En esta obra se verá una acción grande, interesante trágica; que desde
las primeras escenas se anuncia y
prepara por medios maravillosos, capaces de acalorar la fantasía y llenar el
ánimo de conmoción y de terror. Unas veces procede la fábula con paso animado y
rápido y otras se debilita por medio de accidentes inoportunos y episodios mal
preparados e inútiles, indignos de
mezclarse entre los grandes intereses y afectos que en ella se presentan.
Vuelve tal vez a levantarse, y adquiere toda la agitación y movimiento trágico que
la convienen, para caer después y mudar repentinamente de carácter;
haciendo que aquellas pasiones terribles,
dignas del conturno de Sófocles, cesen y den lugar a diálogos más groseros,
capaces solo de excitar la risa de un populacho vinoso y soez. Llega el
desenlace donde se complican sin necesidad los nudos y el autor los rompe de
una vez, no los desata, amontonando circunstancias inverosímiles que destruyen
toda ilusión. Y ya desnudo el puñal de Melpomene, le baña en sangre inocente y
culpada; divide el interés y hace dudosa la existencia de una providencia justa,
al ver sacrificados a sus venganzas en horrenda catástrofe, el amor incestuoso
y el puro y filial, la amistad fiel, la tiranía, la adulación, la perfidia y la
sinceridad generosa y noble. Todo es culpa, todo se confunde en igual destrozo.
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