Cibernética de segundo orden
Sexto cuerno Espíritu desintegrado
Biodramaturgia 6.2
2.5 – Estructuras disipativas y cibernética tardía Podríamos caracerizar
la actual quiebra de la sociedad industrial o de la “Segunda Ola” como una
“bifurcación” civilizatoria, y el surgimiento de una sociedad nueva más
diferenciada, la “Tercera Ola” como un salto hacia nuevas “estructuras
disipativas” a escala mundial. Y, si aceptamos esta analogía ¿no podríamos ver
el salto del newtonismo al prigoginismo de la misma manera? Mera analogía, sin
duda. Pero sin embargo iluminadora. ALVIN TOFFLER La teoría de las estructuras
disipativas, la cibernética de segundo orden y la segunda cibernética han sido
y siguen siendo parte de un fenómeno que involucra un cambio sustancial en las
relaciones interdisciplinarias y en el manejo de la diplomacia intelectual.
Mientras que los científicos sociales inclinados a la hermenéutica, los
posmodernos y los estudios culturales han rechazado siempre toda inducción
proveniente de las altas matemáticas y las ciencias duras, la actitud hacia el
pensamiento de Prigogine y sus derivaciones autopoiéticas primero y
constructivistas después ha sido de entusiasmo y de aprobación incondicional.
Cuando en la década de 1980 los posmodernos se muestren también adeptos a la
ciencia del caos y en la de 1990 se abalancen hacia la teoría de la
complejidad, será específicamente el modelo que se origina con Prigogine el que
tengan en mente. Los prigoginianos que mediaron entre los enunciados originales
de la teoría de las estructuras disipativas y las humanidades constituyen un
grupo circunscripto, en el que se encuentran no pocos discípulos de Bateson,
colegas de Norbert Wiener y testigos de acontecimientos asombrosos en el
corazón mismo de la primera cibernética, a quienes les halaga que los
consideren románticos, creativos y transgresores. Los más cercanos al núcleo
han sido Heinz von Foerster, Gordon Pask, Humberto Maturana, Francisco Varela,
Paul Watzlawick, Ernst von Glasersfeld, Isabelle Stengers, Rupert Riedl. Todos
europeos o latinos, uno solo anglosajón, casi todos emigrantes. Otros se
agregaron luego: Fritjof Capra, James Lovelock, Lynn Margulis, Paul Pangaro. En
treinta años, operando como un colectivo exitoso y monolítico, con muy pocos
episodios de disenso interno, han logrado articular una narrativa que, a pesar
de la desconfianza posmoderna por los metarrelatos legitimantes y las fundamentaciones
últimas, muchos intelectuales han hecho suya. Esa narrativa promueve ideas de
complejidad, irreversibilidad, diferencia, diacronía, dinamismo, subjetividad,
autonomía, indeterminación, asimetría, vitalismo, espontaneidad, creatividad,
singularidad, ruptura, azar y contingencia: cualidades que los que la han
abrazado consideran atributos de sus visiones del mundo, y que muchos
antropólogos del gremio idiográfico reclaman para su disciplina. La historia
que sigue en este capítulo es una reseña de la construcción de esa epopeya, así
como un examen de sus contenidos, sus gestos arquetípicos y sus valores de
verdad. 2.5.1 – Sistemas alejados del equilibrio Si se quiere una
caracterización sucinta de las diferencias entre ambas cibernéticas yo diría
que la tardía difiere de la temprana por su mayor énfasis en el desequilibrio,
el papel sustancial que confiere al azar y (hacia el final de su trayectoria)
la pérdida de la dimensión holística, el retorno al individualismo metodológico
y a la exaltación del sujeto. Esta última modulación no se encuentra en
absoluto en sus escrituras iniciales, ni parece esencial para Reynoso –
Complejidad – 60 que éstas se sostengan; pero aunque llegara más tarde y con
otros protagonistas, el posibilitador de la corriente, Ilya Prigogine, no haría
nada para reprimirla, aunque estuviera en conflicto con sus convicciones más
profundas. Con el tiempo, y expresándose en un lenguaje que se dirige más a los
científicos sociales que a la comunidad escéptica de las ciencias duras, la
nueva cibernética creerá resolver el dilema de la realidad enfatizando el rasgo
de complejidad y diluyendo las sustantividades, sea de los sistemas en
particular o de la realidad tout court. En apretada síntesis, su mensaje
expresaría que si existe una realidad ella se encuentra tan subordinada al
punto de vista del actor que la contempla, que es más provechoso postular que
no existe, o que es el sujeto soberano quien la constituye conforme a su
experiencia privada. El argumento viene como anillo al dedo para una conciencia
política desalentada que busca motivos para el abandono de las utopías: si la
realidad se esfuma, desaparece también, convenientemente, la necesidad de
trabajar para cambiarla. Una vez que se establece el tópico de su irrealidad, no
hay más nada de lo cual valga la pena hablar. Antes que se llegara a ese
extremo, lo concreto es que el modelo de Prigogine vino a llenar un vacío. El
campo que va desde la dinámica no lineal a la SC se monta sobre una limitación
inherente de la TGS: el margen exiguo y desganado concedido por ésta a la
complejidad, o más bien el intento de poner orden a lo que se sospechaba
caótico deteniendo el tiempo, consolidando el equilibrio o introduciéndolo con
el nombre alterado: realimentación negativa, steady state, morfostasis. También
hay una razón de polemicidad: las primeras manifestaciones de las teorías de la
complejidad organizada ya eran demasiado controversiales para la epistemología
constituida, una ortodoxia nomológica-deductivista que nunca la quiso tomar muy
en serio y que ni siquiera aceptaba de buena gana a los modelos estadísticos o
a la inducción (Bunge 1956: 139, 212; 1977; Nagel 1981: 333-362). Pero lo que
los moderados no pueden, los radicales lo logran. Al final de su camino hacia
el constructivismo, la nueva cibernética eludirá la confrontación con la
epistemología oficial labrando una ciencia separada, con sus propias reglas de
juego y su propio aparato de persuación. Sus interlocutores son otros, todos
humanistas, a quienes se puede inculcar que ha ocurrido una revolución
paradigmática, y a quienes las discusiones que tienen lugar en las ciencias
duras ni siquiera les llegan: una clientela de admiradores crédulos,
compradores asiduos de libros de divulgación, candidatos óptimos para consumar
una nueva alianza, literalmente. También resulta que ambas cibernéticas, la
primera y la segunda (ya en vías de dar a luz una tercera), adoptan estrategias
diferentes frente a la complejidad: aquella procura domesticarla, reducirla,
someterla a una representación más simple; ésta, en cambio, se excita con sus
vértigos, la acentúa, se erige en la voz que habla en su nombre. Este
pensamiento de Gerald Weinberg, representativo de la TGS, ilustra el primer
caso: Algunos ven la teoría general de sistemas como un peligro para este
edificio [la ciencia], una regresión a las épocas oscuras del misticismo y el
vitalismo. Antes de poder ahuyentar esos temores, consideraremos cómo se ha
construido este edificio y por qué ha conseguido en gran medida poner orden en
este mundo caótico (Weinberg 1984: 119). La misma idea se encuentra expresada
en los textos de George Klir: ¼
en gran medida ¼
buscamos sistemas simples o procuramos simplicar los sistemas existentes. Esto
es, estudiamos la complejidad de los sistemas primariamente con el propósito de
desarrollar métodos fundados mediante los cuales los sistemas que son
incomprensibles Reynoso – Complejidad – 61 o inmanejables, o que conducen a
problemas intratables computacionalmente, puedan ser simplificados a un nivel
aceptable de complejidad (Klir 1993: 47). Aún sabiendo que la complejidad es
dominante, y a causa de ello, Weinberg y Klir terminarán proponiendo un modelo
de simplificación de la ciencia y una ciencia de la simplificación. En su
momento el proyecto fue audaz, pero poco después ya no se lo percibió de ese
modo. En una época en que todo lo sólido se disolvía en el aire, el azar, la
complejidad y el desorden devendrían asuntos mejor vistos y desafíos
preferibles. A fin de cuentas, si la opción es entre imponer una simplicidad
artificial o aceptar la complejidad tal como viene ¿quién se resignaría a
escoger lo primero? Es en esta precisa inflexión que Heinz von Foerster
promueve una nueva cibernética e Ilya Prigogine comienza su exploración de las
estructuras disipativas, concerniente al comportamiento de los sistemas
alejados del equilibrio. Aunque a veces se describe a todo este movimiento como
segunda cibernética o cibernética de segundo orden, estas expresiones no se
encuentran jamás en Prigogine. Si bien todos formaban parte de la misma liga
itinerante y del panteón de la autopoiesis y el constructivismo, Prigogine
nunca concedió espacio a las contribuciones de von Foerster (o de Maruyama, o
Maturana) en sus obras mayores; sucede que en este campo hay evitaciones ostensibles:
Fritjof Capra jamás menciona a Edgar Morin (y viceversa), Robert Rosen y Henri
Atlan nunca nombran a Maturana o Varela, y Ervin Laszlo omite toda referencia a
Capra, Jantsch, Morin, Varela, Maturana, von Foerster, Pask… Dejando de lado
las investigaciones científicas que le valieron el premio Nobel, percibo dos
modalidades distintas y sucesivas en el discurso público de Prigogine. La
primera, que comenzaría hacia 1960 ocupando los veinte años siguientes, tiene
que ver con la caracterización de los sistemas dinámicos alejados del
equilibrio, las estructuras disipativas, los procesos irreversibles y el azar.
La segunda se refiere más explícitamente a la complejidad y al caos, y si bien
hay un intento de sistematización de los escenarios posibles, se percibe ya que
los factores primarios en juego no son los que caracterizara el autor en su
primera fase, sino las problemáticas definidas por otros autores (Mandelbrot,
Lorenz, Feigenbaum, Ruelle, Wolfram) en las emergentes ciencias de la
complejidad y el caos: atractores extraños, dimensiones fraccionales,
bifurcaciones, autómatas celulares. Invito a contrastar, a tal efecto,
Introduction to thermodynamics of irreversible processes (Prigogine 1961) y La
nueva alianza (Prigogine y Stengers 1983) con Exploring complexity (Nicolis y
Prigogine 1989). En la primera fase el caos fue un confín más allá del cual no
se avanzó; en la segunda, ya posee una estructura y peculiaridades universales,
aunque no haya sido Prigogine quien las identificara. Dado que no fue él quien
elaboró la orientación y los conceptos de la ciencia del caos, me ocuparé por
el momento sólo de sus primeros modelos, que son los más representativos de
esta dinámica no lineal. Indentaré la descripción de la primera modalidad
(inmensamente simplificada, y sin ejemplos relativos a péndulos, moléculas,
gases o reacciones químicas) para que se visualicen mejor sus contenidos y sus
alcances. En el primer Prigogine la oposición esencial es entre la mecánica
clásica, la conservación de la energía y el tiempo reversible por un lado, y la
termodinámica no clásica, la disipación de la energía y el tiempo irreversible
por el otro. La primera serie caracteriza a lo que él llama el paradigma de la
simplicidad, con los planetas de Newton y sus trayectorias fijas como
arquetipo; lo segundo es el mundo real de la complejidad, en el que el porvenir
de los objetos no está determinado, donde se presentan rupturas y
bifurcaciones; sus arquetipos son los seres vivientes, los sistemas físicos
alejados del equilibrio e incluso la sociedad humana. Reynoso – Complejidad –
62 En los sistemas muy complejos (como las sociedades), y ante la amenaza de
fluctuaciones potencialmente peligrosas, se manifiesta una fuerte comunicación
entre los distintos elementos del sistema que permite restablecer el
equilibrio. Se dice entonces que el sistema se auto-organiza; la máxima
complejidad alcanzable estaría determinada por la velocidad y eficiencia de la
comunicación. La estabilidad estructural está garantizada por una organización
adaptativa que sería también una función de las condiciones de contorno
fluctuantes. Sucede también que los cambios e innovaciones que surgen en el
interior del sistema muchas veces sobrepasan las necesidades de adaptación al
medio, pues la dinámica entre el entorno y los elementos del sistema no son de
simple causalidad. El mejor ejemplo de esto acaso sea el cerebro humano, el
cual se formó en condiciones diferentes de las actuales. Los seres vivientes,
estructuras disipativas por excelencia, violan (mientras viven) las leyes
comunes de la materia. La materia de lo viviente es tan frágil, se descompone
tan fácilmente, que si estuviera regida sólo por esas leyes no resistiría un
solo instante a la degradación y la corrupción. El vitalismo de Stahl fue la
primera filosofía que señaló esto, que tiene en la idea de estructuras
disipativas su expresión teórica más rigurosa. Al caracterizar estas
estructuras, Prigogine recurre a un número considerable de ejemplificaciones de
sistemas físicos, químicos y vivientes con diferentes clases de
comportamientos, a fin de demostrar que la complejidad, el cambio, la no
linealidad y la irreversibilidad no constituyen excepciones o singularidades en
el conjunto de la naturaleza, sino más bien la norma. Una norma, ciertamente,
que está clamando por una ciencia nueva. Para esta ciencia nueva nada es
elemental, nada es simétrico, nada se agota en una simple dualidad entre
necesidad y azar; ningún principio rige por igual en todas las escalas o en
todas las condiciones. Cerca del equilibrio, las leyes de las fluctuaciones son
universales; lejos del equilibrio, en sistemas con cinética no lineal, esas
leyes se hacen específicas, dependiendo de la no-linealidad en cuestión. En la
vecindad de los puntos de bifurcación, la amplitud de las fluctuaciones pone en
tela de juicio que se pueda hablar siquiera de valores medios macroscópicos o
de trayectorias; el sistema además se muestra sensible a variaciones de entorno
que serían despreciables en situaciones de equilibrio. Es de hacer notar que Prigogine
define las características termodinámicas de las estructuras disipativas, las
promueve como arquetipos centrales de la complejidad, sitúa la vida, la
evolución y la humanidad en la misma serie que la totalidad de la naturaleza,
describe variadas bifurcaciones, equipara caos y complejidad con aleatoriedad,
y por último ejemplifica casos de surgimiento de orden a partir del caos a
través de la auto-organización. Pero su modelo, al igual que la teoría de
catástrofes, es en última instancia un modelo de retorno al equilibrio: las
estructuras disipativas son las que se mantienen en lugar de decaer, o las que
tratan de recuperar un estado estable después de reacomodarse tras una
perturbación. No es fácil encontrar en toda la obra de Prigogine una definición
unívoca de las estructuras disipativas que no sea circular. Prigogine enumera
algunos de sus atributos, o ejemplifica sus manifestaciones, pero nunca las
define de manera consistente, así como tampoco da un nombre fijo al contexto
mayor en el que las estructuras disipativas se manifiestan. Ese contexto casi
nunca es un sistema, porque a Prigogine no le seduce la palabra, y cada vez que
se refiere a ella lo hace en un tono levemente crítico. Él habla de
situaciones, comportamientos o condiciones, antes que de sistemas (Prigogine
1997: 185). Una definición estándar (aunque expresada en términos de sistemas)
no procede de él sino de Edward Lorenz, uno de los grandes teóricos del caos: A
un sistema de dos variables en el que las áreas [de su representación] son
continuamente decrecientes, o a un sistema más general en el que los volúmenes
multidimensionales del espacio de fase son continuamente decrecientes, esté o
no estirándose en una o, quizá, en Reynoso – Complejidad – 63 varias
direcciones, se lo llama sistema disipativo. Los sistemas disipativos tangibles
generalmente suponen algún proceso físico amortiguador, como el rozamiento. La
mayoría de los sistemas físicos son disipativos (Lorenz 1995: 51-53).
Prigogine, por su parte, a veces subraya el papel de las estructuras
disipativas en el mantenimiento del equilibrio, otras en la transición hacia el
no-equilibrio: ¼
[C]uando nos apartamos mucho de las condiciones del no equilibrio, se originan
nuevos estados en la materia. Llamo a estos casos “estructuras disipativas”,
porque presentan estructura y coherencia, y su mantenimiento implica una
disipación de la energía. Es curioso que los mismos procesos que, en
situaciones próximas al equilibrio, causan la destrucción de estructuras, en
situaciones lejanas al equilibrio generan la aparición de una estructura. Las
estructuras disipativas generan transiciones de fase hacia el no equilibrio
(Prigogine 1997: 185). Las apreciaciones de Prigogine sobre las situaciones
alejadas del equilibrio no avalan el oscurantismo de quienes ven en ellas un
límite al conocimiento y a la predicción. Él afirma, por el contrario, que los
estados que pueden aparecer lejos del equilibrio tras la amplificación de una
fluctuación son estables y reproducibles. Son previsibles, pero no en el sentido
en que es previsible la evolución de un sistema pasivamente sometido a una
ligadura externa, sino porque el número de soluciones posibles que se plantea
lejos del equilibrio es calculable, y porque los estados hacia los que un
sistema puede evolucionar son finitos en número (Prigogine 1997: 91). Es el
principio del orden a partir del caos. Con frecuencia Prigogine afirma que su
epistemología cubre tanto fenómenos de la materia inerte como de la vida y las
sociedades. Más aún, estima que el vocabulario cualitativo y expresivo de las
ciencias sociales y la filosofía puede arrojar luz sobre innumerables fenómenos
alejados del equilibrio que se manifiestan en las ciencias duras (Prigogine
1997: 176). Sus apreciaciones sobre las ciencias sociales, a decir verdad,
trasuntan un conocimiento menos que modesto de la teoría antropológica o de la
sociología. El libro de LéviStrauss que más estima es, por ejemplo, Tristes
trópicos, acaso el menos representativo y el menos metódico de todo el
estructuralismo (Prigogine 1998: 36). Considera también apasionantes las
charlas de Lévi-Strauss con Georges Charbonnier, en especial la que presenta la
distinción entre sociedades “reloj” y sociedades “máquinas de vapor”, que los
antropólogos en general repudian; y cree plausible la distinción
levistraussiana entre modelos mecánicos y estadísticos, en términos cuya
impropiedad ya he señalado (Prigogine 1997: 57; Prigogine y Stengers 1983:
182-183). Cree, por último, que es preferible la sociología imitativa de
Gabriel Tarde (un modelo espiritualista opuesto al evolucionismo) a la teoría
sociológica de Émile Durkheim, que después de un siglo sigue siendo una
referencia capital (Prigogine 1997: 117). Aunque hay algunas alusiones a la
posibilidad de conferir estatuto matemático preciso a nociones blandas de la
sociología tales como oposición, repetición o adaptación, Prigogine no
proporciona lineamientos precisos sobre la forma de lograrlo. Sus sucesores
tampoco aportarían gran cosa al respecto. Ni aquél ni éstos entregarían a ninguna
ciencia una herramienta de modelado comparable, por ejemplo, a las que brindó
la teoría de catástrofes o la simulación basada en agentes. Como he anticipado,
Prigogine permaneció al margen de la gestación de la cibernética de segundo
orden formulada por Heinz von Foerster en 1960 en “Cybernetics of cybernetics”
(1979) y de la segunda cibernética de Magoroh Maruyama, quien acuñó a su vez el
concepto de procesos mutuos causales de amplificación de las desviaciones.
Heinz respondería a Reynoso – Complejidad – 64 su indiferencia profiriendo
sarcasmos, pero sin dar nombres y sin llegar al derramamiento de sangre:
“¡Ahora hablamos de sistemas disipativos, de teoría de catástrofes, del caos!
Señoras y señores: por favor, no se dejen seducir por estas palabras de moda”
(von Foerster 1997: 131). Y Maruyama también dispararía sus dardos: Observo que
estudiosos eminentes están atrapados en prisiones epistemológicas. Prigogine se
desespera por encontrar “el primer motor” en el Big Bang, la Teoría de
Catástrofes, la disipación, la fluctuación, los puntos de bifurcación,
etcétera, a pesar del hecho de que, para el pensamiento interactivo, el primer
motor es un hombre de paja (Maruyama 1988). Prigogine tampoco se ocupó nunca de
la cibernética conversacional de otro humanista insigne del movimiento, el
inglés Gordon Pask, apelado el dandy de la cibernética por el diario The
Guardian, o cyberneticien extraordinaire en páginas encomiásticas de la Web.
Originadas en conceptos de Ross Ashby, y en particular en la ley de variedad
requerida (que vinculaba las condiciones generales de adaptabilidad de un
sistema al rango de variabilidad de su entorno) y su corolario, el principio de
Conant-Ashby (todo buen regulador de un sistema debe ser un modelo de ese
sistema), las posturas de von Foerster y Pask otorgan estatuto central al
observador. Estos desarrollos, visto por algunos como una “humanización de la
cibernética”, proporcionan argumentos similares a los que luego prodigarían la
autopoiesis de Maturana y el constructivismo radical de Glasersfeld. Como no
son teorías que arrojen una luz novedosa sobre los problemas de la complejidad
o que traten de ella en forma destacada, instrumental o sistemática, las
cibernéticas de von Foerster y Pask no serán tratadas en este libro. 2.5.2 – La
flecha del tiempo: Críticas al modelo de Prigogine Desde las disciplinas
humanísticas la figura dominante de Ilya Prigogine se percibe como una
autoridad indiscutible cuyas ideas rara vez son objeto de evaluación crítica
seria. Ellas se refieren a cuestiones tan seductoras y apremiantes para
nosotros (cambio, creatividad, desequilibrio) que, como decía Bertalanffy, su
valor se da por descontado. Como tampoco se comprenden técnicamente sus
formalismos, se concede crédito a sus reclamos discursivos confiando en que
aquéllos los justifican. Pero lo cierto es que el modelo de Prigogine ha sido y
está siendo reciamente cuestionado en diversas vertientes del pensamiento
científico, que van desde las escuelas de física más ortodoxas hasta las
ciencias del caos. Dado que la retórica de la cibernética tardía ha hecho tanto
hincapié en los valores revolucionarios de su visión, celebrándola como una
perspectiva desde la cual se puede poner en tela de juicio la totalidad de las
epistemologías precedentes, vale la pena revisar sumariamente los reparos que
se le han interpuesto. Lo primero que se objeta a Prigogine es su falta de
originalidad. Tal parece que ninguna de las ideas por las cuales se lo encomia
en los textos de Edgar Morin, Fritjof Capra o Jesús Ibáñez es creación de
Prigogine. El tema de la flecha del tiempo, para empezar, que es casi el
símbolo de su pensamiento, ya había sido una preocupación primaria de Wiener,
manifestada en las primeras páginas de Cibernética (1985: 56, 57). Desde ya, no
puede pensarse que sea una expresión inédita: fue acuñada por el físico y
cosmólogo de Cambridge Sir Arthur Eddington en 1928, y todas las
consideraciones de Prigogine sobre la naturaleza dispar del pasado, el presente
y el futuro se derivan de sus ideas, no siempre con el debido reconocimiento de
fuentes. Norbert Wiener ya era consciente de la fuerza de la irreversibilidad
del Reynoso – Complejidad – 65 tiempo en biología; para mayor abundancia, hizo
uso de la misma metáfora varios años antes que Prigogine alcanzara celebridad:
Ninguna ciencia se ajusta totalmente al modelo newtoniano. Las ciencias
biológicas, por ejemplo, se fundamentan en fenómenos unidireccionales. El
nacimiento no es exactamente el fenómeno opuesto a la muerte, ni el anabolismo
–la construcción de tejidos– lo contrario al catabolismo o destrucción de los
mismos. ¼ El
individuo es una flecha dirigida hacia el tiempo en una dirección y la raza
humana va desde el pasado hacia el futuro (Wiener 1985: 61). También desarrolló
Wiener el vínculo entre los seres vivientes y la disipación de energía (p.
67-68), la idea de la apertura al mundo externo de los dispositivos con
mecanismos de control (p. 69 y ss.), el principio de la interferencia del
observador en la escala de los fenómenos cuánticos (p. 130-131), el carácter
gestáltico de la percepción de patrones (p. 179-190), el concepto de
organización (p. 205 ss.), los sistemas autoorganizados en los que juegan un
papel esencial los fenómenos no lineales (p. 233-258) y la autocorrelación en
los fenómenos de turbulencia (p. 235). Wiener estudió la auto-organización del
ritmo alfa en el cerebro adelantándose cuarenta años a Francisco Varela y
abordó el enigma de los osciladores acoplados medio siglo antes que surgiera la
nueva ciencia compleja de la sincronización (Strogatz 2003: 40-69). Todavía más
tempranamente, vislumbró una teoría del caos, usando esa expresión por primera
vez en la historia (Wiener 1938). El primero en hablar de auto-organización fue
sin duda Ross Ashby (1947); él fue también quien introdujo los conceptos de
variedad y restricciones, en los que cabe ver un anticipo de la noción de
atractores, así como la idea de los sistemas adaptativos, el estudio de la
evolución de sistemas dinámicos y un concepto semejante a la clausura
operacional (Ashby 1960; 1968). Muchos estudiosos de la cibernética de la
primera oleada ya trabajaban en las décadas de 1940 y 1950 con modelos de redes
neuronales y aprendizaje emergente, que constituyen temas recurrentes entre los
discípulos de Prigogine. No parece ser vital instituir una nueva alianza cuando
en la primera cibernética ya estaba lo que se requería, acompañado de una
fundamentación matemática que ha resistido con dignidad el paso del tiempo
(George 1969; Aspray 1993: 214, 231; Shalizi 2001b: 6-7). En la TGS de Bertalanffy
encontramos tratados, una y otra vez, conceptos y ecuaciones que hablan de
auto-organización, auto-regulación y morfogénesis (Bertalanffy 1976: 26, 154-
155; 1982: 91-93, 96, 120-122, 123, 132, 135, 141). La diferencia conceptual
entre ambas teorías parecería tener que ver con una interpretación distinta de
la morfogénesis, que en la nueva formulación no sería ya un acontecimiento
fortuito, improbable y extremo, sino una latencia permanente que es indagada en
sí y por sí. Hay en la cibernética posterior, es cierto, un mayor énfasis en el
cambio. Pero muchos consideran que eso no justifica tratar la idea como una
revolución paradigmática y el amanecer de una nueva forma de concebir la
ciencia y el mundo. Bertalanffy mismo pensaba que algunas de las bases del
modelo de Prigogine eran débiles y debatibles: En el presente no disponemos de
un criterio termodinámico que defina el estado uniforme en sistemas abiertos de
modo parecido a como la entropía define el equilibrio en los modelos cerrados.
Se pensó por un tiempo que ofrecía tal criterio la producción mínima de
entropía, enunciado conocido como “teorema de Prigogine”. Si bien hay algunos
biólogos que lo siguen dando por descontado ¼
hay que destacar que el teorema de Prigogine –y el autor lo sabe muy bien– sólo
es aplicable en condiciones muy restrictivas. En particular, no define el
estado uniforme de sistemas de reacción química. ¼
Una generalización más reciente del Reynoso – Complejidad – 66 teorema de la
producción mínima de entropía [de Glansdorff y Prigogine], que engloba
consideraciones cinéticas, está aún por evaluar en lo que respecta a
consecuencias (Bertalanffy 1976: 157). Bertalanffy pone en jaque las
distinciones de Prigogine entre viviente-irreversible e inorgánico-reversible
señalando que “sería erróneo postular que en los organismos no ocurren
reacciones reversibles o que las reacciones irreversibles no se dan en los
sistemas inorgánicos” (Bertalanffy 1982: 117). Tampoco René Thom se muestra
persuadido de la solidez de las posturas de Prigogine. A diferencia de
Bertalanffy, está de acuerdo con Prigogine en conceder que los procesos que
tienen que ver con seres vivos son irreversibles; pero subraya que se trata de
una afirmación tan evidente que no cree que nadie se atreva a sostener lo contrario.
Además, Habría mucho que discutir en cuanto a la metodología de Prigogine.
Prigogine partió de la termodinámica; pero me parece que siempre que se han
podido exhibir efectivamente las que Prigogine llama “estructuras disipativas”
ha sido gracias a leyes específicas de la dinámica, en las cuales la
termodinámica no aparece. Bajo esta perspectiva, me parece que su teoría
resulta algo confusa, en cuanto a que se presenta como termodinámica en
situaciones en que la termodinámica clásica no desempeña papel alguno. [¼] Yo creo que mi posición
es más coherente: siempre he procurado presentar modelos geométricos de las
situaciones límites de las dinámicas irreversibles; precisamente en la teoría
de catástrofes me esforcé por dar en cualquier forma conceptualizaciones de los
fenómenos irreversibles típicos, como por ejemplo el salto de un atractor a
otro (Thom 1985: 41). En una discusión directa que René Thom mantuvo con
Prigogine queda clara la discrepancia de aquél con aspectos esenciales de la
teoría de las estructuras disipativas, como la generalización de la idea de la
irreversibilidad del tiempo. Thom le espeta: Quiero hacer un comentario sobre
la irreversibilidad del tiempo. Estoy impresionado por la seguridad que
demuestra el profesor Prigogine cuando se manifiesta sobre el carácter
irreversible del tiempo, incluso, diría yo, cuando se refiere a la estructura
local. Y a mí me parece que este problema de la irreversibilidad o
irreversibilidad temporal en sistemas dinámicos clásicos (definido por un flujo
de variedades) no es en absoluto una cuestión de tipo local. Depende de la
topología del dominio que se considere, por lo que la respuesta variará según
el dominio. ¼ [S]i
partimos de un flujo standard de variedades ¼
tenemos elementos locales de flujo en los que siempre existe reversibilidad
temporal. Por lo tanto, decir que el tiempo es irreversible local e
intrínsecamente significa, más o menos, abandonar el modelo de los sistemas
diferenciales para el determinismo (Thom en Wagensberg 1992: 209-210) Sorprendentemente,
Prigogine admitió que Thom tenía razón a ese respecto. Pero la discusión entre
Prigogine y Thom no acabó allí. Aquél afirmaba que se puede descartar una
descripción determinista de ciertos procesos y pensar la evolución de un
sistema como efecto de una fluctuación de micro-nivel que podría haber llevado
el sistema en otra dirección; de este modo, conceptos como “fluctuación”,
“turbulencia”, “azar”, “ruido” y “desorden” se conciben como ontológicamente
existentes. Thom respondió, elegantemente, que esos conceptos son en rigor
relativos a una descripción epistemológica determinada, y que no tiene sentido
hablar, por ejemplo, de fluctuación, excepto en relación con la descripción de
la cual se desvía. La réplica de Prigogine no estuvo por cierto a la altura de
la observación. En cuanto a la falta de originalidad de Prigogine hay más aún:
la termodinámica irreversible no fue fundada por él, sino que aparece ya en la
ecuación de Boltzmann en 1872, la cual no sólo maneja situaciones alejadas del
equilibrio sino que es no-lineal. El primer tratamiento Reynoso – Complejidad –
67 formal de procesos irreversibles y alejados del equilibrio no fue tampoco
obra de Prigogine en la década de 1950, sino de Lars Onsager en la década de
1920, fue publicado en 1931 en Physical Review, órgano de la American Physical
Society, y ocasionó que Onsager ganara el premio Nobel de química de 1968
(antes que lo hiciera Prigogine) por haber iniciado la termodinámica del
no-equilibrio (Prigogine y Stengers 1983: 140-141). Toda la teoría de las
clases de universalidad de Leo Kadanoff (1999: 157) y de los grupos de
renormalización de Ken Wilson en el estudio de transiciones de fase se originan
en modelos de Onsager, antes que en ideas de Prigogine. Muchos físicos hoy en
día coinciden en que las estructuras disipativas no son de uso en el estudio
experimental y el análisis teórico de formación de patrones, y que los
criterios alegados para predecir la estabilidad en esas estructuras siempre
fallan, excepto para el caso de estados muy cercanos al equilibrio (Keizer y
Fox 1974; Keizer 1997: 360-361). Cosma Shalizi, de la Universidad de Wisconsin,
destaca que ¼ en
las quinientas páginas de su Self-Organization in non-Equilibrium Systems hay
sólo cuatro gráficos relativos a datos del mundo real y ninguna comparación de
ninguno de sus modelos con resultados de experimentación. Tampoco sus ideas
sobre la irreversibilidad se conectan con las de auto-organización, excepto por
el hecho de que ambas son conceptos de la física estadística (Shalizi 2001a).
Peter Coveney, en una reseña en general elogiosa de la obra de Prigogine, anota
que aún cuando esté probado desde un punto de vista filosófico que la
irreversibilidad debe incluirse en un nivel fundamental de la descripción, no
parecen existir consecuencias nuevas, experimentalmente verificables, que hayan
surgido de ese enfoque (Coveney 1988: 146). Un físico de Yale, Pierre Hohenberg
(en Horgan 1995), ha dicho: “No conozco un solo fenómeno que su teoría haya
explicado”. Por el contrario, cada tanto alguien comprueba hechos que la
contradicen, como hicieron Raissa D’Souza y Norman Margolus (1999) al encontrar
autoorganización en sistemas reversibles. Eugene Yates, editor de una
importante compilación sobre sistemas auto-organizados, resume las críticas
dirigidas a Prigogine por Daniel Stein y el premio Nobel Phillip Anderson
expresando que estos autores no creen que la especulación sobre estructuras
disipativas y la ruptura de simetría puedan, en el presente, ser relevantes a
las cuestiones de los orígenes y la persistencia de la vida. Contrariando
afirmaciones que pueblan libros y artículos introductorios, Stein y Anderson
sospechan que no existe tal teoría, y que incluso podría suceder que
estructuras semejantes a las implicadas por Prigogine, Haken y sus
colaboradores no existan en absoluto (Yates 1987: 445-447). Para el célebre
Murray Gell-Mann, otro premio Nobel, enfant terrible de la física de partículas
y descubridor de los quarks, es falso que los seres vivos, las estructuras
disipativas o lo que fuere contradigan la segunda ley de la termodinámica. Nada
hay en el universo capaz de contradecirla, dice: “Quienes pretenden ver una
contradicción entre la segunda ley y la evolución biológica cometen el error
crucial de fijarse sólo en los organismos sin tener en cuenta el entorno”
(Gell-Mann 2003: 253). El conflicto más grave en torno a Prigogine, sin
embargo, es el que concierne a su relación frente a las teorías del caos, en
las que sin duda jugó algún papel inspirador, pero sin ser un promotor de
visiones, un creador de conceptos o un explorador de vanguardia. Se ha desatado
una ardiente polémica a raíz de la omisión de nombre de Prigogine y de su
Escuela de Bruselas en buena parte de la literatura de divulgación de las
ciencias del caos. Su nombre no figura en los textos más representativos del
género, o aparece una sola vez en tres renglones displicentes (Casti 1995;
Lewin 1999; Gleick 1987: 339 n. 308; Aubin y Dahan Reynoso – Complejidad – 68
2002: 322 n. 30). Ninguno de los diez mil artículos de la faraónica
Encyclopédie des Sciences editada en 1998 por Le Livre de Poche lo nombra
siquiera (Spire 2000: 17). El libro de Edward Lorenz La esencia del caos
menciona a Prigogine una sola vez para destacar que utiliza un concepto antiguo
y restrictivo del caos, pues lo identifica con la aleatoriedad; Lorenz también
define los sistemas disipativos sin hacer referencia a nuestro autor (Lorenz
1995: 1, 51). En su monumental A new kind of science, el patriarca de los
autómatas celulares Stephen Wolfram (2002: 451) no destaca ninguna contribución
de Prigogine y su nombre sólo consta en una lista en letra microscópica de
colaboradores de Mathematica. Esa biblia de la dinámica no lineal que es
Nonlinear dynamics and chaos de Steven Strogatz (1994), libro favorito de los
matemáticos, representativo de la perspectiva del MIT, habla del Brusselator y
describe los mapas disipativos en términos calcados de Prigogine, pero ni aún
así él es nombrado jamás. Tampoco lo nombran los textos técnicos de la
especialidad que he consultado, como los de David Arrowsmith y C. M. Place
(1990), Nicholas Tufillaro y otros (1990), Stephen Wiggins (1996), Paul Addison
(1997), Yaneer Bar-Yam (1997), Garnett Williams (1997), Robert Hilborn (2000) o
Nino Boccara (2004). Los partidarios de Prigogine han querido ver estas
omisiones como una consecuencia de los conflictos y los intereses competitivos
entre el Ilya Prigogine Center for Statistical Mechanics de la Universidad de
Texas en Austin y los dos centros nerviosos de la teoría del caos: Los Alamos
National Laboratory Center for Nonlinear Systems (LANL) y el Santa Fe Institute
(SFI). El LANL fue el feudo de Mitchell Feigenbaum y luego de John Holland; en
el SFI han militado el carismático físico danés Per Bak (creador del concepto de
criticalidad) y también Murray Gell-Mann, reconocido adversario de Prigogine.
Las ciencias del caos no son, por otra parte, ciencia tranquila, sino, como
afirma la posmoderna Katherine Hayles (1993: 220), una corriente profundamente
fisurada. Algunos críticos estiman que los libros de periodismo científico como
los de James Gleick (1987), Mitchell Waldrop (1992), Roger Lewin (1999), Peter
Coveney y Roger Highfield (1995) “han creado la falsa impresión de que el
trabajo en los sistemas adaptativos complejos sólo comenzó en serio cuando se
fundó el Instituto de Santa Fe en la década de 1980” (Heylighen 1993: 1).4 Por
eso es que David Ruelle, quien discrepa con Prigogine, ha alertado contra las
afirmaciones de prioridad científica prodigadas por los periodistas
norteamericanos en general y por Gleick en particular (Ruelle 1993: 120, 183).
Como sea, el tenor de los apelativos críticos que se disparan entre las
escuelas es de tono subido; cuando no dejan fuera de escena, Prigogine siempre
está en el medio del fuego. En páginas de la Web, Cosma Shalizi declara que
planea confiar a las llamas su ejemplar de Self-Organization de Prigogine una
vez que acabe de leerlo. Para Per Bak, el físico danés que introdujo el
concepto de criticalidad auto-organizada, Prigogine usa su “intuición emi- 4 La
historia real no ha sido tan provinciana, ni comenzó siquiera en los Estados
Unidos. Hoy se admite con naturalidad que una parte importante de las
intuiciones que alimentaron ideas de complejidad y caos reposa en exploraciones
químicas y matemáticas de la escuela rusa y ucraniana: Andronov, Anosov,
Arnol’d, Belusov, Besicovich, Bogdanov, Bogolyubov, Chirikov, Kantorovich,
Kolmogorov, Krylov, Landau, Lyapunov, Mel’nikov, Migdal, Moser, Neimark,
Novikov, Patashinskii, Pesin, Pokrovskii, Polyakov, Pontrjagin, Rabinovich,
Šarkovskii, Sinai, Šošitaǐšvili, Voronin, Vyshkind, Zhabotinskii (Wiggins 1996;
Hilborn 2000: 518; Fauré y Korn 2001: 775; Aubin y Dahan 2002: 289). Prigogine
no formó parte de esa escuela. Reynoso – Complejidad – 69 nente” en lugar de
medios científicos legítimos, y lo que produce no es ciencia sino seudociencia
(Bak 1997). Ron Eglash, el antropólogo responsable de la primera gran
exploración disciplinar de los fractales, ha puesto también bajo sospecha el
concepto de complejidad sustentado por Prigogine, un autor cuya importancia
científica –afirma Eglash– está menguando a pasos agigantados. En nuestros
días, y con todo lo que se sabe ahora sobre el caos, sostener la preeminencia
de su obra se ha tornado técnicamente problemático. Las matemáticas anteriores
al caos habían definido la complejidad, en la formulación de Kolmogorov, como
equivalente a la aleatoriedad (la complejidad de una serie de números es igual
a la longitud de su descripción más breve; dado que una serie al azar no se
puede comprimir por ningún algoritmo, una serie así tiene la descripción más
larga posible). Pero después del caos, la complejidad fue redefinida como
computación: no hay nada computacionalmente complejo en un ruido blanco (una
señal aleatoria), ni en una señal puramente periódica. Más bien son esos
patrones que combinan order y azar –los fractales– lo que es computacionalmente
más complejo (de hecho, la dimensión fractal puede usarse como índice de
complejidad). El título de Prigogine Order out of chaos [La nueva alianza], se
refería en realidad a estructuras que surgían de la aleatoriedad del ruido
blanco; no se trataba de una referencia a la clase de caos descripta por los
fractales de atractores extraños (Eglash s/f). Eglash destaca que los
razonamientos de Prigogine pertenecen a una era más arcaica de las ciencias de
la complejidad, una concepción romántica y utópica que vislumbraba un orden
algorítmicamente complejo emergiendo gloriosamente de las tinieblas. Pero la
complejidad algorítmica implica, por ejemplo, que un texto más o menos largo
escrito por simios dactilógrafos sería más complejo (por ser más aleatorio y
por ende menos condensable) que Finnegan’s Wake de James Joyce (Horgan 1996:
254). El contenido de información algorítmica “no es lo que suele entenderse
por complejidad, ni en sentido ordinario ni en sentido más científico, ¼ no representa una
complejidad verdadera o efectiva”, ratifica Gell-Mann (2003: 58). La
complejidad algorítmica tiene por supuesto pleno sentido matemático, pero en
las nuevas ciencias se usa hoy un concepto de complejidad más articulado que el
de Prigogine y sus discípulos, con propiedades mucho más ricas que la mera
numerosidad. Hay que decir que más tarde Prigogine agregó referencias dispersas
a los fractales en el libro que escribió en coautoría con Nicolis, pero éste es
más tardío que La nueva alianza. Entre un libro y otro el autor perdió
protagonismo y no participó en la gestación de la ciencia del caos propiamente
dicha (cf. Nicolis y Prigogine 1989: 113-115). Su visión de la misma es además
fragmentaria y sesgada. En su tratamiento de los fractales, Prigogine los
adjudica a Georg Cantor, menciona sólo el conjunto epónimo y admite de mala
gana que Mandelbrot tuvo la idea de bautizar a los fractales con el nombre que
tienen. La misma táctica aplica con René Thom (sutil represalia), de quien
omite hasta el apellido, mencionando una sola vez la teoría de catástrofes no
obstante haber cubierto varias páginas con topologías en pliegue para ilustrar
transiciones de fase (pp. 93-98). En una intervención en una mesa redonda sobre
el azar de 1985 llamada “Enfrentándose con lo irracional”, Prigogine se refiere
a dimensiones fraccionales y atractores fractales, que son conceptos bien
conocidos en la ciencia del caos, sin aportar una visión personal al respecto
(Prigogine en Wagensberg 1992: 155-197). Ignotos nerds californianos bautizaron
fractales y atractores con sus apellidos; no hay ninguno con el nombre de
Prigogine. Tampoco hay aportes suyos de alguna entidad a los formalismos que
constituyen el núcleo de las teorías de la complejidad: sistemas adaptativos,
programación evolutiva, clases de universalidad, redes independientes de
escala. Reynoso – Complejidad – 70 John Horgan, columnista habitual de Scientific
American, refiere que los científicos familiarizados con la obra de Prigogine
no tienen nada o tienen poco de bueno que decir sobre él. Lo acusan de ser
arrogante y de darse autobombo. Argumentan que hizo muy pocas contribuciones a
la ciencia, si es que hizo alguna; que no ha hecho más que recrear experimentos
ajenos y largarse a filosofar al respecto; y que de todos los premios Nobel que
se han otorgado hasta ahora él es quien menos lo ha merecido. Horgan considera
que Prigogine, endiosado por sus colaboradores, abismado en su gran esquema de
los misterios insondables, no ha traído al mundo más que una nueva retórica
seudoespiritual (Horgan 1996: 276, 281). Mitchell Waldrop expresa casi lo mismo
al narrar la epifanía de Brian Arthur, introductor de la teoría del caos en
ciencias económicas, quien descubrió que los científicos serios consideraban a
Prigogine un auto-promotor insufrible que exageraba la magnitud de sus
descubrimientos, llegando a persuadir a la Academia Sueca de Ciencias para que
le concediera un Nobel (Waldrop 1992: 32). Los matemáticos siempre han hecho
befa de las matemáticas de Prigogine, que son célebres por su falta de
rigurosidad (Gustafson 2003: 11). Los críticos tampoco han pasado por alto la
connivencia entre Prigogine y círculos especulativos o irracionalistas y el
distanciamiento de aquél de la investigación científica sustantiva (Zuppa
2003). Esta línea de acusaciones engrana con lo que en la década de 1990 se
conoció como la guerra de las ciencias, pródiga en escaramuzas de intolerancia
mutua. Paul Gross y Norman Levitt, al cuestionar las lecturas presurosas de uno
de los muchos estudiosos posmodernos para quienes Prigogine es fuente de
inspiración, alega que el maestro se ha convertido en el héroe simbólico de una
anticiencia deplorable: El afamado químico Ilya Prigogine está entre ellos, por
supuesto (el nombre está siendo invocado en el discurso posmoderno con
alarmante frecuencia); pero una mirada realista a la ciencia de Prigogine
deberá enfrentar el hecho de que no ha estado produciendo contribuciones serias
en las dos últimas décadas, y que se ha deslizado hacia hábitos de especulación
que lo involucran en una ciencia poco firme y en matemáticas más titubeantes
todavía (Gross y Levitt 1994: 96). Nadie está obligado a trabajar hasta el
último día, ni a reprimir sus impulsos hacia una especulación que pudiera ser
creativa, ni a privarse de explotar el privilegio de ser una figura famosa. El
problema no radica en la conducta personal de Prigogine, sino en las
consecuencias para la causa científica, por cuya promoción (se supone) le
fueron otorgados innumerables honores académicos. Los últimos veinticinco años
de la vida de Prigogine, hasta su deceso en mayo de 2003, se consagraron a
incesantes giras ceremoniales de la mano de los constructivistas, hacia quienes
nunca tuvo palabras de censura que fueran más allá de unas pocas y tibias
pullas, atemperadas por guiños y sobreentendidos. En conferencias colectivas y
en artículos incidentales en compilaciones irracionalistas, Prigogine guardó
silencio sobre la invocación indebida de su nombre en contextos ideológicos muy
alejados de su filosofía. Homologó con ello una postura claustrofóbica y
monotemática, que retacea valor a la ciencia y monopoliza un lugar importante
en la Nueva Alianza. Es dudoso que una estrategia que ha dejado que la
discusión se sitúe en semejante terreno esté a la altura de la revolución que
se había augurado o promueva una pauta positiva de intercambio de ideas. Hay
infinidad de críticas a Prigogine que no puedo considerar debidamente aquí
(Obcemea y Brandäs 1983; Borzeskowski y Wahsner 1984; Batterman 1991;
Verstraeten 1991; Sklar 1995; Karakostas 1996; Price 1997; Edens 2001). No
obstante, y aunque la contribución de Prigogine se enfrente a dudas de peso en
cuanto a su generalización del principio de irreversibilidad, o por su
tratamiento de los semigrupos, la ruptura de simetría u otras cuestiones
Reynoso – Complejidad – 71 técnicas, y aunque él no haya sido el primero en
traer a colación la idea de la flecha del tiempo, el caos o lo que fuere, es
indudable que su modelo, en su letra y en su espíritu, instauró una nueva
preocupación por la temporalidad y los sistemas complejos en el imaginario de
sus lectores de las ciencias sociales. Prigogine, como ha dicho Shalizi,
“intentó llevar adelante un estudio riguroso y bien fundado de la formación de
patrones y de la auto-organización antes que ningún otro. Él falló, pero su
intento ha sido inspirador” (Shalizi 2001a). Con justicia o sin ella, y aunque
la ciencia entera se alce en su contra, esas problemáticas estarán, al menos
por un tiempo, vinculadas a su nombre.
Reflexionemos en el caos a partir de la filosofía de Deleuze para el caos
es primigenio y como tal el ser es caos
y el caos es creatividad y aquí marca una distinción entre pensar y conocer, el
pensamiento es caótico porque pensar es ser en cambio el conocimiento no es
pensamiento o lo es en tanto relentiza el pensamiento, lo enfría, lo
solidifica dándonos categoría y la
diferenciación marcada entre sujeto y objeto que excluye toda diferenciación
porque se basa en el principio de identidad.
https://www.youtube.com/watch?v=HBLQ63pNAzw&t=1209s
Yo veo a mi familia y es caos y en el caos son tan felices, en el juego
de encontrar al lobo, es decir de encontrar al Claudio hay una primera parte
donde los aldeanos se despiertan y se dan cuenta de a quien mato
Claudio, y la sensación los recorre y se produce un caos desinhibidor todos
acusan a todos, creando diría Deleuze síntesis perceptivas muchos más ligadas a la intuición yo me
pregunto ¿Qué pasaría si este caos se
prolongara? Siempre en teatro loco hemos
jugado con el caos y lo hemos llevado a
extremos tremendos, lo interesante es que lográbamos que el juego no se rompa
había muchísima violencia pero esta se traspasaba recreando nuevas percepciones
era de una riqueza increíble más en mi
familia que son caóticos al extremo la violencia no podría ser traspasada ellos
se quedarían atrapados en ella y es que la han solidificado y la agresión
despierta en ellos el espíritu de venganza, si ya hemos descubierto la
limitación de su conciencia al no reflexionar porque la reflexión les quita
efectividad y la ven como un floro una no verdad ahora descubrimos una
limitación existencial tremenda no se pueden abrir al caos , diría Deleuze no
se pueden abrir a la vida.
¿Pero quien solidifica la violencia?
En este juego es claro, lo hace el narrador él es el verdadero lobo aquí
se descubre el movimiento del espíritu desintegrado, divide y vencerás, esta es
la verdadera cibernética el sistema se configura a partir de un enemigo común.
¿Puede el sistema configurarse de otra manera?
Según nuestra investigación no, la cibernética será siempre espíritu
desintegrado aun en la cibernética de segundo orden donde ya no se tiene como
enemigo al lobo sino al narrador que se ve como el enemigo al intentar unificar
la diferencia.
Pero veamos con más detalle este movimiento cuando la iglesia configuraba
el sistema, ella puso al diablo en el centro del mismo, esto es necesario
porque para construir un sistema social se necesita centrar e los individuos
que lo componen, podemos centrar a los individuos en un ideal común pero el
problema es que esto nos lleva a una búsqueda la cual no centra y por lo mismo no permite ni la configuración
del sujeto ni la configuración del objeto, por lo mismo los individuos se
centran a partir del enemigo común y esto la iglesia fue una maestra, si en el
judaísmo el diablo no aparecía casi en ningún lado a la justas tenía un rol
tentador y en Job obstaculizador que más bien en ese obstáculo permitía el
alcance de la sabiduría, ene l nuevo testamento el diablo es el antagonista de
Jesús y el verdadero protagonista en el diseño del mundo, esto para la iglesia
primitiva significo una lucha espiritual con el imperio romano pero cuando se
instauro la iglesia imperial la
narrativa cambio y él enemigo fue el pagano, luego el musulmán, luego las
brujas siempre el diferente aquel que no entraba en la identidad universal, con
este movimiento la iglesia logro unificar a la civilización occidental , ella
decía quién era el lobo y los aldeanos iban corriendo a combatirlo, con la
llegada del estado moderno la cuestión no cambio, simplemente cambio la
señalización del lobo ahora ya no eran las bujas medievales sino el comunista
el cual quería ir en contra de la libertad del capital y su democracia y con
esta estrategia otra vez la cultura occidental logro su unidad, así que no solo
es una estrategia eficaz , es la única que funciona para construir sistemas
sociales.
¿La religión, el arte, la filosofía, la ciencia tiene este movimiento del
espíritu desintegrado en su base?
No para nada, ni la religión con su movimiento de espíritu absoluto donde
nos abrimos gracias a la fe.
Ni arte con su movimiento de Espíritu revelado donde el caos pre
expresivo y la contemplación meta expresiva dan lugar a la expresividad, la cual se
imprime en la conciencia del que especta la obra.
Ni el espíritu subjetivo que intenta superar en la dialéctica la
configuración sujeto objeto en una reflexión absoluta.
Ni la propia ciencia que va desplazando al objeto, hasta disolverlo.
Más ninguna de ellas está libre de
caer en el movimiento del espíritu desintegrado, el espíritu no configura
sistemas más bien los traspasa, jamás se queda en ellos atrapado, pero las
personas sí, siempre quedan atrapadas, el espíritu desintegrado usa su dolor y
su miedo, así la religión se usa para configurar el sistema teniendo al centro
al diablo, el arte determina lo que es estético y lo que no excluyendo a muchos
de la comunicación que es la propia estructura del sistema, la filosofía
concibe ideologías donde el centro está en el enemigo ideológico, y la ciencia construye
sistemas de opresión en pro de eliminar el enemigo común.
Por esto se hace necesario el movimiento del anti espíritu para restaurar
el caos y poder traspasar el espíritu
desintegrado, lo malo es que el espíritu desintegrado es más astuto y ahora el
enemigo será aquel que defienda el principio de identidad , hoy el espíritu
desintegrado reina como nunca antes por un lado los que defienden la diferencia
en el anti espíritu ven al enemigo en los neofascistas y por el otro lado la derecha ve a los
enemigos en aquellos que defienden la diferencia. Produciendo una
desintegración como nunca antes se ha visto.
1→←1→←1←→0 0 0
En nuestra reflexión tanto la identidad como la diferencia son
ontológicas y una refleja a la otra y si bien nosotros partimos de una
ontoteologia comprendiendo que Dios es la unidad meta estructural que se
refleja en nuestra unidad sabemso que ese reflejo se da primero en la
existencia, así no hay nada mejor que el caos para refractar a Dios, pero
conocerlo exige un cambio de velocidad un orden y el verdadero conocimiento
está en la inmovilidad y su
silencio. Más la inmovilidad de la conciencia metafísica
y la movilidad extrema de la existencia son complementarias, solo en esa
complementariedad es posible superar al espíritu desintegrado esta será la base
del espíritu integrado y de la cibernética de tercer orden y entonces hay que superar el caos y hay que
superar el orden.
Pero veamos con más atención la cibernética de segundo orden que se basa
en el caos y la diferencia.
El medico esposo de mi tía la dueña de caso dijo algo muy sabio:
“Cualquiera que quiera instaurar una norma, una ley, está perdido porque de lo que se trata es de
reacción al instante, al suceso a lo que pasa”
Que distinto pensamiento al de mi tía la dueña de casa, donde ha y que
poner siempre reglas ¿Pero si la formulación de su esposo es tomada como una
regla no se pierda acaso totalmente su espíritu? Ahí es donde la dialéctica
entra con su negación de la negación para que el espíritu que se ha perdido se
vuelva a encontrar, pero el medico no es dialéctico más ¿Cómo es que su ironía
ingeniosa puede convivir convivir con la normativa de mi tía? La cuestión es
mucho más compleja el medico no tiene la apertura al caos que mi tía sí, aunque
luego ella reprima esa apertura con
total severidad para lograr eficacia en el orden, mi tía es enfermera y más
que nada hija de mi abuela quien ha sido una creadora de Claudios de lobos
sumamente eficaz, como solo la iglesia lo puede lograr al punto de hacer de
lobos a sus propia hijas e hijos. Más sigamos entendiendo como funciona la
cibernética de segundo orden para ver cómo vamos a cambiar este juego
introduciendo nuevos roles y como ellos van a llegar a la autopoiesis
eliminando al narrador exterior pero convirtiéndose en ese narrador en un
sistema autoreferencial y es que nada realmente sale del sistema al menos que
disuelva al sistema mismo.
2.5.3 – Autopoiesis y Enacción: Maturana y Varela El tratamiento que se
dará en este libro a la autopoiesis, la enacción, el constructivismo y la
investigación social de segundo orden será diferente del que se ha dado a otras
estrategias. Aquellas corrientes se han movido fuera del ámbito de las teorías
de la complejidad en sentido estricto, alejándose de las temáticas que dieron
origen a sus propias búsquedas, como habrá de verse. No interesa entonces
enseñar aquí el contenido puntual de sus propuestas, pues las entidades a las
que se refieren no son bajo ningún aspecto sistemas dinámicos no lineales, ni
sus modelos son modelos del cambio, ni las teorías que desarrollaron son
teorías de la complejidad, por más que sus discursos sean de un grado tal de
complicación que muchos han llegado a creer que sí lo han sido. Dado que la
autopoiesis y sus secuelas no son doctrinas que pongan en foco las materias que
aquí se tratan, habrá que dar alguna excusa por su inclusión en este libro. Los
elementos de juicio que he considerado son los que siguen. (a) Autopoiesis y
enacción son derivaciones lejanas de la ecología de la mente de Bateson (uno de
sus innumerables sitios en la Web se llama Ecology of Mind). Sus practicantes
tuvieron con ese antropólogo una relación intelectual y personal directa, lo
mismo que con Ilya Prigogine, autor poco referido en sus textos primarios. (b)
Uno de los fundadores de la autopoiesis, Francisco Varela, ha negado
reiteradamente que la autopoiesis sea un concepto adecuado para estudiar el
orden social, pues las características de este orden nada tienen que ver con
las condiciones requeridas para que una entidad sea autopoiética. Sólo los
seres vivientes serían entidades de esa categoría. Habrá que revisar entonces
la problematicidad de la extrapolación de conceptos autopoiéticos hacia las
ciencias sociales. (c) La autopoiesis no es tampoco una dinámica, sino en el
mejor de los casos una teoría de la homeostasis o el estado estable de
entidades que son más máquinas que sistemas; el “mundo privado” de las máquinas
autopoiéticas se basa en el mantenimiento de su propio equilibrio e identidad.
Por su estructura y sus procesos, esas máquinas son no complejas, conforme a
las tipologías aceptadas (Langton 1991; Wolfram 2002); no está probado que los
modelos de esas máquinas posean capacidad de computación universal o
reproducción, ni está deslindada su posición en la jerarquía de Chomsky, ni se
han determinado las clases de universalidad que les son propias. (d) Este último
concepto merece un tratamiento detenido. Las teorías de la complejidad, desde
la cibernética y la TGS hasta las ciencias del caos, son generales y
abstractas; ninguna de ellas se aplica sólo a la materia física, a la vida, a
la sociedad o a un género particular de objetos. Un concepto fundamental en
esas teorías es el de clases de universalidad, una idea surgida en mecánica
estadística y en teoría de campo. Conociendo las clases de universali- Reynoso
– Complejidad – 72 dad para un tipo de modelo se pueden hacer afirmaciones
sobre ellos sin tener en cuenta los detalles de su naturaleza material, su
estatuto ontológico o las disciplinas cerradas que los estudian; en lugar de
buscar una solución para cada problema, lo que uno hace es buscar entre las clases
de problemas aquéllas que admiten una solución común (Kadanoff 1999). Sin
clases de universalidad o un principio de isomorfismo equivalente la
transdisciplinariedad no es ni necesaria ni posible, salvo como intercambio
informal de metáforas. No hay dichas clases en autopoiesis, pues ella por un
lado presupone especificidad ontológica (rige para los seres vivientes), y por
el otro no ha definido los parámetros y los rangos críticos que darían sentido
a la extrapolación del concepto a otros órdenes de fenómenos; la autopoiesis
sería no-universal en este sentido, y es por tanto anómala como teoría de la
complejidad. (e) A pesar de lo anterior, en la larga lista de libros y
artículos que han tratado el asunto en el campo discursivo no faltan autores
que sindiquen la autopoiesis como teoría de la complejidad, ya sea porque sus
responsables han tenido contacto personal con promotores de esas áreas, o
porque uno de ellos acostumbraba recurrir a sistemas complejos, en particular
autómatas celulares y redes neuronales, como forma de ilustración de sus ideas.
Pero a despecho del esmerado aparato de citas auto-referentes y de
insinuaciones experimentales, Varela no ha realizado ninguna contribución
sustancial a ese campo (cf. Varela 1990: 85, 103; Varela, Thompson y Rosch
1992: 179, 184). Cualquiera sea su valor en otros respectos, la autopoiesis no
ha jugado papel alguno en el desarrollo algorítmico o computacional en redes
neuronales, dinámica no lineal, programación evolutiva, autómatas celulares,
agentes autónomos, vida artificial y demás sistemas complejos. No existen
instrumentos informáticos que les sean característicos, ni la complejidad como
asunto teórico ha sido jamás tratada en su literatura primaria. (f) Nunca se ha
elaborado una crítica rigurosa y metódica de los argumentos autopoiéticos,
aunque han habido algunas tentativas parciales (Kampis y Csanyi 1985; Zolo
1986; 1990; Cottone 1989; Mingers 1990; Birch 1991; Johnson 1991; 1993; Swenson
1992; Pérez Soto 1994; Gallardo 1997; Biggiero 1998; Boden 2000; Collier 2002;
Nespolo 2003). Las ideas autopoiéticas se diseminan en su propio nicho sin
encontrar obstáculos reflexivos, o son adoptadas como si no fueran
problemáticas por quienes encuentran razonable que se postule un lenguaje sin
estructuras ni niveles de articulación, una cadena de “emergencias” sin
sustento experimental, un conocimiento sin símbolos, una biología sin
reproducción, una interacción sin códigos comunicativos y una mente que no está
en el cerebro. El estudio que sigue no pretende dar cuenta de los contenidos
propios del movimiento, ni realizar una crítica a fondo; me conformo con
establecer unos pocos elementos de juicio, para proceder a su examen en un
momento más oportuno. Humberto Maturana intentó analizar la forma en que los
procesos biológicos dan lugar a los fenómenos del pensamiento, la cognición y
el lenguaje. En el laboratorio de computación biológica de la Universidad de
Illinois recibió durante algunos años la influencia de las teorías cibernéticas
sui generis de Heinz von Foerster y Gordon Pask, al lado de la filosofía de
Heidegger. En ese ambiente, Pask exploró antes que Maturana las condiciones de
la autoorganización para el aprendizaje, el significado de la recursividad, las
condiciones de la conversación y el lenguaje, y sus relaciones con la cognición
(Pask 1975; 1993). Maturana es, como Bertalanffy, un biólogo de profesión, más
concretamente un neurofisiólogo. Sus primeros trabajos importantes se
realizaron en colaboración con Warren McCulloch y Walter Pitts, quienes
sentarían las bases sobre las que luego se desarrollaría el paradigma
computacional de las redes neuronales o conexionismo, uno de los contendientes
en el debate de la Inteligencia Artificial (Graubard 1993; Franklin 1997;
Devlin 1997). Debo puntualizar Reynoso – Complejidad – 73 que Maturana (a
diferencia de Varela) se separó tempranamente de los desarrollos sobre redes
neuronales, respecto de los cuales se manifestó escéptico, aduciendo que las
computadoras son sistemas alo-referidos (en vez de auto-referidos) y que “no
hay necesidad de imitar lo que sucede en nuestro cerebro” (Maturana 1996: 325).
En un principio las investigaciones de Maturana tenían que ver con los
complejos patrones de actividad entre neuronas que, según él, ocasionan hechos
perceptivos, casi independientemente de los factores ambientales de estímulo
(luz, longitud de onda). Maturana propuso entonces estudiar la percepción desde
dentro, más que desde fuera, concentrándose en las propiedades del sistema
nervioso como generador activo de fenómenos, más que como filtro o espejo de la
realidad exterior. Con el tiempo iría construyendo un cuerpo de teoría
concerniente a la dinámica de la vida, cuya pregunta esencial es “¿Cuál es la
organización característica de los seres vivos?”. La respuesta dada por
Maturana a esa pregunta es que el conjunto de los sistemas de los seres
vivientes más que constructivo es auto-constructivo. El concepto principal del
esquema de Maturana es el de autopoiesis, propiedad no tanto de sistemas como
de “máquinas”, una metáfora que remite a la primera cibernética pero que tiene
también cierta resonancia de rhizomática deleuziana. Cada tanto uno se cruza
con comentarios en el sentido de que Gilles Deleuze y Felix Guattari tomaron de
Maturana y Varela la metáfora de las máquinas; pero El Anti-Edipo es por lo
menos dos años anterior a la presentación en público de la autopoiesis, y sus
máquinas del deseo, despóticas o territoriales se inscriben en una larga
genealogía de metáforas maquinales que se remonta a las máquinas célibes de
Michel Carrouges de 1954 y a las megamáquinas de Lewis Mumford de 1966.
Autopoiesis significa algo así como auto-producción, o auto-creación. Aquí va
la enrevesada definición, citada tantas veces: una máquina autopoiética es una
red de procesos de producción de componentes (transformación y destrucción) que
a través de interacciones y transformaciones regenera y realiza la propia red
de procesos y relaciones, que constituyen a la entidad como una unidad
concreta, especificando el dominio topológico de su realización como tal
(Maturana y Varela 1980: 78-79). Las unidades de una máquina autopoiética deben
tener límites identificables y deben constituir un sistema mecánico con
relaciones necesarias entre componentes. A poco de razonar en esta tesitura,
Maturana terminará precipitándose en lo inevitable: no es el estímulo lo que
determina la conducta, sino el ser viviente quien define su entorno y su
experiencia. Allí afuera, dice, no hace ni frío ni calor, ni hay colores, ni
ruido, ni luz; no hay ningún flujo de información entre el entorno y el ser
vivo, sino que es éste quien establece cuáles diferencias o perturbaciones son
significativas conforme a su estructura individual (Maturana y Varela 2003:
10). El razonamiento se asemeja parcialmente al concepto batesoniano de la
“diferencia que hace una diferencia”, presentado en una conferencia de homenaje
a Korzybski en 1970, así como a la bien conocida ley de Weber-Fechner, luego
reformulada en consonancia con la ley de potencia por Stanley Stevens; pero
Maturana nunca reconoció estas similitudes, pues lo que Bateson definía de ese
modo era la información, mientras que la ley perceptual de Fechner-Stevens
tiene un robusto sustento de laboratorio y está más imaginativamente
cuantificada que cualquier argumentación autopoiética (Stevens 1957; Bateson
1972: 286). Ambos desarrollos, por otra parte, desmienten a la autopoiesis en
un punto crítico: las constancias perceptivas observadas no son dependientes ni
de los sujetos, ni de sus dominios consensuales; valen para todos los
ejemplares y todas las Reynoso – Complejidad – 74 culturas. El propio Francisco
Varela, tras distanciarse en malos términos de Maturana, reconoció que la
fundamentación de la idea autopoiética de perturbación era insatisfactoria,
conducía sin remedio al solipsismo y no permitía tratar la evolución y el
cambio (MarksTawlor y Martínez 2001: 4; Varela 2004: 52, 56). Volviendo a
Maturana, uno de los objetivos que él persigue es el de explicar el surgimiento
de la cognición. Este conocimiento, dice, no se puede comprender a través de la
forma en que opera el sistema nervioso; es necesario investigar el modo en que
las actividades cognitivas son comunes a todas las especies, lo cual está
determinado por el fenómeno de la autopoiesis. La vida como proceso es un
proceso cognitivo, tenga o no el ser viviente un sistema nervioso. Una
explicación cognitiva trata acerca de la relevancia de la acción para el
mantenimiento de la autopoiesis. El dominio cognitivo es temporal e histórico:
cuando decimos que “un animal sabe X”, ésta no es una afirmación sobre el
estado del animal sino sobre un patrón o esquema de acciones, pasadas,
presentes y proyectadas hacia el futuro. La epistemología de Maturana se opone
en consecuencia al conductismo, en el cual se concibe el comportamiento de un
individuo como secuencia de reacciones ante las coacciones del ambiente. No se
pueden identificar estímulos que existan independientemente del organismo; por
el contrario, es éste el que especifica el espacio en el que vive. Buscando retener
la autonomía de los seres vivos como estrategia central, Maturana rechazó la
enumeración de factores que definen la vida y evitó el uso de conceptos
referenciales como “propósito” y “función”. En su lugar pone un “conocimiento”
genérico, para el cual no habría diferencia dignas de nota entre una respuesta
instintiva, un movimiento reflejo y un sistema filosófico elaborado. Pronto las
especulaciones de Maturana comienzan a elevarse por encima de lo que alguna vez
pudo sustentar experimentalmente (su ámbito de experimentación, de hecho, se
restringe a las retinas de las ranas), hasta tocar lo sociocultural. Así como
el individuo interactúa con un ambiente no intencional, dice Maturana, también
lo hace con otros semejantes. Esto genera patrones ligados de conducta que
conforman un dominio consensual, continuamente regenerado por las demandas de
autopoiesis de cada interactor. Las propiedades fundamentales de un dominio
consensual son las de ser al mismo tiempo arbitrarias y contextuales. La
conducta en un dominio consensual se llama conducta lingüística, y los patrones
cambiantes de estructuras constituyen un lenguaje. El rasgo central de la
existencia humana es su ocurrencia en un dominio consensual, un dominio que
existe para una comunidad societaria. El conocimiento que constituye ese
dominio no es objetivo, pero tampoco es subjetivo o individual: Las diferencias
culturales no representan diferentes modos de tratar la misma realidad
objetiva, sino dominios cognitivos legítimamente distintos. Hombres culturalmente
diferentes viven en diferentes realidades cognitivas recursivamente
especificadas a través de su vida en ellas (Maturana 1974: 464). En un primer
momento, entonces, no se requiere para la cognición ni siquiera un sistema
nervioso; en una segunda instancia, en cambio, la cognición se define como
función de una cultura, entendida a la manera idealista-particularista de
Sapir-Whorf-Pike, aunque la autopoiesis presuma de determinismo y requiera
algún grado de universalidad para constituirse como una teoría general. Por
aquí anidan varias inconstancias y las ideas cambian bruscamente según el tema
del simposio, la moda de la época, la sagacidad del periodista que interroga o
el título de la compilación, pero ¿qué antropólogo compraría la idea si la
cultura Reynoso – Complejidad – 75 fuese excluida? Maturana, de hecho, escribe
para las ciencias blandas, pues ni remotamente es en las ciencias duras donde
estas ideas podrían tener algún impacto. Maturana se ocupó de otras temáticas,
pero todas descansan en la misma clase de esquema: una matriz constructivista
en las que la espontaneidad y las capacidades transformacionales del sujeto
(pues sus seres vivientes y organismos no son sino símbolos sustitutos de la
subjetividad) remiten a un catecismo intensamente individualista, que en su
celebración de la iniciativa y autonomía de las máquinas autopoiéticas ni
siquiera ha previsto un lugar para la herencia biológica, ni tiene forma de
distinguir entre lo innato y lo adquirido, pues ambas instancias son casos
experienciales que la teoría define de la misma manera (Maturana 2004: 21-22).
Es esta una visión en la cual, sin dejar de reconocer el hecho obvio de que las
personas están inmersas en un medio social, cada cual encuentra, como Horatio
Alger, la forma de hacerse a sí misma. También forma parte esencial de esta
visión la idea de que rasgos tales como conocimiento y creencia surgen en el
dominio del observador, y no son cosas que se encuentren “en” o “dentro” de los
sistemas. Su consigna culminante afirma que “todo lo que es dicho, es dicho por
un observador” (Maturana y Varela 1980: xix): una aseveración que tiene el tono
aforístico de las ideas profundas, y en la que algunos se empeñan en encontrar
sabiduría, pero que o bien tiene serias consecuencias epistémicas y ensombrece
su propio punto de vista, o no las tiene en absoluto y deviene entonces una
trivialidad abismal (Johnson 1993; Mingers 1994: 112). Como fuere, se trata de
una tesis que no se lleva nada bien con otras igualmente totalizadoras a las
que también se suscribe (“no hay nada fuera del lenguaje”, “no hay nada fuera
de la mente”), ni con el hecho de que todas las máquinas de una misma especie
perciben las mismas clases de diferencias, ni con la descomunal pretensión de
haber desentrañado nada menos que la clave de lo viviente, la evolución, el
origen del pensamiento, el lenguaje, la mente, la conciencia y la cultura
(Maturana 1996: 92). Si la ciencia no puede, según él afirma, decir nada sobre
la realidad, habría que preguntarse cómo hizo él para no dejar ninguna de sus
claves sin elucidar. De las teorías sistémicas primigenias ha quedado un leve
perfume, soterrado bajo la apoteosis no ya de la totalidad del sistema sino de
la individualidad del sujeto, por más que se diga que se han tomado en cuenta
las interacciones; lo más dudoso de todo este esquema es, sin duda, la
pretensión de que sería de aplicación a todo lo viviente. Pienso que esa
generalidad es espuria: en todo momento la categorización es emblemática de una
ideología subjetivista que a las pocas páginas torna previsible todo que lo
Maturana tiene que decir sobre el hombre, la sociedad y la cultura. La
demostración de lo que yo le imputo se encarnará en la corriente que adopta
estos axiomas y saca de ellos la única conclusión posible: la concepción
pre-cartesiana de Maturana servirá de pie al constructivismo radical, que
constituye la fase siguiente, desde donde se proclama ya no que la realidad es
relativa al punto de vista de sujetos y sociedades, sino que es
fundamentalmente inventada (Watzlawick y otros 1988; Maturana 1996). A veinte
años de iniciado el momento reflexivo de las ciencias sociales, algunos autores
afines al movimiento autopoiético están percibiendo que la distinción entre
observadores y observados no introduce ninguna novedad respecto de la
diferenciación entre sujeto y objeto alentada por el positivismo; lo único que
hay de nuevo es un cambio de nombres, al lado de un señalamiento (carente de
consecuencias epistemológicas efectivas) de que los observadores son a su vez
máquinas autopoiéticas, lo cual es desde todo punto de vista una ob- Reynoso –
Complejidad – 76 viedad (Palmer 1998: 4). La autopoiesis desarrolla asimismo el
tratamiento de los sistemas observados en tercera persona, conforme a la pauta
del autor omnisciente propia del free indirect speech, la forma narrativa más
convencional de las ciencias sociales en general y del realismo etnográfico en
particular; por tal motivo se cree ahora que la teoría en cuestión “no
proporciona una fenomenología de prehensión interior, sino de cognición externa
… y, por las mismas razones, no puede dar cuenta de una intersubjetividad en
plenitud” (Wilber 2005). Muchos de los conceptos de Maturana están
interrelacionados, pero de maneras desprolijas, cambiantes, contradictorias.
Las máquinas autopoiéticas se caracterizan por su clausura operacional (vale
decir, son autónomas), pero se relacionan con el exterior mediante acoplamiento
estructural (o sea, no lo son tanto); están además delimitadas por una
membrana, lo que excluiría de la definición de “ser viviente” a todos los
vegetales que se reproducen por gajos, las colonias, la simbiogénesis, los
virus, las esponjas, los líquenes, el moho del fango, los cangrejos ermitaños,
un porcentaje importante de organismos inferiores y las sociedades, pero de
alguna manera incluiría el fuego y las soluciones autocatalíticas (Morales
1998; Rosen 2000: 275-276; Boden 2000: 130). Según convenga a sus
razonamientos, Maturana sitúa el punto crítico ya sea a nivel de la totalidad
de lo viviente o del individuo, sin que exista razón formal para semejante
volubilidad; de este modo, las actividades cognitivas son comunes a todas las
especies, mientras que la percepción de los factores ambientales se define a
nivel de la experiencia individual. Respecto de las relaciones con el exterior
prodiga afirmaciones que hablan de una autonomía casi absoluta (Maturana y
Varela 2003: 84), al lado de otras que expresan que los seres no son ajenos al
mundo en el cual viven (p. 87, 114). Por un lado nos dice que el interior y el
exterior de un organismo sólo existen para la mirada de quien observa (Maturana
1978: 41, 46; Varela 1979: 243); por el otro, afirma que es el sistema
autopoiético el que realiza sus propios límites y que éstos son producto de sus
operaciones, y no resultados de las definiciones del observador (Maturana 1975:
317; Maturana y Varela 1980: 81); la teoría establece primero que no hay un
lenguaje observacional capaz de hablar sobre los estados internos de las
criaturas, pero luego habla sin tapujos de la conciencia y los sentimientos, y
hasta patrocina un cálculo de la auto-referencia. Mientras que la imagen
favorita de Maturana para ilustrar sus propias ideas es la de las manos de
Escher que se dibujan mutuamente (Maturana y Varela 2003: 11), yo diría que un
icono más apto sería el de un codo borrando lo que la mano escribe. En cuanto a
las capacidades, factores y acontecimientos de los que la teoría no puede dar
cuenta (desarrollo, reproducción, biogénesis, especiación, información,
comunicación, código genético, suicidio, altruismo) Maturana se las saca de
encima estimándolas no constitutivas de lo viviente (p. 38). El cambio
estructural y por ende la deriva evolutiva están expresamente excluidos como
problemas (Varela 2004: 47). Siendo su modelo biológico incapaz de considerar
la reproducción y los códigos implicados en ella como constitutivos, no es de
extrañar que la biología científica haya descartado la autopoiesis como modelo
viable (Brockman 2000; Luisi 2003). Inmediatamente allegado a Humberto Maturana,
Francisco Varela continúa y expande estas ideas en la generación más joven, con
mejor fortuna fuera que dentro de los Estados Unidos hasta su fallecimiento en
mayo de 2001. Sus nuevos modelos, sesgados hacia la cognición, promocionaron en
sus últimos años un enésimo candidato a encabezar las modas conceptuales que
lleva el nombre de enacción y que no habré de tratar en estas páginas. En ellos
Reynoso – Complejidad – 77 Varela ha estado trazando una narrativa agonística
de las epistemologías, una historia de emergentistas nobles y cognitivistas
perversos, congregados estos últimos en torno del Instituto de Tecnología de
Massachusetts, Noam Chomsky y el proyecto de la línea dura de la inteligencia
artificial, representante a su vez de “la ortodoxia de la comunidad científica”
(Varela 1990: 15-16). La argumentación de Varela remite siempre (copiando
capítulos enteros de un libro a otro, aunque el texto de destino sea de autoría
compartida) a una historia conspirativa en la que hay una primera etapa de
creación coincidente con la vieja cibernética; luego viene un segundo momento
en el que el imperio contraataca, y los positivistas del movimiento cognitivo
toman el poder, acaparan los subsidios y usurpan el papel de Dios pretendiendo
que las máquinas suplanten al Hombre; le sigue una tercera fase en la cual el
conexionismo consuma su revancha; y todo acaba con un apogeo de final abierto
pero feliz, donde la enacción, su propia idea, supera y culmina todas las
epistemologías de Occidente. Varela no conoce términos medios para referirse a
las doctrinas que ama y a las que aborrece: el modelo simbólico de
procesamiento de información le parece a él “una forma muy dogmática de ciencia
cognitiva”, que en una actitud de “extremo parroquialismo” “ha ignorado
soberanamente” las “valiosas contribuciones” del Biological Computer Laboratory
de von Foerster, a quien llama “Heinz el Grande”, “figura memorable” y
“absolutamente extraordinaria”; Marvin Minsky, mientras tanto, es para él “un
grano en el culo, un arrogante hijo de perra” (Varela 1995; Brokman 2000: 154).
Por otra parte, las afirmaciones de Varela respecto de los sistemas complejos
adaptativos son derivativas y casi siempre erróneas, a fuerza de combinar y
yuxtaponer atributos de distintos tipos de criaturas tecnológicas: en su
caracterización de la vecindad de los autómatas celulares, por ejemplo, Varela
asevera que cada unidad se entiende con dos vecinos, confunde las
particularidades de redes booleanas con la de los autómatas celulares
unidimensionales, recomienda el libro Chaos de James Gleick como bibliografía
adicional sobre sistemas emergentes, caracteriza el comportamiento temporal de
los agentes como una dimensión que involucra una especie de memoria histórica,
y enseña que las celdas de los autómatas denotan neuronas (Varela 1990: 53-76;
Varela, Thompson y Rosch 1992: 111-120). ¿Es necesario señalar que todo es
inexacto? Como se verá más adelante, en los autómatas celulares las vecindades
no son necesariamente duales; la vecindad mínima no comprende el estado de dos
elementos sino el de tres; en las redes booleanas las conexiones (que no son
vecindades) se establecen no entre celdas adyacentes sino entre agentes
disjuntos; el libro de Gleick (que glorifica al SFI) no dice una sola palabra
sobre autómatas, redes booleanas, conexionismo, sistemas adaptativos, cognición
o emergencia; los modelos conexionistas difieren mucho de los sistemas
emergentes canónicos, tanto en su propósito como en su implementación; las
celdas y agentes de los sistemas adaptativos no reaccionan conforme a su
experiencia fenomenológica de vida sino, más humildemente, en función de su
estado actual, como buenos autómatas finitos sin memoria cuyas trayectorias son
formalmente imposibles de remontar hacia atrás; y las celdas de los autómatas celulares
no denotan neuronas sino cualquier cosa que se quiera que representen. Para
cualquier conocedor con ejercicio en la materia resulta evidente que está
faltando aquí una experiencia de primera mano, por más que los textos prodiguen
alusiones experimentales, como cuando Varela reproduce ilustraciones bien
conocidas de Stephen Wolfram pretendiendo que luzcan como resultados de
experimentos suyos (Varela 1990: 66; Varela, Thompson y Rosch 1992: 117-118,
179, 184). Lo concreto es que Varela ni siquiera explica Reynoso – Complejidad
– 78 (en un contexto en el cual sería definitorio hacerlo) qué significan las
reglas binarias de tipo 01111000, 11100110, etc, que trae a colación como si su
significado fuera transparente; tampoco especifica cuál es la estructura y
rango de vecindad de su presunto autómata Bittorio (pp. 178-185), una entidad
reseñada en páginas atestadas de incorrecciones, cuya “conducta enactiva”
celular (también descripta lacunarmente) ha sido copiada de trabajos publicados
por Wolfram (1983; 1984; 1994), antes que tomadas de las experiencias de Varela
en algún laboratorio real5 . Varela reprueba las ideas de procesamiento de
información, la programación lógica-simbólica, la perspectiva computacional del
MIT, el conductismo y el modelo cognitivo representacional. Por eso debe
mantener bajo sordina que los sistemas complejos adaptativos y las redes
neuronales son mecanismos de procesamiento de información simbólica, que sus
capacidades de computación se vinculan con las funciones booleanas en tanto
operadores lógicos, que los programas que usa el mismo Varela compilan merced a
las distinciones chomskyanas sobre los lenguajes formales y sus aceptadores
(desarrolladas en el MIT), que el celebrado aprendizaje hebbiano de las redes
neuronales es explícitamente conductista y que el proyecto conexionista
reciente degeneró en modalidades de procesamiento simbólico. En la actualidad
el conexionismo eliminativo que promueve Varela compite en minoría con dos
movimientos rotundamente cognitivos: el conexionismo implementacional (o
subsimbólico) y el conexionismo revisionista de procesamiento de símbolos,
sucesor del PDP (parallel distributed processing), o escuela de San Diego (Hebb
1949; Pinker y Prince 1988; Franklin 1997: 139). Además hoy en día está claro
(y probado) que “ninguna máquina puede reconocer X a menos que posea, por lo
menos potencialmente, algún esquema para representar X” (Minsky y Papert 1969:
xiii). Las relaciones de Varela con el modelado computacional nunca han sido
afortunadas. Varela, Maturana y Uribe (1974) habían presentado un algoritmo
autopoiético que supuestamente daba cuenta del mínimo modelo químico necesario
para sostener de la vida y confería al modelo de la autopoiesis una robusta
fundamentación. Conjeturo que el algoritmo, similar al Juego de la Vida de John
Conway, fue programado por Ricardo Uribe, dado que Maturana se opuso siempre a
la simulación y Varela nunca demostró en sus trabajos en solitario que dominara
la técnica requerida para suministrar aunque más no fuese una descripción
aceptable de un mecanismo informático. Pese a que el algoritmo autopoiético fue
un intento relativamente temprano de modelado computacional, nunca pudo ser
implementado por nadie; las experiencias internas del movimiento autopoiético,
como las de Milan Zeleny (1977; 1978), tampoco fueron documentadas de manera
que alguien más pudiera replicar los hallazgos según la práctica académica
ordinaria. Nunca se publicó la totalidad del código fuente, las instrucciones
en seudolenguaje o el diagrama de flujo. No se especificaron 5 Véanse las
ilustraciones clásicas de Wolfram en
http://www.stephenwolfram.com/publications/articles/ca/83-cellular/index.html y
http://www.stephenwolfram.com/publications/articles/ca/86-caappendix/index.html.
Los errores perpetrados por Varela son innumerables; los más notorios son (a)
atribuir “historia” y “biografía” a elementos de sistemas basados en vecindades
de Moore de rango 1 y regidos por transiciones irreversibles; y (b) imputar
“autonomía” y “libertad” a celdas que están supeditadas a las reglas uniformes
que un investigador quiera asignarles (Varela, Thompson y Rosch 1992: 178,
180). Ni el modelo de estados del sistema admite esa semántica, ni esa clase de
propiedades puede ser emergente en esa clase de formalismo. Reynoso –
Complejidad – 79 condiciones de borde, ni los mecanismos de iteración,
contención y paralelismo; la definición de ligadura es indescifrable, las
reglas de movimiento son inconsistentes y los dibujos que acompañan el texto
(imposibles de generar con ese código) no son siquiera gráficos de computadora.
En consecuencia, los esfuerzos de implementadores bien intencionados, como
Barry McMullin (1997) no pudieron encontrar el nexo entre los datos
experimentales suministrados y la descripción algorítmica, ni hacerlo andar de
manera que justificara sus fenomenales alegaciones. Science y Nature rechazaron
la publicación del reporte que incluye el programa; se publicó en Biosystems,
una revista de la cual Heinz von Foerster (que intervino en la redacción del artículo)
formaba parte del comité editorial (Varela 2004: 49). En suma, los intentos de
McMullin (1997; 2004) y McMullin y Varela (1997) no han logrado hacer que el
modelo computacional de la autopoiesis se comporte conforme a la teoría; más
aún, el funcionamiento de los programas desmiente las premisas teóricas, obliga
a introducir código imperativo y enmiendas teóricas de compromiso, y aún así
produce avalanchas de errores no triviales. Tampoco lo había logrado Milan
Zeleny, cuyos experimentos en lenguaje APL fueron cuestionados por McMullin
(2004) desde dentro mismo del movimiento autopoiético. Los pocos sistemas que
los partidarios dicen haber hecho funcionar en tiempos recientes son sólo
calcos de programas de tipo Vida Artificial o autómatas teselares, carentes de
toda especificidad autopoiética; algunos críticos, además, los han sospechado
fraudulentos. Alumnos dilectos de Maturana, como Juan Carlos Letelier, Gonzalo
Marín y Jorge Mpodozis (2003), por ejemplo, han encontrado que “la clausura
exhibida por estos autómatas … no es consecuencia de la ‘red’ de procesos
simulados, sino un artefacto de los procedimientos de codificación”. Estos
autores han concluido que la descripción de la autopoiesis computacional ha
sido defectuosa y que la misma teoría básica es, en un sentido fundamental, un
proceso intrínsecamente no computable. También el eminente Robert Rosen (1991)
coincide con esta apreciación, asegurando que los procesos que definen la vida
no pueden ser computados por máquinas de Turing o implementados en máquinas de
Von Neumann. Tampoco en máquinas paralelas funciona la cosa: entre los miles de
reglas que circulan en Internet para autómatas celulares, o entre los
procedimientos estándares disponibles para entrenamiento neuronal, no hay un
solo caso tangible de formalismo auténticamente autopoiético. Dada la identidad
de los algoritmos implicados, y como bien se sabe después de Von Neumann, Ulam,
Conway, Wolfram, Kauffman, Rosenblatt, Bateson… difícilmente puede probarse que
un sistema no computable exhiba capacidades de percepción diferencial,
conocimiento, experiencia, memoria, lenguaje, aprendizaje y reproducción. Aún
los partidarios ardientes del conexionismo radical han debido admitir la
necesidad de procesamiento simbólico e informacional de tipo Von Neumann para
implementar cualquier género de pensamiento lógico, secuencial, lingüístico,
reflexivo, composicional, argumentativo y/o jerárquico (Feldman y Ballard 1982:
210; Norman 1986; Marcus 1998: 244, 276; Boden 2000: 142). Pese a no estar
avalado por una sustentación experimental aceptable, el ascendiente de Varela
en Francia es asombroso; ha llegado a tener un cargo de director de
investigaciones en la CNRS no obstante alentar una postura constructivista que
cuesta creer que favorezca a la forma normal de la ciencia. Desde allí ha
logrado seducir a estudiosos de renombre, como la psicóloga cognitiva Eleanor
Rosch y el filósofo Evan Thompson, lanzándolos a un proyecto de fusión entre
las facciones más rígidamente conexionistas de la ciencia cognitiva y el
Buddhismo Mahâyâna, interpretado en la clave sapiencial y dalai-lámica típica
del orien- Reynoso – Complejidad – 80 talismo californiano, carente de los
recaudos filológicos y del aparato erudito que son de rigor en estudios de
religión de un siglo a esta parte. El testimonio de esta amalgama está su libro
conjunto, De cuerpo presente, traducido al castellano en 1992, sin que ninguno
de los textos anteriores de Rosch, algunos de ellos clásicos admirables de la
psicología cognitiva, haya merecido igual fortuna. Una década atrás Daniel
Dennett (1993), ligado ahora a la memética y a la psicología evolucionaria, ha
formulado una crítica breve pero devastadora de esta posición, poniendo en duda
que sea tan original como pretende, o que haya logrado (como él cree haberlo
hecho) explicar la conciencia. La influencia de Varela ya era considerable en
el gigantesco simposio en torno de l'unité de l'homme (Morin y
Piattelli-Palmarini 1974), del que se derivó buena parte de los desarrollos
franceses en materia de teoría discursiva de la complejidad. Ha tenido un
impacto mayúsculo en la teoría new age de Fritjof Capra, así como en la
sociología sistémica de Niklas Luhmann. Ha dado lugar al movimiento de la
investigación social de segundo orden, con centro en España, a la metodología
operacional italiana de Silvio Ceccato, a la praxis sistémica de Alemania
impulsada por Hans Fischer, Arnold Retzer y Jochen Schweitzer, y a la dinámica
organizacional del Centro de Desarrollo Sistémico de Sydney, dirigido por
Vladimir Dimitrov. Todos estos desprendimientos entremezclan (1) la
complejidad, los sistemas abiertos, el tiempo como dimensión independiente y
objetiva, la evolución pre-biótica, el cambio y la irreversibilidad procedentes
de Prigogine con (2) la circularidad, los sistemas cerrados, la preminencia del
observador, el mantenimiento del equilibrio y los ciclos periódicos de las
máquinas autopoiéticas de Maturana y Varela. Nadie se ha percatado que hay una
contradicción por cada idea. Recién avanzado el siglo XXI Fritjof Capra (2003:
38-39) comienza a darse cuenta que ambas epistemologías son excluyentes, pero
sin advertir todavía de que la especificidad biótica de la autopoiesis no
satisface la pauta transdisciplinaria de las ciencias de la complejidad. En los
Estados Unidos, la influencia de Varela y Maturana se encuentra circunscripta
al interior de movimientos heterodoxos pos-batesonianos que enarbolan
autopoiesis y enacción como si fueran ideas centrales a las ciencias del caos y
la complejidad, cosa que resueltamente no son. Ninguno de los estudiosos que
haya incidido en el desarrollo de modelos caóticos, redes neuronales, autómatas
celulares o redes booleanas en los últimos veinte años ha sacado provecho de
los experimentos de Varela; la bibliografía científica reciente sobre
auto-organización no considera que Varela y Maturana (o von Foerster) hayan
producido alguna idea señalable al respecto (Ball 2001; Shalizi 2001b; Anderson
2002; Camazine y otros 2003; Kubik 2003). De igual modo, ninguno de los
científicos de primera línea ajenos al movimiento que investigan propiedades
emergentes o agentes autónomos ha dedicado referencias significativas a la
autopoiesis, salvo para señalar que lo que creía haber deslindado dista de
haber sido resuelto; que en biología molecular se piensa que las propuestas de
Varela son airy-fairy, flaky stuff; que el 99% de los biólogos serios “nunca ha
oído hablar de Francisco”; que el lenguaje autopoiético no agrega nada a la
fenomenología biológica; que sus afirmaciones más radicales son simples
tautologías; que si se reemplazara “sistema autopoiético” por “sistema
viviente” nada cambiaría de lo que ya se sabe; que la autopoiesis no lleva a
ningún lugar donde no se haya estado antes; que sus diseños experimentales son
inaceptables y que la imagen de los organismos como máquinas que se
auto-organizan es una metáfora vieja que se remonta a Immanuel Kant (Kauffman
1995: 274; 2000: epígrafe; Kauffman y Langton en Brockman 2000: 203-208). En la
única formalización existente del Reynoso – Complejidad – 81 concepto de
auto-organización, Cosma Shalizi (2001b) no pudo aprovechar ni una sola idea
proveniente de la autopoiesis. En sus Notebooks, Shalizi declara: He leído
extensamente sus obras, comenzando con Autopoiesis, sin extraer una sola
intuición distintiva o un resultado de algún valor. Lamento esto, porque todos
mis conocidos que han estado en contacto con ellos dicen que [Maturana y
Varela] son personas encantadoras, modestas y abiertas
(http://cscs.umich.edu/~crshalizi/notebooks/self-organization.html). Mi
sentimiento personal ante los textos de Maturana y Varela es de una constante
frustración. Ambos prefirieron trabajar en Chile y no en Harvard durante la
presidencia de Salvador Allende, y se opusieron luego a la dictadura de
Pinochet; existe por ello una disonancia profunda entre las consecuencias
reaccionarias de su pensamiento y su postura política. Los dos chilenos, junto
con Francisco Flores, alimentaron lo que se conoce como la perspectiva
neo-heideggeriana de la ciencia cognitiva, cuyo discurso no es precisamente
progresista (Winograd y Flores 1986). Esta corriente se la pasa prodigando
elogios a ensayos negativistas como What computers can’t do de Hubert Dreyfus
(1972) disimulando el hecho de que tengan que ser reescritos cada tanto, ya sea
porque las computadoras lograron finalmente las hazañas que se les suponía
negadas, o porque conviene admitir que determinadas máquinas conexionistas,
pensándolo bien, sí pueden hacerlo (Dreyfus 1993; Koschmann 1996). Después que,
refutando las predicciones de Dreyfus, Deep Blue derrotara al gran maestro
Garry Kasparov, los heideggerianos como Selmer Bringsjord se consolaron
diciendo que la máquina no puede sentirse alegre por haber vencido, que la
capacidad de cálculo no es más que fuerza bruta y que, contrariamente a lo que
todos piensan, el ajedrez es fácil. En fin, si alguien cree que la postura de
los heideggerianos tiene alguna plausibilidad, es porque aún no ha leído la
crítica demoledora de Seymour Papert (1968), escrita como ejercicio de precalentamiento
mientras concebía Perceptrons (Minsky y Papert 1969). De todas maneras, la
limitación esencial de los aparatos (la imposibilidad de desarrollar un
sentimiento del yo y una autoconciencia), ya no es más relevante para
establecer su contraste con el sujeto humano después que Varela decidió hacerse
buddhista. Mientras Varela escribe con fluidez, la escritura de Maturana se
encuentra más allá del filo del caos; sus frases sustantivizan los infinitivos
(“el lenguajear”, “el vivir”, “el operar”, “el acontecer”, “el explicar”¼), como si la
trascendencia de lo que expresan justificara esa rudeza comunicativa. Se ha
dicho que el vocabulario autopoiético es “característicamente opaco”, que está
preñado de “excentricidades teóricas”, que su escritura es “pobre y
tautológica” y que habla un lenguaje oscurantista incomprensible, notoriamente
difícil de traducir a expresiones argumentativas de la ciencia normal (Gallardo
1997; Palmer 1998; Boden 2000: 123; Lynn Margulis en Brockman 2000: 207-208).
Su sintaxis funciona, además, conforme a un extraño principio de analogía;
desdeñando la enseñanza de Bateson sobre los tipos lógicos y el metalenguaje,
sus oraciones entran en bucle cada vez que les toca referirse a fenómenos
recursivos, lo cual ocurre prácticamente todo el tiempo: Los estados del
sistema nervioso en tanto que unidad compuesta son relaciones de interacciones
entre sus componentes, aunque, al mismo tiempo, es mediante la operación de las
propiedades de sus componentes que el sistema nervioso interactúa como entidad
compuesta. Más aún, la estructura y el dominio de estados del sistema nervioso
cambian al cambiar las propiedades de sus componentes como resultado de los
cambios provocados en ellos por sus interacciones. Debido a esto, al cambiar la
estructura de los componentes del sistema nervioso como resultado de sus
interacciones, cambian la estructura y el dominio de los es- Reynoso –
Complejidad – 82 tados del sistema nervioso integrado por componentes también
cambiantes, y esto sucede así al seguir un curso que depende de la historia de
sus interacciones (Maturana 1996: 54). Maturana no ha querido proporcionar el
atajo para expresar no recursivamente los procesos recursivos, y es por ello
que se enreda en la circularidad perpetua de máquinas a las que describe en su
mismo nivel de tipificación. Hay una diferencia sutil pero crucial entre
recursividad y circularidad: una definición recursiva se refiere a otra
instancia de la misma clase; una definición circular define algo en función de
lo mismo; aquélla es una poderosa idea; ésta es y será, en cualquier paradigma
lógico, la falacia más torpe de todas (Hofstatder 1992). A falta de una
especificación adecuada, las presuntas recursividades de Maturana califican
como lo que parecen: circularidades, o más bien linealidades en redondo. Aunque
los autopoiéticos afecten sensibilidad a los matices, cada factor de su teoría
y de su práctica que involucre una decisión epistémica importante es
inherentemente predecible; sin importar cuál sea el experimento que se lleve a cabo,
la interpretación de los resultados está definida de antemano. Se puede apostar
que esos autores estarán siempre a favor de un lenguajear whorfiano sin
atributos antes que de las gramáticas formales de la lingüística; del
constructivismo contra el conductismo; de lo subjetivo a expensas de la
objetividad; de una emergencia inexplicada en contra del procesamiento de la
información; de von Foerster y Gödel en vez de Wiener y Turing. Nunca nos
sorprenden concediendo alguna razón a sus adversarios, admitiendo un atolladero
o adoptando un auténtico término medio. Siempre deciden sus elecciones conforme
a patrón idéntico, sin encontrar jamás un obstáculo, sin dudar alguna vez,
persuadidos de que una perspectiva como la suya goza desde el vamos de una
excelencia moral inaccesible a los científicos vulgares. Y siempre caen en el
constructivismo más irreflexivo, que gusta ilustrar su postura afirmando,
típicamente, “no podemos afirmar que exista esa pared”, argumento formalmente
idéntico a “nadie puede asegurar que ha habido un holocausto”. El ambicioso
esquema de Maturana y Varela, ejemplar culminante de una narrativa que todo lo
explica, articula (distinción observacional e interacción mediante) las
“emergencias” que se necesitan en los lugares que hacen falta, a lo largo de
las jerarquías que van desde las moléculas orgánicas hasta el conocimiento, el
lenguaje y la cultura. Nadie se detiene a pensar que cada emergente específico
debería ser demostrado por vía experimental, razón matemática o evidencia
empírica, conforme es práctica para los fenómenos de emergencia en cualquier
ciencia de la complejidad. No se requiere mucho escrutinio para advertir que
esa demostración no existe. También falta, a propósito de lo que argumentan
sobre la cultura y el lenguaje, el más mínimo examen del estado del
conocimiento en antropología, psicología o lingüística. Como es objetivamente
palpable que en los puntos de inflexión críticos faltan explicaciones no
circulares y pruebas no tautológicas, los autores redefinen objetividad y
explicación conforme a las necesidades del modelo, alegando que la circularidad
de sus definiciones constituye su principal virtud (Von Glasersfeld s/f; von
Foerster en Pakman 1991: 89; Varela 2004: 45-46). También definen
“conocimiento” o “conciencia” como conviene a su argumento, de manera tal que
después los acólitos puedan decir que sus maestros han explicado la conciencia
o el conocimiento, haciendo como que olvidan que las definiciones son otras (p.
ej. Behncke 2003: xix, xxiii). Es que los seguidores de la doctrina son en
verdad incondicionales; a algunos de ellos (como los de Oikos.org) les parece
un toque de grandeza que Maturana jamás mencione a nadie que no sea él mismo.
Reynoso – Complejidad – 83 Mientras en la ciencia común la disidencia es norma,
conozco pocos antropólogos posmodernos o interpretativos que no estén en lo
esencial de acuerdo con Maturana y Varela; es este conformismo lo que motiva
mis reservas. Mi problema con la autopoiesis no es su oferta conceptual, sino
la demanda existente de esa clase de argumentos reconfortantes y su circulación
en el interior de una cofradía de afines que se identifican por su argot en
clave, se sienten radicales, se atribuyen mutuamente la categoría de genios en
cada Festschrift u obituario que escriben y no admiten nada que venga de
afuera. Su autopoiesis y su enacción proporcionan una nomenclatura de recambio
y un mito de fundamentación para que muchos expresen con las palabras cambiadas
lo mismo que siempre estuvieron pensando, creyendo ahora que están en comunión
con la complejidad y en posesión de una sabiduría singular. Incluso
profesionales no posmodernos se han sumado a la caravana y suponen que la
autopoiesis armoniza con las ideas de Prigogine o las teorías del caos, aunque
no exista ninguna relación esencial entre ellas, y a despecho de que Prigogine
haya establecido rotundamente su oposición a cualquier conato de
constructivismo (véase Mier 2002: 86-87; Prigogine 1998: 25, 26, 37, 76; Spire
2000: 70, 85). Ante las críticas, los autopoiéticos tienen armadas dos
variedades de réplica; las respuestas de Tipo 1 consisten en impugnar las
capacidades de discernimiento y comprensión de quienes los cuestionan, o
imputarles mala voluntad, en vez de poner en duda la competencia de sus propios
discursos para comunicar y demostrar en la forma que la ciencia acostumbra
hacerlo (Glasersfeld s/f; Maturana 1990; Pérez Soto 1994; King 2001; Varela
2004: 47-49). Las respuestas de Tipo 2 consisten en mover el vértice de
discusión ya sea hacia el dominio conceptual del observador o hacia el de lo
observado, lo que acarrea que el crítico deba aceptar la relevancia de esa
distinción en los términos en que los autopoiéticos deseen establecerla
(Maturana 1991). En suma, la autopoiesis no agrega nada que sea (simultáneamente)
interesante, original y verdadero a la discusión contemporánea sobre las
problemáticas de la complejidad. De los formidables recursos institucionales y
del ritmo frenético de producción de textos que han caracterizado desde siempre
a estas teorías, yo hubiera esperado al menos un caudal de ideas más
imaginativo y una epistemología menos insidiosa.
Ya estamos en la tercera ronda del juego, el primer narrador he sido yo y
elegí casualmente a mi hijo como Claudio , ya sabemos que el
verdadero Claudio es el narrado que divide al pueblo y así lo une es el enemigo común ¿Por qué mi
hijo? ¿No es acaso el al que designo siempre como el enemigo común en mi seno
familiar? La primera ronda es un éxito logran descubrir a mi hijo y todo se
alegran, la primera parte en el camino que he trazado es caos, el grave
problema con ese caos es que mi familia se reprime, claro si no lo hicieran yo
tendría que reprimirlos para que
funcione el juego más que genial sería que en ese caso se traspasaran
hasta constituirse como un biotejido esto no sucede, luego yo relentiso el movimiento y pasan a expresar sus argumentos
formalmente, me sorprende como mi hija mayor puede argumentar, mi familia no
argumenta el único capaz es el medico que encima su argumentación esta carga de
ironía, mis hermanos y yo hacen algo distinto develan sus emociones, pueden
jugar con su máscara psicológica, así muestran sus sentimientos, esto requiere
de valor y de verdad pero es un engaño, ¿Son conscientes mis hermanos de este
engaño? O ¿Se creen su propio engaño?
El segundo narrado ha sido mi hermano, no le interesa ganar el juego lo
que le interesa es que todos nos divirtamos empezando siempre por él, tampoco
está atento a lo que se dice o se deja
de decir, el disfruta sobremanera ese vendaval de energía que se produce, ese
libido activo, pero ¿Qué tan consciente
es de eso?
https://www.youtube.com/watch?v=-aUg5FX6Rqc
El deseo no como carencia sino como producción, esa energía que se
produce en las barras cuando hinchan por su equipo de futboll solo es
explicable por el deseo como producción, cuando mi hermano hace pasar como
narrador al lado consciente de un razonamiento formal, el mismo se aburre, en
su ronda así todo se descubren a los
claudios, el medico que mato a mi hija menor y el parrillero.
Aquí varias cosas con la
figura del médico, en mi ronda lo mataron siendo un aldeano ¿Por qué lo
mataron? Yo supongo porque muestra inteligencia y por lo tanto puede ser
un Claudio peligroso. ¿Pero acaso no
podría ser también un aldeano crucial para descubrir a los lobos? Pero el miedo lleva a la acción mi familia es
impulsiva ye l objetivo es claro descubrir al lobo y terminaron matando al
inocente. En la segunda ronda la de mi hermano fue lo mismo, otra vez matan al
más inteligente, cero reflexión pero esta vez sí dieron con el Claudio.
¿Ahora porque el medico Claudio mato a mi hija?
Antes se había producido una coversación sobre la hija mayor del medico
que también es medico , ella está destacada en una provincia de Ayacucho donde
las pulgas se la han comido y donde ella ejerce muy a su pesar un puesto de
autoridad, pues bueno en ese puesto ella ha demostrado valor, salvando la vida
de un niño, ella se encuentra en mido de la contradicción del sistema de salud
y en esta oportunidad ella resuelve la contradicción a favor del pueblo , bien
se habría podido lavar las manos y no hacerse cargo, como hace la gran mayoría
del sistema de salud. Esto lo celebra su padre, pero deja en claro que la otra
opción es viable, el no entrara en romanticismo con su carrera pero tampoco dejara de ayudar cuando pueda
evaluando costos beneficios, yo no pienso que el medico este en el centro de la
contradicción yo pienso que él es parte
de la contradicción al ser parte del sistema, el que esta ene l centro es el
poblador, al menos que el medico se atreva a ponerse del otro lado, cosa que no
hará el esposo de mi tía, el puede
ironizar pero el acepta al narrador y a su movimiento desintegrador.
¿Ahora porque el narrador hace
este movimiento? ¿Por una maldad elegida
libremente o consustancial al narrador?
Yo no lo creo, pienso más bien que el narrador es decir aquel que
configura el sistema lo hace por una búsqueda del bien, no hay como unir a la
gente más que con un enemigo común, pero si bien esto traerá un bien primero
luego se autodestruirán en la búsqueda del lobo y es aquí donde el que
configura el sistema puede dejar el poder pero no lo hace y entonces la maldad
es elegida, así intente justificar su
movimiento, él ha elegido ser un maldito, en este caso mi hermano no
eligió esto, el disfruto del juego no
busco ganarlo.
El caso de mi hermana es distinto, ella busca ganar como de lugar elige
muy bien sus Claudios a su hijo mayor un niño de 11 años y a la prima
organizadora que ahora juega en un perfil bajo algo la oprime ¿Su padre, su
madre, su esposo? Yo la mate en mi ronda, murió también entre las primeras en
la ronda de mi hermano, pero ahora ganara el juego, siempre mi hermana
desmostrando competencia buscando reconocimiento queriendo ganar a como de
lugar, ¿Realmente desea configurar el sistema y
estaría dispuesta a llevar hasta las últimas consecuencias el movimiento del
espíritu desintegrado?
En la ronda de mi hermano hasta hubo una confusión de lobos, la novia
pensó que ella era Claudia cuando lo era
el parrillero.
¿Cuánto tiene que pasar para que se den cuentas que nadie puede ganar
este juego excepto el narrador?, el cual debería estar confrontado con su
conciencia o perderla del todo, empecemos a alterar el juego, pongámosle otros
roles la vidente, la bruja, el cazador, el cupido, el ladrón y sobre todo los
enamorados con los cuales construiremos nuestra cibernética del tercer orden.
https://www.youtube.com/watch?v=OkK9zW1BnyY
Pero vayamos pasando dentro de una cibernética de primer orden a
heterogeneidades, a morfogénesis haciendo funcionar otras funciones para luego
independizar cada función y que cada una sea autopoiética, esto nos librara del
supuesto narrador externo, que siempre s interno solo que nosotros teníamos una
noción de verdad, donde era posible una objetividad más allá de todo el sistema, pues bien esa objetividad
no existe nosotros construimos el sistema, esto no quiere decir que no hay una
realidad, toda construcción es una develación, así el ser de lo uno de la
conciencia como el ser de la diferencia de la existencia se van develando de
hecho si lograran una develación el sistema se disolvería pero aun el espíritu desintegrado en una
cibernética de segundo orden sigue trabajando cada uno auto referencialmente
configura a su enemigo para que pueda funcionar el sistema pero para comprender
esto se necesita de más teoría y de ya no solo mencionarla sino profundizar en
ella, que es lo que haremos con la teoría de Niklas Luhmann más adelante por ahora terminemos de darnos una idea de la
cibernética de segundo orden, que es en esta cibernética que la teoría de Luhmann
se realiza.
2.5.4
– La realidad negada: Constructivismo radical Se planteaba hace un tiempo Jorge
Wagensberg: [L]a complejidad de los objetos de nuestro interés puede llegar a
desanimarnos a la hora de una rigurosa observación de tales principios. ¿Cómo
ser realistas al abordar, por ejemplo, el estudio de la propia mente?, es
decir, ¿cómo separar la mente de sí misma? ¿Cómo ser determinista al estudiar
el caprichoso comportamiento de un ser vivo? ¿Cómo experimentar cuando
diseñamos un programa macroeconómico a largo plazo? En tales casos, y si
mantenemos nuestra pretensión de elaborar conocimientos en forma de leyes, los
principios del método científico deben forzosamente relajarse. Por este
procedimiento, por el procedimiento de ablandar el método, la ciencia deriva
hacia la ideología. La esencia de la ideología ya no es la investigación, sino
la creencia. De este discurso se infiere que hay que rellenar con ideología
todos aquellos agujeros que la ciencia deja vacíos (Wagensberg 1992: 12). Como
acostumbra decirse, un vaso colmado hasta la mitad se puede ver como medio
lleno o medio vacío. Se puede creer, con Wagensberg, que en la naturaleza no
todo es factible, que de todos los sucesos posibles que podrían ser no todos
son, que las leyes científicas son Reynoso – Complejidad – 84 limitaciones que
restringen el caos, o por el contrario se puede entrar en pánico frente al azar
y considerar que las leyes tienen poco sentido, o que ya no son leyes en
absoluto. En disciplinas y escenarios donde la causalidad se diversifica,
aparecen cantidades inciertas y dimensiones fraccionarias, o donde las
matemáticas son tabú, es de esperar que las ciencias de la complejidad
degeneren en pantallas proyectivas en las que el investigador se consagra a
maximizar la ideología y encontrar sólo lo que le satisface. Tomando como punto
de partida los principios de la autopoiesis, una conclusión ineludible es que
el sujeto-observador, máquina autopoiética por excelencia, no sólo responde
creativamente al estímulo, sino que es la pieza esencial en el juego que lo
genera. Es el principio de construcción de la realidad (el viejo
construccionismo), sólo que llevado a su extremo: la realidad es inventada, no
ya por sociedades sino por sujetos cognoscentes en interacción. A partir de
allí esta idea, que en su forma más extrema recibe el nombre de constructivismo
radical, no versa sobre otra cosa que sobre sí misma, aportando uno tras otro
raudales de elementos de juicio que supuestamente la corroboran. No vale la
pena referirlos en detalle, ni ceder a la tentación de refutarlos. Entre esos
elementos están todos los que cabe esperar: las viejas ilusiones ópticas de la
psicología de la Gestalt, la subjetividad de las sensaciones, los dilemas
filosóficos de la causalidad y del primer motor, la paradoja de Epiménides, el
punto ciego, la indeterminación cuántica, el gato de Schrödinger, la
recursividad, la participación activa del ser vivo en la percepción de las
formas, la relatividad contextual de la deixis, la semiosis infinita, la arbitrariedad
de los signos y hasta los números imaginarios. Ni siquiera se trata ya de
proporcionar una epistemología para abordar las realidades complejas, por más
que una gran narrativa teórica (la teoría de las estructuras disipativas) haya
estado ligada a los orígenes del movimiento, y por más que los fundadores de la
formulación constructivista hayan estado expuestos a su mensaje. La realidad
para ellos no es compleja; tampoco simple, porque no es real. Los textos del
movimiento llevan nombres tales como La realidad inventada (Watzlawick y otros
1988), ¿Es real la realidad? (Watzlawick 1994) o La realidad: ¿objetiva o
construida? (Maturana 1996). Hay por cierto matices, diferencias y formas
débiles dentro de la escuela; Maturana, indignado, a veces finge que detesta el
constructivismo (Halperin 1992); otros miembros del grupo se jactan de su
diversidad interna enumerando variantes (a razón de un pensador por corriente),
mientras otros sobreactúan su condena al solipsismo como si éste fuera mucho
más feo o algo muy distinto. Pero ni aún de la variedad minimalista puede
decirse que haya sido argumentativamente necesaria o científicamente fecunda.
No quiero pasar por alto la oportunidad de documentar que la tesis central del
constructivismo (junto con la prioridad del observador de la autopoiesis) se
encuentra en abierta oposición a convicciones cardinales de Ilya Prigogine.
Decía éste: La idea de una omnisciencia y de un tiempo creado por el hombre
presupone que el hombre es diferente de la naturaleza que él mismo describe,
concepción que considero no científica. Seamos laicos o religiosos, la ciencia
debe unir el hombre al universo. El papel de la ciencia es precisamente el de
encontrar estos vínculos, y el tiempo es uno de esos. El hombre proviene del
tiempo; si fuese el hombre quien creara el tiempo, este último sería
evidentemente una pantalla entre el hombre y la naturaleza (Prigogine 1998:
26). Y también: Reynoso – Complejidad – 85 En la cosmología que acabo de
exponer, es la totalidad la que desempeña el papel determinante. El hecho
singular, individual, sólo se vuelve posible cuando está implicado en semejante
totalidad (Prigogine 1998: 76). Cuando se pidió a Prigogine que escribiera la
frase que sintetizaba su pensamiento en la pared de la Universidad Lomonosov de
Moscú, no titubeó en escribir: “El tiempo precede a la existencia”. Insistió en
ello infinidad de veces, pues para él el tiempo es un “absoluto” que precede a
toda existencia y todo pensamiento (Spire 2000: 70; Prigogine y Stengers 1991:
183, 187). Prigogine coincidía con Einstein en que las leyes de la física no
pueden depender de la subjetividad de un observador humano. Suscribía también a
la idea de Max Planck que establece que las dificultades de la segunda ley de
la termodinámica residen “en la naturaleza observada, y no en el Observador” y
que la necesidad de la experiencia humana para deducir la ley “es inmaterial”
(Gustafson 2003: 10; Prigogine 1997: 35). Ahora bien, si Prigogine discrepaba
de tal manera con los autopoiéticos y los constructivistas, habría que
preguntarse por qué permitió que ellos presentaran sus ideas como afines a su
pensamiento, en el que hay un concepto tan firme de la realidad y del papel de
la ciencia frente a ella. Visto como una trayectoria desde la ideas de Prigogine
hasta una filosofía que toma la decisión de impugnar el mundo, el
constructivismo se puede entender como la forma más drástica de rehusar los
problemas de la complejidad que aquéllas definieran: dejar de plantearlos, o
directamente negar que exista algo objetivo acerca de lo cual hacerlo. Dado que
el constructivismo ya no se ocupa de asuntos que tengan que ver con la
complejidad (o con la cultura) de un modo científicamente útil, prescindiré de
discutir aquí las ideas que han formulado. Basta decir, como elemento de juicio
de valor diagnóstico, que los posmodernos de mayor renombre no han mostrado
hasta hoy ningún entusiasmo por sus formas radicales, a pesar de sus afinidades
ideológicas. El recelo de los líderes posmodernos frente al constructivismo es comprensible:
hasta la autopoiesis, inclusive, cualquier argumento heterodoxo llevaba agua a
sus molinos; pero el constructivismo no les deja ni siquiera el consuelo de
simulacros disponibles para deconstruir. Ya no hay nada de lo cual hablar, ni
qué decir. ¿Alguien puede imaginar un posmoderno guardando silencio? 2.5.5 –
Estructuras disipativas en la cultura: Adams Las ideas de Ilya Prigogine en
torno de las llamadas estructuras disipativas y de los sistemas alejados del
equilibrio fueron aplicadas en antropología por Richard Newbold Adams. Esta
extrapolación se desarrolló en dos etapas. La primera está representada por el
libro de Adams Energía y Estructura. Una teoría del Poder Social, publicado en
1975. El motivo principal de este libro se funda en la extrapolación hacia el
estudio de la dinámica del poder de la segunda ley de la termodinámica. Adams
comienza argumentando que en el paradigma de la dinámica clásica (que es un
modelo mecánico), el cambio servía siempre para restablecer el equilibrio, y las
teorías del equilibrio tienden en general a proponer procesos reversibles: la
formación de cristales, la oscilación de un péndulo. La segunda ley de la
termodinámica (que está inserta en un modelo estadístico) propone un estado de
cosas diferente: aduce la existencia de otros procesos, unidireccionales e
irreversibles. Cuando se quema un combustible no hay manera de recombinar la
energía perdida en el calor atmosférico y volver a obtener lo que se tenía
antes. La materia y la energía no son intercambiables, pues entre ambas se
interpone cierta degradación o entropía. La concepción del universo surgida a
la luz de la termodinámica se refiere a un agregado masivo de formas Reynoso –
Complejidad – 86 de energía que paulatinamente se están agotando, en un camino
irreversible hacia el colapso final. Pero no es posible (dice Adams) que una
ley tan lúgubre sirviera para explicar eventos expansivos, como parecía ser la
civilización tras la revolución industrial. A principios del siglo XX la teoría
darwiniana de la evolución se unió a la segunda ley de la termodinámica para
explicar por qué en lugar de seguir un proceso de degeneración caótica las
especies vivientes tienden hacia formas de existencia cada vez más organizadas,
expansivas y complejas. Alfred Lotka (quien formuló inicialmente estas teorías)
sostuvo que esta aparente violación de la segunda ley de la termodinámica se
debía a que las especies utilizaban cantidades cada vez mayores de energía,
extrayéndola del medio ambiente. Las especies que gastan mayores cantidades de
energía poseen ventaja sobre las que consumen menos, las que en general tienden
a convertirse en sus presas. Algunos antropólogos de las décadas de 1940 y 1950
congeniaron con estas ideas, como fue el caso de Fred Cottrell y sobre todo
Leslie White. Después de la Segunda Guerra se comprendió que no son las
especies las que constituyen las unidades de supervivencia, sino los sistemas
de especies en el contexto de su medio ambiente. Esta es la clave del modelo
ecosistémico, elaborado en ecología humana y animal por Howard Odum, Ramón
Margalef y otros autores. La segunda etapa en la aplicación de las estructuras
disipativas en antropología por parte de Adams se desarrolló después que éste
conociera personalmente a Ilya Prigogine e intercambiara ideas con él en la
Universidad de Texas en Austin. Esa experiencia aparece reflejada en un segundo
libro, editado inicialmente en México en 1978, llamado La Red de la Expansión
Humana. Lo primero que seduce a Adams es la ruptura de Prigogine con la física
newtoniana, columna vertebral de la dinámica clásica. Prigogine sostenía que ni
la dinámica ni la termodinámica por separado eran suficientes para explicar el
surgimiento de nuevos sistemas. Se hacía necesario un tercer campo teórico, y
éste se constituyó alrededor de los sistemas que se encuentran lejos del
equilibrio. Este nuevo modelo integra determinismo e indeterminismo como
cualidades de fases concretas del proceso de cambio en sistemas alejados del
equilibrio, caracterizados como estructuras disipativas. Un rasgo central de
una estructura disipativa es que necesita un insumo constante de energía para
mantenerse; la falta de insumo provoca, paradójicamente, la disipación de la
propia estructura. En el transcurso de su existencia, las estructuras disipativas
manifestarán una condición homeostática, o sea un estado estable. La duración
de este estado puede variar, pero en los sistemas vivos debe durar, desde
luego, el tiempo necesario para su reproducción. El tamaño y la forma de
cualquier estructura estarán determinados por la cantidad de energía que fluye
a través de ella; pero algunas estructuras, como los organismos vivientes,
poseen mecanismos de control interno que limitan el tamaño final, permitiendo
que su crecimiento estructural sea previsible en líneas generales. Hasta aquí
todo bien, sin duda; el problema es que sólo hasta aquí se llega. Adams no es,
según los indicios, un teórico laborioso; la dimensión metodológica de su
modelo está sin desarrollar. ¿Cómo podría identificarse una estructura disipativa
en una investigación empírica? ¿Qué se puede hacer con los fenómenos
culturales, aparte de ratificar una teoría física? Adams no consigna
indicadores ni criterios para mapear el paquete conceptual contra la realidad.
El antropólogo que piense seguirlo en su aventura paradigmática no dispone de
guías de operacionalización, sino a lo sumo de unos cuantos ejemplos de
sociedades que consumen energía de una forma u otra. Desde ya, muchos de
quienes teorizan en otras escuelas antropológicas han sido tan reacios como
Adams en lo que concierne a enseñar cómo se despliegan los métodos que les son
propios; pero ésta es una falla grave en una forma Reynoso – Complejidad – 87
teórica cuyo valor fundamental debería ser la fuerza operativa. El beneficio
que se obtendría adoptando el concepto de estructuras disipativas frente a
otras opciones funcionalistas o ecosistémicas no parece entonces muy
sustancioso, salvo por el placer de dar nuevos nombres a viejas categorías. En
toda la propuesta no hay nada que se parezca a una formalización, y la única
garantía científica que subsiste es la satisfacción de saber que el creador de
la idea originaria ha sido merecedor de un premio Nobel. Hay algo que tampoco
convence en la relación que establece Adams entre la sociedad humana en su
conjunto y las sociedades particulares. Él dice que las sociedades difieren en
cuanto al tiempo necesario para asegurarse los insumos, mantener el flujo de
energía y reponer las formas esenciales que son necesarias para la vida en una
sociedad particular. Este “costo energético de la producción” es un elemento
cardinal, dice, en la trayectoria vital de cualquier estructura disipativa,
porque cuando llega a ser equivalente a los insumos de la estructura ya no hay
posibilidad de expansión y crecimiento. Por la manera en que presenta este
argumento, parecería que existen posibilidades de focalizar el análisis en
sociedades particulares, lo cual no es consistente con su propuesta de que la
unidad analítica, la estructura disipativa, es la totalidad de la especie
humana. Los críticos de la postura de Adams desde la ecología cultural
aplaudieron la intensidad de su esfuerzo, pero también cuestionaron que
concentrase su interés en el estudio necesariamente especulativo de la
emergencia del poder político y las clases sociales, en lugar de indagar a la
luz de los nuevos modelos las relaciones entre los humanos y el ambiente. Al
tomar esa decisión, dicen, ha perdido una preciosa oportunidad para analizar
las implicancias de la teoría ecológica en la evolución cultural (Abel 1998:
17). El último gran tratado prigoginiano de Adams es El octavo día (2001),
escrito hacia 1988. Aunque su elaboración teórica es más espaciosa, el texto,
que al lado de las estructuras disipativas incorpora un poco de autopoiesis,
impresiona como fruto de un monismo reduccionista en el cual el consumo de
energía es la única variable a considerar en un universo en perpetuo proceso
evolutivo. Adams tampoco percibe la discordancia entre las ideas de Prigogine
(sistemas alejados del equilibrio, generalidad, totalidad, irrelevancia del
observador, realidad objetiva) y la autopoiesis (máquinas homeostáticas,
especificidad biótica, autonomía, primacía del observador, realidad inventada).
Ocupado en escribir sus cuatrocientas páginas, Adams tampoco tiene tiempo esta
vez de desarrollar ejemplos, ni de implementar métricas. Sabiéndose en falta,
pide disculpas por ello (p. 30). En síntesis, Adams no consuma ninguna
sistematización, salvo que se entienda por ello un conjunto desordenado de
analogías circunstanciales entre propiedades adscriptas por los científicos a
dichas estructuras y un paquete de rasgos indistintamente reconocidos en la
sociedad humana en su conjunto, en sociedades particulares, en algunos aspectos
de todas las sociedades o en unas pocas características de alguna sociedad en
particular. 2.5.6 – Paisajes mentales : El Modelo de Maruyama Magoroh Maruyama,
profesor de Ciencias Administrativas de la Universidad del Sur de Illinois, fue
el creador de la segunda cibernética, que no ha de confundirse con la
cibernética de segundo orden de Heinz von Foerster (Maruyama 1968; Foerster
1973). Mientras aquélla se basa en el concepto de alimentación hacia adelante
en detrimento del feedback negativo, ésta desplaza el interés por los sistemas
observados de la primera cibernética hacia los llamados sistemas observadores.
En 1980, Maruyama publicó en Current Anthropology Reynoso – Complejidad – 88 un
artículo titulado “Mindscapes and Science Theories” que produjo una respuesta
destemplada por parte de sus comentaristas. En ese ensayo Maruyama procuró
correlacionar diferentes metatipos causales en teoría científica con tipos
epistemológicos o paradigmas a los que bautizó mindscapes. En las diversas
teorías sociales y biológicas de la actualidad, dice Maruyama, se pueden
reconocer cuatro formas distintas de concebir la causalidad: 1) Los modelos
causales no-recíprocos, en los que las relaciones causales pueden ser
probabilistas o deterministas, pero en los que no hay bucles de realimentación,
obedeciendo sus relaciones causales al principio de la transitividad. En estos
modelos la evolución se caracteriza como la supervivencia de los más aptos a
través de la competencia y por la idea de que todas las civilizaciones siguen
el mismo camino evolutivo y, en consecuencia, algunas son más avanzadas o más
infantiles que otras. Condiciones similares conducen a resultados similares.
Estos modelos coinciden con los que otros autores consideran modelos mecánicos.
2) Los modelos independientes de los sucesos, en los que los estados más
probables de un conjunto obedecen a una distribución al azar de sucesos
independientes, no demasiado estructurados. En estos modelos la evolución
procede por cambios al azar. La estabilidad está puntuada por cambios súbitos
en direcciones impredecibles, a los que siguen períodos de estabilidad. No hay
una dirección evolutiva coherente. Estos modelos estocásticos se asemejan a los
que en este libro hemos llamado modelos estadísticos. 3) Los modelos
homeostáticos con bucles causales, en los que las relaciones pueden ser
probabilistas o deterministas y pueden además formar bucles; en estos modelos
las estructuras y los patrones de heterogeneidad se mantienen mediante esos
bucles. Estos modelos se utilizaron después de la Segunda Guerra y eran congruentes
con la teoría económica tradicional del equilibrio y con la antropología
funcionalista. En estos modelos la evolución es el resultado de interacciones
entre elementos heterogéneos. Para una condición dada (espacio, energía,
temperatura, materiales orgánicos disponibles) la evolución procede a través de
una configuración estable de interacciones o ciclos. Cada cultura se adecua a
sus condiciones locales y alcanza un estado que, si es satisfactorio, perdura.
Los cambios se deben a influencias procedentes del exterior o a invenciones
ocasionales. Condiciones distintas pueden llevar a los mismos resultados, y
viceversa. 4) Los modelos morfogenéticos con bucles causales, en los que bucles
probabilistas o deterministas pueden incrementar la heterogeneidad, generando
patrones de relaciones entre elementos heterogéneos y elevando el nivel de
sofisticación del sistema. En este modelo la evolución puede ser continua; dado
que los cambios pueden ser amplificados por bucles causales, existen muchas
direcciones evolutivas posibles, aún dentro de un mismo conjunto de
condiciones. Según Maruyama, existen cuatro tipos epistemológicos o mindscapes
correspondientes a los metatipos causales que se han descripto: Tipo
Componentes Relaciones entre componentes Proceso H Homogéneos Jerárquicas
Clasificacional I Heterogéneos Individualistas Al azar S Heterogéneos
Interactivos Homeostático G Heterogéneos Interactivos Morfogenético Tabla 2.4 -
Mindscapes Un mindscape es una estructura de razonamiento, cognición,
percepción, conceptualización, diseño, planeamiento y elección que varía de uno
a otro individuo, profesión, cultura o grupo social. No existen los tipos
puros, naturalmente, y siempre hay un poco de mezcla. La mayor parte del
artículo de Maruyama consiste en una caracterización de los mindscapes tomando
en cuenta sus respectivas filosofías, éticas, prácticas de toma de decisiones,
políti- Reynoso – Complejidad – 89 ca ambiental, valores, principios estéticos
en diseño urbano, elección de alternativas de arquitectura, actividad social,
religión, causalidad, lógica, conocimiento, percepción y cosmología. El cuadro
no admite demasiado resumen, pues su estructura radica en el detalle de sus
enumeraciones; vale la pena reproducirlo en extenso, omitiendo algunas
categorías sin interés antropológico directo. Tipo H: Filosofía general: Las
partes están subordinadas al todo. Hay una forma de hacer las cosas que es la
mejor. Los principios universales se aplican a todo. La sociedad consiste en
categorías, estructuras, infraestructuras, superestructuras. Ética: Los
poderosos dominan a los débiles. Lo que gana un individuo lo pierde otro (suma
cero). Las decisiones deben tomarse contando los votos (la cantidad decide) o
por consenso (se presume la existencia de una solución mejor para todos). Lo
que beneficia a muchos es mejor que lo que beneficia a pocos. Las minorías se
pueden sacrificar (efectos colaterales). Los que no son estándar son anormales,
desviados o delincuentes y se los debe castigar o eliminar. Política ambiental:
Como lo que gana uno lo pierde el otro, o se beneficia la industria a expensas
del ambiente o se protege al ambiente en contra de la industria. Valores: Los
valores se ordenan en un rango y este rango es válido en todas las culturas
porque la naturaleza humana es igual en todas partes. Se puede aplicar a todas
las culturas una misma lista de “necesidades humanas básicas”. Religión: Hay un
creador omnipotente, omnisciente y perfecto, que diseñó el universo y lo
controla. La obra misionera consiste en convertir a los demás. Todas las
religiones honran a los mismos dioses bajo diferentes nombres. Otra versión de
este tipo (por ejemplo en India o en la teología de Teilhard de Chardin) afirma
que todo concurre hacia una unidad final. Causalidad: Dos cosas no pueden causarse
mutuamente. Muchas cosas pueden causar una sola, y una sola puede causar
muchas; pero no hay bucles: la causalidad es lineal. Lógica: Es deductiva y
axiomática. Lo general tiene prioridad sobre lo específico. El razonamiento
circular está prohibido; el razonamiento debe ser secuencial, sin bucles.
Conocimiento: Hay una sola verdad. Si todos fueran educados del mismo modo,
pensarían lo mismo. El conocimiento de lo general es más elevado que el de lo
particular. Se deben buscar principios generales. Los hechos reflejan
principios universales. La realidad objetiva existe con independencia del
observador. La medición cuantitativa es esencial al conocimiento. Lo que no
puede medirse es irreal o inválido. Cosmología: El universo es homogéneo en
tiempo y espacio. Los procesos se repiten si las condiciones vuelven a ser las
mismas. Tipo I: Filosofía general: La sociedad es un agregado de individuos que
piensan y actúan independientemente. Sólo los individuos son reales. Ética:
Todos deberían ser autosuficientes. Ser pobre es culpa de la persona. Las
obligaciones sociales deberían minimizarse; se debería enfatizar todo lo
privado. Las interacciones son mutuamente dañinas (suma negativa). Uno debería
votar conforme a su propio interés. Política ambiental: Si la gente abandona la
ciudad por el campo y criara sus propias plantas, no existiría el problema
ambiental. Reynoso – Complejidad – 90 Valores: Cada persona tiene su propio
sistema de valores, y la conducta depende de ellos. La integridad de la persona
consiste en adherir a su propia tabla de valores, digan lo que digan los demás.
Religión: Cada individuo tiene sus propias creencias. Causalidad: Los eventos
son independientes, y todo se debe al azar. Lógica: Cada problema tiene su
propia respuesta. Conocimiento: Se deben investigar sólo las piezas de
información que se necesitan; es inútil buscar principios universales o
aprender lo que esté más allá del propio interés. Cosmología: El estado más
probable es la distribución al azar de sucesos independientes, cada uno con su
propia probabilidad. El universo decae, porque las estructuras no pueden
mantenerse. Tipo S: Filosofía general: La sociedad consiste en individuos que
interactúan para la ventaja mutua. Las interacciones mantienen un patrón
armonioso de heterogeneidad o se alternan por ciclos. Las interacciones no son
jerárquicas. Ética: Los diferentes individuos se ayudan entre sí porque se
complementan. Las diferencias son necesarias y beneficiosas. La igualdad genera
competencia y conflicto, mientras que la diversidad permite el beneficio mutuo.
La armonía es un bien que debe mantenerse. Política ambiental: La naturaleza ha
alcanzado un equilibrio estático muy delicado. Matar un solo insecto es
perturbarla. Se debe mantener la naturaleza tal cual está. Valores: Los valores
están interrelacionados, y no se pueden ordenar en categorías independientes ni
en jerarquías. No se pueden definir universalmente. Las “necesidades básicas”
varían con la cultura. El comportamiento de una persona se relaciona con el de
los demás y con el contexto. Religión: No hay jerarquías entre dioses
diferentes; los dioses no son ni perfectos, ni omniscientes, ni omnipotentes.
Pueden estar personalizados o no. Las prácticas religiosas buscan perpetuar la
armonía. Causalidad: Muchas cosas pueden causarse mutuamente a través de bucles
a corto o largo plazo. Las desviaciones del patrón se corrigen por medio de
interacciones mutuas. Lógica: La lógica involucra la comprensión simultánea de
las relaciones mutuas. Las definiciones son también mutuas, no jerárquicas. La
ley de identidad es irrelevante: A no es A por algo inherente, sino por su
relación con lo demás. Las categorías no son mutuamente excluyentes. Los
valores lógicos no se pueden situar en un orden. Conocimiento: La verdad es
complementaria, como la visión binocular. Las diferencias subjetivas permiten
que todos capten algo que no es percibido por las partes; esto es lo que se
llamaría “análisis trans-subjetivo”. Cosmología: Hay armonía entre los
elementos heterogéneos. Ella se mantiene porque la interacción corrige las
desviaciones. El universo se mantiene a sí mismo. Tipo G: Filosofía general:
Los individuos heterogéneos interactúan en busca del beneficio mutuo. Las
interacciones no jerárquicas generan nuevos patrones y diversidades. Ética: Los
individuos diferentes deben ayudarse mutuamente. Las diferencias son necesarias
y beneficiosas. La identidad genera competencia y conflicto. Todas las partes
ganan de la interacción recíproca (suma positiva). Reynoso – Complejidad – 91
Política ambiental: La naturaleza cambia continuamente. No es natural pretender
que el entorno sea inmutable. Las relaciones entre los humanos y el entorno
deben ser mutuamente benéficas (por ejemplo, las heces humanas se podrían
convertir en fertilizantes). Valores: Los valores están interrelacionados y no
se pueden ordenar en una jerarquía. Nuevas situaciones crean nuevas
significaciones. Religión: Similar a S, con la diferencia de que G está más
orientado hacia el cambio y la búsqueda de nuevas armonías. Causalidad: Muchas
cosas pueden causar muchas otras a través de bucles causales cortos o largos.
Las interacciones generan más heterogeneidad. Lógica: Igual que S.
Conocimiento: Igual que S. Cosmología: Las interacciones generan mayor
diversidad, y los nuevos patrones son sucesivamente más ricos y refinados. El
universo crece. Encuentro que los procesos mutuos causales de ampliación de la
desviación de Maruyama forman familia con la retroalimentación positiva de
Norbert Wiener, la esquismogénesis opositiva de Gregory Bateson, la
alimentación hacia adelante de Robert Rosen y la autodetonación de Richard
Adams. Pero es a partir de Maruyama que heterogeneidad, mutualidad y cambio se
van tornando en las claves de la cibernética tardía y en las polaridades
favoritas de los estudiosos que siguen el movimiento. De Maruyama en adelante
comienza a decaer el prestigio del feedback negativo y a exaltarse la
retroalimentación positiva como inductora de creatividad; esta axiología
caracteriza a la cibernética del último tercio del siglo XX, a los paradigmas
de Morin y Capra y a la investigación social de segundo orden. La aplicación
del esquema de Maruyama resulta ser más simplista que compleja. Él considera
que en la civilización europea ha prevalecido el mindscape H, mientras que la
mayoría de los rebeldes poseía una mentalidad I. Muchos ejemplos proceden de la
arquitectura, donde los polos de la oposición son ocupados por los europeos de
un lado y los japoneses del otro. No hay tipos puros, naturalmente. Maruyama
afirma que en diferentes culturas se pueden encontrar diversas combinaciones de
ellos; los Mandenka poseen un tipo GH, los Navajo una mentalidad SGI. El resto
de su artículo es una laboriosa recopilación de ejemplos episódicos de
personajes o culturas aptas para ilustrar uno u otro tipo de mentalidad. La
respuesta crítica al artículo de Maruyama fue variada, con prevalencia de
evaluaciones fuertemente negativas. Lucy Jane Kamau, de la Universidad del
Noreste de Illinois, afirmó por ejemplo que los mindscapes de Maruyama constituyen
un refrito de los clichés atestados de jerga de los años 60, incluyendo chicos
buenos de un lado del continuum y chicos malos del otro. El mismo Maruyama
comenta que él posee una mentalidad G, la más positivamente caracterizada.
Kamau alega que Maruyama muestra escasa familiaridad con la literatura
antropológica y que sus datos transculturales son poco convincentes. “Es una
pena que un tema tan importante y complejo como el pensamiento humano pueda
ser, literalmente, tan trivialmente tratado”. Otros autores fueron más
condescendientes. David Kronenfeld dijo que el ensayo era inusual, intrigante y
estimulante. Karl Pribram, cultor del llamado paradigma hologénico y de
tipologías que a mi juicio son, como las de Maruyama, evocativas de los
horóscopos, admite que el artículo de referencia toca en él una cuerda
resonante. El único crítico que a mi juicio planteó cuestiones sustanciales fue
Penny Van Esterik, quien se pregunta cuál es la base de los tipos
epistemológicos de Maruyama, de donde salen rela- Reynoso – Complejidad – 92
ciones tan simples entre fenómenos culturales y mentales tan complejos, cómo se
relacionan los mindscapes con los tipos caracterológicos o los estilos
cognitivos y cómo se incorporan a través de la cultura. La respuesta de Maruyama
fue brevísima, abarcando menos de media página. Sólo expresa que el estado de
la cuestión después de las críticas plantea la necesidad de emprender una serie
de investigaciones más pormenorizadas que él, por estar trabajando en una
escuela de administración, no estará en condiciones de emprender hasta que
cambie de institución laboral. En el cuarto de siglo transcurrido desde la
publicación de su famoso artículo, la investigación faltante no fue en
apariencia llevada a cabo. Aparte de unas pocas menciones en congresos y
simposios, y de circular en el ámbito de la ecosofía y el business &
management, la literatura sobre los mindscapes no prosperó; la segunda
cibernética tampoco logró mucho impacto en las ciencias básicas, fuera de
conseguir un puñado de citas a sus textos fundacionales. En el terreno de las
ideas complejas, no es fácil ganar un lugar en la historia. 2.5.7 – El
desorden: Balandier y la morfogénesis de la Antropología Dinámica En el curso
de la década de 1970, la cibernética tardía y la autopoiesis comenzaron a
penetrar en Francia vía Henri Atlan, Massimo Piattelli-Palmarini y Edgar Morin,
encontrando un terreno ya abonado por Henri Laborit, Jacques Sauvan,
Jean-Pierre Changeux, François Jacob, Jacques Monod, Yves Barel y otros
frecuentadores de epistemologías límites y aleaciones heterodoxas (Morin y
Palmarini 1974). Varias disciplinas humanísticas se vieron afectadas por la
novedad. En una antropología que literalmente podría llamarse de segundo orden,
comenzó una fase que, vista desde nuestros días, se revela como un momento de
renovación compulsiva de las metáforas-raíces. A través de libros y sobre todo
de congresos, como los encuentros de Royaumont y de Cerisy, comenzó a germinar
y a propagarse entre los antropólogos franceses que formaban parte de la línea
autodenominada “dinámica” (derivada de Georges Balandier, René Girard y Max
Gluckman), entre los adversarios del estructuralismo y en sus análogos
sociológicos. La corriente dinámica se llamaba así, sin duda, para tomar
distancia de la concepción estática, sincrónica, propia del estructuralismo de
Claude Lévi-Strauss y de los diversos funcionalismos. Y es precisamente su
inclinación procesualista, su énfasis en el cambio (y también, convengamos, su
carencia de un marco teórico viable), lo que la convirtió en el frente de menor
resistencia y el cauce natural para la irrupción de las ideas relativas a
sistemas alejados del equilibrio, condimentadas con un toque de
posestructuralismo. El estructuralismo dejaría de ser la corriente de elección
obligada, cediendo paso a una visión de diacronía irreversible, que contaría
además con el apoyo táctico, con leves reservas, de Dan Sperber, Maurice
Godelier, Luc de Heusch y Pierre Smith, en algún momento tributarios de Claude
Lévi-Strauss. Un puñado de textos jalonan este proceso: La place du désordre,
critique des théories de changement social del ultraliberal Raymond Boudon
(1984), el cual favorece una posición que recupera y reivindica, a contrapelo
del holismo sistémico, el papel de un sujeto rabiosamente individual; Ordres et
désordres. Enquête sur un nouveau paradigme, de Jean-Pierre Dupuy (1982), de
tono casi profético, particularmente en sus capítulos sobre “la ciencia de la
autonomía” y “la simplicidad de la complejidad”; La pluralité des mondes de
Francis Affergan (1997), que anuncia que el rígido concepto de modelo ha
perdido pertinencia, cediendo terreno a la noción de acontecimiento, la cual
permite construir los esquemas loca- Reynoso – Complejidad – 93 les, las
estructuraciones nativas, las situaciones de la enunciación; y L’Ordre
improbable, entropie et processus sociaux, de Michel Forsé (1986). Jean-Pierre
Dupuy se hizo conocer más tarde en el mundo angloparlante como crítico de la
primera cibernética y la ciencia cognitiva (en realidad se trata del programa
fuerte de la Inteligencia Artificial), afirmando que la literatura es la forma
más excelsa del conocimiento y que “la existencia de un nivel simbólico que
está estructurado como un lenguaje y que opera como una máquina no resiste el menor
análisis” (Dupuy 2000). Devenido un libro esencial porque no hay otros sobre el
tema, el trabajo de Dupuy no soporta una lectura rigurosa: no traza
adecuadamente el contraste entre el cognitivismo simbólico y el paradigma
conexionista, estima improductivas líneas de investigación que resultaron ser
fructíferas, e ignora la diferencia entre la segunda cibernética y la
cibernética de segundo orden. El estudio de Forsé, a su vez, es
característicamente expresivo porque en lugar de concebir los sistemas vivientes
(como hacía Prigogine) o las sociedades humanas (como lo intentó Richard Adams)
como estructuras disipativas que contradicen la tendencia de los sistemas
físicos a la entropía creciente, Forsé integra la sociedad al universo material
e imagina, termodinámicamente, un porvenir de máximo desorden, en el cual
desaparecerán las jerarquías, las diferencias, las estructuras, las
obligaciones implícitas o explícitas. Complementario al primer cuadro en el que
ilustrábamos las oposiciones entre información y entropía, la tabla 2.5
especifica las categorías que hacen que Forsé tome partido en la contienda
cósmica, y opte con firmeza por encomiar la propensión al desorden. Las mismas
palabras que Forsé ha escogido para contrastar las opciones disponibles empujan
la elección en un sentido que busca resonar con las fibras más nobles de las
ciencias humanas; sólo falta fraternité para que el cuadro, sólo en apariencia
paradójico, resuelva más allá de toda discusión quiénes son los buenos en esta
disputa. Ni falta hace decir que el esquema de Forsé confunde el sentido
político coloquial de las palabras con los significados técnicos y funda su
visión futurista y panglossiana en esa confusión. Orden Desorden Desequilibrio
Equilibrio Heterogeneidad Homogeneidad Desigualdad Igualdad Coacción Libertad
Inestabilidad Estabilidad Tabla 2.5 - Oposiciones de Michel Forsé Desde
mediados de la década de 1980, Georges Balandier, ya bastante alejado de su
antropología política y políticamente correcta de los 60, se mostró fascinado por
las teorías del caos y por el pensamiento de Prigogine. En un libro munido de
tres niveles escalonados de titulación, El Desorden. La Teoría del Caos y las
Ciencias Sociales. Elogio de la fecundidad del movimiento (1989), Balandier ha
puesto estas novedades teóricas en línea con el pensamiento posmoderno en
general. Para Balandier, las ciencias sociales actuales “conocen la
penitencia”, “están condenadas a reformarse”, “interrogan su propio saber”; y
en su refiguración han de renovar sus analogías, en consonancia con la visión
de Clifford Geertz, alejándose de máquinas complejas y organismos, y
acercándose a las metáforas del juego, el drama o el texto, maravillas de las
que sin embargo nunca más vuelve a hablarse (Balandier 1989: 60). Reynoso –
Complejidad – 94 Balandier se congratula de que se desalienten todas las viejas
pretensiones de comprensión global de lo social, toda formulación teórica
unificante, y encuentra en Prigogine, vulgarizado por Stengers, el acicate para
formularlo de esta manera: Ya no son más primero las situaciones estables y las
permanencias lo que nos interesa, sino las evoluciones, las crisis y las
inestabilidades¼, ya
no más sólo lo que permanece, sino también lo que se transforma, las
alteraciones geológicas y climáticas, la evolución de las especies, la génesis
y las mutaciones de las normas que actúan en los comportamientos sociales
(Balandier 1989: 61). Pese a ser en extremo locuaz, el texto de Balandier es,
por decirlo de algún modo, sistemáticamente impreciso. Por empezar, su
propósito discursivo es incierto; nunca se sabe cuál es la demostración que
está en juego, ni en nombre de quién se expresa. Su prédica o bien perpetra
ataques a posturas que nadie defendería, como el determinismo social, la
“armonía newtoniana” o el desdoblamiento lévistraussiano de sociedades frías y
calientes; o comenta textos fusionando lo que dicen otros pensadores con su
propia corriente de conciencia; o encuentra tantos precursores, prefiguraciones
truncas y anticipos superados de las nuevas ideas (en Durkheim, en Marx, en
Comte, en Gurvitch y hasta en Saint-Simon) que uno acaba preguntándose qué es
lo que ellas puedan tener de novedoso, y por qué si eso es tan exiguo Balandier
despliega tanto entusiasmo. Una y otra vez entremezcla caos con desorden,
incertidumbre, ambivalencia, inversión (o retrogradación), crisis de la
representación, descrédito de los grandes relatos, interpretación geertziana,
entropía, incompletitud gödeliana, auto-organización, improbabilidad,
bifurcación, movimiento, arbitrariedad, deconstrucción, acontecimiento,
singularidad. Lo mismo da y lo mismo vale, en tanto suene actual y transgresor;
alcanza con que esas nociones suministren pretextos para proclamar
periódicamente, como llevando a cabo un rito de confirmación, que las epistemes
ahora aceptables promueven la bancarrota de la mecánica, el reduccionismo y la
objetividad. Balandier ni siquiera se pregunta cuál es la razón última que
otorga un aire de familia a todas aquellas ideas heterogéneas, amontonadas aquí
más por las resonancias seductoras de sus nombres que por la equivalencia
formal de sus denotaciones o por su concordancia ideológica. Esta cita da
testimonio de su lectura enrarecida y rapsódica de un registro teórico
complejo: La idea de bifurcación también puede ser traspuesta y ya se ha
utilizado. Esta idea limita la influencia de los determinismos sociales,
permite situar puntos de libertad, identificar posibles. Las sociedades de la
modernidad más acelerada comienzan a ser consideradas como sociedades de bifurcaciones,
la selección de los posibles se haría progresiva y sucesivamente, a la manera
en que se realiza un recorrido de encrucijada en encrucijada hasta llegar a un
final todavía desconocido. La necesidad, la de la evolución y aún más la de la
revolución, desaparece en cuanto transformación ineluctable y global, para
ceder el lugar a las realizaciones de lo social más inciertas y más locales
(Balandier 1989: 80), Detrás de una prosa elaborada se esconde una
epistemología cándida y unilateral que a veces juega con trampa y otras, las
más, se entrampa ella misma en el espesor de una nomenclatura que le hace creer
que el “encanto” de los protones se asemeja a una especie de delicada finura,
que es signo de sagacidad pensar la materia inerte en términos antropomórficos,
o que los grados de libertad de torbellinos y bifurcaciones tienen alguna
equivalencia con las libertades públicas y civiles de los ciudadanos (p. 41; p.
58 n. 2; p. 80). A ninguna analogía dedica un examen de más de un par de
renglones, como si su fuerza enunciativa tuviera un límite y un respaldo de esa
magnitud. Reynoso – Complejidad – 95 Los autores desencantados de sus
progresismos juveniles suelen, por necesidad estructural, adoptar posturas
discutibles pero consistentes, como por otra parte lo son todos los
fundamentalismos. Esta es una excepción ejemplar y reveladora. Conozco pocos
textos tan atestados de contradicciones involuntarias: el evolucionismo,
reivindicado en algún momento porque Prigogine y Stengers lo reputan una idea
esencial para la nueva alianza (p. 61), es impugnado poco más tarde porque en
cierta antropología esa palabra apesta (p. 80). En un párrafo se condenan los
modelos antropológicos emanados de la física y la biología, de la máquina
compleja o del organismo por sujetar las ciencias humanas a las naturales (p.
60), y en la página siguiente se rinde homenaje a los isomorfismos que
provienen de la geología, la meteorología, la astronomía o las ciencias de la
vida porque promueven exploraciones extraterritoriales entre pensadores audaces
que se arriesguan más allá de las fronteras de su saber (p. 61). Respecto de
estas aventuras por otros territorios Balandier no sabe si repudiarlas o
colmarlas de alabanzas: por un lado asevera que la buena ciencia actual ha
abandonado toda ilusión de extraterritorialidad teórica porque se ha dado
cuenta que sus proposiciones son poco separables del medio en que son
enunciadas (p. 40); por el otro, afirma que los teóricos de la nueva ciencia
que llevan los modelos de Prigogine fuera de su dominio propio traspasan los
límites establecidos con formulaciones que han tomado el lugar de los “grandes
relatos” de no hace mucho, contribuyendo así a la renovación de toda marcha
científica, cualquiera sea su objeto (p. 52, 61). Aún cuando se quiera estar de
acuerdo con Balandier, nunca se sabe si piensa una cosa o exactamente la
contraria. Acaso la clave del nuevo discurso de Balandier radique en la alusión
velada que se desliza en la última frase de la cita transcripta más arriba y en
su actante implícito, una revolución que ha dejado de ser imperiosa en el mundo
naciente proclamado por las triunfantes teorías del desorden, en las que no
parece haber nada que despierte dudas, que sea difícil o que funcione mal. Lo
que allí resuena no es más que un eco del mandato posmoderno que estipula que,
de todos los metarrelatos legitimantes que ahora están en crisis, el
materialismo histórico es el primero que merecería ser abolido. Uno evitaría
perder el tiempo con lecturas superfluas si Balandier y tantos otros culposos a
su lado hubieran escrito solamente: “Yo ya no soy de izquierda, y eso es todo
lo que tengo que decir”. 2.5.8 – La investigación social de segundo orden
Debido a su carácter proactivo, palabrero y entusiasta, habrá que mencionar
entre las modalidades de aplicación de la cibernética tardía en las humanidades
un conjunto de posturas autodenominado “investigación social de segundo orden”.
Igual que sucede en las ciencias sociales de la complejidad en Francia, sus
elementos constitutivos incluyen dosis variables y diluidas de teoría de las
estructuras disipativas, una fe declarada en la autopoiesis de Varela y
Maturana, así como en los sistemas reflexivos de Gordon Pask, algo de fractales
y teoría de catástrofes, un poco de la galaxia-complejidad de Edgar Morin y de
sociología compleja de Jean-Pierre Dupuy, fragmentos de posmodernismo
rhizomático, la infaltable lectura irracionalista de la prueba de Gödel y del
principio cuántico de indeterminación de Heisenberg, así como una abundante
proporción de constructivismo radical y un propósito recurrente de integrar
sujeto y objeto (o abolir este último de una vez por todas). Nótese que los
movimientos celebrados en este campo mapean sobre las escuelas que forman parte
del circuito autopoiético-constructivista-posmoderno, sin dejar ninguna fuera
del cuadro. Reynoso – Complejidad – 96 Los representantes más notorios de esta
corriente parecen ser Jesús Ibáñez, Pablo Navarro, Rafael Manrique Solana,
Francisco Martínez, Alfonso Ortí, el psicoanalista Paco Pereña, José Luis de
Zárraga y Fernando Conde (Ibáñez 1990). Practicantes adscriptos son Julio Mejía
Navarrete en Perú y Dimas Santibáñez en Chile; el nombre de los simpatizantes
es legión. Ibáñez, el carismático sociólogo autodidacta fallecido en 1992, ha
sido sin duda su caudillo. Aunque no existe un solo concepto nuevo y memorable
que haya sido elaborado en el interior de esta escuela, y toda la novedad
consista en la apropiación y ensamblado de ideas provenientes de otras partes,
la autoimagen de esta práctica es la más encomiástica que puede encontrarse en
el espectro de las ciencias de la complejidad. Esa autoimagen deriva menos de
sus méritos intrínsecos que de la negación irónica de las doctrinas contrarias.
Su discurso se agota en una diatriba constante en contra del determinismo
mecanicista, de la primera cibernética y de las matemáticas clásicas,
enfatizando su contraste con la visión liberadora y la misión trascendente de
evangelización que se supone encarnan los miembros del grupo. El rasgo
característico de sus razonamientos es la propensión a encuadrar cada teoría,
las propias así como las ajenas, conforme a una matriz de juicios de valor
políticos y morales. Esta axiología se administra metonímica y metafóricamente,
a menudo en función de los nombres de las escuelas, los métodos y los
conceptos: de esta manera, por ejemplo, “caos” es para estos autores siempre
bueno, mientras “determinismo” es siempre abyecto; les resulta loable el
espacio liso de la geometría fractal que permite desplazarse donde uno quiera,
mientras que creen nefasto el espacio estriado de la geometría euclideana que
define trayectorias obligadas; y así sucesivamente. Malo Bueno Referencia
(Ibáñez 1990) Estructuralismo clásico: Piaget, Greimas, Lévi-Strauss
Estructuralismo no clásico: Kristeva, Morin Ibáñez, p. 19 Pensamiento simple
del objeto Pensamiento complejo del observador Ibáñez, p. 10 Ciencia del
control (primera cibernética) Control de la ciencia (segunda cibernética) Pablo
Navarro, pp. 23- 27 Paradigma de simplificación = dictadura Paradigma de
complejidad = democracia Ibáñez y Dupuy, p. 8 Máquinas alopoiéticas Máquinas
autopoiéticas Ibáñez, p. 11 Teoría de la forma = geometría del Mal Teoría de
catástrofes = Geometría del bien Ibáñez, p. 16 Algebra, formalismo, Bourbaki,
cuantitatividad, escritura alfabética Geometría, intuicionismo, Poincaré,
cualitatividad, escritura pictográfica Ibáñez, p. 15 Newton, curvas continuas y
derivables, fuerzas Thom y Mandelbrot, curvas discontinuas y no derivables,
formas Ibáñez, p. 15 Geometría tradicional, espacios estriados Geometría
fractal, espacios lisos Ibáñez, p. 17 Paradigma de simplicidad, lenguaje con
énfasis en el sustantivo Paradigma de complejidad (Bohm), lenguaje con énfasis
en el verbo Ibáñez, p. 20 Mecánica clásica, sujeto absoluto Mecánica cuántica,
sujeto reflexivo Ibáñez, p. 34-35, Pask, p. 36-40 Cuantitatividad, bivalencia
Cualitatividad, multivalencia Ibáñez, p. 46 Tabla 2.6 - Dicotomías de la
investigación social de segundo orden En la tabla 2.6 he puesto algunos
ejemplares seleccionados de este reparto pareado de premios y castigos; pienso,
de todos modos, que la crudeza de este maniqueísmo metodológi- Reynoso –
Complejidad – 97 co, evocativo de las antítesis de Michel Forsé, trasunta el
mismo género de ardores adolescentes y expresiones de deseos que otros
científicos más circunspectos albergan pero se esfuerzan por reprimir. En este
sentido, la investigación de segundo orden es, por su incontinencia, reveladora
del pensamiento íntimo de la corporación que se ha constituido en torno a los
discípulos indirectos de Prigogine. Tan absorta está la escuela en su dualismo,
que deja de percibir la dicotomía que existe entre (a) la dinámica no lineal y
la teoría del caos y (b) la metafísica constructivista, solipsista y
anticientífica con la que ha establecido compromiso. Aunque ella misma rinde
culto a un izquierdismo indefinido, tampoco ha caído en la cuenta de las
conocidas implicancias retrógradas del relativismo autopoiético y
constructivista, tanto en materia de ciencia como de ideología (véase Zolo
1986; 1990; Berman 1989; 1996; O’Hara 1995; Hayles 1995; 1999; Wolfe 1995;
Huneeus e Isella 1996). La escuela del segundo orden no es creativa ni siquiera
en los errores reiterados que les son propios: sostiene que el caos es
simplemente lo aleatorio (Ibáñez 1990: 10); que la geometría fractal es “la
geometría del azar” (p. 9); que la autopoiesis constituye una exploración
profunda de la complejidad; que es necesario tolerar el solipsismo
constructivista y la negación de la realidad con tal de restar apoyo al
conductismo; que la topología de Thom es geométrica y que es no determinista
(p. 16), y que sus curvas son discontinuas y no derivables; que las
bifurcaciones son privativas de los sistemas no-deterministas (p. 9); que “el
azar es el límite de la ciencia” (p. 10) pero que de algún modo “las
estructuras disipativas son el instrumento más poderoso para ver y manejar el
azar” (p. 9). Algunas aseveraciones contradicen hechos bien conocidos y se
refutan solas; otras merecen una réplica. El caos no guarda relación con el
azar y está muy lejos de ser indeterminista; la especialidad que lo estudia (al
igual que su objeto) se llama “caos determinista” (Li y Yorke 1975; Nicolis y
Prigogine 1989; Strogatz 1994: 323; Leiber 1998). Las bifurcaciones y las
catástrofes surgen típicamente en sistemas deterministas, y René Thom es famoso
por haber sido el más ferviente determinista de los últimos tiempos, al punto
de haber escrito un artículo incendiario para La querelle du déterminisme cuyo
título original fue “Halte au hasard, silence au bruit, et mort aux
parasites!”, que fuera respondido con indignación por Edgar Morin (Thom 1980;
1990; 1997: 137-138; Spire 2000: 84; Morin 1984: 111-134). Refiriéndose a las
filosofías de Monod, Atlan, Morin y Prigogine-Stengers, escribe por ejemplo
Thom: Todas glorifican ultrajantemente el azar, el ruido, las fluctuaciones,
todas hacen a lo aleatorio responsable bien sea del origen del mundo, … bien
sea de la emergencia de la vida y del pensamiento sobre la tierra. … [Este
pensamiento] procede de un cierto confusionismo mental, excusable en autores de
formación literaria, pero difícilmente perdonable en sabios diestros en
principio en los rigores de la racionalidad científica (Thom 1980: 120).
Tampoco impera el azar en los fractales, que surgen de la iteración de una
función que usualmente carece de todo elemento aleatorio; los fractales
estocásticos (plasmas, difusión) son pocos, atípicos y derivativos. No hay nada
en el espacio liso de los fractales, además, que permita caminar a donde uno
quiera, sea lo que fuere lo que signifiquen ambas expresiones: el resultado de
la aplicación de una fórmula fractal es lo que la función determina, no lo que
al observador se le antoja. Menos aún hay reflexión alguna sobre complejidad en
la literatura originaria de la autopoiesis, doctrina que, al contrario de lo
que a Ibáñez conviene, sostiene un severo y prosaico determinismo estructural
(Maturana y Varela 1973; 1987; Maturana 1980; 2004: 24-26). Reynoso –
Complejidad – 98 En su premura, los teóricos de la escuela catalogan del lado
equivocado a Piaget, quien si bien escribió sobre estructuralismo fue, lejos,
el primer constructivista; confunden siempre geometría con topología, la cual
no es métrica; sostienen que la cibernética clásica creía que la información
era una sustancia (Ibáñez 1990: 24), cuando es evidente que la trataba como
medida; alegan que la incompletitud implica que “la verdad de una proposición
es relativa a los axiomas que fundan una teoría” (p. 35), enunciado que no cuadra
con ninguna lectura admisible de la prueba de Gödel; alientan la idea del
“control de la ciencia” (pp. 23-27) sin especificar cuales serían las
instituciones y personas que la ejercerían o los criterios que habrían de
aplicarse en esa operación de policía; consideran compatible la tipificación
lógica de Russell, que prohíbe la autorreferencia, con la recursividad, que se
define a partir de ella (p. 106); y, en el clímax de su pedagogía surrealista,
interpretan mal la función para generar el conjunto fractal de Mandelbrot,
afirmando sin error de imprenta posible que 22 +2=5 (p. 83). A lo largo del
texto se afirma que el principio de indeterminación es aplicable al mundo
macroscópico y a la sociedad, y que existe afinidad entre la cuántica y la
ciencia del caos; en la vida real, sin embargo, los principales caólogos y
complexólogos (Mitchell Feigenbaum, Stuart Kauffman, Per Bak, George Cowan,
Melanie Mitchell) no sienten ni interés ni aprecio por el estudio de las
partículas elementales o por sus teorías distintivas, a las que creen
encaminadas a erigir la gran “teoría de todo” (Horgan 1998: 259-260, 282-283;
Thom 1997: 137; Kauffman 2000: 248, 250). Esta última observación merece al
menos una aclaración parentética. En el SFI, en particular, prevalece la creencia
de que la mecánica cuántica, las partículas subatómicas y las entidades
unificadoras como las supercuerdas, conducen a una visión reduccionista y
analítica, propia de las ciencias convencionales de la “simplicidad” (Waldrop
1992: 348-349; GellMann 2003: 29). Reducir a partículas elementales se estima
tan reduccionista como reducir a entidades de la física clásica, organismos o
individuos (Laszlo 1997: 93). Tampoco hay en la cuántica la menor traza de
complejidad caótica propiamente dicha. Como dicen los físicos que han trabajado
la cuestión, resulta irónico que las ecuaciones de la teoría cuántica hasta el
momento no hayan revelado caos alguno. La ecuación clásica de Schrödinger para
la función de onda se refiere a una amplitud de probabilidad, pero es
determinista, no caótica e incluso, como señalaron Prigogine y Chirikov,
temporalmente reversible (Pagels 1991: 82-83; Stenger 1995; Prigogine y
Stengers 1998: 140; Hilborn 2000: 498-499). Puede que a escala subatómica
sucedan cosas desconcertantes, pero la cuántica es estrictamente una mecánica
(como su nombre lo indica) y sus ecuaciones características son casi todas
lineales. En suma, el nivel cuántico es uno de los pocos lugares del universo
donde nunca se encontró caos, y el caos determinista es un espacio de fenómenos
sobre el que la mecánica cuántica no tiene jurisdicción. Quien admite la
relevancia de la mecánica cuántica para el mundo social admite además, sin
atenuantes, el principio de reducción. Cierro el paréntesis. El error
categórico de la investigación social de segundo orden, empero, es haber
olvidado que la misión de un paradigma no es despedazar las doctrinas rivales,
sino refinar el conocimiento de su objeto, o como quiera se lo desee llamar. Si
lo que ellos pretendían era fusionar sujeto y objeto, debieron darse cuenta que
no eran Thom, Prigogine, Atlan o Luhmann compañeros de ruta avenidos a
colaborar. Hay en su modelo una falta más fundamental todavía, que es la de
desconocer lo que se cuestiona y conocer precariamente lo que se enseña; tras
un despliegue de impericia como el que se ha entrevisto, no me parece que esta
corriente posea autoridad intelectual para decretar que los científicos que no
comulgan con su evangelio son “muy tontos”, piojos extraviados en la pelambre
de sus predecesores (Ibá- Reynoso – Complejidad – 99 ñez 1990: 3). Considero
problemático no tanto que esta postura haya sido formulada y esté disponible,
sino que investigadores en las ciencias blandas que no han tenido acceso a la
formación técnica requerida la encuentren aceptable y la hagan suya. No hay
mucho más que decir de esta escuela, que representa una actitud que otorga
justicia a quienes piensan que las teorías de la complejidad son una micromoda
efímera a la que se presta una atención mayor a la que merecen sus logros. En
el furor de su desprecio por la ciencia clásica estos investigadores no han
advertido que su modelo carece de una implementación que haya probado más allá
de toda duda razonable la fuerza de sus métodos, que tampoco queda claro cuáles
son. La lección epistemológica que han dejado estos estudiosos (cuyo proyecto
parece ya discontinuado) no es que ellos en particular hayan sido incoherentes,
sino que sus incoherencias son ejemplares de una clase: no hacen más que poner
de manifiesto el despeñadero en que se precipitan los abordajes discursivos
cuando las teorías complejas se usan para convalidar ideas que son, en el
fondo, abismalmente simples. 2.5.9 – La sociología autopoiética de Niklas
Luhmann De todas las apropiaciones de teorías sistémicas en ciencias sociales,
ninguna es tan monumental, laberíntica y explícita como la del alemán Niklas
Luhmann.