jueves, 8 de agosto de 2024

La mística es el Espíritu Santo los quipus son el lenguaje

 

La mística es el Espíritu Santo los quipus son el lenguaje

¿Porque hacemos quipus con el lenguaje?

En su Introducción a la Metafísica pregunta

Heidegger: ¿cómo llega a surgir y a predominar (en la

filosofía griega) el logos frente al ser? ¿Cómo acontece la

decisiva separación entre el ser y el pensar? Pues bien, a

tenor de lo dicho aquí resulta que la tal separación es

una argucia crítica, la acotación de una dualidad para

extraerle el jugo. El jugo será una primera teoría del

mundo.

Pero si se miran las cosas con atención, existe ya

una argucia crítica en el nacimiento de la cultura mítica.

Antes de la aparición del logos, el mecanismo

retroprogresivo, el distanciarse del origen para

recuperarlo por la vía de algún simbolismo, es ya

patente.

 

Veamos pues el quipu andino haciendo una analogía con el quipu griego  y tratemos de desatarlo

 

He nacido rico porque tengo un padre grande, el Sol no es un dios, es nuestro padre, la pachamama no es una diosa, es nuestra madre, Familia cósmica somos....Fausto Reinaga

 

 

Yo diría los seres humanos somos ricos porque tenemos dos padres grandes el Sol y la tierra, el sol que emitió su rayo de luz como esperma a la tierra fecundandola, naciendo nuevos organismos

 

Herbert Soto

 

 

Yo no puedo detras del sol veo la lzu detras de la luz veo a Dios detras de Dios veo el amor

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Y detras de la tierra veo el acontecer de la existencia en su permanente creatividad

 

 

 

 

Pero no te parece algo bello, una objetividad en tus manos delante de tus ojos, por que niegas eso no te parece sufuciente

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Herbert

?

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Herbert

 

Nuestros inkas lo sintieron y vieron asi

 

 

 

Exacto no me parece suficiente y es que me se una conciencia absoluta y solo en lo absoluto me reconozco   

 

Un hecho biológico, científico tan sencillo by objetivo

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No todo eso esta determinado no es libre

 

 

https://www.facebook.com/photo?fbid=891729326328194&set=a.617615703739559

 

 

¿Quién puede decir si la devoción espiritual de un adorador de la naturaleza es menor que la de uno que se arrodilla frente a una cruz en una vasta catedral? El motivo, el impulso, debe tomarse en consideración y no los procedimientos objetivos, los rituales y ceremonias a través de los cuales se expresa. Para mayor analogía, alguien vestido con las ropas de un mendigo puede tener todos los gestos y habla refinados de un Miembro del Parlamento. Tal cultura no se abarata por su engarce.
La cultura, medida por la del hombre blanco, era burda. Por lo tanto, para el hombre blanco, cualquier parecido que tuviese con la dignidad de su propia oficialidad, parecía absurdo. El error del pensar del hombre blanco está en su valuación de estándares. Una diferencia no reduce al espíritu detrás de ellos ni debería restar de la dignidad que uno demuestra hacia aquellos que concibe o en lo que cree.

... "Reúnan a los que me son fieles, a los que han hecho un pacto conmigo ofreciéndome un sacrificio."

Y el cielo declara que Dios es juez justo.

"Escucha, Israel, pueblo mio; voy a poner las cosas en claro contigo.

¡Yo soy Dios! ¡Yo soy tu Dios!
No te censuro por los sacrificios
y holocaustos que siempre me ofreces.
(Sal 50: 5-8) 

Ver menos

 

 

 

Christian Franco Rodriguez

Si la gran diferencia entre uno y otro esta en al autoconciencia que logran de su libertad en una todo lo determinan los astros en la otra el Espíritu, el problema es que en la autoconciencia esta nuestra contradicción y entonces predicamos una cosa y hacemos otra, mientras que al ser determinados por los astros o cumplimos o somos ejecutados, claro lo que esta detrás es que aquellos que manejan el interpretar de los astross i se contradicen pero nadie puede denunciarlos porque si lo hiceras atentarías contra el propio cosmos según su visión.

 

 

ienes el libro de oparin?

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no

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Herbert

Puta que bello libro

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Herbert

Que libro tan bello sobre el origen de la vida

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Herbert

Un libro tan científico como tan espirutual

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Herbert

Te hace sentir, tiene una magia dentro

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Herbert

 

Oparin fue un bioquímico ruso, como lo sabrás

 

 

si claro

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Herbert

Estamos ahorita a punto desaparecer

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Herbert

 

Iran a punto de meterle misiles a Israel

 

 

si esi es critico 

 

 

Hay una tesis de mi profe, el chino lora cam de arequipa

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Herbert

 

Los idealistas se alejan cada ves más de la realidad, mientras los materialistas se acercan, ojo se acercan

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No

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Herbert

 

Puede el mundo destrozandose, y los idealistas siguen pensando y pensando perdiéndose en una nube de mar

 

 

al menos que el materialista sepa acontecer en la nada

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Otra vez la cuestión idealista, por favor no se trata de pensar y pensar el idealista es el que controla las ciencia aun

 

 

muy apreciado amigo, respecto al tema en tu escrito anterior en la diferenciacion de lo real y la realidad

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Herbert

 

yo soy arquitecto,me pides mis servicios para construir tu casa, ten entrego los planos y detectas que existen lineas paralelas en los trazos que determinan los muros de las habitaciones

 

 

o real es que esos planos son válidos, el paralelismo trazado en los planos de acuerdo a nuestras necesidades y ,sistemas de referencia y necesidades son perfectamente funcionales por lo tanto son validos para construir y materializar la idea de la casa

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Herbert

 

pero la realidad es que esas lineas no son paralelas, nuestra vision no detecta el corte de esas lineas porque se prolongarian en su encuentros talves cientos y miles de kilometros

 

 

haciendo una comparacion que es lo real y la realidad, la humanidad en su lucha por satisfacer sus necesidades por cual opta por lo real o la realidad 

 

 

Genial el ejemplo arquitectónico y no sabia que lo eras, la cuestion es ¿La realidad esta fuera o dentro de nuestra conciencia ? y mi respuesta es que esta dentro del mundo de la conciencia, mundo que yo no manejo ni en en lo real ni en la realidad, ahora igual que en tu ejemplo seria un error hacer una casa sin planos sería un error no planificar la economía pero el plan debe estar abierto al acontecer de lo real que no es otra cosa que la realidad, salo cunado lo exterior del mundo, oprime nuestra interioridad 

 

 

Esta lucha es constante

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Herbert

 

El idealismo y materialismo

 

 

 

No, el unico problema que hay es la formulacion del problema, unamenra de formularlo es haciendo el nudo idealista materialista, pero es uno esl que hace el nudo, lo real acontece en realidad y la realidad se convierte a lo real en nuestra espíritu, yo estoy haciendo el nudo de lo real y la realidad para dar cuenta del problema que realmente no hay pero para darnos cuenta de que no hay problema hay que formular el problema

 

https://www.facebook.com/reel/331114819380230 

 

 

https://drive.google.com/file/d/1VNhw7kqKJqcFKeGn4JMUdZV5ITptgwRq/view?fbclid=IwY2xjawEiHVZleHRuA2FlbQIxMAABHeOqDh6ioMlq0fOC8YoqpTCHIXaPrWGKaq0ezxGqq97nhyHWlpp5U-ATKA_aem_iJiVDLyMRtwXYK8jf0FhGA

 

 

Este libro arranca de un antiguo y desmesurado

proyecto: la construcción de una Genealogía de la lucidez

en varios tomos. El primer tomo tenía que ocuparse,

precisamente, de Grecia. La idea de un pensar

genealógico viene de Nietzsche, con el precedente

historicista de Dilthey, y ha sido glosada por Jean

Beaufret. No se trata tanto de hacer historia como de

remontarse al origen –y descubrir que todo

conocimiento es, de algún modo, reconocimiento. Lo

vislumbró Platón, lo ha recordado Heidegger: la

filosofía como constante movimiento de regreso al

fundamento (Grund), aunque finalmente el fundamento

se esfume. (El Grund aboca en el Abgrund, en la misma

medida en que la filosofía es una actividad, como diría

C.U. Moulines, ilimitadamente recursiva: la filosofía es,

por naturaleza, filosofía de la filosofía, o sea,

metafilosofía, y luego meta-metafilosofía, etcétera.)

Genealogía de la lucidez, o sea, hallazgo y recuperación

de algo que jamás habíamos perdido. (En mi

terminología: lo místico.) He aquí, en todo caso, el

primer tomo de esta hipotética genealogía. (Según se

mire, el último tomo lo he publicado ya bajo el título de

Aproximación al origen. También tengo allí escrito que

todo escritor consume su vida escribiendo un solo libro;

un solo libro autoterapéutico.)

Este ensayo, por consiguiente, es un pretexto. El

ejercicio filosófico consiste, ante todo, en dialogar con

 

 

los colegas, vivos o muertos –preferiblemente, muertos:

con los vivos siempre hay dimes y diretes,

murmuraciones y tiquismiquis. Una excepción a esa

costumbre la constituyen Wittgenstein y Descartes:

ambos pusieron especial cuidado en disimular sus

fuentes. Descartes, por estrategia, y quizá también por

humor; Wittgenstein, simplemente, porque «le era

indiferente saber si lo que él pensaba lo había pensado

otro antes que él». Pero, en general, no puede uno

llamarse filósofo si no se ha enfrentado con la tradición

–ni que fuere para deconstruirla–, y si no lo ha hecho

desde una cierta idea directriz. Hegel, Nietzsche y

Heidegger son tres ejemplos eminentes. (Eminentes e

indigeribles.) Hegel recoge todo el peso del pasado y

proclama que la historia es el despliegue de la misma

divinidad que primero se autoenajena en forma de

naturaleza material y luego se autorreconquista en

forma de Espíritu Absoluto. Nietzsche, por el contrario,

piensa que la tradición postsocrática es la historia de un

gran malentendido. Heidegger estima que hay que

“destruir” la tradición para recuperar la olvidada

cuestión del ser. Salvando las distancias, también uno

tiene su propio hilo conductor. Transcribo lo que tengo

escrito en mi libro Ensayos retroprogresivos:

El Tao de Occidente es esa extraña creatividad

que nos devuelve al origen por la vía crítica.

Entendiendo por vía crítica la retroacción desde un

problema hasta sus condiciones de posibilidad. Cabría

escribir una historia de la filosofía occidental desde el

punto de vista de cómo, en cada época, el discurso 

 

cultural trata de aproximarse críticamente al origen

perdido. De alguna manera, en Occidente, filosofía, arte

y ciencia regeneran simbólicamente la no-dualidad

originaria. Occidente se alimenta de una tensión crítica,

retroprogresiva, que a la vez que va sofisticando los

lenguajes va poniendo en crisis los supuestos de

partida. Es un proceso destructor de realismo ingenuo

que aboca, simultáneamente, a la progresiva

racionalidad del discurso y al origen místico.

Existe un esquema general. Toda educación,

toda socialización de la conciencia, arranca de una

fragmentación de la realidad en parcelas separadas, de

suerte que sea así posible un posterior (y peculiar)

discurso unificador. Toda formalización permite un

tratamiento lógico (y mitológico) de las hipotéticas

parcelas separadas de la realidad. Toda sintaxis, al

disponer las piezas sueltas en un orden (taxis), recupera

(substituye) la totalidad perdida bajo forma de

significado.

Sucede también que la parcelación/segregación,

el espejismo de las dualidades, genera una angustia

muy peculiar que nunca queda suficientemente

neutralizada por los discursos racionalizadores. De ahí

el permanente empuje de retroacción, de

desocialización de la conciencia, de recuperación del

origen (no-dualidad) perdido. En cualquier caso el

dinamismo que subyace es el mismo. Este dinamismo

se articula en dos momentos: 1) parcelación de la

realidad, 2) simulacro de recuperación de una realidad

indivisible. Para decirlo con la terminología empleada

 

 

en mi libro Aproximación al origen: 1) fisura, 2) cultura.

El Tao de Occidente es inmanente al arte, a la

filosofía, a la ciencia. Es un Tao todavía inconsciente

pero sin el cual resulta inexplicable el proceso crítico de

la cultura occidental. La argucia crítica consiste en

demarcar la realidad en parcelas escindidas para

recuperar luego la realidad perdida por la vía del

lenguaje que unifica lo separado. Así, por debajo de

toda la aventura de la filosofía, de la ciencia y del arte

late un aliento digamos místico: devolver las cosas a su

no-dualidad originaria. Complejidad creciente y

aproximación al origen son dos caras de un mismo

proceso.

La mística (aunque tal vez hubiera que inventar

otro vocablo) no es, por tanto, ninguna cosa irracional.

Al contrario. La mística, el Tao, o como quiera decirse,

es el impulso mismo de la razón crítica. También su

fundamento. Lo presintió Platón: sólo alguien que, en

el fondo, sabe puede asombrarse por no saber. Dicho de

otro modo: la mística es la lucidez, la conciencia sin

símbolo interpuesto. Los anónimos redactores de las

Upanishads lo proclamaron hace milenios: el discurso

humano es una delicada farsa sobre un trasfondo de

lucidez absoluta. Permanentemente, lo que no puede

decirse fundamenta lo que se dice.

En el principio jamás fue el verbo.

El advenimiento de la finitud, la construcción de

la cultu ra humana, y el sentimiento de lo

“problemático”, son así di versas faces de un mismo

fenómeno. El budismo descubrió con miles de años de 

 

anticipación sobre Wittgenstein, que n existe ningún

“problema” de la realidad. Pero la cultura hu mana se

constituye, precisamente, a través del circuito

problema-solución al problema. La filosofía, en

particular, es un mayéutica sin fin, un ejercicio crítico

que pone en cuestión la realidad en bloque. Al mismo

tiempo, todo planteamient problemático arranca ya de

una matriz teórica latente.

«¿Cuál es el problema?» He aquí la pregunta que

cada época se hace a sí misma como manifestación de

su propia en fermedad cultural, es decir, de su cultura

misma. Pues no ha tal problema en sí mismo; lo que

hay es una definición pro blemática de cada cultura.

Porque lo que llamamos problem –figura secularizada

del tabú– es la condición misma de l cultura, es decir,

de las demarcaciones que fundamentan l comunicación

simbólica. La cultura, en tanto que sistema d

comunicación, supone dicotomías, escisiones,

demarcacio nes, dualidades que son la condición de

posibilidad del dis curso simbólico. Este discurso

simbólico es la terapia que au togenera la misma

cultura desde su propia enfermedad.

«¿Cuál es el problema?» El problema es, ante

todo, la noción misma de problema: lo problemático en sí

mismo, la dualidad en que consiste la cultura misma,

dualidad que hace posible lo simbólico. El problema se

proyecta en una vieja pesadilla metafísica: ¿por qué la

realidad es como es y no, más bien, de otra manera? Y,

en el límite: ¿por qué hay algo en vez de nada? El

problema es el nacimiento de la irrealidad, la escisión

 

entre pensamiento y facticidad, entre necesidad y

contingencia, la fisura. El problema es tan antiguo como

la conciencia del hombre.

Hay miles de dualidades, y, al final, tenemos

que reconsiderar el conjunto global de la cultura. Del

malestar de la cultura pasamos a la cultura como

malestar. El paciente que va al psicoanalista suele creer

que este o aquel síntoma constituye su problema; pero

lo que el paciente no comprende es que su problema no

es la depresión, el insomnio, el matrimonio o el trabajo:

estas quejas diversas son sólo la forma consciente con

que la cultura le permite expresar un conflicto mucho

más hondo y más remoto. El conflicto general, el

problema general, es lo problem ático en sí mismo.

La historia de la filosofía es la historia del

problema. El problema y la “solución al problema” es

ese ardid crítico que implica los dos movimientos

aludidos de: a) parcelación de la realidad, b)

formulación de alguna síntesis que regenere la

no-dualidad perdida. Esta síntesis es el espacio de lo

simbólico. Recordemos que, en griego, symbolon fue el

nombre dado a aquel objeto que, partido en dos,

sirviese a dos personas separadas para poder

reconocerse con el tiempo. Las dos mitades encajarían.

Hay una previa separación que lo simbólico reúne.

(Symbolon es contraseña, y symballo es juntar.) El

ejercicio simbólico es el dinamismo cultural, el eros

sublimado, que reúne lo escindido. El mito platónico

define a Eros como el deseo que tiene todo ser humano

de encontrar su otra mitad, de recuperar la unidad

 

perdida del andrógino. En este amplio contexto, la

cultura, el ejercicio simbólico, el eros sublimado, todo

incide.

La construcción simbólica, la síntesis latente,

bajo forma de teoría, Weltanschauung, ideología,

religión, mito, etcétera, es la manera como, en cada

época, se tiene en pie el animal humano. Ahora bien,

más allá de los meandros de la historia, el proceso de la

lucidez hace que se vayan tambaleando las sucesivas

maneras de tenerse en pie. (Pero conservando lo

esencial: el hecho de tenerse en pie.) El progresivo

desarrollo del empirismo crítico (hoy pensamos, por

ejemplo, que la inteligencia humana no alcanza a la

realidad en sí, sino que funciona, ante todo, como una

forma de adaptación a lo real), este empirismo crítico,

digo, invalida las coartadas ideológicas totalitarias y

exige progresivas dosis de mística inmanente para

tenerse en pie. Los agnósticos gozan de tanta o mejor

salud que los creyentes. La realidad es demasiado

absoluta para tener sentido.

Una pregunta subyace en las páginas que

siguen: ¿cómo se tenían en pie los primeros filósofos?,

¿de qué peculiar manera planteaban “el problema"? Y,

en general: ¿cómo se tiene en pie, en cada época, el

animal humano? La respuesta, a tenor de lo dicho, es

siempre una cuestión de mística camuflada. Dicho de

otro modo, una cuestión metafísica. Quiere decirse que

“tenerse en pie” es una actitud metafísica, es decir, una

toma de posición frente al ser y la nada (Camus: el

único problema filosófico relevante es el del suicidio), y

 

que, por inauténtica que sea la vida o la actitud de un

hombre, hay siempre una metafísica que le subyace, se

sea o no consciente de ello. Desde una perspectiva

antropológica, y hablando esquemáticamente, existen

tres maneras de tenerse en pie: la mística, la neurótica y

la trivial.

La manera mística (sigo hablando

esquemáticamente) tiene dos vertientes: espiritual e

intramundana. En ambos casos, se trata de trascender, se

trata de salir de la cárcel del ego, y volcarse en algo que

a uno le importe más que sí mismo. Salir de la cárcel

del ego equivale a sobrepasar “el problema” y rastrear

la no-dualidad última de todas las cosas. No-dualidad

que es también infinita diversidad.

Las dos faces de la mística también pueden

considerarse desde el punto de vista de los tipos

psicológicos, en el sentido de Jung: introversión frente a

extraversión. San Agustín, prototipo de animal

introvertido, proclama que «en el interior del hombre

habita la verdad». Leonardo da Vinci sería un prototipo

del místico extravertido plenamente absorbido, a cada

momento, en lo que hace.

Ya desde su primera juventud, las absorciones

de Leonardo incluían la matemática, la astronomía, la

física, la geología, la botánica, la mecánica, la óptica, la

acústica, la zoología, la fisiología, la anatomía. Cuando

abandonó Florencia, a los treinta años, para ir a Milán,

Leonardo era un pintor célebre; no obstante, Lorenzo

de Médicis lo recomendó al duque de Milán como un

músico que cantaba y tocaba el laúd “divinamente”. El

 

caso es que Leonardo, entre pincelada y pincelada,

corría a inventar la máquina voladora, a diseñar el

asiento de retrete con bisagras, a imaginar una ciudad

modelo, a concebir una ametralladora. La variedad de

sus logros sólo era superada por el número de sus

proyectos abandonados. Limitación y gloria del

hombre extravertido, volcado hacia todo lo demás,

olvidado de sí mismo: ésa es, indiscutiblemente, una

clase de mística.

Conviene, pues, deshacer el equívoco que

relaciona la mística exclusivamente con la meditación

ensimismada de algunos sabios orientales. Más aún: la

misma distinción entre maya y realidad es también una

dualidad a superar. Como ya advirtiera Nietzsche, no

hay una “verdadera” realidad por debajo de los

fenómenos. Todo es un indivisible inagotable proceso

que carece de fundamento, y por esto el misticismo es

la contrapartida del nihilismo. Se trasciende en la

acción, en la contemplación, en la ciencia, en el arte.

Procede, en consecuencia, ampliar el alcance del

vocablo “mística”. Y también, ya digo, despojarle de

todas sus connotaciones mágico-irracionales. En

Aproximación al origen he tratado de mostrar la

articulación entre lo místico y lo crítico. Ello es que lo

místico (la realidad sin modelos interpuestos), visto

desde el lenguaje, es un límite. Ahora bien, la

exploración a través del límite es la esencia de lo crítico.

Y la apertura a lo místico se produce cuando la razón

postula su autoinsuficiencia –su incompletitud. Pero no

hay que ver a la mística desde el lenguaje, sino al

lenguaje desde la mística. La mística es la previa

lucidez que hace reconocible al límite. Lo que ocurre es

que filosofar es fingir que no se es místico. Podemos

entonces decir que la mística es la culminación de la

razón crítica, el último espasmo de la limitación

humana, la contrapartida existencial del nihilismo. No

olvidemos que incluso la mística más genuina, la que

nació en la India en el período védico tardío, fue una

reacción contra la religión cultual y la hipertrofia del

sacerdocio sacrificial. Todo místico sabe que cualquier

cosa que se diga sobre la realidad es, por definición,

insuficiente; que la realidad “se muestra” antes o

después del lenguaje. En este sentido, la mística –en

contra de lo que piensa Popper, y muy de acuerdo con

lo que enseñó Bergson– es la verdadera aliada de la

“sociedad abierta”. Un místico es exactamente lo

contrario de un fanático. No absolutiza ningún

lenguaje.

Pero ya digo que tal vez convendría inventar un

vocablo menos viciado y enojoso que el vocablo

“mística”, algo que nos remitiese sin adherencias

ideológicas/teológicas a esa experiencia pura, a esa

experiencia no dual, a esa experiencia transpersonal y

sin angustia, a ese más allá del lenguaje donde todo se

hace repentinamente real. Esta experiencia,

propiamente, es transexperiencia: no hay ningún

“sujeto” experimentador separado del “objeto”

experimentado. Aquí se trata de lo real realizándose a

sí mismo. Más aún: esta transexperiencia es el único

caso de genuina experiencia. Desde el punto de vista de

 

la ciencia, la realidad no es reflejada ni por la teoría ni

por la experiencia (nadie sabe lo que es la experiencia

puesto que hay siempre interpuesta alguna teoría). La

realidad es únicamente simbolizada. (Tomemos el

ejemplo perceptivo por antonomasia, el fenómeno de la

visión: la elaboración por la corteza cerebral de los

impulsos eléctricos que le transmite el nervio óptico no

es ninguna copia de lo real; es sólo una interpretación

adaptativa/selectiva.)

Lo que ocurre es que, por muy viciada y

equívoca que sea la palabra mística, resulta difícil

encontrar otra mejor. Karl Jaspers acuñó un vocablo:

das Umgreifende, lo circunvalante, lo envolvente, lo

omnicomprensivo, en suma, lo que sobrepasa la

separación sujeto-objeto. Cabe recurrir al verbo

trascender, sólo que éste es un vocablo también viciado

en su origen etimológico, al colocar al hombre como

centro y referencia de lo que le trasciende. ¿Qué

palabra nos permite ir más allá de sí misma? El hecho

es que, enajenados como estamos en el sonambulismo

de lo simbólico, ninguna palabra, por paradójica que

sea, es suficiente para despertarnos. Pero decimos esto.

Decimos con palabras que no es posible despertar

mediante palabras. Es como soñar que deseamos

despertar. Y ésta es la paradoja esencial del lenguaje, su

relación a una realidad por definición inaccesible al

lenguaje.1 A partir de aquí cabe, no ya el “salto”

(Sprung) de Kierkegaard, sino la gratuita iluminación,

la citada experiencia pura, la recuperación de algo que

jamás habíamos perdido. En todo caso, y a los efectos

 

 

de este ensayo, lo primero que procede es saber esto.

Saberlo paradójicamente. Y así, una vez sabido,

podemos seguir usando el vocablo “mística” un poco

como quien guiña el ojo.

También es conveniente no oponer lo místico a

lo personal e individualista. La llamada muerte del

Sujeto no fue el preámbulo de un nuevo colectivismo

sino la puerta de entrada al descubrimiento de que la

más profunda identidad personal es, paradójicamente,

transpersonal. Pero lo transpersonal no anula lo

individual; sólo le da su auténtica y abismática

dimensión. Hace falta tener ego para ir más allá del

ego. Ciertamente, el empuje a ir más allá del ego puede

detenerse en penúltimas coartadas colectivistas: la

patria, el partido, la religión, la especie, etcétera. Pero

no se trata de esto. Se trata de que el ser humano diseñe

su más irreducible individualidad desde su libertad

más originaria. Lo que no vale es degradar la

no-dualidad originaria a la categoría de totalidad.

En resumen; lo místico es la realidad previa a las

fragmentaciones del lenguaje. Es el fundamento sin

fundamento que todos presentimos. Ya decía Bradley

que «la metafísica es el hallazgo de malas razones para

justificar lo que creemos por instinto». Pero más allá de

la metafísica está la mística, y la frase de Bradley cobra

entonces renovada vigencia. El credo ut intelligam y el

fidens quaerens intellectum que la Cristiandad medieval

recogió de san Agustín y san Anselmo también deben

situarse en este contexto. Todos los fenómenos

religiosos, y no religiosos, de fanatismo y “creencia”

 

 

encuentran aquí su razón y explicación. Si el hombre no

sintiera esta previa necesidad de no-dualidad, si el

hombre no fuera un animal intrínsecamente “místico”,

resultaría inexplicable la tendencia a la creencia y a la

fe. Creencia y fe (aparte sus componentes

defensivas/ideológicas) resultan ser así aproximaciones

a algo mucho más hondo y mucho menos

antropocéntrico.

La manera neurótica de tenerse en pie supone

una cierta oscilación entre lo místico y lo trivial. Es el

caso de quienes sólo persiguen la afirmación de su ego,

supeditando todo lo demás a este fin, aunque, a

menudo, con una cierta “apertura”, es decir, con un

cierto sentimiento de desadaptación y asfixia.

La manera trivial es la que se apoya,

esencialmente, en alguna conciencia colectiva y nada

más que en esa conciencia colectiva. Lo que Jung

llamaba arquetipos. Naturalmente, en la vida real todo

viene entremezclado. Puede haber una profunda

sabiduría en lo trivial; puede haber neurosis en lo

místico, etcétera. Hay un espectro que va desde la pura

neurosis hasta una cierta sabiduría, desde el puro

automatismo hasta el vivir conforme a profundos

arquetipos. Existencia inauténtica, trivialidad, neurosis:

las separaciones son sólo esquemáticas. La frontera que

separa un mecanismo de defensa de una psiconeurosis

es muy tenue. También es tenue la frontera que separa

un mecanismo de defensa de una ideología. El

denominador común es, precisamente, éste: defenderse.

Defenderse con una estrategia de mentira. ¿Defenderse

de qué? Algunos dirán: defenderse de una ansiedad

profunda. ¿Qué ansiedad?, ¿la del permanente

horizonte del noser? Heidegger así lo entendía.

Heidegger (en su primera época) consideraba que el

tiempo pertenece a la revelación del ser. Heidegger

entendía que la existencia auténtica asume el

ser-para-la-muerte. En contrapartida, el Man rehúsa la

muerte como posibilidad propia. Se muere. Es decir,

mueren los demás. Aunque Heidegger advierte que la

inautenticidad no es un modo de “ser menos”, resulta

obvia su preferencia por el aspecto “auténtico” del

Dasein. Aunque escribe que «cotidianidad no es lo

mismo que primitividad», parece que se le escapa la

sabiduría latente en la existencia inauténtica, en el

rechazo de la muerte, en lo arquetípico. Esa sabiduría

latente consiste en la vaga intuición de que el tiempo no

existe, y que, por tanto, si uno se instala en el presente,

la angustia por el tiempo que pasa –en otras palabras:

el estatuto ontológico de la finitud– se desvanece.

Escribió Spinoza en su Ética que «en nada piensa el

hombre libre menos que en la muerte». En el mismo

contexto cabría insertar la frase de Wittgenstein

advirtiendo que el miedo a la muerte es el síntoma de

una vida falsa.

Ello es que toda estrategia de mentira tiene

también algo de verdad. Ocultar la faz desagradable de

las cosas es una forma caricaturesca de presentir que no

existen ni el pasado ni el futuro –pues lo desagradable

siempre está o en la memoria de algo pasado o en el

temor de algo futuro.  

 

 

En el contexto de la existencia trivial, la historia

de la cultura también puede plantearse como la historia

de los mecanismos de defensa puestos en práctica por

el desventurado animal humano para tenerse en pie.

Mecanismos de defensa, anestesia y protección,

reminiscencias del modo de vivir que, durante

milenios, han tenido las culturas tradicionales. Escribe

Mircea Eliade (El mito del eterno retorno): «¿Qué

significaba vivir para un hombre perteneciente a las

culturas tradicionales? Ante todo, vivir conforme a los

arquetipos». Lo que ocurre es que, para las culturas

tradicionales, los arquetipos eran sagrados, en tanto que

para las culturas postmodernas, los arquetipos surgen

de la publicidad.

Digamos, pues, que en todo ser humano

concreto se van entremezclando y oscilando tendencias

pertenecientes a esos tres tipos puros. Hay que

entender, además, que todo hombre creativo, sin él

saberlo, es un místico, es decir, alguien que trasciende

las dualidades fondo/forma, medio/fin, autor/obra,

sujeto/objeto. «Algo, en mí, crea», decía Mozart. Los

caminos son múltiples, y la realidad asoma cuando se

traspasan las fronteras ilusorias del ego. Lawrence Le

Shan (Cómo meditar) reproduce un cuento hasídico que

narra la visita del gran rabino a una pequeña ciudad de

Rusia:

La visita suponía un gran acontecimiento para

los judíos de la localidad, los cuales se entregaron a

largas y prolijas reflexiones sobre las preguntas que

deberían formular al sabio. Cuando por fin éste llegó, 

 

 

pudo percibir la gran tensión que flotaba en el

ambiente. Durante unos momentos no dijo nada; luego,

comenzó a tararear suavemente una melodía hasídica.

Al instante, todos la estaban tarareando con él.

Comenzó entonces a cantar y, enseguida, los presentes

siguieron su ejemplo. Enlazó luego el canto con el ritmo

del cuerpo. Pasado un tiempo, cuantos allí se

encontraban estaban completamente absortos en la

danza, plenamente entregados a ella, tan sólo bailando

y nada más. La danza continuó por un tiempo y

después el rabino disminuyó gradualmente su ritmo

hasta llegar a detenerse; miró entonces al grupo y dijo:

«Confío haber respondido a todas vuestras preguntas».

Se lo explicaba un derviche danzante a Nikos

Kazantzakis: «porque la danza mata el ego, y cuando el

ego ha muerto desaparecen los obstáculos». Por esto el

místico no siente la realidad como “problemática”. Al

no haber disociación entre sujeto y objeto, al no haber

fisura ni dualidad, tampoco hay una “realidad”

“enfrente” de uno. La filosofía, en cambio, comienza

con un simulacro; comienza con la pérdida del sentido

místico. Surge entonces la cuestión: «¿Cuál es el

problema?».

Este libro se ocupa del “problema” en la Grecia

clásica (siglos VI a IV antes de Cristo). Este libro, ya lo

he dicho, es un pretexto. Más que un ensayo sobre los

griegos, es un ensayo a propósito de los griegos. Nos

conciernen los griegos en la medida en que nos

permiten seguir filosofando hoy. Más aún: en la

medida en que nosotros mismos –como diría un 

 

filósofo hermeneuta– somos angesprochen por una

tradición que se inaugura en Grecia. No puede sernos

indiferente el origen de una palabra con la cual

pensamos y somos pensados. (Hay un círculo:

pensamos a través de la cultura; pero es también la

cultura quien piensa a través de nosotros. Ahora bien,

sabemos esto, tenemos conciencia del círculo, y ahí

comienza nuestra posible liberación.) Nos importan los

griegos porque ellos fueron los primeros, y, por

consiguiente, los que construyeron la base primaria de

nuestras propias posibilidades filosóficas. Por esto ha

escrito Zubiri que «no es que los griegos sean nuestros

clásicos: es que, en cierto modo, los griegos somos

nosotros». (La misma idea la encontramos en Th.

Gomperz, citado y corroborado por Erwin Schrödinger

en La nature et les grecs.) Nos importan los griegos

porque nos permiten rastrear los hallazgos y los

titubeos del pensamiento racional en su primigenia

virginidad. Pero ¿qué se puede decir, sobre los griegos,

que no se haya dicho ya? El estudioso dispone de mil

flancos para entrar en materia. Da un poco igual. Por

un lado, hay que fiarse de los filólogos (los cuales,

naturalmente, discrepan entre sí); por otro lado, todo

gran autor –como he dicho– es un pretexto para seguir

filosofando “hoy”. Quiere decirse que para entender el

presente hay que reinventar el pasado, y que si el

pasado se reinventa desde el presente, la inversa

también es cierta. El esquema es cibernético. El estudio

de los textos se inscribe en el paradigma cultural de

cada momento. Un gran autor es, precisamente, alguien 

 

 

cuya obra se deja reinventar perpetuamente.

De ahí la ventaja de los lenguajes ambiguos.

¿Cuánta gente lee hoy a George Sand en comparación

con la que escucha a Chopin? A Chopin lo podemos

reinventar, introducirlo en la estructura tensa de

nuestro presente. Cada pianista “interpreta” a Chopin;

cada oyente lo reinventa. Es en este mismo contexto,

supongo, que Th.W. Adorno hablaba del carácter

esencialmente enigmático de la obra de arte, toda vez

que su desciframiento definitivo nunca es posible:

queda siempre un margen abierto para nuevas

interpretaciones. Lo mismo vale para los grandes

autores de la historia de la filosofía. Su obra, como

digo, se deja “reinventar” perpetuamente.

Por consiguiente, sí se puede decir sobre los

griegos algo que no se haya dicho ya. Sobre los griegos

y sobre cualquier fragmento solvente de pasado.

Porque lo nuevo es el presente, y desde el presente se

reinventa el pasado. Porque toda genealogía es

retrospectiva. Se parte siempre del final. Como he

explicado en otro lugar, Descartes cobra sentido después

de Kant. La polémica póstuma entre Leibniz y

Descartes se comprende desde la polémica del siglo XX

entre la matemática intuicionista y la formalista. La

valoración positiva del estilo barroco sólo es posible

después del impresionismo del siglo XIX. Y hasta cabe

pensar que para entender a Heráclito sea preciso haber

leído previamente a Heidegger. Ello es que el punto de

partida es siempre el punto de llegada, y de este modo

se va reconstruyendo perpetuamente la cultura. 

 

 

Otrosí. Suele decirse que nuestros prejuicios

deforman la realidad; pero se olvida que si no

tuviéramos prejuicios jamás conoceríamos nada de la

realidad. Son nuestras ideas preconcebidas las que

disparan nuestras indagaciones. Son nuestros prejuicios

los que procuran esa “precomprensión” sin la cual no

hay hermenéutica. Lo importante es el uso heurístico

de los prejuicios: tomarlos como hipótesis provisionales

para dar una dirección a las indagaciones. Lo

importante es que haya algún germen crítico que pueda

conducir estas indagaciones hacia resultados

imprevistos.

Hechas, pues, las debidas precisiones, podemos

comenzar recordando que, a diferencia del

pensamiento nacido en India y China, la cultura griega

clásica se caracteriza (al menos inicialmente) por su

confianza en la capacidad del lenguaje (logos) para

comprender la naturaleza última de las cosas; confianza

tan ingenua como fértil, pues de ella nacerá la ciencia,

un modo insólito de enfrentarse con la realidad.

Esta confianza en el logos tiene un coste, el coste

de una cierta enajenación primordial. De pronto, la

realidad se hace “problemática”. Pero,

simultáneamente, se vislumbra la no-problematicidad

del origen. Como lo iremos viendo, el gran

racionalismo griego procede de una primitiva vivencia

originaria, tan enérgica como confusa. Paulatinamente,

la huella y el recuerdo de esta vivencia se amortiguan.

Nace entonces la filosofía propiamente dicha. Pero será

misión de la filosofía crítica –la que va desde un  problema hacia sus condiciones de posibilidad, para

decirlo al modo de Kant– la recuperación retroprogresiva

de la vivencia originaria perdida. Porque en filosofía, lo

mismo que en la vida cotidiana, es indispensable no

perder contacto con el origen, con lo que se ve y se hace

por primera vez. Pues así entramos en el presente y

conseguimos que, perpetuamente, sea “la primera vez”.

Y no vivimos (o filosofamos) de prestado, repitiendo

una canción ya muerta. Es también el sentido del arte

como ruptura del círculo vicioso de la cultura (donde

los símbolos son siempre símbolos de otros símbolos).

Se trata –parafraseando a Baudrillard– de «remettre les

choses á leur point zéro énigmatique».

En mi libro Aproximación al origen me he

ocupado del mecanismo crítico/retroprogresivo que

hace posible vivir/filosofar “por primera vez”, y no

perder contacto con lo real. Explico allí que una

filosofía crítica es aquella que consigue desenmascarar

lo que nosotros mismos habíamos enmascarado. El

enmascaramiento, la autolimitación, la demarcación, la

finitud que nos cierra al origen, son condiciones

(mecanismos de defensa) para evitar que todo retorne

al caos. En este contexto, el enmascaramiento y la

autolimitación forman parte esencial de toda cultura en

tanto que cultura. (Peter L. Berger, entre otros, ha

desarrollado la idea de que todas las sociedades

humanas con sus instituciones son, en su raíz, una

barrera contra el puro terror, contra la “ansiedad

fundamental” del ser humano.) Pero el origen presiona.

Hay una dialéctica sui generis entre el deseo  transgresivo de saber y el deseo de seguridad

intercomunicativa. El problema está en que ambas

exigencias se proyectan en un solo instrumento: el

lenguaje. A través del lenguaje, el hombre enmascara lo

real; a través del lenguaje, el hombre trata de recuperar

lo real. No habría manera de rastrear las huellas

borradas y, al rastrearlas, de avanzar críticamente hacia

el origen, si de algún modo no se conservase la huella

de lo borrado. De no ser por esta ambivalencia

estaríamos absolutamente enajenados en la cultura.

Pero el lenguaje puede hacerse crítico. Y este

hacerse crítico del lenguaje es, precisamente, la

filosofía. La filosofía avanza a fuerza de golpes críticos,

de autolimitaciones del logos, de incrementos en la

escala de la lucidez. Al mismo tiempo, ejercemos el

logos dentro de un ámbito cada vez más restringido y

más intenso; más ambivalente y más sutil. Existe un

axioma psicoanalítico según el cual lo más escondido es

lo más significativo. En efecto; hay un exceso de

significación que se manifiesta, precisamente, en el

exquisito cuidado que ponemos en ocultar su

significación. La conciencia de esta ambivalencia es la

conciencia crítica. El empuje que nos devuelve al origen

por la vía del lenguaje crítico es el empuje

retroprogresivo.

En las páginas que siguen haré un recorrido por

la gran filosofía griega aplicando el modelo

retroprogresivo. Seguiré, sucintamente, el hilo de la

cronología (desde los orígenes del llamado “milagro

griego” hasta Aristóteles) a través de una sucesión de

 

apuntes breves, incluyendo glosas y digresiones.

(Anticipo al lector que, a menudo, las glosas y

digresiones habrán de contar tanto o más que la propia

historia de los griegos. Ya he dicho repetidamente que

este libro es un pretexto.) Se trata de comprendernos,

simultáneamente, a los griegos y a nosotros. (A

nosotros a través de los griegos, a los griegos a través

de nosotros.) Se trata de rastrear la permanente

referencia mística a lo largo del primer ciclo de la

filosofía. Se trata de elucidar, en general, la relación

entre filosofía y mística; su articulación secreta. No

pretendo que el ejercicio sea tan original como

originario. También mínimamente didáctico.

1. No tenemos palabras para hablar de lo que no

se puede hablar, pero tenemos la palabra “no”. En este

contexto, el “no” es más que un signo lingüístico. Y la

apertura del lenguaje a lo místico es siempre la

negación. Véase mi libro Aproximación al origen. 

 

 Y por qué hubo guerra contra los españoles?, porqué tomaron esa desicion si había ese grado de espiritualidad, desarrollo?

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Herbert

 

Entre en alto Perú y el el bajo Perú es en este donde la resustencia fue encarnizada.

 

 

Amigo me refiero a los pobladores, en Cusco se han encontrado vasijas de cerámica de no larga data, siglo15-16, donde en ceramista expresa una narrativa, en un escenario de guerra con flechas y lanzas contra españoles armados y montados a caballo, por la vestimenta de los que peleaban en tierra con lanzas eran del Antisuyo 

 

Pero volviendo al ejemplo del la construcción de la casa, te das cuenta que cuando pisamos tierra optamos por nuestras necesidades concretas, por lo real?.. Vamos a negar postulados, teoremas euclideanos?... Vamos a negar a Riemman con su Geometría moderna?.. tampoco, entonces te pregunto que es lo concreto para satisfacer una necesidad construir tu casa con postulados de riemman o de euclides, alimentarte bien o solo tomar agua o nada o hacer a un lado ese estorbo que nisiquiera permite ello, a pesar que puedas alimentarte bien.

 

 

¿Y vamos a repitir esto infinitamente? Mientras tu digas una cosa y la otra yo tratare de que miras la unidad que realmente son, ahora esa unidad es ¿ Complementaria o agonistica? y yo dire ambas, la cuestion es ¿La cultura española del tiempo de la conquista veía la unidad detras de la dualidad? y yo dire que no yla cultura andina ¿Lo lograba hacer? Y yo dire que sus sabios por supuesto que lo hacían pero en sus terminos, el nuevo lenguaje los sobre paso más la decisión  está  ahi hasta ahora ¿Luchamos contra esa conquista o nos complementamos a ella? Y la respuesta es ambas porque la unidad se devela en tensión y distensión pero si te desagarras y pierdes el sentido de la unidad mueres eternamente, por eso yo no muero porque no nací  en este mundo jamás me he separado del infinito.   

 Tenemos que conversar mil horas Man, se que tu sabes más de esto, tienes otro nivel

Visto por Herbert Soto a las 10:44 am
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