fragantes; aquí están los vendedores de perfume que compiten por las narices, y por las bolsas, de los peregrinos. Abu Simbel se abre paso entre la multitud. Los comerciantes, judíos, monofisitas y nabateos, compran y venden objetos de plata y oro, pesando y mordiendo monedas con diente experto. Aquí hay lino de Egipto y seda de la China; de Basra, armas y grano. Hay juego, y bebida, y baile. Hay esclavos en venta: nubios, anatolios, etíopes. Las cuatro ramas de la tribu de Shark controlan distintos sectores de la feria. Los perfumes y especias, en las Tiendas Escarlata, y los tejidos y cueros, en las Tiendas Negras. El grupo de Pelo de Plata se encarga de los metales preciosos y las espadas. La diversión —dados, danzarinas, vino de palma, hachís y afeem— compete a la cuarta rama, los Dueños de los Camellos Moteados, que también dirigen el mercado de esclavos. Abu Simbel mira al interior de una tienda de danza. Los peregrinos están sentados sosteniendo la bolsa del dinero con la mano izquierda; de vez en cuando una moneda pasa de la bolsa a la palma de la mano derecha. Las danzarinas mueven el vientre y sudan sin apartar la mirada de los dedos de los peregrinos; cuando dejan de correr las monedas, termina la danza. El gran hombre hace una mueca y deja caer el alerón de la tienda. Jahilia está construida en una serie de desiguales círculos. Sus casas se esparcen hacia el exterior partiendo de la Casa de la Piedra Negra, aproximadamente por orden de riqueza y rango. El palacio de Abu Simbel está en el primer círculo, el más interno; él avanza por una de las sinuosas calles radiales barridas por el viento, por delante de los numerosos videntes de la ciudad que, a cambio del dinero de los peregrinos, trinan, rugen o silban, poseídos por djinnis de pájaros, fieras o serpientes. Le sale al paso, en cuclillas, una hechicera que no ha visto a quién aborda: «¿Quieres cautivar el corazón de una muchacha, mi bien? ¿Quieres tener a tu merced a un enemigo? ¡Prueba mis artes; prueba mis nuditos!» Y levanta una cuerda de nudos, haciéndola oscilar, captador de vidas humanas; pero, al ver a quien tiene delante, deja caer el brazo con desencanto y se aleja refunfuñando entre la arena. Por todas partes, ruidos y codos. Los poetas declaman, subidos a cajas, y los peregrinos arrojan monedas a sus pies. Hay bardos que recitan versos rajaz cuyo metro tetrasílabo se inspira, según la leyenda, en el paso del camello; otros recitan qasidah, poemas de amantes ingratas, aventuras del desierto, la caza del onagro. Dentro de un día aproximadamente se celebrará el concurso anual de poesía, después del cual los siete mejores versos serán clavados en las paredes de la Casa de la Piedra Negra. Los poetas se preparan para el gran día; Abu Simbel ríe de los cantores que cantan sátiras malévolas y odas vitriólicas encargadas por un jefe contra otro, por una tribu contra su vecina. Y saluda inclinando la cabeza cuando uno de los poetas se sitúa a su lado acomodando el paso, un joven delgado y vivaz de dedos nerviosos. Este hombre, a pesar de su juventud, posee la lengua más temida de toda Jahilia, pero hacia Abu Simbel se muestra casi deferente. «¿Por qué tan preocupado, grande? Si no estuvieras perdiendo el pelo, yo te diría que te lo soltaras.» Abu Simbel esboza su sonrisa oblicua. «Qué reputación la tuya — murmura—. Cuánta fama, incluso antes de que se te caigan los dientes de leche. Cuidado no tengamos que arrancártelos.» Bromea, habla con ligereza, pero incluso la ligereza está aderezada de amenaza, por la magnitud de su poder. El muchacho no se inmuta. Acompasando perfectamente la marcha, responde: «Por cada uno que me arranquéis nacerá otro más fuerte que morderá mejor y hará brotar chorros de sangre más caliente.» El Grande asiente levemente. «Te gusta el sabor de la sangre», dice. El muchacho se encoge de hombros. «La misión del poeta es nombrar lo innombrable, denunciar el engaño, tomar partido, iniciar discusiones, dar forma al mundo e impedir que se 55 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com duerma.» Y si de los cortes que infligen sus versos brotan ríos de sangre, de ellos se alimentará. Éste es Baal, el satírico. Pasa una litera con cortinillas; una gran dama de la ciudad que va a ver la feria, transportada a hombros de ocho esclavos anatolios. Abu Simbel toma del brazo al joven Baal con el pretexto de apartarlo del paso y murmura: «Quería verte; permíteme una palabra.» Baal se admira de la habilidad del Grande. Cuando busca a un hombre puede hacer que su presa piense que ha cazado al cazador. Abu Simbel aumenta la presión de su mano; llevándolo del codo, lo conduce hasta el santo de los santos, situado en el centro de la ciudad. «Tengo que darte un encargo —dice el Grande—. Asunto literario. Yo conozco mis limitaciones; las dotes para la malicia rimada, el arte del insulto métrico están fuera de mi alcance. Tú ya me entiendes.» Pero Baal, orgulloso y arrogante, se yergue para defender su dignidad. «No está bien que el artista se convierta en servidor del Estado.» La voz de Simbel se suaviza y adquiere una entonación más dulce. «Ah, sí. Pero ponerte a la disposición de asesinos es cosa perfectamente honorable.» En Jahilia hace furor el culto de los muertos. Cuando un hombre muere, las plañideras alquiladas se golpean, se arañan el pecho y se mesan los cabellos. Sobre la tumba se deja morir a un camello desjarretado. Y si el hombre ha sido asesinado, su pariente más próximo hace votos de ascetismo y persigue al asesino hasta que la sangre es vengada con sangre; entonces es costumbre componer una poesía celebrándolo, pero pocos son los vengadores que poseen el don de la versificación. Muchos poetas se ganan la vida escribiendo cantos de asesinato, y existe la creencia general de que el mejor de estos cantores de la sangre es el precoz polemista Baal. Cuyo orgullo profesional le impide ahora sentirse herido por la ironía del Grande. «Es cuestión cultural», responde. Abu Simbel se hace más meloso todavía. «Quizá sí —musita a las puertas de la Casa de la Piedra Negra—. Pero, Baal, reconócelo, ¿no me debes cierta consideración? Los dos servimos, o así lo creía yo, a la misma señora.» Ahora la sangre huye de las mejillas de Baal; su confianza se resquebraja, se desprende de él como una concha. El Grande, aparentemente ajeno a su confusión, lleva al satirista al interior de la Casa. En Jahilia se dice que este valle es el ombligo de la tierra; que el planeta, cuando fue creado, empezó a girar en torno a este punto. Adán llegó y vio un milagro: cuatro columnas de esmeralda que sostenían un rubí gigantesco y, debajo de este dosel, una gran piedra blanca, que resplandecía también, como una visión de su propia alma. Adán construyó fuertes muros alrededor de la visión a fin de atarla para siempre a la tierra. Aquella fue la primera Casa. Fue reconstruida muchas veces — una vez, por Ibrahim, después de que Hagar e Ismail se salvaran gracias a la intervención del ángel — y poco a poco, la infinidad de manos de los peregrinos de los siglos oscurecieron la piedra blanca hasta hacerla negra. Luego llegó el tiempo de los ídolos; en los tiempos de Mahound, trescientos sesenta dioses de piedra se apiñaban alrededor de la auténtica piedra de Dios. ¿Qué habría pensado el viejo Adán? Sus propios hijos están aquí ahora: el coloso de Hubal, enviado por los amalecitas de Hit, se yergue sobre el pozo del tesoro, Hubal, el pastor, el pálido creciente de luna, y el torvo y peligroso Kain, que es el menguante, herrero y músico; también él tiene sus devotos. Hubal y Kain contemplan desde su altura al Grande y al poeta que pasean. Y el protoDionisos nabateo, El-de-Shara; y Astarté, lucero del alba, y el saturnino Nakruh. Aquí está Manaf, el dios sol. ¡Mira, ahí aletea el gigantesco Nastr, el dios águila! Mira a Quzah, que sostiene el arco iris... No es esto una inundación de dioses, una riada de piedra, para alimentar la gula de los peregrinos, para saciar su sed profana. Estas deidades, para atraer a los viajeros, vienen —al igual que los peregrinos— de muy lejos. También los ídolos son delegados en una especie de feria internacional. 56 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com Aquí hay un dios llamado Alá (que significa, simplemente el dios). Pregunta a los jahilianos y ellos reconocerán que este sujeto tiene una especie de autoridad general, pero no es muy popular: un universalista en una época de imágenes especialistas. Abu Simbel y Baal, que ha empezado a sudar, han llegado a los altares, colocados uno al lado del otro, de las tres diosas más amadas de Jahilia. Se inclinan delante de las tres: Uzza, la de rostro resplandeciente, diosa de la belleza y del amor; la oscura y sombría Manat, la que vuelve la cara, de misteriosos designios, que deja correr arena entre los dedos; la que rige el destino; y, por último, la más importante de las tres, la diosa-madre a la que los griegos llamaban Lato. Ilat la llaman aquí o, con frecuencia, Al-Lat. La diosa. Su mismo nombre la hace oponente e igual de Alá. Lat, la omnipotente. Con súbito alivio en la cara, Baal se arroja al suelo y se prosterna ante ella. Abu Simbel permanece de pie. La familia de Abu Simbel, Grande de Jahilia —o, para ser exactos, de Hind, su esposa—, controla el célebre templo de Lat, situado en la puerta sur de la ciudad. (También perciben las rentas del templo de Manat, en la puerta este, y del templo de Uzza, en la puerta norte.) Estas concesiones son la base de las riquezas del Grande, por lo que, naturalmente, y Baal así lo comprende, él es siervo de Lat. Y la devoción del poeta por esta diosa es conocida en toda Jahilia. ¡Así que sólo a esto se refería! Temblando de alivio, Baal permanece postrado, dando gracias a su divina patrona. La cual le mira con benevolencia; pero no hay que fiarse de la expresión de una diosa. Baal acaba de equivocarse. Insospechadamente, el Grande da al poeta un puntapié en los ríñones. Baal, atacado en el momento en que se creía a salvo, chilla y rueda, y Abu Simbel va tras él, sin dejar de dar puntapiés. Se oye el crujido de una costilla al partirse. «Canalla —comenta el Grande con voz suave y afable —. Truhán de voz chillona y testículos pequeños. ¿Pensabas que el sacerdote del templo de Lat se consideraría camarada tuyo por tu pasión de adolescente por la diosa?» Más puntapiés, acompasados, metódicos. Baal llora a los pies de Abu Simbel. La Casa de la Piedra Negra está muy concurrida, pero ¿quién se atrevería a interponerse entre el Grande y su ira? De pronto, el verdugo de Baal se inclina, agarra del pelo al poeta, le levanta la cabeza y le susurra al oído: «Baal, no era ella la señora a la que yo me refería», y entonces Baal profiere un aullido de horrísona autocompasión, porque sabe que su vida va a terminar, va a terminar cuando tiene todavía tanto por conseguir, el infeliz. Los labios del Grande le rozan la oreja. «Excremento de camello asustado — susurra Abu Simbel—, yo sé que tú te acuestas con mi esposa.» Observa con interés que Baal ha adquirido una perceptible erección, irónico monumento a su miedo. Abu Simbel, el Grande burlado, se levanta, ordena: «De pie» y Baal, perplejo, le sigue al exterior. Las tumbas de Ismail y de su madre Hagar, la egipcia, están en la fachada noroeste de la Casa de la Piedra Negra, en un recinto rodeado de un muro bajo. Abu Simbel se acerca a esta zona y se para a cierta distancia. En el recinto hay un pequeño grupo de hombres. Están Khalid, el aguador, un vagabundo persa que responde al curioso nombre de Salman y, completando esta trinidad de la escoria, Bilal, el liberado por Mahound, un enorme monstruo negro con una voz acorde con su tamaño. Los tres haraganes están sentados en el muro. «Ese hatajo de inútiles —dice Abu Simbel—, ésos son tus objetivos. Escribe sobre ellos, y también sobre su jefe.» Baal, a pesar del miedo, no puede disimular la incredulidad. «Grande, ¿esos idiotas, esos inmundos payasos? No debes preocuparte por ellos. ¿Piensas acaso que el solitario Dios de Mahound arruinará tus templos? ¿Trescientos sesenta contra uno y va a ganar el uno? Imposible.» Ríe, casi histérico. Abu Simbel permanece sereno: «Guarda tus insultos para tus versos.» Baal no puede contener la risa. «Una revolución de aguadores, inmigrantes y esclavos..., buáa, Grande. Qué miedo.» Abu Simbel mira fijamente al poeta, que no cesa de reír. «Sí — responde—, haces bien en tener miedo. Empieza a escribir, haz el favor, y espero que esos versos sean tu obra maestra.» Baal se derrumba y gime: «Pero será desperdiciar mi, mi pequeño talento...» Entonces ve que ha hablado demasiado. «Obedece; no tienes elección», son las últimas palabras que le dice Abu Simbel. 57 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com * * * El Grande de Jahilia está repantigado en su dormitorio mientras las concubinas le sirven. Aceite de coco para su pelo pobre, vino para su paladar, lenguas para su deleite. Tiene razón el chico. ¿Por qué temo yo a Mahound? Distraídamente, empieza a contar las concubinas y al llegar a quince abandona, agitando una mano. El chico. Hind seguirá viéndolo, desde luego; ¿qué posibilidades tiene él de resistírsele? Es una debilidad, lo sabe; ve demasiado y tolera demasiado. Él tiene sus apetitos; ¿por qué no va a tener ella los suyos? Mientras sea discreta, y mientras él lo sepa. Él debe saberlo; el conocimiento es su narcótico, su adicción. Él no puede tolerar lo que no conoce, y por esta razón, si no por otra, Mahound es su enemigo, Mahound, con su hatajo de desharrapados. El chico tenía razón al reírse. Él, el Grande de Jahilia, ríe más difícilmente. Al igual que su oponente, es hombre cauto, él camina sigilosamente. Recuerda al grandullón, el esclavo Bilal, al que su amo, a la puerta del templo de Lat, pidió que enumerara los dioses. «Uno», respondió él con su vozarrón musical. Blasfemia que puede castigarse con la muerte. Lo estiraron en la feria, con un pedrusco en el pecho. ¿Cuántos has dicho? Uno, repetía él, uno. Agregaron otro pedrusco al primero. Uno uno uno. Mahound pagó una gran suma al amo y liberó a Bilal. No, piensa Abu Simbel, el joven Baal se equivoca: ocuparse de estos hombres no es perder el tiempo. ¿Por qué temo yo a Mahound? Por eso: uno uno uno, su aterradora singularidad. Mientras que yo estoy siempre dividido, siempre dos o tres o quince. Incluso puedo apreciar su punto de vista; él es tan rico y próspero como cualquiera de nosotros, como cualquiera de los consejeros, pero, puesto que carece de las adecuadas relaciones familiares, no le hemos ofrecido un lugar en nuestro grupo. Excluido por su orfandad de la buena sociedad mercantil, se siente marginado, cree que no ha recibido lo que merece. Siempre fue un tipo ambicioso. Ambicioso, pero también solitario. No se llega a lo más alto trepando a una montaña en soledad. A no ser, quizá, que allí encuentres un ángel..., sí, eso es. Ahora sé lo que se propone. Pero él a mí no me entendería. ¿Qué clase de idea soy yo? Yo me doblego. Yo me inclino. Yo calculo las probabilidades, arrío velas, manipulo, sobrevivo. Por ello no quiero acusar de adulterio a Hind. Formamos una buena pareja, hielo y fuego. El escudo de su familia, el fabuloso león rojo, la mantícora de muchos dientes. Que juegue con su poeta; entre nosotros nunca hubo relación sexual. Acabaré con él cuando ella haya acabado. Qué mentira tan grande, piensa el Grande de Jahilia mientras se duerme, aquello de que la pluma es más fuerte que la espada. * * * Las fortunas de la ciudad de Jahilia se hicieron gracias a la supremacía de la arena sobre el agua. En los viejos tiempos, se creía más seguro transportar las mercancías por el desierto que por los mares, en los que en cualquier momento podían atacar los monzones. En aquellos tiempos anteriores a la meteorología estas cosas eran imposibles de predecir. Por esta razón, los caravanserrallos prosperaban. Los productos del mundo iban de Zafar a Saba y de allí a Jahilia y al oasis de Ahrib y hasta Midian, donde vivía Moisés, y de allí a Aqabah y Egipto. De Jahilia partían otras rutas; al Este y Noreste, hacia Mesopotamia y el gran Imperio persa. A Petra y a Palmira, donde Salomón amó a la reina de Saba. Aquéllos eran días prósperos. Pero ahora las flotas que surcan las aguas que rodean la península son más osadas; sus tripulaciones, más diestras; sus instrumentos de navegación, más exactos. Las caravanas de camellos pierden clientela ante los 58 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com barcos. La nave del desierto y la nave marina, la vieja rivalidad; ahora, la balanza del poder se decanta. Los gobernantes de Jahilia se irritan, pero poco pueden hacer. A veces, Abu Simbel piensa que sólo las peregrinaciones salvan a la ciudad de la ruina. El consejo busca por todo el mundo imágenes de dioses ajenos para atraer a nuevos peregrinos a la ciudad de arena; pero también en esto hay competencia. En Saba se ha construido un gran templo, un santuario que rivalizará con la Casa de la Piedra Negra. Muchos peregrinos son atraídos hacia el Sur, y en la feria de Jahilia disminuyen los visitantes. Por recomendación de Abu Simbel, los gobernantes de Jahilia han añadido a las prácticas religiosas el tentador y picante aliciente de la disipación. La ciudad se ha hecho famosa por su depravación: antro de juego, burdel, un lugar en el que suenan canciones obscenas y música alocada y estrepitosa. Una vez, varios miembros de la tribu de los sharks fueron muy lejos impulsados por su codicia del dinero de los peregrinos. Los guardianes de la puerta de la Casa empezaron a exigir sobornos a los cansados viajeros; cuatro de ellos, furiosos por lo exiguo de la propina, arrojaron a dos peregrinos por las grandes y empinadas escaleras causándoles la muerte. Esta costumbre fue contraproducente, ya que desanimó a muchos a repetir el viaje... Hoy las peregrinas son raptadas para conseguir rescate o vendidas como concubinas. Pandillas de jóvenes sharks patrullan por la ciudad imponiendo su propia ley. Se dice que Abu Simbel se reúne en secreto con los jefes de las bandas para organizar sus actividades. Éste es el mundo al que Mahound ha traído su mensaje: uno uno uno. En medio de tanta multiplicidad, suena como una palabra peligrosa. El Grande de Jahilia se incorpora y, de inmediato, las concubinas se acercan para reanudar los untes y masajes. Él las despide agitando la mano y da una palmada. Entra el eunuco. «Lleva un mensaje a casa del kahin Mahound», ordena Abu Simbel. Le pondremos una pequeña prueba. Una contienda justa: tres contra uno. * * * Aguador inmigrante esclavo: los tres discípulos de Mahound se lavan en la fuente de Zamzam. En la ciudad de arena, su obsesión por el agua hace de ellos unos excéntricos. Abluciones y más abluciones: las piernas, hasta la rodilla; los brazos, hasta el codo; la cabeza, hasta el cuello. El tronco seco, las extremidades mojadas y el pelo húmedo, ¡qué tipos tan raros! Splish, splosh, lavar y rezar. De rodillas, hundiendo brazos, piernas y cabeza en la ubicua arena y, luego, vuelta a empezar el ciclo de agua y oración. Son blancos fáciles para la pluma de Baal. Su amor al agua es una especie de traición; el pueblo de Jahilia reconoce la omnipotencia de la arena. Se mete entre los dedos de las manos y de los pies, se deposita en las pestañas y se hace costra en los poros. Ellos se abren al desierto: ven, arena, inúndanos de aridez. Así son los jahilitas, desde el primero hasta el último. Son gente de silicio, y ahora entre ellos hay partidarios del agua. Baal, a distancia —con Bilal no se puede jugar—, los provoca. «Si las ideas de Mahound tuvieran algún valor, ¿creéis que serían aceptadas únicamente por gentuza como vosotros?» Salman apacigua a Bilal: «Debemos sentirnos honrados de que el poderoso Baal se digne atacarnos», sonríe, y Bilal se relaja y desiste. Khalid, el aguador, está inquieto, y cuando ve acercarse la figura corpulenta de Hamza, tío de Mahound, corre ansiosamente hacia él. Hamza, a los sesenta años, todavía es el luchador y el cazador de leones más famoso de la ciudad. No obstante, la verdad es menos gloriosa que los elogios: muchas veces, Hamza ha sido vencido en el combate y salvado por los amigos o por la suerte; rescatado de las fauces de los leones. Él tiene dinero suficiente para hacer que estos detalles no trasciendan. Y la edad, y la supervivencia, imprimen una especie de refrendo en una leyenda marcial. Bilal y Salman se olvidan de Khalid y siguen a Baal. Los tres están nerviosos, son jóvenes. 59 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com Todavía no ha vuelto a casa, dice Hamza. Y Khalid, preocupado: Pero si hace horas. ¿Qué estará haciéndole ese canalla, torturándole, empulgueras, látigo? Salman, una vez más, es el más tranquilo: No es el estilo de Simbel, dice; debe de ser algo más taimado, podéis estar seguros. Y Bilal vocifera lealmente: Taimado o no, yo tengo fe en él, en el Profeta. Él no sucumbirá. Hamza se limita a reprochar ligeramente: Oh, Bilal, ¿cuántas veces habré de decírtelo? Conserva tu fe para Dios. El Mensajero sólo es un hombre. La tensión estalla en Khalid: se planta ante el viejo Hamza y pregunta: ¿Quieres decir que el Mensajero es débil? Por más tío que seas... Hamza golpea al aguador sobre una oreja. No le demuestres tu miedo, dice, ni aunque estés medio muerto. Los cuatro están otra vez lavándose cuando llega Mahound; se arremolinan alrededor de él quiénquéporqué. Hamza se mantiene apartado. «Sobrino, esto no me gusta —dice con su áspera voz de soldado — . Cuando bajas de Coney, hay en ti un resplandor; hoy todo son sombras.» Mahound se sienta en el brocal del pozo y sonríe. «Me han ofrecido un trato.» ¿Abu Simbel?, grita Khalid. Inconcebible. Recházalo. El leal Bilal le reprende: No sermonees al Mensajero. Naturalmente, él lo ha rechazado. Salman, el persa, pregunta: Qué trato. Mahound sonríe otra vez. «Por lo menos, uno de vosotros quiere enterarse.» «Es una cosa pequeña —vuelve a empezar—. Un grano de arena. Abu Simbel pide a Alá que le conceda una pequeña gracia.» Hamza ve que está exhausto. Como si hubiera estado peleando con un demonio. El aguador grita: «¡Nada! ¡Ni un adarme!» Hamza le hace callar. «Si nuestro gran Dios quisiera conceder... él usó esta palabra: conceder... que tres, sólo tres de los trescientos sesenta ídolos de la casa son dignos de adoración...» «¡No hay más dios que Dios!», grita Bilal. Y sus compañeros hacen coro: «¡Ya, Alá!» Mahound parece enojado. «¿Quieren los fieles oír al Mensajero?» Ellos enmudecen, restregando los pies en el polvo. «Él pide que Alá reconozca a Lat, Uzza y Manat. A cambio, él garantiza que nosotros seremos tolerados, incluso oficialmente reconocidos; en señal de lo cual yo voy a ser elegido miembro del consejo de Jahilia. Ésta es la oferta.» Salman, el persa, dice: «Es una trampa. Si tú subes al Coney y luego bajas con semejante Mensaje, él te preguntará cómo conseguiste que Gibreel te hiciera la revelación precisa. Entonces podrá llamarte charlatán y farsante.» Mahound mueve la cabeza. «Tú sabes, Salman, que yo he aprendido a escuchar. Esta manera de escuchar es especial; es también una manera de preguntar. Muchas veces, cuando Gibreel viene, es como si él supiera lo que hay en mi corazón. Casi siempre me da la impresión de que él viene de dentro de mi corazón; de lo más profundo, de mi alma.» «Puede ser una trampa diferente —insiste Salman—. •Cuánto tiempo hace que recitamos el credo que tú nos diste? No hay otro dios más que Dios. ¿Qué somos nosotros si ahora lo abandonamos? Esto nos debilita, nos hace absurdos. Dejamos de ser peligrosos. Nadie volverá a tomarnos en serio.» Mahound se ríe, divertido de verdad. «Quizá tú no lleves aquí el tiempo suficiente —dice con amabilidad—. ¿No te has dado cuenta? La gente no nos toma en serio. Cuando yo hablo, nunca hay más de cincuenta personas y la mitad son forasteros. ¿No has leído los pasquines que Baal cuelga por toda la ciudad?» Recita: Mensajero, escucha atentamente Tu monofilia, tu uno uno uno, no es para Jahilia. Devolver al remitente. «En todas partes se burlan de nosotros, y tú dices que somos peligrosos», exclama. 60 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com Ahora Hamza parece inquieto: «Tú nunca te habías preocupado por sus opiniones. ¿Por qué ahora sí? ¿Por qué, después de hablar con Simbel?» Mahound mueve la cabeza. «A veces pienso que debo dar facilidades a la gente para que crea.» Un silencio violento se hace entre los discípulos; intercambian miradas, se revuelven inquietos. Mahound vuelve a gritar: «Todos sabéis lo que ha pasado. Nuestra incapacidad para conseguir conversiones. La gente no quiere renunciar a sus dioses. No quiere, no quiere, no.» Se pone de pie, se aleja de ellos a grandes zancadas, se lava solo, al otro lado del Zam-zam, y se arrodilla para rezar. «La gente está sumida en la oscuridad —dice Bilal tristemente—. Pero un día verá. Y oirá. Dios es uno.» La pena los embarga a los tres; hasta Hamza está desanimado. Mahound ha sido conmovido y sus seguidores tiemblan. El se levanta, se inclina, suspira y se acerca a ellos. «Escuchadme todos —dice poniendo un brazo alrededor de los hombros de Bilal, y el otro alrededor de los de su tío—. Escuchad, es una oferta interesante.» Khalid, que ha quedado fuera del abrazo, interrumpe con resentimiento: «Es una oferta tentadora.» Los otros se horrorizan. Hamza habla dulcemente al aguador: «¿No eras tú, Khalid, el que quería pelearse conmigo hace poco porque suponías erróneamente que cuando yo llamé hombre al Mensajero en realidad le llamaba débil? ¿Y bien? ¿Ahora me toca a mí retarte a pelear?» Mahound suplica la paz. «Si peleamos no hay esperanza. —Trata de elevar la discusión al plano teológico—. No se trata de que Alá acepte a las tres diosas como iguales. Ni siquiera a Lat. Sólo que se les reconozca una categoría intermedia, menor.» «De demonios», estalla Bilal. «No. —Salman, el persa, ha comprendido—. De arcángeles. Simbel es hombre inteligente.» «Ángeles y demonios —dice Mahound—, Shaitan y Gibreel. Todos nosotros, ya, aceptamos su existencia. Abu Simbel pide que reconozcamos a tres más de esta gran cohorte. Sólo tres, y dice él que todas las almas de Jahilia serán nuestras.» «¿Y la Casa quedará limpia de imágenes?», pregunta Salman. Mahound responde que esto no fue especificado. Salman mueve la cabeza. «Hace esto para destruirte.» Y Bilal agrega: «Dios no puede ser cuadro.» Y Khalid, casi llorando: «Mensajero, ¿qué dices? Lat, Manat, Uzza... ¡todas son hembras! ¡Por piedad! ¿Es que ahora vamos a tener diosas? Viejas grullas, garzas, brujas?» Pena tensión fatiga, marcadas profundamente en la cara del Profeta. La cual Hamza, como el soldado que consuela a un compañero herido en el campo de batalla, toma entre las manos. «Nosotros no podemos aclarar esto por ti, sobrino —dice—. Sube a la montaña. Ve a preguntar a Gibreel.» * * * Gibreel es el durmiente cuyo punto de vista es unas veces el de la cámara y otras el del espectador. Cuando es cámara, el objetivo está siempre en movimiento, él detesta las tomas estáticas, de manera que evoluciona sobre una alta grúa, mirando las figuras de los actores, en escorzo, o desciende bruscamente y se mezcla, invisible, con ellos, girando lentamente sobre los talones, para conseguir una panorámica de trescientos sesenta grados, o quizás intenta una toma móvil siguiendo a Baal y Abu Simbel mientras caminan, o, con la manual, con ayuda de un estabilizador, indaga en los secretos del dormitorio del Grande de Jahilia. Pero casi siempre permanece sentado en el monte Cone, como un espectador de anfiteatro, mirando a Jahilia, su 61 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com pantalla. Él observa y juzga la acción como cualquier aficionado, goza con las luchas infidelidades crisis morales, pero no hay suficientes chicas para un auténtico éxito, tú, ¿y dónde están las malditas canciones? Hubieran tenido que alargar la escena de la feria, quizá con una actuación especial de Pimple Billimoria en una de las tiendas, moviendo sus famosas domingas. Y entonces, de repente, Hamza dice a Mahound: «Ve a preguntar a Gibreel», y él, el durmiente, siente que el corazón le da un vuelco del susto, quién, ¿yo? ¿Yo tengo que saber la respuesta? Yo estaba aquí sentado, mirando la película, y ahora ese actor me señala, habráse visto, ¿quién pide al jodido público de una película teológica que les resuelva el condenado argumento? Pero el sueño cambia constantemente y él, Gibreel, ya no es un simple espectador, sino el protagonista, la estrella. Por su antigua debilidad de aceptar demasiados papeles: sí, sí, no sólo interpreta al arcángel, sino también al otro, el comerciante, el Mensajero, Mahound, que, a la que te descuidas, ya está subiendo la montaña. Hay que hacer un montaje primoroso en las escenas en que él hace papel doble. No pueden salir los dos en la misma toma, cada uno tiene que hablar al vacío, a la encarnación imaginaria del otro, y confiar en que la técnica, con tijeras y cinta adhesiva, hará aparecer al ausente o recurrir a una plataforma móvil, lo cual es más exótico, aunque no hay que confundirlo con una alfombra mágica, jaja. Él ha comprendido: que tiene miedo del otro, del comerciante, ¿no es una tontería? El arcángel, temblando ante el simple mortal. Es verdad: pero es la clase de miedo que experimentas cuando estás en un plató por primera vez y ahí, a punto de entrar, está una de las leyendas vivas del cine; y piensas: voy a hacer el ridículo, me quedaré clavado, muerto, y deseas como un loco estar a la altura. Serás arrastrado por el vendaval de su genio, él puede hacerte quedar bien, como un actor de altos vuelos; pero, si no respondes, lo notarás y, lo que es peor, él también... El miedo de Gibreel, el miedo del personaje creado por su sueño, le hace resistirse a la llegada de Mahound, tratar de demorarla, pero ya viene, no hay duda, y el arcángel contiene la respiración. Esos sueños en los que te empujan al escenario cuando no tienes que estar en él, no conoces el argumento, no has estudiado un papel, pero hay un teatro lleno que te mira, te mira: eso es lo que él sentía. O el caso verídico de la actriz blanca que interpretaba a una negra en una obra de Shakespeare y al salir a escena se dio cuenta de que llevaba puestos los lentes, ayyy, pero también se había olvidado de teñirse las manos y no podía alzarlas para quitárselos, ayyayyy: eso, también. Mahound viene a mí en busca de una revelación, a pedirme que elija entre alternativas monoteísta y henoteísta, y yo no soy más que un pobre actor idiota que tiene una pesadilla bhaemchud, qué carajo sé yo, yaar, qué puedo decirte, socorro. Socorro. * * * Para llegar al monte Cone desde Jahilia tienes que caminar por oscuros desfiladeros en los que la arena no es blanca, no es la arena pura, filtrada hace tiempo por los cuerpos de las holoturias marinas, sino negra y áspera y absorbe la luz del sol. Coney se cierne sobre ti como una fiera imaginaria. Tú subes por su lomo. Dejando atrás los últimos árboles, de flores blancas y hojas gruesas y lechosas, trepas por entre las peñas que se hacen más y más grandes a medida que vas subiendo, hasta que parecen enormes murallas y empiezan a tapar el sol. Los lagartos son azules como sombras. Llegas a la cumbre, Jahilia está detrás de ti y, delante, la inmensidad del desierto. Bajas por el lado del desierto y, unos ciento cincuenta metros más abajo, encuentras la cueva que es lo bastante alta como para que puedas estar de pie y que tiene suelo de milagrosa arena albina. Mientras subes, oyes a las palomas del desierto llamarte por tu nombre, y a las peñas saludarte en tu propia lengua, gritando Mahound, Mahound. Cuando llegas a la cueva, estás cansado, te tiendes y te duermes. 62 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com * * * Pero, una vez ha descansado, él penetra en otra clase de sueño, un duermevela, ese estado que él llama de escucha, y siente un dolor en el vientre, como un tirón, como de algo que quisiera nacer, y ahora Gibreel, que estaba planeando y mirando desde las alturas, se siente confuso, yo quién soy, y en este momento empieza a parecer que el arcángel está realmente dentro del Profeta; yo soy el dolor sordo que le retuerce el vientre, yo soy el ángel que es extrusionado del ombligo del durmiente, yo, Gibreel Faríshta, emerjo mientras Mahound, mi otro yo, yace escuchando, en trance; estoy unido a él, ombligo con ombligo, por un reluciente cordón luminoso; no es posible decir cuál de nosotros sueña al otro. Los dos fluimos en ambas direcciones por el cordón umbilical. Hoy Gibreel, además de la arrolladora vehemencia de Mahound, siente su propia desesperación: sus dudas. También, que sufre una gran necesidad, pero Gibreel todavía no se sabe el papel... él tiende el oído a la escucha-que-también-es-pregunta. Mahound pregunta: Se les mostraron milagros, pero ellos no creyeron. Ellos vieron que tú venías a mí, a la vista de toda la ciudad, y que me abrías el pecho; vieron cómo lavabas mi corazón en las aguas de Zamzam y volvías a ponerlo dentro de mi cuerpo. Muchos de ellos lo vieron, pero siguen adorando piedras. Y cuando tú viniste de noche y me llevaste volando a Jerusalén y yo planeé sobre la ciudad santa, ¿no volví y se la describí tal como es con toda precisión, hasta el último detalle, para que no pudiera dudarse del milagro, y aun así, ellos seguían acudiendo a Lat? ¿No hice cuanto estaba en mi mano para facilitarles las cosas? Cuando tú me subiste hasta el mismo Trono, Alá impuso a los fieles la dura obligación de rezar cuarenta oraciones al día. En el viaje de regreso, me encontré con Moisés y él dijo la carga es muy pesada, vuelve y pide que te sea reducida. Cuatro veces volví y cuatro veces Moisés dijo demasiadas todavía, vuelve. Pero la cuarta vez Alá había rebajado la obligación a cinco oraciones y yo me negué a volver. Me daba vergüenza suplicar más. En su bondad, Él pide cinco en lugar de cuarenta y aun así ellos aman a Manat, ellos quieren a Uzza. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo decir? Gibreel permanece en silencio, vacío de respuestas, canastos, bhai, a mí no me preguntes. La angustia de Mahound es espantosa. Él pregunta: ¿es posible que ellas sean ángeles? Mat, Manat, Uzza... ¿puedo llamarlas angélicas? Gibreel, ¿tú tienes hermanas? ¿Son ellas hijas de Dios? Y él se castiga: Oh, qué vanidad la mía, yo soy un hombre arrogante, ¿es esto debilidad, es un simple sueño de poder? ¿Debo yo traicionarme a mí mismo por un sillón en el consejo? ¿Es esto lo sensato y prudente o es trivial y egoísta? Ni siquiera sé si el Grande es sincero. ¿Lo sabe él? Quizá ni él mismo. Yo soy débil y él es fuerte, la oferta le proporciona muchas formas de arruinarme. Pero también yo tengo mucho que ganar. Las almas de la ciudad, del mundo, ¿no han de valer tres ángeles? ¿Es Alá tan inflexible que no puede acoger a otras tres para salvar a la especie humana? — Yo no sé nada—. ¿Debe ser Dios orgulloso o humilde, regio o sencillo, transigente o in...? ¿Qué clase de idea es Él? ¿Qué clase soy yo? * * * A medio camino del sueño o a medio camino del despertar, Gibreel Farishta con frecuencia se siente lleno de resentimiento por la no aparición, en las visiones que le persiguen, de Aquel que se supone sabe todas las respuestas; Él nunca acude, el que se mantuvo alejado cuando yo me moría, cuando yo lo necesitaba necesitaba. Aquel del que siempre se trata, Alá Ishvar Dios. Ausente como siempre mientras nosotros nos retorcemos y sufrimos en su nombre. 63 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com El Ser Supremo se mantiene alejado; lo que vuelve constantemente es esta escena: el Profeta en trance, el extrusionado, el cordón luminoso, y luego Gibreel, en su doble papel, está tanto arribamirando-abajo como abajo-mirando-arriba. Y, los dos, locos de miedo por la trascendencia de todo ello. Gibreel se siente paralizado por la presencia del Profeta, por su grandeza, piensa no puedo emitir ni un sonido parecería un condenado imbécil. El consejo de Hamza: nunca muestres tu miedo; los arcángeles necesitan estos consejos tanto como los aguadores. Un arcángel tiene que aparentar serenidad, ¿qué pensaría el Profeta si los encumbrados por Dios empezaran a tartamudear de miedo escénico? Se produce: la revelación. De esta manera: Mahound, todavía en su duermevela, se pone rígido, se le abultan las venas del cuello, se agarra el vientre. No, no es un ataque de epilepsia, no puede explicarse tan fácilmente; ¿qué ataque de epilepsia ha conseguido nunca hacer que el día se convierta en noche, que las nubes se amontonen en el cielo, que el aire se haga irrespirable mientras un ángel, muerto de miedo, planea sobre el doliente, sostenido como una cometa por un cordón de oro? Otra vez el tirón, el tirón y ahora el milagro empieza en sus mis nuestras entrañas, él tira de algo con todas sus fuerzas, obligando a algo, y Gibreel empieza a sentir ese poder, esa fuerza, aquí están, en mi propia mandíbula, moviéndola, abriendo cerrando; y el poder que sale de dentro de Mahound se eleva hasta mis cuerdas vocales y me viene la voz. No es mi voz yo no conozco estas palabras no soy gran orador nunca lo fui ni lo seré pero no es mi voz es una Voz. Los ojos de Mahound se abren desmesuradamente, ahora ve una visión, la mira sin pestañear, oh, sí, Gibreel recuerda, me ve a mí. Me ve a mí. Mis labios que se mueven, que son movidos por. ¿Qué, quién? No sé, no sabría decir. No obstante, aquí están ya, ya me salen por la boca, me suben por la garganta, cruzan por entre mis dientes; las Palabras. Ser el cartero de Dios no es divertido, yaar. Peroperopero: Dios no está en esta foto. Sabe Dios de quién habré sido cartero. * * * En Jahilia esperan a Mahound junto al pozo. Khalid, el aguador, como siempre el más impaciente, corre a la puerta de la ciudad para verle venir. Hamza, como todos los viejos soldados, acostumbrado a la soledad, está en cuclillas, jugando con guijarros. No hay sensación de urgencia; a veces, está fuera varios días o, incluso, semanas. Y hoy la ciudad está casi desierta; todo el mundo ha ido a las grandes tiendas de la feria a oír a los poetas que han de concursar. En el silencio, sólo se oye el ruido de los guijarros de Hamza y el arrullo de una pareja de palomas torcaces, visitantes llegadas del monte Cone. Entonces oyen los pasos que corren. Llega Khalid, sin aliento, desolado. El Mensajero ha regresado, pero no viene a Zamzam. Ahora todos están de pie, perplejos por este desvío de la costumbre. Los que esperaban con palmas y estelas preguntan a Hamza: ¿Entonces, no habrá Mensaje? Pero Khalid, que todavía no ha recobrado el aliento, mueve la cabeza. «Creo que lo habrá. Él tiene el aspecto de cuando recibe la Palabra. Pero no me ha hablado, sino que ha ido hacia la feria.» Hamza toma el mando, anticipándose a la discusión, y abre la marcha. Los discípulos —se han reunido unos veinte— le siguen hacia los burdeles de la ciudad con expresiones de virtuosa repugnancia. Hamza es el único que parece contento de ir a la feria. Encuentran a Mahound plantado delante de las tiendas de los Dueños de los Camellos Moteados, con los ojos cerrados, aprestándose a la tarea. Ellos preguntan con ansiedad; él no contesta. Al cabo de unos momentos, entra en la tienda de la poesía. 64 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com * * * Dentro de la tienda, el auditorio saluda con burlas la llegada del impopular profeta y de sus tristes seguidores. Pero a medida que Mahound, con los ojos firmemente cerrados, avanza entre la gente, se apagan los abucheos y silbidos y se hace el silencio. Mahound no abre los ojos ni un momento, pero su paso es firme y llega al estrado sin tropezar ni chocar. Sube los pocos peldaños hacia la luz; todavía tiene los ojos cerrados. Los poetas líricos, autores de elegías de asesinatos, versificadores de relatos y comentaristas satíricos allí reunidos —Baal está presente, desde luego—, miran con sorna pero también con cierta inquietud al sonámbulo Mahound. Sus discípulos tratan de abrirse paso entre la muchedumbre. Los escribas pugnan entre sí por situarse cerca de él y escribir todo lo que diga. El Grande Abu Simbel descansa sobre almohadones en una alfombra de seda colocada junto al estrado. A su lado, resplandeciente de áureos collares egipcios, está Hind, su esposa, la de famoso perfil griego y cabellera negra tan larga como su cuerpo. Abu Simbel se levanta y grita a Mahound: «Bien venido. —Es todo urbanidad—. Bien venido, Mahound, el vidente, el kahin.» Es una pública muestra de respeto e impresiona a la multitud. Los discípulos del Profeta ya no reciben empujones, sino que se les permite pasar. Desconcertados, complacidos sólo a medias, llegan a la primera fila. Mahound habla sin abrir los ojos. «Ésta es una reunión de muchos poetas —dice con voz clara—, y yo no puedo pretender ser uno de ellos. Pero yo soy el Mensajero, y os traigo versos de Uno que es más grande que todos los que están aquí reunidos.» El público se impacienta. La religión, para el templo; aquí tanto los jahilitas como los peregrinos han venido a divertirse. ¡Que se calle! ¡Fuera! Pero Abu Simbel vuelve a hablar: «Si tu Dios te ha hablado realmente, entonces todo el mundo debe escuchar.» Y al instante en la gran tienda se hace silencio absoluto. «La Estrella —grita Mahound, y los escribas empiezan a escribir. »¡En el nombre de Alá, el Misericordioso, el Compasivo! »Por la Pléyade en su ocaso: Tu compañero no está en el error; tampoco se ha desviado. «Tampoco hablan por él sus deseos. Es una revelación que ha sido hecha: un poderoso le ha hablado. »Él estaba en el alto horizonte: el señor de la fuerza. Entonces se acercó, se acercó hasta una distancia menor que la longitud de dos arcos y reveló a su siervo lo que ha sido revelado. »El corazón del siervo era sincero cuando vio lo que vio. ¿Os atreveréis vosotros a dudar de lo que fue visto? »Yo lo vi también en el loto del último confín, cerca del cual se encuentra el Jardín del Reposo. Cuando el árbol fue cubierto por su manto, mi ojo no se apartó, ni mi mirada se desvió; y yo vi algunas de las grandes señales del Señor.» Al llegar a este punto, sin asomo de vacilación ni duda, recita otros dos versos. «¿Habéis pensado en Lat y Uzza, y en Manat, la tercera, la otra? —Después del primer verso, Hind se pone en pie; el Grande de Jahilia ya está muy erguido. Y Mahound, con ojos amordazados, recita—: Ellas son aves preeminentes, y su intercesión es verdaderamente deseable.» Mientras la algarabía —exclamaciones, vivas, gritos de devoción a la diosa Al-Lat— crece y estalla dentro de la tienda, la congregación, atónita, contempla el doblemente sensacional espectáculo del Grande Abu Simbel que pone los pulgares sobre los lóbulos de las orejas, abre las 65 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com manos y profiere en voz alta la fórmula: «Allahu Akbar.» Después de lo cual cae de rodillas y, deliberadamente, toca el suelo con la frente. Hind, su esposa, le imita inmediatamente. Khalid, el aguador, lo ha visto todo desde la puerta de la tienda. Ahora mira con horror cómo todos los reunidos, tanto la multitud de la tienda como los que la rebosan, empiezan a arrodillarse, una fila tras otra, con una ondulación de agua que parte de Hind y el Grande, como si ellos fueran las piedras arrojadas a un lago; hasta que toda la congregación, los de fuera y los de dentro, están de rodillas, trasero al aire, ante el Profeta de los ojos cerrados que ha reconocido a las divinidades patronas de la ciudad. El mismo Mensajero permanece de pie, reacio a unirse al coro de devociones. El aguador rompe a llorar y huye hacia el desierto corazón de la ciudad de las arenas. Al correr, funde el suelo con sus lágrimas como si contuvieran poderoso ácido corrosivo. Mahound permanece inmóvil. En las pestañas de sus ojos cerrados no se detecta ni rastro de humedad. * * * En aquella noche del desolador triunfo del comerciante en la tienda de los descreídos, se producen ciertos asesinatos para cuya terrible venganza la primera dama de Jahilia esperará años. Hamza, el tío del Profeta, regresa a casa, solo, con la cabeza gris inclinada al crepúsculo de aquella triste victoria cuando oye un rugido y, al levantar la mirada, ve un gigantesco león escarlata que se dispone a saltar sobre él desde las altas almenas de la ciudad. Él conoce esta fiera, esta fábula. La iridiscencia de su anca escarlata se confunde con el resplandor trémulo de las arenas del desierto. Por sus fauces exhala el horror de los lugares solitarios de la tierra. Escupe pestilencia y cuando los ejércitos se aventuran por el desierto él los consume por completo. A la última luz azul de la tarde, él grita a la fiera, disponiéndose, inerme como está, a enfrentarse con la muerte: «Salta, bastardo, Mantícora. En mis tiempos, yo estrangulé gatos grandes con mis manos.» Cuando era más joven. Cuando era joven. Suenan risas a su espalda, y risas lejanas resuenan, o así le parece, en las almenas. Mira en derredor; el Mantícora ha desaparecido de la muralla. Está rodeado por un grupo de jahilitas vestidos de fiesta que vuelven de la feria riendo. «Ahora que esos místicos han abrazado a nuestra Lat, en cada esquina descubren dioses nuevos, ¿no?» Hamza, al comprender que la noche estará llena de terrores, vuelve a casa y pide su espada de guerra. «Más que nada en el mundo —gruñe al apergaminado criado que le ha servido en la guerra y en la paz durante cuarenta y cuatro años— aborrezco reconocer que mis enemigos tienen razón. Es mucho mejor matar a los canallas, es lo que he pensado siempre. Es la mejor recondenada solución.» La espada ha permanecido en su vaina de piel desde el día en que su sobrino lo convirtió, pero esta noche dice en confianza al criado: «El león anda suelto. La paz tendrá que esperar.» Es la última noche de las fiestas de Ibrahim. Jahilia es carnaval y desenfreno. Los cuerpos gruesos y aceitados de los luchadores han dejado de retorcerse y las siete poesías han sido clavadas en las paredes de la Casa de la Piedra Negra. Ahora las prostitutas cantantes han sustituido a los poetas y las prostitutas danzantes, con el cuerpo reluciente de aceites, han empezado su trabajo; la lucha nocturna ha sustituido a la diurna. Las cortesanas bailan y cantan cubiertas con máscaras de oro en forma de cabeza de pájaro, y el oro se refleja en los ojos relucientes de sus clientes. Oro, oro en todas partes, en las manos de los avispados jahilitas y de sus libidinosos visitantes, en los llameantes braseros de arena, en las fosforescentes paredes de la ciudad nocturna. Hamza camina dolorido por las calles de oro, pasando por delante de peregrinos que yacen inconscientes mientras los ladrones se ganan la vida. Oye los cantos distorsionados por el vino en todas las puertas doradas y le parece que el canto y las carcajadas y el tintineo de las monedas le duelen como insultos mortales. Pero no encuentra lo que busca, aquí no, y se aleja de la algazara iluminada del oro y empieza a merodear por las sombras, acechando la aparición del león. 66 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com Y, al cabo de varias horas de búsqueda, encuentra lo que él sabía que estaría esperando, en un rincón oscuro de las murallas exteriores de la ciudad: su visión, el Mantícora rojo de triple dentadura. El Mantícora tiene ojos azules y cara humana y su voz es mitad trompeta y mitad flauta. Es veloz como el viento, sus garras son retorcidas como sacacorchos y de su cola se erizan púas envenenadas. Le gusta alimentarse de carne humana... Hay pelea. Silban cuchillos en el silencio y, de vez en cuando, se oye el choque de metal con metal. Hamza reconoce a los atacados: Khalid, Salman, Bilal. Hamza, convertido él en león, saca la espada y hace trizas el silencio. Da un grito y acude corriendo con toda la rapidez que le permiten sus piernas de sesenta años. Los atacantes de sus amigos son irreconocibles detrás de las máscaras. Ha sido noche de máscaras. Mientras recorría las calles licenciosas de Jahilia, con el corazón lleno de amargura, Hamza ha visto a hombres y mujeres disfrazados de águilas, chacales, caballos, grifos, salamandras, cerdos verrugueros, rocs; de la inmundicia de los callejones han salido amphisbaenae bicéfalos y los toros alados conocidos como esfinges asirías. Djinns, houris y demonios pueblan la ciudad esta noche de fantasmagoría y lujuria. Pero hasta ahora, en este lugar oscuro, no descubre las máscaras rojas que buscaba. Las máscaras de hombre-león: y corre hacia su destino. * * * Bajo los efectos de una infelicidad autodestructiva, los tres discípulos habían empezado a beber, y a causa de la falta de familiaridad con el alcohol, pronto estuvieron no ya intoxicados, sino embrutecidos. Estaban en una plazuela y empezaron a insultar a los transeúntes y, al cabo de un rato, Khalid, el aguador, empezó a blandir el pellejo de agua, jactancioso. Él podía destruir la ciudad, él llevaba el arma definitiva. El agua: el agua limpiaría la inmunda Jahilia, la disolvería para que pudiera empezarse de nuevo con la blanca arena purificada. Fue entonces cuando los hombresleón empezaron a perseguirlos y, después de larga carrera, los acorralaron, haciendo que, del miedo, se les pasara la borrachera, y los perseguidos estaban mirando las máscaras rojas de la muerte cuando, al punto, llegó Hamza. ... Gibreel planea sobre la ciudad contemplando la pelea. Ésta, una vez entra en escena Hamza, acaba pronto. Dos atacantes enmascarados huyen, otros dos yacen muertos. Bilal, Khalid y Salman han sido heridos, pero no de gravedad. Más grave que sus heridas es la visión que se esconde detrás de las máscaras de león de los muertos. «Los hermanos de Hind —dice Hamza—. Ahora sí que todo acabará para nosotros.» Matadores de Mantícoras y terroristas del agua: los seguidores de Mahound se sientan a llorar a la sombra de la muralla de la ciudad. * * * Y, en cuanto a él, Profeta Mensajero Comerciante: ahora tiene los ojos abiertos. Pasea por el patio interior de su casa, de la casa de su esposa, pero a ella no quiere entrar a verla. Ella tiene casi setenta años y ahora se siente más madre que. Ella era rica y hace mucho tiempo lo contrató para que se encargara de sus caravanas. Sus dotes de administrador en seguida le gustaron y, después de un tiempo, los dos se enamoraron. No es fácil ser una mujer brillante y próspera en una ciudad en la que los dioses son femeninos pero las mujeres son simple mercancía. Los hombres, o la temían o la 67 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com creían tan fuerte que no necesitaba su consideración. Él no la temía y parecía poseer la firmeza que ella necesitaba. A su vez, él, el huérfano, halló en ella muchas mujeres en una sola: madre hermana amante sibila amiga. Cuando él mismo temía estar loco, ella creyó en sus visiones: «Es el arcángel —le dijo—; no es una ilusión de tu cabeza. Él es Gibreel y tú eres el Mensajero de Dios.» Él no puede ni quiere verla ahora. Ella le observa desde una ventana con celosía de piedra. Él no puede dejar de pasear, camina por el patio en una secuencia casual de geometría inconsciente. Sus pasos dibujan una serie de elipses, trapecios, rombos, óvalos y circunferencias. Y, mientras, ella lo recuerda al volver de las caravanas, lleno de historias oídas en los oasis de la ruta. Como la de Isa, profeta, hijo de una mujer llamada Maryam, no engendrada por varón y nacido bajo una palmera del desierto. Historias que hacían que sus ojos brillaran y luego se perdieran en la lejanía. Ella recuerda su excitabilidad: el apasionamiento con que él discutía, toda la noche si era necesario, afirmando que los viejos tiempos nómadas eran mejores que esta ciudad de oro, en la que la gente abandonaba a sus hijas en el desierto. En las tribus de antaño, hasta las huérfanas más pobres eran amparadas. Dios está en el desierto, decía, no aquí, en este aborto de ciudad. Y ella respondía: Nadie te lo discute, amor, es tarde y mañana hay que hacer las cuentas. Ella tiene el oído fino, ya está enterada de lo que él ha dicho de Lat, Uzza y Manat. ¿Y qué? En los viejos tiempos, él quería proteger a las niñas de Jahilia; ¿por qué no había de tomar bajo su tutela también a las hijas de Alá? Pero, después de hacerse esta pregunta, ella sacude la cabeza y se apoya pesadamente en la fría pared, al lado de la ventana con celosía de piedra. Mientras, abajo, su marido pasea en pentágonos, paralelogramos, estrellas de seis puntas y, después, en formas abstractas y cada vez más laberínticas, para las que no hay nombre, como si fuera incapaz de encontrar una línea simple. Pero cuando, a los pocos momentos, mira al patio, él ya se ha ido. * * * El Profeta despierta entre sábanas de seda, con un dolor como si le estallara la cabeza, en una habitación que nunca ha visto. Fuera de la ventana, el sol está cerca de su furibundo cenit y, perfilándose sobre la blancura, hay una figura alta, con una capa negra, con capucha, que canta suavemente con voz fuerte y grave. La canción es la que entonan a coro las mujeres de Jahilia acompañándose de tambores, cuando despiden a los hombres que van a la guerra. Avanzad y nosotras os abrazaremos, abrazaremos, abrazaremos. Avanzad y os abrazaremos y extenderemos suaves alfombras. Retroceded y nosotras os dejaremos, dejaremos, dejaremos. Retroceded y no os querremos en el lecho del amor. Él reconoce la voz de Hind, se incorpora y se encuentra desnudo bajo la sábana cremosa. Él le grita: «¿Fui atacado?» Hind se vuelve a mirarle con su sonrisa de Hind: «¿Atacado?» le imita y da unas palmadas para pedir el desayuno. Entran criados que traen, sirven, retiran y desaparecen. 68 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com Han puesto a Mahound una bata de seda negra y oro; Hind desvía la mirada con exagerada modestia. «Mi cabeza —dice él—. ¿Fui golpeado?» Ella está en la ventana, con la cabeza inclinada, fingiendo recato. «Oh, Mensajero, Mensajero —dice, burlona—. No eres galante, Mensajero. ¿No podrías haber venido a mis habitaciones conscientemente, por tu propia voluntad? No; claro que no, yo te inspiro aversión, seguro.» Él no le sigue el juego. «¿Estoy prisionero?», pregunta. Y, nuevamente, ella se ríe. «No seas necio —entonces, encogiéndose de hombros, se ablanda—. Esta noche, yo paseaba por las calles de la ciudad, enmascarada, para ver los festejos, y ¿con qué crees que tropecé sino con tu cuerpo inconsciente? ¡Como un borracho en el arroyo, Mahound! Yo envié a mis criados en busca de una litera y te traje a casa. Di gracias.» «Gracias.» «No creo que te reconocieran —dice ella—. O quizás estarías muerto. Ya sabes cómo estaba anoche la ciudad. La gente pierde la mesura. Mis propios hermanos todavía no han vuelto a casa. Él recuerda ahora su angustiado y frenético paseo por la ciudad corrompida, contemplando las almas que supuestamente había salvado, mirando las efigies de simurgh, las máscaras de diablo, los behemoths y los hipogrifos. La fatiga de aquel día larguísimo, en el que bajó del monte Cone, se encaminó a la ciudad, sufrió la angustia de los acontecimientos en la tienda de la poesía —y, después, la cólera de los discípulos, la duda—, todo ello le había abrumado. «Me desmayé», recuerda. Ella se aproxima y se sienta en la cama, cerca de él, extiende un dedo, encuentra la abertura de la bata y le acaricia el pecho. «Te desmayaste —murmura—. Eso es debilidad, Mahound. ¿Es que te vuelves débil?» Antes de que él pueda responder, Hind le pone sobre los labios el dedo con el que le acariciara. «No digas nada, Mahound. Yo soy la esposa del Grande y ninguno de nosotros es amigo tuyo. Pero mi marido es débil. En Jahilia creen que es astuto, pero yo sé que no. Él sabe que yo tengo amantes y no hace nada, porque los templos están bajo el cuidado de mi familia. El de Lat, el de Uzza y el de Manat. Las... ¿puedo llamarlas mezquitas?, de tus nuevos ángeles.» Ella toma cubitos de melón de una fuente y trata de dárselos en la boca. Él no consiente y los coge con la mano y come. Ella prosigue: «El último de mis amantes fue el joven Baal. —Ve la cólera en su cara —. Sí —dice, satisfecha—. Ya sabía que te gustaba. Pero él no importa. Ni él ni Abu Simbel son iguales a ti. Yo lo soy.» «Debo marcharme», dice él. «Es pronto», responde ella, volviendo a la ventana. En las afueras de la ciudad están desmontando las tiendas, las largas caravanas de camellos se disponen a partir, por el desierto ya se alejan filas de carretas; el carnaval ha terminado. Ella se vuelve de nuevo hacia él. «Yo soy tu igual —repite—, y también tu oponente. No quiero que te vuelvas débil. No debiste hacer lo que hiciste.» «Pero tú te beneficiarás —responde Mahound con amargura—. Ahora ya no peligran tus ingresos del templo.» «Se te escapa lo esencial —dice ella suavemente, acercándose, arrimándole la cara—. Si tú estás a favor de Alá yo estoy a favor de Al-Lat. Y ella no cree en tu Dios cuando Él la reconoce a ella. Su antagonismo es implacable, irrevocable, avasallador. La guerra entre nosotros no puede tener tregua. ¡Y qué tregua! El tuyo es un amo paternalista y condescendiente. Al-Lat no tiene el menor deseo de ser hija suya. Ella es su igual como yo lo soy de ti. Pregunta a Baal: él la conoce. Como me conoce a mí.» «Entonces, ¿el Grande no cumplirá su compromiso?», dice Mahound. «¡Quién sabe! —responde Hind con desdén—. Ni él mismo se conoce. Tiene que calcular los pros y los contras. Es débil, como te digo. Pero tú sabes que digo la verdad. Entre Alá y las Tres no puede haber paz. Yo no la quiero. Yo quiero pelear. A muerte; ésta es la clase de idea que soy yo. ¿Qué clase eres tú?» «Tú eres arena y yo soy agua —dice Mahound—. El agua arrastra la arena.» «Y el desierto absorbe el agua —responde Hind—. Mira a tu alrededor.» 69 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com Poco después de la marcha de Mahound, los heridos llegan al palacio del Grande, después de hacer acopio de valor para informar a Hind de que el viejo Hamza ha matado a sus hermanos. Pero entonces ya no se encuentra al Mensajero en ningún sitio; una vez más, lentamente, se encamina hacia el monte Cone. * * * Gibreel, cuando está cansado, de buena gana asesinaría a su madre por haberle puesto un mote tan condenadamente ridículo, ángel, qué palabra, él ruega ¿a qué? ¿a quién? ser librado de la ciudad soñada de castillos de arena que se desmoronan y leones de tres dentaduras, basta de limpieza de corazones de profetas, de instrucciones que recitar y promesas de paraíso, basta de revelaciones, finito, khattamshud. Lo que él ansia: dormir y no soñar. Los jodidos sueños, causa de todos los males de la Humanidad, y las películas también; si yo fuera Dios, le quitaría la imaginación a la gente y entonces quizá los pobres infelices como yo podrían dormir por la noche. Luchando contra el sueño, él obliga a sus ojos a permanecer abiertos, sin parpadear, hasta que la púrpura visual se borra de las retinas y le ciega, pero al fin y al cabo no es más que humano y acaba por caer en la madriguera y ya está otra vez en el País de las Maravillas, subiendo la montaña, y el comerciante despierta y, una vez más su necesidad, su afán, se hace sentir, no en mi boca y en mi voz esta vez, sino en todo mi cuerpo; él me reduce a su propio tamaño y me atrae hacia sí, su campo de gravedad es increible, tan poderoso como una condenada megaestrella ... y entonces Gibreel y el Profeta luchan, desnudos los dos, rodando y rodando, en la cueva de la fina arena blanca que se eleva alrededor de ellos como un velo. Como si él estuviera estudiándome, registrándome, como si yo estuviera sometido al examen. En una cueva situada a ciento cincuenta metros de la cima del monte Cone, Mahound lucha con el arcángel arrojándolo de un lado al otro y permitan que les diga que está llegando a todas partes, su lengua a mi oído, su puño a mis huevos, nunca hubo persona con tanta rabia dentro, él quiere saber, quiere SABER y yo no tengo nada que decirle, físicamente es dos veces más fuerte que yo y, por lo menos, cuatro veces más sabio, quizá los dos hayamos aprendido mucho escuchando, pero es evidente que él escucha mejor que yo; y así rodamos pateamos arañamos, él empieza a tener cortes, pero, naturalmente, mi piel sigue tan suave como la de un recién nacido, no puedes arañar a un ángel con un condenado espino, no puedes magullarlo con una piedra. Y tienen público, hay djinns y afreets y toda clase de duendes sentados en las peñas mirando la pelea y, en el cielo, las tres criaturas con alas que parecen grullas, o cisnes o, simplemente, mujeres, según el efecto de la luz... Mahound le pone fin... Él se da por vencido. Después de haber luchado durante horas o, incluso, semanas, Mahound quedó aprisionado debajo del ángel, tal como él deseaba; era su voluntad la que me invadió y me dio la fuerza para sujetarlo, porque los arcángeles no pueden perder estas peleas, no estaría bien. Sólo los demonios pueden ser derrotados en estas circunstancias, así que en el mismo momento en que yo me quedé encima, él empezó a llorar de alegría y entonces hizo su viejo truco, hizo que mi boca se abriera y que la voz, la Voz, saliera de mí otra vez y se derramara sobre él, como un vómito. * * * Al término de su combate de lucha libre con el arcángel Gibreel, el profeta Mahound cae exhausto en su sueño habitual, revelador, pero en esta ocasión despierta antes de lo normal. Cuando recobra el conocimiento, en aquella desolación de las alturas, no hay nadie a la vista, no hay 70 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com criaturas aladas posadas en las rocas. Se pone en pie de un salto, embargado por la angustia de su descubrimiento. «Era el demonio —dice en voz alta al aire, haciéndolo verdad al darle voz—. La última vez era Shaitan.» Esto es lo que él ha oído en su escucha, que ha sido engañado, que le ha visitado el diablo bajo la forma de un arcángel, de manera que los versos que aprendió de memoria, los que recitó en la tienda de la poesía no eran lo verdadero, sino su diabólica antítesis, no divinos sino satánicos. Él vuelve a la ciudad lo más de prisa que puede, para tachar los versos inmundos que huelen a azufre y sulfuro, a borrarlos para siempre por los siglos de los siglos, de manera que sólo subsistan en una o dos colecciones dudosas de viejas tradiciones que los intérpretes ortodoxos tratarán de eliminar, pero Gibreel, que planea y vigila desde el ángulo de la cámara más alto, conoce un pequeño detalle, sólo una cosita que resulta que es todo un problema: que las dos veces era yo, baba, el primero yo y el segundo, también yo. De mi boca, la afirmación y la negación, versos y conversos, universos y reversos, toda la historia, y todos sabemos cómo me movían la boca. «Primero fue el diablo —murmura Mahound mientras corre hacia Jahilia—. Pero esta vez ha sido el ángel, indiscutiblemente. Él me hará morder el polvo. * * * Los discípulos lo paran en los desfiladeros próximos al pie del monte Cone, para prevenirle de la cólera de Hind, que lleva blancas ropas de luto y se ha soltado el negro cabello, dejando que la envuelva como una tormenta o arrastre por el polvo, borrando las huellas de sus pies, de manera que parece la encarnación del espíritu de la venganza. Todos han huido de la ciudad y el mismo Hamza se esconde; pero se dice que Abu Simbel todavía no ha accedido a la demanda de su esposa, que pide sangre para lavar la sangre. Todavía está calculando los pros y los contras en el asunto de Mahound y las diosas... Mahound, desoyendo los consejos de sus seguidores, regresa a Jahilia, y va directamente a la Casa de la Piedra Negra. Los discípulos le siguen, a pesar de su temor. Se congrega una muchedumbre ante la perspectiva de un nuevo escándalo, descuartizamiento o diversión por el estilo. Mahound no les defrauda. Él está delante de las imágenes de las Tres y anuncia la abrogación de los versos que Shaitan le susurró al oído. Estos versos fueron suprimidos del verdadero texto, al-qur'án. En su lugar se rugen nuevos versos. «¿Él ha de tener hijas y tú, hijos? —recita Mahound—. ¡Bonito reparto sería! »Éstos no son sino nombres que habéis soñado vosotros, tú y tus antepasados. Alá no les concede autoridad.» Mahound abandona la atónita Casa antes de que a alguien se le ocurra recoger, o arrojar, la primera piedra. * * * Después del repudio de los versos satánicos, el profeta Mahound vuelve a su casa donde encuentra esperándole una especie de castigo. Una especie de venganza —¿de quién? ¿Luz o tinieblas? ¿Bueno o malo?— infligida, como suele ocurrir, a un inocente. La esposa del Profeta, setenta años, está sentada al pie de una ventana con celosía de piedra, erguida, con la espalda apoyada en la pared, muerta. 71 Salman Rushdie - Los versos satánicos http://elortiba.galeon.com Mahound, abrumado por la pena, se retrae, apenas dice palabra durante semanas. El Grande de Jahilia instaura una política de persecución que, para Hind, avanza demasiado despacio. El nombre de la nueva religión es Sumisión; ahora Abu Simbel decreta que sus adeptos deben someterse a ser confinados en el barrio más mísero de la ciudad, todo tugurios; a un toque de queda; a una prohibición de trabajar. Y hay muchos ataques físicos, se escupe a las mujeres en las tiendas, los fieles son golpeados por bandas de jóvenes bárbaros controladas en secreto por el Grande; por las noches se arroja fuego por una ventana sobre los que duermen confiados, y, por una de las habituales paradojas de la Historia, el número de los fieles se multiplica como una cosecha que, milagrosamente, prosperara a medida que empeora el clima. Se recibe una oferta de los moradores del poblado del oasis de Yathrib, al Norte: Yathrib acogerá a «los que se sometan», si desean abandonar Jahilia. Hamza opina que deben marchar. «Aquí nunca terminarás tu Mensaje, sobrino, créeme. Hind no descansará hasta que te haya arrancado la lengua y a mí los huevos, con perdón.» Mahound, solo y lleno de ecos en la casa de su dolor, da su consentimiento y los fieles parten para hacer sus planes. Khalid, el aguador, se queda atrás y el Profeta de ojos hundidos espera que hable. Con turbación, dice: «Mensajero, yo dudé de ti, pero tú eras más sabio de lo que nosotros pensábamos. Al principio, dijimos: Mahound nunca transigirá y tú transigiste. Entonces dijimos: Mahound nos ha traicionado, pero tú nos traías una verdad más profunda. Tú nos trajiste al mismo diablo para que nosotros pudiéramos ser testigos de las artes del Maligno y su derrota por la Bondad. Tú has enriquecido nuestra fe. Yo te pido perdón por lo que pensé.» Mahound se aparta del sol que entra por la ventana. «Sí. —Amargura, cinismo—. Fue algo maravilloso lo que hice. Una verdad más profunda. Traeros al diablo. Sí, suena propio de mí.» * * * Desde lo alto del monte Cone, Gibreel mira cómo los fieles escapan de Jahilia, dejando la ciudad de la aridez por el lugar de las palmeras frescas y el agua, agua, agua. Pequeños grupos, casi con las manos vacías, se mueven por el imperio del sol, en este primer día del primer año del nuevo comienzo del Tiempo que también ha vuelto a nacer, mientras lo viejo muere a su espalda y lo nuevo espera delante. Y un día el propio Mahound se marcha. Cuando se descubre su huida, Baal compone una oda de despedida: ¿Qué clase de idea parece hoy «Sumisión»? Una idea llena de miedo. Una idea que escapa. Mahound ha llegado a su oasis; Gibreel no es tan afortunado. Ahora con frecuencia se encuentra solo en lo alto del monte Cone, lavado por las frías estrellas fugaces, y entonces del cielo de la noche caen sobre él las tres criaturas aladas, Lat Uzza Manat, que baten alas junto a su cabeza, le clavan las garras en los ojos, le muerden y le azotan con su cabello y con sus alas. Él levanta las manos para protegerse, pero su venganza es incansable y prosigue siempre que él descansa, cuando él baja la guardia. Él lucha pero ellas son más rápidas, más ágiles, tienen alas. Él no tiene diablo que repudiar. Está soñando y no puede ahuyentarlas.

 

La quinta se cubre de moho,

 La sexta (aún) conserva su color reciente;

la séptima —en cuanto le tocó, despertóse el hombre y le fue concedida la imortalidad espiritual.