lunes, 10 de junio de 2024

El movimiento

 

El movimiento    

Primer cuerno

 

 

Perú

Aparta de mí este cáliz

 

 

Niños del mundo si cae Perú

Digo es un decir si cae

Del cielo abajo su antebrazo que asen,

En cabestro dos laminas terrestres;

Niños ¡Qué edad la de las sienes cóncavas!

¡Qué temprano en el sol lo que os decía!

Que pronto en vuestro pecho el ruido anciano

¡Qué  viejo vuestro 2 en el cuaderno!

 

Niños del mundo, está

 El padre Perú con su vientre a cuestas;

Esta nuestro maestro con sus férulas

Este padre y maestro,

Cruz y madera porque os dio la altura,

Vértigo y división y suma niños

Está  con él padres procesales

 

Si cae –digo, es un decir- si cae

Perú, de la tierra para abajo

Niñas, ¡Como vais a cesar de crecer!

 

 

¡Cómo va a castigar el año al mes!

¡Cómo van a quedarse en diez lo dientes,

En palote el diptongo, la medalla en llanto!

¡Cómo va el corderillo a continuar

Atado por la pata al gran tintero!

¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto

Hasta la letra en que nación la pena!

Niños, hijos de los guerreros, entretanto

Bajas la voz, que Perú está  ahora mismo repartiendo

La energía entre el reino animal 

Las florecillas, los cometas y los hombres

¡Bajad la voz! Que esta con su rigor

Que es grande sin saber que hacer

Y está  en su mano

La calavera hablando y habla y habla

La calavera, aquella de la trenza

La calavera,  aquella de la vida

 

 

 

Bajad la voz, os digo;

Bajad la voz, el canto de las silabas, el llanto

De la materia y el rumor menor de las pirámides,

Y aun el de las sienes que andan con dos piedras

 

Bajad el aliento, y si

El antebrazo baja,

Si las férulas suenan, si es la noche,

Si el cielo cabe en dos limbos terrestres,

Si hay ruido en el sonido de las puertas,

Si tardo,

Si no veis a nadie, si os asustan

Los lápices sin punta, si el padre

Perú cae-digo, es un decir-

¡Salid niños del mundo; id a buscarlo!

 

 

 

Lo que Tarquinius el Soberbio trae consigo a su jardín

habló con las cabezas de amapola,

el hijo entendió, pero

no el mensajero

 

 

Y es que para que el mensajero haya podido comprender era necesario que comprendiese el movimiento.

 

Y para esto hay que respirar

 

El espíritu inspira y redime

 

Expira y deviene

 

Todo movimiento espiritual es decir todo cambio tiene de redención y de devenir.

 

Para comprenderlo imaginémonos

 

Que Parménides tiene una pelea Con Aristóteles  

 

¿Quién ganaría? 

 

Pues si es una pelea progresiva donde gana el que mejor exhala claramente lo Haría Aristóteles.

Y es que Parménides no cree en el movimiento por lo tanto no podría moverse por lo cual Aristóteles aprovecharía y lo llenaría de golpes ganando la pelea.

 

¿Y si Aristóteles se enfrentara a Heráclito quien ganaría?

 

Otra vez Aristóteles porque en Heráclito no hay permanencia solo movimiento solo cambio 

 

Es decir Aristóteles es una síntesis de Parménides y Heráclito   con su concepto del movimiento como un cambio de potencia al acto. (Como hemos visto en el texto anterior http://teatrolocoteorico.blogspot.com/2024/06/la-oracion-como-actualizacion-de-toda.html)

 

 

Pero y si Aristóteles se enfrentara a Hegel ¿Quién ganaría?

 

Comprendiendo que esta es una pelea progresiva, claramente Hegel

 

¿Por qué?

 

Porque Aristóteles sigue siendo platónico

 

Aquí hay que comprender el movimiento sagrado del redimir, en Platón se retorna a la idea él lo deja claro en el Timeo

 

«El Timeo es la exposición escrita más acabada de la doctrina física de Platón».

El ambiente cubierto por la presencia arquetípica de cuatro ancianos sabios así lo atestigua al no reiterarse su participación en ningún otro diálogo.

Conceptualmente, la física nos remite a la opinión, juicio o relato del mundo fenoménico, en contraposición al mundo de las ideas, eludiéndose por inaplicable aún nuestra moderna y contemporánea noción de ciencia. Pero no son los extensos balbuceos e intentos de aproximación temprana al lejano método científico lo que Platón nos quiere dar a entender a través del Timeo, sino «la necesaria complementación entre física y metafísica», mundo fenoménico y mundo de las ideas. Es decir, los principios físicos, aquellos que regulan el devenir de lo sensible, solo alcanzan su máximo entendimiento en aquel que a su vez conoce los principios de la metafísica, regidores universales de lo inteligible, y que a diferencia de la física se caracterizan y definen como doctrina no escrita.

Consecuencia y deducción de todo ello es la actuación de idénticos principios en este mundo y en toda realidad del ser:

1.   La Unidad: principio de forma y límite.

2.   La Dualidad indeterminada: principio de multiplicidad e indeterminación.

Toda realidad fenoménica procede por derivación de ambos principios. El modo en que hallan expresión consiste en la introducción del carácter limitante de las ideas sobre lo indeterminado del Receptáculo.

Una primaria influencia de los principios se deja entrever en la multiplicidad de las ideas, pero su plenitud reside en la imposibilidad de la verosimilitud y estabilidad de todo relato referente a lo acontecido en este mundo al que denominamos real. Toda dialéctica es por tanto ilusoria, dejándonos atrapar en un callejón sin salida donde la única respuesta a la complejidad del laberinto será admitir la presencia del Mito como expresión del Logos.

 

 

Quedando claro que si nos apartamos del mundo de las ideas el mundo fenoménico cae en el caos y entonces de lo que se trata como todo el mundo antiguo es un retorno al paraíso, a la edad de oro diría Hesiodo a Itaca nos contara Ulises, a la idea nos Dirá Platón y Aristóteles al acto puro en una metafísica teleológica, mientras que en Hegel la síntesis se logra en el sujeto histórico que deviene.  

 

1 Acto←0 Potencia que Aristóteles considera como ser y no como no ser así que sería mejor así: 1Acto←1 potencia pero nosotros entendemos la potencia como no ser  10

 

Claro en todo movimiento  hay un redimir y un devenir ye n Aristóteles hay un devenir mucho mayor que en Parménides, Heráclito y Platón, pero sigue primando el redimir de lo sagrado aunque en Aristóteles este redimir será más bien trágico porque el hombre no llega al acto puro condenado a ser filosofo nunca logrando realmente la eudaimonia, el florecimiento de la sabiduría.

 

Comprendamos todo movimiento realmente es sagrado, todo movimiento va hacia el absoluto ene se sentido todo movimiento es circular, pero cuando Spinoza invierte el neoplatonismo lo que tenemos es un devenir inmanente que será la base de Hegel y lo que se produce ya no es el retorno al acto puro sino a la conciencia del sujeto.

 

Así partimos del sujeto de su razón, vamos a la naturaleza y logramos el retorno en una síntesis espiritual del sujeto

 

1010

 

Pero es una síntesis inmanente histórica ya no trascendente.

 

Por esto Hegel le daría un puñetazo en el estómago a Aristóteles quitándole todo el aire, mientras que Aristóteles golpearía al aire por arriba.

 

¿Pero si Hegel se peleara con Marx?

 

Marx le quebraría las piernas en Hegel hay una inversión la flecha que en Aristóteles iba en sentido interno conservador redentor en Hegel va en sentido externo progresivo pero en ambos casos todavía estamos en el pensamiento claro uno trascendente y el otro inmanente, más en el caso de Marx, hay una inversión mayor, hay un espíritu objetivo cuya base será el trabajo pero todavía en Marx hay un espíritu, una racionalidad que piensa el trabajo si Marx se enfrentara a Nietzsche, este le metería una patada en los testículos y es que en Nietzsche lo que prima es la voluntad y en esa voluntad la diferencia irracional la inversión está  completa ya con Derrida esa diferencia va a lo indefinible pero aun Derrída no le ganaría a Nietzsche el cual literalmente se volvió  loco  y el pos humanismo de Deleuze y de Foucault se pierden en su propia entropía no podrían dar batalla yes que un cuerpo sin órganos es decir una pura potencialidad ¿Cómo puede ser actualizada?  Claro si se reconociera la síntesis del ser y el no ser Deleuze les sacaría la mierda a todos, pero no es el caso, sus máquinas deseantes no pueden dar batalla, y  es que si solo expiras te quedas vacío y en   el caso de Foucault igual todo pensado desde un saber poder no da posibilidad de salir de ese saber poder ,no hay posibilidad de redención y todo movimiento es hacia la redención aun cuando el movimientos e pierde en la diferencia , desde esta diferencia se produce una inspiración es lo que hace Heidegger en su buscada por el ser, llegando a la nada inmanente, claro nadie mejor para dar cuenta de esta inspiración dharmica que Nishida Kitaro, pero en la cultura occidental alguien combatió  el devenir de Hegel , dándose cuenta que esta exhalación no dejaba atrapados en el estado.

 

Esto lo tenemos claro en nuestra ciencia del logos en el primer cuerno media la fe y aquí la relación es personal, en el segundo cuerno media la interpretación y aquí la relación es de obra a obra, en el tercer cuerno media la reflexión disyuntiva y aquí la relación es de ideología a ideología  y en esa base se fundara el estado he aquí el cuarto o más bien septimo cuerno  que se basa en el conflicto entre Espíritu y voluntad , entre identidad y diferencia desde el cual se configuran todo los sistemas, para nosotros es claro que desde una cibernética de tercer orden el séptimo cuerno es la superación de todo sistema en el campo ontológico, pero para esto hay que regresar en el espíritu integrado y así en una pelea a regresiva    Nietzsche seria vencido por Marx, Marx por Hegel , Hegel por Aristóteles, Aristóteles por Platón, Platón por Heráclito, Heráclito por Parménides y ¿Quién vencería a Parménides?        

 

Abraham, esto es lo que descubrió Kierkegaard él fue el primero que se atrevió a inspirar profundo en un tiempo donde todo el mundo empezaba a expirar y entonces como diría Platón la base del logos está  en el mito  y si el logos es razón el mito es fe.

 

Claro para nosotros el primer logos es la fe porque el mito es logos esto hace de la fe que es una intuición intelectual una mediación lo cual es una contradicción más la fe es un don veamos cómo se mueve.                    

       

 

 

Érase cierta vez un hombre que en su infancia había oído contar la hermosa historia de cómo Dios quiso probar a Abraham, y cómo éste soportó la prueba, conservó la fe y, contra esperanza, recuperó de nuevo a su hijo. Siendo ya un hombre maduro volvió a leer aquella historia y le admiró todavía más, porque la vida había sepa- rado lo que se había presentado unido a la piadosa ingenuidad del niño. Y sucedió que cuanto más viejo se iba haciendo, tanto más frecuentemente volvía su pensamiento a este relato: su entusiasmo crecía más y más, aunque, a decir verdad, cada vez lo entendía menos. Hasta que al fin, absorbido por él, acabó olvidando todo lo demás y su alma no alimentó más que un solo deseo: ver a Abraham; sólo tuvo un pesar: no haber podido ser testigo presencial de aquel acontecimiento. No es que anhelase contemplar las hermosas comarcas de oriente, ni las bellezas mundanas de la tierra prometida ni a aquel matrimonio temeroso de Dios, cuya vejez bendijo el Señor, ni la venerable figura del patriarca, tan entrado ya en años, ni la florida juventud de ese Isaac donado por Dios: para él habría sido lo mismo si la historia hubiese acaecido en el más estéril de los eriales. Lo que de veras deseaba era haber podido participar en aquel viaje de tres días, cuando Abraham, caballero sobre su asno, llevaba su tristeza por delante y su hijo junto a él. Hubiera querido presenciar el instante en que Abraham, al levantar la mirada, vio, allá en el horizonte, el monte Moriah; y hubiera querido presenciar también el instante en que, después de apearse de los asnos, a solas ya con el hijo, inició la ascensión de la montaña: su pensamiento no estaba atento a artísticos bordados de la fantasía sino a los estremecimientos de la idea. Este hombre no era un pensador, no experimentaba deseo alguno de ir más allá de la fe, y le parecía que lo más maravilloso que le podría suceder era ser recordado por las generaciones futuras como padre de esa fe: consideraba el hecho de poseerla como algo digno de envidia, aun en el caso de que los demás no llegasen a saberlo. Este hombre no era un docto exégeta. Tampoco conocía la lengua hebrea; de haberla sabido es posible que le hubiese resultado fácil comprender la historia de Abraham. I «Y quiso Dios probar a Abraham y le dijo: Toma a tu hijo, tu unigénito, a quien tanto amas, a Isaac, y ve con él al país de Moriah, y ofrécemelo allí en holocausto sobre el monte que yo te indicaré». Era muy de madrugada cuando Abraham se levantó, hizo aparejar los asnos y dejó su tienda, e Isaac iba con él. Sara se quedó junto a la entrada y les siguió con la mirada mientras caminaban valle abajo, hasta que desaparecieron de su vista. Durante tres días cabalgaron en silencio, y llegada la mañana del cuarto continuaba Abraham sin pronunciar palabra, pero al levantar los ojos vio a lo lejos el lugar de Moriah. Allí hizo detenerse a sus dos servidores, y solo, tomando a Isaac de la mano, emprendió el camino de la montaña. Pero Abraham se decía: no debo seguir ocultándole por más tiempo a donde le conduce este camino. Se detuvo entonces y colocó su mano sobre la cabeza de Isaac, en señal de bendición e Isaac se inclinó para recibirla. Y el rostro de Abraham era paternal, su mirada dulce y sus palabras amonestadoras. Pero Isaac no le podía comprender, su alma no podía elevarse a tales alturas, y abrazándose entonces a las rodillas de Abraham, allí a sus pies, le suplicó, pidió gracia para su joven existencia, para sus gratas esperanzas; recordó las alegrías del hogar de Abraham y evocó el luto y la soledad. Entonces Abraham levantó al muchacho y comenzó a caminar de nuevo, llevándole de la mano, y sus palabras estaban llenas de consuelo y exhortación, pero Isaac no podía comprenderle. Abraham seguía ascendiendo por la senda de Moriah pero Isaac no le comprendía. Entonces se apartó brevemente Abraham de junto al hijo, pero cuando Isaac contempló de nuevo el rostro de su padre, lo encontró cambiado: terrible era su mirar y espantosa su figura. Aferrando a Isaac por el tórax lo arrojó a tierra y dijo: «¿Acaso me crees tu padre, estúpido muchacho? ¡Soy un idólatra! ¿Crees que estoy obrando así por un mandato divino? ¡No! ¡Lo hago porque me viene en gana!» Tembló entonces Isaac y en su angustia clamó: «¡Dios del cielo! ¡Apiádate de mí! ¡Dios de Abraham! ¡Ten compasión de mí! ¡No tengo padre aquí en la tierra! ¡Sé tú mi padre!» Pero Abraham musitó muy quedo: «Señor del cielo, te doy las gracias; preferible es que me crea sin entrañas, antes que pudiera perder su fe en ti.» Cuando una madre considera llegado el momento de destetar a su pequeño, tizna su seno, pues sería muy triste que el niño lo siguiera viendo deleitoso cuando se lo negaba. Así cree el niño que el seno materno se ha transformado, pero la madre es la misma y en su mirada hay el amor y la ternura de siempre. ¡Feliz quien no se vio obligado a recurrir a medios más terribles para destetar al hijo! II Era muy de madrugada, cuando Abraham se levantó, abrazó a Sara, desposada de su vejez, y Sara besó a Isaac, que le había librado de la vergüenza y era su orgullo y la esperanza de su descendencia. Cabalgaron en silencio durante el camino y Abraham no levantó los ojos del suelo hasta que llegó el cuarto día, entonces alzó la mirada y vio a lo lejos el monte Moriah, y de nuevo sus ojos volvieron al suelo. En silencio recogió la leña para el sacrificio y en silencio ató a Isaac: en silencio empuñó el cuchillo: entonces vio el carnero que Dios había dispuesto. Lo sacrificó y regresó al hogar... Desde aquel día Abraham fue un anciano; no podía olvidar lo que Dios le había exigido. Isaac continuó creciendo, tan florido como antes; pero la mirada de Abraham se había empañado y nunca más vio la alegría. Cuando el niño se ha hecho más grande y llega el momento de destete, la madre, virginalmente, oculta su seno, y así el niño ya no tiene madre. ¡Dichoso el niño que ha perdido a su madre de otra manera! III Era muy de madrugada cuando Abraham se levantó; besó a Sara, la madre reciente, y Sara besó a Isaac, su regocijo y la más grande de sus alegrías. Y Abraham meditaba, mientras iba haciendo camino a lomos de su asno; pensaba en Agar y en su hijo, a quienes abandonó en el desierto. Subió al Moriah y tomó el cuchillo. Cuando Abraham, solo, caminaba hacia el monte Moriah, la tarde era sosegada; se arrojó al suelo y su rostro tocó la tierra y pidió a Dios que le perdonase el pecado de haber querido sacrificar a Isaac, pues el padre había olvidado su deber para con el hijo. Repitió con frecuencia su solitario viaje, pero no logró encontrar la paz. No podía comprender cómo podía ser pecado el haber querido sacrificar a Dios lo más preciado que poseía, aquel por quien hubiera dado la propia vida tantas veces como hubiera sido necesario; y si era un pecado, si no había amado a Isaac lo suficiente, tampoco podía comprender entonces cómo le podía ser aquello perdonado, pues, ¿qué pecado podía haber más tremendo? Cuando llega el momento de destetar al niño, no está libre la madre de tristeza, al pensar que el pequeño y ella se encontrarán en adelante más separados uno de otro, porque ese niño que al principio tuvo bajo su corazón, y que más tarde reposó en su regazo, ya nunca le estará tan próximo. Así sufrirán ambos este corto dolor. ¡Feliz quien pudo conservar al hijo y no hubo de conocer otros pesares! IV Era muy de madrugada. En el hogar de Abraham estaba todo preparado para el viaje. Se despidió de Sara y su fiel criado. Eleazar les acompañó hasta que Abraham le ordenó regresar a casa. Abraham e Isaac recorrieron el camino en buena armonía y llegaron al monte Moriah. Y Abraham, sosegado y dulce, hizo los preparativos para el sacrificio, pero cuando se volvió para tomar el cuchillo, vio Isaac que la mano izquierda de Abraham se contraía por la desesperación y que un estremecimiento agitaba todo su cuerpo. Pero Abraham empuñó el cuchillo. Después habían regresado al hogar, y Sara acudió presurosa a su encuentro, pero Isaac había perdido su fe. De lo sucedido no se dijo una sola palabra e Isaac jamás contó a nadie lo que había visto, y Abraham suponía que nadie lo hubiera visto. Cuando llega el momento de destetar al niño, la madre le prepara alimentos muy nutritivos para que el pequeño no perezca. ¡Feliz aquél que dispone de alimentos nutritivos! De este modo y de muchos otros diferentes, se imaginaba esta historia el hombre a quien nos estamos refiriendo. Y cada vez que volvía a casa después de un viaje al monte Moriah, agotado por el cansancio, se retorcía las manos, y exclamaba: Puesto que nadie iguala en grandeza a Abraham, ¿quién entonces se halla en grado de comprenderlo?

 

 

 

 

 

 

 

 

Abraham al querer sacrificar a su hijo ha de infringir la ética de lo general que ordena amar al hijo más que a nada en el mundo, por obedecer a Dios se enfrenta con su sociedad y sus normas y nadie puede comprenderle, todos le condenan. No así en el caso de Agamenón ni en el de Jefté o el de Bruto, donde el sacrificio del hijo se hace en beneficio de todo un pueblo; a estos tres hombres todos pueden comprenderlos y compadecerlos, mientras que Abraham pasa por asesino o por loco, pues el sacrificio que quiere hacer de su hijo no redunda en un bien general. Y ese es el drama del Único, que en la más completa soledad y en medio de la total incomprensión, debe suspender ideológicamente la ética general para obedecer la consigna divina. Pero ¿qué ética general es esa? La de Hegel. Y aquí conviene entrar un poco en detalles acerca de las enseñanzas de Hegel, y cómo y a causa de qué Kierkegaard le presentó batalla, y en qué consisten esos tres estadios, estético, ético y religioso, que constituyen el núcleo del pensamiento kierkegaardiano. Hegel no invalida la lógica aristotélica, pero la encuentra limitada, porque no admite las mediaciones. La necesidad de la mediación reconciliadora surge desde el momento en que Hegel, que admite como Fichte y Schelling que el yo del hombre está hecho a imagen y semejanza de lo divino, puede por sus propios medios descubrir cual ha sido y es el plan de Dios por el que se rige el devenir histórico. Hegel vuelve a tomar la idea de Spinoza de que materia y espíritu son una misma cosa, pero va más allá que éste al no supeditarse a la lógica aristotélica, donde todo es lo que es absolutamente y para siempre y recurrir a una lógica dialéctica de ideas contrarias. Partiendo de una tesis original, la idea del Ser Puro, y oponiéndole la antítesis del no-ser, llegó a la conciliación que representa el devenir. Al considerar que lo racional es lo real y lo real es lo racional, llegó a la conclusión de que basta con estudiar el funcionamiento de nuestra propia mente para descubrir todo lo que ocurre fuera de ella. Para Hegel el devenir histórico sucede con necesidad lógica, siguiendo un plan divino: la historia es el despliegue en la temporalidad de la Idea. Hay un objetivo en la historia de la humanidad, por eso todo tiene relación con todo: arte, literatura, política, son fenómenos sustancialmente comunes, y el hombre puede descubrir su relación recurriendo a su razón. Mistificando su método dialéctico, Hegel llegaba a la conclusión de que el Estado prusiano de Federico Guillermo III era la corporeización más perfecta que cabía de lo político tal como lo había concebido Dios para llegar a la ejecución final de sus planes. El Estado prusiano era, dijo Hegel, la forma más alta de manifestación del espíritu divino. De ahí que Hegel se esforzara en mantener la supremacía del Estado sobre el individuo. Los pensadores liberales habían considerado siempre a individuo y Estado como términos que no admiten la mediación, pero Hegel, recurriendo a su dialéctica, logra la síntesis y demuestra que la vida de los individuos dentro del Estado y sujetos a él es superior a la vida del individuo en familia y a la del individuo en su soledad existencial. El sistema de Hegel se cierra con broche de oro dando la pri- macía a lo general, y en consecuencia, anteponiendo la ética de lo general a la ética del individuo. La religión se integra dentro del sistema, y Dios ya no puede dirigirse al hombre, ni mucho menos premiarle o castigarle, si no es a través de la mediación de lo general. Marx comprendió la importancia de ese general, que, pese a todas las mistificaciones, era el inevitable resultado a que llevaba el magnífico descubrimiento de la lógica dialéctica. Kierkegaard reaccionó de una manera muy diferente; no se dispuso a combatir el sistema —así lo llamaba siempre— con otro sistema, sino que negó la posibilidad de existir a cualquier sistema, considerándolos como un atentado a la libertad individual. Su yo concreto se negaba a la posibilidad de una fórmula que lo pudiese incluir, limitar y someter a la inmanencia de algo de lo que formaba parte. Y comienza a asaetear con sus ironías a ese Espíritu Puro al que todo y todos deben subordinarse: «Hay una tendencia a sonreírse cuando se considera la vida monacal, pero, con todo, ningún eremita vivió tan fuera de la realidad como se vive ahora: un eremita se abstrae del mundo pero no se abstrae de sí mismo; se describen las circunstancias fantásticas del ermitaño en su reino, en la soledad del bosque, en los azulados límites del horizonte, pero no se piensa que las fantasiosas circunstancias en que funciona el pensamiento puro. La patética irrealidad del solitario es mil veces preferible a la irrealidad cómica de quien se da al pensamiento puro; el apasionado olvido del solitario, que arranca el mundo de sí, es mil veces preferible a la cómica distracción del pensador histórico-universal que acaba olvidándose de sí mismo.» E ironizando contra los hegelianos: «En relación con sus sistemas les ocurre a los sistemáticos lo mismo que al hombre que construye un magnífico castillo, y luego vive al lado en la caseta del portero: o viven en el magnífico edificio del sistema construido. Desde un punto de vista espiritual los pensamientos de un hombre deben ser su propia morada... de lo contrario todo irá mal.» Escribe en su Diario: «Tengo que hallar una verdad para mí, encontrar esa idea por la que quiero vivir y morir.» Y frente a la afirmación de Hegel de que lo real es racional y lo racional real, proclama la exigencia de que debemos ser nosotros mismos, partiendo de nosotros mismos: Lo personales lo real. Así sienta las bases de la filosofía del existente concreto, de las que luego arrancarán inevitablemente todas las corrientes existencialistas. Pero en él la palabra existencia no posee el significado normal que tiene en el lenguaje corriente; los animales no existen, tampoco existen las plantas. La palabra existir sólo puede designar el modo específico de existir del hombre. Los animales y las plantas no existen, duran. El hombre también dura pero sólo como condición previa al existir. El hombre existe porque se acepta a sí mismo como existente que dura, el hombre se elige a sí mismo como existente. Y si se niega a elegirse a sí mismo estará eligiendo como quien elige no querer elegirse. Este tipo de hombre vive en el estadio que denomina estético, estadio que se caracteriza porque quien vive en él contempla el mundo sin comprometerse con nada, viviendo la pura momentaneidad para evitar el ingreso en el devenir temporal. Pero el instante es tiempo, más aún, es la forma más radical del fluir del tiempo, pues es pura fugacidad. Considera a Don Juan (el de Mozart) como el modelo más acabado de hombre estético; estético es también Johannes el Seductor, y en consecuencia, estético era el propio Kierkegaard hasta el gran temblor de tierra, y luego de nuevo, durante un cierto tiempo: el de su noviazgo con Regina. La ruptura con ella se hace necesaria para que Regina salga de la ilusión estética y entre en el otro estadio, el ético, superior al estético, donde Søren está esperándola para, juntos abordar el único estadio auténtico: el religioso. El estadio ético es el del hombre que se compromete dentro de la temporalidad, como esposo, amigo, pariente, como trabajador... Es superior al estadio estético, pero continúa dentro de la temporalidad y sólo tiene validez como introducción al estadio religioso. El estadio ético corresponde a lo general de Hegel, que Kierkegaard aprecia, pero sólo como estadio inferior, mientras que el filóso- fo alemán lo convierte en la más alta instancia del hombre: el hombre particular, el individuo, dice Hegel, es una «conciencia infeliz» cuando se siente y se considera como tal individuo separado y aislado de todo. Pero este particular desarraigado que creía estar en contradicción absoluta y definitiva con el mundo, descubre, gracias a la mediación, que él es parte del todo —una pieza necesaria dentro del plan del Espíritu—. Kierkegaard niega esta interpretación, mi responsabilidad es irreducible a algo externo a ella, y no puede haber mediación entre mi yo y el mundo. Y del mismo modo que la vaciedad del estadio estético hace que el hombre aborde el ético, empujado por la desesperación que produce esa vaciedad, también el hombre ético acaba desesperándose después de que durante un cierto tiempo se ha dedicado a cumplir una y otra vez con el deber que le impone lo general. Cuando el hombre se decide a pasar al estadio religioso no encuentra en él la paz y la tranquilidad que ofrece la religión institucionalizada. En el estadio religioso, y desaparecidas las ilusiones estéticas y éticas (dos formas de la temporalidad, la segunda más seria que la primera, pero temporalidad al fin), queda el hombre cara a cara con la angustia del existir, la existencia es algo misterioso e irracional y el hombre se halla en una relación con Dios incómoda y peligrosa. Dios no se dirige al hombre de viva voz, manifestándole sus deseos y expresándose según estructuras lógicas. La relación con Dios se vive en el terreno del absurdo y el cristianismo es absurdo.

 

Si no existiera una conciencia eterna en el hombre, si como fundamento de todas las cosas se encontrase sólo una fuerza salvaje y desenfrenada que retorciéndose en oscuras pasiones generase todo, tanto los grandioso como lo insignifi- cante, si un abismo sin fondo, imposible de colmar, se ocultase detrás de todo, ¿qué otra cosa podría ser la existencia sino desesperación? Y si así fuera, si no existiera un vínculo sagrado que mantuviera la unión de la humanidad, si las generaciones se sucediesen unas a otras del mismo modo que renueva el bosque sus hojas, si una generación continuase a la otra del mismo modo que de árbol a árbol continúa un pájaro el canto de otro, si las generaciones pasaran por este mundo como las naves pasan por la mar, como el huracán atraviesa el desierto: actos inconscientes y estériles; si un eterno olvido siempre voraz hiciese presa en todo y no existiese un poder capaz de arrancarle el botín ¡cuan vacía y desconsolada no sería la existencia! Pero no es este el caso, y Dios que creó al hombre y a la mujer, modeló también al héroe y al poeta u orador. El poeta no puede hacer lo que el héroe hace, sólo puede admirarlo, amarlo y regocijarse en él. Y es tan feliz como él y su par, puesto que el héroe es como si fuese lo mejor de su ser, lo que más estima, y aún no siendo él mismo, se regocija de que su amor esté hecho de admiración. El poeta es el genio de la evocación, no puede hacer otra cosa sino recordar lo que ya se hizo y admirarlo; no toma nada de sí mismo, pero custodia con celo lo que se le confió. Sigue siempre el impulso de su corazón, pero en cuanto encuentra lo que buscaba, comienza a peregrinar por las puertas de los demás con sus cantos y sus palabras, para que a todos les sea dado admirar al héroe del mismo modo que él, y para que se puedan sentir tan orgullosos de aquél como él se siente. Esa es su hazaña, ese su acto de humildad, ese el leal cometido que desempeña en la morada del héroe. Y si quiere mantenerse fiel a su amor, habrá de luchar día y noche contra las astucias y artimañas del olvido que trata de burlarlo para arrebatarle su héroe, precisamente cuando, ya cumplida la propia hazaña, se une en vínculo de paridad con éste, quien lo ama con idéntica devoción, porque el poeta es como si fuera lo mejor del ser del héroe, tan débil y a la vez tan persistente como sólo puede serlo un recuerdo. Por eso nunca será olvidado quien de verdad fue grande, y aunque transcurra el tiempo y aunque la nube de la incomprensión oculte la figura de héroe, su devoto amigo sabrá esperar, y cuanto más tiempo transcurra tanto más fiel a el se mantendrá. ¡No! No será olvidado quien fue grande en este mundo, y cada uno de nosotros ha sido grande a su manera, siempre en proporción a la grandeza del objeto de su amor. Pues quien se amó a sí mismo fue grande gracias a su persona, y quién amó a Dios fue, sin embargo, el más grande de todo. Cada uno de nosotros perdurará en el recuerdo, pero siempre en relación a la grandeza de su expectativa: uno alcanzará la grandeza porque esperó lo posible y otro porque esperó lo eterno, pero quien esperó lo imposible, ese es el más grande de todos. Todos perduraremos en el recuerdo, pero cada uno será grande en relación a aquello con que batalló. Y aquel que batalló con el mundo fue grande porque venció al mundo, y el que batalló consigo mismo fue grande porque se venció a sí mismo, pero quien batalló con Dios fue el más grande de todos. En el mundo se lucha de hombre a hombre y uno contra mil, pero quien presentó batalla a Dios fue el más grande de todos. Así fueron los combates de este mundo: hubo quien triunfó de todo gracias a las propias fuerzas y hubo quien prevaleció sobre Dios a causa de la propia debilidad. Hubo quienes, seguros de sí mismos, triunfaron sobre todo, y hubo quien, seguro de la propia fuerza, lo sacrificó todo, pero quien creyó en Dios fue el más grande de todos. Hubo quien fue grande a causa de su fuerza y quien fue grande gracias a su sabiduría y quien fue grande gracias a su esperanza, y quien fue grande gracias a su amor, pero Abraham fue todavía más grande que todos ellos: grande porque poseyó esa energía cuya fuerza es debilidad, grande por su sabiduría, cuyo secreto es locura, grande por la esperanza cuya apariencia es absurda y grande a causa de un amor que es odio a sí mismo.

 

 

Durante el entierro de Kierkegaard  se produjeron varios incidentes: sus panfletos habían creado un clima anticlerical en la Universidad; los estudiantes montaron una guardia de honor ante su cadáver y acusaron a la Iglesia de hipócrita cuando Peter Christiensen hizo el elogio fúnebre de su hermano en la catedral, y cuando se desplegó una inusitada pompa para enterrar a Søren, enemigo encarnizado de toda exterioridad religiosa. En el momento que bajaba el ataúd a la fosa, su sobrino con un ejemplar de El Instante en la mano, leyó en forma de desafío la Carta a la Iglesia Laodicea del Apocalipsis:

 

 

«Conozco tus palabras y que no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente; mas porque eres tibio y no eres caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca. Porque dices: Yo soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad, y no sabes que eres un desdichado, un miserable, un indignante, un ciego y un desnudo... El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.»   





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