domingo, 19 de enero de 2025

Nuevo día plasmático recuperando la alegría de vivir

 

Nuevo día plasmático recuperando la alegría de vivir 

 

Carlos Troncoso

Christian Franco Rodriguez que oportunista que eres, estimado. Nunca he usado tus publicaciones, cambiándole el sentido, para mi beneficio propio. Que tengas buen fin de semana-

1 hora

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Christian Franco Rodriguez

Carlos Troncoso Que inoportuno querrás decir al leer tu publicación desde el contexto de lucha cultura en el que nos encontramos, pero lo se tu puede separar tu trabajo de la lucha, yo no.

1 hora

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Carlos Troncoso

querido Christian. oportunista y tergiversador de mi trabajo (y no son malas palabras sino descripciones de actos, sin juicio moral alguno). Uno es LO QUE HACE y no lo que dice en redes: usas mi publicación sin la foto principal (nadie entra a links anexos) para tus divagaciones y reflexiones. O sea me usas. / .......Igual les tengo mucha estima a ti y a Teresa. Buen finde semana

26 minutos

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Christian Franco Rodriguez

Carlos Troncoso Oh Mani Padme Hum con estas palabras Buda encerró al Rey mono, en las 5 montañas yo he liberado al rey mono para recuperar la alegría de vivir no lo podía hacer sin entrar a la noche oscura, en mi camino apareció tu texto invitando a las blasfemias creativas y esta es mi blasfemia: Estas son las seis sílabas que evitan la reencarnación en los seis reinos de la existencia cíclica. Se traduce literalmente a 'OM la joya en el loto HUM'. OM evita la reencarnación en el reino de los Devas (dioses), MA evita la reencarnación en el reino de los Asuras (demonios), NI evita la reencarnación en el reino humano, PAD evita la reencarnación en el reino animal, ME evita la reencarnación en el reino de los fantasmas hambrientos, y HUM evita la reencarnación en el purgatorio. Si piensas que tome muy en serio tu invitación, yo no lo puedo comprender siempre te tome en serio tal y como un payaso como yo lo hace tomando las cosas desde un sentido profundo, pero te sientes usado lo menos que puedo hacer es invitarte a seguir mi camino, comprendo que dirás que no, pero no solo tome tus textos he amarrado tu alma para desamarrarla junto a la mía.

 

 

 

 

Los nobles objetivos en la vida…

“Unos van por el ancho campo de la ambición soberbia, otros por el de la adulación servil y baja, otros por el de la hipocresía engañosa, y algunos por el de la verdadera religión, pero yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda, pero no la honra. Mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno.”

Capítulo XXXII

La libertad…

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.”

Capítulo LVIII

La virtud…

“Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que padres y agüelos tienen príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se conquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale.”

Capítulo XLII

La belleza…

“Advierte, Sancho –respondió don Quijote–, que hay dos maneras de hermosura: una del alma y otra del cuerpo, la del alma campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder, en la liberalidad y en la buena crianza, y todas estas partes caben y pueden estar en un hombre feo… y cuando se pone la mira en esta hermosura, y no en la del cuerpo, suele nacer el amor con ímpetu y con ventajas.”

Capítulo LVIII

El desagradecimiento…

“Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento, ateniéndome a lo que suele decirse: que de los desagradecidos está lleno el infierno. Este pecado, en cuanto me ha sido posible, he procurado yo huir desde el instante que tuve uso de razón, y si no puedo pagar las buenas obras que me hacen con otras obras, pongo en su lugar los deseos de hacerlas, y cuando éstos no bastan, las publico, porque quien dice y publica las buenas obras que recibe, también las recompensara con otras.”

Capítulo LVIII

La humildad…

“Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores, porque viendo que no te avergüenzas, ninguno se pondrá a correrte, y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Innumerables son aquellos que de baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria. Y de esta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansaran.”

Capítulo XLII

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Carlos comenzamos con el Quijote que es la mejor manera de comprender el misterio pascual, así  como el rey mono es la mejor manera de comprender el misterio dharmico, ambas son comedias pero comedias llenas de tragedia, solo el dolor produce la gracia y en la gracia divina esta la verdadera comedia y solo el payaso puede realmente comprender al logos y su permanente paradoja, amabas obras superan todo sistema relativo  y mientras una ocupa el mas alto lugar en la estructura vertical de sentido, la otra ocupa el más alto lugar  en la estructura horizontal, Carlos si tuviste una buena madre puedes ir adelante sin mayor agresividad con amabilidad y empatía   y si tuviste un buen padre puedes abismarte con tu pensamiento al infierno más hondo para luego subir al cielo en una numinosidad  celeste pero si no los tuviste o si los tuviste pero quieres llevar al extremo la estructura de tu alma, el Quijote y el rey mono son los indicados, así que en nuestra ciencia del logos son estas obras la que nos dan la posibilidad de experimentar el ideoelecto, recuerda que en el  ideoelecto la forma es el contenido, ahora imagínate a un actor intentado recrear el ideoelecto del Quijote y del rey mono, imagínatelo como realmente debería de ser como un niño, al punto que se sumerge en suideolecto logrado en su cuerpo, mente y espíritu  múltiples habilidades, pues bien eso es lo que debemos de hacer si queremos superar la pos humanidad ciborg en la que ya nos encontramos, nuestros enemigos no son los conservadores , los fachos, nuestro real enemigo es la dictadura algorítmica que puede combinar el poder blando y el poder duro para dominarnos, los conservadores son en el fondo Quijotes y los progresistas son reyes monos luchando contra todos los dioses, la cuestión es integrar al Quijote con el rey mono para lograr el arquetipo que puede vencer al gran dragón pos  humano. Toda integración en el hombre es biodramaturgica es decir que esta mediada por el conflicto por esto recurrimos al mejor dramaturgo de todos los tiempos Shakespeare donde la tragedia en el eje vertical y la comedia ene l eje horizontal     llegan a su máxima expresión, todos leen o han visto representar al Hamlet, a Romeo y Julieta, al rey Lear a Macbeth   las grandes tragedias de Shakespeare, menos personas han disfrutado con sus exquisitas comedias Sueño de una noche de verano, como gustéis, Noche de reyes, las alegres comadres de Windsor, mucho ruido y pocas nueces pero casi nadie ha disfrutado la última etapa de Shakespeare donde se superando todos los géneros y se vuelve al mito abriéndose a la posibilidad de reconciliación, cuanto de invierno es esta   obra :

 

La obra empieza con la visita de Políxenes, el rey de Bohemia a su amigo de la infancia Leontes, el rey de Sicilia. Tras nueve meses Políxenes debe volver a su reino a atender sus obligaciones y a ver a su hijo. Leontes intenta desesperadamente que se quede más tiempo, pero fracasa. Leontes entonces, decide enviar a su mujer la reina Hermíone para que convenza a Políxenes. Hermíone acepta y tras tres breves discursos consigue que se quede. Leontes se pregunta cómo ha podido Hermíone convencer a Políxenes tan fácilmente y Leontes empieza a sospechar que su mujer embarazada ha tenido una aventura y que el hijo que espera es de Políxenes. Leontes ordena a Camilo, noble de Sicilia, envenenar a Políxenes. Camilo, sin embargo, alerta a Políxenes y ambos huyen a Bohemia.

Furioso por la huida, Leontes acusa públicamente a su mujer de la infidelidad y declara que el hijo que lleva en el vientre es ilegítimo. Leontes manda a prisión a su mujer, bajo protestas de sus nobles y manda a dos de sus nobles, Cleómenes y Dion, al oráculo de Delfos para confirmar sus sospechas. Mientras tanto, la reina da a luz a una niña y su amiga Paulina lleva al bebe ante el rey con la esperanza de que la visión de la niña le ablande. Sin embargo, esto le enfurece todavía más y ordena a Antígono, el marido de Paulina, que se lleve al bebé a un lugar abandonado. Cleómenes y Dion vuelven de Delfos y encuentran a Hermíone llevada a juicio por el rey. El Oráculo ha sentenciado que Hermíone y Políxenes son inocentes, Camilo un hombre honesto y que Leontes no tendrá heredero hasta que su hija sea encontrada. Leontes se niega a creer la verdad. En ese momento llega la noticia de que el hijo de Leontes, Mamilo, ha muerto. Hermíone, pierde el conocimiento y es atendida por Paulina que comunica al rey Leontes la muerte de su esposa. Leontes jura pasar el resto de sus días expiando la pérdida de su hijo, su hija abandonada y su reina.

Mientras, Antígono, abandona al bebé en la costa de Bohemia. Hermíone se le ha aparecido en un sueño y le ha dicho que llame a su hija Perdita. Al abandonarla, deja a su lado un fardo con oro para sugerir que la niña es de sangre noble. Entonces, una gran tormenta aparece hundiendo el barco en el que Antígono navegó hasta allí. Antígono siente lástima por el bebé, pero es atacado por un oso en una de las acotaciones más famosas de Shakespeare: "Sale, perseguido por un oso". Afortunadamente, Perdita es rescatada por un pastor y su hijo.

Han pasado dieciséis años. Camillo, ahora al servicio de Políxenes, ruega al rey de Bohemia que le permita volver a Sicilia. Políxenes se niega y le dice que su hijo, el príncipe Florizel, se ha enamorado de la hija de un pastor: Perdita. El rey sugiere a Camilo que para distraerse de sus pensamientos, se disfracen y vayan al festival de la esquila donde Florizel y Perdita se van a prometer. En el festival, organizado por el Viejo Pastor que ha prosperado gracias al oro del fardo, el vendedor ambulante Autólico roba al Joven Pastor y entretiene a los invitados con canciones obscenas. Disfrazados Políxenes y Camillo ven como Florizel (haciéndose pasar por un pastor llamado Doricles) y Perdita se prometen. Políxenes se descubre e interviene enfadado amenazando al Viejo Pastor y a Perdita con la muerte y ordenando a su hijo que no vuelva a ver a la hija del pastor nunca más. Con la ayuda de Camillo que desea volver a su tierra, Florizel y Perdita cogen un barco a Sicilia usando las ropas de Autólico como disfraz. En el viaje se les une el Viejo Pastor y su hijo que son conducidos hasta allí por Autólico.

En Sicilia, Leontes guarda aún el luto. Cleómenes y Dion le suplican que abandone su estado de arrepentimiento ya que el reino necesita un heredero. Paulina, sin embargo, le convence de que continúe su penitencia hasta que ella le encuentre una esposa. Florizel y Perdita llegan y son recibidos efusivamente por Leontes. Florizel dice que su visita es una misión diplomática de su padre pero es descubierto cuando Políxenes y Camilo llegan también a Sicilia. El encuentro y reconciliación de los dos reyes es contado por los caballeros de la corte de Sicilia: cómo el Viejo Pastor crio a Perdita, cómo Antígono murió, cómo Leontes se llenó de alegría al reunirse con su hija y cómo le pidió perdón a Políxenes. Autólico, ruega al Viejo Pastor y al Joven Pastor, convertidos ahora en caballeros por los reyes, que le perdonen por su picardía. Leontes, Políxenes, Camillo, Florizel y Perdita viajan a la casa de Paulina en el campo donde se ha terminado de esculpir una estatua de Hermíone. La visión de su mujer perturba al rey Leontes pero todos se maravillan de que la estatua muestre signos de vitalidad: se trata en realidad de Hermíone que ha vuelto a la vida. Al final de la obra Florizel y Perdita se desposan y todos celebran el milagro ocurrido. A pesar del final feliz típico de las comedias y romances de Shakespeare, la impresión de la injusta muerte del joven príncipe Mamilo perdura hasta al final como un elemento trágico sin compensación sumado a los años perdidos de separación.

       

Este es el proceso biodramaturgico que busco donde Hermione sufre el misterio pascual más en todo momento se mantiene un tono cómico dharmico el cual posibilitara lo pascual porque la idea de la muerte  es superada.

Para mi suerte se Cree que  Shakespeare escribió una obra en la que toma un personaje de la primera parte del Quijote:

Cardenio era un personaje al que Don Quijote y Sancho Panza se encontraron cuando iban por un bosque de Sierra Morena. Cardenio era conocido como "el loco de Sierra Morena", y causó una profunda impresión en Alonso Quijano.3​ Cardenio les explica una historia de amor y desventura con una joven llamada Luscinda.45

 

La primera parte del Don Quijote había sido ya traducida al inglés en 1612 por Thomas Shelton; el episodio de Cardenio inspiró una obra compuesta al alimón entre William Shakespeare y John Fletcher. Parece ser que el manuscrito de la pieza desapareció en un incendio que sufrió el teatro Globe en 1613; pero una copia de la misma, sin embargo, fue citada como Historia de Cardenio y atribuida a Fletcher y Shakespeare en 1653. Y, en 1727, Lewis Theobald dijo haber compuesto su obra Double Falsehood refundiendo tres manuscritos, uno de los cuales habría sido el de la obra perdida de Shakespeare y Fletcher. Es cierto que esta obra posee la trama de la historia de Cardenio, tal y como aparece en la primera parte de Don Quijote, y todo conduce a pensar que, en efecto, Theobald tuvo en sus manos un manuscrito de la obra perdida.

En 2007 se logró autentificar un manuscrito como la obra de Shakespeare y Fletcher sobre Cardenio

 

 

Antes de la entrada en la Sierra Morena, Don Quijote había desatado a los galeotes en el capítulo anterior . Estos prisioneros, que deben su libertad a Don Quijote, le corresponden el favor con pedradas. cuando Don Quijote solicita que se presenten ante Dulcinea. A instancias de Sancho. que con mucha razón teme la persecución de la Santa Hermandad. Don Quijote y Sancho huyen a la Sierra Morena. Pero Don Quijote convierte esa huida que conciertan en un don que le concede a Sancho: «que jamás has de decir a nadie que yo me retiré y aparté deste peligro de miedo. sino por complacer a tus ruegos» (p. 277). El conflicto entre Don Quijote y Sancho es semántico. Para Don Quijote, lo que parece importar es la palabra que defina la acción de ingresar en la Sierra Morena. La inversión de significado se registra en el discurso que explica el viaje; los dos personajes pueden explicarse la misma acción de varias maneras. Luego del descalabro que sufre en el episodio de los galeotes, se inicia «una de las más raras aventuras». Don Quijote reflexiona «que hacer bien a villanos es echar agua a la mar [ ... ] pero ya está hecho; paciencia. y escarmentar para desde aquí adelante» (p. 277). De tal forma ofrece una explicación para su comportamiento, que no desvirtúa el carácter heroico de sus acciones, a pesar de las consecuencias. puesto que al llamarlo escarmiento ofrece un sentido a la desviación forzada de su camino. Ya antes de la entrada en la Sierra Morena, se han acumulado los emblemas literarios: el héroe desata lo maléfico debido a un rasgo de su personalidad; en el caso de Don Quijote, la locura. Su desacierto heroico consiste en haber puesto en libertad a los delincuentes, una especie de caja de Pandora. Al marchar para expiar su culpa, debe enfrentarse al reto de la naturaleza misteriosa y amenazante: la Sierra Morena, que es la montaña oscura. El viaje es un arquetipo fundamental en la literatura desde la épica hasta la novela contemporánea, en donde el viaje suele ser urbano. El Quijote es, en efecto, la historia del viaje del protagonista. Pero la incursión que hace a la Sierra Morena implica una desviación en la ruta de Don Quijote. Se separa del contacto con la sociedad, para internarse en la naturaleza. Ese enfrentamiento del personaje con la naturaleza debía de servir como medio de autorrealización y autoconocimiento. De ahí que la confusión de identidad sea una característica del viaje expiatorio. Para Northrop Frye, el viaje del descenso del héroe lleva a la confusión de identidad. Si la confusión de identidad ocurre en el ascenso, esta inversión de la estructura narrativa marca la inversión de la significación del modelo literario, puesto que el ascenso debía haber sido una vía hacia el autoconocimiento, en lugar de la confusión que se registra en el descenso del héroe. En este viaje a la montaña se presentan varios emblemas literarios del viaje de penitencia que se invierten de manera paródica. Este proceso aparece ya a partir de la explicación  que pretende imponer el mismo protagonista cuando transforma la fuga del posible castigo de la Santa Hermandad, que ha sugerido Sancho, en un viaje heroico de expiación, puesto que este apartamiento puede tener características literarias, como se da cuenta en seguida Don Quijote, que reconoce el valor literario de la montaña. El escarmiento del héroe consiste en este caso en subir una montaña, vencer un obstáculo de la naturaleza. El apartarse de la sociedad, que de alguna manera le ha perjudicado, para redimirse sobreviviendo en el temido estado natural es parte de la prueba heroica. Al entrar en la Sierra Morena, Don Quijote y Sancho se apoderan de lo que encuentran en la maleta deshecha: Don Quijote del libro y Sancho del dinero. Así se transforman las relaciones que se habían establecido entre los dos personajes antes de subir a la montaña. Ante la falta del héroe loco, Sancho había asumido la función del Virgilio que conduce a ambos a la Sierra Morena. Sancho pierde su función de guía espiritual de este viaje al apoderarse del dinero y sobre todo porque no entiende la poesía. La incapacidad de Sancho para penetrar el código del libro más su renuencia a perder el dinero -no quiere encontrar al dueño porque no quiere devolver el dinero- hacen que rescinda de su función y se revela como un falso Virgilio. La capacidad para entender la poesía, o el «trovar», según las palabras de Sancho, junto a su insistencia en encontrar al legítimo dueño, restituyen a Don Quijote su función como guía. A pesar de que su encuentro con la muerte y el eros son experiencias vicarias para este héroe, Don Quijote recupera su legítimo puesto mediante las virtudes del valor y la verdad. No es sólo Sancho que sirve de contrapunto al arrojo heroico de Don Quijote. El cabrero anciano, con quien luego se encuentran Don Quijote y Sancho, había tenido miedo de tocar la maleta; Sancho miente, por avaricia, negando que ellos la hubiesen tocado. A partir de esta experiencia, Sancho, que hasta ahora había dirigido a ambos hacia la Sierra Morena, pierde, junto a su dominio, la autonomía, aferrándose a Don Quijote porque tiene miedo. Don Quijote, al recuperar la capacidad para interpretar y entender el código de la poesía, recupera la capacidad para dirigir el camino. Cuando entran en la Sierra Morena, al inicio del ascenso del héroe a la montaña, en el ritual del viaje expiatorio, Don Quijote y Sancho se topan con una mula muerta y un libro de memorias que contiene poemas. Estos restos, que son emblemas de la muerte y la poesía, son las primeras huellas de Cardenio. Las experiencias catárticas de eros y la muerte, que servirían de elemento que provocaría la transformación del héroe, aparecen no como experiencias vividas por el héroe irónico que es Don Quijote, sino por Cardenio, que es otro desconocido. Este desplazamiento de la experiencia transformadora de enfrentarse a la muerte y al eros evidencian las deficiencias de Don Quijote en su búsqueda por configurarse como héroe. La burla a sus pretensiones proviene de que el otro que encuentra, y para quien son auténticas estas experiencias, está también loco. Para Don Quijote el desplazamiento es doble, pues la experiencia de la prueba heroica en la que contempla a eros y la muerte es una experiencia refractaria y vicaria, puesto que ambas pertenecen a Cardenio. La parodia invierte los valores literarios de los emblemas, puesto que la muerte se encuentra en el cadáver descompuesto

del asno, mientras el soneto y la carta de amor están escritos al estilo rebuscado de la poesía cortesana. Clemencín llamó la atención con mucho disgusto al artificio de la expresión literaria: "discursos estudiados, relamidos, conceptuados y llenos de esta clase de agudezas y adornos, que son de todo punto incompatibles con los afectos vehementes de) ánimo» (p. 239). La evidente incomodidad de) editor de) siglo XIX delata algo más que un cambio de sensibilidad estética; destaca el carácter literario del discurso que articula Cardenio, personaje ducho en el código literario, pero que se revela singularmente ineficaz ante los vaivenes del discurso social. Ante la figura de Cardenio, Don Quijote no sólo ve el reflejo de su propia locura. Estos dos personajes, al entrar en la montaña, reciben epítetos que expresan sus deficiencias como representaciones defectuosas: la figura de Cardenio es «mala», la de Don Quijote es "triste». Ambos se miran con asombro como si se reconocieran: El otro, a quien podemos llamar el Roto de la mala Figura --como a don Quijote el de la Triste-, después de haberse dejado abrazar, le apartó un poco de sí, y, puestas sus manos en los hombros de don Quijote, le estuvo mirando, como que quería ver si le conocía; no menos admirado quizá de ver la figura, talle y armas de don Quijote, que don Quijote lo estaba de verle a él [p. 290]. Las razones que llevan a los dos a hacer el viaje a la Sierra Morena son distintas, pero ambas situaciones conflictivas comparten una sorprendente incapacidad para percatarse del lenguaje social, que requiere la flexibilidad del intercambio de discursos, interpretando el significado según el código textual y la situación contextual, Este equilibrio de virtudes interpretativas se conseguía al ejercer la "prudencia» y la "discreción». Tanto para Cardenio como para Don Quijote, el viaje a la Sierra Morena constituye una fuga de circunstancias que surgieron, en realidad, por una mal interpretación de los discursos ajenos por parte de ambos. De igual manera que Don Quijote malinterpreta la germanía de los galeotes, Cardenio malinterpreta las palabras y las intenciones de Don Fernando, hermano del noble a quien sirve y con quien sostiene una amistad. En el encuentro entre Don Quijote y Cardenio ha habido, por lo tanto, una acumulación de emblemas literarios del viaje de escarmiento de un héroe, en un ascenso paródico. La falta heroica es la locura y la incapacidad lingüística de Don Quijote de penetrar el código de la germanía que usan los presos, a quienes sencillamente no entiende. Su incapacidad para entender las palabras y la intención de otros provoca su caída cuando obliga a que suelten a los galeotes, porque malinterpreta las razones que ofrecen los presos. Su caída trágica la provocan las pedradas que le han lanzado los presos a quienes él había puesto en libertad. Su ascenso a la Sierra Morena es, por lo tanto, involuntario; en el mismo prescinde al principio de su autonomía, pues es Sancho quien, con gran sentido pragmático, instiga a la huida. El héroe accede filosóficamente, no atormentado por sus culpas. En realidad, su distanciamiento se subraya luego, cuando, después de enviar a Sancho con la carta para Dulcinea, se sienta a deliberar si conviene imitar la penitencia de Rolando, un loco furioso, o Amadís, un loco melancólico.

 

Cardenio es, en parte, el personaje que representa el estereotipo del «salvaje» literario, como ha señalado la crítica. Se caracteriza como personaje por lo fragmentario; ya Márquez Villanueva ha señalado que Cardenio cuenta su historia en fragmentos y se «va iluminando a retazos» (p. 52). Cuando aparece por primera vez, está semidesnudo y se asocia con la naturaleza, lo mineral y lo vegetal: salta de risco en risco y de mata en mata. A medio vestir, también en sus accesos de locura pierde a ratos el lenguaje. Cuando Don Quijote lo conoce por primera vez se dice de él que «venía hablando entre sí cosas que no podían ser entendidas de cerca, cuanto más de lejos» (p. 289). Los dos encuentros con Carderuo configuran la dualidad inconexa del personaje, puesto que si en el primer encuentro es el salvaje, en el segundo encuentro, con la comitiva del cura y el barbero que van a la Sierra para salvar a Don Quijote, lo primero que escuchan es la voz poética de Cardenio que estaba en su «entero juicio». Este encuentro toma lugar en un claro del bosque, el lugar ameno apropiado para la poesía. El lenguaje y la ropa son signos culturales que indican que se pertenece a una sociedad. Cardenio se presenta por primera vez desprovisto de ambos: es el salvaje, que se interna en la selva, en las afueras de la civis. Su fragmentación como personaje se evidencia en sus harapos y sus balbuceos que no comprenden otros. De Cardenio en la Sierra Morena se dice que está «rendido de la naturaleza» (p. 340). No obstante, este regreso a la naturaleza tampoco le sirve a Cardenio de vía de expiación; su viaje no es sino una deformación, que subraya su marginación de la sociedad de la que ha huido. Su ingreso a la Sierra Morena no lo convierte en un ser «natural», sino en un ser antisocial que roba la comida a los cabreros. Sin embargo, como tantos otros personajes cervantinos, Cardenio es y no es, pues su locura esporádica señala la reversibilidad de un personaje que es un salvaje a ratos civilizado, el poeta que a veces es incapaz de hablar. La pérdida de su identidad en la Sierra Morena se debe a su insuficiencia, a su condición fragmentada, puesto que Carderuo, al igual que Don Quijote, huye de la sociedad por su incapacidad para articular un discurso social que comprenda los discursos de otros. La ineficacia de Cardenio como personaje consiste en que no logra anteponer su palabra para modificar las circunstancias. De ahí que algunos críticos hayan dicho de él que es «cobarde», como Madariaga, o que padece de una «timidez ante las menudas complicaciones de la urbanidad», como señala Márquez Villanueva (p. 51). Al igual que Don Quijote, Cardenio articula el lenguaje literario que le exime de la estrategia del lenguaje oral, que implica un compromiso entre las palabras con las que se expresa un individuo en una situación social, concreta y particular que exige las características de la «prudencia» y la "discreción», dos valores sociales; de la recepción de los discursos renacentistas. Cardenio es un lector que no parece poder situar su discurso ante los imperativos del discurso social. Es este también un rasgo peculiar de Don Quijote, puesto que la particularidad del protagonista consiste en su insistencia en imponer un discurso inadecuado para las situaciones sociales en las que se encuentra y, a fin de cuentas, poco persuasivo para los otros personajes. Cardenio enloquece en el momento preciso que tendría que haberse enfrentado a su rival en amores y antiguo amigo, Don Fernando. En lugar de hablar, para  impedir que Luscinda, su enamorada, se case por la fuerza con su amigo, el noble traidor, Cardenio calla, escondido detrás de un tapiz. Su primer acceso de locura se expresa en su incapacidad para usar el lenguaje en el momento justo ante una ocasión social que sería crucial en la vida de este personaje. La raíz de su locura se encuentra en la presencia muda, es decir, en su incapacidad para expresarse e insertar su discurso en el conjunto de los otros discursos. Su incapacidad se resalta en la narración cuando es su amigo, Don Fernando, quien inhibe su discurso en dos situaciones en que Cardenio tendría que haber ejercido su deber, al participar al padre de Don Fernando los deseos de éste de impedir que Don Fernando se aprovechara de la rica campesina Dorotea. La situación comunicativa se repite cuando tampoco logra imponer su discurso en el momento en que es el testigo mudo al matrimonio de Luscinda con Don Fernando. En los dos momentos críticos, cuando debería haber ejercido sus atributos como caballero y amante leal, Don Fernando logra silenciar el discurso de Cardenio mediante la imposición de su propio discurso mentiroso, pero eficaz desde el punto de vista social. No es de sorprender que la locura de Cardenio se manifieste cuando interrumpen su relato; su locura está claramente ligada a su capacidad verbal. Cardenio, en la Sierra Morena, insiste en que «escuchen su cuento» y teme que sus oyentes los crean «flacos discursos» (pp. 331-332). Cardenio manifiesta su locura en la Sierra Morena "dando voces por estas soledades» (p. 341), frase emblemática de su carencia. Cardenio había expresado sus sentimientos mediante la palabra escrita. Entre el amor de Cardenio y Luscinda media una situación hermenéutica. Cardenio, que envía cartas para hablar de sus sentimientos a Luscinda, explica que la escritura es más libre: «porque aunque pusieron silencio a las lenguas, no le pudieron poner a las plumas, las cuales con más libertad que las lenguas, suelen dar a entender a quienes quieren lo que en el alma está encerrado» (p. 293). Por medio de la palabra escrita, Cardenio declara, es decir, representa, su alma y sus deseos; por estos billetes y poemas, Luscinda debe «leer» el alma de su amante. De igual manera, la carta que escribe Luscinda atrae a dos hombres hacia ella: «Por este billete me moví a pedir a Luscinda por esposa, como ya os he contado, y éste fue por quien quedó Luscinda en la opinión de don Fernando por una de las más discretas y avisadas mujeres de su tiempo; y este billete fue el que le puso en deseo de destruirme [ ... ]» (p. 333). Otra carta de Luscinda hace que Cardenio regrese para presenciar fatalmente la boda, sin que alcance a leer la carta que llevaba ella en el seno. Es su rival, Don Fernando, quien llega a leer la carta de Luscinda. El intercambio de epístolas no sólo determina los movimientos, viajes y deseos de estos personajes: en la historia de amor y locura de Cardenio es evidente el énfasis en el resultado de la interpretación correcta o incorrecta tanto de lo escrito como de 10 dicho. La palabra escrita es capaz de representar o, según las palabras textuales, "pintar los deseos», pero no puede resolver la situación social, que exige un lector adecuado o «prudente», el término de la época, que sepa interpretar los textos escritos y los discursos para ofrecer una solución social a los dilemas de la lectura correcta o incorrecta. Cardenio resulta, por lo tanto, un lector defectuoso en una situación social.

 

Su acción como personaje se agota en la representación: él es a fin de cuentas el de la «Mala Figura') porque se muestra insuficiente en el intercambio social. La manifestación de su locura consiste en que pierde la capacidad para hablar. Sus balbuceos y sus harapos son los vestigios de su incapacidad para expresarse en una situación social: su participación es parcial y marginal porque es ineficaz. Con el «Roto de la Mala Figura» se reitera un paralelismo problemático en el Quijote entre la representación literaria y el comportamiento humano. Los dos personajes manejan a su antojo códigos literarios que inútilmente intentan imponer al discurso social. De varias maneras, Cardenio sirve de contrapunto a la historia central de Don Quijote. La historia de Cardenio se encuentra, en forma de poemas, por azar, de la misma forma que la historia de Don Quijote se encuentra por casualidad en un mercado. Cardenio, al igual que el de la Triste Figura, adquiere el epíteto cuando emprende el camino para internarse en la Sierra Morena, en donde altera su comportamiento. La confusión de identidad, una característica principal del ascenso a la montaña, afecta a todos los personajes que entran en la Sierra Morena. No sólo se abrazan el Caballero de la Triste Figura y el Roto de la Mala Figura. En realidad, el viaje a la sierra transforma a todos los personajes, puesto que todos se disfrazan para entrar en ésta. El cura y el barbero se disfrazan de doncella y escudero para convencer a Don Quijote de que abandone su penitencia y regrese al pueblo: «[ ... ] Sancho había dejado puestas las señales de las ramas para acertar el lugar donde había dejado a su señor, y, en reconociéndole, les dijo como aquélla era la entrada, y que bien se podían vestir, si era que aquello hacía el caso para la libertad de su señor (p. 328). Sancho, el paródico Virgilio de esta aventura, es el único personaje que no cambia en la Sierra Morena. Los disfrazados, el cura, el barbero y cabe añadir Dorotea, salvan a los desnudos, Cardenio y Don Quijote. Éste se había despojado de parte de su ropa, de la cintura para abajo. para mostrarle al avergonzado Sancho la extensión de su locura. dejando al descubierto la parte erótica de Don Quijote, que es, a fin de cuentas, ridícula. Esta categorización de los personajes en los que están vestidos y los que están desnudos establece un paralelo entre lo social y lo natural. Esta polarización se repite en el evidente paralelo entre la montaña y la venta. Es en la venta donde se resuelven los conflictos que se exponen en la montaña, lo que parecería indicar que en el medio social se hallan las soluciones a los problemas de los personajes. El encuentro con Cardenio, que inicia las aventuras de Don Quijote en la Sierra Morena, presenta una transformación en la estructura de la narración. Con excepción de la historia de Marcela y Grisóstomo y el cuento de Torralba que narra Sancho, el ascenso del héroe, que termina con el regreso de Don Quijote enjaulado camino a su pueblo, sirve de marco para los distintos relatos de las novelas interpoladas. que aparecen sobre todo en la venta. El amor, la locura, el escarmiento y la poesía aparecen en todas las historia' que se cuentan luego en la venta, a donde regresan todos los personajes que habían ido a la Sierra Morena. Al igual que se interrumpe la narración de la historía de Don Quijote con las novelas interpoladas, se interrumpe el relato de Cardenio por lo que podríamos  llamar un conflicto hennenéutico: Don Quijote y Cardenio discrepan sobre lo sucedido en un libro de caballerías. La narración de los sucesos en otro texto irrumpe en el relato de Cardenio, que a su vez ha interrumpido el relato de Don Quijote. En ambos personajes aparecen los motivos literarios de la locura, la confusión de identidad, que resultan de una lectura equivocada, porque, en última instancia, el Quijote es la historia de un lector que se equivoca cuando se confunde de género literario al imitar los libros de caballerías. En la historia de Cardenio, es indudable que la indagación sobre los afectos humanos queda vinculada a la indagación sobre la hernenéutica de la lectura. En el episodio de la aventura en la Sierra Morena se ponen de manifiesto en el texto varios experimentos narrativos; se reinterpretan los elementos del viaje hacia lo desconocido, sea como modo de purificación heroica o de penitencia amorosa, como señala Márquez Villanueva. El encuentro de los dos personajes locos, en de la Rota Figura y el de la Triste, además de constituirse mediante la parodia de emblemas literarios, da muestra, de ser un intento de experímentación con la estructura narrativa, que se desarrolla en forna de «hilo aspado», según la metáfora cervantina que aparece más adelante. Con la metáfora del «hilo aspado» se ofrece una solución al problema literario de la unidad dentro de la diversidad. Con la historia de Cardenio, se realzan también las interrupciones sostenidas a la historia central de las aventuras de Don Quijote. En la Sierra Morena se narran los infortunios de los dos amantes abandonados: primero Cardenio y luego Dorotea. Las soluciones a estas congojas de amor tienen lugar en la venta, en donde se repite la solución narrativa de la interrupción de la historia central con las novelas interpoladas. La historia de Cardenio inicia en la historia de Don Quijote la alegoría paródica del ascenso del héroe en el encuentro con su «par», Cardenio. El rito de purificación se desvirtúa mediante la parodia de la alegoria del viaje como experiencia transfornadora. A su vez, el personaje de Cardenio refleja la paradoja literaria que establece un héroe convexo. El ascenso a la Sierra Morena se transforma en descenso a la confusión y la locura, de la cual deben ser salvados por otros. Aunque realmente los otros serán salvados por ellos de la convención social, pero cuál es el fundamento de esta convención el misterio pascual no logrado, la caballería olvidada, lo que hace el quijote es recordarla invirtiéndola y parodiándola, así el ascenso al ser, al cielo siempre será el ascenso a la confusión y la locura.

 

¿Está  el quijote tirándose todo el Cristianismo abajo y denunciando toda  idealización? 

No, por el contrario la parodia  del misterio pascual nos adentra al misterio pascual que siempre será ridículo en lo relativo social, pensemos en Cristo como un gran payaso, pensarlo así  lo desvincula de toda posibilidad de poder en lo relativo y lo lleva a lo suyo al locura de lo absoluto, aquí se alcanza la alegría de vivir, e supera el conflicto gaseoso de lo relativo para entrar de lleno a lo plasmático espiritual , lo mismo sucede con El rey mono que se burla en todo momento de lo dharmico pero que da cuenta de lo dharmico    hasta el alcanzar la iluminación. 

 

https://www.youtube.com/watch?v=P4RRquEemIM&t=2709s        

https://www.youtube.com/watch?v=Wy4cCpA04sM

Son wukong  Aquel que es consciente del vacío.

 

Yo he trabajado a Cardenio como si fuera son wukong así la locura de Cardenio se convierte en lucidez    dharmica, escribí muchos textos para mi hijo kie esperando que el encarnara a este Cardenio consciente del vacío, pero él ha renunciado a todo mi entrenamiento, siempre estará la esperanza de que vuelva a estos textos   más ahora te lo comparto a ti Carlos y en ti a Emanuel y en Emanuel a todos ustedes para que junto a mi puedan liberar a Cardenio de la cárcel en que buda lo atrapo con el  Oh Mani Padme Hum  esta cárcel es realmente una vía de libertad de la que no deberíamos de salir hasta lograr el dharma y en la queno deberíamos de entrar al menos que hayamos derribado a todos los dioses como lo logro el rey mono, lo que intento Nietzsche lo logro realmente el mono de piedra pero aun logro más porque de la voluntad de poder paso a la redención en la voluntad de ser.

 

0→1→0 Voluntad de poder

0←1←0 Voluntad de ser

0←1→ Omnipotencia

 

 

https://teatroloco.blogspot.com/2022/09/de-cuando-cardenio-destruyo-el-cielo.html

 

https://apologiaalatristezateatroloco.blogspot.com/2022/09/de-cuando-cardenio-descubrio-el-arma.html

 

https://teatrolocoteorico.blogspot.com/2022/09/de-cuando-cardenio-develo-el-misterio.html

https://adagioalamor.blogspot.com/2022/08/cardenio-o-la-doble-falsedad-o-los.html

 

El libro para poder leer lo oculto en una rosa y pronunciar el verbo sin palabra s ¿Hay en verdad un libro o lenguaje  seduciendo nuestras entrañas? Emigramos en ellos hacia ellos En ellos buscamos refugio para liberar nuestra cadencia del encadenamiento de sus ritmo s Y a ellos volvemos para repetirlos en lenguajes distintos No el libro, sino los deseos insaciables de las profundidad es del cuerpo y el vacío que se abriga a su sombra

 No el libro, sino la poesía infinita No el libro, sino el viento que lee lo escrito por las arenas y aquello que dirá la espuma No el libro: las rutas que a él nos llevan son ciudades bajo llave No el libro, escribe tú, revuelta el cuerpo del canto y grita ¡ven a mí mi amor, bóveda celeste! No el libro, las palabras son velos Cada vez que leo, me implico más con las cosas Acaso me verás ascender, como por primera vez los escalones del libro, transformar sus espejismos, y convulsionar el cielo que lo alberga, el espacio cuya sombra lo cobija  No el libro, sino Adán Adán, al fin, no es sino una herida, y al domeñarse, la herida se avoca hasta el cielo, tornándose imagen Se hubiera dicho entonces que se humaniza su arcilla No el libro, sino Adán Adán no es sino una palabra que comprende en su composición la sangre Al balbucear, resbaló la manzana de su mano Desde entonces, el cuerpo de la poesía entrega sus miembros a la locura, el vértigo se adueñó de sus días  No el libro, sino Adán Adán , cuyo comienzo es el agua, ¿en que barro grabaste el final? Henos descifrando el verbo en la arcilla, Extrayendo su agua del barro ¿Saldremos alguna vez de esta oscuridad? Adán, en éstas las letras de tu nombre está el dolor de los cuerpos, la voz del tiempo Me enredo en ellos, de su tañer fabrico un astro me esbozo, así mi rostro es de palabras Ese rostro es la eternidad.

 

 

 

CAPÍTULO XLVI

MOSTRANDO TODO SU PODER, LA HEREJÍA SE BURLA DE LA ORTODOXIA. CON

LA SOLA AYUDA DE SU SANTIDAD, cARDENIO DE LA MENTE DERROTA A LOS QUE

HABÍAN ABANDONADO EL BUEN CAMINO

En cuanto el rey vio la autoridad que el Peregrino tenía sobre los dragones y otros

dioses, plasmó, sin dudarlo, el sello imperial sobre el permiso de viaje. Pero, cuando se

disponía a entregárselo al monje Zaratustra III, para que pudiera proseguir tranquilamente el

viaje, los tres taoístas dieron un paso al frente y cayeron rostro en tierra. El rey se

levantó a toda prisa del trono y corrió a levantarlos con sus propias manos, al tiempo

que les preguntaba:

- ¿Se puede saber por qué os mostráis hoy tan ceremoniosos?

- Durante los últimos veinte años no hemos hecho otra cosa que velar por la paz de

vuestro reino y la seguridad de todos vuestros súbditos - respondieron ellos -. Tan altos

servicios se han visto hoy minimizados por la burda magia de un monje sin escrúpulos.

Sólo porque ha sido capaz de producir una tormenta, habéis olvidado los crímenes que

cometió en vuestro propio reino. ¿Cómo podéis tratarle con tanta deferencia, echando en

saco roto todos los sacrificios que por vos hemos hecho? Nos gustaría que retuvierais un

poco más su permiso de viaje y nos permitierais medir, una vez más, sus poderes con

los nuestros, a ver lo que pasa.

En toda la tierra no existía un hombre más inconstante que aquel rey. Si oía hablar del

este, se aliaba en seguida con él, y, si alguien le mencionaba el oeste, sellaba de

inmediato con él un pacto. Dejó, pues, a un lado el permiso de viaje y preguntó:

- ¿En qué pruebas estáis pensando?

- Para empezar - contestó el Inmortal Fuerza de Tigre -, en una de Meditación.

- No me parece muy acertado - comentó el rey -. Este monje es representante de una

religión que otorga precisamente una gran importancia a lo que tú sugieres. Además, su

poder de concentración debe de ser extraordinario; si no, no hubiera sido enviado en

busca de escrituras. Tenlo por seguro. ¿De verdad estás decidido a competir con él en 

 

ese terreno?

- La prueba que propongo no es nada corriente - respondió el Gran Inmortal -. De

hecho, recibe el nombre de «prueba de santidad junto a la columna de nubes».

- ¿Queréis explicarme de qué se trata? - volvió a preguntar el rey.

- Para llevarla a cabo - contestó el Gran Inmortal -, se necesitan cien tablillas. Poniendo

una encima de otra, se construirá un altar con la mitad de ellas, al que se ascenderá con

la ayuda de una nube. No estará permitido servirse de las manos ni de ningún tipo de

escaleras. La prueba la ganará quien permanezca más tiempo meditando en lo alto del

altar.

El rey comprendió que se trataba de una prueba, en verdad, muy difícil y, volviéndose a

los Peregrinos, les dijo:

- ¡En, monjes! Nuestro respetable preceptor sugiere la celebración de una prueba de

meditación llamada de la «santidad junto a la columna de nubes». ¿Está dispuesto

alguno de vosotros a medir con él sus fuerzas?

En contra de lo que en él era habitual, el Peregrino permaneció callado del todo, cosa

que sorprendió vivamente a Ba-Chie, que le preguntó:

- ¿Por qué no dices nada?

- Si he de serte sincero - contestó el Peregrino -, soy capaz de derribar los cielos, dar la

vuelta a los pozos, sacudir los océanos, poner boca abajo los ríos, transportar montañas

sobre las espaldas, perseguir a la luna, y alterar el curso de las estrellas y planetas. No

tengo miedo tampoco a que me partan el cráneo, me corten la cabeza, me rajen el

estómago, me arranquen el corazón, o me mutilen salvajemente. Pero soy absolutamente

incapaz de sentarme en silencio y empezar a meditar. Es algo superior a mis fuerzas.

¡Yo no me puedo quedar quieto en ningún sitio! Aunque se me encadenara a una

columna de acero, trataría al instante de ponerme en libertad, subiendo y bajando por

ella como si fuera un insecto. ¿Qué quieres que te diga? ¡Mi naturaleza es así!

- Quizás tú no puedas - comentó el monje Zaratustra III -, pero yo sí.

- ¡Fantástico! - exclamó Cardenio el peregrino, aliviado -. ¿Durante cuánto tiempo sois capaz de

hacerlo?

- De joven – explicó Zaratustra III Tripitaka - me enseñaron los principios de la aquiescencia y la

meditación, con el fin de alcanzar la perfección espiritual. Confinado en la Meditación

del Sentido de la Vida y la Muerte, he llegado a estar sin moverme hasta dos o tres años,

por lo menos.

- ¡Fantástico! - volvió a repetir el Peregrino -. El único problema es que a ese ritmo

jamás lograremos llegar al Paraíso Occidental. Pero, en fin, creo que no estaréis ahí

arriba más de dos o tres horas.

- Todo eso está muy bien - admitió Tripitaka -. Pero ¿cómo voy a subir ahí arriba?

- No os preocupéis por eso - trató de tranquilizarle el Peregrino -. Dad un paso al frente

y aceptad el reto. Yo me encargaré de todo lo demás.

Sin pensarlo dos veces, el maestro juntó las manos a la altura del pecho y dijo:

- Este humilde monje sabe cómo meditar de la forma que habéis mencionado.

El rey ordenó al punto que se prepararan los altares. La presteza con que se cumplieron

sus órdenes puso de manifiesto que la fuerza de un país es capaz de derribar montañas.

En menos de media hora estuvieron listos dos altares: uno a la izquierda del Salón de los

Carillones de Oro, y el otro a su derecha. Con paso solemne el Gran Inmortal Fuerza de

Tigre se llegó hasta el centro del inmenso patio. Allí dio un o salto y al instante se

formó bajo sus pies una alfombra de nubes, que le llevó hasta lo alto del altar construido

en la parte oeste, donde tomó asiento. Mientras eso sucedía, el Peregrino se arrancó un

pelo y lo hizo convertirse en una copia exacta de si mismo, que ocupó el sitio que hasta

entonces había mantenido junto a Ba-Chie y el Bonzo Sha. Su auténtico yo se 

 

transformó en una nube de cinco colores, que elevó al monje Zaratustra III por los aires y le

colocó suavemente en lo alto del altar del este. Se metamorfoseó a continuación en un

pequeño grillo, que se posó suavemente en el hombro de Ba-Chie y le susurró al oído:

- Observa con atención al maestro y no trates de hablar con el falso mono que hay a tu

lado.

- No te preocupes - contestó el Idiota, riéndose -. Ya me había dado cuenta del cambio.

El Gran Inmortal Fuerza de Ciervo, mientras tanto, al ver que los dos contendientes

parecían tener una capacidad de concentración muy parecida, decidió ayudar a su

correligionario. Sin que nadie se diera cuenta, se arrancó un pelo del cogote, lo enrolló

con los dedos lo arrojó contra la cabeza del monje Zaratustra III. El pelo se convirtió en chinche,

que empezó a picar salvajemente al maestro. Al principio éste sólo pareció sentir un

pequeño picor, pero, a medida que pasaba los segundos, se fue transformando en un

dolor insoportable. Lo malo era que una de las normas de las pruebas de meditación

establecía que quien moviera las manos, aunque sólo fuera para rascarse, quedaba

automáticamente eliminado. La molestia era tan inaguantable que al maestro no le

quedó otro remedio que frotar suavemente la cabeza contra el cuello de su túnica.

- ¡Santo cielo! - exclamó, preocupado, Ba-Chie -. Parece que al maestro le va a dar un

ataque.

- No, no - le corrigió el Bonzo Sha -. Yo más bien creo que le está entrando dolor de

cabeza. No todo el mundo está capacitado para la meditación.

- Lo raro es que el maestro es una persona honrada - comentó el Peregrino -. Si ha

dicho que sabe meditar, es porque es verdad. De eso estoy seguro. Jamás le he oído

decir una sola mentira. Lo mejor será que nos dejemos de especulaciones y vaya a ver

qué es lo que pasa.

El Peregrino reemprendió el vuelo y fue a posarse sobre la cabeza del monje Zaratustra III,

donde descubrió un chinche del tamaño de un guisante, que estaba cebándose en él con

envidiable delectación. El Peregrino lo cogió a toda prisa con la mano y rascó con

suavidad al maestro, hasta que las molestias hubieron desaparecido del todo. De esta

forma, pudo continuar la meditación, sin tener que mover un solo dedo.

- ¡Qué raro! - se dijo el Peregrino -. La calva de un monje es tan lisa que ni un piojo

puede agarrarse a ella. ¿Cómo habrá venido a parar un chinche a la de mi maestro?

¡Ahora caigo! Lo más seguro es que uno de esos taoístas haya buscado la forma de

hacernos perder. Pues anda fresco, porque ahora mismo le voy a enseñar yo lo que son

los trucos.

Inició de nuevo el vuelo y fue a parar al tejado del palacio, sacudió ligeramente el

cuerpo y se convirtió en un ciempiés de más de siete centímetros de alto. Sin pensarlo

dos veces, se dejó caer y fue a parar justamente debajo de las narices del taoísta,

propinándole una picadura tan terrible que se cayó del altar. El golpe fue tan fuerte que

casi se mata. Fue una suerte que los funcionarios imperiales se lanzaran a cogerle; de lo

contrario, hubiera perdido la vida allí mismo. Atemorizado, el rey pidió a sus consejeros

que le acompañaran al Salón Wen - Hua a peinarse y lavarse un poco. El Peregrino

volvió a convertirse, entonces, en una nube y ayudó al maestro a bajar del altar, siendo

declarado vencedor de la prueba. El rey quiso entregarle el permiso de viaje, pero volvió

a impedírselo el Gran Inmortal Fuerza de Ciervo, diciendo:

- Mi hermano ha sido incapaz de vencer la prueba, porque es muy sensible al frío, ni

más ni menos. En cuanto asciende a un lugar elevado, se ve afectado por el frescor del

viento y pierde irremediablemente el sentido. Si no llega a ser por eso, el monje no

habría podido derrotarle jamás. Permitidme enfrentarme a él con la prueba de «adivinar

lo que hay guardado en un baúl».

- ¿En qué consiste eso? - preguntó el rey. 

 

 

- En lo que indica su mismo nombre - contestó Fuerza de Ciervo -. Se trae un baúl y el

que acierte lo que encierra gana la prueba. Si son ellos los vencedores, dejadlos

marchar. De lo contrario, castigadlos como mejor os parezca, continuad

considerándonos vuestros hermanos y tened presentes los servicios que os hemos

prestado durante los últimos veinte años.

De nuevo volvió el rey a quedar sumido en una profunda confusión. Incapaz de

apreciar el engaño que se escondía tras esas palabras ordenó traer del Palacio Interior un

baúl de laca roja. Antes de ser conducido ante los escalones de jade blanco, se pidió a la

reina que metiera en él algo de valor. El rey llamó a los budistas y a los taoístas a su

presencia y les dijo:

- Quiero que adivinéis lo que hay dentro de ese baúl.

- ¿Cómo voy a averiguar yo lo que encierra? - preguntó Zaratustra III  el monje a Cardenio el   Peregrino en voz

muy baja.

El consciente del vacío  volvió a convertirse en un pequeño grillo y, posándose en la cabeza del

monje Zaratustra III, le susurró al oído: tranquilizaos, ahora mismo voy a echar un vistazo.

Sin que nadie se percatara de ello, se llegó hasta el baúl, encontró una pequeña rendija

en su base y se metió a toda prisa en su interior. Fue así como descubrió que había una

blusa y una falda, que solía ponerse la reina en las grandes solemnidades. Las estiró lo

mejor que pudo, se hizo un poco de sangre en la lengua y, escupiendo sobre ella, gritó:

- Transformaos - y se convirtió al instante en una jarra de barro llena de desconchones,

sobre la que vertió su fétida orina.

Volvió a salir después por la rendija y fue a posarse sobre el hombro del monje Tang, al

que dijo en tono muy bajo:

- Dentro de ese baúl sólo hay una jarra de barro llena de desconchones.

- No es posible - repuso Tripitaka -. El rey dijo que se trataba de algo de valor.

¿Quieres decirme cuánto cuesta una jarra vieja?

- Ni lo sé ni me interesa - contestó el Peregrino -. Lo importante es que acertéis.

El monje Zaratustra III dio un paso al frente, dispuesto a hacer público lo que contenía el baúl,

pero se lo impidió el Gran Inmortal Fuerza de Ciervo, diciendo:

- Yo soy el primero. Dentro de ese baúl hay una blusa y una falda de la reina.

- ¡No, no! - gritó el monje Zaratustra III -. Ahí dentro no hay más que una jarra de barro llena

de desconchones.

- ¿Cómo se atreve a despreciar de esa forma nuestro reino? - bramó el rey -. ¿Acaso

piensa que aquí no tenemos nada de valor? ¿Cómo se le ocurre hablar de una jarra llena

de desconchones? ¡Apresadle inmediatamente!

Los guardias del palacio se movieron hacia el monje Zaratustra III con gesto amenazante, pero,

antes de que le pusieran la mano encima, juntó las manos a la altura del pecho e,

inclinándose respetuosamente ante el rey, dijo:

- Perdonad mi indiscreción, pero ¿no os parece que deberíais abrir el baúl para ver

quién se ha equivocado? Es posible que estéis acusando a un inocente.

A regañadientes, el rey accedió a hacer lo que se le pedía. Ordenó sacar a la luz lo que

contenía el baúl y casi se desmaya al ver que, en efecto, en su interior no había más que

una jarra de barro llena de desconchones.

- ¿Quién ha metido esto aquí? - bramó el rey, furioso, volviéndose hacia el biombo que

había detrás del trono.

Con paso indeciso la reina se llegó hasta él y confesó:

- Yo misma coloqué en su interior una blusa y una falda de incalculable valor. No

comprendo cómo se ha convertido en algo tan repugnante.

-

Os creo - comentó el rey, desconcertado -. Sé bien que en este palacio todo está hecho

de seda y de materiales de primerísima calidad. Tampoco puedo explicarme yo cómo ha 

 

 

llegado hasta aquí una cosa tan repugnante. Retiraos a vuestros aposentos, señora.

- Traed otra vez ese baúl. Yo mismo voy a esconder en él algo de valor a ver lo que

ocurre.

A toda prisa se dirigió al jardín imperial, arrancó un melocotón del tamaño de un

cuenco de arroz y lo metió en el baúl. Al verle aparecer, el monje Tang comentó con sus

discípulos, muy preocupado:

- ¿Qué vamos a hacer? Su majestad quiere que repitamos el juego.

- No os preocupéis por eso - trató de tranquilizarle el Peregrino -. Ahora mismo voy a

echar otro vistazo.

De nuevo se introdujo en el baúl por la rendija y comprobó, complacido, que guardaba

un espléndido melocotón. El Peregrino era un devorador insaciable de frutas y, tras

adoptar la forma que le era habitual se sentó en un rincón y dio buena cuenta de la que

tenía delante. La saboreó con tal fruición que a punto estuvo de ronchar el hueso. Al

final, renunció a tan extraño placer y, convirtiéndose de nuevo en un grillo, volvió

volando junto a su maestro y le dijo:

- Esta vez se trata del hueso de un melocotón.

- ¿Te estás burlando de mí? - exclamó el maestro -. Ya has visto lo que acaba de pasar.

Si no llego a andarme listo, el rey me hubiera mandado azotar. Es un hombre

obsesionado con la prosperidad y la riqueza. ¿Cómo va a haber ordenado esconder un

simple hueso?

- No tengáis ningún miedo - replicó el Peregrino, sonriendo -. Lo importante es que

ganéis. Fiaos de mí y dad la respuesta que os he dicho.

Tripitaka tomó aliento para hablar, pero se le adelantó el Gran Inmortal, diciendo:

A los taoístas siempre nos ha correspondido el primer lugar. Afirmo, por lo tanto, que

ahí dentro hay un espléndido melocotón.

- No un melocotón, señor - le corrigió Tripitaka -, sino el hueso de un Melocotón.

- Has perdido - anunció el rey -. Yo mismo me encargué de meter en el baúl una fruta

entera. ¿Cómo va a haber sólo un hueso?

- Todo lo que queráis - replicó Tripitaka -, pero os aseguro que la fruta ha desaparecido.

Si no me creéis, abridlo y lo veréis.

El principal sirviente real se llegó hasta el baúl, lo abrió y vio que, efectivamente, allí

no había más que un simple hueso. El rey se sintió tan sobrecogido que exclamó,

volviéndose a los taoístas:

- Renunciad, Carlos por  lo que más queráis, a competir con esta gente. Es mi deseo que se

vayan de aquí cuanto antes. Yo mismo arranqué el melocotón con mis manos y lo puse

en ese malhadado baúl. ¿Cómo es que ahora sólo queda el hueso? Por fuerza estos

monjes gozan del favor de los dioses y espíritus; si no, no me explico.

Ba-Chie sonrió con malicia y susurró al Bonzo Sha:

- ¡Éste no sabe lo que le gustan los melocotones a nuestro hermano!

En ese mismo instante entró, después de haberse lavado y peinado en el Salón de Wen -

Hua, el Gran Inmortal Fuerza de Tigre. Con la solemnidad que le era habitual se llegó

hasta el trono y dijo:

- Lo que acaba de ocurrir tiene una explicación muy sencilla: este monje domina la

magia para cambiar unos objetos por otros. Si me prestáis el baúl unos momentos,

acabaré con su maléfica influencia y podrá celebrarse una prueba con todas las

garantías.

- ¿Qué es lo que pretendéis hacer? - preguntó el rey.

- Está visto - explicó el Inmortal Fuerza de Tigre - que su magia es capaz de cambiar

objetos inanimados, pero dudo que pueda hacer lo mismo con los seres humanos.

Propongo que permitáis a este joven taoísta meterse dentro del baúl, y, así, nadie podrá 

 

 

cambiar lo que se introduzca en él. Es más - añadió, bajando la voz -, sugiero que sea

ese hermano nuestro el objeto que se ha de descifrar en esta ocasión. Veréis cómo su

pronóstico choca estrepitosamente contra la realidad.

El rey aceptó la sugerencia y ordenó al joven que se metiera en baúl. Hizo después que

fuera llevado al salón del trono y, volviéndose hacia el monje Tang, le increpó,

diciendo:

- ¡Eh, tú, monje! ¿A que no averiguas lo que hay aquí dentro?

- ¡Otra vez estamos en las mismas! - exclamó Tripitaka, descorazonado.

- No os preocupéis - le tranquilizó, una vez más, el Peregrino -. Voy a echar otra

miradita.

De nuevo voló hacia el baúl y se introdujo en él a través de la rendija, descubriendo, no

sin cierta sorpresa, que se trataba de un taoísta. Pero la mente del Gran Sabio poseía una

agilidad sorprendente y, sacudiendo ligeramente el cuerpo, adoptó la apariencia de uno

de los maestros del Tao que habían quedado fuera. Se acercó al joven y le preguntó en

un susurro:

- ¿Qué tal te encuentras?

- ¿Cómo habéis logrado entrar aquí? - replicó el muchacho, vivamente sorprendido.

- Muy sencillo - contestó el Peregrino -. Valiéndome de la magia de la invisibilidad.

- ¿Tenéis alguna orden nueva que darme? - volvió a preguntar el joven.

- Así es - respondió el Peregrino -. Uno de esos monjes te ha visto entrar en el baúl. Eso

le facilita las cosas y nosotros volveremos, desgraciadamente, a perder de nuevo. Es

preciso, por tanto, que te afeites la cabeza. Así podremos decir que eres un monje y

ellos fallarán estrepitosamente.

- Con el fin de ganar, estoy dispuesto a hacer lo que sea - comentó en el joven -. Está

claro que una nueva derrota nos supondría una pérdida total de confianza entre los

miembros más destacados de esta corte. De producirse, nuestra reputación quedaría

arruinada para siempre.

- Eso es - reconoció el Peregrino -. Acércate y no temas nada. Cuando hayamos

terminado con ellos, te recompensaré generosamente. De eso no te quepa duda.

En un instante transformó la barra de los extremos de oro en una cuchilla de afeitar y,

abrazando al muchacho, añadió:

- Sé que va a ser un poco duro para ti,  corazón caviar pero la deconstrucción debe dar paso a la redeconstrucción  te aconsejo que no te muevas y, sobre todo,

que no hagas ningún ruido. Inclínate un poco, para que pueda afeitarte la cabeza.

En pocos segundos el joven quedó tan calvo como un anciano. El Peregrino formó una

bola con el pelo y la distribuyó con cuidado por las paredes del baúl. Guardó después la

cuchilla y, sin dejar de acariciar la cabeza del joven, agregó:

- Tu cabeza es, ciertamente, la de un monje, pero no puede decirse lo mismo de tus

ropas. Quítatelas y ponte estas otras.

El joven lucía una túnica - garza 1 de seda blanca, en la que habían sido bordadas varias

nubes y otros motivos netamente taoístas. En cuanto se hubo despojado de ella, el

Peregrino le insufló un poco de su aliento inmortal, al tiempo que decía:

- ¡Transfórmate! - y al instante se convirtió en la túnica de un monje, que él mismo le

ayudó a ponerse. Se arrancó a continuación dos pelos que metamorfoseó, con idéntica

facilidad, en una carraca y en un pez de madera.

- Ahora escúchame con atención - le aconsejó el Peregrino, al tiempo que le entregaba

la carraca y el pez -. Si oyes a alguien llamar a un joven taoísta, no salgas del baúl. Sólo

debes hacerlo, cuando oigas mencionar la palabra monje. Haz saltar entonces la tapa del

baúl y abandónalo, sacudiendo el pez de madera y cantando un sutra budista. Eso

bastará para que nos sea reconocido el triunfo de una vez por todas.

- Todo eso está muy bien - comentó el joven tímidamente -, pero existe un pequeño  

 

problema: yo sólo sé recitar El Libro de los Tres Funcionarios, El Libro del Mirlo del

Norte y El Libro para acabar con el dolor. Me temo que no conozco ningún sutra

budista.

- Pero sí sabrás recitar de corrido el nombre de Buda, ¿no? - le increpó el Peregrino.

- ¿Queréis decir Amitabha? - preguntó el muchacho -. Eso lo sabe todo el mundo.

- Bien. Entonces no se hable más - concluyó el Peregrino -. Limítate a repetir el nombre

de Buda. Me hubiera gustado enseñarte algo un poco más largo, pero la verdad es que

no disponemos de mucho tiempo. Recuerda lo que te he dicho y todo irá bien. Ahora

tengo que marcharme.

De nuevo se transformó en un pequeño grillo, que voló hasta el hombro del monje

Tang y le susurró al oído:

- Debéis decir que ahí dentro hay un monje.

- Sé que esta vez ganaré - exclamó Tripitaka, entusiasmado.

- ¿Cómo podéis estar tan seguro? - le preguntó el Peregrino, sorprendido.

- Los sutras afirman - respondió Tripitaka - que «el buda, el dharma y el sangha son

tres joyas» 2, de lo que se deduce que un monje es, en verdad, algo valiosísimo.

Mientras hablaban de esas cosas, el Gran Inmortal Fuerza de Tigre se acercó al rey y

anunció con voz potente:

- Ahí dentro, majestad, hay un joven taoísta.

Desconcertado, repitió ese anuncio varias veces, pero no ocurrió absolutamente nada.

Nadie saltó, de hecho, la tapa del baúl. Tripitaka, por su parte, juntó las manos a la

altura del pecho y proclamó con ademán humilde:

- Se trata de un monje.

Temiendo que no le hubieran oído bien, Ba-Chie gritó con todas sus fuerzas:

- ¡Hay un monje dentro del baúl!

Al punto saltó del baúl un joven con un pez de madera en la mano, que no dejaba de

repetir con sumo respeto el nombre de Buda. Los funcionarios, tanto civiles como

militares, que llenaban la sala empezaron a aplaudir y a gritar, entusiasmados. Los tres

taoístas, por su parte, se quedaron tan desconcertados que ni hablar podían.

- Por fuerza tienen que gozar estos monjes del favor de los dioses - concluyó el rey -.

Lo que acabo de contemplar es, francamente, increíble. ¿Cómo es posible que se

metiera un taoísta en el baúl y ahora salido de él un budista? No ha podido afeitarse él

solo la cabeza en un espacio tan reducido. Además, ¿quién le ha enseñado en tan poco

tiempo a recitar con tanta devoción el nombre de Buda? Opino que es aconsejable que

los dejemos partir cuanto antes.

- Recapacitad sobre vuestra decisión - le aconsejó el Gran Inmortal Fuerza de Tigre -.

Como muy bien afirma un proverbio, «el guerrero se ha topado con un oponente de su

talla, y el jugador de ajedrez ha hallado a alguien digno de él». Opino que ha llegado el

momento de poner en práctica lo que aprendimos en nuestra juventud en la sagrada

Montaña de Chung - An y los retemos a una prueba de mayor envergadura.

- ¿Qué fue lo que entonces aprendisteis? - preguntó el rey.

- Ciertas prácticas mágicas - respondió Fuerza de Tigre -, tales como cortarnos la

cabeza y volver a colocárnosla en su sitio; abrirnos el pecho, arrancarnos el corazón y

hacer que crezca otra vez por sí mismo; preparar una caldera de aceite hirviendo y

tomar tranquilamente un baño... En fin, cosas así por el estilo.

- ¡Esas son pruebas que conducen a una muerte cierta! - exclamó el rey, vivamente

sorprendido.

- Para una persona corriente sí - reconoció Fuerza de Tigre -, pero no para nosotros, que

somos maestros en el arte de la magia. No pensamos ceder, hasta que no hayamos

medido nuestras habilidades con las suyas.

Entusiasmado, el rey levantó la voz y dijo:

- ¡Monjes de las Tierras del Este! Nuestros hermanos taoístas se oponen a que os

dejemos marchar, hasta que no hayáis competido con ellos en el arte de la decapitación,

el destripamiento y los baños en un recipiente de aceite hirviendo.

Al oír eso, el Peregrino, que continuaba convertido en un grillo vulgar para cumplir

mejor su misión, volvió a adquirir la forma que le era habitual y exclamó, satisfecho:

- ¡Qué suerte la nuestra! No hay cosa que más me guste que ese tipo de competiciones.

- ¿Cómo puedes decir eso, cuando lo más probable es que acabes con el cuerpo

totalmente destrozado? - le increpó Ba-Chie.

- Se ve que no sabes de lo que soy capaz - replicó el Peregrino.

- Admito que posees una inteligencia fuera de lo común y una capacidad increíble para

metamorfosearte en lo que te venga en gana - reconoció Ba-Chie -. Pero eso sobrepasa

todas las fuerzas que un hombre puede dominar. ¿Quieres explicarme qué otras

habilidades tienes tú que nosotros no conozcamos?

- Con mucho gusto - respondió el Peregrino -. Si se me corta la cabeza, puedo hablar; si

me arrancan los brazos, puedo continuar pegando; si me amputan las piernas, soy capaz

de seguir andando; si me abren las entrañas en canal, se regenerarán por sí solas... En

fin, ¿qué voy a decirte? Para mí tomar baños de aceite hirviendo es todavía más fácil,

pues son los únicos que logran arrancarme un poco de suciedad.

El Bonzo Sha y Ba-Chie no pudieron aguantar la risa y soltaron una sonora carcajada.

Afortunadamente en ese mismo momento el Peregrino dio un paso al frente y dijo:

- Este humilde siervo vuestro está dispuesto a someterse a la prueba de la decapitación.

- ¿Se puede saber en dónde adquiriste el conocimiento de una técnica tan difícil? - le

interrogó el rey.

- Hace algunos años - contestó el Peregrino -, cuando me dedicaba de lleno a las

prácticas ascéticas en un monasterio, conocí a un maestro mendicante del Zen que tuvo

a bien enseñarme ese arte. No sé si su técnica funciona o no, porque nunca la he

empleado; por eso quiero probarla ahora mismo.

- ¡Este monje no sabe lo que dice! - exclamó el rey, soltando la carcajada -. No

comprendo cómo puede someterse, así como así, a una prueba de la que no está

totalmente seguro si va a salir airoso o no. ¿Acaso no sabe que la cabeza es la fuente de

las seis clases de energía yang que existen en el cuerpo? Quien se ve privado de ellas

muere al instante.

- Eso es precisamente lo que queremos - comentó Fuerza de Tigre con odio -. Así

podremos resarcirnos de todas las humillaciones a las que nos han sometido.

Dejándose llevar por las palabras del taoísta, el rey ordenó que dispusieran todo lo

necesario para llevar a cabo una decapitación. Al poco rato llegaron a la corte tres mil

guardias imperiales. El rey se volvió hacia el Peregrino y dijo:

- Esta vez te toca a ti el primero. Vete y que te corten la cabeza, a ver lo que pasa.

- Está bien - contestó el Peregrino, sonriendo -. Iré yo. Se inclinó ante los taoístas y

añadió:

- Disculpadme, respetables inmortales, que en esta ocasión os tomé la delantera - y se

retiró a toda prisa. Al volverse, el monje Tang le agarró de la manga y le aconsejó, muy

nervioso: - Ten mucho cuidado. Recuerda que no es ningún juego lo que vas hacer.

- Tranquilizaos, maestro - contestó el Peregrino -. Soltadme y dejadme enfrentarme a lo

que yo mismo he elegido.

Con paso seguro el Gran Sabio se llegó hasta el lugar en el que solían celebrarse las

ejecuciones. Sin pérdida de tiempo el verdugo le ató con unas cuerdas y le obligó a

poner el cuello sobre un tronco de madera. Antes de que el Peregrino hubiera abierto

siquiera la boca, el verdugo dio un grito tremendo y, de un certero tajazo, le separó la

cabeza del cuerpo. No contento con eso, le dio una patada y fue rodando, como si fuera

un melón, hasta una distancia de más de diez metros. Pese a tanta brutalidad, ni una sola

gota de sangre manó del cuello del Peregrino. Al contrario, de su estómago surgió una

extraña voz que gritó con toda claridad:

- ¡Vuelve aquí inmediatamente, cabeza!

Al ver lo que estaba ocurriendo, el Gran Inmortal Fuerza de Ciervo recitó un conjuro y

ordenó al espíritu local:

- ¡Impide que esa cabeza se mueva! Si lo haces, en cuanto haya derrotado a ese monje,

persuadiré al rey para que construya un templo gigantesco en el lugar que ahora ocupa

vuestra capilla, convenciéndole, al mismo tiempo, para que haga cincelar en oro

vuestras imágenes.

El espíritu y el dios locales habían obedecido, sin rechistar, las órdenes del inmortal.

Tampoco esta vez se atrevieron a defraudarle e impidieron que se moviera la cabeza del

Peregrino.

- ¡Vuelve acá inmediatamente! - gritó éste, una vez más.

Pero la cabeza continuó sin moverse, como si hubiera echado raíces en el suelo. El

Peregrino lo intentó una y otra vez, pero sus esfuerzos resultaron totalmente inútiles.

Visiblemente preocupado, el Gran Sabio logró liberarse de las cuerdas y exclamó,

sacudiendo el cuerpo con violencia:

- ¡Crece! y al punto le creció en el cuello otra cabeza nueva.

Y es que en toda organización basada en el  biotejido las cabezas vuelven a emerger no como lo que paso con Sendero.   

El verdugo y los guardias imperiales se pusieron a temblar de miedo. Sólo el oficial

responsable de la ejecución se armó del valor suficiente para regresar al lado del rey e

informarle con voz temblorosa:

- Hemos cortado, como ordenasteis, la cabeza a ese monje, pero le ha vuelto a crecer

otra nueva.

- No tenía idea de que nuestro hermano poseyera esos poderes - comentó Ba-Chie al

Bonzo Sha.

- No sé de qué te extrañas - replicó el Bonzo Sha -. Puesto que domina las setenta y dos

metamorfosis, es natural que disponga, por lo menos, de otras tantas cabezas.

No había acabado de decirlo, cuando apareció el Peregrino y, dirigiéndose hacia donde

estaba el maestro, le informó:

- Aquí me tenéis otra vez para lo que tengáis a bien ordenarme.

- ¿Te dolió mucho? - preguntó Tripitaka, profundamente satisfecho.

- Casi nada - respondió el Peregrino -. En realidad, no ha sido más que una diversión.

- ¿Necesitas algo de aceite para la herida? - inquirió, a su vez, Ba-Chie.

- Tócame, ya verás como no tengo ninguna herida - contesto Peregrino.

- ¡Es extraordinario! - exclamó el Idiota, incrédulo -. Esta totalmente curado

¡Ni

siquiera tienes cicatriz!

Mientras hablaban entre sí de esta forma, el rey levantó la voz y dijo:

- Tomad vuestro permiso de viaje y marchaos cuando queráis. No tengo nada de que

acusaros.

- Gracias por el documento - se adelantó a decir el Peregrino -. Pero ¿no olvidáis una

cosa? El Gran Inmortal no se ha sometido todavía a la prueba de la decapitación. En

toda competición existen, por lo menos, dos bandos, ¿no os parece?

- Me temo que el monje tiene razón - comentó el rey a Fuerza de Tigre -. Vuestra fue la

idea y no podéis rechazarla ahora. Eso sí, os agradecería que no nos asustarais tanto

como el.

Fuerza de Tigre no tuvo, pues, más remedio que dirigirse al lugar de las ejecuciones,

donde fue maniatado y forzado a arrodillarse por varios verdugos. Uno de ellos agarró

la espada y le cortó la cabeza de un solo tajo. Después, como había hecho con la del 

 

Peregrino, le dio una patada y fue a parar a una distancia de más de diez metros.

Tampoco esta vez manó la sangre, limitándose a gritar el ajusticiado:

- ¡Vuelve aquí inmediatamente, cabeza!

E l Peregrino se arrancó a toda prisa un pelo y, tras insuflarle un poco de aliento

sagrado, le ordenó:

- ¡Transfórmate! - y al instante se convirtió en un mastín de pelaje claro.

El animal se llegó hasta el lugar de las ejecuciones, cogió la cabeza del taoísta en la

boca y corrió hacia el foso del palacio, donde la arrojó sin ninguna consideración. Tres

veces más volvió el taoísta a llamar a su cabeza, pero no obtuvo la menor respuesta. No

poseía los poderes del Peregrino y no pudo hacer que le creciera otra nueva. No pasó

mucho tiempo antes de que empezara a brotarle del cuello cercenado una especie de

humor rojizo. Había quedado patente que era capaz de producir lluvia, pero entre él y un

auténtico inmortal no existía punto de comparación. A los pocos segundos cayó,

exánime, sobre el polvo, comprobando, horrorizados, cuantos se encontraban a su

alrededor que no era más que un tigre descabezado con la piel amarillenta. El oficial

responsable de la ejecución regresó junto al rey y le informó con voz temblorosa:

- El Gran Inmortal ha sido incapaz de recuperar su cabeza y ha fallecido tumbado sobre

el polvo. Lo más desconcertante es que se ha convertido en un tigre sin cabeza.

El rey perdió del miedo el color del rostro y se quedó mirando fijamente a los dos

taoístas que quedaban. Afortunadamente, Fuerza de Ciervo se adelantó a toda prisa del

asiento que ocupaba y comentó con voz serena:

- Es muy posible que el día de hoy estuviera fijado desde el comienzo del tiempo para

que nuestro hermano perdiera la vida. Pero me niego a aceptar que fuera un tigre. Todo

esto tiene que ser obra de ese monje sin escrúpulos. Seguro que se ha servido de algún

tipo de magia para convertir a vuestro insigne servidor en una bestia. A mí no podrá

derrotarme, os lo aseguro. Insisto, por tanto, en que se siga adelante con la prueba del

destripamiento y la extracción del corazón.

Esas palabras hicieron que el rey recobrara su aplomo y dijera en tono retante,

dirigiéndose al Peregrino:

- ¡Eh, tú, monje! El segundo inmortal quiere medir, una vez más sus fuerzas contigo.

- Está bien - replicó el Peregrino, aceptando el reto -. Pero debo advertiros que llevo sin

comer como Dios manda yo qué sé la de tiempo La última vez que tomé algo que se

pareciera a una comida en regla fue hace no muchos días. Un hombre piadoso nos invitó

a bollos y, he de reconocerlo con vergüenza, tomé más de los que me cabían en la tripa.

No es extraño que desde entonces haya tenido terribles retortijones de barriga. A veces

tengo la impresión de que me están royendo los gusanos. La prueba que me proponéis

no podía ser más oportuna, pues quiero saber si estoy o no libre de ellos. Os

agradecería, por tanto, que me prestarais un cuchillo, para que pueda abrirme el

estómago, sacarme las tripas y limpiarlas con cuidado. Eso me dará una gran

tranquilidad, para proseguir el viaje hacia el Oeste y entrevistarme finalmente con Buda.

- Llevadle al lugar de las ejecuciones - ordenó el rey, al oír tantos desatinos.

Al punto se arrojó sobre el Peregrino una cohorte de oficiales y soldados, que trataron

de levantarle en vuelo, pero él se lo impidió, diciendo:

- No necesito que nadie me agarre. Puedo caminar yo solo. Únicamente quisiera

pediros una cosa: que no me atéis, para que pueda lavarme las tripas como Dios manda.

- Está bien - concluyó el rey. No le atéis.

El Peregrino se dirigió con paso decidido hacia el lugar de las ejecuciones, se apoyó en

la enorme columna que servía para los ajusticiamientos y se desató la túnica, dejando al

descubierto su estómago. El verdugo le sujetó a la columna por el cuello y las piernas

con ayuda de una cuerda, le clavó un cuchillo en el pecho y le abrió en canal, como si

fuera un animal degollado. El mismo Peregrino le ayudó en la tarea, abriéndose la

barriga con las manos, sacándose las tripas y examinándolas una por una con sumo

cuidado. Después de un rato bastante largo, las volvió a meter en su sitio, juntó los

bordes de la herida, sopló sobre ella una bocanada de aire mágico y gritó:

- ¡Únete! - y al instante se le cicatrizó la barriga.

¿Comprendes si has ido hasta la herida de tu entraña, puedes integrar y desintegrar tu espíritu? En la película el menú el chef no pudo recuperar su alegría de vivir, aun cuando la mujer que no debía de estar ahí en su sistema y que estuvo ahí en espíritu le pidió una hamburguesa que no te pase esto limpia tus entrañas con cuchillo y disfruta tanto de preparar como de comer una Alegría.     

El rey se quedó tan asombrado que él mismo se encargó de entregar al Peregrino el

permiso de viaje, diciendo:

- Partid cuanto antes hacia el Oeste. No es preciso que demoréis más vuestra marcha.

Aquí tenéis los documentos que solicitasteis.

- Si he de seros sincero - contestó el Peregrino -, lo que menos importa ahora es el

permiso de viaje. Lo que de verdad deseo es que el segundo Gran Inmortal se someta a

la misma prueba que yo. Creo que es justo exigirlo, ya que la idea partió de él, ¿no os

parece?

- No nos eches la culpa de todo - replicó Fuerza de Ciervo -. Parte de la responsabilidad

es también tuya - se volvió después hacia el rey y le dijo, bajando la voz -: No os

preocupéis. Tengo la seguridad que voy a salir airoso de esta prueba.

Como había hecho el Peregrino momentos antes, Fuerza de Ciervo se llegó al lugar de

las ejecuciones por su propio pie. Allí fue atado de la misma forma y el verdugo le abrió

las entrañas a la misma altura del pecho que al Gran Sabio. Por si no bastara tanta

coincidencia, se sacó las tripas con la mano y las estudió con cuidado una por una.

Cuando más distraído estaba con esa tarea, el Peregrino se arrancó un pelo, le sopló una

bocanada de aire sagrado y gritó:

- ¡Transfórmate!

Al instante se convirtió en un halcón hambriento, que, tras extender las alas y las

garras, voló hasta donde se encontraba el taoísta y le arrebató las entrañas. Con ellas en

el pico voló hacia algún lugar desconocido y apartado, donde pudiera devorarlas con

toda tranquilidad. El taoísta quedó reducido, de esta forma, a un fantasma con el cuerpo

vacío y la barriga abierta y llena de sangre. Quien había ostentado tanto poder se

convirtió en un espíritu sin entrañas. El verdugo dio una patada al cadáver para ver lo

que quedaba de él, y comprobó, horrorizado que se había convertido en un ciervo de

cornamentas blanquecinas. El oficial responsable de la ejecución corrió, una vez más,

hacia donde se encontraba el rey y le dijo:

- El segundo Gran Inmortal no ha seguido, majestad, mejor suerte que el primero.

Logró abrirse las entrañas, pero se las arrebató un halcón hambriento y murió al poco

tiempo. Lo más desconcertante, sin embargo, ha sido que su cadáver se ha convertido en

un ciervo con las cornamentas blanquecinas.

- ¿Cómo es posible? - exclamó el rey, cada vez más asustado -. ¿Cómo ha podido

transformarse en un ciervo con cuernos?

- Eso mismo me pregunto yo - replicó en seguida el Gran Inmortal Fuerza de Cabra -.

¿Cómo es posible que mi hermano se haya convertido en una bestia nada más morir?

Por fuerza, todo esto es obra de ese maldito monje. Os suplico, por tanto, me permitáis

vengar la muerte de mis dos correligionarios.

- ¿De qué magia vas a servirte para derrotarle? - le increpó el rey.

- De la que me permitirá bañarme, como si nada, en un caldero de aceite hirviendo.

El rey ordenó preparar cuanto se precisaba para la prueba y pidió a los dos

contendientes que no se demoraran en empezar.

- Debo agradeceros todas las atenciones que tenéis conmigo - dijo el Peregrino -. Llevo,

de hecho, muchísimo tiempo sin tomar un baño y tengo la piel un poco seca; tanto, que

me pica más de lo que estoy dispuesto a aguantar. Este aceite me ayudará, por cierto, a

acabar con esa molesta irritación 

 

 

Los sirvientes imperiales habían encendido ya una gran hoguera y habían colocado el

caldero de aceite hirviendo sobre un montón gigante de madera. El Peregrino se dirigió

hacia la sartén con paso decidido pero, antes de meterse en ella, juntó las manos a la

altura del pecho y preguntó:

- ¿Se trata de un baño civil o de uno militar?

- ¿Existe entre ellos alguna diferencia? - inquirió el rey.

- Por supuesto que sí - contestó el Peregrino -. Si es civil, no tendré que quitarme la

ropa. Me pondré las manos en las caderas y saltaré dentro y fuera del caldero con tanta

rapidez que los vestidos no se me mancharán lo más mínimo. Si aparece una sola gotita

de aceite en ellos, querrá decir que no he realizado bien la prueba y que por lo tanto, he

perdido. En el militar, por el contrario, tendré que despojarme de mis ropas y podré

estar en el aceite cuanto quiera, permitiéndoseme retozar libremente en él.

- ¿Qué clase de baño quieres tomar tú? - preguntó el rey al Inmortal Fuerza de Cabra -.

¿El militar o el civil?

- Si tomamos el civil - contestó Fuerza de Cabra -, cabe la posibilidad de que sus ropas

hayan sido tratadas de antemano con alguna substancia que haga resbalar el aceite, por

lo que nunca sabremos si se ha ajustado a las normas o no. Opino que lo más

conveniente será tomar el militar.

- Perdonad, si, una vez más, pruebo yo el primero - se disculpó el Peregrino - pero

poseo un carácter muy impulsivo para esperar mi turno.

No había acabado de decirlo, cuando se quitó la camisa y la túnica de piel de tigre, dio

un salto y fue a parar al centro mismo del caldero, donde empezó a chapuzar, como si

estuviera nadando.

Al verlo, Ba-Chie se llevó a la boca el dedo gordo y comentó con el Bonzo Sha:

- Me temo que hemos minusvalorado a ese mono. Cuando le propusieron esas pruebas

y él aceptó, sin pensárselo dos veces, pensé que estaba fanfarroneando, pero ahora veo

que posee de verdad los poderes que se arrogaba.

Su admiración era tan sincera que no podían dejar de comentarlo otra vez. Sin

embargo, el Peregrino malinterpretó sus cuchicheos y, pensando que se estaban

burlando de él, se dijo:

- Ni en estas circunstancias deja de reírse de mí ese Idiota. Esto es precisamente lo que

quiere decir el proverbio que afirma: «La inteligencia nunca para, mientras que la

idiotez siempre descansa». Es injusto que yo deba someterme a esta prueba, mientras él

está ahí, tan tranquilo, sin hacer nada. Voy a hacerle una jugarreta, a ver si la próxima

vez tiene un poco más de cuidado.

Cuando más satisfecho parecía estar del baño, se sumergió hasta el fondo del caldero,

desapareciendo de la vista de los que le contemplaban admirados. Se había convertido,

de improviso, en una tachuela y nadie podía dar con él. Dándole por muerto, el oficial

responsable de sartén se llegó hasta donde estaba el rey y le informó:

- El monje que se sometió a la prueba del aceite ha perdido la vida, frito como un

vulgar torrezno.

El rey ordenó que sacaran los huesos del caldero y se los llevaran a su presencia, cosa

que trató de hacer el verdugo con una especie de espumadera de hierro. Como sus

agujeros eran muy grandes y la tachuela en la que se había convertido el Peregrino era

muy pequeña, no pudo y todos los intentos del verdugo se vieron condenados al más

absoluto fracaso. Al oficial no le quedó, pues, más remedio que regresar junto a su señor

y anunciar:

- Los huesos de ese monje parecen ser tan frágiles que todo su cuerpo se ha deshecho

en la sartén, como si fuera de mantequilla.

- Muy bien - concluyó el rey -. En ese caso, atrapad a esos tres. 

 

 

Los guardianes del palacio consideraron que Ba-Chie era el más peligroso y se lanzaron

sobre él, haciéndole morder el polvo y atándole salvajemente las manos a la espalda.

Tripitaka estaba tan aterrado que no pudo por menos de levantar la voz, gritando:

- Os suplico, majestad, tengáis a bien perdonar a este humilde monje, que lo único que

ha hecho a lo largo de su vida monacal ha sido acumular mérito tras mérito. El mayor de

mis discípulos ha muerto y yo no pido para mí o los míos un trato mejor. ¿Cómo voy a

negarme a enfrentarme a la muerte, si vos, que ostentáis el poder absoluto, habéis

decretado que debemos morir? Por eso, el favor que ahora os pido no es para mí, sino

para ese discípulo fiel que acaba de convertirse en espíritu. Sin duda alguna, está ahora

vagando por el otro mundo, desconcertado y sin ayuda, y me gustaría echarle una mano.

Os pido, pues, tengáis a bien traerme media taza de agua fría y un tazón de sopa.

Permitidme, también, hacer caballos de papel y dadme vuestra venia para acercarme al

caldero de aceite, con el fin de que pueda realizar una ofrenda funeraria. En cuanto haya

presentado mis respetos al espíritu del discípulo muerto, me someteré de buena gana al

castigo que hayáis pensado darme.

- De acuerdo - contestó el rey -. Se ve que los chinos sois un pueblo piadoso y leal.

Adelante con tus ceremonias - y ordenó que se entregara al monje Tang una sopa de

arroz y un poco de papel moneda para los espíritus.

El monje Tang y el Bonzo Sha se llegaron hasta el caldero por sus propios medios. Ba-

Chie tuvo peor suerte, porque los soldados le agarraron de las orejas y le llevaron hasta

allí a la fuerza. El monje Tang levantó la voz y dijo en tono solemne:

- ¡Respetado discípulo Sun Wu-Kung! Jamás olvidaré el cariño que me has mostrado a

lo largo de este interminable camino que conduce hacia el Oeste. Desde que accediste a

seguir el camino del tu ejemplo y tu piedad han sido una guía para todos nosotros.

Juntos esperábamos llegar a la Montaña del Espíritu, pero el destino ha querido que

encontraras hoy la muerte. En vida todo cuanto hiciste encaminado a conseguir las

escrituras sagradas. Es nuestro justo deseo que en la muerte tu mente esté solamente

ocupada por la realidad de Buda. No dudamos, por tanto, que tu espíritu pasará pronto

de las tinieblas al Templo del Trueno.

- Me temo, maestro - dijo Ba-Chie -, que no habéis hecho la invocación adecuada.

Decidle al Bonzo Sha que levante un poco la sopa, para que pueda proferir yo otra más

apropiada.

Aunque estaba firmemente sujeto al suelo, el Idiota se las arregló para proferir las

siguientes barbaridades:

- ¡Maldito mono buscador de problemas! ¡Ignorante cuidador de caballos! Está visto

que merecías la muerte y que habías de acabar tus días frito en una sartén. ¡Estás

acabado, mono cuidador de caballos!

El Peregrino Cardenio  Sun, que permanecía agazapado en el fondo del caldero con el ánimo de

dar un escarmiento a Ba-Chie, no pudo aguantar las impertinencias del Idiota y volvió a

recobrar la forma que le era habitual. Desnudo como estaba, se puso de pie en el caldero

y gritó, enfurecido:

- ¿Se puede saber a quién estás insultando, esclavo inútil?

- ¡Menudo susto nos has dado! - exclamó, aliviado, el monje, al verle.

- A nuestro hermano le gusta juguetear con la muerte - comentó, por su parte, el Bonzo

Sha.

- Al ver lo ocurrido, los funcionarios, tanto civiles como militares, corrieron a informar

al rey, diciendo:

- Ese monje no ha muerto todavía majestad. Acaba de sacar la cabeza del aceite.

- No, no. Eso no es verdad - gritó el oficial responsable de la sartén, temiendo ser

acusado de negligencia o de algún cargo similar -. Está muerto. Lo que ocurre es que 

 

 

hoy es un día muy poco propicio y el espíritu de ese monje se resiste a hacer el viaje al

otro mundo.

Furioso por tantas sandeces, el Peregrino saltó de la sartén, se secó el aceite y se vistió.

Se llegó después hasta el oficial, sacó la barra de hierro y le propinó tal golpe en la

cabeza que al instante quedó reducido a una masa informe.

- ¿Puede un fantasma hacer esto? - gritó, triunfante.

Koshi kene te desamarro y me desamarro lo que desate en el cielo lo desato en la tierra y lo hago por fe, aunque sé que no comprendes las pruebas y que serias incapaz de pasarlas, aquí la idea queda abierta en toda su potencialidad.     

Al ver lo ocurrido, los soldados que tenían sujeto a Ba-Chie, le dejaron inmediatamente

en libertad y, echándose rostro en tierra, suplicaron, aterrorizados:

- ¡Perdonadnos! ¡No sabíamos lo que hacíamos!

Hasta el rey parecía dispuesto a abandonar el trono del dragón y lanzarse a una

vergonzosa huida. Afortunadamente se lo impidió el Peregrino, diciendo:

- No os vayáis tan deprisa, majestad. Ordenad al tercer mortal que se meta en la sartén.

- Sálvame la vida, Gran Inmortal, y métete en el caldero - pidió el rey al taoísta,

temblando de pies a cabeza -. Si no lo haces, ese monje acabará con todos nosotros.

Fuerza de Cabra bajó los escalones y se quitó las ropas como había hecho el Peregrino.

Saltó después en el aceite y comenzó a bañarse tranquilamente. El Peregrino se llegó

hasta el caldero y ordenó a los que azuzaban el fuego que añadieran un poco más de

madera. Metió a continuación la mano en el aceite y comprobó, para su asombro, que

estaba tan frío como el hielo. Desconcertado, se dijo:

- ¡Qué cosa más rara! Cuando entré ahí estaba realmente caliente, mientras que ahora

está casi helado. Por fuerza tiene que andar por ahí cerca un dragón.

Sin pensarlo dos veces, se elevó hacia lo alto y recitó un conjuro que empezaba por la

letra «Om». Al instante hizo su aparición el Rey Dragón del Océano Septentrional y el

Peregrino le regañó, furioso:

- ¡Maldito gusano con cuernos! ¿Cómo te atreves, lagarto cubierto de escamas, a

prestar ayuda a ese taoísta, haciendo que se esconda en el fondo del caldero un dragón

frío? ¿Por qué quieres que parezca más poderoso de lo que es y, así, pueda derrotarme?

El Rey Dragón estaba tan asustado que no se atrevía a abrir la boca. Por fin, tomó

aliento y respondió con voz entrecortada:

- Jamás me atrevería yo a hacer semejante cosa. Sin embargo, es posible que no sepáis

que esta bestia se ha dedicado durante mucho tiempo a la ascesis, consiguiendo

desprenderse de la forma que le era, en un principio, substancial. Eso le capacitó para el

dominio de la magia de los cinco truenos. Sus otros poderes mágicos fueron obtenidos a

través de sendas equivocadas, que, de ninguna manera, conducen a la auténtica

inmortalidad. Por eso pudisteis destruir vos a sus correliginarios, desenmascarando su

naturaleza y obligándoles a mostrarse tal cuales eran. Con éste vais a tener muchos más

problemas, ya que aprendió el Arte de la Gran Ilusión en la Montaña del Pequeño Mao 3

y consiguió dominar a un dragón frío. Es extremadamente inteligente y muy difícil de

engañar, tanto que vos no podéis absolutamente nada contra él. Hay, sin embargo, un

camino para que ese taoísta quede convertido en un vulgar torrezno: arrestar a ese

dragón y llevármelo conmigo.

- Hacedlo y os veréis libre de mi cólera - replicó el Peregrino -. Si no, ya sabéis lo que

os espera.

El Rey Dragón se convirtió al instante en un viento huracanado, que entró en lo más

profundo del caldero y arrastró consigo al dragón frío. El Peregrino descendió de la

nube y se quedó a pocos pasos de Tripitaka, Ba-Chie y el Bonzo Sha, viendo cómo el

taoísta se debatía desesperadamente en el seno del aceite, sin conseguir librarse del

tormento. Cada vez que intentaba escalar la pared de la sartén, resbalaba hacia el fondo.

Al poco rato su carne se desintegró, su piel se tostó y sus huesos nadaron libremente en

la superficie del aceite. El nuevo oficial responsable de la ejecución se llegó hasta donde  

 

 

estaba su majestad y le informó, diciendo:

- Acaba de morir el tercer Gran Inmortal.

El falso padre, el falso hijo ye l falso Espíritu Santo han muerto al ser traspasados por el dharma,  lo que queda en el rey conservador es sabiduría.   

El rey no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas. Después se agarró con fuerza a la

mesa imperial que tenía delante y, llorando amargamente, exclamó:

- ¡Qué difícil es de conseguir la vida humana! Cuando falta la auténtica vida de un

maestro, el elixir no tiene ningún valor. El hombre tiene a mano infinidad de conjuros e

innumerables ofrendas que presentar a los dioses, pero no dispone de ningún remedio

que pueda alargarle la vida. ¿Cómo va a alcanzarse el estado del nirvana sin

perfeccionar el espíritu? Frágil es la vida, y vanos todos los esfuerzos que la llenan.

¿Por qué no renunciamos a ellos, si sabemos de antemano cuál es nuestro auténtico

sino? De nada sirve refinar el mercurio y buscar la falsa perfección del oro. ¿Qué valor

tiene en esas circunstancias levantar el viento y producir lluvia?

No sabemos lo que les sucedió al maestro y a los discípulos, por lo que deberá prestarse

atención a lo que se dice en el capítulo siguiente.   





 

1 comentario:

Christian Franco dijo...

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