El estado confesional del pez de oro
-Confiesa tu pecado
-Confiesa tu primero, mi libertad empieza donde termina la
tuya
-La libertad empieza cuando Dios te devora
-(queda atrapada en mi estómago)
-¿Qué es esto?
-El pez de oro, tu pecado nos hunde a todos
Naya, naya, naya, naya, naya, naya
-Está bien confieso
mi pecado…(sale del estómago del pez) He perdido la fe
-La verdad te ha hecho libre
Colaborador
estelar
No existe izquierda ni derecha, existe gente luchando por el
poder en bandos contrarios y t0nt0s siguiéndolos y apoyándolos.
Autor
Colaborador
en ascenso
Eddy
Garcia En el sistema solo existe izquierda o derecha por eso mismo
para manejarlo necesitas a las dos pero sobre todo dividir la izquierda y la
derecha para que nadie puede manejar el sistema más a nosotros no nos interesa
manejar el sistema y entonces lo esoterico nos lleva a la derecha y
encontramos la izquierda y lo exóterico nos lleva al izquierda y encontramos la
derecha así podemos elevar a ambas a la idea no idea y y bajar ambas hasta la
materia no materia pero lo mas hermoso es estar en el centro no de la herida
sino del logos.
Colaborador
estelar
...
No sé que decir para que no suene irrespetuoso, pero, estás
muy confundido.
Te recomiendo algo rápido y divertido.
Mira un vídeo de Revista Migala que se llama "la
izquierda y la derecha no existen".
Ahí te van a explicar todo fácilmente.
Vi el video nuevamente muchas gracias
https://www.youtube.com/watch?v=l9GZYseBHJU&t=61s
Y me queda claro como dice el video que hay izquierda y derecha en el sistema
Al punto de poner Migala bases biológicas y psicológicas para esta
existencia:
Minuto :14:56 La derecha
el desarrollo de la amigdala y la izquierda del cortex del cíngulo anterior
La derecha una educación basada en el miedo la izquierda una
educación basada en la culpa
Nosotros no partimos de bases biológicas o psicológicas sino
de bases ontológicas
La izquierda se basa en el no ser y como tal su movimiento
se trata de liberarse de toda idea, de todo poder, por lo mismo su libertad es negativa en una
estructura horizontal donde todos somos iguales.
0←1←0
Y la derecha se basa en el ser, y como tal su movimiento es
comerse a los demás verticalmente siendo el mejor, aquel que los integra a todos dentro de él, esta es la
libertad positiva.
1
↑
0
↑
1
¿Quién tiene la verdad?
Ambos por lo mismo necesitamos a ambos pero el sistema nos divide en izquierda
y derecha
“divide y reinaras”
Dentro del sistema es lo que hay conservadores y progresistas,
así no hubieran partidos
Siempre habría esta división
Porque los sistema se basan en la división en la contra transferencia,
en el conflicto
La cuestión es ¿Podemos superar esta división?
Si pero jamás dentro del sistema
Porque el sistema divide a las subjetividades en una
objetividad eso es un sistema un conjunto de elementos organizados con un
objetivo, y en el sistema están los que van de acuerdo al objetivo y los que están
en desacuerdo con él.
Para los de derecha el objetivo es conservar el sistema
Para los de izquierda el objetivo es transformarlo
Y como tal son objetivos irreconciliables que siempre nos
enemistaran y nos dejaran ser
Y es que como bien lo dice el video y lo pensamos nosotros
En verdad todos somos de izquierda y derecha así hay tiempos para conservar
Y para transformar.
Por lo mismo tenemos que salir del sistema en una cibernética
de tercer orden
Esta el observador de izquierda que ha despertado a la
diferencia que no se deja
configurar y esta el observador de derecha que ha despertado
a la unidad universal que quiere configurar
la diferencia.
Ambos observadores tienen que entrar en batalla el de
derecha ser el pez más grande que se coma al de izquierda y el de izquierda aquel pez que pueda
retraspasar al de derecha, y librarse de
él.
Ambos son el pez de oro
El pathos de lo nuevo y del nuevo comienzo desarrolla rasgos
destructivos ,si no es inhibido por aquel otro espíritu que Nietzsche llamo
"genio de la meditación" . Precisamente Nietzsche, en cuanto pensador
de la transvaloracion de todos los valores, rechaza el énfasis ciego en lo
nuevo. Es cierto que reconoce a los predicadores de lo nuevo, pero nunca pierde
de vista la necesidad de la vida contemplativa. A los predicadores de lo nuevo,
pues, les contrapone los grandes espíritus contemplativos , que llama "labradores
del espíritu" .
Los espíritus más fuertes y los más malvados son los que
hasta ahora más han hecho avanzar a la humanidad: siempre encendieron de nuevo
las pasiones adormecidas _toda sociedad establecida adormece las pasiones _,
despertaron una y otra vez el sentido de la comparación, de la contradicción ,
del placer por lo nuevo , arriesgado , por lo no experimentado ; obligaron a
los hombres a contraponer opinión contra opinión , modelo contra modelo . Con
las armas , derribando los límites, la mayor parte de las veces ofendiendo a la
piedad :" pero también mediante nuevas religiones y morales " En cada
maestro y predicador de lo nuevo existe la misma "maldad". Pero bajo
todas las circunstancias, lo nuevo es lo malvado , por cuánto lo que conquista
quiere trastocar los antiguos límites y las antiguas piedades
Más lo malvado para el sistema, lo realmente nuevo, lo que vuelve
al origen para ir más allá de todo
limite es santo e iluminado.
CORAL
Kaipi wañuska llakta
guaguan.
Kaipi Layka-kota Khori-Challwa ...
He aquí, el hijo de la ciudad muerta,
He aquí EL PEZ DE ORO del lago de los brujos...
Tu ansiedad le mata. Tu coca tonta no ha sabid6 pagarlo.
Sube al cielo, roba la Llama-ñawi, móntala sin bridas, luego, suda el sudor de
sus calcañares, si eres todavía digno de la Maska-paicha y de la tiana de oro
que mandabas. Llora con tu Orkopata, y azótéte el agua de manantiales que no
conocieron labio humano. Engendra en las khawras, y adora, de rodillas, al Puma.
Y grita, y patea, y gruñe, y salta, y maúlla, y muerde, y devora, y quémate en
la fogata. Ah, tu sotana diezmó la era del Inka, y el kinwal pudre y apesta...
LXII. El sueño le vence: qué sueño. Pero aun así vuelve del sueño para
comprobar si cantando sigo o enmudecido echo espiras por la raíz ébria de su
júbilo. Que si mi fuga le asaltara, saltara sobre mi fuga, y el sueño, y mi
fuga, danzaran en dos sapitos verdes. Fijo, mi fijo, estoy. Enraizado estoy.
Bajo la fronda, río, deslío. LXIII. ¿Dónde, tatay, te pierdes en la noche?
—¿D6nde me pierdo en la noche? Tú lo dices: en la noche. —¿Y es tu deber
perderte? —Ay, nó, mamitay: mi destino fue encontrarme. Pero, si me encontré;
parece que me pierdo. —De manera que... —¡Que volví a mi .español borracho!
—¡Hüiik!... Conquistador siempre... LXIII. El Alba. Es hermoso y fuerte.
Mientras charangueo a la pichitanka, sabe que es un dios, que su padre es un
dios, que la Pacha-mama es su abuela; que somos charangos. —¡Piupiu-titit!
Trino indio. Viento indio en el trino. LXIV. Su madre es la tierra. Le
instruyo.
—Titikaka: por tu casta viniste. Pero no llegarás a cruz si
no ruges, Khori-Challwa. Nada, bueno; pero nó en pajarillo. Nada en nuestra
nada, que la nada ahoga al Pez. Batanea religiosa carne en la risa morena. Y ya
en nada pienso, que no sea terquedad de padrillo, nada del hombre, nada del
oso. ¡Hüiik, pues! Orko-patas: qué pututaso... Vosotros que lo visteis: el
pájaro por la nada y el gato de piedra que nadaba. Junto a la cuna, con longo
reproche, la imilla hila hostias que ya no tragará el Diablo. LXV. ¡Imposible!
¿Pero, te es imposible suponer que mientras te españoleas, llora, te llora? ¿Le
parí para esto? —¡No! ¡No; claro! —¿Entonces? —Phsss... No sé... Me prometí
jamás otra chicha que la suya. No sé. Pero, Thumos le cuida. —¡Thumos! Habría
valido que la bestia fuese el padre. —No exageras en lo menor: sólo Ella es
digna de El. —¡Tatay!... ¿Es que no eres digno de Ella? Todo tuve que hacerlo
sola. —En eso ya exageras. —No basta echar, padre mío: echadura no es hechura.
—¿Y qué es, entonces, mamitay? LXVI. En el día duerme para llamarte, pero en la
noche no duerme llamándote. Cansado de espiar su llamita, agita sus
pichitankas, y vuela, revuela la noche. ¿No te trina en el pecho? ¿No te ronca
en nada? ¿Pero, es que hay trino más dulce, padre mío indio? Haz de mí cuanto
quieras; bárreme con tus basuras, que me pisotéen los Conquistadores; si te
aseas así, siémbrame; que mis lágrimas no te ahoguen. ¡Tatalay; pero El, tu
hijo! ¡Ay! ¡Ay!... Por mis ojos, por mis senos, por mi vientre; dime, tatay:
¿será EL PEZ DE ORO trasto; para la escoba de tu España? ¡Trina, trina. 74hijo
mío, trina, guagualay! ¡Que te oiga este leopardo que devoró a tu dulce padre,
que ya no existe! —IPiupiu-titit! IPiupiu-titit! —¿Has oído? ¿No le oyes?
¡Pues, devórale, como haz devorado los senos de la tierra! Ay, ay: mi alma no
puede más. .. ¡Bon! ¡Bon! ¡Bon! La hora del bombo no pasa. ¿Quién está herida
abrió en la Pacha-mamá, que ni Pizarro se atreve a oírla? ¡Bon! ¡Bon! ¡Bon!
Corazón, viejo bombón... LXVII. Soy el áspid del leproso. Y en la alborada de
los pájaros, antes que el Sol resplandece mi pústula. No digan que no hiervo,
si en el costado izquierdo hierven el pus y el canto, hierve EL PEZ DE ORO, y
su madre se hace una lawa de lepras. ¡Groseros, que adorabais mi lepra, que la
encendíais lamparitas de aceite, que la cantabais salmodias! Groseros: si ya
enhuesó, y se dora, y hierve; y aunque se niegue al salomillo europeo, y aunque
se niegue a la fritanga andaluza, cómo sazona mokhontullus y uyukitus con
charki... Soy el áspid del leproso. Y las alboradas, mis gordas barraganas,
florecen desde la trompa de Falopio hasta la trompa de la esquina. Que se
tranquilicen los hambrientos. Des hoy, al Diablo el Pan de Cada Día. ¡Tragarán
lepra hasta sudar el pus! ...
¡He aquí mi pecado!
Lo serio del pecado es su realidad en el individuo, en
ustedes y en mí; la teología hegeliana, obligada a alejarse siempre del
individuo, sólo puede hablar del pecado a la ligera. La dialéctica del pecado
sigue caminos diametralmente opuestos a los de la especulación. Ahora bien, de
aquí parte el cristianismo, del dogma del pecado y, por lo tanto, del
individuo. Puede vanagloriarse de haber ensefiado el Hombre-Dios, la semejanza
del hombre con Dios; no por ello odia menos todo lo que es familiaridad
licenciosa e impertinencia. Por el dogma del pecado, del aislamiento del
pecador, Dios y el Cristo han tomado para siempre, y cien veces mejor que un
rey, sus precauciones contra todo lo que es pueblo, gens, muchedumbre público,
etc. idem contra todo pedido de una Constitución más libre. Este bando de
abstracciones no existe para Dios; para él, encarnado en su hijo, sólo existen
individuos (pecadores)... Dios, sin embargo, bien puede abarcar con una mirada
a la humanidad toda e incluso, por añadidura, cuidar de los gorriones. Y todo
Dios es un amigo del orden y a este fin está él mismo presente, y en todas
partes y siempre; es la ubicuidad de que el catecismo destaca como uno de sus
títulos nominativos, en lo que a veces el espíritu de los hombres piensa
vagamente, pero nunca tratando de reflexionarlo sin cesar. Su concepto no es
como el del hombre, en el cual lo individual se sitúa como una realidad
irreductible: no, el concepto de Dios abarca todo, pues si no Dios no está en
él. Pues Dios no se las arregla con una reducción; comprende (comprehendit) la
realidad mis- ma, todo lo particular o lo individual; para él, el individuo no
es inferior al concepto. La doctrina del pecado, del pecado individual, del
mío, del vuestro, doctrina que dispersa sin retorno la multitud, plantea la
diferencia de naturaleza entre Dios y el hombre más firmemente de lo que nunca
se ha hecho... y sólo existe Dios para poderlo; ¿no está el pecado en presencia
de Dios?, etcétera. Nada distingue tanto al hombre de Dios como el hecho de ser
un pecador, lo que es todo hombre, y de estar en presencia de Dios; esto es,
evidentemente, lo que mantiene los contrastes, es decir lo que los retiene
(continentur), les evita distenderse y, por ese mantenimiento mismo, la diferencia
no estalla sino más, como cuando se yuxtaponen dos colores, opposita juxta se
posita magis illucescunt. El pecado es el único predicado del hombre
inaplicable a Dios, ni via negationis, ni via eminentiae. Decir de Dios (como
se dice que no es finito, lo que, via negationis, significa su infinitud), que
no peca, es una blasfemia. Para el pecador que es el hombre, un abismo abierto
separa de Dios su naturaleza. Y el mismo abismo, naturalmente, separa a la vez
a Dios del hombre, cuando Dios perdona los pecados. Pues si por imposible, una
asimilación inversa pudiera transferir lo divino a lo humano, un punto, el
perdón de los pecados, haría diferir siempre al hombre de Dios. Aquí culmina el
escándalo, que ha querido ese mismo dogma, que nos ha enseñado la semejanza de
Dios y del hombre. Pero por el escándalo estalla ante todo la subjetividad, el
individuo. Sin duda el escándalo sin escandalizarse es un poco menos que
imposible de concebir, como un concierto de flauta sin flautista; pero incluso
un filósofo me reconocería la irrealidad, más aún que del amor, del concepto
del escándalo y de que no se hace real más que cada vez que hay alguien, que
hay un individuo para escandalizarse.
Por lo tanto, el escándalo está ligado al individuo. De aquí
parte el cristianismo; hace de cada hombre un individuo, un pecador particular;
luego reúne (y Dios se mantiene allí) todo lo que puede encontrarse de
posibilidad de escándalo entre el cielo y la Tierra: he aquí el cristianismo.
Ordena entonces a cada uno de nosotros que crea, es decir que nos dice:
escandalízate o cree. Ni una palabra de más; es todo. Ahora he hablado -dice
Dios en los cielos-, volveremos a hablar en la eternidad. Hasta entonces,
depende de ti que hagas lo que puedas, pero el Juicio te espera. ¡Un juicio!
¡Ah, sí! Bien sabemos, por saber de experiencia, que en un motín de soldados o
de marinos, son tantos los culpables que no se puede pensar en el castigo; pero
cuando es el público, esa querida y respetable élite, o cuando es el pueblo, no
sólo no hay en ello crimen, sino, al decir de los periódicos en los cuales se
puede confiar como en el Evangelio y en la Revelación, se trata de la voluntad
de Dios. ¿Por qué esta inversión? Porque la idea del juicio no corresponde más
que al individuo; no se juzga a masas; es posible masacrarlas, dispersarlas con
chorros de agua, halagarlas, en pocas palabras, tratar de cien diversas maneras
a la muchedumbre como a un animal, pero juzgarlas a las gentes como a bestias
es imposible, pues no se juzga a bestias; cualquiera que sea el número que se
juzgue, un juicio que no juzga a las gentes una por una, individualmente, no es
más que farsa y mentira. Con tantos culpables, la empresa es impracticable; por
esto se deja libre a todos, sintiendo perfectamente que es una quimera pensar
en un juicio y que son demasiados para ser juzgados, que no se los hará pasar
uno a uno, que estaría por encima de nuestras fuerzas y de que por esto hay que
renunciar a juzgarlos. Con todas sus luces, nuestra época, que encuentra inconveniente
prestar a Dios formas y sentimientos humanos, no considera de igual modo, sin
embargo, al hecho de ver en Dios algo así como un juez, un simple juez de paz o
un magistrado militar desbordado por un proceso tan amplio... y por esto se
deduce que será de modo parecido en la eternidad y que por lo tanto es
suficiente unirse, asegurarse que los pastores predicarán en el mismo sentido.
¡Y si hubiera uno entre todos para atreverse a hablar en otra forma, uno sólo
bastante estúpido como para cargar su vida de tristezas a la vez que de
responsabilidad angustiada y temblorosa y perseguir la de los demás! ¡Ea!, por
nuestra seguridad hagámosle pasar por loco o, si es necesario, hagámosle morir.
Basta que tengamos con nosotros el número, y no es una injusticia. La estupidez
o sandez pasada de moda consiste en creer que la mayoría pueda cometer una
injusticia; lo que hace es la voluntad de Dios. Esta sabiduría, según nos
muestra la experiencia -pues después de todo no somos unos imberbes ingenuos,
no hablamos en el aire, sino como hombres sensatos-, es aquella ante la que se
inclina, hasta ahora, todo el mundo, emperadores, reyes y ministros; que es
ella, hasta ahora, la que nos ha ayudado a encaramar en el poder a todas
nuestras criaturas y por esto, ahora le toca a Dios el turno de inclinarse ante
ella. Basta estar en mayoría, en gran mayoría, y mantenerse con los codos
apretados, lo que nos garantizará el juicio de la eternidad. ¡Oh!, lo
tendríamos asegurado, ¡claro está!, si no sucediera que en la eternidad se
llega a ser individuo. Pero individuos lo éramos y en presencia de Dios
continuamos siéndolo, pues incluso el hombre encerrado en un armario de cristal
se siente menos molesto que cada uno de nosotros en su transparencia ante Dios.
Es esto la conciencia. Ella dispone todo, de tal suerte, que una relación
inmediata sigue a cada una de nuestras faltas y el culpable mismo es su
redactor. Pero se la escribe con tinta simpática, que no se hace legible más
que a contraluz de la eterna luz, cuando la eternidad revisa las conciencias.
En el fondo, entrando en la eternidad, nosotros mismos llevamos y entregamos el
sumario minucioso de nuestros menores pecadillos, cometidos u omitidos. La
justicia en la eternidad podría hacerla, pues, un niño; en realidad no hay qué
hacer para un tercero, estando registrado todo, hasta nuestras más
insignificantes palabras. El culpable, en camino de aquí para la eternidad,
tiene la misma suerte que aquel asesino que huye en ferrocarril, con toda la
velocidad del tren, del lugar del crimen y de... su crimen mismo; ¡ay!, a lo
largo de la línea que lo transporta corre el hilo telegráfico transmisor de su
filiación y de la orden de detención para la próxima parada. En ésta penetran
en el vagón y ya es prisionero. Por así decirlo, él mismo aporta el desenlace.
El escándalo, por lo tanto, es desesperar de la remisión de las faltas. Y el
escándalo eleva el pecado a un grado superior. Generalmente se lo olvida, a
causa de no considerar de verdad al escándalo como un pecado y, en lugar de decirlo,
se habla de pecados donde no hay lugar para él. Y menos se lo concibe como
elevando el pecado a un grado superior. ¿Por qué? Porqué no se opone, como lo
quiere el cristianismo, el pecado a la fe, sino a la virtud.
Es éste el pecado contra el Santo Espíritu. Aquí el yo se
eleva a su supremo grado de desesperación; no hace más que arrojar lejos de sí
al cristianismo, lo trata de mentira y de fábula... ¡Qué idea monstruosamente
desesperada de sí mismo debe tener ese yo! La elevación de potencia del pecado
se hace a la luz cuando se la interpreta como una guerra entre el hombre y
Dios, en la cual el hombre cambia de táctica; su crecimiento de potencia es
pasar de la defensiva a la ofensiva. Primero el pecado es desesperación; y se
lucha tratando de rehuirla; luego llega una segunda desesperación, se desespera
el propio pecado; también aquí se lucha, rehuyéndola o atrincherándola en sus
posiciones de retirada, pero siempre pedem reftrens. Después viene el cambio de
táctica: aunque se hunda cada vez más en sí mismo. Desesperar de la remisión de
los pecados es una actitud positiva en presencia de una oferta de la
misericordia divina; ya no es un pecado completamente en retirada, ni a la
simple defensiva. Pero dejar el cristianismo como fábula y mentira es la
ofensiva. Toda la táctica anterior concedía la superioridad al adversario. Al
presente es el pecado quien ataca.
El pecado contra el Santo Espíritu es la forma positiva del
escándalo. El dogma del cristianismo es el dogma del Hombre-Dios, el parentesco
entre Dios y el hombre, pero reservando la posibilidad del escándalo, como
garantía de que se previene Dios contra la familiaridad humana. La posibilidad
del escándalo es el resorte dialéctico de todo el cristianismo. Sin él, el
cristianismo cae por debajo del paganismo y se pierde en tales quimeras, que un
pagano lo trataría de pamplinas. Estar tan cerca de Dios que el hombre tenga el
poder, la audacia, la promesa de aproximársele en el Cristo, ¿qué cabeza humana
ha pensado jamás en ello? Y tomándolo sin oblicuidad, de rondón, sin reserva ni
tortura, con desembarazo, el cristianismo -si se trata de locura humana a ese
poema de lo divino que es el paganismo-, es entonces la invención de la
demencia de un dios; semejante dogma no ha podido acudir más que al pensamiento
de un dios que haya perdido el sentido... así afirmará el hombre que aún no
haya perdido el suyo. El dios encarnado, si el hombre sin más debiera ser su
camarada, formaría un pendant con el príncipe Enrique de Shakespeare (Se
refiere a Enrique IV). Dios y el hombre son dos naturalezas a quienes separa
una diferencia infinita de naturaleza. Toda doctrina que no quiera tenerlo en
cuenta, es para el hombre una locura y para Dios una blasfemia. En el paganismo
el hombre refiere Dios al hombre (dioses antropomórficos); en el cristianismo
Dios se hace hombre (Hombre-Dios)... pero a esta caridad infinita de su gracia,
de su misericordia, Dios sin embargo pone una condición, una sola, que no puede
dejar de poner. Aquí está precisamente la tristeza del Cristo: de estar
obligado a ponerla; puede apocarse hasta tomar la apariencia de un servidor,
soportar el suplicio y la muerte, invitarnos a ir hacia él, sacrificar su
vida... pero el escándalo, ¡no!, no puede abolir su posibilidad. ¡Oh acto
único! y tristeza indescifrable de su amor, esta impotencia de Dios mismo -y en
otro sentido su negativa a quererlo-, esta impotencia de Dios, aunque lo
quisiere, para hacer que ese acto de amor no se transforme para nosotros en su
exacto contrario, ¡para nuestra extremada miseria! Pues lo peor para el hombre,
peor aún que el pecado, es escandalizarse del Cristo y empecinarse en el
escándalo. Y esto es lo que el Cristo, que es el Amor, no puede incluso evitar.
Ved, incluso él nos lo dice: Bienaventurados los que no se escandalizan de mí.
Pues él no puede hacer más. Lo que puede, lo que está en su poder, es llegar a
hacer por su amor la desgracia de un hombre, como nadie hubiera podido hacerlo
por sí mismo. ¡Oh contradicción insondable del amor! Su mismo amor le evita tener
la dureza de no terminar ese acto del amor -¡ay!- que hace desventurado a un
hombre de tal modo, que de ninguna otra manera hubiera podido llegar a serlo
tanto. Pero tratemos de hablar en hombre. ¡Oh miseria de un alma que jamás haya
sentido esa necesidad de amar, en la cual se sacrifica todo por amor, de un
alma que por consecuencia nunca haya podido hacerlo! Pero si este mismo
sacrificio de su amor le descubriera el medio de hacer la peor desgracia de
otro, de un ser amado, ¿qué haría? O bien el amor perdería entonces su resorte
en esa alma y de una vida de potencia caería en los herméticos escrúpulos de la
melancolía, y apartándose del amor, no atreviéndose a asumir la acción que
entrevé, esa alma sucumbirá, no por no actuar, sino por la angustia de poder
obrar. Pues como una carga pesa infinitamente más si se encuentra en la
extremidad de una palanca y que haya que levantarla por la otra, así todo acto
pesa infinitamente más haciéndose dialéctico, y su peso infinito se da cuando
esa dialéctica se complica de amor, cuando, lo que el amor impulsa a hacer por
el amado, además, la solicitud por el amado parece en cambio desaconsejarlo. O
bien vencerá el amor, y por amor, ese hombre se atreverá a obrar. Pero en su
alegría de amar (el amor es siempre alegría, sobre todo si es todo sacrificio)
su tristeza profunda será... ¡esa posibilidad misma de obrar! Por esto sólo con
lágrimas cumplirá esa acción de su amor, hará el sacrificio (del cual, él,
tiene tanta alegría); pues siempre flota, sobre lo que llamaría un cuadro de
historia de la interioridad, la sombra funesta de lo posible. Y no obstante,
¿sin esa sombra reinante, habría sido su acto un acto de verdadero amor? No sé,
amigo lector, lo que has podido hacer en tu vida, pero esfuerza ahora tu
cerebro, rechaza todo falso espejismo, avanza por una vez al descubierto,
desnuda tu sentimiento hasta en sus vísceras, abate todas las murallas que de
ordinario separan al lector de su libro y entonces lee a Shakespeare... ¡Verás
entonces conflictos que te harán escalofriar! Pero delante de los verdaderos,
de los conflictos religiosos, Shakespeare mismo parece haber retrocedido de
temor. Acaso para ser expresados no toleren más que el lenguaje de los dioses.
Lenguaje excluido para el hombre: pues, como lo ha dicho tan bien un griego,
los hombres nos enseñan a hablar, pero los dioses a callarnos.
HAYLLI
¡Alto ahí, Miuras toriondos! Todo dolor es indio. El callar
si no es indio no es callar Las mugres todas son indias. ¿Si el llorar no es
indio, qué es? El temblor es indio Toda hambre es india. Los infiernos son
indios. No hay esclavitudes sino indias. Los puntapiés se hicieron para el
indio. Las cadenas quieren indios. El indio es un dios humillado. Los hombres
ocultan un indio dentro. Arco y flecha es el indio. Bestia: te llaman indio.
HAYLLI
Se desnuca el
khusillu: lo estais viendo. Ya, verdad es, nadie puede más. ¡Más no podemos ya!
El Inti-raymi llegó al gargüero...
Esta diferencia infinita de naturaleza entre Dios y el
hombre está en el escándalo, cuya posibilidad nadie puede hacer a un lado. Dios
se hace hombre por amor y nos dice: Ved lo que es ser hombre; pero agrega:
tened cuidado, pues al mismo tiempo soy Dios... y bienaventurados aquellos que
no se escandalizan de mí. Y si reviste, como hombre, las apariencias de un
humilde servidor, es a causa de que esa humilde apariencia nos manifiesta a
todos que nunca hay que creerse excluido de la aproximación a él, ni que sea
preciso, para esto, tener prestigio y crédito. En efecto, es el humilde. Mirad
hacia mí -dice- y venid a convenceros de lo que es ser un hombre, pero también
tened cuidado, pues al mismo tiempo soy Dios... Y bienaventurados aquellos que
no se escandalizan de mí. O inversamente: Mi Padre y yo no somos más que uno y
sin embargo soy este hombre de poca monta, este humilde, este pobre, este
abandonado, entregado a la violencia humana... y bienaventurados aquellos que
no se escandalizan de mí. Y este hombre de poca monta que soy es el mismo por
quien oyen los sordos, ven los ciegos y caminan los paralíticos y curan los
leprosos y resucitan los muertos... si, bienaventurados quienes no se
escandalizan de mí. Es por esto que estas palabras del Cristo, cuando se
predica acerca de él -y, responsable ante el Altísimo, me atrevo a afirmarlo
aquí-, tienen tanta importancia, sino como las palabras de la consagración de
la Cena, al menos como las de la Epístola a los corintios: Que cada uno haga
examen de sí mismo. Pues son ellas las palabras mismas del Cristo y es
necesario, sobre todo para nosotros los cristianos, sin descanso,
intimárnoslas, reiterárnoslas, repetírnoslas a cada uno particularmente. En
todas partes donde se las calla, en todos los lugares al menos donde la
exposición cristiana no se penetra de su pensamiento, el cristianismo no es más
que blasfemia. Pues, sin guardias ni servidores para abrirle el paso y hacer
comprender a los hombres que él era aquél que venía, el Cristo pasó por aquí
abajo en la humilde especie de un servidor. Pero el riesgo del escándalo (¡ah!
¡En el fondo de su amor era esa su tristeza!) Le guardaba y le guarda aún, como
un abismo abierto entre él y aquéllos a quienes más ama. En efecto, en aquel
que no se escandaliza, la fe es una adoración. Pero adorar, que traduce creer,
también traduce que la diferencia de naturaleza entre el creyente y Dios
continúa siendo un abismo infinito. Pues se encuentra en su fe el riesgo del
escándalo como resorte dialéctico. Pero el escándalo considerado aquí es
también positivo de otro modo, pues tratar de fábula y mentira al cristianismo,
es tratar de igual manera al Cristo. Para ilustrar esta especie de escándalo,
sería útil pasar en revista sus diferentes formas; como en principio deriva
siempre de la parado- ja (es decir del Cristo), se la encuentra por
consiguiente cada vez que se define al cristianismo, lo que no puede hacerse
sin pronunciarse acerca del Cristo, sin tenerlo presente en el espíritu. La
forma inferior del escándalo, humanamente la más inocente, es dejar indecisa la
cuestión del Cristo, es llegar a la conclusión de que uno no se permite sacar
una conclusión, es decir que no se cree, pero que uno se abstiene de juzgar.
Este escándalo, pues es uno, escapa a la mayoría. Tanto se ha olvidado
completamente el Tú debes del imperativo cristiano. De aquí proviene el hecho
de que no se vea el escándalo de relegar al Cristo a la indiferencia. Sin
embargo, el mensaje, que es el cristianismo, no puede significar para nosotros
más que el deber imperioso de llegar a una conclusión con respecto al Cristo.
Su existencia, el hecho de su realidad presente y pasada, rige toda nuestra
vida. Si tú lo sabes, es escándalo decidir que sobre tal cuestión no tendrás un
punto de vista. Empero, en un tiempo como el nuestro, en el cual se predica el
cristianismo con la mediocridad que se sabe, hay que escuchar ese imperativo
con alguna reserva. ¿Pues cuántos millares de personas, sin duda, lo han oído
predicar sin oír nunca una palabra de ese imperativo? Pero pretender aun,
posteriormente, carecer de opinión al respecto, es escándalo. Es, en efecto,
negar la divinidad del Cristo, negar su derecho a exigir de cada uno que tenga
una opinión. Es inútil responder que uno no se pronuncia sobre ello, que no se
dice ni sí ni no con respecto al Cristo. Entonces se os preguntará si os es
indiferente saber si debéis o no tener una opinión con respecto al Cristo. Y si
se contesta que no, se cae en la propia trampa; y si se responde que sí, el
cristianismo os condenará a pesar de todo, pues todos debemos tener una opinión
sobre esto y, por consiguiente, sobre Cristo, y nadie debe tener el coraje de
tratar la vida del Cristo como curiosidad despreciable. Cuando Dios se encarna
y se hace hombre, no se trata de una fantasía, de una sutileza a manera de
empresa, para evadirse quizá de ese aburrimiento inseparable, según una palabra
desvergonzada, de una existencia de Dios... En resumen, no es para poner en la
cuestión la aventura. No, este acto de Dios, ese hecho, es lo serio de la vida.
Y a su turno, lo serio de esa seriedad, es el deber imperioso de todos de
hacerse una opinión al respecto. Cuando un monarca pasa por una ciudad de
provincia, es para él una injuria que un funcionario, sin excusa recomendable,
se dispense de ir a saludarlo; ¿pero qué se pensaría de un funcionario que
pretendiera ignorar incluso la llegada del rey a la ciudad, que jugara al
particular, y se burlara así de su majestad y de la Constitución? Igual sucede
cuando Dios se complace en hacerse hombre... y que alguien (pues el hombre es a
Dios como al rey el funcionario) encuentre justo decir entonces: ¡Sí! Éste es
un punto sobre el cual prefiero no tener opinión. Así se habla, en aristócrata,
de lo que se desprecia en el fondo: así, con esa altivez que se pretende
equitativa y sólo tiene desprecio por Dios. La segunda forma del escándalo,
aunque negativa, es un sufrimiento. Sin duda uno se siente en ella incapaz de
ignorar al Cristo, fuera de la posibilidad de dejar pendiente toda esa cuestión
del Cristo arrojándose en las agitaciones de la vida. Pero no por ello se deja
de ser menos incapaz de creer, cerrándose siempre en el mismo y único punto, en
la paradoja. Si se quiere, también es honrar al cristianismo el decir que la
cuestión: ¿Qué opinas del Cristo? es en efecto la piedra de toque. El hombre
encerrado de este modo en el escándalo pasa su vida como una sombra, vida que
se consume porque en su fuero íntimo siempre gira en torno de este mismo
problema. Y su vida irreal expresa perfectamente (como en el amor, el
sufrimiento de un amor desventurado) toda la sustancia profunda del
cristianismo. La última forma del escándalo es la misma de este último
capítulo, la forma positiva. Trata al cristianismo como fábula y mentira, niega
al Cristo (su existencia, que sea quien dice ser) a la manera de los docetas o
de los racionalistas: entonces o el Cristo ya no es un individuo, sino que sólo
tiene la apariencia humana, o no es más que un hombre, más que un individuo. De
este modo, con los docetas se esfuma en poesía o mito sin pretender realidad, o
bien con los racionalistas se hunde en una realidad que no puede pretender la
naturaleza divina. Esta negación del Cristo, de la paradoja, implica a su vez
la del resto del cristianismo: del pecado, de la remisión de los pecados,
etcétera. Esta forma del escándalo es el pecado contra el Santo Espíritu. Como
los judíos decían que el Cristo expulsaba a los demonios mediante el Demonio,
de igual modo este escándalo hace del Cristo una invención del demonio. Este
escándalo es el pecado, llevado a su suprema potencia, cosa que no se ve de
ordinario, a causa de no oponer, cristianamente, el pecado a la fe. Este
contraste, por el contrario, es el que hace el fondo de todo este escrito
cuando, desde la primera parte (Libro Primero, capítulo I), formulamos el
estado de un yo en el cual la desesperación está enteramente ausente: en su relación
consigo mismo, queriendo ser él mismo, el yo sumérjase a través de su propia
transparencia en el poder que le ha planteado. Y a su vez, esta fórmula, como
tantas veces lo hemos recordado, es la definición de la fe.
En este sumergirse se
ha hecho alusión al problema del nihilismo a propósito de los puntos de vista
de la nihilidad y de sünyat:i Esto no quiere decir que la conciencia del abismo
de la nihilidad que se encuentra en el nihilismo sólo aparezca en Occidente.
También en Oriente, especialmente en la India, desde la antigüedad ha sido un
tema constante y fundamental. Como vamos a ver, el papel central que ha
desempeñado el problema del nacimiento y la muerte en Oriente ilustra la
presencia de esta conciencia. Sin embargo, especialmente para el mundo
occidental, el advenimiento del nihilismo como un problema de honda
significación fue un suceso histórico y existencial que emergió a la
conciencia, desde las profundidades de la historia, como un «nihilismo europeo»
y anunció el derrumbamiento devastador en el fondo de la civilización europea
en el papel de un todo. Al principio, las preguntas planteadas por el nihilismo
sólo fueron consideradas por unos pocos pensadores de talento y, desde
entonces, han venido acuciándonos en la vida moderna37• En Nietzsche y en
figuras más contemporáneas, por ejemplo Heidegger, el nihilismo se aborda desde
el horizonte de la llamada «historia del ser». En Oriente no existe una
situación de este tipo. A pesar de todo, Oriente ha logrado una conversión del
punto de vista de la nihilidad al punto de vista de sünyatá. Dado este logro,
parece evidente que nos ha llevado a buscar como una cuestión moderna las
relaciones del punto de vista de sünyatá con la historicidad , es decir, los
modos en los que la historicidad se ha mostrado en el pasado desde este punto
de vista y en los que debería mostrarse en la actualidad. El término sánscrito
sarpsara ha sido traducido como «nacimiento y muerte» y también como
«transmigración». Se refiere a la visión del mundo según la cual las formas de
vida y de existencia halladas en todo lo que vive, incluido el hombre
-denominadas en conjunto, seres sen229 tientes-, así como los ámbitos de la
existencia propios de cada una de esas formas, se dividen en seis caminos38 por
los cuales se cree que migran estos seres, alternando nacimiento-y-muerte como
una rueda que gira incesantemente. En otras palabras, significa que el «ser en
el mundo» está presente en todos los seres sentientes. En el budismo, este ser
en el mundo como sarpsara se comprende de manera radicalmente existencial. Las
enseñanzas budistas se refieren, por ejemplo, al «mar del sufrimiento
samsárico», comparando al mundo, con sus seis modos y su movimiento sin fin de
una existencia a otra, a un mar insondable e identificando la Forma esencial de
los seres obligados a ir rodando sin descanso con el sufrimiento. De forma
similar, cuando el abismo de la nihilidad surgió existencialmente en la
autoconciencia del nihilismo de la Europa moderna, la Existenz suspendida sobre
ese abismo no pudo más que despertar a sí misma como algo penetrado por un
«gran sufrimiento» (Leiden). Pero el budismo va más allá de la autoconciencia existencial
del sufrimiento, al hablar de un sufrimiento universal donde todo es
sufrimiento y al reconocer en el sufrimiento un principio fundamental. Podría
no estar del todo equivocado sugerir que la explicación budista del sufrimiento
como una de sus Cuatro Nobles Verdades -la verdad del sufrimiento- se considere
un paso más allá en la conciencia existencial del sufrimiento y de la
interpretación existencial (heideggeriana) del ser en el mundo. Sea como fuere,
el despertar a una nihilidad insondable y a la anulación está contenido en la
conciencia de una existencia zarandeada en el mar del sufrimiento samsárico. El
movimiento de nacimiento-y-muerte, el devenir incesante, que es la esencia de
nuestro ser, acontece como resultado de nuestros propios actos (los tres karma
de pensamiento, palabra y obra que constituyen nuestras acciones voluntarias de
cuerpo-mente) y las pasiones mundanas que los acompañan. Puesto que nuestro
Dasein, determinado por el karma de un pasado ilimitado, determina a su vez el
karma de un futuro ilimitado, la esencia de nuestras acciones voluntarias
presentes (karma) aparece en la perspectiva sobre el transfondo de una
causalidad de un destino sin fin. Decirnos destino, pero desde la visión de la
transmigración interminable del mundo del nacimiento-y-muerte, significa
fundamentalmente que todos, sin excepción, tan sólo recogemos los frutos de
nuestras propias acciones. Sólo al aferrarse a sus propias acciones, la
existencia considerada como sufrimiento es capaz de manifestar su verdadera
Forma. En términos de sarpsara, esto se podría explicar como una aprehensión
existencial del ser que yace bajo la superficie de esta manera de considerar el
nacimiento-y-muerte. La finitud del ser en el mundo del hombre es comprendida
aquí como ilimitada e infinita en su esencia. La finitud de la existencia
humana es esencialmente finitud infinita. Ahora bien, ser infinitamente finito
o, en otros términos, una finitud que dura infinitamente significa según Hegel
una «mala infinitud» (schlechte Unendlichkeit), un concepto que la lógica
normalmente desecha. Por una parte, para la lógica del entendimiento
(Verstand), que se asienta en un pensamiento discursivo en el fondo incapaz de
aprehender más que cosas finitas, ser infinitamente finito es una pura contradicción.
Un pensamiento de este tipo sólo puede desembocar en antinomias. Por otra
parte, en una lógica de la razón (Vernunft), que cuenta con un pensamiento
intuitivo que comprende la totalidad de una sola vez, la representación de la
infinitud en forma de finitud interminable no corresponde a la idea de una
infinitud verdadera. En cualquier caso, de nuestro hablar sobre un
infinitamente finito o una finitud interminable no surge ningún concepto
válido. En general, todo esto nos parece sin sentido. No obstante, cuando el
hombre adopta el punto de vista de la Existenz como suyo y advierte su propia
finitud como infinitamente finita en su esencia, hay algo implícito que no
puede ser simplemente obviado. Aquí la contradicción lógica de ser algo
infinitamente finito más bien saca a relucir el hecho de que la infinitud ha
sido descubierta como finitud radical. Esto indica una revelación de la esencia
de la finitud como finitud. Esta revelación de la esencia es imposible para un
modo conceptual de pensar la finitud; sólo puede producirla una autoconciencia
existencial confrontada directamente con su propia finitud. En esta perspectiva
de la Existenz, la esencia de la finitud no es finita. En el pensamiento
especulativo decir que la finitud es finita es una tautología evidente; en la
autoconciencia existencial de que lo finito se comprende pura y simplemente
como finito quiere decir comprender su propia finitud no existencialmente, esto
es, de forma contemplativa o, más bien, representacional. La propia finitud es
representada como finita, como algo que un día dejará de ser. Sucede más o
menos lo mismo con nuestra manera cotidiana de considerar la muerte: ese día de
los años futuros cuando yo muera, la muerte dejará de ser conmigo. Esta
representación de la muerte es totalmente diferente de aquello a lo que antes
nos referíamos como realizar existencialmente la esencia de la muerte junto a
la esencia de la vida desde la propia existencia vivida. Si se parte de una
aprehensión del yo y de la muerte según la cual la propia muerte significa
además la muerte de la propia muerte, se bloquea el acceso a una vía más allá
del nacimiento-y-muerte, el tránsito a un campo que ha abandonado el
nacirniento-y-muerte. No es que no exista un pasadizo por encima de nacimiento-y-muerte,
sino sólo que el hombre lo excluye y lo confina al olvido. (Ésta es la
verdadera forma de indiferencia sobre los asuntos religiosos.) En suma, afirmar
que lo finito es finito, mientras que es perfectamente válido en términos de
pensamiento especulativo, es un error desde un punto de vista existencial. Tal
afirmación omite la esencia de la finitud y puesto que surge de un punto de
vista que no reconoce la finitud existencial existencialmente no consigue
revelar la finitud verdaderamente. Desde el punto de vista de la Existenz, no
únicamente la lógica del entendimiento discursivo sino también la lógica de la
razón especulativa implican fundamentalmente esa omisión. En efecto, fue
justamente esa intuición la que motivó el enfrentamiento entre Kierkegaard y
Hegel. La afirmación de que la esencia de la finitud no es finita supone un
significado de ratio que es totalmente distinto al del entendimiento discursivo
o de la razón especulativa. Encontramos una concepción de esa envergadura en
nuestra época, por ejemplo, en el desarrollo de lo que se denomina una
perspectiva fenomenológica. Alcanzó su plenitud en la «intuición de la esencia»
de Husserl y se desarrolló más en la interpretación existencial de la
fenomenología existencial de Heidegger. En esa perspectiva es donde sale a la
luz una ratio de carácter totalmente distinto a la ratio de la lógica. Ahora
bien, ¿qué tipo de ratio y qué clase de Existenz es supuesta al decir que la
finitud se considera como infinitamente finita en su esencia y que es una revelación
radical de la finitud? Consiste en la comprensión del hombre de su propia
finitud en una dimensión de trascendencia, de «trans-descendencia», que
atraviesa la perspectiva del entendimiento discursivo y la razón especulativa
hacia la profundidad de su propia existencia. Es una conciencia de que la
finitud del Dasein, así como el Dasein finito mismo, llega a manifestarse en
ese campo de trascendencia. En otras palabras, es la conciencia extática del
Dasein. 232 En comparación con esta trascendencia como éxtasis, incluso la
razón especulativa absoluta de Hegel resulta inmanente. Desde el punto de vista
de la razón absoluta, donde se puede decir que se ha revelado la continuidad
más profunda entre Dios y el hombre, todos los fenómenos son absorbidos en el
auto desarrollo del orden racional de la razón y se convierten en parte del
proceso por el cual el pensamiento de la razón retorna a sí mismo. La dimensión
de la trascendencia, o campo del éxtasis, en comparación con la cual incluso
este proceso circular de la razón absoluta todavía es inmanente, es el campo
donde la esencia de la finitud alcanza la conciencia. Es el campo donde el
nacimiento-y-muerte es contemplado como una «rueda de causacióm sin fin
(génesis cíclica, K15clo�vÉ(}e� o eterno retorno, sat}1.sara);
o, podríamos decir, como el proceso cíclico de la existencia finita misma.
Confrontar la finitud existencialmente es confirmar intuitivamente la esencia
de la existencia real como un ser en el mundo y hacerlo directamente en la base
de esa misma existencia, es decir, en ese campo de trans-descendencia. En otras
palabras, el confrontar la existencia real y su finitud directamente bajo los
pies, como lo que llega a ser manifiesto desde un campo que reside más allá
incluso de la dimensión de la razón, es la revelación de la esencia de la
fmitud. La esencia revelada de esta forma es de un carácter completamente
distinto a lo que se denomina esencia comprendida conceptualmente en la
dimensión de la razón. Sólo puede ser indagada existencialmente. Sin embargo si
la posesión de la razón, en general, es el rasgo distintivo de la humanidad y
si el hombre se define como animal rationale se deduce que la investigación
existencial de la existencia humana referida y su interpretación existencial se
sitúan fuera del alcance humano, en tanto que algo de la dimensión de una
trascendencia extática. La esencia de la finitud o el nacimiento-y-muerte puede
descubrirse en la investigación existencial del hombre de su propia existencia,
en el campo del éxtasis en el que esa esencia surge en la conciencia como una
fmitud infmita, como una finitud interminablemente cíclica o como el proceso
circular de la finitud misma. Con todo, la revelación de esa esencia requiere
una perspectiva que vaya más allá del alcance de lo meramente humano. Para una
investigación fundamental de la existencia humana, el punto de vista
antropocéntrico, es decir, la concepción en la que el hombre se coloca a sí
mismo en el centro, ha quedado superada. Examinar el nacimien233 to-y-muerte
del hombre, es decir, la aparente finitud en la especie denominada hombre, como
una transmigración por los seis caminos, desde un horizonte total que abarca
las otras formas de existencia y los tipos de especies dentro del mundo, apunta
de hecho a la verdadera aprehensión de la esencia de la vida y la muerte del
hombre mismo. Señala una confrontación directa y radical con el
nacimiento-y-muerte que ha penetrado todo el camino hacia el campo del éxtasis.
Ahí nacimiento-y-muerte es verdaderamente comprendido como nacimiento-y-muerte.
Tenemos dos perspectivas: una examina la esencia del nacimiento y muerte en
tanto que interminable y la otra como algo que atañe al ámbito total que abarca
al hombre y a las demás especies. En la confrontación existencial directa ambas
están totalmente fusionadas. Si puede decirse que la finitud infinita
constituye la faceta temporal de la esencia del nacimiento y muerte en el ser
en el mundo, el horizonte total puede ser denominado su aspecto espacial. Los
ciclos, que se alternan sin fin, de la finitud, el mismo proceso cíclico de
finitud, son una peregrinación sin fin de la existencia finita en un horizonte
que abarca las formas de la exi�tencia
humana y la existencia de las demás especies. La misma correlación entre
temporalidad y espacialidad es considerada también de forma que el hombre
comprende el sufrimiento samsárico de su ser en el mundo, contra un trasfondo
de transmigración por las seis formas, como sufrimiento universal. Esta
doctrina budista puede ser vista como expresión de una investigación e
interpretación existencial de la existencia humana. No hace falta decir que, en
términos de su contenido representacional, la noción de transmigración es
rnitica y puede ser fácilmente criticada como fantasía precientífica. Y, según
avanza en el contenido, esas críticas son bien admitidas. Sin embargo, las
cosas no son así de simples. En general, la crítica científica contra lo
rnitico es perfectamente correcta para indicar los límites del pensamiento
prelógico envuelto en el contenido representacional del mito. Pero también es
algo incorrecta porque pasa por alto los elementos existenciales que componen
el núcleo del mito: la confrontación existencial directa con el ser en el mundo
y la ratio única que descubre, tal como la vemos encarnada en los aspectos
rnitico-religiosos de la existencia humana de las sociedades precientíficas. En
este punto además, el intelecto está inclinado a actuar con exceso de celo y de
algún modo el cuidado excesivo parece traicionar el ojo del intelecto. El campo que ha superado la dimensión del
conocimiento intelectual no entra en el campo de visión del intelecto. Decimos
intelecto pero, de hecho, aquí las cosas tampoco son tan sencillas. Hay un
intelecto desde la perspectiva de la ciencia y desde la de la fIlosofía. Aun
cuando la fIlosofía nació como logos o ciencia (aunque las opiniones se dividen
en esta cuestión) lo hizo como una desmitifIcación -o, mejor, una logificación-
de la visión del mundo nútica en la que, a pesar de todo, permanecía fIrmemente
enraizada. Incluso podríamos decir que la raíz subyacente del mythos, oculta
profundamente debajo de la fIlosofía griega, ha permanecido intacta durante
todo su desarrollo y que esto responde en parte a la profundidad y riqueza de
su logos. Mientras pudiera ser denominada desmitifIcación de lo nútico a través
de lo lógico, no era una pura y simple negación de lo nútico. Este tipo de
negación se inicia con el punto de vista adecuado a la ciencia, o más bien,
cientifIsmo. La ciencia comprende lo nútico en la dimensión de su corteza
externa de representaciones, que descarta como no científIcas. Por su parte, la
fIlosofía reconoce en las mismas representaciones símbolos del logos que luego
restablece en la dimensión del logos. Sin embargo, ni la negación del mito por
parte del intelecto científIco ni su transmutación en logos por parte del
intelecto filosófIco pueden agotar la esencia interna del mito. Lo nútico debe
ser devuelto a lo existencial que lo origina en un sentido elemental y ahí el
contenido esencial de su signifIcado puede armonizar de nuevo con una
interpretación existencial en la dimensión de la Existenz. La signifIcación
positiva del mito será demostrada verdaderamente sólo a través de aquello a lo
que Bultmann se refIere como existentielle Entmythologisierung
(desmitologización existencial) . Lo mismo es aplicable a la noción de
transmigración. La dinámica de la desmitifIcación ha funcionado en este sentido
en toda la historia del budismo. De hecho, desde la época en que el budismo
nació, desde sus comienzos como religión, esta dinámica ya estaba presente, de
forma que puede incluso tomarse como el rasgo peculiar del budismo que lo
distingue de otras religiones. La noción de transmigración recogida por el
budismo ha vuelto una y otra vez a lo largo de su historia al problema de la
esencia de la Existenz. El signifIcado de transmigración ha sido extraído de
una interpretación existencial de la existencia humana. En una palabra, era la
esencia o verdadera Forma de la fInitud de la existencia humana: la fInitud iM235
nita que es la verdadera finitud. Pero una nihilidad infundada se abría
existencialmente en el fondo de la existencia humana. Si bien era una nihilidad
tan abisal como para anular todo lo que tiene ser en el mundo (denominado en
conjunto «los tres mundos» en el budismo), vino a actualizarse en el Dasein del
hombre aun cuando anulaba su ser. En esa realización de la nihilidad, el hombre
se apropia del nacimiento y muerte tal como es, esto es, toma posesión de la
Forma original de su propio Dasein y de la Forma original de las cosas en el
mundo tal como son. En resumen, lo que tenemos aquí es un encuentro existencial
con la nihilidad. La nihilidad sólo puede ser conocida existencialmente. Si nos
desviamos un paso del camino de la Existenz, la nihilidad sólo puede parecernos
una noción completamente sinsentido, desprovista de realidad. De hecho, gran
parte de los filósofos, desde múltiples puntos de vista, han llegado a esta
conclusión. Vendría a ser como una radio que no ha sido sintonizada
adecuadamente y que capta sólo interferencias sin sentido que bloquean
totalmente el sonido real de la transmisión. Sólo con la confrontación
existencial con la nihilidad, la lucha a vida o muerte por la trascendencia del
nacimiento-y-muerte escapa de la causalidad sin fin del karma, y alcanza la
«otra orilla» más allá del mar espectral del sufrimiento. En otras palabras, es
la lucha por el nirvana.
Sólo al atravesar el campo de la trascendencia extática (o
trans-descendencia) despertamos al nacimiento-y-muerte como transmigración. Esta
trans-descendencia extático aparece en la infinitud de la vida finita y en la
totalidad del horizonte que comprende el modo de ser del hombre junto a las
demás especies. La nihilidad se revela sólo en esta trascendencia. La nihilidad
hallada en la anulación de todo lo que es o puede ser constituye el significado
existencial contenido en la noción de transmigración. Esta nihilidad representa
el fundamento último del ser-en-el mundo en una universalidad que abarca todas
las formas posibles de existencia (los seis caminos) y en la infinitud del
nacimiento y muerte que migra por todas esas formas de existencia. En esta
nihilidad, las situaciones límite de la existencia humana son llevadas más allá
del campo en el que son consideradas normalmente, hacia el campo de la
trans-descendencia extática. La situación límite que aquí emerge en la
conciencia está situada contra un horizonte de mundanidad que va más allá de la
perspectiva de lo meramente humano y se detiene para reposar sobre un campo,
libre de un modo de ser determinado por un ego humano, que cae en el lapso de
tiempo que va desde el nacimiento a la muerte. La Forma real de nuestra
existencia en el mundo (en otras palabras, la esencia de la existencia real o
el significado del ser en el mundo) es descubierta en su fundamento, sólo en un
campo que ha ido más allá del alcance de una visión antropocéntrica y ha
perdido un modo de ser subjetivo, egoísta. La situación límite que encontramos
en ese ámbito de trascendencia omniabarcador, como una finitud infinita, señala
el punto en que se hace consciente del fondo de la existencia humana. Ahí,
directamente bajo el Dasein del hombre, la Forma real de su existencia surge en
la autoconciencia a la vez que la forma real de todas las demás cosas del
mundo. Ahí la esencia del ser en el mundo humano se manifiesta como un seren-el
mundo de esta especie de infinitud omniabarcadora (finitud infinita) y por lo
tanto, también en su propia mismidad. Por esta razón, en los límites exteriores
de la existencia humana, su esencia ya no es meramente humana. Pertenece a la
categoría de los seres sen tientes en el sentido de que abarca toda otra forma
de existencia. Libre de las determinaciones de lo humano, es, por así decir, un
ser en el mundo desnudo como tal. Es puro ser en el mundo en su sentido
estricto, existencialmente más esencial que el ser en el mundo como hombre. La
autoconciencia existencial de la existencia en tanto que humana sólo es
susceptible de ser verdaderamente esencial cuando avanza hacia un seren-el
mundo en ese sentido estricto y de alú pasa a convertirse en una conciencia de
la existencia humana. Esto es lo que antes queríamos decir con la afirmación de
que la autoconciencia existencial sólo puede desplegarse en el campo de una
trascendencia extática donde el marco del yo humano se ve derrumbado a causa de
una nihilidad abisal que anula de una vez la existencia del hombre y de todas
las cosas. La nihilidad abisal es el lugar donde el ser en el mundo se
encuentra como puro ser en el mundo, libre de todas sus posibles
determinaciones. Es el punto en que todas las cosas existentes son despojadas
de todas las formas de existencia halladas en los seis caminos, sean divinos,
humanos, animales, o como sean; son llevadas hacia la forma pura y simple de
tener meramente su ser en el mundo.
Este dasein es un resein
y como tal pura libertad negativa así como el sujeto que se disuelve en
lo absoluto divino y en lo absoluto divino
que es Cristo lo integra todo es libertad positiva y una y
otra libertad son lo mismo, más solo sacándose la mierda, como en la batallas
de rap como en la danza de tijeras destruyendo todo sistema a toda derecha a toda
izquierda, la transferencia negativa de la herida:
1→←1→0 0
Sera superada por transferencia ontológica
1→←1→0 0 →1→0→1←→0←1←0
Logrando la comunión sintraferencial
Y entonces las comunidades en biotejido se reconocerán como lo son, son el pez
de oro.
La única misión de la madre estado formada por la integración
de las comunidades en biotejido es parir
este pez
—¡Thumos! ¿Te has dormido? —¡Guau! ¡Guau! ¡Guau! —¡Thumos!
¡Thumos! Te duermes; nos dormimos. LXIX. Le miro a los ojos. Su respiración
tranquila me inunda. ¡Venid, venid, pastores! ¡Apretad las usutas, los wiskus,
mis indios!' Aguijad el ahijadero, awatiris! ¡Khawras, allpakus, wikuñas,
pako-wikuñas, wiskachas, achokhallos, lo que vuela o se escurre, lo que está en
el agua, debajo de la tierra y sobre el cielo, vengan, vengan! Elake: EL PEZ DE
ORO nutre el perfume de la paloma; el perfume hondo y silvestre de las salvias,
el aire cantarín de la ola. Se alzará al haz de mi latido y a la altura del
primer perfume floral; y así los días se atrapen en la noche, oiréis en la
oreja un canto. En el bronce de la piel Tartessos puso tiznes de oro; y ya en
el Calvario le crucifican el kurmi, la cascada, el Khori-kancha del Alba...
HAYLLI ¿Que ignoráis su evangelio? ¡Sus tendones anuncian el arco! ¿Que no
sabéis si pide o da? ¡Su abdomen y su tórax están ávidos! ¿Que nada os llaga de
sus ojos? ¡Son los flechadores de la mañana! 48 ¿Que no veis sus hozes?
¡Esperad! ¡Esperad!, LXX. Es ley que del vientre de la noche brote el día. Es
ley que en el seno de la muerte la carne ame.. Es ley que el dolor suture los
harapos. Es ley que los huesos andan. Es ley que la tierra encarne. Es ley que
el amor rompa, los hígados. Pero la miel de la leyes El. LXXI. Preguntemos al
más sabio de los hombres; y nos dirá: "El sabio es El, el trino". En
el trino un Inka mira al Inka que en nosotros trina y nosotros no sabemos
trinar. Cuando la lepra se oculte, trinemos, —¡Piupiu-titit! Cuando el Inka se
acobarde, trinemos. —¡Piupiu-titit! LXXII. ¡Um! ¡Um! ¡Aka! ....¡Cri! ¡Criii!
Hay que oírle en el cherekheña. Vuela con las avecillas y la escarcha del alba,
Salta entre las matas de la Chokemama, entre los tiernos yuyus y las
temblorosas sombrillas de los okalis. Y cuando aún la estrella parpadea en la
hondura de la primavera, el danzarín de oro danza la danza de las corolas...
LXXIII. Para revelarlo al oído del ataúd natal le hago venir desnudo, Su
desnudez santifica el intestino, donde, a falta de fénicos, articulan desnudas
mis palabras... Hijo mío: hay quien desnuda al Inka, Que el viento le desnuda,
que le desnuda el fuego, que le desnuda el hielo, que le desnuda el miedo. El
Sol a veces le desnuda, la desnuda Luna le desnuda, y le desnuda Europa, la
vestidera. —¡Alalau! ¡Aliliy! —¡Aka! ¡Criii! —¡Ualalá! ¡Yililá! —¡Aka! ¡Criii!
—¡Ulala! ¡Yilila! —Aka! ¡Criii! —¡Liyalí! ¡Laulá! —¡Aka! ¡Cri... Criiii! —¡Yil-Lalau!
¡Alalsu! —¡Chichero; que no llores: sí, soy tu hijo, tu hijo soy. .. Mío es,
como hijo soy del khiswar y de su lepra. WAYÑUSIÑA ¡Maja tu lepra, chichero!
Chichero, májala, que te maja. ¡Tu hijo es; es tu hijo! Maja en tu lepra,
chichero majadero. 49 LXXIV. Kakacampana... Campanero del Aquilón; dime, dime:
¿les ves ya? ¿Dónde rezan los cerdos, campanero? Mi padre, vomitando su hispana
sangre, estaba indignado; su vómito se indignaba, Ah... que los kachakos
segaron a bala la comunidad de Khalakampana, dizque en la Trecena se lo pidió y
se lo pagó al Cielo el Gamonal. Y el Titikaka, en cien balsas de oro, se nos
vino con doscientos cadáveres negros, para que pudrieran, negros; en el
resuello de los carniceros chiaras. Mi padre estaba indignado. España estaba
indignada. Y en la orilla del Titikaka, amontonaron mujeres preñadas, niños de
pechó, ancianos anatómicos, phasñas y waynitus kheswas en la flor de la edad y
con la edad de la flor mustia en los labios. Sobre el montón de carne
martirizada, un niño miraba al cielo con los ojos opacos: —¡Kaka!... Criiii...
Allí naciste, trino; de ese montón putrefacto, naciste, trino mío, lnka.
1 comentario:
Es en esta democracia en la que creo que para nada es una democracia , es una lucha espiritual , aquí no hay política correcta o incorrecta todo vale como en el amor y la guerra, la derecha trata de ser el pez mas grande y devorarnos y la izquierda se libra de todo estomago de pez haciéndolos explotar desde adentro ,aquel que se haya comido a todos y se haya librado de todos ese es el pez de oro así escogemos a nuestros lideres en una guerra de imaginarios quien encarne el logos manda pero como no nos gusta ser mandados todos lo encarnamos viviendo en plena libertad.
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