La muerte de la creación
Comprender que toda recreación nace del otro lado del espejo
provocada por una inspiración en este mundo, es saber lo que estamos perdiendo con
las inteligencias artificiales, hace poco salió esta noticia en la que una IA tomo las voces
de dos cantantes conocidos y compuso una canción que fue exitosa, viral https://cnnespanol.cnn.com/video/drake-the-weeknd-ai-cancion-sarlin-acostanr-pkg-digital/?fbclid=IwAR0A1kHqGEESbwkymLL2z7A7t2mnt1W49ZVUWeP4JKceZO_QBTyjMbv2E3c
Y en donde no hay este proceso de creación, sino una simulación
de patrones donde no hay espíritu, esa inspiración que viaja al otro lado del
espejo y esa expiración que viene con amor del otro lado, de pronto no
valoramos lo que estamos perdiendo, revisemos la critica que hizo Mareategui a
Vallejo para reflexionar en ese proceso creativo.
Vallejo es el
poeta de una estirpe, de una raza. En Vallejo se encuentra, por primera vez en
nuestra literatura, sentimiento indígena virginalmente expresado. Melgar –signo
larvado, frustrado– en sus yaravíes es aún un prisionero de la técnica clásica,
un gregario de la retórica española. Vallejo, en cambio, logra en su poesía un
estilo nuevo. El sentimiento indígena tiene en sus versos una modulación
propia. Su canto es íntegramente suyo. Al poeta no le basta traer un mensaje
nuevo. Necesita traer una técnica y un lenguaje nuevos también. Su arte no
tolera el equívoco y artificial dualismo de la esencia y la forma. “La
derogación del viejo andamiaje retórico –remarca certeramente Orrego– no era un
capricho o arbitrariedad del poeta, era una necesidad vital. Cuando se comienza
a comprender la obra de Vallejo, se comienza a comprender también la necesidad
de una técnica renovada y distinta”.
Ese sentimiento indígena virginal nace en Vallejo de una acumulación
sensible producto de su experiencia de vida, experiencia de vida que se reduce
a una simulación en el cíber espacio, pero la muerte del espíritu se da antes
en la deconstrucción, donde todo se ve como escritura en una metafísica de la
ausencia, cayendo en cuenta de la imposibilidad del original, el original es
una cuestión de fe, pero no hay esa presencia en la representación, solo hay
significantes muertos y entonces todo discurso es posible pero todo discurso
carece de valor. Es tremendo pensar en Heidegger y su denuncia de olvido del
ser enfocándose en la metafísica como causante de este olvido para que después
a partir de su filosofía Derrida proponga la deconstrucción donde
todo queda como signo vacío. Más la muerte tiene una raíz en la propia
existencia en este mundo, por esto ir al encuentro de la vida es siempre cruzar
el espejo al encuentro con Dios y esto es algo que Vallejo experimenta.
El sentimiento
indígena es en Melgar algo que se vislumbra sólo en el fondo de sus versos; en
Vallejo es algo que se ve aflorar plenamente al verso mismo cambiando su
estructura. En Melgar no es sino el acento; en Vallejo es el verbo. En Melgar,
en fin, no es sino queja erótica; en Vallejo es empresa metafísica. Vallejo es
un creador absoluto. Los heraldos negros podía haber sido su obra única. No por
eso Vallejo habría dejado de inaugurar en el proceso de nuestra literatura una
nueva época. En estos versos del pórtico de Los heraldos negros principia acaso
la poesía peruana. (Peruana, en el sentido de indígena).
Hay
golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!
Golpes
como del odio de Dios; como si ante ellos,
la
resaca de todo lo sufrido
se
empozara en el alma... Yo no sé!
Son
pocos, pero son... Abren zanjas oscuras
en
el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán
tal vez los potros de bárbaros atilas;
o
los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son
las caídas hondas de los Cristos del alma,
de
alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos
golpes sangrientos son las crepitaciones
de
algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y
el hombre... Pobre...pobre! Vuelve los ojos, como
cuando
por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve
los ojos locos, y todo lo vivido
se
empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay
golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!
Clasificado dentro
de la literatura mundial, este libro, Los heraldos negros, pertenece
parcialmente, por su título verbigracia, al ciclo simbolista. Pero el
simbolismo es de todos los tiempos. El simbolismo, de otro lado, se presta
mejor que ningún otro estilo a la interpretación del espíritu indígena. El
indio, por animista y por bucólico, tiende a expresarse en símbolos e imágenes
antropomórficas o campesinas. Vallejo además no es sino en parte simbolista. Se
encuentra en su poesía –sobre todo de la primera manera– elementos de
simbolismo, tal como se encuentra elementos de expresionismo, de dadaísmo y de
suprarrealismo. El valor sustantivo de Vallejo es el creador. Su técnica está
en continua elaboración. El procedimiento, en su arte, corresponde a un estado
de ánimo. Cuando Vallejo en sus comienzos toma en préstamo, por ejemplo, su
método a Herrera y Reissig, lo adapta a su personal lirismo.
Mas lo fundamental, lo
característico en su arte es la nota india. Hay en Vallejo un americanismo
genuino y esencial; no un americanismo descriptivo o localista. Vallejo no
recurre al folklore. La palabra quechua, el giro vernáculo no se injertan
artificiosamente en su lenguaje; son en él producto espontáneo, célula propia,
elemento orgánico. Se podría decir que Vallejo no elige sus vocablos. Su
autoctonismo no es deliberado. Vallejo no se hunde en la tradición, no se
interna en la historia, para extraer de su oscuro substractum perdidas
emociones. Su poesía y su lenguaje emanan de su carne y su ánima. Su mensaje
está en él. El sentimiento indígena obra en su arte quizá sin que él lo sepa ni
lo quiera.
Uno de los rasgos más
netos y claros del indigenismo de Vallejo me parece su frecuente actitud de
nostalgia. Valcárcel, a quien debemos tal vez la más cabal interpretación del
alma autóctona, dice que la tristeza del indio no es sino nostalgia. Y bien,
Vallejo es acendradamente nostálgico. Tiene la ternura de la evocación. Pero la
evocación en Vallejo es siempre subjetiva. No se debe confundir su nostalgia
concebida con tanta pureza lírica con la nostalgia literaria de los pasadistas.
Vallejo es nostalgioso, pero no meramente retrospectivo. No añora el Imperio
como el pasadismo perricholesco añora el Virreinato. Su nostalgia es una
protesta sentimental o una protesta metafísica. Nostalgia de exilio; nostalgia
de ausencia.
Otras veces Vallejo
presiente o predice la nostalgia que vendrá:
Ausente! La mañana en
que a la playa del mar de sombra y del callado imperio, como un pájaro lúgubre
me vaya, será el blanco panteón tu cautiverio. (“Ausente”, Los heraldos negros)
Verano, ya me voy. Y me dan pena las manitas sumisas de tus tardes. Llegas
devotamente; llegas viejo; y ya no encontrarás en mi alma a nadie. (“Verano”,
Los heraldos negros)
Vallejo interpreta a
la raza en un instante en que todas sus nostalgias, punzadas por un dolor de
tres siglos, se exacerban. Pero –y en esto se identifica también un rasgo del
alma india–, sus recuerdos están llenos de esa dulzura de maíz tierno que
Vallejo gusta melancólicamente cuando nos habla del “facundo ofertorio de los
choclos”.
Vallejo tiene en su
poesía el pesimismo del indio. Su hesitación, su pregunta, su inquietud, se
resuelven escépticamente en un “¡para qué!”. En este pesimismo se encuentra
siempre un fondo de piedad humana. No hay en él nada de satánico ni de morboso.
Es el pesimismo de un ánima que sufre y expía “la pena de los hombres” como
dice Pierre Hamp. Carece este pesimismo de todo origen literario. No traduce
una romántica desesperanza de adolescente turbado por la voz de Leopardi o de
Schopenhauer. Resume la experiencia filosófica, condensa la actitud espiritual
de una raza, de un pueblo. No se le busque parentesco ni afinidad con el
nihilismo o el escepticismo intelectualista de Occidente. El pesimismo de
Vallejo, como el pesimismo del indio, no es un concepto sino un sentimiento.
Tiene una vaga trama de fatalismo oriental que lo aproxima, más bien, al
pesimismo cristiano y místico de los eslavos. Pero no se confunde nunca con esa
neurastenia angustiada que conduce al suicidio a los lunáticos personajes de
Andreiev y Arzibachev. Se podría decir que así como no es un concepto, tampoco
es una neurosis
Este pesimismo se
presenta lleno de ternura y caridad. Y es que no lo engendra un egocentrismo,
un narcisismo, desencantados y exasperados, como en casi todos los casos del
ciclo romántico. Vallejo siente todo el dolor humano. Su pena no es personal.
Su alma “está triste hasta la muerte” de la tristeza de todos los hombres.Y de
la tristeza de Dios. Porque para el poeta no sólo existe la pena de los
hombres. En estos versos nos habla de la pena de Dios:
Siento
a Dios que camina
tan
en mí, con la tarde y con el mar.
Con
él nos vamos juntos. Anochece.
Con
él anochecemos. Orfandad...
Pero
yo siento a Dios. Y hasta parece
que
él me dicta no sé qué buen color.
Como
un hospitalario, es bueno y triste;
mustia
un dulce desdén de enamorado:
debe
dolerle mucho el corazón.
Oh,
Dios mío, recién a ti me llego,
hoy
que amo tanto en esta tarde; hoy
que
en la falsa balanza de unos senos,
mido
y lloro una frágil Creación.
Y
tú, cuál llorarás... tú, enamorado
de
tanto enorme seno girador...
Yo te consagro Dios,
porque amas tanto; porque jamás sonríes; porque siempre debe dolerte mucho el
corazón.
Reflexiono eso que Mareategui dice de que Vallejo no tiene
nada de satánico y por eso entiendo que Vallejo no se opone a la vida, nada
resiste a Dios, pero ahora todo se opone a Dios, cuando veo a los venezolanos
en la frontera entre Perú y Chile algo se me desgarra por dentro y me pregunto
en qué mundo nos hemos convertido y lo
sé en un mundo desintegrado donde no hay transferencia espiritual humana.
Otros versos de
Vallejo niegan esta intuición de la divinidad. En “Los dados eternos” el poeta
se dirige a Dios con amargura rencorosa. “Tú que estuviste siempre bien, no
sientes nada de tu creación”. Pero el verdadero sentimiento del poeta, hecho
siempre de piedad y de amor, no es éste. Cuando su lirismo, exento de toda
coerción racionalista, fluye libre y generosamente, se expresa en versos como
éstos, los primeros que hace diez años me revelaron el genio de Vallejo:
El suertero que
grita “La de a mil” contiene no sé qué fondo de Dios. Pasan todos los labios.
El hastío despunta en una arruga su yanó. Pasa el suertero que atesora, acaso
nominal, como Dios, entre panes tantálicos, humana impotencia de amor. Yo le
miro al andrajo. Y él pudiera darnos el corazón; pero la suerte aquella que en
sus manos aporta, pregonando en alta voz, como un pájaro cruel, irá a parar
adonde no lo sabe ni lo quiere este bohemio dios. Y digo en este viernes tibio
que anda a cuestas bajo el sol: ¡por qué se habrá vestido de suertero la
voluntad de Dios!
Este arte señala el
nacimiento de una nueva sensibilidad. Es un arte nuevo, un arte rebelde, que
rompe con la tradición cortesana de una literatura de bufones y lacayos. Este
lenguaje es el de un poeta y un hombre. El gran poeta de Los heraldos negros y
de Trilce –ese gran poeta que ha pasado ignorado y desconocido por las calles
de Lima tan propicias y rendidas a los laureles de los juglares de feria– se
presenta, en su arte, como un precursor del nuevo espíritu, de la nueva
conciencia.
Otros versos de
Vallejo niegan esta intuición de la divinidad. En “Los dados eternos” el poeta
se dirige a Dios con amargura rencorosa. “Tú que estuviste siempre bien, no
sientes nada de tu creación”. Pero el verdadero sentimiento del poeta, hecho
siempre de piedad y de amor, no es éste. Cuando su lirismo, exento de toda
coerción racionalista, fluye libre y generosamente, se expresa en versos como
éstos, los primeros que hace diez años me revelaron el genio de Vallejo:
El suertero que
grita “La de a mil” contiene no sé qué fondo de Dios. Pasan todos los labios.
El hastío despunta en una arruga su yanó. Pasa el suertero que atesora, acaso
nominal, como Dios, entre panes tantálicos, humana impotencia de amor. Yo le
miro al andrajo. Y él pudiera darnos el corazón; pero la suerte aquella que en
sus manos aporta, pregonando en alta voz, como un pájaro cruel, irá a parar
adonde no lo sabe ni lo quiere este bohemio dios. Y digo en este viernes tibio
que anda a cuestas bajo el sol: ¡por qué se habrá vestido de suertero la
voluntad de Dios!
Este arte señala el
nacimiento de una nueva sensibilidad. Es un arte nuevo, un arte rebelde, que
rompe con la tradición cortesana de una literatura de bufones y lacayos. Este
lenguaje es el de un poeta y un hombre. El gran poeta de Los heraldos negros y
de Trilce –ese gran poeta que ha pasado ignorado y desconocido por las calles
de Lima tan propicias y rendidas a los laureles de los juglares de feria– se
presenta, en su arte, como un precursor del nuevo espíritu, de la nueva
conciencia.
Es esto lo que perdemos, una nueva conciencia y aunque todo
parezca nuevo lo que hay es solo información, datos que se mezclan sin una
espiritualidad detrás, ¿Cómo es que luego podremos mirarnos a los ojos sin ver
solo huecos?
Vallejo, en su poesía, es siempre un alma ávida de
infinito, sedienta de verdad. La creación en él es, al mismo tiempo,
inefablemente dolorosa y exultante. Este artista no aspira sino a expresarse
pura e inocentemente. Se despoja, por eso, de todo ornamento retórico, se
desviste de toda vanidad literaria. Llega a la más austera, a la más humilde, a
la más orgullosa sencillez en la forma. Es un místico de la pobreza que se
descalza para que sus pies conozcan desnudos la dureza y la crueldad de su
camino.
He aquí lo que escribe a Antenor Orrego después de
haber publicado Trilce: “El libro ha nacido en el mayor vacío. Soy responsable
de él. Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy, y más que nunca
quizás, siento gravitar sobre mí, una hasta ahora desconocida obligación
sacratísima, de hombre y de artista: ¡la de ser libre! Si no he de ser hoy
libre, no lo seré jamás. Siento que gana el arco de mi frente su más imperativa
fuerza de heroicidad. Me doy en la forma más libre que puedo y ésta es mi mayor
cosecha artística. ¡Dios sabe hasta dónde es cierta y verdadera mi libertad!
¡Dios sabe cuánto he sufrido para que el ritmo no traspasara esa libertad y
cayera en libertinaje! ¡Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado,
colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para que mi
pobre ánima viva!”. Este es inconfundiblemente el acento de un verdadero
creador, de un auténtico artista. La confesión de su sufrimiento es la mejor
prueba de su grandeza
Pero hoy el hombre no sufre su conciencia mucho menos sufrirá la
conciencia de su prójimo solo tomara sus signos para hacerlos datos y ganar cierto
reconocimiento, que realmente no tendrán ningún valor.
Por esto es tan importante asumir esta denuncia de la muerte
de la creación y con esto la muerte de toda vida, de todo espíritu, y pasar a
hacer arcas de libertad donde se sufra la agonía del espíritu, el mundo
acelerara la velocidad aún más, iremos a un gran Armagedón donde nos
enfrentaremos aquellos que tenemos una vida interna y aquellos que tienen una
muerte extensa llena de ciber vacío, aquí
la cultura andina jugara un rol importante si puede conservar su relación la naturaleza,
lo que devendrá es la secta extinción
para alcanzar por fin la vida plasmática, más en las arcas se acelera adentro en
el corazón del hombre y esto exige recrear el poema masa una y otra vez y así
poder cruzar el espejo juntos.
https://www.youtube.com/watch?v=pLmBQ2WVVKU
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