miércoles, 24 de julio de 2024

Desanudando el quipu ←Quipu Chaupi ←Koshi kene

 

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Espíritu integrado

Séptimo cuerno

Biodramaturgia VII

Para poder hacer brotar el séptimo cuerno del cordero fue necesario ir a lima y me encontré con el Kené y con el koshi kené  desanude el Quipu chaupi que es lo último que quiso hacer Eielson y que no logro   tuvo que haber conocido a la cultura amazónica para poder hacerlo, siendo mi mujer de la selva yo pude desanudar los quipus y hacer brotar un rio de estrellas

 

El Kené es la manifestación artística más elaborada del pueblo shipibo-konibo y, probablemente, de toda la amazonía peruana; por la variedad y complejidad de sus diseños, la delicadeza y trabajo de sus acabados, la profundidad de sus significados. El Kené es misterio profundo (shini), mapa del cielo, camino de los ríos, piel de las serpientes, nervaduras de las plantas, visiones producidas por la medicina. A pesar que hombres y mujeres shipibos pueden ver Kené, tradicionalmente han sido ellas quienes, desde tiempos inmemorables, han trazado estos diseños para sus vestuarios, sus cerámicas, su vida diaria. A medida que el contacto urbano se fue incrementando, este arte nativo hecho por mujeres fue inundando los mercados artesanales convirtiéndose así en un medio importante de supervivencia económica y resistencia cultural. En los últimos años muchas de estas creaciones han comenzado a ser valoradas artísticamente y exhibidas en museos y galerías. Koshi Kené (El poder del Kené) es una instalación de arte contemporáneo shipibo-konibo trabajada colectivamente junto a Olinda Silvano, las mujeres muralistas de Soi Noma y el artista Harry Chávez. Koshi es la energía o fuerza positiva que emerge del cosmos a través de las plantas rao o medicinales, las visiones provocadas por estas plantas, ya sea la ayahuasca o el piri piri, se materializan en los diseños Kené que no son solo estéticos sino también rituales y terapéuticos. Nuestra idea es recuperar y transmitir esa ritualidad sanadora creando un tránsito-trance en el espacio provocado por los caminos de un laberinto en forma de Ronin (serpiente) kené, para generar una mareación similar a la que sucede cuando se consumen plantas medicinales o cuando se navega por los ríos. Desde que llegó a la ciudad y se convirtió en mural el Kené empezó a dialogar con lo contemporáneo, pero sin perder su esencia de identidad, de colectividad, de comunidad. Olinda Silvano como dirigente y activista ha empoderado a muchas mujeres shipibas en su trabajo y en la acción muralista, porque para ella el Kené es un arte de colaboración y participación, un ecosistema donde debe primar el bien común y el buen vivir. Hacer kené de esta manera es también una práctica política, una resistencia que busca embellecer y trasformar la vida de quien penetra en sus geometrías y visiones. Los invitamos a viajar dentro este laberinto porque el Kené es diseño, pero también es poder, es medicina, magia, ecología y memoria de un futuro más hermoso y justo al cual deberíamos volver si es que verdaderamente queremos renacer.

 

 

 

Hoy, la noción de chamán ha sido codificada desde el arco de los pueblos que conservan la memoria y las tradiciones de las culturas ancestrales. Por ello, para las ciencias sociales, el chamán es el personaje que, dentro de un entorno restringido y concreto, funge como mago, sanador, emisario de los dioses o como alguien con la capacidad de canalizar en su cuerpo y su espíritu las fuerzas de la naturaleza. Esta idea –hoy aceptada en casi todos los círculos académicos– sostiene que los chamanes habitan en los márgenes de la civilización. Sin embargo, si decidimos expandir nuestro concepto o ser más laxos, el término también puede referirse a los magos y a los emisarios que se mueven en el centro mismo de la civilización. Dentro de las sociedades industrializadas han emergido figuras especiales que, de una manera inusual, son también chamanes. Por ejemplo, si aceptamos que el término se puede aplicar a creadores excéntricos como el artista alemán Joseph Beuys (1921-1986), entonces los chamanes existen y operan en varios espacios de la modernidad.

El término shamán proviene de las lenguas tunguses (Siberia) y significa “el que sabe”. Un chamán es así una figura que hace predicciones, prácticas curativas, invocación a los dioses y que, al tener una conexión especial con la naturaleza, suele ser un buen consejero sobre la conducta, por lo que tiene la capacidad de modificar la realidad o la percepción de ella. En el caso concreto de las culturas americanas, los chamanes son miembros activos de la comunidad desde la época prehispánica, centrándose, fundamentalmente, en rituales para la cosecha y para augurios de buen tiempo.

El poeta y artista visual Jorge Eduardo Eielson (1924-2006) –figura brillante y polifacética que nació en el Perú y vivió en diversos países de Europa– fue un ser que exploró la creatividad y el conocimiento de una forma poco ortodoxa. Su interés por la cultura universal, por las expresiones artísticas de vanguardia, así como por los saberes ancestrales del Perú, le abrieron una perspectiva nueva. Por ello el exilio prolongado de su tierra natal responde a una doble búsqueda: a su deseo de acercarse y nutrirse de la producción artística “internacional” y, paralelamente, a la necesidad de jalar su inspiración de la cultura peruana.

De naturaleza inquieta y profunda, Eielson exploró sus dotes intelectuales nutriéndose de la literatura universal, de la filosofía europea, así como de los paradigmas  científicos de los siglos xix-xx. A la vez, abrió un espacio de búsqueda espiritual dentro del budismo zen. Esta perspectiva múltiple le hizo tomar conciencia del mundo y la realidad desde su propia experiencia de exiliado y nómada; pero esto es solo una pequeña expresión de su versatilidad, ya que encontró en la poesía y el arte el último reducto de un humanismo casi extinto, de un humanismo que podía ser practicado en los márgenes del exhibicionismo moderno. Así, la poesía no era un simple ejercicio lingüístico o de creación artística, sino, de manera más compleja, un lugar de resistencia política. La poesía era para Eielson el último reducto desde el que se podía ser un chamán legítimo.

En las antiguas civilizaciones del Perú los quipucamayoc eran los matemáticos-contables que llevaban los registros de población y el control de las cosechas, pero también eran los responsables de registrar las narraciones y los mitos. Por lo mismo, tenían la autoridad de manejar información sobre las cuestiones administrativas y narrativas. El alto título otorgado a estos “conocedores” les confería el rol de visionarios, los autorizaba a manejar los datos de la población y las cosechas y, fundamentalmente, los convertía en hermeneutas calificadas para interpretar el cosmos.

Eielson quipucamayoc cubre momentos importantes de este hombre culto que recupera el rol del chamán latinoamericano, de este hombre que cubre instantes fundamentales de la cultura visual del Perú, de este hombre que reactiva la producción del quipu sudamericano, de este hombre que abre una perspectiva moral para renovar el mundo. Pareciera que solo una posición descentrada –la vida fuera de su país de origen– le podía conferir la objetividad para hablar con autoridad del Perú. Jorge Eduardo Eielson es uno de los poetas y artistas más críticos de su país y una de las figuras que más reprueba las sociedades de consumo. Sin embargo, Eielson no solo es un crítico, sino también un sanador que restablece el orden del cosmos a través de la contención y la liberación de energía concentrada en un nudo.

 

Via della Croce

frecuentemente
cuando estoy sentado
en una silla
y estoy solo
y no he dormido
ni comido ni bebido
ni amado
tengo la impresión
de caer en un abismo
amarrado a mis vestidos
y a mi silla
y de irme muriendo suavemente
acariciando mis vestidos
y mi silla
tengo la impresión
de caer en un abismo
y de improviso asistir
a una remota fiesta
en el fondo de una estrella
y de bailar en ella
tiernamente
con mi silla

 

 

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Cibernética de tercer orden ver el video desde una hora y tres minutos  

 

 

 

miércoles, 10 de julio de 2024

Cibernética de segundo orden

 

Cibernética de segundo orden

 

Sexto cuerno  Espíritu desintegrado

 

Biodramaturgia 6.2

 

 

2.5 – Estructuras disipativas y cibernética tardía Podríamos caracerizar la actual quiebra de la sociedad industrial o de la “Segunda Ola” como una “bifurcación” civilizatoria, y el surgimiento de una sociedad nueva más diferenciada, la “Tercera Ola” como un salto hacia nuevas “estructuras disipativas” a escala mundial. Y, si aceptamos esta analogía ¿no podríamos ver el salto del newtonismo al prigoginismo de la misma manera? Mera analogía, sin duda. Pero sin embargo iluminadora. ALVIN TOFFLER La teoría de las estructuras disipativas, la cibernética de segundo orden y la segunda cibernética han sido y siguen siendo parte de un fenómeno que involucra un cambio sustancial en las relaciones interdisciplinarias y en el manejo de la diplomacia intelectual. Mientras que los científicos sociales inclinados a la hermenéutica, los posmodernos y los estudios culturales han rechazado siempre toda inducción proveniente de las altas matemáticas y las ciencias duras, la actitud hacia el pensamiento de Prigogine y sus derivaciones autopoiéticas primero y constructivistas después ha sido de entusiasmo y de aprobación incondicional. Cuando en la década de 1980 los posmodernos se muestren también adeptos a la ciencia del caos y en la de 1990 se abalancen hacia la teoría de la complejidad, será específicamente el modelo que se origina con Prigogine el que tengan en mente. Los prigoginianos que mediaron entre los enunciados originales de la teoría de las estructuras disipativas y las humanidades constituyen un grupo circunscripto, en el que se encuentran no pocos discípulos de Bateson, colegas de Norbert Wiener y testigos de acontecimientos asombrosos en el corazón mismo de la primera cibernética, a quienes les halaga que los consideren románticos, creativos y transgresores. Los más cercanos al núcleo han sido Heinz von Foerster, Gordon Pask, Humberto Maturana, Francisco Varela, Paul Watzlawick, Ernst von Glasersfeld, Isabelle Stengers, Rupert Riedl. Todos europeos o latinos, uno solo anglosajón, casi todos emigrantes. Otros se agregaron luego: Fritjof Capra, James Lovelock, Lynn Margulis, Paul Pangaro. En treinta años, operando como un colectivo exitoso y monolítico, con muy pocos episodios de disenso interno, han logrado articular una narrativa que, a pesar de la desconfianza posmoderna por los metarrelatos legitimantes y las fundamentaciones últimas, muchos intelectuales han hecho suya. Esa narrativa promueve ideas de complejidad, irreversibilidad, diferencia, diacronía, dinamismo, subjetividad, autonomía, indeterminación, asimetría, vitalismo, espontaneidad, creatividad, singularidad, ruptura, azar y contingencia: cualidades que los que la han abrazado consideran atributos de sus visiones del mundo, y que muchos antropólogos del gremio idiográfico reclaman para su disciplina. La historia que sigue en este capítulo es una reseña de la construcción de esa epopeya, así como un examen de sus contenidos, sus gestos arquetípicos y sus valores de verdad. 2.5.1 – Sistemas alejados del equilibrio Si se quiere una caracterización sucinta de las diferencias entre ambas cibernéticas yo diría que la tardía difiere de la temprana por su mayor énfasis en el desequilibrio, el papel sustancial que confiere al azar y (hacia el final de su trayectoria) la pérdida de la dimensión holística, el retorno al individualismo metodológico y a la exaltación del sujeto. Esta última modulación no se encuentra en absoluto en sus escrituras iniciales, ni parece esencial para Reynoso – Complejidad – 60 que éstas se sostengan; pero aunque llegara más tarde y con otros protagonistas, el posibilitador de la corriente, Ilya Prigogine, no haría nada para reprimirla, aunque estuviera en conflicto con sus convicciones más profundas. Con el tiempo, y expresándose en un lenguaje que se dirige más a los científicos sociales que a la comunidad escéptica de las ciencias duras, la nueva cibernética creerá resolver el dilema de la realidad enfatizando el rasgo de complejidad y diluyendo las sustantividades, sea de los sistemas en particular o de la realidad tout court. En apretada síntesis, su mensaje expresaría que si existe una realidad ella se encuentra tan subordinada al punto de vista del actor que la contempla, que es más provechoso postular que no existe, o que es el sujeto soberano quien la constituye conforme a su experiencia privada. El argumento viene como anillo al dedo para una conciencia política desalentada que busca motivos para el abandono de las utopías: si la realidad se esfuma, desaparece también, convenientemente, la necesidad de trabajar para cambiarla. Una vez que se establece el tópico de su irrealidad, no hay más nada de lo cual valga la pena hablar. Antes que se llegara a ese extremo, lo concreto es que el modelo de Prigogine vino a llenar un vacío. El campo que va desde la dinámica no lineal a la SC se monta sobre una limitación inherente de la TGS: el margen exiguo y desganado concedido por ésta a la complejidad, o más bien el intento de poner orden a lo que se sospechaba caótico deteniendo el tiempo, consolidando el equilibrio o introduciéndolo con el nombre alterado: realimentación negativa, steady state, morfostasis. También hay una razón de polemicidad: las primeras manifestaciones de las teorías de la complejidad organizada ya eran demasiado controversiales para la epistemología constituida, una ortodoxia nomológica-deductivista que nunca la quiso tomar muy en serio y que ni siquiera aceptaba de buena gana a los modelos estadísticos o a la inducción (Bunge 1956: 139, 212; 1977; Nagel 1981: 333-362). Pero lo que los moderados no pueden, los radicales lo logran. Al final de su camino hacia el constructivismo, la nueva cibernética eludirá la confrontación con la epistemología oficial labrando una ciencia separada, con sus propias reglas de juego y su propio aparato de persuación. Sus interlocutores son otros, todos humanistas, a quienes se puede inculcar que ha ocurrido una revolución paradigmática, y a quienes las discusiones que tienen lugar en las ciencias duras ni siquiera les llegan: una clientela de admiradores crédulos, compradores asiduos de libros de divulgación, candidatos óptimos para consumar una nueva alianza, literalmente. También resulta que ambas cibernéticas, la primera y la segunda (ya en vías de dar a luz una tercera), adoptan estrategias diferentes frente a la complejidad: aquella procura domesticarla, reducirla, someterla a una representación más simple; ésta, en cambio, se excita con sus vértigos, la acentúa, se erige en la voz que habla en su nombre. Este pensamiento de Gerald Weinberg, representativo de la TGS, ilustra el primer caso: Algunos ven la teoría general de sistemas como un peligro para este edificio [la ciencia], una regresión a las épocas oscuras del misticismo y el vitalismo. Antes de poder ahuyentar esos temores, consideraremos cómo se ha construido este edificio y por qué ha conseguido en gran medida poner orden en este mundo caótico (Weinberg 1984: 119). La misma idea se encuentra expresada en los textos de George Klir: ¼ en gran medida ¼ buscamos sistemas simples o procuramos simplicar los sistemas existentes. Esto es, estudiamos la complejidad de los sistemas primariamente con el propósito de desarrollar métodos fundados mediante los cuales los sistemas que son incomprensibles Reynoso – Complejidad – 61 o inmanejables, o que conducen a problemas intratables computacionalmente, puedan ser simplificados a un nivel aceptable de complejidad (Klir 1993: 47). Aún sabiendo que la complejidad es dominante, y a causa de ello, Weinberg y Klir terminarán proponiendo un modelo de simplificación de la ciencia y una ciencia de la simplificación. En su momento el proyecto fue audaz, pero poco después ya no se lo percibió de ese modo. En una época en que todo lo sólido se disolvía en el aire, el azar, la complejidad y el desorden devendrían asuntos mejor vistos y desafíos preferibles. A fin de cuentas, si la opción es entre imponer una simplicidad artificial o aceptar la complejidad tal como viene ¿quién se resignaría a escoger lo primero? Es en esta precisa inflexión que Heinz von Foerster promueve una nueva cibernética e Ilya Prigogine comienza su exploración de las estructuras disipativas, concerniente al comportamiento de los sistemas alejados del equilibrio. Aunque a veces se describe a todo este movimiento como segunda cibernética o cibernética de segundo orden, estas expresiones no se encuentran jamás en Prigogine. Si bien todos formaban parte de la misma liga itinerante y del panteón de la autopoiesis y el constructivismo, Prigogine nunca concedió espacio a las contribuciones de von Foerster (o de Maruyama, o Maturana) en sus obras mayores; sucede que en este campo hay evitaciones ostensibles: Fritjof Capra jamás menciona a Edgar Morin (y viceversa), Robert Rosen y Henri Atlan nunca nombran a Maturana o Varela, y Ervin Laszlo omite toda referencia a Capra, Jantsch, Morin, Varela, Maturana, von Foerster, Pask… Dejando de lado las investigaciones científicas que le valieron el premio Nobel, percibo dos modalidades distintas y sucesivas en el discurso público de Prigogine. La primera, que comenzaría hacia 1960 ocupando los veinte años siguientes, tiene que ver con la caracterización de los sistemas dinámicos alejados del equilibrio, las estructuras disipativas, los procesos irreversibles y el azar. La segunda se refiere más explícitamente a la complejidad y al caos, y si bien hay un intento de sistematización de los escenarios posibles, se percibe ya que los factores primarios en juego no son los que caracterizara el autor en su primera fase, sino las problemáticas definidas por otros autores (Mandelbrot, Lorenz, Feigenbaum, Ruelle, Wolfram) en las emergentes ciencias de la complejidad y el caos: atractores extraños, dimensiones fraccionales, bifurcaciones, autómatas celulares. Invito a contrastar, a tal efecto, Introduction to thermodynamics of irreversible processes (Prigogine 1961) y La nueva alianza (Prigogine y Stengers 1983) con Exploring complexity (Nicolis y Prigogine 1989). En la primera fase el caos fue un confín más allá del cual no se avanzó; en la segunda, ya posee una estructura y peculiaridades universales, aunque no haya sido Prigogine quien las identificara. Dado que no fue él quien elaboró la orientación y los conceptos de la ciencia del caos, me ocuparé por el momento sólo de sus primeros modelos, que son los más representativos de esta dinámica no lineal. Indentaré la descripción de la primera modalidad (inmensamente simplificada, y sin ejemplos relativos a péndulos, moléculas, gases o reacciones químicas) para que se visualicen mejor sus contenidos y sus alcances. En el primer Prigogine la oposición esencial es entre la mecánica clásica, la conservación de la energía y el tiempo reversible por un lado, y la termodinámica no clásica, la disipación de la energía y el tiempo irreversible por el otro. La primera serie caracteriza a lo que él llama el paradigma de la simplicidad, con los planetas de Newton y sus trayectorias fijas como arquetipo; lo segundo es el mundo real de la complejidad, en el que el porvenir de los objetos no está determinado, donde se presentan rupturas y bifurcaciones; sus arquetipos son los seres vivientes, los sistemas físicos alejados del equilibrio e incluso la sociedad humana. Reynoso – Complejidad – 62 En los sistemas muy complejos (como las sociedades), y ante la amenaza de fluctuaciones potencialmente peligrosas, se manifiesta una fuerte comunicación entre los distintos elementos del sistema que permite restablecer el equilibrio. Se dice entonces que el sistema se auto-organiza; la máxima complejidad alcanzable estaría determinada por la velocidad y eficiencia de la comunicación. La estabilidad estructural está garantizada por una organización adaptativa que sería también una función de las condiciones de contorno fluctuantes. Sucede también que los cambios e innovaciones que surgen en el interior del sistema muchas veces sobrepasan las necesidades de adaptación al medio, pues la dinámica entre el entorno y los elementos del sistema no son de simple causalidad. El mejor ejemplo de esto acaso sea el cerebro humano, el cual se formó en condiciones diferentes de las actuales. Los seres vivientes, estructuras disipativas por excelencia, violan (mientras viven) las leyes comunes de la materia. La materia de lo viviente es tan frágil, se descompone tan fácilmente, que si estuviera regida sólo por esas leyes no resistiría un solo instante a la degradación y la corrupción. El vitalismo de Stahl fue la primera filosofía que señaló esto, que tiene en la idea de estructuras disipativas su expresión teórica más rigurosa. Al caracterizar estas estructuras, Prigogine recurre a un número considerable de ejemplificaciones de sistemas físicos, químicos y vivientes con diferentes clases de comportamientos, a fin de demostrar que la complejidad, el cambio, la no linealidad y la irreversibilidad no constituyen excepciones o singularidades en el conjunto de la naturaleza, sino más bien la norma. Una norma, ciertamente, que está clamando por una ciencia nueva. Para esta ciencia nueva nada es elemental, nada es simétrico, nada se agota en una simple dualidad entre necesidad y azar; ningún principio rige por igual en todas las escalas o en todas las condiciones. Cerca del equilibrio, las leyes de las fluctuaciones son universales; lejos del equilibrio, en sistemas con cinética no lineal, esas leyes se hacen específicas, dependiendo de la no-linealidad en cuestión. En la vecindad de los puntos de bifurcación, la amplitud de las fluctuaciones pone en tela de juicio que se pueda hablar siquiera de valores medios macroscópicos o de trayectorias; el sistema además se muestra sensible a variaciones de entorno que serían despreciables en situaciones de equilibrio. Es de hacer notar que Prigogine define las características termodinámicas de las estructuras disipativas, las promueve como arquetipos centrales de la complejidad, sitúa la vida, la evolución y la humanidad en la misma serie que la totalidad de la naturaleza, describe variadas bifurcaciones, equipara caos y complejidad con aleatoriedad, y por último ejemplifica casos de surgimiento de orden a partir del caos a través de la auto-organización. Pero su modelo, al igual que la teoría de catástrofes, es en última instancia un modelo de retorno al equilibrio: las estructuras disipativas son las que se mantienen en lugar de decaer, o las que tratan de recuperar un estado estable después de reacomodarse tras una perturbación. No es fácil encontrar en toda la obra de Prigogine una definición unívoca de las estructuras disipativas que no sea circular. Prigogine enumera algunos de sus atributos, o ejemplifica sus manifestaciones, pero nunca las define de manera consistente, así como tampoco da un nombre fijo al contexto mayor en el que las estructuras disipativas se manifiestan. Ese contexto casi nunca es un sistema, porque a Prigogine no le seduce la palabra, y cada vez que se refiere a ella lo hace en un tono levemente crítico. Él habla de situaciones, comportamientos o condiciones, antes que de sistemas (Prigogine 1997: 185). Una definición estándar (aunque expresada en términos de sistemas) no procede de él sino de Edward Lorenz, uno de los grandes teóricos del caos: A un sistema de dos variables en el que las áreas [de su representación] son continuamente decrecientes, o a un sistema más general en el que los volúmenes multidimensionales del espacio de fase son continuamente decrecientes, esté o no estirándose en una o, quizá, en Reynoso – Complejidad – 63 varias direcciones, se lo llama sistema disipativo. Los sistemas disipativos tangibles generalmente suponen algún proceso físico amortiguador, como el rozamiento. La mayoría de los sistemas físicos son disipativos (Lorenz 1995: 51-53). Prigogine, por su parte, a veces subraya el papel de las estructuras disipativas en el mantenimiento del equilibrio, otras en la transición hacia el no-equilibrio: ¼ [C]uando nos apartamos mucho de las condiciones del no equilibrio, se originan nuevos estados en la materia. Llamo a estos casos “estructuras disipativas”, porque presentan estructura y coherencia, y su mantenimiento implica una disipación de la energía. Es curioso que los mismos procesos que, en situaciones próximas al equilibrio, causan la destrucción de estructuras, en situaciones lejanas al equilibrio generan la aparición de una estructura. Las estructuras disipativas generan transiciones de fase hacia el no equilibrio (Prigogine 1997: 185). Las apreciaciones de Prigogine sobre las situaciones alejadas del equilibrio no avalan el oscurantismo de quienes ven en ellas un límite al conocimiento y a la predicción. Él afirma, por el contrario, que los estados que pueden aparecer lejos del equilibrio tras la amplificación de una fluctuación son estables y reproducibles. Son previsibles, pero no en el sentido en que es previsible la evolución de un sistema pasivamente sometido a una ligadura externa, sino porque el número de soluciones posibles que se plantea lejos del equilibrio es calculable, y porque los estados hacia los que un sistema puede evolucionar son finitos en número (Prigogine 1997: 91). Es el principio del orden a partir del caos. Con frecuencia Prigogine afirma que su epistemología cubre tanto fenómenos de la materia inerte como de la vida y las sociedades. Más aún, estima que el vocabulario cualitativo y expresivo de las ciencias sociales y la filosofía puede arrojar luz sobre innumerables fenómenos alejados del equilibrio que se manifiestan en las ciencias duras (Prigogine 1997: 176). Sus apreciaciones sobre las ciencias sociales, a decir verdad, trasuntan un conocimiento menos que modesto de la teoría antropológica o de la sociología. El libro de LéviStrauss que más estima es, por ejemplo, Tristes trópicos, acaso el menos representativo y el menos metódico de todo el estructuralismo (Prigogine 1998: 36). Considera también apasionantes las charlas de Lévi-Strauss con Georges Charbonnier, en especial la que presenta la distinción entre sociedades “reloj” y sociedades “máquinas de vapor”, que los antropólogos en general repudian; y cree plausible la distinción levistraussiana entre modelos mecánicos y estadísticos, en términos cuya impropiedad ya he señalado (Prigogine 1997: 57; Prigogine y Stengers 1983: 182-183). Cree, por último, que es preferible la sociología imitativa de Gabriel Tarde (un modelo espiritualista opuesto al evolucionismo) a la teoría sociológica de Émile Durkheim, que después de un siglo sigue siendo una referencia capital (Prigogine 1997: 117). Aunque hay algunas alusiones a la posibilidad de conferir estatuto matemático preciso a nociones blandas de la sociología tales como oposición, repetición o adaptación, Prigogine no proporciona lineamientos precisos sobre la forma de lograrlo. Sus sucesores tampoco aportarían gran cosa al respecto. Ni aquél ni éstos entregarían a ninguna ciencia una herramienta de modelado comparable, por ejemplo, a las que brindó la teoría de catástrofes o la simulación basada en agentes. Como he anticipado, Prigogine permaneció al margen de la gestación de la cibernética de segundo orden formulada por Heinz von Foerster en 1960 en “Cybernetics of cybernetics” (1979) y de la segunda cibernética de Magoroh Maruyama, quien acuñó a su vez el concepto de procesos mutuos causales de amplificación de las desviaciones. Heinz respondería a Reynoso – Complejidad – 64 su indiferencia profiriendo sarcasmos, pero sin dar nombres y sin llegar al derramamiento de sangre: “¡Ahora hablamos de sistemas disipativos, de teoría de catástrofes, del caos! Señoras y señores: por favor, no se dejen seducir por estas palabras de moda” (von Foerster 1997: 131). Y Maruyama también dispararía sus dardos: Observo que estudiosos eminentes están atrapados en prisiones epistemológicas. Prigogine se desespera por encontrar “el primer motor” en el Big Bang, la Teoría de Catástrofes, la disipación, la fluctuación, los puntos de bifurcación, etcétera, a pesar del hecho de que, para el pensamiento interactivo, el primer motor es un hombre de paja (Maruyama 1988). Prigogine tampoco se ocupó nunca de la cibernética conversacional de otro humanista insigne del movimiento, el inglés Gordon Pask, apelado el dandy de la cibernética por el diario The Guardian, o cyberneticien extraordinaire en páginas encomiásticas de la Web. Originadas en conceptos de Ross Ashby, y en particular en la ley de variedad requerida (que vinculaba las condiciones generales de adaptabilidad de un sistema al rango de variabilidad de su entorno) y su corolario, el principio de Conant-Ashby (todo buen regulador de un sistema debe ser un modelo de ese sistema), las posturas de von Foerster y Pask otorgan estatuto central al observador. Estos desarrollos, visto por algunos como una “humanización de la cibernética”, proporcionan argumentos similares a los que luego prodigarían la autopoiesis de Maturana y el constructivismo radical de Glasersfeld. Como no son teorías que arrojen una luz novedosa sobre los problemas de la complejidad o que traten de ella en forma destacada, instrumental o sistemática, las cibernéticas de von Foerster y Pask no serán tratadas en este libro. 2.5.2 – La flecha del tiempo: Críticas al modelo de Prigogine Desde las disciplinas humanísticas la figura dominante de Ilya Prigogine se percibe como una autoridad indiscutible cuyas ideas rara vez son objeto de evaluación crítica seria. Ellas se refieren a cuestiones tan seductoras y apremiantes para nosotros (cambio, creatividad, desequilibrio) que, como decía Bertalanffy, su valor se da por descontado. Como tampoco se comprenden técnicamente sus formalismos, se concede crédito a sus reclamos discursivos confiando en que aquéllos los justifican. Pero lo cierto es que el modelo de Prigogine ha sido y está siendo reciamente cuestionado en diversas vertientes del pensamiento científico, que van desde las escuelas de física más ortodoxas hasta las ciencias del caos. Dado que la retórica de la cibernética tardía ha hecho tanto hincapié en los valores revolucionarios de su visión, celebrándola como una perspectiva desde la cual se puede poner en tela de juicio la totalidad de las epistemologías precedentes, vale la pena revisar sumariamente los reparos que se le han interpuesto. Lo primero que se objeta a Prigogine es su falta de originalidad. Tal parece que ninguna de las ideas por las cuales se lo encomia en los textos de Edgar Morin, Fritjof Capra o Jesús Ibáñez es creación de Prigogine. El tema de la flecha del tiempo, para empezar, que es casi el símbolo de su pensamiento, ya había sido una preocupación primaria de Wiener, manifestada en las primeras páginas de Cibernética (1985: 56, 57). Desde ya, no puede pensarse que sea una expresión inédita: fue acuñada por el físico y cosmólogo de Cambridge Sir Arthur Eddington en 1928, y todas las consideraciones de Prigogine sobre la naturaleza dispar del pasado, el presente y el futuro se derivan de sus ideas, no siempre con el debido reconocimiento de fuentes. Norbert Wiener ya era consciente de la fuerza de la irreversibilidad del Reynoso – Complejidad – 65 tiempo en biología; para mayor abundancia, hizo uso de la misma metáfora varios años antes que Prigogine alcanzara celebridad: Ninguna ciencia se ajusta totalmente al modelo newtoniano. Las ciencias biológicas, por ejemplo, se fundamentan en fenómenos unidireccionales. El nacimiento no es exactamente el fenómeno opuesto a la muerte, ni el anabolismo –la construcción de tejidos– lo contrario al catabolismo o destrucción de los mismos. ¼ El individuo es una flecha dirigida hacia el tiempo en una dirección y la raza humana va desde el pasado hacia el futuro (Wiener 1985: 61). También desarrolló Wiener el vínculo entre los seres vivientes y la disipación de energía (p. 67-68), la idea de la apertura al mundo externo de los dispositivos con mecanismos de control (p. 69 y ss.), el principio de la interferencia del observador en la escala de los fenómenos cuánticos (p. 130-131), el carácter gestáltico de la percepción de patrones (p. 179-190), el concepto de organización (p. 205 ss.), los sistemas autoorganizados en los que juegan un papel esencial los fenómenos no lineales (p. 233-258) y la autocorrelación en los fenómenos de turbulencia (p. 235). Wiener estudió la auto-organización del ritmo alfa en el cerebro adelantándose cuarenta años a Francisco Varela y abordó el enigma de los osciladores acoplados medio siglo antes que surgiera la nueva ciencia compleja de la sincronización (Strogatz 2003: 40-69). Todavía más tempranamente, vislumbró una teoría del caos, usando esa expresión por primera vez en la historia (Wiener 1938). El primero en hablar de auto-organización fue sin duda Ross Ashby (1947); él fue también quien introdujo los conceptos de variedad y restricciones, en los que cabe ver un anticipo de la noción de atractores, así como la idea de los sistemas adaptativos, el estudio de la evolución de sistemas dinámicos y un concepto semejante a la clausura operacional (Ashby 1960; 1968). Muchos estudiosos de la cibernética de la primera oleada ya trabajaban en las décadas de 1940 y 1950 con modelos de redes neuronales y aprendizaje emergente, que constituyen temas recurrentes entre los discípulos de Prigogine. No parece ser vital instituir una nueva alianza cuando en la primera cibernética ya estaba lo que se requería, acompañado de una fundamentación matemática que ha resistido con dignidad el paso del tiempo (George 1969; Aspray 1993: 214, 231; Shalizi 2001b: 6-7). En la TGS de Bertalanffy encontramos tratados, una y otra vez, conceptos y ecuaciones que hablan de auto-organización, auto-regulación y morfogénesis (Bertalanffy 1976: 26, 154- 155; 1982: 91-93, 96, 120-122, 123, 132, 135, 141). La diferencia conceptual entre ambas teorías parecería tener que ver con una interpretación distinta de la morfogénesis, que en la nueva formulación no sería ya un acontecimiento fortuito, improbable y extremo, sino una latencia permanente que es indagada en sí y por sí. Hay en la cibernética posterior, es cierto, un mayor énfasis en el cambio. Pero muchos consideran que eso no justifica tratar la idea como una revolución paradigmática y el amanecer de una nueva forma de concebir la ciencia y el mundo. Bertalanffy mismo pensaba que algunas de las bases del modelo de Prigogine eran débiles y debatibles: En el presente no disponemos de un criterio termodinámico que defina el estado uniforme en sistemas abiertos de modo parecido a como la entropía define el equilibrio en los modelos cerrados. Se pensó por un tiempo que ofrecía tal criterio la producción mínima de entropía, enunciado conocido como “teorema de Prigogine”. Si bien hay algunos biólogos que lo siguen dando por descontado ¼ hay que destacar que el teorema de Prigogine –y el autor lo sabe muy bien– sólo es aplicable en condiciones muy restrictivas. En particular, no define el estado uniforme de sistemas de reacción química. ¼ Una generalización más reciente del Reynoso – Complejidad – 66 teorema de la producción mínima de entropía [de Glansdorff y Prigogine], que engloba consideraciones cinéticas, está aún por evaluar en lo que respecta a consecuencias (Bertalanffy 1976: 157). Bertalanffy pone en jaque las distinciones de Prigogine entre viviente-irreversible e inorgánico-reversible señalando que “sería erróneo postular que en los organismos no ocurren reacciones reversibles o que las reacciones irreversibles no se dan en los sistemas inorgánicos” (Bertalanffy 1982: 117). Tampoco René Thom se muestra persuadido de la solidez de las posturas de Prigogine. A diferencia de Bertalanffy, está de acuerdo con Prigogine en conceder que los procesos que tienen que ver con seres vivos son irreversibles; pero subraya que se trata de una afirmación tan evidente que no cree que nadie se atreva a sostener lo contrario. Además, Habría mucho que discutir en cuanto a la metodología de Prigogine. Prigogine partió de la termodinámica; pero me parece que siempre que se han podido exhibir efectivamente las que Prigogine llama “estructuras disipativas” ha sido gracias a leyes específicas de la dinámica, en las cuales la termodinámica no aparece. Bajo esta perspectiva, me parece que su teoría resulta algo confusa, en cuanto a que se presenta como termodinámica en situaciones en que la termodinámica clásica no desempeña papel alguno. [¼] Yo creo que mi posición es más coherente: siempre he procurado presentar modelos geométricos de las situaciones límites de las dinámicas irreversibles; precisamente en la teoría de catástrofes me esforcé por dar en cualquier forma conceptualizaciones de los fenómenos irreversibles típicos, como por ejemplo el salto de un atractor a otro (Thom 1985: 41). En una discusión directa que René Thom mantuvo con Prigogine queda clara la discrepancia de aquél con aspectos esenciales de la teoría de las estructuras disipativas, como la generalización de la idea de la irreversibilidad del tiempo. Thom le espeta: Quiero hacer un comentario sobre la irreversibilidad del tiempo. Estoy impresionado por la seguridad que demuestra el profesor Prigogine cuando se manifiesta sobre el carácter irreversible del tiempo, incluso, diría yo, cuando se refiere a la estructura local. Y a mí me parece que este problema de la irreversibilidad o irreversibilidad temporal en sistemas dinámicos clásicos (definido por un flujo de variedades) no es en absoluto una cuestión de tipo local. Depende de la topología del dominio que se considere, por lo que la respuesta variará según el dominio. ¼ [S]i partimos de un flujo standard de variedades ¼ tenemos elementos locales de flujo en los que siempre existe reversibilidad temporal. Por lo tanto, decir que el tiempo es irreversible local e intrínsecamente significa, más o menos, abandonar el modelo de los sistemas diferenciales para el determinismo (Thom en Wagensberg 1992: 209-210) Sorprendentemente, Prigogine admitió que Thom tenía razón a ese respecto. Pero la discusión entre Prigogine y Thom no acabó allí. Aquél afirmaba que se puede descartar una descripción determinista de ciertos procesos y pensar la evolución de un sistema como efecto de una fluctuación de micro-nivel que podría haber llevado el sistema en otra dirección; de este modo, conceptos como “fluctuación”, “turbulencia”, “azar”, “ruido” y “desorden” se conciben como ontológicamente existentes. Thom respondió, elegantemente, que esos conceptos son en rigor relativos a una descripción epistemológica determinada, y que no tiene sentido hablar, por ejemplo, de fluctuación, excepto en relación con la descripción de la cual se desvía. La réplica de Prigogine no estuvo por cierto a la altura de la observación. En cuanto a la falta de originalidad de Prigogine hay más aún: la termodinámica irreversible no fue fundada por él, sino que aparece ya en la ecuación de Boltzmann en 1872, la cual no sólo maneja situaciones alejadas del equilibrio sino que es no-lineal. El primer tratamiento Reynoso – Complejidad – 67 formal de procesos irreversibles y alejados del equilibrio no fue tampoco obra de Prigogine en la década de 1950, sino de Lars Onsager en la década de 1920, fue publicado en 1931 en Physical Review, órgano de la American Physical Society, y ocasionó que Onsager ganara el premio Nobel de química de 1968 (antes que lo hiciera Prigogine) por haber iniciado la termodinámica del no-equilibrio (Prigogine y Stengers 1983: 140-141). Toda la teoría de las clases de universalidad de Leo Kadanoff (1999: 157) y de los grupos de renormalización de Ken Wilson en el estudio de transiciones de fase se originan en modelos de Onsager, antes que en ideas de Prigogine. Muchos físicos hoy en día coinciden en que las estructuras disipativas no son de uso en el estudio experimental y el análisis teórico de formación de patrones, y que los criterios alegados para predecir la estabilidad en esas estructuras siempre fallan, excepto para el caso de estados muy cercanos al equilibrio (Keizer y Fox 1974; Keizer 1997: 360-361). Cosma Shalizi, de la Universidad de Wisconsin, destaca que ¼ en las quinientas páginas de su Self-Organization in non-Equilibrium Systems hay sólo cuatro gráficos relativos a datos del mundo real y ninguna comparación de ninguno de sus modelos con resultados de experimentación. Tampoco sus ideas sobre la irreversibilidad se conectan con las de auto-organización, excepto por el hecho de que ambas son conceptos de la física estadística (Shalizi 2001a). Peter Coveney, en una reseña en general elogiosa de la obra de Prigogine, anota que aún cuando esté probado desde un punto de vista filosófico que la irreversibilidad debe incluirse en un nivel fundamental de la descripción, no parecen existir consecuencias nuevas, experimentalmente verificables, que hayan surgido de ese enfoque (Coveney 1988: 146). Un físico de Yale, Pierre Hohenberg (en Horgan 1995), ha dicho: “No conozco un solo fenómeno que su teoría haya explicado”. Por el contrario, cada tanto alguien comprueba hechos que la contradicen, como hicieron Raissa D’Souza y Norman Margolus (1999) al encontrar autoorganización en sistemas reversibles. Eugene Yates, editor de una importante compilación sobre sistemas auto-organizados, resume las críticas dirigidas a Prigogine por Daniel Stein y el premio Nobel Phillip Anderson expresando que estos autores no creen que la especulación sobre estructuras disipativas y la ruptura de simetría puedan, en el presente, ser relevantes a las cuestiones de los orígenes y la persistencia de la vida. Contrariando afirmaciones que pueblan libros y artículos introductorios, Stein y Anderson sospechan que no existe tal teoría, y que incluso podría suceder que estructuras semejantes a las implicadas por Prigogine, Haken y sus colaboradores no existan en absoluto (Yates 1987: 445-447). Para el célebre Murray Gell-Mann, otro premio Nobel, enfant terrible de la física de partículas y descubridor de los quarks, es falso que los seres vivos, las estructuras disipativas o lo que fuere contradigan la segunda ley de la termodinámica. Nada hay en el universo capaz de contradecirla, dice: “Quienes pretenden ver una contradicción entre la segunda ley y la evolución biológica cometen el error crucial de fijarse sólo en los organismos sin tener en cuenta el entorno” (Gell-Mann 2003: 253). El conflicto más grave en torno a Prigogine, sin embargo, es el que concierne a su relación frente a las teorías del caos, en las que sin duda jugó algún papel inspirador, pero sin ser un promotor de visiones, un creador de conceptos o un explorador de vanguardia. Se ha desatado una ardiente polémica a raíz de la omisión de nombre de Prigogine y de su Escuela de Bruselas en buena parte de la literatura de divulgación de las ciencias del caos. Su nombre no figura en los textos más representativos del género, o aparece una sola vez en tres renglones displicentes (Casti 1995; Lewin 1999; Gleick 1987: 339 n. 308; Aubin y Dahan Reynoso – Complejidad – 68 2002: 322 n. 30). Ninguno de los diez mil artículos de la faraónica Encyclopédie des Sciences editada en 1998 por Le Livre de Poche lo nombra siquiera (Spire 2000: 17). El libro de Edward Lorenz La esencia del caos menciona a Prigogine una sola vez para destacar que utiliza un concepto antiguo y restrictivo del caos, pues lo identifica con la aleatoriedad; Lorenz también define los sistemas disipativos sin hacer referencia a nuestro autor (Lorenz 1995: 1, 51). En su monumental A new kind of science, el patriarca de los autómatas celulares Stephen Wolfram (2002: 451) no destaca ninguna contribución de Prigogine y su nombre sólo consta en una lista en letra microscópica de colaboradores de Mathematica. Esa biblia de la dinámica no lineal que es Nonlinear dynamics and chaos de Steven Strogatz (1994), libro favorito de los matemáticos, representativo de la perspectiva del MIT, habla del Brusselator y describe los mapas disipativos en términos calcados de Prigogine, pero ni aún así él es nombrado jamás. Tampoco lo nombran los textos técnicos de la especialidad que he consultado, como los de David Arrowsmith y C. M. Place (1990), Nicholas Tufillaro y otros (1990), Stephen Wiggins (1996), Paul Addison (1997), Yaneer Bar-Yam (1997), Garnett Williams (1997), Robert Hilborn (2000) o Nino Boccara (2004). Los partidarios de Prigogine han querido ver estas omisiones como una consecuencia de los conflictos y los intereses competitivos entre el Ilya Prigogine Center for Statistical Mechanics de la Universidad de Texas en Austin y los dos centros nerviosos de la teoría del caos: Los Alamos National Laboratory Center for Nonlinear Systems (LANL) y el Santa Fe Institute (SFI). El LANL fue el feudo de Mitchell Feigenbaum y luego de John Holland; en el SFI han militado el carismático físico danés Per Bak (creador del concepto de criticalidad) y también Murray Gell-Mann, reconocido adversario de Prigogine. Las ciencias del caos no son, por otra parte, ciencia tranquila, sino, como afirma la posmoderna Katherine Hayles (1993: 220), una corriente profundamente fisurada. Algunos críticos estiman que los libros de periodismo científico como los de James Gleick (1987), Mitchell Waldrop (1992), Roger Lewin (1999), Peter Coveney y Roger Highfield (1995) “han creado la falsa impresión de que el trabajo en los sistemas adaptativos complejos sólo comenzó en serio cuando se fundó el Instituto de Santa Fe en la década de 1980” (Heylighen 1993: 1).4 Por eso es que David Ruelle, quien discrepa con Prigogine, ha alertado contra las afirmaciones de prioridad científica prodigadas por los periodistas norteamericanos en general y por Gleick en particular (Ruelle 1993: 120, 183). Como sea, el tenor de los apelativos críticos que se disparan entre las escuelas es de tono subido; cuando no dejan fuera de escena, Prigogine siempre está en el medio del fuego. En páginas de la Web, Cosma Shalizi declara que planea confiar a las llamas su ejemplar de Self-Organization de Prigogine una vez que acabe de leerlo. Para Per Bak, el físico danés que introdujo el concepto de criticalidad auto-organizada, Prigogine usa su “intuición emi- 4 La historia real no ha sido tan provinciana, ni comenzó siquiera en los Estados Unidos. Hoy se admite con naturalidad que una parte importante de las intuiciones que alimentaron ideas de complejidad y caos reposa en exploraciones químicas y matemáticas de la escuela rusa y ucraniana: Andronov, Anosov, Arnol’d, Belusov, Besicovich, Bogdanov, Bogolyubov, Chirikov, Kantorovich, Kolmogorov, Krylov, Landau, Lyapunov, Mel’nikov, Migdal, Moser, Neimark, Novikov, Patashinskii, Pesin, Pokrovskii, Polyakov, Pontrjagin, Rabinovich, Šarkovskii, Sinai, Šošitaǐšvili, Voronin, Vyshkind, Zhabotinskii (Wiggins 1996; Hilborn 2000: 518; Fauré y Korn 2001: 775; Aubin y Dahan 2002: 289). Prigogine no formó parte de esa escuela. Reynoso – Complejidad – 69 nente” en lugar de medios científicos legítimos, y lo que produce no es ciencia sino seudociencia (Bak 1997). Ron Eglash, el antropólogo responsable de la primera gran exploración disciplinar de los fractales, ha puesto también bajo sospecha el concepto de complejidad sustentado por Prigogine, un autor cuya importancia científica –afirma Eglash– está menguando a pasos agigantados. En nuestros días, y con todo lo que se sabe ahora sobre el caos, sostener la preeminencia de su obra se ha tornado técnicamente problemático. Las matemáticas anteriores al caos habían definido la complejidad, en la formulación de Kolmogorov, como equivalente a la aleatoriedad (la complejidad de una serie de números es igual a la longitud de su descripción más breve; dado que una serie al azar no se puede comprimir por ningún algoritmo, una serie así tiene la descripción más larga posible). Pero después del caos, la complejidad fue redefinida como computación: no hay nada computacionalmente complejo en un ruido blanco (una señal aleatoria), ni en una señal puramente periódica. Más bien son esos patrones que combinan order y azar –los fractales– lo que es computacionalmente más complejo (de hecho, la dimensión fractal puede usarse como índice de complejidad). El título de Prigogine Order out of chaos [La nueva alianza], se refería en realidad a estructuras que surgían de la aleatoriedad del ruido blanco; no se trataba de una referencia a la clase de caos descripta por los fractales de atractores extraños (Eglash s/f). Eglash destaca que los razonamientos de Prigogine pertenecen a una era más arcaica de las ciencias de la complejidad, una concepción romántica y utópica que vislumbraba un orden algorítmicamente complejo emergiendo gloriosamente de las tinieblas. Pero la complejidad algorítmica implica, por ejemplo, que un texto más o menos largo escrito por simios dactilógrafos sería más complejo (por ser más aleatorio y por ende menos condensable) que Finnegan’s Wake de James Joyce (Horgan 1996: 254). El contenido de información algorítmica “no es lo que suele entenderse por complejidad, ni en sentido ordinario ni en sentido más científico, ¼ no representa una complejidad verdadera o efectiva”, ratifica Gell-Mann (2003: 58). La complejidad algorítmica tiene por supuesto pleno sentido matemático, pero en las nuevas ciencias se usa hoy un concepto de complejidad más articulado que el de Prigogine y sus discípulos, con propiedades mucho más ricas que la mera numerosidad. Hay que decir que más tarde Prigogine agregó referencias dispersas a los fractales en el libro que escribió en coautoría con Nicolis, pero éste es más tardío que La nueva alianza. Entre un libro y otro el autor perdió protagonismo y no participó en la gestación de la ciencia del caos propiamente dicha (cf. Nicolis y Prigogine 1989: 113-115). Su visión de la misma es además fragmentaria y sesgada. En su tratamiento de los fractales, Prigogine los adjudica a Georg Cantor, menciona sólo el conjunto epónimo y admite de mala gana que Mandelbrot tuvo la idea de bautizar a los fractales con el nombre que tienen. La misma táctica aplica con René Thom (sutil represalia), de quien omite hasta el apellido, mencionando una sola vez la teoría de catástrofes no obstante haber cubierto varias páginas con topologías en pliegue para ilustrar transiciones de fase (pp. 93-98). En una intervención en una mesa redonda sobre el azar de 1985 llamada “Enfrentándose con lo irracional”, Prigogine se refiere a dimensiones fraccionales y atractores fractales, que son conceptos bien conocidos en la ciencia del caos, sin aportar una visión personal al respecto (Prigogine en Wagensberg 1992: 155-197). Ignotos nerds californianos bautizaron fractales y atractores con sus apellidos; no hay ninguno con el nombre de Prigogine. Tampoco hay aportes suyos de alguna entidad a los formalismos que constituyen el núcleo de las teorías de la complejidad: sistemas adaptativos, programación evolutiva, clases de universalidad, redes independientes de escala. Reynoso – Complejidad – 70 John Horgan, columnista habitual de Scientific American, refiere que los científicos familiarizados con la obra de Prigogine no tienen nada o tienen poco de bueno que decir sobre él. Lo acusan de ser arrogante y de darse autobombo. Argumentan que hizo muy pocas contribuciones a la ciencia, si es que hizo alguna; que no ha hecho más que recrear experimentos ajenos y largarse a filosofar al respecto; y que de todos los premios Nobel que se han otorgado hasta ahora él es quien menos lo ha merecido. Horgan considera que Prigogine, endiosado por sus colaboradores, abismado en su gran esquema de los misterios insondables, no ha traído al mundo más que una nueva retórica seudoespiritual (Horgan 1996: 276, 281). Mitchell Waldrop expresa casi lo mismo al narrar la epifanía de Brian Arthur, introductor de la teoría del caos en ciencias económicas, quien descubrió que los científicos serios consideraban a Prigogine un auto-promotor insufrible que exageraba la magnitud de sus descubrimientos, llegando a persuadir a la Academia Sueca de Ciencias para que le concediera un Nobel (Waldrop 1992: 32). Los matemáticos siempre han hecho befa de las matemáticas de Prigogine, que son célebres por su falta de rigurosidad (Gustafson 2003: 11). Los críticos tampoco han pasado por alto la connivencia entre Prigogine y círculos especulativos o irracionalistas y el distanciamiento de aquél de la investigación científica sustantiva (Zuppa 2003). Esta línea de acusaciones engrana con lo que en la década de 1990 se conoció como la guerra de las ciencias, pródiga en escaramuzas de intolerancia mutua. Paul Gross y Norman Levitt, al cuestionar las lecturas presurosas de uno de los muchos estudiosos posmodernos para quienes Prigogine es fuente de inspiración, alega que el maestro se ha convertido en el héroe simbólico de una anticiencia deplorable: El afamado químico Ilya Prigogine está entre ellos, por supuesto (el nombre está siendo invocado en el discurso posmoderno con alarmante frecuencia); pero una mirada realista a la ciencia de Prigogine deberá enfrentar el hecho de que no ha estado produciendo contribuciones serias en las dos últimas décadas, y que se ha deslizado hacia hábitos de especulación que lo involucran en una ciencia poco firme y en matemáticas más titubeantes todavía (Gross y Levitt 1994: 96). Nadie está obligado a trabajar hasta el último día, ni a reprimir sus impulsos hacia una especulación que pudiera ser creativa, ni a privarse de explotar el privilegio de ser una figura famosa. El problema no radica en la conducta personal de Prigogine, sino en las consecuencias para la causa científica, por cuya promoción (se supone) le fueron otorgados innumerables honores académicos. Los últimos veinticinco años de la vida de Prigogine, hasta su deceso en mayo de 2003, se consagraron a incesantes giras ceremoniales de la mano de los constructivistas, hacia quienes nunca tuvo palabras de censura que fueran más allá de unas pocas y tibias pullas, atemperadas por guiños y sobreentendidos. En conferencias colectivas y en artículos incidentales en compilaciones irracionalistas, Prigogine guardó silencio sobre la invocación indebida de su nombre en contextos ideológicos muy alejados de su filosofía. Homologó con ello una postura claustrofóbica y monotemática, que retacea valor a la ciencia y monopoliza un lugar importante en la Nueva Alianza. Es dudoso que una estrategia que ha dejado que la discusión se sitúe en semejante terreno esté a la altura de la revolución que se había augurado o promueva una pauta positiva de intercambio de ideas. Hay infinidad de críticas a Prigogine que no puedo considerar debidamente aquí (Obcemea y Brandäs 1983; Borzeskowski y Wahsner 1984; Batterman 1991; Verstraeten 1991; Sklar 1995; Karakostas 1996; Price 1997; Edens 2001). No obstante, y aunque la contribución de Prigogine se enfrente a dudas de peso en cuanto a su generalización del principio de irreversibilidad, o por su tratamiento de los semigrupos, la ruptura de simetría u otras cuestiones Reynoso – Complejidad – 71 técnicas, y aunque él no haya sido el primero en traer a colación la idea de la flecha del tiempo, el caos o lo que fuere, es indudable que su modelo, en su letra y en su espíritu, instauró una nueva preocupación por la temporalidad y los sistemas complejos en el imaginario de sus lectores de las ciencias sociales. Prigogine, como ha dicho Shalizi, “intentó llevar adelante un estudio riguroso y bien fundado de la formación de patrones y de la auto-organización antes que ningún otro. Él falló, pero su intento ha sido inspirador” (Shalizi 2001a). Con justicia o sin ella, y aunque la ciencia entera se alce en su contra, esas problemáticas estarán, al menos por un tiempo, vinculadas a su nombre.  

 

Reflexionemos en el caos a partir de la filosofía de Deleuze para el caos es primigenio y como tal   el ser es caos y el caos es creatividad y aquí marca una distinción entre pensar y conocer, el pensamiento es caótico porque pensar es ser en cambio el conocimiento no es pensamiento o lo es en tanto relentiza el pensamiento, lo enfría, lo solidifica   dándonos categoría y la diferenciación marcada entre sujeto y objeto que excluye toda diferenciación porque se basa en el principio de identidad.

 

https://www.youtube.com/watch?v=HBLQ63pNAzw&t=1209s

 

Yo veo a mi familia y es caos y en el caos son tan felices, en el juego de encontrar al lobo, es decir de encontrar al Claudio hay una primera parte donde los aldeanos se    despiertan y se dan cuenta de a quien mato Claudio, y la sensación los recorre y se produce un caos desinhibidor todos acusan a todos, creando diría Deleuze síntesis perceptivas  muchos más ligadas a la intuición yo me pregunto ¿Qué  pasaría si este caos se prolongara? Siempre  en teatro loco hemos jugado con el caos   y lo hemos llevado a extremos tremendos, lo interesante es que lográbamos que el juego no se rompa había muchísima violencia pero esta se traspasaba recreando nuevas percepciones era de una riqueza increíble  más en mi familia que son caóticos al extremo la violencia no podría ser traspasada ellos se quedarían atrapados en ella y es que la han solidificado y la agresión despierta en ellos el espíritu de venganza, si ya hemos descubierto la limitación de su conciencia al no reflexionar porque la reflexión les quita efectividad y la ven como un floro una no verdad ahora descubrimos una limitación existencial tremenda no se pueden abrir al caos , diría Deleuze no se pueden abrir a la vida.

¿Pero quien solidifica la violencia?  

 

En este juego es claro, lo hace el narrador él es el verdadero lobo aquí se descubre el movimiento del espíritu desintegrado, divide y vencerás, esta es la verdadera cibernética el sistema se configura a partir de un enemigo común.

¿Puede el sistema configurarse de otra manera? 

 

Según nuestra investigación no, la cibernética será siempre espíritu desintegrado aun en la cibernética de segundo orden donde ya no se tiene como enemigo al lobo sino al narrador que se ve como el enemigo al intentar unificar la diferencia.

 

Pero veamos con más detalle este movimiento cuando la iglesia configuraba el sistema, ella puso al diablo en el centro del mismo, esto es necesario porque para construir un sistema social se necesita centrar e los individuos que lo componen, podemos centrar a los individuos en un ideal común pero el problema es que esto nos lleva a una búsqueda la cual no centra  y por lo mismo no permite ni la configuración del sujeto ni la configuración del objeto, por lo mismo los individuos se centran a partir del enemigo común y esto la iglesia fue una maestra, si en el judaísmo el diablo no aparecía casi en ningún lado a la justas tenía un rol tentador y en Job obstaculizador que más bien en ese obstáculo permitía el alcance de la sabiduría, ene l nuevo testamento el diablo es el antagonista de Jesús y el verdadero protagonista en el diseño del mundo, esto para la iglesia primitiva significo una lucha espiritual con el imperio romano pero cuando se instauro la iglesia imperial      la narrativa cambio y él enemigo fue el pagano, luego el musulmán, luego las brujas siempre el diferente aquel que no entraba en la identidad universal, con este movimiento la iglesia logro unificar a la civilización occidental , ella decía quién era el lobo y los aldeanos iban corriendo a combatirlo, con la llegada del estado moderno la cuestión no cambio, simplemente cambio la señalización del lobo ahora ya no eran las bujas medievales sino el comunista el cual quería ir en contra de la libertad del capital y su democracia y con esta estrategia otra vez la cultura occidental logro su unidad, así que no solo es una estrategia eficaz , es la única que funciona para construir sistemas sociales.

 

¿La religión, el arte, la filosofía, la ciencia tiene este movimiento del espíritu desintegrado en su base?

                   

No para nada, ni la religión con su movimiento de espíritu absoluto donde nos abrimos gracias a la fe.

Ni arte con su movimiento de Espíritu revelado donde el caos pre expresivo y la contemplación meta expresiva  dan lugar a la expresividad, la cual se imprime en la conciencia del que especta la obra.

Ni el espíritu subjetivo que intenta superar en la dialéctica la configuración sujeto objeto en una reflexión absoluta.

Ni la propia ciencia que va desplazando al objeto, hasta disolverlo.

 

Más ninguna de ellas está  libre de caer en el movimiento del espíritu desintegrado, el espíritu no configura sistemas más bien los traspasa, jamás se queda en ellos atrapado, pero las personas sí, siempre quedan atrapadas, el espíritu desintegrado usa su dolor y su miedo, así la religión se usa para configurar el sistema teniendo al centro al diablo, el arte determina lo que es estético y lo que no excluyendo a muchos de la comunicación que es la propia estructura del sistema, la filosofía concibe ideologías donde el centro está en el enemigo ideológico, y la ciencia construye sistemas de opresión en pro de eliminar el enemigo común.               

 

Por esto se hace necesario el movimiento del anti espíritu para restaurar el caos y poder traspasar el  espíritu desintegrado, lo malo es que el espíritu desintegrado es más astuto y ahora el enemigo será aquel que defienda el principio de identidad , hoy el espíritu desintegrado reina como nunca antes por un lado los que defienden la diferencia en el anti espíritu ven al enemigo en los neofascistas  y por el otro lado la derecha ve a los enemigos en aquellos que defienden la diferencia. Produciendo una desintegración como nunca antes se ha visto.

 

1→←1→←1←→0 0 0 

 

En nuestra reflexión tanto la identidad como la diferencia son ontológicas y una refleja a la otra y si bien nosotros partimos de una ontoteologia comprendiendo que Dios es la unidad meta estructural que se refleja en nuestra unidad sabemso que ese reflejo se da primero en la existencia, así no hay nada mejor que el caos para refractar a Dios, pero conocerlo exige un cambio de velocidad un orden y el verdadero conocimiento está  en la inmovilidad y su silencio.  Más la inmovilidad de la conciencia    metafísica y la movilidad extrema de la existencia son complementarias, solo en esa complementariedad es posible superar al espíritu desintegrado esta será la base del espíritu integrado y de la cibernética de tercer orden  y entonces hay que superar el caos y hay que superar el orden.

 

Pero veamos con más atención la cibernética de segundo orden que se basa en el caos y la diferencia. 

El medico esposo de mi tía la dueña de caso dijo algo muy sabio:

“Cualquiera que quiera instaurar una norma, una ley, está  perdido porque de lo que se trata es de reacción al instante, al suceso a lo que pasa”

 

Que distinto pensamiento al de mi tía la dueña de casa, donde ha y que poner siempre reglas ¿Pero si la formulación de su esposo es tomada como una regla no se pierda acaso totalmente su espíritu? Ahí es donde la dialéctica entra con su negación de la negación para que el espíritu que se ha perdido se vuelva a encontrar, pero el medico no es dialéctico más ¿Cómo es que su ironía ingeniosa puede convivir convivir con la normativa de mi tía? La cuestión es mucho más compleja el medico no tiene la apertura al caos que mi tía sí, aunque luego ella reprima esa apertura  con total severidad para lograr eficacia en el orden, mi tía es enfermera   y más que nada hija de mi abuela quien ha sido una creadora de Claudios de lobos sumamente eficaz, como solo la iglesia lo puede lograr al punto de hacer de lobos a sus propia hijas e hijos. Más sigamos entendiendo como funciona la cibernética de segundo orden para ver cómo vamos a cambiar este juego introduciendo nuevos roles     y como ellos van a llegar a la autopoiesis eliminando al narrador exterior pero convirtiéndose en ese narrador en un sistema autoreferencial y es que nada realmente sale del sistema al menos que disuelva al sistema mismo.  

 

2.5.3 – Autopoiesis y Enacción: Maturana y Varela El tratamiento que se dará en este libro a la autopoiesis, la enacción, el constructivismo y la investigación social de segundo orden será diferente del que se ha dado a otras estrategias. Aquellas corrientes se han movido fuera del ámbito de las teorías de la complejidad en sentido estricto, alejándose de las temáticas que dieron origen a sus propias búsquedas, como habrá de verse. No interesa entonces enseñar aquí el contenido puntual de sus propuestas, pues las entidades a las que se refieren no son bajo ningún aspecto sistemas dinámicos no lineales, ni sus modelos son modelos del cambio, ni las teorías que desarrollaron son teorías de la complejidad, por más que sus discursos sean de un grado tal de complicación que muchos han llegado a creer que sí lo han sido. Dado que la autopoiesis y sus secuelas no son doctrinas que pongan en foco las materias que aquí se tratan, habrá que dar alguna excusa por su inclusión en este libro. Los elementos de juicio que he considerado son los que siguen. (a) Autopoiesis y enacción son derivaciones lejanas de la ecología de la mente de Bateson (uno de sus innumerables sitios en la Web se llama Ecology of Mind). Sus practicantes tuvieron con ese antropólogo una relación intelectual y personal directa, lo mismo que con Ilya Prigogine, autor poco referido en sus textos primarios. (b) Uno de los fundadores de la autopoiesis, Francisco Varela, ha negado reiteradamente que la autopoiesis sea un concepto adecuado para estudiar el orden social, pues las características de este orden nada tienen que ver con las condiciones requeridas para que una entidad sea autopoiética. Sólo los seres vivientes serían entidades de esa categoría. Habrá que revisar entonces la problematicidad de la extrapolación de conceptos autopoiéticos hacia las ciencias sociales. (c) La autopoiesis no es tampoco una dinámica, sino en el mejor de los casos una teoría de la homeostasis o el estado estable de entidades que son más máquinas que sistemas; el “mundo privado” de las máquinas autopoiéticas se basa en el mantenimiento de su propio equilibrio e identidad. Por su estructura y sus procesos, esas máquinas son no complejas, conforme a las tipologías aceptadas (Langton 1991; Wolfram 2002); no está probado que los modelos de esas máquinas posean capacidad de computación universal o reproducción, ni está deslindada su posición en la jerarquía de Chomsky, ni se han determinado las clases de universalidad que les son propias. (d) Este último concepto merece un tratamiento detenido. Las teorías de la complejidad, desde la cibernética y la TGS hasta las ciencias del caos, son generales y abstractas; ninguna de ellas se aplica sólo a la materia física, a la vida, a la sociedad o a un género particular de objetos. Un concepto fundamental en esas teorías es el de clases de universalidad, una idea surgida en mecánica estadística y en teoría de campo. Conociendo las clases de universali- Reynoso – Complejidad – 72 dad para un tipo de modelo se pueden hacer afirmaciones sobre ellos sin tener en cuenta los detalles de su naturaleza material, su estatuto ontológico o las disciplinas cerradas que los estudian; en lugar de buscar una solución para cada problema, lo que uno hace es buscar entre las clases de problemas aquéllas que admiten una solución común (Kadanoff 1999). Sin clases de universalidad o un principio de isomorfismo equivalente la transdisciplinariedad no es ni necesaria ni posible, salvo como intercambio informal de metáforas. No hay dichas clases en autopoiesis, pues ella por un lado presupone especificidad ontológica (rige para los seres vivientes), y por el otro no ha definido los parámetros y los rangos críticos que darían sentido a la extrapolación del concepto a otros órdenes de fenómenos; la autopoiesis sería no-universal en este sentido, y es por tanto anómala como teoría de la complejidad. (e) A pesar de lo anterior, en la larga lista de libros y artículos que han tratado el asunto en el campo discursivo no faltan autores que sindiquen la autopoiesis como teoría de la complejidad, ya sea porque sus responsables han tenido contacto personal con promotores de esas áreas, o porque uno de ellos acostumbraba recurrir a sistemas complejos, en particular autómatas celulares y redes neuronales, como forma de ilustración de sus ideas. Pero a despecho del esmerado aparato de citas auto-referentes y de insinuaciones experimentales, Varela no ha realizado ninguna contribución sustancial a ese campo (cf. Varela 1990: 85, 103; Varela, Thompson y Rosch 1992: 179, 184). Cualquiera sea su valor en otros respectos, la autopoiesis no ha jugado papel alguno en el desarrollo algorítmico o computacional en redes neuronales, dinámica no lineal, programación evolutiva, autómatas celulares, agentes autónomos, vida artificial y demás sistemas complejos. No existen instrumentos informáticos que les sean característicos, ni la complejidad como asunto teórico ha sido jamás tratada en su literatura primaria. (f) Nunca se ha elaborado una crítica rigurosa y metódica de los argumentos autopoiéticos, aunque han habido algunas tentativas parciales (Kampis y Csanyi 1985; Zolo 1986; 1990; Cottone 1989; Mingers 1990; Birch 1991; Johnson 1991; 1993; Swenson 1992; Pérez Soto 1994; Gallardo 1997; Biggiero 1998; Boden 2000; Collier 2002; Nespolo 2003). Las ideas autopoiéticas se diseminan en su propio nicho sin encontrar obstáculos reflexivos, o son adoptadas como si no fueran problemáticas por quienes encuentran razonable que se postule un lenguaje sin estructuras ni niveles de articulación, una cadena de “emergencias” sin sustento experimental, un conocimiento sin símbolos, una biología sin reproducción, una interacción sin códigos comunicativos y una mente que no está en el cerebro. El estudio que sigue no pretende dar cuenta de los contenidos propios del movimiento, ni realizar una crítica a fondo; me conformo con establecer unos pocos elementos de juicio, para proceder a su examen en un momento más oportuno. Humberto Maturana intentó analizar la forma en que los procesos biológicos dan lugar a los fenómenos del pensamiento, la cognición y el lenguaje. En el laboratorio de computación biológica de la Universidad de Illinois recibió durante algunos años la influencia de las teorías cibernéticas sui generis de Heinz von Foerster y Gordon Pask, al lado de la filosofía de Heidegger. En ese ambiente, Pask exploró antes que Maturana las condiciones de la autoorganización para el aprendizaje, el significado de la recursividad, las condiciones de la conversación y el lenguaje, y sus relaciones con la cognición (Pask 1975; 1993). Maturana es, como Bertalanffy, un biólogo de profesión, más concretamente un neurofisiólogo. Sus primeros trabajos importantes se realizaron en colaboración con Warren McCulloch y Walter Pitts, quienes sentarían las bases sobre las que luego se desarrollaría el paradigma computacional de las redes neuronales o conexionismo, uno de los contendientes en el debate de la Inteligencia Artificial (Graubard 1993; Franklin 1997; Devlin 1997). Debo puntualizar Reynoso – Complejidad – 73 que Maturana (a diferencia de Varela) se separó tempranamente de los desarrollos sobre redes neuronales, respecto de los cuales se manifestó escéptico, aduciendo que las computadoras son sistemas alo-referidos (en vez de auto-referidos) y que “no hay necesidad de imitar lo que sucede en nuestro cerebro” (Maturana 1996: 325). En un principio las investigaciones de Maturana tenían que ver con los complejos patrones de actividad entre neuronas que, según él, ocasionan hechos perceptivos, casi independientemente de los factores ambientales de estímulo (luz, longitud de onda). Maturana propuso entonces estudiar la percepción desde dentro, más que desde fuera, concentrándose en las propiedades del sistema nervioso como generador activo de fenómenos, más que como filtro o espejo de la realidad exterior. Con el tiempo iría construyendo un cuerpo de teoría concerniente a la dinámica de la vida, cuya pregunta esencial es “¿Cuál es la organización característica de los seres vivos?”. La respuesta dada por Maturana a esa pregunta es que el conjunto de los sistemas de los seres vivientes más que constructivo es auto-constructivo. El concepto principal del esquema de Maturana es el de autopoiesis, propiedad no tanto de sistemas como de “máquinas”, una metáfora que remite a la primera cibernética pero que tiene también cierta resonancia de rhizomática deleuziana. Cada tanto uno se cruza con comentarios en el sentido de que Gilles Deleuze y Felix Guattari tomaron de Maturana y Varela la metáfora de las máquinas; pero El Anti-Edipo es por lo menos dos años anterior a la presentación en público de la autopoiesis, y sus máquinas del deseo, despóticas o territoriales se inscriben en una larga genealogía de metáforas maquinales que se remonta a las máquinas célibes de Michel Carrouges de 1954 y a las megamáquinas de Lewis Mumford de 1966. Autopoiesis significa algo así como auto-producción, o auto-creación. Aquí va la enrevesada definición, citada tantas veces: una máquina autopoiética es una red de procesos de producción de componentes (transformación y destrucción) que a través de interacciones y transformaciones regenera y realiza la propia red de procesos y relaciones, que constituyen a la entidad como una unidad concreta, especificando el dominio topológico de su realización como tal (Maturana y Varela 1980: 78-79). Las unidades de una máquina autopoiética deben tener límites identificables y deben constituir un sistema mecánico con relaciones necesarias entre componentes. A poco de razonar en esta tesitura, Maturana terminará precipitándose en lo inevitable: no es el estímulo lo que determina la conducta, sino el ser viviente quien define su entorno y su experiencia. Allí afuera, dice, no hace ni frío ni calor, ni hay colores, ni ruido, ni luz; no hay ningún flujo de información entre el entorno y el ser vivo, sino que es éste quien establece cuáles diferencias o perturbaciones son significativas conforme a su estructura individual (Maturana y Varela 2003: 10). El razonamiento se asemeja parcialmente al concepto batesoniano de la “diferencia que hace una diferencia”, presentado en una conferencia de homenaje a Korzybski en 1970, así como a la bien conocida ley de Weber-Fechner, luego reformulada en consonancia con la ley de potencia por Stanley Stevens; pero Maturana nunca reconoció estas similitudes, pues lo que Bateson definía de ese modo era la información, mientras que la ley perceptual de Fechner-Stevens tiene un robusto sustento de laboratorio y está más imaginativamente cuantificada que cualquier argumentación autopoiética (Stevens 1957; Bateson 1972: 286). Ambos desarrollos, por otra parte, desmienten a la autopoiesis en un punto crítico: las constancias perceptivas observadas no son dependientes ni de los sujetos, ni de sus dominios consensuales; valen para todos los ejemplares y todas las Reynoso – Complejidad – 74 culturas. El propio Francisco Varela, tras distanciarse en malos términos de Maturana, reconoció que la fundamentación de la idea autopoiética de perturbación era insatisfactoria, conducía sin remedio al solipsismo y no permitía tratar la evolución y el cambio (MarksTawlor y Martínez 2001: 4; Varela 2004: 52, 56). Volviendo a Maturana, uno de los objetivos que él persigue es el de explicar el surgimiento de la cognición. Este conocimiento, dice, no se puede comprender a través de la forma en que opera el sistema nervioso; es necesario investigar el modo en que las actividades cognitivas son comunes a todas las especies, lo cual está determinado por el fenómeno de la autopoiesis. La vida como proceso es un proceso cognitivo, tenga o no el ser viviente un sistema nervioso. Una explicación cognitiva trata acerca de la relevancia de la acción para el mantenimiento de la autopoiesis. El dominio cognitivo es temporal e histórico: cuando decimos que “un animal sabe X”, ésta no es una afirmación sobre el estado del animal sino sobre un patrón o esquema de acciones, pasadas, presentes y proyectadas hacia el futuro. La epistemología de Maturana se opone en consecuencia al conductismo, en el cual se concibe el comportamiento de un individuo como secuencia de reacciones ante las coacciones del ambiente. No se pueden identificar estímulos que existan independientemente del organismo; por el contrario, es éste el que especifica el espacio en el que vive. Buscando retener la autonomía de los seres vivos como estrategia central, Maturana rechazó la enumeración de factores que definen la vida y evitó el uso de conceptos referenciales como “propósito” y “función”. En su lugar pone un “conocimiento” genérico, para el cual no habría diferencia dignas de nota entre una respuesta instintiva, un movimiento reflejo y un sistema filosófico elaborado. Pronto las especulaciones de Maturana comienzan a elevarse por encima de lo que alguna vez pudo sustentar experimentalmente (su ámbito de experimentación, de hecho, se restringe a las retinas de las ranas), hasta tocar lo sociocultural. Así como el individuo interactúa con un ambiente no intencional, dice Maturana, también lo hace con otros semejantes. Esto genera patrones ligados de conducta que conforman un dominio consensual, continuamente regenerado por las demandas de autopoiesis de cada interactor. Las propiedades fundamentales de un dominio consensual son las de ser al mismo tiempo arbitrarias y contextuales. La conducta en un dominio consensual se llama conducta lingüística, y los patrones cambiantes de estructuras constituyen un lenguaje. El rasgo central de la existencia humana es su ocurrencia en un dominio consensual, un dominio que existe para una comunidad societaria. El conocimiento que constituye ese dominio no es objetivo, pero tampoco es subjetivo o individual: Las diferencias culturales no representan diferentes modos de tratar la misma realidad objetiva, sino dominios cognitivos legítimamente distintos. Hombres culturalmente diferentes viven en diferentes realidades cognitivas recursivamente especificadas a través de su vida en ellas (Maturana 1974: 464). En un primer momento, entonces, no se requiere para la cognición ni siquiera un sistema nervioso; en una segunda instancia, en cambio, la cognición se define como función de una cultura, entendida a la manera idealista-particularista de Sapir-Whorf-Pike, aunque la autopoiesis presuma de determinismo y requiera algún grado de universalidad para constituirse como una teoría general. Por aquí anidan varias inconstancias y las ideas cambian bruscamente según el tema del simposio, la moda de la época, la sagacidad del periodista que interroga o el título de la compilación, pero ¿qué antropólogo compraría la idea si la cultura Reynoso – Complejidad – 75 fuese excluida? Maturana, de hecho, escribe para las ciencias blandas, pues ni remotamente es en las ciencias duras donde estas ideas podrían tener algún impacto. Maturana se ocupó de otras temáticas, pero todas descansan en la misma clase de esquema: una matriz constructivista en las que la espontaneidad y las capacidades transformacionales del sujeto (pues sus seres vivientes y organismos no son sino símbolos sustitutos de la subjetividad) remiten a un catecismo intensamente individualista, que en su celebración de la iniciativa y autonomía de las máquinas autopoiéticas ni siquiera ha previsto un lugar para la herencia biológica, ni tiene forma de distinguir entre lo innato y lo adquirido, pues ambas instancias son casos experienciales que la teoría define de la misma manera (Maturana 2004: 21-22). Es esta una visión en la cual, sin dejar de reconocer el hecho obvio de que las personas están inmersas en un medio social, cada cual encuentra, como Horatio Alger, la forma de hacerse a sí misma. También forma parte esencial de esta visión la idea de que rasgos tales como conocimiento y creencia surgen en el dominio del observador, y no son cosas que se encuentren “en” o “dentro” de los sistemas. Su consigna culminante afirma que “todo lo que es dicho, es dicho por un observador” (Maturana y Varela 1980: xix): una aseveración que tiene el tono aforístico de las ideas profundas, y en la que algunos se empeñan en encontrar sabiduría, pero que o bien tiene serias consecuencias epistémicas y ensombrece su propio punto de vista, o no las tiene en absoluto y deviene entonces una trivialidad abismal (Johnson 1993; Mingers 1994: 112). Como fuere, se trata de una tesis que no se lleva nada bien con otras igualmente totalizadoras a las que también se suscribe (“no hay nada fuera del lenguaje”, “no hay nada fuera de la mente”), ni con el hecho de que todas las máquinas de una misma especie perciben las mismas clases de diferencias, ni con la descomunal pretensión de haber desentrañado nada menos que la clave de lo viviente, la evolución, el origen del pensamiento, el lenguaje, la mente, la conciencia y la cultura (Maturana 1996: 92). Si la ciencia no puede, según él afirma, decir nada sobre la realidad, habría que preguntarse cómo hizo él para no dejar ninguna de sus claves sin elucidar. De las teorías sistémicas primigenias ha quedado un leve perfume, soterrado bajo la apoteosis no ya de la totalidad del sistema sino de la individualidad del sujeto, por más que se diga que se han tomado en cuenta las interacciones; lo más dudoso de todo este esquema es, sin duda, la pretensión de que sería de aplicación a todo lo viviente. Pienso que esa generalidad es espuria: en todo momento la categorización es emblemática de una ideología subjetivista que a las pocas páginas torna previsible todo que lo Maturana tiene que decir sobre el hombre, la sociedad y la cultura. La demostración de lo que yo le imputo se encarnará en la corriente que adopta estos axiomas y saca de ellos la única conclusión posible: la concepción pre-cartesiana de Maturana servirá de pie al constructivismo radical, que constituye la fase siguiente, desde donde se proclama ya no que la realidad es relativa al punto de vista de sujetos y sociedades, sino que es fundamentalmente inventada (Watzlawick y otros 1988; Maturana 1996). A veinte años de iniciado el momento reflexivo de las ciencias sociales, algunos autores afines al movimiento autopoiético están percibiendo que la distinción entre observadores y observados no introduce ninguna novedad respecto de la diferenciación entre sujeto y objeto alentada por el positivismo; lo único que hay de nuevo es un cambio de nombres, al lado de un señalamiento (carente de consecuencias epistemológicas efectivas) de que los observadores son a su vez máquinas autopoiéticas, lo cual es desde todo punto de vista una ob- Reynoso – Complejidad – 76 viedad (Palmer 1998: 4). La autopoiesis desarrolla asimismo el tratamiento de los sistemas observados en tercera persona, conforme a la pauta del autor omnisciente propia del free indirect speech, la forma narrativa más convencional de las ciencias sociales en general y del realismo etnográfico en particular; por tal motivo se cree ahora que la teoría en cuestión “no proporciona una fenomenología de prehensión interior, sino de cognición externa … y, por las mismas razones, no puede dar cuenta de una intersubjetividad en plenitud” (Wilber 2005). Muchos de los conceptos de Maturana están interrelacionados, pero de maneras desprolijas, cambiantes, contradictorias. Las máquinas autopoiéticas se caracterizan por su clausura operacional (vale decir, son autónomas), pero se relacionan con el exterior mediante acoplamiento estructural (o sea, no lo son tanto); están además delimitadas por una membrana, lo que excluiría de la definición de “ser viviente” a todos los vegetales que se reproducen por gajos, las colonias, la simbiogénesis, los virus, las esponjas, los líquenes, el moho del fango, los cangrejos ermitaños, un porcentaje importante de organismos inferiores y las sociedades, pero de alguna manera incluiría el fuego y las soluciones autocatalíticas (Morales 1998; Rosen 2000: 275-276; Boden 2000: 130). Según convenga a sus razonamientos, Maturana sitúa el punto crítico ya sea a nivel de la totalidad de lo viviente o del individuo, sin que exista razón formal para semejante volubilidad; de este modo, las actividades cognitivas son comunes a todas las especies, mientras que la percepción de los factores ambientales se define a nivel de la experiencia individual. Respecto de las relaciones con el exterior prodiga afirmaciones que hablan de una autonomía casi absoluta (Maturana y Varela 2003: 84), al lado de otras que expresan que los seres no son ajenos al mundo en el cual viven (p. 87, 114). Por un lado nos dice que el interior y el exterior de un organismo sólo existen para la mirada de quien observa (Maturana 1978: 41, 46; Varela 1979: 243); por el otro, afirma que es el sistema autopoiético el que realiza sus propios límites y que éstos son producto de sus operaciones, y no resultados de las definiciones del observador (Maturana 1975: 317; Maturana y Varela 1980: 81); la teoría establece primero que no hay un lenguaje observacional capaz de hablar sobre los estados internos de las criaturas, pero luego habla sin tapujos de la conciencia y los sentimientos, y hasta patrocina un cálculo de la auto-referencia. Mientras que la imagen favorita de Maturana para ilustrar sus propias ideas es la de las manos de Escher que se dibujan mutuamente (Maturana y Varela 2003: 11), yo diría que un icono más apto sería el de un codo borrando lo que la mano escribe. En cuanto a las capacidades, factores y acontecimientos de los que la teoría no puede dar cuenta (desarrollo, reproducción, biogénesis, especiación, información, comunicación, código genético, suicidio, altruismo) Maturana se las saca de encima estimándolas no constitutivas de lo viviente (p. 38). El cambio estructural y por ende la deriva evolutiva están expresamente excluidos como problemas (Varela 2004: 47). Siendo su modelo biológico incapaz de considerar la reproducción y los códigos implicados en ella como constitutivos, no es de extrañar que la biología científica haya descartado la autopoiesis como modelo viable (Brockman 2000; Luisi 2003). Inmediatamente allegado a Humberto Maturana, Francisco Varela continúa y expande estas ideas en la generación más joven, con mejor fortuna fuera que dentro de los Estados Unidos hasta su fallecimiento en mayo de 2001. Sus nuevos modelos, sesgados hacia la cognición, promocionaron en sus últimos años un enésimo candidato a encabezar las modas conceptuales que lleva el nombre de enacción y que no habré de tratar en estas páginas. En ellos Reynoso – Complejidad – 77 Varela ha estado trazando una narrativa agonística de las epistemologías, una historia de emergentistas nobles y cognitivistas perversos, congregados estos últimos en torno del Instituto de Tecnología de Massachusetts, Noam Chomsky y el proyecto de la línea dura de la inteligencia artificial, representante a su vez de “la ortodoxia de la comunidad científica” (Varela 1990: 15-16). La argumentación de Varela remite siempre (copiando capítulos enteros de un libro a otro, aunque el texto de destino sea de autoría compartida) a una historia conspirativa en la que hay una primera etapa de creación coincidente con la vieja cibernética; luego viene un segundo momento en el que el imperio contraataca, y los positivistas del movimiento cognitivo toman el poder, acaparan los subsidios y usurpan el papel de Dios pretendiendo que las máquinas suplanten al Hombre; le sigue una tercera fase en la cual el conexionismo consuma su revancha; y todo acaba con un apogeo de final abierto pero feliz, donde la enacción, su propia idea, supera y culmina todas las epistemologías de Occidente. Varela no conoce términos medios para referirse a las doctrinas que ama y a las que aborrece: el modelo simbólico de procesamiento de información le parece a él “una forma muy dogmática de ciencia cognitiva”, que en una actitud de “extremo parroquialismo” “ha ignorado soberanamente” las “valiosas contribuciones” del Biological Computer Laboratory de von Foerster, a quien llama “Heinz el Grande”, “figura memorable” y “absolutamente extraordinaria”; Marvin Minsky, mientras tanto, es para él “un grano en el culo, un arrogante hijo de perra” (Varela 1995; Brokman 2000: 154). Por otra parte, las afirmaciones de Varela respecto de los sistemas complejos adaptativos son derivativas y casi siempre erróneas, a fuerza de combinar y yuxtaponer atributos de distintos tipos de criaturas tecnológicas: en su caracterización de la vecindad de los autómatas celulares, por ejemplo, Varela asevera que cada unidad se entiende con dos vecinos, confunde las particularidades de redes booleanas con la de los autómatas celulares unidimensionales, recomienda el libro Chaos de James Gleick como bibliografía adicional sobre sistemas emergentes, caracteriza el comportamiento temporal de los agentes como una dimensión que involucra una especie de memoria histórica, y enseña que las celdas de los autómatas denotan neuronas (Varela 1990: 53-76; Varela, Thompson y Rosch 1992: 111-120). ¿Es necesario señalar que todo es inexacto? Como se verá más adelante, en los autómatas celulares las vecindades no son necesariamente duales; la vecindad mínima no comprende el estado de dos elementos sino el de tres; en las redes booleanas las conexiones (que no son vecindades) se establecen no entre celdas adyacentes sino entre agentes disjuntos; el libro de Gleick (que glorifica al SFI) no dice una sola palabra sobre autómatas, redes booleanas, conexionismo, sistemas adaptativos, cognición o emergencia; los modelos conexionistas difieren mucho de los sistemas emergentes canónicos, tanto en su propósito como en su implementación; las celdas y agentes de los sistemas adaptativos no reaccionan conforme a su experiencia fenomenológica de vida sino, más humildemente, en función de su estado actual, como buenos autómatas finitos sin memoria cuyas trayectorias son formalmente imposibles de remontar hacia atrás; y las celdas de los autómatas celulares no denotan neuronas sino cualquier cosa que se quiera que representen. Para cualquier conocedor con ejercicio en la materia resulta evidente que está faltando aquí una experiencia de primera mano, por más que los textos prodiguen alusiones experimentales, como cuando Varela reproduce ilustraciones bien conocidas de Stephen Wolfram pretendiendo que luzcan como resultados de experimentos suyos (Varela 1990: 66; Varela, Thompson y Rosch 1992: 117-118, 179, 184). Lo concreto es que Varela ni siquiera explica Reynoso – Complejidad – 78 (en un contexto en el cual sería definitorio hacerlo) qué significan las reglas binarias de tipo 01111000, 11100110, etc, que trae a colación como si su significado fuera transparente; tampoco especifica cuál es la estructura y rango de vecindad de su presunto autómata Bittorio (pp. 178-185), una entidad reseñada en páginas atestadas de incorrecciones, cuya “conducta enactiva” celular (también descripta lacunarmente) ha sido copiada de trabajos publicados por Wolfram (1983; 1984; 1994), antes que tomadas de las experiencias de Varela en algún laboratorio real5 . Varela reprueba las ideas de procesamiento de información, la programación lógica-simbólica, la perspectiva computacional del MIT, el conductismo y el modelo cognitivo representacional. Por eso debe mantener bajo sordina que los sistemas complejos adaptativos y las redes neuronales son mecanismos de procesamiento de información simbólica, que sus capacidades de computación se vinculan con las funciones booleanas en tanto operadores lógicos, que los programas que usa el mismo Varela compilan merced a las distinciones chomskyanas sobre los lenguajes formales y sus aceptadores (desarrolladas en el MIT), que el celebrado aprendizaje hebbiano de las redes neuronales es explícitamente conductista y que el proyecto conexionista reciente degeneró en modalidades de procesamiento simbólico. En la actualidad el conexionismo eliminativo que promueve Varela compite en minoría con dos movimientos rotundamente cognitivos: el conexionismo implementacional (o subsimbólico) y el conexionismo revisionista de procesamiento de símbolos, sucesor del PDP (parallel distributed processing), o escuela de San Diego (Hebb 1949; Pinker y Prince 1988; Franklin 1997: 139). Además hoy en día está claro (y probado) que “ninguna máquina puede reconocer X a menos que posea, por lo menos potencialmente, algún esquema para representar X” (Minsky y Papert 1969: xiii). Las relaciones de Varela con el modelado computacional nunca han sido afortunadas. Varela, Maturana y Uribe (1974) habían presentado un algoritmo autopoiético que supuestamente daba cuenta del mínimo modelo químico necesario para sostener de la vida y confería al modelo de la autopoiesis una robusta fundamentación. Conjeturo que el algoritmo, similar al Juego de la Vida de John Conway, fue programado por Ricardo Uribe, dado que Maturana se opuso siempre a la simulación y Varela nunca demostró en sus trabajos en solitario que dominara la técnica requerida para suministrar aunque más no fuese una descripción aceptable de un mecanismo informático. Pese a que el algoritmo autopoiético fue un intento relativamente temprano de modelado computacional, nunca pudo ser implementado por nadie; las experiencias internas del movimiento autopoiético, como las de Milan Zeleny (1977; 1978), tampoco fueron documentadas de manera que alguien más pudiera replicar los hallazgos según la práctica académica ordinaria. Nunca se publicó la totalidad del código fuente, las instrucciones en seudolenguaje o el diagrama de flujo. No se especificaron 5 Véanse las ilustraciones clásicas de Wolfram en http://www.stephenwolfram.com/publications/articles/ca/83-cellular/index.html y http://www.stephenwolfram.com/publications/articles/ca/86-caappendix/index.html. Los errores perpetrados por Varela son innumerables; los más notorios son (a) atribuir “historia” y “biografía” a elementos de sistemas basados en vecindades de Moore de rango 1 y regidos por transiciones irreversibles; y (b) imputar “autonomía” y “libertad” a celdas que están supeditadas a las reglas uniformes que un investigador quiera asignarles (Varela, Thompson y Rosch 1992: 178, 180). Ni el modelo de estados del sistema admite esa semántica, ni esa clase de propiedades puede ser emergente en esa clase de formalismo. Reynoso – Complejidad – 79 condiciones de borde, ni los mecanismos de iteración, contención y paralelismo; la definición de ligadura es indescifrable, las reglas de movimiento son inconsistentes y los dibujos que acompañan el texto (imposibles de generar con ese código) no son siquiera gráficos de computadora. En consecuencia, los esfuerzos de implementadores bien intencionados, como Barry McMullin (1997) no pudieron encontrar el nexo entre los datos experimentales suministrados y la descripción algorítmica, ni hacerlo andar de manera que justificara sus fenomenales alegaciones. Science y Nature rechazaron la publicación del reporte que incluye el programa; se publicó en Biosystems, una revista de la cual Heinz von Foerster (que intervino en la redacción del artículo) formaba parte del comité editorial (Varela 2004: 49). En suma, los intentos de McMullin (1997; 2004) y McMullin y Varela (1997) no han logrado hacer que el modelo computacional de la autopoiesis se comporte conforme a la teoría; más aún, el funcionamiento de los programas desmiente las premisas teóricas, obliga a introducir código imperativo y enmiendas teóricas de compromiso, y aún así produce avalanchas de errores no triviales. Tampoco lo había logrado Milan Zeleny, cuyos experimentos en lenguaje APL fueron cuestionados por McMullin (2004) desde dentro mismo del movimiento autopoiético. Los pocos sistemas que los partidarios dicen haber hecho funcionar en tiempos recientes son sólo calcos de programas de tipo Vida Artificial o autómatas teselares, carentes de toda especificidad autopoiética; algunos críticos, además, los han sospechado fraudulentos. Alumnos dilectos de Maturana, como Juan Carlos Letelier, Gonzalo Marín y Jorge Mpodozis (2003), por ejemplo, han encontrado que “la clausura exhibida por estos autómatas … no es consecuencia de la ‘red’ de procesos simulados, sino un artefacto de los procedimientos de codificación”. Estos autores han concluido que la descripción de la autopoiesis computacional ha sido defectuosa y que la misma teoría básica es, en un sentido fundamental, un proceso intrínsecamente no computable. También el eminente Robert Rosen (1991) coincide con esta apreciación, asegurando que los procesos que definen la vida no pueden ser computados por máquinas de Turing o implementados en máquinas de Von Neumann. Tampoco en máquinas paralelas funciona la cosa: entre los miles de reglas que circulan en Internet para autómatas celulares, o entre los procedimientos estándares disponibles para entrenamiento neuronal, no hay un solo caso tangible de formalismo auténticamente autopoiético. Dada la identidad de los algoritmos implicados, y como bien se sabe después de Von Neumann, Ulam, Conway, Wolfram, Kauffman, Rosenblatt, Bateson… difícilmente puede probarse que un sistema no computable exhiba capacidades de percepción diferencial, conocimiento, experiencia, memoria, lenguaje, aprendizaje y reproducción. Aún los partidarios ardientes del conexionismo radical han debido admitir la necesidad de procesamiento simbólico e informacional de tipo Von Neumann para implementar cualquier género de pensamiento lógico, secuencial, lingüístico, reflexivo, composicional, argumentativo y/o jerárquico (Feldman y Ballard 1982: 210; Norman 1986; Marcus 1998: 244, 276; Boden 2000: 142). Pese a no estar avalado por una sustentación experimental aceptable, el ascendiente de Varela en Francia es asombroso; ha llegado a tener un cargo de director de investigaciones en la CNRS no obstante alentar una postura constructivista que cuesta creer que favorezca a la forma normal de la ciencia. Desde allí ha logrado seducir a estudiosos de renombre, como la psicóloga cognitiva Eleanor Rosch y el filósofo Evan Thompson, lanzándolos a un proyecto de fusión entre las facciones más rígidamente conexionistas de la ciencia cognitiva y el Buddhismo Mahâyâna, interpretado en la clave sapiencial y dalai-lámica típica del orien- Reynoso – Complejidad – 80 talismo californiano, carente de los recaudos filológicos y del aparato erudito que son de rigor en estudios de religión de un siglo a esta parte. El testimonio de esta amalgama está su libro conjunto, De cuerpo presente, traducido al castellano en 1992, sin que ninguno de los textos anteriores de Rosch, algunos de ellos clásicos admirables de la psicología cognitiva, haya merecido igual fortuna. Una década atrás Daniel Dennett (1993), ligado ahora a la memética y a la psicología evolucionaria, ha formulado una crítica breve pero devastadora de esta posición, poniendo en duda que sea tan original como pretende, o que haya logrado (como él cree haberlo hecho) explicar la conciencia. La influencia de Varela ya era considerable en el gigantesco simposio en torno de l'unité de l'homme (Morin y Piattelli-Palmarini 1974), del que se derivó buena parte de los desarrollos franceses en materia de teoría discursiva de la complejidad. Ha tenido un impacto mayúsculo en la teoría new age de Fritjof Capra, así como en la sociología sistémica de Niklas Luhmann. Ha dado lugar al movimiento de la investigación social de segundo orden, con centro en España, a la metodología operacional italiana de Silvio Ceccato, a la praxis sistémica de Alemania impulsada por Hans Fischer, Arnold Retzer y Jochen Schweitzer, y a la dinámica organizacional del Centro de Desarrollo Sistémico de Sydney, dirigido por Vladimir Dimitrov. Todos estos desprendimientos entremezclan (1) la complejidad, los sistemas abiertos, el tiempo como dimensión independiente y objetiva, la evolución pre-biótica, el cambio y la irreversibilidad procedentes de Prigogine con (2) la circularidad, los sistemas cerrados, la preminencia del observador, el mantenimiento del equilibrio y los ciclos periódicos de las máquinas autopoiéticas de Maturana y Varela. Nadie se ha percatado que hay una contradicción por cada idea. Recién avanzado el siglo XXI Fritjof Capra (2003: 38-39) comienza a darse cuenta que ambas epistemologías son excluyentes, pero sin advertir todavía de que la especificidad biótica de la autopoiesis no satisface la pauta transdisciplinaria de las ciencias de la complejidad. En los Estados Unidos, la influencia de Varela y Maturana se encuentra circunscripta al interior de movimientos heterodoxos pos-batesonianos que enarbolan autopoiesis y enacción como si fueran ideas centrales a las ciencias del caos y la complejidad, cosa que resueltamente no son. Ninguno de los estudiosos que haya incidido en el desarrollo de modelos caóticos, redes neuronales, autómatas celulares o redes booleanas en los últimos veinte años ha sacado provecho de los experimentos de Varela; la bibliografía científica reciente sobre auto-organización no considera que Varela y Maturana (o von Foerster) hayan producido alguna idea señalable al respecto (Ball 2001; Shalizi 2001b; Anderson 2002; Camazine y otros 2003; Kubik 2003). De igual modo, ninguno de los científicos de primera línea ajenos al movimiento que investigan propiedades emergentes o agentes autónomos ha dedicado referencias significativas a la autopoiesis, salvo para señalar que lo que creía haber deslindado dista de haber sido resuelto; que en biología molecular se piensa que las propuestas de Varela son airy-fairy, flaky stuff; que el 99% de los biólogos serios “nunca ha oído hablar de Francisco”; que el lenguaje autopoiético no agrega nada a la fenomenología biológica; que sus afirmaciones más radicales son simples tautologías; que si se reemplazara “sistema autopoiético” por “sistema viviente” nada cambiaría de lo que ya se sabe; que la autopoiesis no lleva a ningún lugar donde no se haya estado antes; que sus diseños experimentales son inaceptables y que la imagen de los organismos como máquinas que se auto-organizan es una metáfora vieja que se remonta a Immanuel Kant (Kauffman 1995: 274; 2000: epígrafe; Kauffman y Langton en Brockman 2000: 203-208). En la única formalización existente del Reynoso – Complejidad – 81 concepto de auto-organización, Cosma Shalizi (2001b) no pudo aprovechar ni una sola idea proveniente de la autopoiesis. En sus Notebooks, Shalizi declara: He leído extensamente sus obras, comenzando con Autopoiesis, sin extraer una sola intuición distintiva o un resultado de algún valor. Lamento esto, porque todos mis conocidos que han estado en contacto con ellos dicen que [Maturana y Varela] son personas encantadoras, modestas y abiertas (http://cscs.umich.edu/~crshalizi/notebooks/self-organization.html). Mi sentimiento personal ante los textos de Maturana y Varela es de una constante frustración. Ambos prefirieron trabajar en Chile y no en Harvard durante la presidencia de Salvador Allende, y se opusieron luego a la dictadura de Pinochet; existe por ello una disonancia profunda entre las consecuencias reaccionarias de su pensamiento y su postura política. Los dos chilenos, junto con Francisco Flores, alimentaron lo que se conoce como la perspectiva neo-heideggeriana de la ciencia cognitiva, cuyo discurso no es precisamente progresista (Winograd y Flores 1986). Esta corriente se la pasa prodigando elogios a ensayos negativistas como What computers can’t do de Hubert Dreyfus (1972) disimulando el hecho de que tengan que ser reescritos cada tanto, ya sea porque las computadoras lograron finalmente las hazañas que se les suponía negadas, o porque conviene admitir que determinadas máquinas conexionistas, pensándolo bien, sí pueden hacerlo (Dreyfus 1993; Koschmann 1996). Después que, refutando las predicciones de Dreyfus, Deep Blue derrotara al gran maestro Garry Kasparov, los heideggerianos como Selmer Bringsjord se consolaron diciendo que la máquina no puede sentirse alegre por haber vencido, que la capacidad de cálculo no es más que fuerza bruta y que, contrariamente a lo que todos piensan, el ajedrez es fácil. En fin, si alguien cree que la postura de los heideggerianos tiene alguna plausibilidad, es porque aún no ha leído la crítica demoledora de Seymour Papert (1968), escrita como ejercicio de precalentamiento mientras concebía Perceptrons (Minsky y Papert 1969). De todas maneras, la limitación esencial de los aparatos (la imposibilidad de desarrollar un sentimiento del yo y una autoconciencia), ya no es más relevante para establecer su contraste con el sujeto humano después que Varela decidió hacerse buddhista. Mientras Varela escribe con fluidez, la escritura de Maturana se encuentra más allá del filo del caos; sus frases sustantivizan los infinitivos (“el lenguajear”, “el vivir”, “el operar”, “el acontecer”, “el explicar”¼), como si la trascendencia de lo que expresan justificara esa rudeza comunicativa. Se ha dicho que el vocabulario autopoiético es “característicamente opaco”, que está preñado de “excentricidades teóricas”, que su escritura es “pobre y tautológica” y que habla un lenguaje oscurantista incomprensible, notoriamente difícil de traducir a expresiones argumentativas de la ciencia normal (Gallardo 1997; Palmer 1998; Boden 2000: 123; Lynn Margulis en Brockman 2000: 207-208). Su sintaxis funciona, además, conforme a un extraño principio de analogía; desdeñando la enseñanza de Bateson sobre los tipos lógicos y el metalenguaje, sus oraciones entran en bucle cada vez que les toca referirse a fenómenos recursivos, lo cual ocurre prácticamente todo el tiempo: Los estados del sistema nervioso en tanto que unidad compuesta son relaciones de interacciones entre sus componentes, aunque, al mismo tiempo, es mediante la operación de las propiedades de sus componentes que el sistema nervioso interactúa como entidad compuesta. Más aún, la estructura y el dominio de estados del sistema nervioso cambian al cambiar las propiedades de sus componentes como resultado de los cambios provocados en ellos por sus interacciones. Debido a esto, al cambiar la estructura de los componentes del sistema nervioso como resultado de sus interacciones, cambian la estructura y el dominio de los es- Reynoso – Complejidad – 82 tados del sistema nervioso integrado por componentes también cambiantes, y esto sucede así al seguir un curso que depende de la historia de sus interacciones (Maturana 1996: 54). Maturana no ha querido proporcionar el atajo para expresar no recursivamente los procesos recursivos, y es por ello que se enreda en la circularidad perpetua de máquinas a las que describe en su mismo nivel de tipificación. Hay una diferencia sutil pero crucial entre recursividad y circularidad: una definición recursiva se refiere a otra instancia de la misma clase; una definición circular define algo en función de lo mismo; aquélla es una poderosa idea; ésta es y será, en cualquier paradigma lógico, la falacia más torpe de todas (Hofstatder 1992). A falta de una especificación adecuada, las presuntas recursividades de Maturana califican como lo que parecen: circularidades, o más bien linealidades en redondo. Aunque los autopoiéticos afecten sensibilidad a los matices, cada factor de su teoría y de su práctica que involucre una decisión epistémica importante es inherentemente predecible; sin importar cuál sea el experimento que se lleve a cabo, la interpretación de los resultados está definida de antemano. Se puede apostar que esos autores estarán siempre a favor de un lenguajear whorfiano sin atributos antes que de las gramáticas formales de la lingüística; del constructivismo contra el conductismo; de lo subjetivo a expensas de la objetividad; de una emergencia inexplicada en contra del procesamiento de la información; de von Foerster y Gödel en vez de Wiener y Turing. Nunca nos sorprenden concediendo alguna razón a sus adversarios, admitiendo un atolladero o adoptando un auténtico término medio. Siempre deciden sus elecciones conforme a patrón idéntico, sin encontrar jamás un obstáculo, sin dudar alguna vez, persuadidos de que una perspectiva como la suya goza desde el vamos de una excelencia moral inaccesible a los científicos vulgares. Y siempre caen en el constructivismo más irreflexivo, que gusta ilustrar su postura afirmando, típicamente, “no podemos afirmar que exista esa pared”, argumento formalmente idéntico a “nadie puede asegurar que ha habido un holocausto”. El ambicioso esquema de Maturana y Varela, ejemplar culminante de una narrativa que todo lo explica, articula (distinción observacional e interacción mediante) las “emergencias” que se necesitan en los lugares que hacen falta, a lo largo de las jerarquías que van desde las moléculas orgánicas hasta el conocimiento, el lenguaje y la cultura. Nadie se detiene a pensar que cada emergente específico debería ser demostrado por vía experimental, razón matemática o evidencia empírica, conforme es práctica para los fenómenos de emergencia en cualquier ciencia de la complejidad. No se requiere mucho escrutinio para advertir que esa demostración no existe. También falta, a propósito de lo que argumentan sobre la cultura y el lenguaje, el más mínimo examen del estado del conocimiento en antropología, psicología o lingüística. Como es objetivamente palpable que en los puntos de inflexión críticos faltan explicaciones no circulares y pruebas no tautológicas, los autores redefinen objetividad y explicación conforme a las necesidades del modelo, alegando que la circularidad de sus definiciones constituye su principal virtud (Von Glasersfeld s/f; von Foerster en Pakman 1991: 89; Varela 2004: 45-46). También definen “conocimiento” o “conciencia” como conviene a su argumento, de manera tal que después los acólitos puedan decir que sus maestros han explicado la conciencia o el conocimiento, haciendo como que olvidan que las definiciones son otras (p. ej. Behncke 2003: xix, xxiii). Es que los seguidores de la doctrina son en verdad incondicionales; a algunos de ellos (como los de Oikos.org) les parece un toque de grandeza que Maturana jamás mencione a nadie que no sea él mismo. Reynoso – Complejidad – 83 Mientras en la ciencia común la disidencia es norma, conozco pocos antropólogos posmodernos o interpretativos que no estén en lo esencial de acuerdo con Maturana y Varela; es este conformismo lo que motiva mis reservas. Mi problema con la autopoiesis no es su oferta conceptual, sino la demanda existente de esa clase de argumentos reconfortantes y su circulación en el interior de una cofradía de afines que se identifican por su argot en clave, se sienten radicales, se atribuyen mutuamente la categoría de genios en cada Festschrift u obituario que escriben y no admiten nada que venga de afuera. Su autopoiesis y su enacción proporcionan una nomenclatura de recambio y un mito de fundamentación para que muchos expresen con las palabras cambiadas lo mismo que siempre estuvieron pensando, creyendo ahora que están en comunión con la complejidad y en posesión de una sabiduría singular. Incluso profesionales no posmodernos se han sumado a la caravana y suponen que la autopoiesis armoniza con las ideas de Prigogine o las teorías del caos, aunque no exista ninguna relación esencial entre ellas, y a despecho de que Prigogine haya establecido rotundamente su oposición a cualquier conato de constructivismo (véase Mier 2002: 86-87; Prigogine 1998: 25, 26, 37, 76; Spire 2000: 70, 85). Ante las críticas, los autopoiéticos tienen armadas dos variedades de réplica; las respuestas de Tipo 1 consisten en impugnar las capacidades de discernimiento y comprensión de quienes los cuestionan, o imputarles mala voluntad, en vez de poner en duda la competencia de sus propios discursos para comunicar y demostrar en la forma que la ciencia acostumbra hacerlo (Glasersfeld s/f; Maturana 1990; Pérez Soto 1994; King 2001; Varela 2004: 47-49). Las respuestas de Tipo 2 consisten en mover el vértice de discusión ya sea hacia el dominio conceptual del observador o hacia el de lo observado, lo que acarrea que el crítico deba aceptar la relevancia de esa distinción en los términos en que los autopoiéticos deseen establecerla (Maturana 1991). En suma, la autopoiesis no agrega nada que sea (simultáneamente) interesante, original y verdadero a la discusión contemporánea sobre las problemáticas de la complejidad. De los formidables recursos institucionales y del ritmo frenético de producción de textos que han caracterizado desde siempre a estas teorías, yo hubiera esperado al menos un caudal de ideas más imaginativo y una epistemología menos insidiosa.   

 

 

Ya estamos en la tercera ronda del juego, el primer narrador he sido yo y elegí  casualmente  a mi hijo como Claudio , ya sabemos que el verdadero Claudio es el narrado que divide al pueblo y  así lo une es el enemigo común ¿Por qué mi hijo? ¿No es acaso el al que designo siempre como el enemigo común en mi seno familiar? La primera ronda es un éxito logran descubrir a mi hijo y todo se alegran, la primera parte en el camino que he trazado es caos, el grave problema con ese caos es que mi familia se reprime, claro si no lo hicieran yo tendría que reprimirlos para que  funcione el juego más que genial sería que en ese caso se traspasaran hasta constituirse como un biotejido esto no sucede,  luego yo relentiso el movimiento   y pasan a expresar sus argumentos formalmente, me sorprende como mi hija mayor puede argumentar, mi familia no argumenta el único capaz es el medico que encima su argumentación esta carga de ironía, mis hermanos y yo hacen algo distinto develan sus emociones, pueden jugar con su máscara psicológica, así muestran sus sentimientos, esto requiere de valor y de verdad pero es un engaño, ¿Son conscientes mis hermanos de este engaño? O ¿Se creen su propio engaño?   

 

El segundo narrado ha sido mi hermano, no le interesa ganar el juego lo que le interesa es que todos nos divirtamos empezando siempre por él, tampoco está  atento a lo que se dice o se deja de decir, el disfruta sobremanera ese vendaval de energía que se produce, ese libido activo, pero ¿Qué  tan consciente es de eso?

 

 https://www.youtube.com/watch?v=-aUg5FX6Rqc

         

El deseo no como carencia sino como producción, esa energía que se produce en las barras cuando hinchan por su equipo de futboll solo es explicable por el deseo como producción, cuando mi hermano hace pasar como narrador al lado consciente de un razonamiento formal, el mismo se aburre, en su ronda así todo se descubren a  los claudios, el medico que mato a mi hija menor y el parrillero.

 

     Aquí varias cosas con la figura del médico, en mi ronda lo mataron siendo un aldeano ¿Por qué lo mataron? Yo supongo porque muestra inteligencia y por lo tanto puede ser un  Claudio peligroso. ¿Pero acaso no podría ser también un aldeano crucial para descubrir a los lobos?  Pero el miedo lleva a la acción mi familia es impulsiva ye l objetivo es claro descubrir al lobo y terminaron matando al inocente. En la segunda ronda la de mi hermano fue lo mismo, otra vez matan al más inteligente, cero reflexión pero esta vez sí  dieron con el Claudio.

¿Ahora porque el medico Claudio mato a mi hija? 

Antes se había producido una coversación sobre la hija mayor del medico que también es medico , ella está destacada en una provincia de Ayacucho donde las pulgas se la han comido y donde ella ejerce muy a su pesar un puesto de autoridad, pues bueno en ese puesto ella ha demostrado valor, salvando la vida de un niño, ella se encuentra en mido de la contradicción del sistema de salud y en esta oportunidad ella resuelve la contradicción a favor del pueblo , bien se habría podido lavar las manos y no hacerse cargo, como hace la gran mayoría del sistema de salud. Esto lo celebra su padre, pero deja en claro que la otra opción es viable, el no entrara en romanticismo con su carrera    pero tampoco dejara de ayudar cuando pueda evaluando costos beneficios, yo no pienso que el medico este en el centro de la contradicción  yo pienso que él es parte de la contradicción al ser parte del sistema, el que esta ene l centro es el poblador, al menos que el medico se atreva   a ponerse del otro lado, cosa que no hará  el esposo de mi tía, el puede ironizar pero el acepta al narrador y a su movimiento desintegrador.

 

   ¿Ahora porque el narrador hace este movimiento?  ¿Por una maldad elegida libremente o consustancial al narrador?  Yo no lo creo, pienso más bien que el narrador es decir aquel que configura el sistema lo hace por una búsqueda del bien, no hay como unir a la gente más que con un enemigo común, pero si bien esto traerá un bien primero luego se autodestruirán en la búsqueda del lobo y es aquí donde el que configura el sistema puede dejar el poder pero no lo hace y entonces la maldad es elegida, así  intente justificar su movimiento, él ha elegido ser un maldito, en este caso mi hermano no eligió  esto, el disfruto del juego no busco ganarlo.

 

El caso de mi hermana es distinto, ella busca ganar como de lugar elige muy bien sus Claudios a su hijo mayor un niño de 11 años y a la prima organizadora que ahora juega en un perfil bajo algo la oprime ¿Su padre, su madre, su esposo? Yo la mate en mi ronda, murió también entre las primeras en la ronda de mi hermano, pero ahora ganara el juego, siempre mi hermana desmostrando competencia buscando reconocimiento queriendo ganar a como de lugar, ¿Realmente desea configurar el sistema       y estaría dispuesta a llevar hasta las últimas consecuencias el movimiento del espíritu desintegrado? 

 

En la ronda de mi hermano hasta hubo una confusión de lobos, la novia pensó que ella era Claudia  cuando lo era el parrillero.  

 

¿Cuánto tiene que pasar para que se den cuentas que nadie puede ganar este juego excepto el narrador?, el cual debería estar confrontado con su conciencia o perderla del todo, empecemos a alterar el juego, pongámosle otros roles la vidente, la bruja, el cazador, el cupido, el ladrón y sobre todo los enamorados con los cuales construiremos nuestra cibernética del tercer orden.

 

https://www.youtube.com/watch?v=OkK9zW1BnyY

 

 

Pero vayamos pasando dentro de una cibernética de primer orden a heterogeneidades, a morfogénesis haciendo funcionar otras funciones para luego independizar cada función y que cada una sea autopoiética, esto nos librara del supuesto narrador externo, que siempre s interno solo que nosotros teníamos una noción de verdad, donde era posible una objetividad más allá  de todo el sistema, pues bien esa objetividad no existe nosotros construimos el sistema, esto no quiere decir que no hay una realidad, toda construcción es una develación, así el ser de lo uno de la conciencia como el ser de la diferencia de la existencia se van develando    de hecho si lograran una develación el sistema se disolvería  pero aun el espíritu desintegrado en una cibernética de segundo orden sigue trabajando cada uno auto referencialmente configura a su enemigo para que pueda funcionar el sistema pero para comprender esto se necesita de más teoría y de ya no solo mencionarla sino profundizar en ella, que es lo que haremos con la teoría de Niklas Luhmann   más adelante por ahora  terminemos de darnos una idea de la cibernética de segundo orden, que es en esta cibernética que la teoría de Luhmann se realiza.  

 

2.5.4 – La realidad negada: Constructivismo radical Se planteaba hace un tiempo Jorge Wagensberg: [L]a complejidad de los objetos de nuestro interés puede llegar a desanimarnos a la hora de una rigurosa observación de tales principios. ¿Cómo ser realistas al abordar, por ejemplo, el estudio de la propia mente?, es decir, ¿cómo separar la mente de sí misma? ¿Cómo ser determinista al estudiar el caprichoso comportamiento de un ser vivo? ¿Cómo experimentar cuando diseñamos un programa macroeconómico a largo plazo? En tales casos, y si mantenemos nuestra pretensión de elaborar conocimientos en forma de leyes, los principios del método científico deben forzosamente relajarse. Por este procedimiento, por el procedimiento de ablandar el método, la ciencia deriva hacia la ideología. La esencia de la ideología ya no es la investigación, sino la creencia. De este discurso se infiere que hay que rellenar con ideología todos aquellos agujeros que la ciencia deja vacíos (Wagensberg 1992: 12). Como acostumbra decirse, un vaso colmado hasta la mitad se puede ver como medio lleno o medio vacío. Se puede creer, con Wagensberg, que en la naturaleza no todo es factible, que de todos los sucesos posibles que podrían ser no todos son, que las leyes científicas son Reynoso – Complejidad – 84 limitaciones que restringen el caos, o por el contrario se puede entrar en pánico frente al azar y considerar que las leyes tienen poco sentido, o que ya no son leyes en absoluto. En disciplinas y escenarios donde la causalidad se diversifica, aparecen cantidades inciertas y dimensiones fraccionarias, o donde las matemáticas son tabú, es de esperar que las ciencias de la complejidad degeneren en pantallas proyectivas en las que el investigador se consagra a maximizar la ideología y encontrar sólo lo que le satisface. Tomando como punto de partida los principios de la autopoiesis, una conclusión ineludible es que el sujeto-observador, máquina autopoiética por excelencia, no sólo responde creativamente al estímulo, sino que es la pieza esencial en el juego que lo genera. Es el principio de construcción de la realidad (el viejo construccionismo), sólo que llevado a su extremo: la realidad es inventada, no ya por sociedades sino por sujetos cognoscentes en interacción. A partir de allí esta idea, que en su forma más extrema recibe el nombre de constructivismo radical, no versa sobre otra cosa que sobre sí misma, aportando uno tras otro raudales de elementos de juicio que supuestamente la corroboran. No vale la pena referirlos en detalle, ni ceder a la tentación de refutarlos. Entre esos elementos están todos los que cabe esperar: las viejas ilusiones ópticas de la psicología de la Gestalt, la subjetividad de las sensaciones, los dilemas filosóficos de la causalidad y del primer motor, la paradoja de Epiménides, el punto ciego, la indeterminación cuántica, el gato de Schrödinger, la recursividad, la participación activa del ser vivo en la percepción de las formas, la relatividad contextual de la deixis, la semiosis infinita, la arbitrariedad de los signos y hasta los números imaginarios. Ni siquiera se trata ya de proporcionar una epistemología para abordar las realidades complejas, por más que una gran narrativa teórica (la teoría de las estructuras disipativas) haya estado ligada a los orígenes del movimiento, y por más que los fundadores de la formulación constructivista hayan estado expuestos a su mensaje. La realidad para ellos no es compleja; tampoco simple, porque no es real. Los textos del movimiento llevan nombres tales como La realidad inventada (Watzlawick y otros 1988), ¿Es real la realidad? (Watzlawick 1994) o La realidad: ¿objetiva o construida? (Maturana 1996). Hay por cierto matices, diferencias y formas débiles dentro de la escuela; Maturana, indignado, a veces finge que detesta el constructivismo (Halperin 1992); otros miembros del grupo se jactan de su diversidad interna enumerando variantes (a razón de un pensador por corriente), mientras otros sobreactúan su condena al solipsismo como si éste fuera mucho más feo o algo muy distinto. Pero ni aún de la variedad minimalista puede decirse que haya sido argumentativamente necesaria o científicamente fecunda. No quiero pasar por alto la oportunidad de documentar que la tesis central del constructivismo (junto con la prioridad del observador de la autopoiesis) se encuentra en abierta oposición a convicciones cardinales de Ilya Prigogine. Decía éste: La idea de una omnisciencia y de un tiempo creado por el hombre presupone que el hombre es diferente de la naturaleza que él mismo describe, concepción que considero no científica. Seamos laicos o religiosos, la ciencia debe unir el hombre al universo. El papel de la ciencia es precisamente el de encontrar estos vínculos, y el tiempo es uno de esos. El hombre proviene del tiempo; si fuese el hombre quien creara el tiempo, este último sería evidentemente una pantalla entre el hombre y la naturaleza (Prigogine 1998: 26). Y también: Reynoso – Complejidad – 85 En la cosmología que acabo de exponer, es la totalidad la que desempeña el papel determinante. El hecho singular, individual, sólo se vuelve posible cuando está implicado en semejante totalidad (Prigogine 1998: 76). Cuando se pidió a Prigogine que escribiera la frase que sintetizaba su pensamiento en la pared de la Universidad Lomonosov de Moscú, no titubeó en escribir: “El tiempo precede a la existencia”. Insistió en ello infinidad de veces, pues para él el tiempo es un “absoluto” que precede a toda existencia y todo pensamiento (Spire 2000: 70; Prigogine y Stengers 1991: 183, 187). Prigogine coincidía con Einstein en que las leyes de la física no pueden depender de la subjetividad de un observador humano. Suscribía también a la idea de Max Planck que establece que las dificultades de la segunda ley de la termodinámica residen “en la naturaleza observada, y no en el Observador” y que la necesidad de la experiencia humana para deducir la ley “es inmaterial” (Gustafson 2003: 10; Prigogine 1997: 35). Ahora bien, si Prigogine discrepaba de tal manera con los autopoiéticos y los constructivistas, habría que preguntarse por qué permitió que ellos presentaran sus ideas como afines a su pensamiento, en el que hay un concepto tan firme de la realidad y del papel de la ciencia frente a ella. Visto como una trayectoria desde la ideas de Prigogine hasta una filosofía que toma la decisión de impugnar el mundo, el constructivismo se puede entender como la forma más drástica de rehusar los problemas de la complejidad que aquéllas definieran: dejar de plantearlos, o directamente negar que exista algo objetivo acerca de lo cual hacerlo. Dado que el constructivismo ya no se ocupa de asuntos que tengan que ver con la complejidad (o con la cultura) de un modo científicamente útil, prescindiré de discutir aquí las ideas que han formulado. Basta decir, como elemento de juicio de valor diagnóstico, que los posmodernos de mayor renombre no han mostrado hasta hoy ningún entusiasmo por sus formas radicales, a pesar de sus afinidades ideológicas. El recelo de los líderes posmodernos frente al constructivismo es comprensible: hasta la autopoiesis, inclusive, cualquier argumento heterodoxo llevaba agua a sus molinos; pero el constructivismo no les deja ni siquiera el consuelo de simulacros disponibles para deconstruir. Ya no hay nada de lo cual hablar, ni qué decir. ¿Alguien puede imaginar un posmoderno guardando silencio? 2.5.5 – Estructuras disipativas en la cultura: Adams Las ideas de Ilya Prigogine en torno de las llamadas estructuras disipativas y de los sistemas alejados del equilibrio fueron aplicadas en antropología por Richard Newbold Adams. Esta extrapolación se desarrolló en dos etapas. La primera está representada por el libro de Adams Energía y Estructura. Una teoría del Poder Social, publicado en 1975. El motivo principal de este libro se funda en la extrapolación hacia el estudio de la dinámica del poder de la segunda ley de la termodinámica. Adams comienza argumentando que en el paradigma de la dinámica clásica (que es un modelo mecánico), el cambio servía siempre para restablecer el equilibrio, y las teorías del equilibrio tienden en general a proponer procesos reversibles: la formación de cristales, la oscilación de un péndulo. La segunda ley de la termodinámica (que está inserta en un modelo estadístico) propone un estado de cosas diferente: aduce la existencia de otros procesos, unidireccionales e irreversibles. Cuando se quema un combustible no hay manera de recombinar la energía perdida en el calor atmosférico y volver a obtener lo que se tenía antes. La materia y la energía no son intercambiables, pues entre ambas se interpone cierta degradación o entropía. La concepción del universo surgida a la luz de la termodinámica se refiere a un agregado masivo de formas Reynoso – Complejidad – 86 de energía que paulatinamente se están agotando, en un camino irreversible hacia el colapso final. Pero no es posible (dice Adams) que una ley tan lúgubre sirviera para explicar eventos expansivos, como parecía ser la civilización tras la revolución industrial. A principios del siglo XX la teoría darwiniana de la evolución se unió a la segunda ley de la termodinámica para explicar por qué en lugar de seguir un proceso de degeneración caótica las especies vivientes tienden hacia formas de existencia cada vez más organizadas, expansivas y complejas. Alfred Lotka (quien formuló inicialmente estas teorías) sostuvo que esta aparente violación de la segunda ley de la termodinámica se debía a que las especies utilizaban cantidades cada vez mayores de energía, extrayéndola del medio ambiente. Las especies que gastan mayores cantidades de energía poseen ventaja sobre las que consumen menos, las que en general tienden a convertirse en sus presas. Algunos antropólogos de las décadas de 1940 y 1950 congeniaron con estas ideas, como fue el caso de Fred Cottrell y sobre todo Leslie White. Después de la Segunda Guerra se comprendió que no son las especies las que constituyen las unidades de supervivencia, sino los sistemas de especies en el contexto de su medio ambiente. Esta es la clave del modelo ecosistémico, elaborado en ecología humana y animal por Howard Odum, Ramón Margalef y otros autores. La segunda etapa en la aplicación de las estructuras disipativas en antropología por parte de Adams se desarrolló después que éste conociera personalmente a Ilya Prigogine e intercambiara ideas con él en la Universidad de Texas en Austin. Esa experiencia aparece reflejada en un segundo libro, editado inicialmente en México en 1978, llamado La Red de la Expansión Humana. Lo primero que seduce a Adams es la ruptura de Prigogine con la física newtoniana, columna vertebral de la dinámica clásica. Prigogine sostenía que ni la dinámica ni la termodinámica por separado eran suficientes para explicar el surgimiento de nuevos sistemas. Se hacía necesario un tercer campo teórico, y éste se constituyó alrededor de los sistemas que se encuentran lejos del equilibrio. Este nuevo modelo integra determinismo e indeterminismo como cualidades de fases concretas del proceso de cambio en sistemas alejados del equilibrio, caracterizados como estructuras disipativas. Un rasgo central de una estructura disipativa es que necesita un insumo constante de energía para mantenerse; la falta de insumo provoca, paradójicamente, la disipación de la propia estructura. En el transcurso de su existencia, las estructuras disipativas manifestarán una condición homeostática, o sea un estado estable. La duración de este estado puede variar, pero en los sistemas vivos debe durar, desde luego, el tiempo necesario para su reproducción. El tamaño y la forma de cualquier estructura estarán determinados por la cantidad de energía que fluye a través de ella; pero algunas estructuras, como los organismos vivientes, poseen mecanismos de control interno que limitan el tamaño final, permitiendo que su crecimiento estructural sea previsible en líneas generales. Hasta aquí todo bien, sin duda; el problema es que sólo hasta aquí se llega. Adams no es, según los indicios, un teórico laborioso; la dimensión metodológica de su modelo está sin desarrollar. ¿Cómo podría identificarse una estructura disipativa en una investigación empírica? ¿Qué se puede hacer con los fenómenos culturales, aparte de ratificar una teoría física? Adams no consigna indicadores ni criterios para mapear el paquete conceptual contra la realidad. El antropólogo que piense seguirlo en su aventura paradigmática no dispone de guías de operacionalización, sino a lo sumo de unos cuantos ejemplos de sociedades que consumen energía de una forma u otra. Desde ya, muchos de quienes teorizan en otras escuelas antropológicas han sido tan reacios como Adams en lo que concierne a enseñar cómo se despliegan los métodos que les son propios; pero ésta es una falla grave en una forma Reynoso – Complejidad – 87 teórica cuyo valor fundamental debería ser la fuerza operativa. El beneficio que se obtendría adoptando el concepto de estructuras disipativas frente a otras opciones funcionalistas o ecosistémicas no parece entonces muy sustancioso, salvo por el placer de dar nuevos nombres a viejas categorías. En toda la propuesta no hay nada que se parezca a una formalización, y la única garantía científica que subsiste es la satisfacción de saber que el creador de la idea originaria ha sido merecedor de un premio Nobel. Hay algo que tampoco convence en la relación que establece Adams entre la sociedad humana en su conjunto y las sociedades particulares. Él dice que las sociedades difieren en cuanto al tiempo necesario para asegurarse los insumos, mantener el flujo de energía y reponer las formas esenciales que son necesarias para la vida en una sociedad particular. Este “costo energético de la producción” es un elemento cardinal, dice, en la trayectoria vital de cualquier estructura disipativa, porque cuando llega a ser equivalente a los insumos de la estructura ya no hay posibilidad de expansión y crecimiento. Por la manera en que presenta este argumento, parecería que existen posibilidades de focalizar el análisis en sociedades particulares, lo cual no es consistente con su propuesta de que la unidad analítica, la estructura disipativa, es la totalidad de la especie humana. Los críticos de la postura de Adams desde la ecología cultural aplaudieron la intensidad de su esfuerzo, pero también cuestionaron que concentrase su interés en el estudio necesariamente especulativo de la emergencia del poder político y las clases sociales, en lugar de indagar a la luz de los nuevos modelos las relaciones entre los humanos y el ambiente. Al tomar esa decisión, dicen, ha perdido una preciosa oportunidad para analizar las implicancias de la teoría ecológica en la evolución cultural (Abel 1998: 17). El último gran tratado prigoginiano de Adams es El octavo día (2001), escrito hacia 1988. Aunque su elaboración teórica es más espaciosa, el texto, que al lado de las estructuras disipativas incorpora un poco de autopoiesis, impresiona como fruto de un monismo reduccionista en el cual el consumo de energía es la única variable a considerar en un universo en perpetuo proceso evolutivo. Adams tampoco percibe la discordancia entre las ideas de Prigogine (sistemas alejados del equilibrio, generalidad, totalidad, irrelevancia del observador, realidad objetiva) y la autopoiesis (máquinas homeostáticas, especificidad biótica, autonomía, primacía del observador, realidad inventada). Ocupado en escribir sus cuatrocientas páginas, Adams tampoco tiene tiempo esta vez de desarrollar ejemplos, ni de implementar métricas. Sabiéndose en falta, pide disculpas por ello (p. 30). En síntesis, Adams no consuma ninguna sistematización, salvo que se entienda por ello un conjunto desordenado de analogías circunstanciales entre propiedades adscriptas por los científicos a dichas estructuras y un paquete de rasgos indistintamente reconocidos en la sociedad humana en su conjunto, en sociedades particulares, en algunos aspectos de todas las sociedades o en unas pocas características de alguna sociedad en particular. 2.5.6 – Paisajes mentales : El Modelo de Maruyama Magoroh Maruyama, profesor de Ciencias Administrativas de la Universidad del Sur de Illinois, fue el creador de la segunda cibernética, que no ha de confundirse con la cibernética de segundo orden de Heinz von Foerster (Maruyama 1968; Foerster 1973). Mientras aquélla se basa en el concepto de alimentación hacia adelante en detrimento del feedback negativo, ésta desplaza el interés por los sistemas observados de la primera cibernética hacia los llamados sistemas observadores. En 1980, Maruyama publicó en Current Anthropology Reynoso – Complejidad – 88 un artículo titulado “Mindscapes and Science Theories” que produjo una respuesta destemplada por parte de sus comentaristas. En ese ensayo Maruyama procuró correlacionar diferentes metatipos causales en teoría científica con tipos epistemológicos o paradigmas a los que bautizó mindscapes. En las diversas teorías sociales y biológicas de la actualidad, dice Maruyama, se pueden reconocer cuatro formas distintas de concebir la causalidad: 1) Los modelos causales no-recíprocos, en los que las relaciones causales pueden ser probabilistas o deterministas, pero en los que no hay bucles de realimentación, obedeciendo sus relaciones causales al principio de la transitividad. En estos modelos la evolución se caracteriza como la supervivencia de los más aptos a través de la competencia y por la idea de que todas las civilizaciones siguen el mismo camino evolutivo y, en consecuencia, algunas son más avanzadas o más infantiles que otras. Condiciones similares conducen a resultados similares. Estos modelos coinciden con los que otros autores consideran modelos mecánicos. 2) Los modelos independientes de los sucesos, en los que los estados más probables de un conjunto obedecen a una distribución al azar de sucesos independientes, no demasiado estructurados. En estos modelos la evolución procede por cambios al azar. La estabilidad está puntuada por cambios súbitos en direcciones impredecibles, a los que siguen períodos de estabilidad. No hay una dirección evolutiva coherente. Estos modelos estocásticos se asemejan a los que en este libro hemos llamado modelos estadísticos. 3) Los modelos homeostáticos con bucles causales, en los que las relaciones pueden ser probabilistas o deterministas y pueden además formar bucles; en estos modelos las estructuras y los patrones de heterogeneidad se mantienen mediante esos bucles. Estos modelos se utilizaron después de la Segunda Guerra y eran congruentes con la teoría económica tradicional del equilibrio y con la antropología funcionalista. En estos modelos la evolución es el resultado de interacciones entre elementos heterogéneos. Para una condición dada (espacio, energía, temperatura, materiales orgánicos disponibles) la evolución procede a través de una configuración estable de interacciones o ciclos. Cada cultura se adecua a sus condiciones locales y alcanza un estado que, si es satisfactorio, perdura. Los cambios se deben a influencias procedentes del exterior o a invenciones ocasionales. Condiciones distintas pueden llevar a los mismos resultados, y viceversa. 4) Los modelos morfogenéticos con bucles causales, en los que bucles probabilistas o deterministas pueden incrementar la heterogeneidad, generando patrones de relaciones entre elementos heterogéneos y elevando el nivel de sofisticación del sistema. En este modelo la evolución puede ser continua; dado que los cambios pueden ser amplificados por bucles causales, existen muchas direcciones evolutivas posibles, aún dentro de un mismo conjunto de condiciones. Según Maruyama, existen cuatro tipos epistemológicos o mindscapes correspondientes a los metatipos causales que se han descripto: Tipo Componentes Relaciones entre componentes Proceso H Homogéneos Jerárquicas Clasificacional I Heterogéneos Individualistas Al azar S Heterogéneos Interactivos Homeostático G Heterogéneos Interactivos Morfogenético Tabla 2.4 - Mindscapes Un mindscape es una estructura de razonamiento, cognición, percepción, conceptualización, diseño, planeamiento y elección que varía de uno a otro individuo, profesión, cultura o grupo social. No existen los tipos puros, naturalmente, y siempre hay un poco de mezcla. La mayor parte del artículo de Maruyama consiste en una caracterización de los mindscapes tomando en cuenta sus respectivas filosofías, éticas, prácticas de toma de decisiones, políti- Reynoso – Complejidad – 89 ca ambiental, valores, principios estéticos en diseño urbano, elección de alternativas de arquitectura, actividad social, religión, causalidad, lógica, conocimiento, percepción y cosmología. El cuadro no admite demasiado resumen, pues su estructura radica en el detalle de sus enumeraciones; vale la pena reproducirlo en extenso, omitiendo algunas categorías sin interés antropológico directo. Tipo H: Filosofía general: Las partes están subordinadas al todo. Hay una forma de hacer las cosas que es la mejor. Los principios universales se aplican a todo. La sociedad consiste en categorías, estructuras, infraestructuras, superestructuras. Ética: Los poderosos dominan a los débiles. Lo que gana un individuo lo pierde otro (suma cero). Las decisiones deben tomarse contando los votos (la cantidad decide) o por consenso (se presume la existencia de una solución mejor para todos). Lo que beneficia a muchos es mejor que lo que beneficia a pocos. Las minorías se pueden sacrificar (efectos colaterales). Los que no son estándar son anormales, desviados o delincuentes y se los debe castigar o eliminar. Política ambiental: Como lo que gana uno lo pierde el otro, o se beneficia la industria a expensas del ambiente o se protege al ambiente en contra de la industria. Valores: Los valores se ordenan en un rango y este rango es válido en todas las culturas porque la naturaleza humana es igual en todas partes. Se puede aplicar a todas las culturas una misma lista de “necesidades humanas básicas”. Religión: Hay un creador omnipotente, omnisciente y perfecto, que diseñó el universo y lo controla. La obra misionera consiste en convertir a los demás. Todas las religiones honran a los mismos dioses bajo diferentes nombres. Otra versión de este tipo (por ejemplo en India o en la teología de Teilhard de Chardin) afirma que todo concurre hacia una unidad final. Causalidad: Dos cosas no pueden causarse mutuamente. Muchas cosas pueden causar una sola, y una sola puede causar muchas; pero no hay bucles: la causalidad es lineal. Lógica: Es deductiva y axiomática. Lo general tiene prioridad sobre lo específico. El razonamiento circular está prohibido; el razonamiento debe ser secuencial, sin bucles. Conocimiento: Hay una sola verdad. Si todos fueran educados del mismo modo, pensarían lo mismo. El conocimiento de lo general es más elevado que el de lo particular. Se deben buscar principios generales. Los hechos reflejan principios universales. La realidad objetiva existe con independencia del observador. La medición cuantitativa es esencial al conocimiento. Lo que no puede medirse es irreal o inválido. Cosmología: El universo es homogéneo en tiempo y espacio. Los procesos se repiten si las condiciones vuelven a ser las mismas. Tipo I: Filosofía general: La sociedad es un agregado de individuos que piensan y actúan independientemente. Sólo los individuos son reales. Ética: Todos deberían ser autosuficientes. Ser pobre es culpa de la persona. Las obligaciones sociales deberían minimizarse; se debería enfatizar todo lo privado. Las interacciones son mutuamente dañinas (suma negativa). Uno debería votar conforme a su propio interés. Política ambiental: Si la gente abandona la ciudad por el campo y criara sus propias plantas, no existiría el problema ambiental. Reynoso – Complejidad – 90 Valores: Cada persona tiene su propio sistema de valores, y la conducta depende de ellos. La integridad de la persona consiste en adherir a su propia tabla de valores, digan lo que digan los demás. Religión: Cada individuo tiene sus propias creencias. Causalidad: Los eventos son independientes, y todo se debe al azar. Lógica: Cada problema tiene su propia respuesta. Conocimiento: Se deben investigar sólo las piezas de información que se necesitan; es inútil buscar principios universales o aprender lo que esté más allá del propio interés. Cosmología: El estado más probable es la distribución al azar de sucesos independientes, cada uno con su propia probabilidad. El universo decae, porque las estructuras no pueden mantenerse. Tipo S: Filosofía general: La sociedad consiste en individuos que interactúan para la ventaja mutua. Las interacciones mantienen un patrón armonioso de heterogeneidad o se alternan por ciclos. Las interacciones no son jerárquicas. Ética: Los diferentes individuos se ayudan entre sí porque se complementan. Las diferencias son necesarias y beneficiosas. La igualdad genera competencia y conflicto, mientras que la diversidad permite el beneficio mutuo. La armonía es un bien que debe mantenerse. Política ambiental: La naturaleza ha alcanzado un equilibrio estático muy delicado. Matar un solo insecto es perturbarla. Se debe mantener la naturaleza tal cual está. Valores: Los valores están interrelacionados, y no se pueden ordenar en categorías independientes ni en jerarquías. No se pueden definir universalmente. Las “necesidades básicas” varían con la cultura. El comportamiento de una persona se relaciona con el de los demás y con el contexto. Religión: No hay jerarquías entre dioses diferentes; los dioses no son ni perfectos, ni omniscientes, ni omnipotentes. Pueden estar personalizados o no. Las prácticas religiosas buscan perpetuar la armonía. Causalidad: Muchas cosas pueden causarse mutuamente a través de bucles a corto o largo plazo. Las desviaciones del patrón se corrigen por medio de interacciones mutuas. Lógica: La lógica involucra la comprensión simultánea de las relaciones mutuas. Las definiciones son también mutuas, no jerárquicas. La ley de identidad es irrelevante: A no es A por algo inherente, sino por su relación con lo demás. Las categorías no son mutuamente excluyentes. Los valores lógicos no se pueden situar en un orden. Conocimiento: La verdad es complementaria, como la visión binocular. Las diferencias subjetivas permiten que todos capten algo que no es percibido por las partes; esto es lo que se llamaría “análisis trans-subjetivo”. Cosmología: Hay armonía entre los elementos heterogéneos. Ella se mantiene porque la interacción corrige las desviaciones. El universo se mantiene a sí mismo. Tipo G: Filosofía general: Los individuos heterogéneos interactúan en busca del beneficio mutuo. Las interacciones no jerárquicas generan nuevos patrones y diversidades. Ética: Los individuos diferentes deben ayudarse mutuamente. Las diferencias son necesarias y beneficiosas. La identidad genera competencia y conflicto. Todas las partes ganan de la interacción recíproca (suma positiva). Reynoso – Complejidad – 91 Política ambiental: La naturaleza cambia continuamente. No es natural pretender que el entorno sea inmutable. Las relaciones entre los humanos y el entorno deben ser mutuamente benéficas (por ejemplo, las heces humanas se podrían convertir en fertilizantes). Valores: Los valores están interrelacionados y no se pueden ordenar en una jerarquía. Nuevas situaciones crean nuevas significaciones. Religión: Similar a S, con la diferencia de que G está más orientado hacia el cambio y la búsqueda de nuevas armonías. Causalidad: Muchas cosas pueden causar muchas otras a través de bucles causales cortos o largos. Las interacciones generan más heterogeneidad. Lógica: Igual que S. Conocimiento: Igual que S. Cosmología: Las interacciones generan mayor diversidad, y los nuevos patrones son sucesivamente más ricos y refinados. El universo crece. Encuentro que los procesos mutuos causales de ampliación de la desviación de Maruyama forman familia con la retroalimentación positiva de Norbert Wiener, la esquismogénesis opositiva de Gregory Bateson, la alimentación hacia adelante de Robert Rosen y la autodetonación de Richard Adams. Pero es a partir de Maruyama que heterogeneidad, mutualidad y cambio se van tornando en las claves de la cibernética tardía y en las polaridades favoritas de los estudiosos que siguen el movimiento. De Maruyama en adelante comienza a decaer el prestigio del feedback negativo y a exaltarse la retroalimentación positiva como inductora de creatividad; esta axiología caracteriza a la cibernética del último tercio del siglo XX, a los paradigmas de Morin y Capra y a la investigación social de segundo orden. La aplicación del esquema de Maruyama resulta ser más simplista que compleja. Él considera que en la civilización europea ha prevalecido el mindscape H, mientras que la mayoría de los rebeldes poseía una mentalidad I. Muchos ejemplos proceden de la arquitectura, donde los polos de la oposición son ocupados por los europeos de un lado y los japoneses del otro. No hay tipos puros, naturalmente. Maruyama afirma que en diferentes culturas se pueden encontrar diversas combinaciones de ellos; los Mandenka poseen un tipo GH, los Navajo una mentalidad SGI. El resto de su artículo es una laboriosa recopilación de ejemplos episódicos de personajes o culturas aptas para ilustrar uno u otro tipo de mentalidad. La respuesta crítica al artículo de Maruyama fue variada, con prevalencia de evaluaciones fuertemente negativas. Lucy Jane Kamau, de la Universidad del Noreste de Illinois, afirmó por ejemplo que los mindscapes de Maruyama constituyen un refrito de los clichés atestados de jerga de los años 60, incluyendo chicos buenos de un lado del continuum y chicos malos del otro. El mismo Maruyama comenta que él posee una mentalidad G, la más positivamente caracterizada. Kamau alega que Maruyama muestra escasa familiaridad con la literatura antropológica y que sus datos transculturales son poco convincentes. “Es una pena que un tema tan importante y complejo como el pensamiento humano pueda ser, literalmente, tan trivialmente tratado”. Otros autores fueron más condescendientes. David Kronenfeld dijo que el ensayo era inusual, intrigante y estimulante. Karl Pribram, cultor del llamado paradigma hologénico y de tipologías que a mi juicio son, como las de Maruyama, evocativas de los horóscopos, admite que el artículo de referencia toca en él una cuerda resonante. El único crítico que a mi juicio planteó cuestiones sustanciales fue Penny Van Esterik, quien se pregunta cuál es la base de los tipos epistemológicos de Maruyama, de donde salen rela- Reynoso – Complejidad – 92 ciones tan simples entre fenómenos culturales y mentales tan complejos, cómo se relacionan los mindscapes con los tipos caracterológicos o los estilos cognitivos y cómo se incorporan a través de la cultura. La respuesta de Maruyama fue brevísima, abarcando menos de media página. Sólo expresa que el estado de la cuestión después de las críticas plantea la necesidad de emprender una serie de investigaciones más pormenorizadas que él, por estar trabajando en una escuela de administración, no estará en condiciones de emprender hasta que cambie de institución laboral. En el cuarto de siglo transcurrido desde la publicación de su famoso artículo, la investigación faltante no fue en apariencia llevada a cabo. Aparte de unas pocas menciones en congresos y simposios, y de circular en el ámbito de la ecosofía y el business & management, la literatura sobre los mindscapes no prosperó; la segunda cibernética tampoco logró mucho impacto en las ciencias básicas, fuera de conseguir un puñado de citas a sus textos fundacionales. En el terreno de las ideas complejas, no es fácil ganar un lugar en la historia. 2.5.7 – El desorden: Balandier y la morfogénesis de la Antropología Dinámica En el curso de la década de 1970, la cibernética tardía y la autopoiesis comenzaron a penetrar en Francia vía Henri Atlan, Massimo Piattelli-Palmarini y Edgar Morin, encontrando un terreno ya abonado por Henri Laborit, Jacques Sauvan, Jean-Pierre Changeux, François Jacob, Jacques Monod, Yves Barel y otros frecuentadores de epistemologías límites y aleaciones heterodoxas (Morin y Palmarini 1974). Varias disciplinas humanísticas se vieron afectadas por la novedad. En una antropología que literalmente podría llamarse de segundo orden, comenzó una fase que, vista desde nuestros días, se revela como un momento de renovación compulsiva de las metáforas-raíces. A través de libros y sobre todo de congresos, como los encuentros de Royaumont y de Cerisy, comenzó a germinar y a propagarse entre los antropólogos franceses que formaban parte de la línea autodenominada “dinámica” (derivada de Georges Balandier, René Girard y Max Gluckman), entre los adversarios del estructuralismo y en sus análogos sociológicos. La corriente dinámica se llamaba así, sin duda, para tomar distancia de la concepción estática, sincrónica, propia del estructuralismo de Claude Lévi-Strauss y de los diversos funcionalismos. Y es precisamente su inclinación procesualista, su énfasis en el cambio (y también, convengamos, su carencia de un marco teórico viable), lo que la convirtió en el frente de menor resistencia y el cauce natural para la irrupción de las ideas relativas a sistemas alejados del equilibrio, condimentadas con un toque de posestructuralismo. El estructuralismo dejaría de ser la corriente de elección obligada, cediendo paso a una visión de diacronía irreversible, que contaría además con el apoyo táctico, con leves reservas, de Dan Sperber, Maurice Godelier, Luc de Heusch y Pierre Smith, en algún momento tributarios de Claude Lévi-Strauss. Un puñado de textos jalonan este proceso: La place du désordre, critique des théories de changement social del ultraliberal Raymond Boudon (1984), el cual favorece una posición que recupera y reivindica, a contrapelo del holismo sistémico, el papel de un sujeto rabiosamente individual; Ordres et désordres. Enquête sur un nouveau paradigme, de Jean-Pierre Dupuy (1982), de tono casi profético, particularmente en sus capítulos sobre “la ciencia de la autonomía” y “la simplicidad de la complejidad”; La pluralité des mondes de Francis Affergan (1997), que anuncia que el rígido concepto de modelo ha perdido pertinencia, cediendo terreno a la noción de acontecimiento, la cual permite construir los esquemas loca- Reynoso – Complejidad – 93 les, las estructuraciones nativas, las situaciones de la enunciación; y L’Ordre improbable, entropie et processus sociaux, de Michel Forsé (1986). Jean-Pierre Dupuy se hizo conocer más tarde en el mundo angloparlante como crítico de la primera cibernética y la ciencia cognitiva (en realidad se trata del programa fuerte de la Inteligencia Artificial), afirmando que la literatura es la forma más excelsa del conocimiento y que “la existencia de un nivel simbólico que está estructurado como un lenguaje y que opera como una máquina no resiste el menor análisis” (Dupuy 2000). Devenido un libro esencial porque no hay otros sobre el tema, el trabajo de Dupuy no soporta una lectura rigurosa: no traza adecuadamente el contraste entre el cognitivismo simbólico y el paradigma conexionista, estima improductivas líneas de investigación que resultaron ser fructíferas, e ignora la diferencia entre la segunda cibernética y la cibernética de segundo orden. El estudio de Forsé, a su vez, es característicamente expresivo porque en lugar de concebir los sistemas vivientes (como hacía Prigogine) o las sociedades humanas (como lo intentó Richard Adams) como estructuras disipativas que contradicen la tendencia de los sistemas físicos a la entropía creciente, Forsé integra la sociedad al universo material e imagina, termodinámicamente, un porvenir de máximo desorden, en el cual desaparecerán las jerarquías, las diferencias, las estructuras, las obligaciones implícitas o explícitas. Complementario al primer cuadro en el que ilustrábamos las oposiciones entre información y entropía, la tabla 2.5 especifica las categorías que hacen que Forsé tome partido en la contienda cósmica, y opte con firmeza por encomiar la propensión al desorden. Las mismas palabras que Forsé ha escogido para contrastar las opciones disponibles empujan la elección en un sentido que busca resonar con las fibras más nobles de las ciencias humanas; sólo falta fraternité para que el cuadro, sólo en apariencia paradójico, resuelva más allá de toda discusión quiénes son los buenos en esta disputa. Ni falta hace decir que el esquema de Forsé confunde el sentido político coloquial de las palabras con los significados técnicos y funda su visión futurista y panglossiana en esa confusión. Orden Desorden Desequilibrio Equilibrio Heterogeneidad Homogeneidad Desigualdad Igualdad Coacción Libertad Inestabilidad Estabilidad Tabla 2.5 - Oposiciones de Michel Forsé Desde mediados de la década de 1980, Georges Balandier, ya bastante alejado de su antropología política y políticamente correcta de los 60, se mostró fascinado por las teorías del caos y por el pensamiento de Prigogine. En un libro munido de tres niveles escalonados de titulación, El Desorden. La Teoría del Caos y las Ciencias Sociales. Elogio de la fecundidad del movimiento (1989), Balandier ha puesto estas novedades teóricas en línea con el pensamiento posmoderno en general. Para Balandier, las ciencias sociales actuales “conocen la penitencia”, “están condenadas a reformarse”, “interrogan su propio saber”; y en su refiguración han de renovar sus analogías, en consonancia con la visión de Clifford Geertz, alejándose de máquinas complejas y organismos, y acercándose a las metáforas del juego, el drama o el texto, maravillas de las que sin embargo nunca más vuelve a hablarse (Balandier 1989: 60). Reynoso – Complejidad – 94 Balandier se congratula de que se desalienten todas las viejas pretensiones de comprensión global de lo social, toda formulación teórica unificante, y encuentra en Prigogine, vulgarizado por Stengers, el acicate para formularlo de esta manera: Ya no son más primero las situaciones estables y las permanencias lo que nos interesa, sino las evoluciones, las crisis y las inestabilidades¼, ya no más sólo lo que permanece, sino también lo que se transforma, las alteraciones geológicas y climáticas, la evolución de las especies, la génesis y las mutaciones de las normas que actúan en los comportamientos sociales (Balandier 1989: 61). Pese a ser en extremo locuaz, el texto de Balandier es, por decirlo de algún modo, sistemáticamente impreciso. Por empezar, su propósito discursivo es incierto; nunca se sabe cuál es la demostración que está en juego, ni en nombre de quién se expresa. Su prédica o bien perpetra ataques a posturas que nadie defendería, como el determinismo social, la “armonía newtoniana” o el desdoblamiento lévistraussiano de sociedades frías y calientes; o comenta textos fusionando lo que dicen otros pensadores con su propia corriente de conciencia; o encuentra tantos precursores, prefiguraciones truncas y anticipos superados de las nuevas ideas (en Durkheim, en Marx, en Comte, en Gurvitch y hasta en Saint-Simon) que uno acaba preguntándose qué es lo que ellas puedan tener de novedoso, y por qué si eso es tan exiguo Balandier despliega tanto entusiasmo. Una y otra vez entremezcla caos con desorden, incertidumbre, ambivalencia, inversión (o retrogradación), crisis de la representación, descrédito de los grandes relatos, interpretación geertziana, entropía, incompletitud gödeliana, auto-organización, improbabilidad, bifurcación, movimiento, arbitrariedad, deconstrucción, acontecimiento, singularidad. Lo mismo da y lo mismo vale, en tanto suene actual y transgresor; alcanza con que esas nociones suministren pretextos para proclamar periódicamente, como llevando a cabo un rito de confirmación, que las epistemes ahora aceptables promueven la bancarrota de la mecánica, el reduccionismo y la objetividad. Balandier ni siquiera se pregunta cuál es la razón última que otorga un aire de familia a todas aquellas ideas heterogéneas, amontonadas aquí más por las resonancias seductoras de sus nombres que por la equivalencia formal de sus denotaciones o por su concordancia ideológica. Esta cita da testimonio de su lectura enrarecida y rapsódica de un registro teórico complejo: La idea de bifurcación también puede ser traspuesta y ya se ha utilizado. Esta idea limita la influencia de los determinismos sociales, permite situar puntos de libertad, identificar posibles. Las sociedades de la modernidad más acelerada comienzan a ser consideradas como sociedades de bifurcaciones, la selección de los posibles se haría progresiva y sucesivamente, a la manera en que se realiza un recorrido de encrucijada en encrucijada hasta llegar a un final todavía desconocido. La necesidad, la de la evolución y aún más la de la revolución, desaparece en cuanto transformación ineluctable y global, para ceder el lugar a las realizaciones de lo social más inciertas y más locales (Balandier 1989: 80), Detrás de una prosa elaborada se esconde una epistemología cándida y unilateral que a veces juega con trampa y otras, las más, se entrampa ella misma en el espesor de una nomenclatura que le hace creer que el “encanto” de los protones se asemeja a una especie de delicada finura, que es signo de sagacidad pensar la materia inerte en términos antropomórficos, o que los grados de libertad de torbellinos y bifurcaciones tienen alguna equivalencia con las libertades públicas y civiles de los ciudadanos (p. 41; p. 58 n. 2; p. 80). A ninguna analogía dedica un examen de más de un par de renglones, como si su fuerza enunciativa tuviera un límite y un respaldo de esa magnitud. Reynoso – Complejidad – 95 Los autores desencantados de sus progresismos juveniles suelen, por necesidad estructural, adoptar posturas discutibles pero consistentes, como por otra parte lo son todos los fundamentalismos. Esta es una excepción ejemplar y reveladora. Conozco pocos textos tan atestados de contradicciones involuntarias: el evolucionismo, reivindicado en algún momento porque Prigogine y Stengers lo reputan una idea esencial para la nueva alianza (p. 61), es impugnado poco más tarde porque en cierta antropología esa palabra apesta (p. 80). En un párrafo se condenan los modelos antropológicos emanados de la física y la biología, de la máquina compleja o del organismo por sujetar las ciencias humanas a las naturales (p. 60), y en la página siguiente se rinde homenaje a los isomorfismos que provienen de la geología, la meteorología, la astronomía o las ciencias de la vida porque promueven exploraciones extraterritoriales entre pensadores audaces que se arriesguan más allá de las fronteras de su saber (p. 61). Respecto de estas aventuras por otros territorios Balandier no sabe si repudiarlas o colmarlas de alabanzas: por un lado asevera que la buena ciencia actual ha abandonado toda ilusión de extraterritorialidad teórica porque se ha dado cuenta que sus proposiciones son poco separables del medio en que son enunciadas (p. 40); por el otro, afirma que los teóricos de la nueva ciencia que llevan los modelos de Prigogine fuera de su dominio propio traspasan los límites establecidos con formulaciones que han tomado el lugar de los “grandes relatos” de no hace mucho, contribuyendo así a la renovación de toda marcha científica, cualquiera sea su objeto (p. 52, 61). Aún cuando se quiera estar de acuerdo con Balandier, nunca se sabe si piensa una cosa o exactamente la contraria. Acaso la clave del nuevo discurso de Balandier radique en la alusión velada que se desliza en la última frase de la cita transcripta más arriba y en su actante implícito, una revolución que ha dejado de ser imperiosa en el mundo naciente proclamado por las triunfantes teorías del desorden, en las que no parece haber nada que despierte dudas, que sea difícil o que funcione mal. Lo que allí resuena no es más que un eco del mandato posmoderno que estipula que, de todos los metarrelatos legitimantes que ahora están en crisis, el materialismo histórico es el primero que merecería ser abolido. Uno evitaría perder el tiempo con lecturas superfluas si Balandier y tantos otros culposos a su lado hubieran escrito solamente: “Yo ya no soy de izquierda, y eso es todo lo que tengo que decir”. 2.5.8 – La investigación social de segundo orden Debido a su carácter proactivo, palabrero y entusiasta, habrá que mencionar entre las modalidades de aplicación de la cibernética tardía en las humanidades un conjunto de posturas autodenominado “investigación social de segundo orden”. Igual que sucede en las ciencias sociales de la complejidad en Francia, sus elementos constitutivos incluyen dosis variables y diluidas de teoría de las estructuras disipativas, una fe declarada en la autopoiesis de Varela y Maturana, así como en los sistemas reflexivos de Gordon Pask, algo de fractales y teoría de catástrofes, un poco de la galaxia-complejidad de Edgar Morin y de sociología compleja de Jean-Pierre Dupuy, fragmentos de posmodernismo rhizomático, la infaltable lectura irracionalista de la prueba de Gödel y del principio cuántico de indeterminación de Heisenberg, así como una abundante proporción de constructivismo radical y un propósito recurrente de integrar sujeto y objeto (o abolir este último de una vez por todas). Nótese que los movimientos celebrados en este campo mapean sobre las escuelas que forman parte del circuito autopoiético-constructivista-posmoderno, sin dejar ninguna fuera del cuadro. Reynoso – Complejidad – 96 Los representantes más notorios de esta corriente parecen ser Jesús Ibáñez, Pablo Navarro, Rafael Manrique Solana, Francisco Martínez, Alfonso Ortí, el psicoanalista Paco Pereña, José Luis de Zárraga y Fernando Conde (Ibáñez 1990). Practicantes adscriptos son Julio Mejía Navarrete en Perú y Dimas Santibáñez en Chile; el nombre de los simpatizantes es legión. Ibáñez, el carismático sociólogo autodidacta fallecido en 1992, ha sido sin duda su caudillo. Aunque no existe un solo concepto nuevo y memorable que haya sido elaborado en el interior de esta escuela, y toda la novedad consista en la apropiación y ensamblado de ideas provenientes de otras partes, la autoimagen de esta práctica es la más encomiástica que puede encontrarse en el espectro de las ciencias de la complejidad. Esa autoimagen deriva menos de sus méritos intrínsecos que de la negación irónica de las doctrinas contrarias. Su discurso se agota en una diatriba constante en contra del determinismo mecanicista, de la primera cibernética y de las matemáticas clásicas, enfatizando su contraste con la visión liberadora y la misión trascendente de evangelización que se supone encarnan los miembros del grupo. El rasgo característico de sus razonamientos es la propensión a encuadrar cada teoría, las propias así como las ajenas, conforme a una matriz de juicios de valor políticos y morales. Esta axiología se administra metonímica y metafóricamente, a menudo en función de los nombres de las escuelas, los métodos y los conceptos: de esta manera, por ejemplo, “caos” es para estos autores siempre bueno, mientras “determinismo” es siempre abyecto; les resulta loable el espacio liso de la geometría fractal que permite desplazarse donde uno quiera, mientras que creen nefasto el espacio estriado de la geometría euclideana que define trayectorias obligadas; y así sucesivamente. Malo Bueno Referencia (Ibáñez 1990) Estructuralismo clásico: Piaget, Greimas, Lévi-Strauss Estructuralismo no clásico: Kristeva, Morin Ibáñez, p. 19 Pensamiento simple del objeto Pensamiento complejo del observador Ibáñez, p. 10 Ciencia del control (primera cibernética) Control de la ciencia (segunda cibernética) Pablo Navarro, pp. 23- 27 Paradigma de simplificación = dictadura Paradigma de complejidad = democracia Ibáñez y Dupuy, p. 8 Máquinas alopoiéticas Máquinas autopoiéticas Ibáñez, p. 11 Teoría de la forma = geometría del Mal Teoría de catástrofes = Geometría del bien Ibáñez, p. 16 Algebra, formalismo, Bourbaki, cuantitatividad, escritura alfabética Geometría, intuicionismo, Poincaré, cualitatividad, escritura pictográfica Ibáñez, p. 15 Newton, curvas continuas y derivables, fuerzas Thom y Mandelbrot, curvas discontinuas y no derivables, formas Ibáñez, p. 15 Geometría tradicional, espacios estriados Geometría fractal, espacios lisos Ibáñez, p. 17 Paradigma de simplicidad, lenguaje con énfasis en el sustantivo Paradigma de complejidad (Bohm), lenguaje con énfasis en el verbo Ibáñez, p. 20 Mecánica clásica, sujeto absoluto Mecánica cuántica, sujeto reflexivo Ibáñez, p. 34-35, Pask, p. 36-40 Cuantitatividad, bivalencia Cualitatividad, multivalencia Ibáñez, p. 46 Tabla 2.6 - Dicotomías de la investigación social de segundo orden En la tabla 2.6 he puesto algunos ejemplares seleccionados de este reparto pareado de premios y castigos; pienso, de todos modos, que la crudeza de este maniqueísmo metodológi- Reynoso – Complejidad – 97 co, evocativo de las antítesis de Michel Forsé, trasunta el mismo género de ardores adolescentes y expresiones de deseos que otros científicos más circunspectos albergan pero se esfuerzan por reprimir. En este sentido, la investigación de segundo orden es, por su incontinencia, reveladora del pensamiento íntimo de la corporación que se ha constituido en torno a los discípulos indirectos de Prigogine. Tan absorta está la escuela en su dualismo, que deja de percibir la dicotomía que existe entre (a) la dinámica no lineal y la teoría del caos y (b) la metafísica constructivista, solipsista y anticientífica con la que ha establecido compromiso. Aunque ella misma rinde culto a un izquierdismo indefinido, tampoco ha caído en la cuenta de las conocidas implicancias retrógradas del relativismo autopoiético y constructivista, tanto en materia de ciencia como de ideología (véase Zolo 1986; 1990; Berman 1989; 1996; O’Hara 1995; Hayles 1995; 1999; Wolfe 1995; Huneeus e Isella 1996). La escuela del segundo orden no es creativa ni siquiera en los errores reiterados que les son propios: sostiene que el caos es simplemente lo aleatorio (Ibáñez 1990: 10); que la geometría fractal es “la geometría del azar” (p. 9); que la autopoiesis constituye una exploración profunda de la complejidad; que es necesario tolerar el solipsismo constructivista y la negación de la realidad con tal de restar apoyo al conductismo; que la topología de Thom es geométrica y que es no determinista (p. 16), y que sus curvas son discontinuas y no derivables; que las bifurcaciones son privativas de los sistemas no-deterministas (p. 9); que “el azar es el límite de la ciencia” (p. 10) pero que de algún modo “las estructuras disipativas son el instrumento más poderoso para ver y manejar el azar” (p. 9). Algunas aseveraciones contradicen hechos bien conocidos y se refutan solas; otras merecen una réplica. El caos no guarda relación con el azar y está muy lejos de ser indeterminista; la especialidad que lo estudia (al igual que su objeto) se llama “caos determinista” (Li y Yorke 1975; Nicolis y Prigogine 1989; Strogatz 1994: 323; Leiber 1998). Las bifurcaciones y las catástrofes surgen típicamente en sistemas deterministas, y René Thom es famoso por haber sido el más ferviente determinista de los últimos tiempos, al punto de haber escrito un artículo incendiario para La querelle du déterminisme cuyo título original fue “Halte au hasard, silence au bruit, et mort aux parasites!”, que fuera respondido con indignación por Edgar Morin (Thom 1980; 1990; 1997: 137-138; Spire 2000: 84; Morin 1984: 111-134). Refiriéndose a las filosofías de Monod, Atlan, Morin y Prigogine-Stengers, escribe por ejemplo Thom: Todas glorifican ultrajantemente el azar, el ruido, las fluctuaciones, todas hacen a lo aleatorio responsable bien sea del origen del mundo, … bien sea de la emergencia de la vida y del pensamiento sobre la tierra. … [Este pensamiento] procede de un cierto confusionismo mental, excusable en autores de formación literaria, pero difícilmente perdonable en sabios diestros en principio en los rigores de la racionalidad científica (Thom 1980: 120). Tampoco impera el azar en los fractales, que surgen de la iteración de una función que usualmente carece de todo elemento aleatorio; los fractales estocásticos (plasmas, difusión) son pocos, atípicos y derivativos. No hay nada en el espacio liso de los fractales, además, que permita caminar a donde uno quiera, sea lo que fuere lo que signifiquen ambas expresiones: el resultado de la aplicación de una fórmula fractal es lo que la función determina, no lo que al observador se le antoja. Menos aún hay reflexión alguna sobre complejidad en la literatura originaria de la autopoiesis, doctrina que, al contrario de lo que a Ibáñez conviene, sostiene un severo y prosaico determinismo estructural (Maturana y Varela 1973; 1987; Maturana 1980; 2004: 24-26). Reynoso – Complejidad – 98 En su premura, los teóricos de la escuela catalogan del lado equivocado a Piaget, quien si bien escribió sobre estructuralismo fue, lejos, el primer constructivista; confunden siempre geometría con topología, la cual no es métrica; sostienen que la cibernética clásica creía que la información era una sustancia (Ibáñez 1990: 24), cuando es evidente que la trataba como medida; alegan que la incompletitud implica que “la verdad de una proposición es relativa a los axiomas que fundan una teoría” (p. 35), enunciado que no cuadra con ninguna lectura admisible de la prueba de Gödel; alientan la idea del “control de la ciencia” (pp. 23-27) sin especificar cuales serían las instituciones y personas que la ejercerían o los criterios que habrían de aplicarse en esa operación de policía; consideran compatible la tipificación lógica de Russell, que prohíbe la autorreferencia, con la recursividad, que se define a partir de ella (p. 106); y, en el clímax de su pedagogía surrealista, interpretan mal la función para generar el conjunto fractal de Mandelbrot, afirmando sin error de imprenta posible que 22 +2=5 (p. 83). A lo largo del texto se afirma que el principio de indeterminación es aplicable al mundo macroscópico y a la sociedad, y que existe afinidad entre la cuántica y la ciencia del caos; en la vida real, sin embargo, los principales caólogos y complexólogos (Mitchell Feigenbaum, Stuart Kauffman, Per Bak, George Cowan, Melanie Mitchell) no sienten ni interés ni aprecio por el estudio de las partículas elementales o por sus teorías distintivas, a las que creen encaminadas a erigir la gran “teoría de todo” (Horgan 1998: 259-260, 282-283; Thom 1997: 137; Kauffman 2000: 248, 250). Esta última observación merece al menos una aclaración parentética. En el SFI, en particular, prevalece la creencia de que la mecánica cuántica, las partículas subatómicas y las entidades unificadoras como las supercuerdas, conducen a una visión reduccionista y analítica, propia de las ciencias convencionales de la “simplicidad” (Waldrop 1992: 348-349; GellMann 2003: 29). Reducir a partículas elementales se estima tan reduccionista como reducir a entidades de la física clásica, organismos o individuos (Laszlo 1997: 93). Tampoco hay en la cuántica la menor traza de complejidad caótica propiamente dicha. Como dicen los físicos que han trabajado la cuestión, resulta irónico que las ecuaciones de la teoría cuántica hasta el momento no hayan revelado caos alguno. La ecuación clásica de Schrödinger para la función de onda se refiere a una amplitud de probabilidad, pero es determinista, no caótica e incluso, como señalaron Prigogine y Chirikov, temporalmente reversible (Pagels 1991: 82-83; Stenger 1995; Prigogine y Stengers 1998: 140; Hilborn 2000: 498-499). Puede que a escala subatómica sucedan cosas desconcertantes, pero la cuántica es estrictamente una mecánica (como su nombre lo indica) y sus ecuaciones características son casi todas lineales. En suma, el nivel cuántico es uno de los pocos lugares del universo donde nunca se encontró caos, y el caos determinista es un espacio de fenómenos sobre el que la mecánica cuántica no tiene jurisdicción. Quien admite la relevancia de la mecánica cuántica para el mundo social admite además, sin atenuantes, el principio de reducción. Cierro el paréntesis. El error categórico de la investigación social de segundo orden, empero, es haber olvidado que la misión de un paradigma no es despedazar las doctrinas rivales, sino refinar el conocimiento de su objeto, o como quiera se lo desee llamar. Si lo que ellos pretendían era fusionar sujeto y objeto, debieron darse cuenta que no eran Thom, Prigogine, Atlan o Luhmann compañeros de ruta avenidos a colaborar. Hay en su modelo una falta más fundamental todavía, que es la de desconocer lo que se cuestiona y conocer precariamente lo que se enseña; tras un despliegue de impericia como el que se ha entrevisto, no me parece que esta corriente posea autoridad intelectual para decretar que los científicos que no comulgan con su evangelio son “muy tontos”, piojos extraviados en la pelambre de sus predecesores (Ibá- Reynoso – Complejidad – 99 ñez 1990: 3). Considero problemático no tanto que esta postura haya sido formulada y esté disponible, sino que investigadores en las ciencias blandas que no han tenido acceso a la formación técnica requerida la encuentren aceptable y la hagan suya. No hay mucho más que decir de esta escuela, que representa una actitud que otorga justicia a quienes piensan que las teorías de la complejidad son una micromoda efímera a la que se presta una atención mayor a la que merecen sus logros. En el furor de su desprecio por la ciencia clásica estos investigadores no han advertido que su modelo carece de una implementación que haya probado más allá de toda duda razonable la fuerza de sus métodos, que tampoco queda claro cuáles son. La lección epistemológica que han dejado estos estudiosos (cuyo proyecto parece ya discontinuado) no es que ellos en particular hayan sido incoherentes, sino que sus incoherencias son ejemplares de una clase: no hacen más que poner de manifiesto el despeñadero en que se precipitan los abordajes discursivos cuando las teorías complejas se usan para convalidar ideas que son, en el fondo, abismalmente simples. 2.5.9 – La sociología autopoiética de Niklas Luhmann De todas las apropiaciones de teorías sistémicas en ciencias sociales, ninguna es tan monumental, laberíntica y explícita como la del alemán Niklas Luhmann.