El PAPA que mato a
Dios
El PAPA es peruano y yo enamorada de los pies de la
humanidad me entran ganas de ser religiosa, pero sé que para ser religiosa tendría
que quitar el ágape el amor pleno a mi vida y tendría la religión. Y si
quisiera expresar mi fe por Dios tendría que sacar a la misma fe, a este saber
inmediato a esta intuición que es una triple apertura la del intelecto, la de
lo sensible, la del corazón, y tendría el arte para poder expresarme, pero sé
que luego querré concebir mi expresión para poder comprender y tendré que sacar la expresión de mi corazón y tendré la filosofía, mas querré conocer esa concepción y habrá que sacar la
conciencia para tener ciencia ,mecánica, objetiva pero necesitare instrucciones
claras para saber qué hacer y entonces sacare el conocimiento y tendré información,
algoritmo, tecnología pero abre dejado
de ser humana.
Así que no se trata de ir de la gran apertura del logos a la
vida a la pequeña hasta llegar a la tecnología actual donde pronto será la
inteligencia artificial quien lo configure todo sino al revés para eso hay que recuperar los mediadores: El
conocimiento es el medidor de la tecnología, la conciencia es la mediadora de
la ciencia, la expresión del sentimiento de la intuición es la mediadora de la filosofía,
la intuición misma es la mediadora del arte, el amor ágape es el mediador de la religión, y la apertura
del logos es el gran medidor de la vida uniéndonos a nosotros y a Dios, pero
para hacer este viaje necesito una máscara, una que me permita llegar a tal
apertura del
logos que pueda recuperar la vida misma… Oh ya se la de ese niño feo que se convirtió en el padre de la
filosofía: la infancia olvidada de Sócrates"
En las polvorientas calles de
Alopece, donde el mármol y la sangre se mezclaban, crecía un niño que no
encajaba. Sócrates, el futuro azote de Atenas, aprendió desde pequeño que el
mundo no estaba hecho para mentes inquietas. Su padre esculpía dioses en piedra
mientras él comenzaba a demolerlos en su cabeza. Su madre ayudaba a traer vida
al mundo, y él, décadas después, ayudaría a sacar a la luz las verdades ocultas
en cada mente. ¿No es irónico que el hombre que cuestionaría toda autoridad
naciera justo cuando Atenas se convertía en un imperio?
El pequeño Sócrates era todo lo que
los griegos despreciaban: feo según sus cánones, pobre para los estándares
aristocráticos, y terriblemente preguntón en una sociedad que valoraba más las
respuestas rápidas que las preguntas incómodas. Mientras otros niños
memorizaban a Homero, él se quedaba mirando a los artesanos, preguntándose por
qué un zapatero sabía más de virtud que los poetas. Esa mirada crítica -que
luego llamarían "ironía socrática"- nacía de ver cómo su padre
tallaba estatuas perfectas para dioses que nunca respondían.
Su educación fue un campo de batalla.
Aprendió música, pero desconfiaba de su poder para adormecer. Practicó
gimnasia, pero sospechaba que los cuerpos perfectos a menudo escondían almas
vacías. Lo verdaderamente revolucionario es que este niño, que no tenía derecho
a destacar, se atrevió a creer que un hijo de cantero podía ser más sabio que
los nobles del Areópago. El futuro filósofo bebía de dos oficios humildes: la
paciencia del escultor para dar forma a la verdad, y el valor de la partera
para soportar el dolor del parto intelectual.
Hoy, cuando nuestros sistemas
educativos premian la obediencia y castigan las preguntas difíciles, la
infancia de Sócrates nos interroga: ¿cuántos genios estamos ahogando en las
aulas por no ajustarse al molde? El niño de nariz achatada que perturbaba a sus
maestros nos recuerda que la verdadera educación no consiste en llenar mentes,
sino en encenderlas - aunque después quemen los cimientos del poder.
Esta es la máscara en este niño no solo habitaba la pregunta crítica, sino la
intuición de que valía la pena hacer la pregunta él sabía que había una verdad
así como sabía que él no sabía esa
verdad, es decir sabía que no podía concebirla, el daimon le hablo desde niño,
yo quiero ser ese daimon, esa conciencia que le hablaba seré la niña del niño
Sócrates y como tal seré bellísima.
¡Una!
¡Oh hombre!
¡Presta atención!
¡Dos!
¿Qué dice la profunda medianoche?
¡Tres!
«Yo dormía, dormía -,
¡Cuatro!
De un profundo
soñar me he despertado:
- ¡Cinco!
El mundo es profundo,
¡Seis!
Y más profundo de lo que el día ha pensado.
¡Siete!
Profundo es su
dolor -,
¡Ocho!
El placer - es
aún más profundo que el sufrimiento:
¡Nueve!
El dolor dice: ¡Pasa!
¡Diez!
Mas todo placer quiere eternidad -,
¡Once!
- ¡quiere profunda, profunda eternidad!
¡Doce!
Una niña está entrando en mi cuerpo
Si yo soy un adivino y estoy lleno de aquel espíritu
vaticinador que camina sobre una elevada cresta entre dos mares, - que camina
como una pesada nube entre lo pasado y lo futuro 434, - hostil a las hondonadas
sofocantes y a todo lo que está cansado y no es capaz ni de vivir ni de morir:
dispuesta en su oscuro seno a lanzar el rayo y el redentor resplandor, grávida
de rayos que dicen ¡sí!, ríen ¡sí!, dispuesta a lanzar vaticinadores
resplandores fulgurantes: - - ¡bienaventurado el que está grávido de tales
cosas! ¡Y, en verdad, mucho tiempo tiene que estar suspendido de la montaña,
cual una mala borrasca, quien alguna vez debe encender la luz del futuro! - Oh,
cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, - ¡el
anillo del retorno! Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener
hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad! ¡Pues
yo te amo, oh eternidad!
Si alguna vez mi cólera destrozó sepulcros, desplazó
mojones e hizo rodar viejas tablas, ya rotas, a profundidades cortadas a pico:
Si alguna vez mi escarnio aventó palabras enmohecidas y yo vine como una escoba
para arañas cruceras y como viento que limpia viejas y sofocantes criptas
funerarias: Si alguna vez me senté jubiloso allí donde yacen enterrados viejos
dioses, bendiciendo al mundo, amando al mundo, junto a los monumentos de los
viejos calumniadores del mundo: - - pues yo amo incluso las iglesias y los
sepulcros de dioses, a condición de que el cielo mire con su ojo puro a través
de sus derruidos techos; me gusta sentarme, como hierba y roja amapola, sobre
derruidas iglesias - 435 Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el
nupcial anillo de los anillos, - el anillo del retorno? Nunca encontré todavía
la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo: ¡pues
yo te amo, oh eternidad! ¡Pues yo te amo, oh eternidad!
Si alguna vez llegó hasta mí un soplo del soplo
creador y de aquella celeste necesidad que incluso a los azares obliga a bailar
ronda de estrellas: Si alguna vez reí con la risa del rayo creador, al que
gruñendo, pero obediente, sigue el prolongado trueno de la acción: Si alguna
vez jugué a los dados con los dioses sobre la divina mesa de la tierra, de tal
manera que la tierra tembló y se resquebrajó y arrojó resoplando ríos de fuego:
- pues una mesa de dioses es la tierra, que tiembla con nuevas palabras
creadoras y con divinas tiradas de dados: - Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la
eternidad y el nupcial anillo de los anillos, - el anillo del retorno? Nunca
encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a
quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad! ¡Pues yo te amo, oh eternidad!
Si alguna vez bebí a grandes tragos de aquella
espumeante y especiada jarra de mezclar en la que se hallan bien mezcladas
todas las cosas: Si alguna vez mi mano derramó las cosas más remotas sobre las
más próximas, y fuego sobre el espíritu, y placer sobre el sufrimiento, y lo
más inicuo sobre lo más bondadoso: Si yo mismo soy un grano de aquella sal
redentora que hace que todas las cosas se mezclen bien en aquel jarro: - - pues
hay una sal que liga lo bueno con lo malvado; y hasta lo más malvado es digno
de servir de condimento y de última efusión: - Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la
eternidad y el nupcial anillo de los anillos, - el anillo del retorno? Nunca
encontré todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a
quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad! ¡Pues yo te amo, oh eternidad!
Si yo soy amigo del mar y de todo cuanto es de especie
marina, y cuando más amigo suyo soy es cuando, colérico, él me contradice: Si
en mí hay aquel placer indagador que empuja las velas hacia lo no descubierto,
si en mi placer hay un placer de navegante: Si alguna vez mi júbilo gritó: «La
costa ha desaparecido, - ahora ha caído mi última cadena - - lo ilimitado ruge
en torno a mí, allá lejos brillan para mí el espacio y el tiempo, ¡bien!,
¡adelante!, ¡viejo corazón!» - Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad y el
nupcial anillo de los anillos, - el anillo del retorno? Nunca encontré todavía
la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a quien yo amo:
¡pues yo te amo, oh eternidad! ¡Pues yo te amo, oh eternidad!
Si mi virtud es la virtud de un bailarín, y a menudo
he saltado con ambos pies hacia un éxtasis de oro y esmeralda: Si mi maldad es
una maldad riente, que habita entre colinas de rosas y setos de lirios: -
dentro de la risa, en efecto, se congrega todo lo malvado, pero santificado y
absuelto por su propia bienaventuranza: - Y si mi alfa y mi omega436 es que todo
lo pesado se vuelva ligero, todo cuerpo, bailarín, todo espíritu, pájaro: ¡y en
verdad esto es mi alfa y mi omega! - Oh, ¿cómo no iba yo a anhelar la eternidad
y el nupcial anillo de los anillos, - el anillo del retorno? Nunca
encontré.todavía la mujer de quien quisiera tener hijos, a no ser esta mujer a
quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad! ¡Pues yo te amo, oh eternidad!
Si alguna vez extendí silenciosos cielos encima de mí,
y con alas propias volé hacia cielos propios: Si yo nadé jugando en profundas
lejanías de luz, y mi libertad alcanzó una sabiduría de pájaro: - - y así es
como habla la sabiduría de pájaro: «¡Mira, no hay ni arriba ni abajo! ¡Lánzate
de acá para allá, hacia adelante, hacia atrás, tú ligero! ¡Canta!, ¡no sigas
hablando! - ¿Acaso todas las palabras no están hechas para los pesados? ¿No
mienten, para quien es ligero, todas las palabras? Canta, ¡no sigas hablando!»
Oh, ¿cómo no lba yo a anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos,
- el anillo del retorno? Nunca encontré todavía la mujer de quien quisiera tener
hijos, a no ser esta niña a quien yo amo: ¡pues yo te amo, oh eternidad! ¡Pues
yo te amo, oh eternidad!
Ay, den qué lugar del mundo se han cometido tonterías
mayores que entre los compasivos? Y qué cosa en el mundo ha provocado más
sufrimiento que las tonterías de los compasivos? ¡Ay de todos aquellos que aman
y no tienen todavía una altura que esté por encima de su compasión! Así me dijo
el demonio una vez: «También Dios tiene su infierno: es su amor a los hombres.»
Y hace poco le oí decir esta frase: «Dios ha muerto; a causa de su compasión
por los hombres ha muerto Dios». Más el demonio no conocía la eternidad que
ahora me posee esta niña socrática que me permite la resurrección divina.
Y de nuevo pasaron lunas y años sobre el alma de
Zaratustra, y él no prestaba atención a eso; mas su cabello se volvió blanco.
Un día, cuando se hallaba sentado sobre una piedra437 delante de su caverna y
miraba en silencio hacia afuera, - desde allí se ve el mar a lo lejos, al otro
lado de abismos tortuosos - sus animales estuvieron dando vueltas, pensativos,
a su alrededor y por fin se colocaron delante de él. «Oh Zaratustra, dijeron,
¿es que buscas con la mirada tu felicidad?»438 - «¡Qué importa la felicidad!,
respondió él, hace ya mucho tiempo que yo no aspiro a la felicidad, aspiro a mi
obra.» - «Oh Zaratustra, hablaron de nuevo los animales, dices eso como quien
está sobrado de bien. ¿No yaces tú acaso en un lago de felicidad azul como el
cielo?» - «Pícaros, respondió Zaratustra, y sonrió, ¡qué bien habéis elegido la
imagen! Pero también sabéis que mi felicidad es pesada, y no como una fluida
ola de agua: me oprime y no quiere despegarse de mí y se parece a pez
derretida.» - Entonces los animales se pusieron a dar vueltas de nuevo,
pensativos, a su alrededor, y otra vez se colocaron delante de él. «Oh
Zaratustra, dijeron, ¿a eso se debe, pues, el que tú mismo te estés poniendo
cada vez más amarillo y oscuro, aunque tu cabello aparente ser blanco y como de
lino? ¡Mira, estás sentado en tu pez!» - «¡Qué decís, animales míos, dijo
Zaratustra y se rió, en verdad blasfemé cuando hablé de la pez439. Lo que a mí
me ocurre les ocurre a todos los frutos que maduran. La miel que hay en mis
venas es lo que vuelve más espesa mi sangre y, también, más silenciosa mi
alma.» - «Así será, oh Zaratustra, respondieron los animales, y se arrimaron a
él; mas ¿no quieres subir hoy a una alta montaña? El aire es puro, y hoy se ve
una parte del mundo mayor que nunca.» - «Sí, animales míos, respondió él,
acertado es vuestro consejo y conforme a mi corazón: ¡hoy quiero subir a una
alta montaña! Pero cuidad de que allí tenga a mano miel, miel de colmena,
amarilla, blanca, buena, fresca como el hielo. Pues sabed que allá arriba
quiero hacer la ofrenda de la miel.» -
Sin embargo, cuando Zaratustra estuvo en la cumbre
mandó a casa a sus animales, que lo habían acompañado, y vio que entonces
estaba solo: - entonces se rió de todo corazón, miró a su alrededor y habló
así: ¡El haber hablado de ofrendas, y de ofrendas de miel, fue sólo una argucia
oratoria y, en verdad, una tontería útil! Aquí arriba me es lícito hablar con
mayor libertad que delante de cavernas de eremitas y de animales domésticos de
eremitas. ¡Por qué hacer una ofrenda! Yo derrocho lo que se me regala, yo
derrochador de las mil manos: ¡cómo me sería lícito llamar a esto todavía -
hacer una ofrenda! Y cuando yo pedía miel, lo que pedía era tan sólo un cebo y
un dulce y viscoso almibar, al que son aficionados incluso los osos gruñones y
los pájaros extraños, refunfuñadores, malvados: - el mejor cebo, cual lo
precisan cazadores y pescadores. Pues si el mundo es cual un oscuro bosque
lleno de animales, y jardín de delicias de todos los cazadores furtivos, a mí
me parece más bien, y aun mejor, un mar rico y lleno de abismos, - un mar lleno
de peces y cangrejos de todos los colores, que hasta los dioses sentirían deseos
de hacerse pescadores en su orilla y echadores de redes: ¡tan abundante es el
mundo en rarezas grandes y pequeñas! Especialmente el mundo de los hombres, el
mar de los hombres: - a él lanzo yo ahora mi caña de oro y digo: ¡ábrete,
abismo del hombre! ¡Ábrete y arrójame tus peces y tus centelleantes cangrejos!
¡Con mi mejor cebo pesco yo hoy para mí los más raros peces humanos! - mi
propia felicidad arrójola lejos, a todas las latitudes ylejanías, entre el
amanecer, el mediodía y el atardecer, a ver si muchos peces humanos aprenden a
tirar y morder de mi felicidad. Hasta que, mordiendo mis afilados anzuelos
escondidos, tengan que subir a mi altura los más multicolores gobios de los
abismos, subir hacia el más maligno de todos los pescadores de hombres440. Pues
eso soy yo a fondo y desde el comienzo, tirando, atrayendo, levantando,
elevando, alguien que tira, que cría y corrige, que no en vano se dijo a sí
mismo en otro tiempo: «¡Llega a ser el que eres!»441 Así, pues, que los hombres
suban ahora hasta mí: pues todavía aguardo los signos442 de que ha llegado el
tiempo de mi descenso, todavía no me hundo yo mismo en mi ocaso como tengo que
hacerlo, entre los hombres. A esto aguardo aquí, astuto y burlón, en las altas
montañas, ni impaciente ni paciente, sino más bien como quien ha olvidado hasta
la paciencia, - porque ya no «padece». Mi destino me deja tiempo, en efecto:
¿acaso me ha olvidado? ¿O está sentado a la sombra detrás de una gran piedra y
se dedica a cazar moscas? Y, en verdad, le estoy reconocido, a mi eterno
destino, de que no me urja ni me apremie y me deje tiempo para bromas y
maldades: de modo que hoy he subido a esta alta montaña a pescar peces. ¿Ha
pescado un hombre alguna vez peces sobre altas montañas? Y aunque sea una
tontería lo que yo quiero y hago aquí arriba: mejor es esto que no volverme
solemne allá abajo, a fuerza de aguardar, y verde y amarillo - - uno que
resopla afectadamente de cólera a fuerza de aguardar, una santa tempestad
rugiente que baja de las montañas, un impaciente que grita a los valles: «¡Oíd,
u os azoto con el látigo de Dios!» No es que yo me enoje por esto con tales
coléricos: ¡me hacen reír bastante! ¡Impacientes tienen que estar esos grandes
tambores ruidosos, que o hablan hoy o no hablan nunca!
Mas yo y mi destino - no hablamos al Hoy, tampoco
hablamos al Nunca: para hablar tenemos paciencia, y tiempo, y más que tiempo.
Pues un día tiene él que venir443, y no le será lícito pasar de largo. ¿Quién
tiene que venir un día, y no le será lícito pasar de largo? Nuestro gran Hazar,
es decir, nuestro grande y remoto reino del hombre, el reino de Zaratustra de
los mil años444 - - ¿A qué distancia se encuentra ese algo «lejano»? ¡Qué me
importa eso! Mas no por ello es para mí menos firme -, con ambos pies estoy yo
seguro sobre ese fundamento, - sobre un fundamento eterno, sobre una dura roca
primitiva445, sobre estas montañas primitivas, las más elevadas y duras de
todas, a las que acuden todos los vientos como a una divisoria meteorológica,
preguntando por el ¿dónde? y por el ¿de dónde? y por el ¿hacia dónde? ¡Ríe
aquí, ríe, luminosa y saludable maldad mía! ¡Desde las altas montañas arroja
hacia abajo tu centelleante risotada burlona! ¡Pesca para mí con tu centelleo
los más hermosos peces humanos! Y lo que en todos los mares a mí me pertenece,
mi en-mí y para-m446 en todas las cosas, - péscame eso y sácalo fuera, sube eso
hasta mí: eso es lo que aguardo yo, el más maligno de todos los pescadores.
¡Lejos, lejos, anzuelo mío! ¡Dentro, hacia abajo, cebo de mi felicidad! ¡Deja caer
gota a gota tu más dulce rocío, miel de mi corazón! ¡Muerde, anzuelo mío, en el
vientre de toda negra tribulación! ¡Lejos, lejos, ojos míos! ¡Oh, cuántos mares
a mi alrededor, cuántos futuros humanos que alborean! Y por encima de mí - ¡qué
calma rosada! ¡Qué silencio despejado de nubes!
Al día siguiente estaba sentado Zaratustra de nuevo en
su piedra delante de la caverna mientras los animales andaban fuera errantes
por el mundo para traer nuevo alimento, - también nueva miel: pues Zaratustra
había consumido y derrochado la vieja miel hasta la última gota. Y mientras se
hallaba así sentado, con un bastón en la mano, y dibujaba sobre la tierra la
sombra de su figura, reflexionando, y, ¡en verdad!, no sobre sí mismo ni sobre
su sombra, - de pronto se asustó y se sobresaltó: pues junto a su sombra veía
otra sombra distinta. Y al mirar rápidamente a su alrededor y levantarse, he
aquí que junto a él estaba el adivino, el mismo a quien en otro tiempo había
dado de comer y de beber en su mesa448, el anunciador de la gran fatiga, que
enseñaba: «Todo es idéntico, nada vale la pena, el mundo carece de sentido, el
saber estrangula»449. Pero su rostro había cambiado entretanto; y cuando
Zaratustra le miró a los ojos, su corazón volvió a asustarse: tantos eran los malos
presagios y los rayos cenicientos que cruzaban por aquella cara. El adivino,
que se había dado cuenta de lo que ocurría en el alma de Zaratustra, se pasó la
mano por el rostro como si quisiera borrarlo; lo mismo hizo también Zaratustra.
Y cuando ambos de ese modo se hubieron serenado y reanimado en silencio,
diéronse las manos en señal de que querían reconocerse. «Bienvenido seas, dijo
Zaratustra, tú adivino de la gran fatiga, no debe ser en vano el que en otro
tiempo fueras mi comensal y mi huésped. ¡Come y bebe también hoy en mi casa, y
perdona el que un viejo alegre se siente contigo a la mesa!» - «¿Un viejo
alegre?, respondió el adivino moviendo la cabeza: quien quiera que seas o
quieras ser, oh Zaratustra, lo has sido ya mucho tiempo aquí arriba, - ¡dentro
de poco no estará ya tu barca en seco!» - «¿Es que yo estoy en seco?»450,
preguntó Zaratustra riendo. - «Las olas en torno a tu montaña, respondió el
adivino, suben cada vez más, las olas de la gran necesidad y tribulación pronto
levantarán también tu barca y te llevarán lejos de aquí». - Zaratustra calló al
oír esto y se maravilló. - «¿No oyes todavía nada?, continuó diciendo el
adivino: ¿no suben de la profundidad un fragor y un rugido?» - Zaratustra
siguió callado y escuchó: entonces oyó un grito largo, largo, que los abismos
se lanzaban unos a otros y se devolvían, pues ninguno quería retenerlo: tan
funestamente resonaba. «Tú, perverso adivino, dijo finalmente Zaratustra, eso
es un grito de socorro y un grito de hombre, y sin duda viene de un negro mar.
¡Mas qué me importan las necesidades de los hombres! Mi último pecado451, que
me ha sido reservado para el final, - ¿sabes tú acaso cómo se llama?» -
«¡Compasión!, respondió el adivino con el corazón rebosante, y alzó las dos
manos - ¡oh Zaratustra, yo vengo para seducirte a cometer tu último
pecado!»
Y apenas habían sido dichas estas palabras retumbó de
nuevo el grito, más largo y angustioso que antes, también mucho más cercano ya.
«¿Oyes? ¿Oyes, Zaratustra?, exclamó el adivino, ese grito es para ti, a ti es a
quien llama: ¡ven, ven, ven, es tiempo, ya ha llegado la hora!» -452 Zaratustra
callaba, desconcertado y trastornado; finalmente preguntó, como quien vacila en
su interior: «¿Y quién es el que allí me llama?» «Tú lo sabes bien, respondió
con violencia el adivino ¿por qué te escondes? ¡El hombre superior es quien
grita llamándote!» «¿El hombre superior?, gritó Zaratustra horrorizado: ¿qué
quiere ése? ¿Qué quiere ése? ¡El hombre superior! ¿Qué quiere aqui ése?» - y su
piel se cubrió de sudor. Pero el adivino no respondió a la angustia de
Zaratustra, sino que siguió escuchando hacia la profundidad. Y cuando se hizo
allí un largo silencio, volvió su vista atrás y vio a Zaratustra de pie y
temblando. «Oh Zaratustra, empezó a decir con triste voz, no estás ahí como
alguien a quien su felicidad le hace dar vueltas: ¡tendrás que bailar si no
quieres caerte al suelo! Pero aunque quisieras bailar y ejecutar todas tus
piruetas delante de mí: a nadie le sería lícito decirme: “Mira, ¡ahí baila el
último hombre alegre!”453 En vano vendría hasta esta altura uno que buscase
aquí a ese hombre: encontraría sin duda cavernas, y otras cavernas detrás de
las primeras, y escondrijos para gente escondida, mas no pozos de felicidad ni
tesoros ni filones vírgenes del oro de la felicidad.
Felicidad - ¡cómo encontrar felicidad entre tales
sepultados y tales eremitas! ¿Tengo que buscar todavía la última felicidad en
islas afortunadas y a lo lejos entre mares olvidados? ¡Pero todo es idéntico,
nada merece la pena, de nada sirve buscar, ya no hay tampoco islas
afortunadas!» - - Así dijo el adivino suspirando; mas al oír su último suspiro
Zaratustra recobró su lucidez y su seguridad, como uno que sale desde un
profundo abismo a la luz. «¡No! ¡No! ¡Tres veces no!454, exclamó con fuerte voz
y se acarició la barba - ¡De eso sé yo más que tú! ¡Todavía existen islas
afortunadas! ¡Calla tú de eso, suspirante saco de aflicciones! ¡Deja de
chapotear acerca de eso, tú nube de lluvia en la mañana! ¿No estoy ya mojado
por tu tribulación, y empapado como un perro? Ahora voy a sacudirme y a alejarme
de ti, para quedar seco de nuevo: ¡de esto no tienes derecho a asombrarte! ¿Te
parezco descortés? Pero aquí está mi corte. Y en lo que se refiere a tu hombre
superior: ¡bien!, voy aprisa a buscarlo en aquellos bosques: de allí venía su
grito. Tal vez lo acosa allí un malvado animal. Está en mis dominios455: ¡en
ellos no debe sufrir ningún daño! Y, en verdad, hay muchos animales malvados en
mi casa.» - Dichas estas palabras Zaratustra se dio la vuelta para irse.
Entonces dijo el adivino: «Oh Zaratustra, ¡eres un bribón! Lo sé bien: ¡quieres
librarte de mí! ¡Prefieres correr a los bosques y acechar animales malvados!
Mas ¿de qué te sirve eso? Al atardecer me tendrás de nuevo, en tu propia
caverna permaneceré sentado, paciente y pesado como un leño - ¡y te aguardaré!»
«¡Así sea!, replicó Zaratustra yéndose: ¡y lo que en mi caverna es mío, también
te pertenece a ti, huésped mío! Y si todavía encontrases miel ahí dentro,
¡bien!, ¡lámetela toda, oso gruñón, y endulza tu alma! Pues al atardecer
queremos estar los dos de buen humor. - ¡de buen humor y contentos de que este
día haya acabado! Y tú mismo debes bailar al son de mis canciones, como mi oso
bailador. ¿No lo crees? ¿Mueves la cabeza? ¡Bien! ¡Adelante! ¡Viejo oso!
También yo - soy un adivino.»
No había pasado aún una hora desde que Zaratustra
andaba caminando por sus montañas y bosques cuando vio de pronto un extraño
cortejo. Justo por el camino por el que él iba bajando venían dos reyes a pie,
adornados con coronas y con cinturones de púrpura, tan multicolores como dos
flamencos456: conducían delante de ellos un asno cargado. «¿Qué quieren esos
reyes en mi reino?», dijo asombrado Zaratustra a su corazón, y se escondió
rápidamente detrás de unas matas. Y cuando los reyes se acercaban adonde él
estaba, dijo a media voz, como quien se habla a sí solo: «¡Qué extraño! ¡Qué
extraño! ¿Cómo se compagina esto? Veo dos reyes - ¡y un solo asno!» Entonces
los dos reyes se detuvieron, sonrieron, miraron hacia el lugar de donde la voz
venía, y luego se miraron ellos mismos cara a cara. «Esas cosas se las piensa
también ciertamente entre nosotros, dijo el rey de la derecha, pero no se las
dice.» El rey de la izquierda se encogió de hombros y respondió: «Sin duda será
un cabrero. O un eremita que ha vivido durante demasiado tiempo entre rocas y
árboles. La falta total de sociedad, en efecto, acaba por echar a perder
también las buenas costumbres». «¿Las buenas costumbres?, replicó malhumorado y
con amargura el otro rey: ¿de qué vamos nosotros escapando? ¿No es de las “buenas
costumbres”? ¿De nuestra “buena sociedad”? Mejor es, en verdad, vivir entre
eremitas y cabreros que con nuestra dorada, falsa y acicalada plebe - aunque se
llame a sí misma “buena sociedad”, - aunque se llame a sí misma “nobleza”. Allí
todo es falso y podrido, en primer lugar la sangre, gracias a viejas y malas
enfermedades y a curanderos aun peores. El mejor y el preferido continúa siendo
para mí hoy un sano campesino, tosco, astuto, testarudo, tenaz: ésa es hoy la
especie más noble. El campesino es hoy el mejor; ¡y la especie de los
campesinos debería dominar! Pero éste es el reino de la plebe, - ya no me dejo
engañar. Y plebe quiere decir: mezcolanza. Mezcolanza plebeya: en ella todo
está revuelto con todo, santo y bandido e hidalgo y judío y todos los animales
del arca de Noé. ¡Buenas costumbres! Todo es entre nosotros falso y podrido.
Nadie sabe ya venerar: justo de eso es de lo que nosotros vamos huyendo. Son
perros empalagosos y pegajosos, pintan con purpurina hojas de palma. ¡La náusea
que me estrangula es que incluso nosotros los reyes nos hemos vuelto falsos,
andamos recubiertos y disfrazados con la vieja y amarillenta pompa de nuestros
abuelos, siendo medallones para los más estúpidos y para los más astutos y para
todo el que hoy trafica con el poder! Nosotros no somos los primeros - y, sin
embargo, tenemos que pasar por tales: de esa superchería estamos ya hartos por
fin, y nos produce náuseas. De la chusma hemos escapado, de todos esos
vocingleros y moscardones que escriben, del hedor de los tenderos, de la
agitación de los ambiciosos, del aliento pestilente -: puf, vivir en medio dula
chusma, - puf, ¡pasar por los primeros en medio de la chusma! Ay, ¡náusea!
¡náusea! ¡náusea! ¡Qué importamos ya nosotros los reyes!» - «Tu vieja
enfermedad te acomete, dijo entonces el rey de la izquierda, la náusea te
acomete, pobre hermano mío. Pero ya sabes que hay alguien que nos está
escuchando.»
Inmediatamente se levantó de su escondite Zaratustra,
que había abierto del todo sus oídos y sus ojos a estos discursos, acercóse a
los reyes y comenzó a decir: «Quien os escucha, quien con gusto os escucha,
reyes, se llama Zaratustra. Yo soy Zaratustra, que en otro tiempo457 dijo:
“¡Qué importan ya los reyes!” Perdonadme que me haya alegrado cuando os decíais
uno a otro: “¡Qué importamos nosotros los reyes!” Éste es mi reino y mi
dominio: ¿qué andáis buscando vosotros en mi reino? Pero acaso habéis
encontrado en el camino lo que yo busco, a saber: el hombre superior.» Cuando
los reyes oyeron esto se dieron golpes de pecho458 y dijeron con una sola boca:
«¡Hemos sido reconocidos! Con la espada de esa palabra has desgarrado la más
densa tiniebla de nuestro corazón. Has descubierto nuestra necesidad, pues
¡mira! Estamos en camino para encontrar al hombre superior, - - al hombre que
sea superior a nosotros: aunque nosotros seamos reyes. Para él traemos este
asno. Pues el hombre supremo, el superior a todos, debe ser en la tierra
también el señor supremo459. No existe desgracia más dura en todo destino de
hombre que cuando los poderosos de la tierra no son también los primeros
hombres. Entonces todo se vuelve falso y torcido y monstruoso. Y cuando incluso
son los últimos, y más animales que hombres: entonces la plebe sube y sube de
precio, y al final la virtud de la plebe llega a decir: “¡mirad, virtud soy yo
únicamente!”» - ¿Qué acabo de oír?, respondió Zaratustra: ¡Qué sabiduría en
unos reyes! Estoy encantado y, en verdad, me vienen ganas de hacer unos versos
sobre esto: - - aunque sean unos versos no aptos para los oídos de todos. Hace
ya mucho tiempo que he olvidado el tener consideraciones con orejas largas.
¡Bien! ¡Adelante! (Pero entonces ocurrió que también el asno tomó la palabra: y
dijo clara y malévolamente I-A.460) En otro tiempo - creo que en el año primero
de la salvación – Dijo la Sibila, embriagada sin vino: «¡Ay, las cosas marchan
mal! ¡Ruina!¡Ruina!¡Nunca cayó tan bajo el mundo! Roma bajó a ser puta y
burdel, El César de Roma bajó a ser un animal, Dios mismo - ¡se hizo judío!»
Los reyes se deleitaron con estos versos de
Zaratustra; y el rey de la derecha dijo: «¡Oh Zaratustra, qué bien hemos hecho
en habernos puesto en camino para verte! Pues tus enemigos nos mostraban tu
imagen en su espejo: en él tú mirabas con la mueca de un demonio y con una risa
burlona 462: de modo que teníamos miedo de ti. ¡Mas de qué servía esto! Una y
otra vez nos punzabas el oído y el corazón con tus sentencias. Entonces dijimos
finalmente: ¡qué importa el aspecto que tenga! Tenemos que oírle a él, a él que
enseña “¡debéis amar la paz como medio para nuevas guerras, y la paz corta más
que la larga!” Nadie ha dicho hasta ahora palabras tan belicosas como: “¿Qué es
bueno? Ser valiente es bueno. La buena guerra es la que santifica toda
causa463. Oh Zaratustra, la sangre de nuestros padres se agitaba en nuestro
cuerpo al oír tales palabras: era como el discurso de la primavera a viejos
toneles de vino.
Cuando las espadas se cruzaban como serpientes de
manchas rojas, entonces nuestros padres encontraban buena la vida; el sol de
toda paz les parecía flojo y tibio, y la larga paz daba vergüenza. ¡Cómo
suspiraban nuestros padres cuando veían en la pared espadas relucientes y
secas! Lo mismo que éstas, también ellos tenían sed de guerra. Pues una espada
quiere beber sangre y centellea de deseo.» - - - Mientras los reyes hablaban y
parloteaban así, con tanto ardor, de la felicidad de sus padres, Zaratustra fue
acometido por unas ganas no pequeñas de burlarse de su ardor: pues eran
visiblemente reyes muy pacíficos los que él veía delante de sí, reyes con
rostros antiguos y delicados. Mas se dominó. «¡Bien!, dijo, hacia allá sigue el
camino, allá se encuentra la caverna de Zaratustra; ¡y este día debe tener una
larga noche! Pero ahora me llama un grito de socorro que me obliga a alejarme
de vosotros a toda prisa464. Es un honor para mi caverna el que unos reyes
quieran sentarse en ella y aguardar: ¡pero, ciertamente, tendréis que aguardar
mucho tiempo! ¡Bien! ¡Qué importa! ¿Dónde se aprende hoy a aguardar mejor que
en las cortes? Y la entera virtud de los reyes, la que les ha quedado, - ¿no se
llama hoy: poder-aguardar?»
Y Zaratustra siguió pensativo su camino, bajando cada
vez más, atravesando bosques y bordeando terrenos pantanosos; y como le ocurre
a todo aquel que reflexiona sobre cosas difíciles pisó, sin darse cuenta, a un
hombre. Y he aquí que de pronto le salpicaron la cara un grito de dolor y dos
maldiciones y veinte injurias perversas: de modo que, con el susto, alzó el
bastón y golpeó además a aquel al que había pisado. Pero inmediatamente recobró
el juicio; y su corazón rió de la tontería que acababa de cometer. «Perdona,
dijo al pisado, el cual se había erguido furioso y se había sentado, perdona y
escucha antes de nada una parábola. Así como un viajero que sueña con cosas
lejanas tropieza, sin darse cuenta, en una calle solitaria con un perro
dormido, con un perro tendido al sol: - y ambos se encolerizan, se increpan,
como enemigos mortales, los dos mortalmente asustados: así nos ha ocurrido a
nosotros. ¡Y sin embargo! Y sin embargo - ¡qué poco ha faltado para que ambos
se acariciasen, ese perro y ese solitario! ¡Pues ambos son - solitarios!»
- «Quienquiera que seas, dijo, todavía furioso, el
pisado, ¡también con tu parábola me pisoteas, y no sólo con tu pie! Mira, ¿es
que yo soy un perro?» - y en ese momento el sentado se levantó y sacó su brazo
desnudo del pantano. Antes, en efecto, había estado tendido en el suelo, oculto
e irreconocible, como quienes acechan la caza de los pantanos. «¡Pero qué estás
haciendo!, exclamó Zaratustra asustado, pues veía que por el desnudo brazo
corría mucha sangre, - ¿qué te ha ocurrido? ¿Te ha mordido, desgraciado, un
perverso animal?» El que sangraba rió, aunque todavía estaba encolerizado.
«¡Qué te importa!, dijo, y quiso marcharse. Aquí estoy en mi casa y en mis
dominios. Pregúnteme quien quiera: a un majadero difícilmente le responderé.»
«Te engañas, dijo Zaratustra compadecido, y lo retuvo, te engañas: aquí no
estás en tu casa, sino en mi reino466, y en él a nadie debe ocurrirle daño
alguno. Llámame como quieras, - yo soy el que tengo que ser. El nombre que me
doy a mí mismo es Zaratustra. ¡Bien! Por ahí sube el camino que lleva hasta la
caverna de Zaratustra: no está lejos, - ¿no quieres cuidar tus heridas en mi
casa? Mal te ha ido, desgraciado, en esta vida: primero te mordió el animal, y
luego - ¡te pisó el hombre! » - Pero cuando el pisado oyó el nombre de
Zaratustra, se transformó. «¡Qué me pasa!, exclamó, ¿quién me interesa aún en
esta vida si no ese solo hombre, a saber, Zaratustra, y ese único animal que
vive de la sangre, la sanguijuela? A causa de la sanguijuela estaba yo aquí
tendido junto a este pantano como un pescador, y ya mi brazo extendido había
sido picado diez veces cuando aún me pica, buscando mi sangre, un erizo más
hermoso, Zaratustra mismo! ¡Oh felicidad! ¡Oh prodigio! ¡Bendito sea este día
que me indujo a venir a este pantano! ¡Bendita sea la mejor y más viva de las
ventosas que hoy viven, bendito sea Zaratustra, gran sanguijuela de
conciencias!» - Así habló el pisado; y Zaratustra se alegró de sus palabras y
de sus delicados y respetuosos modales: «¿Quién eres?, preguntó y le tendió la
mano, entre nosotros queda mucho que aclarar y que despejar: pero ya, me
parece, se está haciendo de día, un día puro y luminoso». «Yo soy el concienzudo
del espíritu, respondió el interrogado, y en las cosas del espíritu
difícilmente hay alguien que las tome con mayor rigor, severidad y dureza que
yo, excepto aquel de quien yo he aprendido eso, Zaratustra mismo. ¡Es
preferible no saber nada que saber mucho a medias! ¡Es preferible ser un necio
por propia cuenta que un sabio con arreglo a pareceres ajenos! Yo - voy al
fondo: - ¿qué importa que éste sea grande o pequeño? ¿Que se llame pantano o
cielo? Un palmo de fondo me basta: ¡con tal que sea verdaderamente fondo y
suelo! - un palmo de fondo: sobre él puede uno estar de pie. En la verdadera
ciencia concienzuda no hay nada grande ni nada pequeño.» «¿Entonces tú eres
acaso el conocedor de la sanguijuela?, preguntó Zaratustra; ¿y estudias la
sanguijuela hasta sus últimos fondos, tú concienzudo?» «Oh Zaratustra,
respondió el pisado, eso sería una enormidad, ¡cómo iba a serme lícito
atreverme a tal cosa! En lo que yo soy un maestro y un conocedor es en el
cerebro de la sanguijuela: - ¡ése es mi mundo! ¡También ése es un mundo! Mas
perdona el que aquí tome la palabra mi orgullo, pues en esto no tengo igual.
Por ello dije “aquí estoy en mi casa”.
¡Cuánto tiempo hace ya que estudio esa única cosa, el
cerebro de la sanguijuela, para que la escurridiza verdad no se me escurra ya
aquí! ¡Aquí está mi reino! - por esto eché por la borda todo lo demás, por esto
se me volvió indiferente todo lo demás; y justo al lado de mi saber acampa mi
negra ignorancia. Mi conciencia del espíritu quiere de mí que yo sepa una única
cosa y que no sepa nada de lo demás: ¡siento náuseas de todas las medianías del
espíritu, de todos los vaporosos, fluctuantes, soñadores. Donde mi honestidad
acaba, allí yo soy ciego y quiero también serlo. Pero donde quiero saber, allí
quiero también ser honesto, es decir, duro, riguroso, severo, cruel,
implacable. El que en otro tiempo467 tú dijeras, oh Zaratustra: “Espíritu es la
vida que se saja a sí misma en vivo”, eso fue lo que me llevó a tu doctrina y
me indujo a seguirla. Y, en verdad, ¡con mi propia sangre he aumentado mi
propio saber!» «Como la evidencia enseña»468, se le ocurrió a Zaratustra; pues
aún seguía corriendo la sangre por el brazo desnudo del concienzudo. Diez
sanguijuelas, en efecto, se habían agarrado a él. «¡Oh tú, extraño compañero,
cuántas cosas me enseña esta evidencia, es decir, tú mismo! ¡Y tal vez no me
sea lícito vaciarlas todas ellas en tus severos oídos! ¡Bien! ¡Separémonos
aquí! Pero me gustaría volver a encontrarte. Por ahí sube el camino que lleva
hasta mi caverna: ¡hoy por la noche debes ser mi huésped querido! También me
gustaría reparar en tu cuerpo el que Zaratustra te haya pisado: sobre eso
reflexiono. Pero ahora me llama un grito de socorro que me obliga a alejarme de
ti a toda prisa.»
Y cuando Zaratustra dio la vuelta a una roca vio no
lejos debajo de sí, en el mismo camino, a un hombre que agitaba los miembros
como un loco furioso y que, finalmente, cayó de bruces en tierra. «¡Alto!, dijo
entonces Zaratustra a su corazón, ése de ahí tiene que ser sin duda el hombre
superior, de él venía aquel perverso grito de socorro, - voy a ver si se le
puede ayudar.» Mas cuando llegó corriendo al lugar donde el hombre yacía en el
suelo encontró a un viejo tembloroso, con los ojos fijos, y aunque Zaratustra
se esforzó mucho por levantarlo y ponerlo de nuevo en pie, fue inútil. El
desgraciado no parecía ni siquiera advertir que alguien estuviese junto a él;
antes bien, no hacía otra cosa que mirar a su alrededor, con gestos
conmovedores, como quien ha sido abandonado por todo el mundo y dejado solo.
Pero al fin, tras muchos temblores, convulsiones y contorsiones, comenzó a
lamentarse de este modo470: «Quién me calienta, quién me ama todavía? ¡Dadme
manos ardientes! ¡Dadme braseros para el corazón! ¡Postrado en tierra,
temblando de horror, Semejante a un mediomuerto, a quien la gente le calienta
los pies – Agitado, ¡ayl, por fiebres desconocidas, Temblando ante las agudas,
gélidas flechas del escalofrío, Acosado por ti, ¡pensamiento! ¡Innombrable!
¡Encubierto! ¡Espantoso! ¡Tú, cazador oculto detrás de nubes! Fulminado a
tierra por ti, Ojo burlón que me miras desde lo oscuro: - Así yazgo, Me
encorvo, me retuerzo, atormentado Por todas las eternas torturas, Herido Por
ti, el más cruel de los cazadores, ¡Tú desconocido - Dios!471 ¡Hiere más hondo,
Hiere otra vez! ¡Taladra, rompe este corazón! ¿Por qué esta tortura Con flechas
embotadas? ¿Por qué vuelves a mirar, No cansado del tormento del hombre, Con
ojos crueles, como rayos divinos? ¿No quieres matar, Sólo torturar, torturar?
¿Para qué - torturarme a mí, Tú cruel, desconocido Dios? – ¡Ay, ay! ¿Te acercas
a escondidas? ¿En esta medianoche Qué quieres? ¡Habla! Me acosas, me oprimes –
¡Ay! ¡ya demasiado cerca! ¡Fuera! ¡Fuera! Me oyes respirar, Escuchas mi
corazón. Auscultas mi corazón, Tú celoso - Pero ¿celoso de qué? ¡Fuera! ¡Fuera!
¿Para qué esa escala? ¿Quieres entrar dentro, en el corazón, Penetrar en mis
más ocultos Pensamientos? ¡Desvergonzado! ¡Desconocido - ladrón! ¿Qué quieres
robar? ¿Qué quieres escuchar? ¿Qué quieres arrancar con tormentos? ¡Tú
atormentador! ¡Tú - Dios-verdugo!
¿O es que debo, como el perro, Arrastrarme delante de
ti? ¿Sumiso, fuera de mí de entusiasmo, Menear la cola declarándote - mi amor?
¡En vano! ¡Sigue pinchando, Cruelísimo aguijón! No, No un perro - tu caza soy
tan sólo, ¡Cruelísimo cazador! Tu más orgulloso prisionero, ¡Salteador oculto
detrás de nubes! Habla por fin, ¿Qué quieres tú, salteador de caminos, de mí?
¡Tú oculto por el rayo! ¡Desconocido! Habla, ¿Qué quieres tú, desconocido Dios?
- - ¿Cómo? ¿Dinero de rescate? ¿Cuánto dinero de rescate quieres? Pide mucho -
¡te lo aconseja mi segundo orgullo! ¡Ay, ay! ¿A mí - es a quien quieres? ¿A mí?
¿A mí - entero? ¡Ay, ay! ¿Y me torturas, necio, Atormentas mi orgullo? Dame
amor - ¿quién me calienta todavía? ¿Quién me ama todavía? - dame manos
ardientes, Dame braseros para el corazón, Dame a mí, al más solitario de todos,
Al que el hielo, ay, un séptuplo hielo Enseña a desear Incluso enemigos,
Enemigos, Dame, sí, entrégame, Cruelísimo enemigo, Dame - ¡a ti mismo! - - ¡Se
fue! ¡Huyó también él, Mi último y único compañero, Mi gran enemigo, Mi
desconocido, Mi Dios-verdugo!
- ¡No! ¡Vuelve Con todas tus torturas! ¡Oh, vuelve Al
último de todos los solitarios! ¡Todos los arroyos de mis lágrimas Corren hacia
ti ¡Y la última llama de mi corazón -
Para ti se alza ardiente! ¡Oh, vuelve, Mi desconocido Dios!¡Mi dolor!¡Mi última
-felicidad! 2 - Mas aquí Zaratustra no pudo contenerse por más tiempo, tomó su
bastón y golpeó con todas sus fuerzas al que se lamentaba. «¡Deténte!, le
gritaba con risa llena de rabia, ¡deténte, comediante! ¡Falsario! ¡Mentiroso de
raíz! ¡Yo te conozco bien! ¡Yo voy a calentarte las piernas, mago perverso,
entiendo mucho de - calentar a gentes como tú!» - «¡Basta, dijo el viejo
levantándose de un salto del suelo, no me golpees más, oh Zaratustra! ¡Esto yo
lo hacía tan sólo porjuego! Tales cosas forman parte de mi arte; ¡al darte esta
prueba he querido ponerte a prueba a ti mismo! Y, en verdad, ¡has adivinado
bien mis intenciones! Pero también tú - me has dado una prueba no pequeña de
ti: ¡eres duro, sabio Zaratustra! ¡Golpeas duramente con tus “verdades”, tu
garrota me fuerza a decir - esta verdad!» - «No me adules, respondió
Zaratustra, todavía irritado, con mirada sombría, ¡comediante de raíz! Tú eres
falso: ¡qué hablas tú - de verdad! Tú pavo real de los pavos reales, tú mar de
vanidad, ¿qué papel has representado delante de mí, mago perverso, en quién
debía yo creer cuando te lamentabas de aquella manera?» «El penitente del
espíritu, dijo el viejo, ese personaje es el que yo representaba: ¡tú mismo
inventaste en otro tiempo472 esa expresión - - el poeta y mago que acaba por
volver su espíritu contra sí mismo, el transformado que se congela a causa de
su malvada ciencia y de su malvada conciencia. Y confiésalo: ¡mucho tiempo
pasó, oh Zaratustra, hasta que descubriste mi arte y mi mentira! Tú creías en
mi necesidad cuando me sostenías la cabeza con ambas manos, - - yo te oía
lamentarte “¡lo han amado demasiado poco, demasiado poco!” De haberte yo
engañado hasta tal punto, de eso se regocijaba íntimamente mi maldad.» «Es
posible que hayas engañado a otros más sutiles que yo, dijo Zaratustra con
dureza. Yo no estoy en guardia contra los engañadores, yo tengo que estar sin
cautela: así lo quiere mi suerte473. Pero tú - tienes que engañar: ¡hasta ese
punto te conozco! ¡Tú tienes que tener siempre dos, tres, cuatro y cinco
sentidos! ¡Tampoco eso que ahora has confesado ha sido ni bastante verdadero ni
bastante falso para mí! Tú perverso falsario, ¡cómo podrías actuar de otro
modo! Acicalarías incluso tu enfermedad si te mostrases desnudo a tu médico. Y
así acabas de acicalar ante mí tu mentira al decir: “¡esto yo lo hacía tan sólo
por juego!” También había seriedad en ello, ¡tú eres en cierta medida un penitente
del espíritu! Yo te comprendo bien: te has convertido en el encantador de
todos, mas para ti no te queda ya ni una mentira ni una astucia, - ¡tú mismo
estás para ti desencantado! Has cosechado la náusea como tu única verdad.
Ninguna palabra es ya en ti auténtica, pero sí lo es tu boca, es decir: la
náusea que está pegada a tu boca». - - «¡Quién crees que eres!, gritó en este
momento el mago con voz altanera, ¿a quién le es lícito hablarme así a mí, que
soy el más grande de los que hoy viven?» - y un rayo verde salió disparado de
sus ojos contra Zaratustra. Pero inmediatamente después cambió de expresión y
dijo con tristeza: «Oh Zaratustra, estoy
cansado, siento náuseas de mis artes, yo no soy grande ¡por qué fingir! Pero tú
sabes bien que - ¡yo he buscado la grandeza! Yo he querido representar el papel
de un gran hombre, y persuadí a muchos de que lo era: mas esa mentira era
superior a mis fuerzas. Contra ella me destrozo: Oh Zaratustra, todo es mentira
en mí; mas que yo estoy destrozado - ¡ese estar yo destrozado es auténtico!» -
«Te honra, dijo Zaratustra sombrío, bajando y desviando la mirada, te honra,
pero también te traiciona, el haber buscado la grandeza. Tú no eres grande.
Viejo mago perverso, lo mejor y más honesto que tú tienes, lo que yo honro en
ti, es esto, el que te hayas cansado de ti mismo y hayas dicho: “yo no soy
grande”. En esto yo te honro como a un penitente del espíritu: y si bien sólo
fue por un momento, en ese único instante has sido - auténtico. Mas dime, ¿qué
buscas tú aquí en mis bosques y entre mis rocas? Y cuando te colocaste en mi
camino, ¿qué prueba querías de mí? - - ¿en qué querías tentarme a mí?» - Así
habló Zaratustra, y sus ojos centelleaban. El viejo mago calló un momento, luego
dijo: «¿Te he tentado yo a ti? Yo - busco únicamente474. Oh Zaratustra, yo
busco a uno que sea auténtico, justo, simple, sin equívocos, un hombre de toda
honestidad, un vaso de sabiduría, un santo del conocimiento, ¡un gran hombre!
¿No lo sabes acaso, oh Zaratustra? Yo busco a Zaratustra. »
- Y en este instante se hizo un prolongado silencio
entre ambos; Zaratustra se abismó profundamente dentro de sí mismo, tanto que
cerró los ojos. Mas luego, retornando a su interlocutor, tomó la mano del mago
y dijo, lleno de gentileza y de malicia: «¡Bien! Por ahí sube el camino, allí
está la caverna de Zaratustra. En ella te es lícito buscar a aquel que tú
desearías encontrar. Y pide consejo a mis animales, a mi águila y a mi
serpiente: ellos te ayudarán a buscar. Pero mi caverna es grande. Yo mismo,
ciertamente, - no he visto aún ningún gran hombre. Para lo que es grande el ojo
de los más delicados es hoy grosero. Éste es el reino de la plebe. A más de uno
he encontrado ya que se estiraba y se hinchaba, y el pueblo gritaba: “¡Mirad,
un gran hombre!” ¡Mas de qué sirven todos los fuelles del mundo! Al final lo
que sale es viento. Al final revienta la rana475 que se había hinchado durante
demasiado tiempo: y lo que sale es viento. Pinchar el vientre de un hinchado es
lo que yo llamo un buen entretenimiento. ¡Escuchad esto, muchachos! El día de
hoy es de la plebe: ¡quién sabe ya qué es grande y qué es pequeño! ¡Quién
buscaría con fortuna la grandeza! Un necio únicamente: los necios son
afortunados. ¿Tú buscas grandes hombres, tú extraño necio? ¿Quién te ha
enseñado eso? ¿Es hoy tiempo de eso? Oh tú, perverso buscador, ¿por qué - me
tientas?» - - Así habló Zaratustra, con el corazón consolado, y siguió a pie su
camino riendo.
No mucho después de haberse librado Zaratustra del
mago vio de nuevo a alguien sentado junto al camino que él seguía, a saber, un
hombre alto y negro, de pálido y descarnado rostro: éste le causó una violenta
contrariedad. «Ay, dijo a su corazón, allí está sentada la tribulación
embozada476, aquello me parece pertenecer a la especie de los sacerdotes: ¿qué
quieren ésos en mi reino? ¡Cómo! Acabo de escapar de aquel mago: y tiene que
atravesárseme de nuevo en mi camino otro nigromante, - - un brujo cualquiera
que practica la imposición de manos, un oscuro taumaturgo por gracia divina, un
ungido calumniador del mundo, ¡a quien el diablo se lleve! Pero el diablo no
está nunca donde debería estar: siempre llega demasiado tarde, ¡ese maldito
enano y cojitranco!» - Así maldecía Zaratustra, impaciente en su corazón, y
pensaba en cómo pasaría rápidamente de largo junto al hombre negro mirando a
otra parte: mas he aquí que las cosas ocurrieron de otro modo. Pues en aquel
mismo instante el hombre sentado le había visto ya, y semejante a uno a quien
le sale al encuentro una suerte imprevista se levantó de un salto y corrió
hacia Zaratustra. «¡Quienquiera que seas, caminante, dijo, ayuda a un
extraviado, a uno que busca, a un anciano al que con facilidad puede ocurrirle
aquí algún daño! Este mundo de aquí me es extraño y lejano, también he oído
aullar a animales salvajes; y el que habría podido ofrecerme ayuda, ése no
existe ya. Yo buscaba al último hombre piadoso, un santo y un eremita, que,
solo en su bosque, no había oído aún nada de lo que todo el mundo sabe hoy»477.
«¿Qué sabe hoy todo el mundo?, preguntó Zaratustra. ¿Acaso que no vive ya el
viejo Dios en quien todo el mundo creyó en otro tiempo?» «Tú lo has dicho478,
respondió el anciano contristado. Y yo he servido a ese viejo Dios hasta su
última hora. Mas ahora estoy jubilado, no tengo dueño y, sin embargo, no estoy
libre, tampoco estoy alegre ni una sola hora, a no ser cuando me entrego a los
recuerdos. Por ello he subido a estas montañas, para celebrar por fin de nuevo
una fiesta para mí, cual conviene a un antiguo papa y padre de la Iglesia: pues
sábelo, ¡yo soy el último papa! - una fiesta de piadosos recuerdos y cultos
divinos. Pero ahora también él ha muerto, el más piadoso de los hombres, aquel
santo del bosque que alababa constantemente a su Dios cantando y gruñendo. A él
no lo encontré ya cuando encontré su choza, - pero sí a dos lobos dentro, que
aullaban por su muerte - pues todos los animales lo amaban. Entonces me fui de
allí corriendo.
¿Inútilmente había venido yo, por tanto, a estos
bosques y montañas? Mi corazón decidió entonces que yo buscase a otro distinto,
al más piadoso de todos aquellos que no creen en Dios -, ¡que yo buscase a
Zaratustra! » Así habló el anciano y miró con ojos penetrantes a aquel que se
hallaba delante de él; mas Zaratustra cogió la mano del viejo papa y la
contempló largo tiempo con admiración. «Mira, venerable, dijo luego, ¡qué mano
tan bella y tan larga! Ésta es la mano de uno que ha impartido siempre
bendiciones. Pero ahora esa mano agarra firmemente a aquel a quien tú buscas, a
mí, Zaratustra. Yo soy Zaratustra el ateo, que dice: ¿quién es más ateo que yo,
para gozarme con sus enseñanzas?479» - Así habló Zaratustra, y con sus miradas
perforaba los pensamientos y las más recónditas intenciones del viejo papa. Por
fin éste comenzó a decir: «Quien lo amó y lo poseyó más que ningún otro, ése lo
ha perdido también más que ningún otro -: - mira, ¿no soy yo ahora, de nosotros
dos, el más ateo? ¡Mas quién podría alegrarse de eso!» - - «Tú le has servido
hasta el final, preguntó Zaratustra pensativo, después de un profundo silencio,
¿sabes cómo murió? ¿Es verdad, como se dice, que fue la compasión la que lo
estranguló, - que vio cómo el hombre pendía de la cruz, y no soportó que el
amor al hombre se convirtiese en su infierno y finalmente en su muerte?» - -
Mas el viejo papa no respondió, sino que tímidamente, y con una expresión
dolorosa y sombría, desvió la mirada. «Déjalo que se vaya, dijo Zaratustra tras
prolongada reflexión, mirando siempre al anciano derechamente a los ojos. Déjalo
que se vaya, ya ha desaparecido. Y aunque te honra el que no digas más que
cosas buenas de ese muerto, tú sabes tan bien como yo quién era; y que seguía
caminos extraños.» «Hablando entre tres ojos, dijo, recobrado, el viejo papa
(pues era tuerto), en asuntos de Dios yo soy más ilustrado480 que el propio
Zaratustra - y me es lícito serlo. Mi amor le ha servido durante largos años,
mi voluntad siguió en todo a su voluntad. Pero un buen servidor sabe todo,
incluso muchas cosas que su señor se oculta a sí mismo. Él era un Dios
escondido481, lleno de secretos. En verdad, no supo procurarse un hijo más que
por caminos tortuosos. En la puerta de su fe se encuentra el adulterio482.
Quien le ensalza como a Dios del amor no tiene una idea suficientemente alta del
amor mismo. ¿No quería este Dios ser también juez? Pero el amante ama más allá
de la recompensa o la retribución. Cuando era joven, este Dios del Oriente, era
duro y vengativo y construyó un infierno para diversión de sus favoritos483.
Pero al final se volvió viejo y débil y blando y compasivo, más parecido a un
abuelo que a un padre, y parecido sobre todo a una vieja abuela vacilante. Se
sentaba allí, mustio, en el rincón de su estufa, se afligía a causa de la
debilidad de sus piernas, cansado del mundo, cansado de querer, y un día se
asfixió con su excesiva compasión.» - «Tú viejo papa, le interrumpió aquí
Zaratustra, ¿tú has visto eso con tus ojos? Pues es posible que haya ocurrido
así: así, y también de otra manera. Cuando los dioses mueren, mueren siempre de
muchas especies de muerte. Mas ¡bien! Así o así, así y así - ¡se ha ido! Él
contrariaba el gusto de mis oídos y de mis ojos, no quisiera decir nada peor
sobre él. Yo amo todo lo que mira limpiamente y habla con honestidad. Pero él -
tú lo sabes bien, viejo sacerdote, en él había algo de tus maneras, de maneras
de sacerdote - él era ambiguo.
Era también oscuro. ¡Cómo se irritaba con nosotros,
resoplando cólera, porque le entendíamos mal! Mas ¿por qué no hablaba con mayor
nitidez? Y si dependía de nuestros oídos, ¿por qué nos dio unos oídos que le
oían mal? Si en nuestros oídos había barro, ¡bien!, ¿quién lo había introducido
allí? ¡Demasiadas cosas se le malograron a ese alfarero que no había aprendido
del todo su oficio! Pero el hecho de que se vengase de sus pucheros y
criaturas484 porque le hubiesen salido mal a él - eso era un pecado contra el
buen gusto. También en la piedad existe un buen gusto: éste acabó por decir
“¡Fuera tal Dios! ¡Mejor ningún Dios, mejor construirse cada uno su destino a
su manera, mejor ser un necio, mejor ser Dios mismo!”» - «¡Qué oigo!, dijo
entonces el papa aguzando los oídos; ¡oh Zaratustra, con tal incredulidad eres
tú más piadoso de lo que crees! Algún Dios presente en ti te ha convertido a tu
ateísmo. ¿No es tu piedad misma la que no te permite seguir creyendo en Dios?
¡Y tu excesiva honestidad te arrastrará más allá incluso del bien y del mal!
Mira, pues, ¿qué se te ha reservado para el final? Tienes ojos y mano y boca
predestinados desde la eternidad a bendecir. No se bendice sólo con la mano. En
tu proximidad, aunque tú quieras ser el más ateo de todos, venteo yo un secreto
aroma de incienso y un perfume de prolongadas bendiciones: ello me hace bien y
me causa dolor al mismo tiempo. ¡Permíteme ser tu huésped, oh Zaratustra, por
una sola noche! ¡En ningún lugar de la tierra me siento ahora mejor que junto a
ti!» - «¡Amén! ¡Así sea!, dijo Zaratustra con gran admiración, por ahí arriba
sube el camino, allí está la caverna de Zaratustra. Con gusto, en verdad, te
acompañaría yo mismo hasta allí, venerable, pues amo a todos los hombres
piadosos. Pero ahora me llama un grito de socorro que me obliga a separarme de
ti a toda prisa. En mis dominios nadie debe sufrir daño alguno; mi caverna es
un buen puerto. Y lo que más me gustaría sería colocar de nuevo en tierra firme
y sobre piernas firmes a todos los tristes. Mas ¿quién te quitaría a ti de los
hombros el peso de tu melancolía? Para eso soy yo demasiado débil. Largo
tiempo, en verdad, vamos a aguardar hasta que alguien te resucite a tu Dios.
Pues ese viejo Dios no vive ya: está muerto de verdad.» -
Y entonces la niña eternidad empezó a hablarme, espera
PAPA, ay un día nuevo en este eterno retorno, ya no soy tan débil, oh más bien
lo soy tanto que surge una fuerza terrible desde mi interior, nuestro señor
vive.
¡Qué dices Zaratustra ese Señor la que he servido todo
este tiempo ha resucitado de nuevo, yo ya estoy cansando de servir y de no
poder comprenderlo de no poder amarlo!
Es que tienes que morir anciano amigo para que renazcas
como un león y entonces tu amor será el suyo.
Y tú el profeta de la vida ¿Acaso sabes morir Zaratustra?
Hay una niña en mí que sabe y que quiere enseñarte y
ella te dice fírmame una biblia
¿Cuál es tu nombre?
Miquela
¿Sabes lo que
tienes que hacer PAPA?
No
Matar a Dios, a ese Dios que ellos se han creado en su
mente, para que nazca el Dios que hay en su corazón
¡Pero que me pides!
Te pido acabar
con toda la iglesia, que le abras las puertas de la iglesia al infierno
¡Entraran todos los demonios!
No, saldrán ellos ya están dentro, lo que pasara
será el fuego del amor de Dios, debes abrir
tu logos dentro a tal punto que mueras de amor
Enséñame
Antes de que todas las kalpas pasen y después de que
todas las kalpas vengan. Una luz espiritual maravillosa centellea con frío
austero en la fina hendura del filo de un cuchillo. Una gema redonda, que
brilla en la noche oscura, sale a la luz en su caja.
Ayer al amanecer barrí el hollín del año viejo, esta
noche muelo y amaso harina para 105 dulces del año nuevo. Hay un pino con sus
raíces y un naranjo con sus hojas. Luego me pongo ropas nuevas y espero la
llegada de los invitados•
«desde el tiempo pasado sin principio» ¿no pertenece a
una dimensión distinta? Es cierto que el kalpa es pensado en términos de un
sistema temporal cerrado, acabado en sí mismo. y que a partir de la sucesión de
estos kalpas se concibe un sistema formal de orden superior, dirigido a su vez
hacia unos sistemas todavía más elevados y más abarcadores. De una acumulación
de kalpas menores se concibe un kalpa mayor, y de su acumulación, uno aún más grande,
y así sucesivamente sin fin. Sin embargo, en este caso, todos los sistemas
temporales imaginados uno tras otro en esferas aún más abarcadoras son
simultáneos. Piénsese en la rotación de la tierra alrededor del sol en el
sistema solar, cuyo conjunto, a su vez, se mueve alrededor de algún otro
centro. Y luego imagínese un círculo que se amplía continuamente según ese
modelo y que sigue así hasta el infinito. De este modo tiene sentido hablar de
la participación simultánea de la tierra en esos movimientos en cada instante del
tiempo, en cada «ahora». Del mismo modo sucede con los kalpas. Con esto me
refiero a algo distinto del sistema cíclico, sin fin, del tiempo idéntico, en
el cual el mismo proceso del mundo vuelve a producirse en eterno retorno una y
otra vez. En el eterno retorno suponemos un antes y un después en las sucesivas
repeticiones del mismo tiempo del mundo y en esa reiteración el tiempo es
representado pura y simplemente como una línea recta, sin principio ni fin. En
el budismo el tiempo es cíclico pues todos sus sistemas temporales son
simultáneos, pero también es rectilíneo, en tanto que sucesión de ahoras
continuos individuales en los que los sistemas son simultáneos. El tiempo es a
la vez cíclico y rectilíneo. La idea de una formación estratificada de sistemas
temporales simultáneos necesita concebir una apertura infinita en el fondo del
tiempo como una gran extensión de vacuidad, vasta como la línea del horizonte,
que no pueda ser confinada en un cerco sistemático. Al tener una apertura así
en su fondo, cada ahora, aunque pertenece a cada uno de los diversos estratos
acumulados a través del sistema temporal en su conjunto, es algo nuevo y no
admite en ningún sentido la repetición. La secuencia de ahoras es realmente
irreversible. De acuerdo con esto, en sentido estricto, cada ahora nace y muere
en cada instante fugaz. En otras palabras, es algo impermanente en el pleno
sentido del término. El tiempo, como esa sucesión de ahoras con una apertura
infinita por debajo, debe ser concebido sin principio ni fin. A la inversa,
sólo cuando el tiempo es concebido de este modo, cada ahora acontece como nuevo
y efimero. Es más, en el tiempo esta novedad y fugacidad están entrelazadas una
con otra indisolublemente. En esa interrelación aparece una ambigüedad esencial
del tiempo. Pensar los kalpas -que también podemos denominar eones, en su doble
sentido de tiempo y edad del mundo- como un sistema temporal vasto y múltiple
sugiere una representación nútica del tiempo. Pero el significado de esta
representación puede ser interpretado como el reconocimiento de una apertura
infinita en el fondo del tiempo. Asimismo, la frase «desde el tiempo pasado sin
principio» es un modo de pensar vulgar y vago, que pertenece a un período
previo a la reflexión kantiana sobre la antinomia implícita en la cuestión de
si el tiempo tenía o no principio. Sin embargo, esto no quiere decir que, a la
vez, no podamos ver en ella la verdadera Forma del tiempo. La verdadera Forma
del tiempo puede ser considerada
esencialmente como ambigüedad. Se ha señalado como un aspecto de esa ambigüedad
la conexión indisoluble entre el sentido de novedad y de impermanencia que
encontramos en el ahora. Pero esta ambigüedad se extiende a todos los aspectos
del tiempo. Repitámoslo, el tiempo sólo llega a ser permanentemente nuevo en
cada ahora cuando está abierto infinitamente sin principio ni fin. Pero esta
novedad tiene un doble significado. Por una parte, la generación constante de
novedades contiene la significación positiva de génesis o creación. En ese
sentido, el tiempo es un campo de posibilidad ilimitada en la libertad creativa
o, mejor aún, es la posibilidad misma. Un tiempo sin principio ni fin que se
abre infinitamente descubre una infinidad de posibilidades. Un tiempo así
enuncia el carácter indefinido de las posibilidades que alberga nuestra
naturaleza de seres temporales (o seres en el tiempo).
Por otra parte, este constante originar no es algo que
podamos interrumpir aunque lo deseemos. No nos concede descanso, nos empuja
hacia adelante. Nos induce a hacer cosas y nos presiona interiormente para que
sigamos tomando nuevas direcciones. Esta obligación de novedad incesante carga
a nuestra existencia con un lastre infinito. También implica que el tiempo
aparece ante nosotros como algo infinitamente oneroso. Por decirlo aSÍ, la
naturaleza del tiempo y de nuestra existencia está cargada, desde el principio,
con una deuda inagotable. Por la naturaleza de nuestra existencia somos
incapaces de sostenernos en ella salvo estando ocupados en algo sin
interrupción. Dicho de otra forma, nuestra vida es tal que debemos trabajar sin
descanso para devolver la pesada deuda que llevamos a cuestas. Por tanto,
esencialmente, el tiempo y el ser asumen para nosotros el aspecto de
responsabilidad puesto de manifiesto en la necesidad que tenemos de estar
continuamente dedicados a hacer algo. Es más, cualquier cosa que hagamos
siempre se traduce en una nueva responsabilidad y nos impone la obligación de
hacer algo más. En el acto de obrar constantemente para pagar nuestra deuda se
añade otra nueva obligación. y así la disolución de una deuda se convierte en
el germen de otra. En este nexo causal advertimos el carácter interminable por
el que nuestro ser y tiempo llegan a convertirse en una carga infinita para nosotros.
En cualquier caso, tener siempre que hacer algo o planearlo pertenece a la
forma esencial de nuestra vida. Nuestra existencia real puede ser denominada en
esencia «proyecto» (Entwuif). y aquÍ, apenas hace falta mencionar que incluso
no hacer nada -como, por ejemplo, cuando descansamos- ya supone estar en
funcionamiento y haber quedado atrapado en la red de las condiciones causales.
Es un sarnskrta, un «ser-en-el hacer». De hecho, nuestro propio ser y tiempo
ponen al descubierto de forma más clara su carga justo cuando no estamos
haciendo nada, aspecto que a menudo se ha relacionado con el fenómeno de ennui.
En suma, el hecho de que somos en el tiempo significa que estamos condenados a
hacer algo incesantemente y en este constante hacer, nuestro ser tiene lugar
como devenir. Esto es, la existencia en el tiempo ocurre como un continuo
«devenir incesante». Pero aquÍ el problema es la infinitud implícita en el
lastre mencionado. La ineludibilidad o inevitabilidad intrínseca de nuestro
estar siempre comprometidos a hacer una cosa u otra tiene el carácter de carga
por su pura infinitud. Surge en la autoconciencia con nuestro propio Dasein
como un impulso interior hacia adelante, infinito e incansable. Nuestra vida es
finita pero la esencia de esa vida llega a nuestra conciencia como esa clase de
impulso infinito que interiormente nos acucia sin cesar. El aspecto finito de
nuestra vida revela su esencia como finitud infinita (en este punto, como
observamos antes, es donde reside el sentido original de la noción rnitica de
transmigración). Nuestra existencia y el tiempo se nos manifiestan aquÍ como
cargas. Desde la antigüedad, este impulso infinito ha sido considerado como
codicia o lujuria (cupiditas y concupiscentia en sus equivalentes
occidentales). El ser así impelido por un impulso infinito e incapaz de
contenerse para no hacer algo nuevo constantemente -esto es, el modo de ser que
constituye la esencia de nuestra vida o ser en el mundo, unido al vínculo
causal que implica- nos conduce a la idea de karma. Este término, karma,
expresa una conciencia de la existencia que considera el ser y el tiempo como
unos lastres infinitos para nosotros y, a la vez, una conciencia de la esencia
del tiempo mismo. Si recapitulamos la cuestión principal, en la novedad incesante
vemos dos aspectos simultáneos del tiempo: uno es el de la creación, la
libertad y la posibilidad infinita; y el otro, el del peso infinito y la
necesidad inextricable. La novedad es esencialmente equívoca y por ello el
tiempo también lo es. Como vimos, sólo al llegar a ser sin principio y fin en
una apertura infinita, el tiempo puede
expresar su doble significado de un ahora siempre nuevo y de impermanencia.
Pero dicha impermanencia contiene en sí misma una ambigüedad. Por una parte,
indica la fugacidad del tiempo según la cual cada ahora -que contiene
fundamentalmente una apertura infinita en su fondo y por ello carece de base en
la que reposar a salvonace en un instante fugaz y perece en el siguiente. En
este sentido, cada ahora representaría el esfumarse del tiempo en el aire. De
ahí expresiones sobre la fugacidad de la existencia, frágil y transitoria, que
la comparan al destello de un relámpago, al galope de un caballo visto al pasar
por una puerta entreabierta, o las expresiones que comparan las cosas del mundo
con fantasmas errantes o con gotas de rocío en el sol matinal63• El tiempo
siempre está a punto de extinguirse y todas las cosas muestran la fragilidad de
ser que las mantiene siempre al borde del colapso. Tiempo y ser revelan una
propensión constante a la aniquilación desde su fondo. Esto es la
impermanencia. A la vez, desde otra perspectiva, la impermanencia es la
negación de la permanencia en el sentido del apego a una cosa concreta u otra.
Decir que la impermanencia es una no-permanencia significa que un modo de ser
determinado no se convierte en impedimento para el ser determinado mismo. Aquí
el tiempo y la nada, como anulación de todas las cosas, significan la libertad
y el vuelo sin esfuerzo de un pájaro que planea, liviano, por el cielo sin un
momento de interrupción. Como el pájaro, que no deja huellas a lo largo del
recorrido de su vuelo, la impermanencia aquí significa la posibilidad de estar
libre de la carga del propio pasado y de las restricciones procedentes de las
vidas anteriores. Por tanto, así como el ser y el tiempo que implica la novedad
son ambiguos, también lo es el significado de la impermanencia, y el de la nada
(o anulación) y el tiempo correlativos a ella. Y, de este modo, también el
significado del tiempo es ambiguo. Por último, dijimos que el tiempo sólo
acontece en virtud de la apertura infinita que tiene en su fondo. Esta apertura
infinita también contiene una ambigüedad propia. En una palabra, puede
significar la nihilidad o S"ünyata en su sentido original. De acuerdo con
el sentido que adquiera el tiempo y todas las cuestiones relativas a él,
asumirán significados fundamentalmente opuestos. La verdadera Forma del tiempo
consiste en la posibilidad simultánea de estos significados contrarios. La
ambigüedad esencial de la significación del tiempo implica que el tiempo es esencialmente el campo de la conversión
fundamental, de una metánoia (pravritti-vijñiina)
Así el tiempo, al contener en su fondo una apertura
infinita, mostraba la cualidad de «tiempo pasado sin principio». El tiempo
acontece desde un pasado que puede ser rastreado infinitamente y avanza hacia
un futuro que puede inaugurarse interminablemente. y por lo que hace a nuestra
existencia en el tiempo, nos hemos referido al impulso infinito del karma.
El tiempo está inextricablemente unido a las cosas
existentes y da origen a su existencia en este mundo. Encierra a su ser (y, por
consiguiente, también a su nada) en el más profundo de los enigmas. La pregunta
por el fundamento de nuestro Dasein mismo (¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?)
está envuelta en brumas. Eso provoca en nuestro interior desasosiego respecto a
nuestra propia existencia. Significa que nuestra existencia está esencialmente
entrelazada con la ausencia de fundamento y la angustia. Desde el momento en
que el tiempo es visto como algo sin principio ni fin, la conciencia de nuestra
existencia pone radicalmente al descubierto el enigma y la angustia. Mi
nacimiento proviene de mis padres, como el suyo de sus padres y así
interminablemente hacia el pasado. Si continuamos con nuestra indagación, al
final nos remontamos al momento anterior a la aparición de la raza humana, de
la vida, de la tierra y del sistema solar y así sucesivamente hasta el
infinito. De ese modo, podemos continuar indefinidamente hacia el futuro, de
padre a hijo, a nieto, y llegar así a la extinción de la raza humana, de los
seres vivos, de la tierra y del sistema solar hasta que todo se pierda en la
vasta extensión de un futuro sin fin. Pero aquí hay algo más en cuestión que
las meras relaciones cronológicas y verticales. Tengo hermanos, hermanas y
parientes tal como los tuvieron mis padres y los suyos. Cuando seguimos esas
relaciones horizontales o espaciales j unto a las cronológicas, al final las
hallamos desplegadas en todas direcciones en una red desmedida de relaciones.
Mi existencia se sitúa contra el trasfondo de esa red de relaciones, cuyo
principio y fin está por encima de toda comprensión, y nace en medio de ellas.
Desde esta perspectiva, preguntar por el origen de mi existencia queda al final
sin respuesta. No importa cuánto se haya progresado en la explicación científica
de la historia de los seres vivos de la tierra y de la historia del universo
como un todo, pues esa historia sólo puede retroceder a un pasado e inaugurar
un futuro interminablemente, sin ser capaz de llegar a conocer el secreto de su
principio o fin. Aún así, un hecho permanece incontestable: realmente estoy
existiendo aquí y ahora. Por mucho que el tiempo no tenga principio ni fin,
este ser presente está realmente presente. Su presencia está fuera de toda
duda. Y, como ya se mencionó, incluso la manifestación del tiempo sin principio
ni fin sólo es posible porque la apertura infinita en el fondo del tiempo
presente llega a la conciencia de la existencia que tiene lugar en esa
presencia real. El descubrimiento del tiempo sin principio ni fin no puede
separarse de la manifestación de la apertura infinita que yace en el fondo de
esta presencia real. Sólo en esa apertura infinita el tiempo aparece como una
regresión infinita y una progresión infinita, es decir, como algo sin principio
ni fin. Por esta razón, aunque preguntar por el principio o el fin del tiempo
(o por el principio o fin de nuestro ser como realmente existente) sea una
contradicción y sea imposible en un tiempo que no tiene principio ni fin, el
principio y el fin de ese tiempo pueden buscarse en su presencia real misma.
Ésta es la búsqueda del principio y el fin del tiempo y del ser en un nivel más
elemental, que se sitúa cerca del fundamento elemental y que pregunta por la
esencia del tiempo y del ser. Puesto que el principio y el fin del tiempo -en
sí mismo sin principio ni fin- pueden buscarse en su presencia real, esa misma
presencia implica que algo queda fuera de nuestro alcance, no importa lo lejos
que retrocedamos o avancemos. Esto comporta algo de otra dimensión, tan
diferente como 10 es un cuerpo sólido de una superficie llana, algo como una
infinitud verdadera que nunca puede ser alcanzada por lo finito por mucho que
se dilate. Desde esta perspectiva es lógico que el principio y el fin del
tiempo y del ser no puedan ser encontrados en el tiempo. De la misma manera que
un sólido tridimensional nunca puede ser reducido a un plano bidimensional (por
ejemplo, el ángulo de visión en el que la cima de una montaña es vista por
alguien que está en un plano inferior nunca alcanza el 0°, por mucho que uno se
distancie de la montaña), nunca encontramos el principio o el fin del tiempo
por muy profundamente que retrocedamos en el pasado o lo lejos que lleguemos
hacia adelante en el futuro. Porque ésa, en el fondo, es la esencia del tiempo.
El principio y el final del tiempo residen
directamente bajo el presente, en su base, y es ahí donde deben ser buscados
sus orígenes. Buscar el fundamento del tiempo (o del ser) siguiéndolo hacia
atrás o hacia adelante interminablemente es sucumbir a una especie de ilusión
óptica, una confusión de dimensiones. Es errar la orientación en la búsqueda
del fundamento. Aquí también encontramos una buena explicación a la concepción
cristiana del tiempo como creación de Dios y, en particular, la idea del
principio y el fin del tiempo de la historia de la humanidad como castigo y
juicio divinos, esto es, como voluntad de Dios. También es bastante natural en
el cristianismo considerar vigentes en el presente la creación y el castigo
divinos, así como el juicio venidero. De forma similar, no es casual que
Nietzsche llegara a su idea del eterno retorno a partir de la intuición, en una
especie de visión filosófica, de un tiempo que se remonta infinitamente hacia
atrás en el pasado y que avanza infinitamente adelante hacia el futuro
encontrándose en sus límites exteriores; esto le hizo proclamar que «el tiempo
es curvo». Como el mismo Nietzsche señala en el Zaratustra64, el encuentro del
pasado y el futuro, así como la revelación del tiempo del mundo (eón) como
eterno retorno, deben tener lugar directamente bajo el ahora del momento
presente. En ambos casos, la ilusión óptica a la que nos referimos está
resuelta provisionalmente. Sólo que, como hemos indicado, las respectivas
orientaciones hacia la trascendencia son contrarias y por ello, la problemática
que traen consigo aparece de forma diametralmente opuesta. En el cristianismo,
la voluntad de Dios otorga un principio y un fin al tiempo del mundo y del
hombre pues los gobierna desde su fundamento y los mantiene en vigencia en el
presente. Desde el principio, se vence la ilusión óptica que resulta de la
persecución infatigable del tiempo hacia atrás y hacia adelante en la búsqueda
del fundamento del tiempo y del ser. Por tanto, al situar elementalmente el
origen histórico del tiempo en su dimensión transhistórica, el tiempo llega a
ser histórico en su sentido elemental. y las cuestiones religiosas unidas a la
dimensión transhistórica de la relación entre el hombre y la voluntad de Dios
se convierten en acontecimientos históricos. Pero en la otra cara de la moneda
encontramos que la historia general y secular, sujeta a una comprensión
inmanente de la historia, no puede más que separarse completamente del marco de
un principio y un fin postulados por el poder de un Dios absoluto. Como
explicamos en el capítulo anterior, la secularización del concepto de historia
-esto es, una visión de la historia basada en la idea de progreso- o la
secularización de la realidad histórica misma, se originó en contra de esa
visión. A la inversa, el nihilismo ateo de Nietzsche rechaza cualquier
principio o fin postulado en la historia desde una dimensión transhistórica; en
vez de ello permite a la historia efectuar su propia evolución en todas partes
y sin límites. Aquí está supuesta desde el comienzo la secularización de la
visión de la historia y, por lo tanto, también está más o menos aceptado el
punto de vista de la ilusión óptica vinculado a aquélla. Sin embargo, cuando
nos referimos a que el tiempo en términos de un pasado y un futuro ilimitados
se convierte en un todo único y circular; cuando se dibuja este círculo
temporal en el lienzo de la nihilidad como una repetición sin sentido; y cuando
todo ser en el tiempo es anulado desde el fondo y se vuelve un puro devenir sin
fin; entonces, la ilusión óptica o la confusión de dimensiones que busca el
fundamento del tiempo y del ser, despierta de su ilusión y se conduce de nuevo
hacia eso que Nietzsche llama un «nihilismo radical». En el mundo de ese puro
devenir, de ese tiempo del mundo circular que gira eternamente sobre sí mismo,
no hay ningún fundamento que buscar. y allí donde todas las cosas son
representadas incesantemente de la misma manera, donde todo es anulado y se
traduce en sinsentido, cualquier búsqueda de lo elemental pierde su
significado. El nihilismo radical (elemental) ha sustraído el fundamento de su
significado a la ciencia -que en todas partes retrocede en el tiempo para indagar
las causas de los fenómenos del presente-, a la filosona científica y su
positivismo y al idealismo del progreso que está en las antípodas de ese
positivismo vuelto hacia el futuro en la búsqueda de su ideal como telos. A
nivel más elemental sucede lo mismo con la contemplación platónica, que en su
búsqueda del fundamento de las cosas temporales se remonta al pasado
transtemporal (preexistencia) para
devolver las Ideas eternas al presente. y también a este nivel sucede lo mismo
con la fe cristiana, que en su búsqueda del mismo fundamento, se dirige a un
futuro transtemporal ((eschaton») para «esperar la venida» del Hijo de Dios. A
ojos del nihilismo, también estos puntos de vista deben ser rechazados y, cada
uno a su manera, finalmente no se reducen más que a una especie de ilusión
óptica. A mi modo de ver, esta opinión radical entraña
un grave problema, por lo que me gustaría examinarla con más profundidad. Las
ciencias naturales, sociales e históricas representan el punto de vista de la
teoría positivista en su obstinado regreso al pasado en busca de causas, o de
un fundamento originario. El punto de vista del progreso representa una praxis
idealista que se dirige de forma insistente hacia el futuro en la búsqueda de
un telos o de un fundamento originario en el sentido de fin. Su base común, no
obstante, estriba en la auto afirmación de la independencia del intelecto y la
voluntad dentro de la razón humana o, en otras palabras, en la secularización
de esa razón. Pero, examinado más a fondo, en el interior del hombre reside el
impulso de una existencia que se pretende autónoma: para avanzar,
autosostenerse y ser dueño de sí. A pesar de todo, en lo más hondo de este
impulso reside la voluntad de persistir en ser ella misma, una voluntad que
quiere decidir siempre su propio camino. Es, en ese sentido, una «voluntad en
sí», o, como la denominaba Heidegger, «una voluntad de querer». Se manifiesta
como fenómeno en el logro de la independencia o la secularización por parte de
la razón humana. En efecto, es una secularización en el sentido preeminente de
la palabra. Con esto quiero decir que es un punto de vista que sólo busca en el
tiempo el fundamento de todo lo que existe y se origina en él. Trata de
construir las relaciones causales necesarias, sean mecanicistas o teológicas,
entre las cosas realmente existentes y su fundamento, únicamente dentro de los
confines del tiempo. No toma en consideración cualquier otro fundamento más
allá del tiempo. Esta posición tiene su propio sentido pero no consigue darse
cuenta de que el tiempo que le proporciona su fundamento, un tiempo abierto sin
restricciones al pasado y al futuro, sólo puede acontecer en virtud de una
apertura infinita residente en el fondo del presente. Esta total carencia de
visión respecto a un fondo más allá del tiempo, pertenece a la secularización
en su sentido preeminente y es característica de una época y un mundo dominados
por la ciencia y la tecnología. Por tanto, en este sentido, el enfoque de las
ciencias naturales, la sociología, la historia, la filosofía científica, el
realismo positivista y el idealismo del progreso contienen en potencia la
ilusión óptica. Cuando llegan a satisfacerse, cada una por sus razones
científicas, positivistas, racionales o progresistas, y luego prosiguen para
absolutizar su secularización y descartar la búsqueda religiosa y metafisica de
un fundamento transtemporal como si se tratase de vana fantasía -en suma,
cuando caen de bruces en la presunción de una actitud antropocéntrica-, se hace
una realidad el potencial latente de ilusión óptica. En cualquier caso, allí
donde la apertura infinita del tiempo ha sido radicalizada hacia la nihilidad y
ha llegado a la trascendencia extática en el fondo del tiempo, estos diversos
enfoques secularizados no pueden evitar tener que afrontar preguntas sobre las
raíces del sentido que ofrecen. En contraste, las enseñanzas cristianas y la
metafisica que representa Platón conciben el fundamento de las cosas temporales
como algo que ha sido en una inmutabilidad eterna más allá del tiempo. El Dios cristiano
es el fundamento originario incluso del tiempo mismo. Las cosas de este mundo
no poseen las raíces de su propia existencia en sí mismas. Su ser adquiere su
fundamento en un ser trascendente, más allá de este mundo. Ninguna cosa
temporal como tal puede tener un sentido o valor por sí misma, pues el sentido
y el valor sólo son otorgados desde lo transtemporal. No obstante, sobre todo
en la modernidad, la ciencia investiga las causas de las cosas temporales
estrictamente en ellas mismas, mientras que la ética y la cultura se dedican a
buscar los objetivos de la vida secular exclusivamente en su interior. Sólo en
este mundo, las cosas de este mundo han recobrado únicamente desde sí mismas
las raíces de su propia existencia, así como su propio sentido y valor. Como
señalamos antes, el cristianismo, debido a su intolerancia y sobre todo a sus
divisiones y conflictos internos, ha relativizado su propia búsqueda de lo
absoluto; y si a ello le añadimos el hecho de que la autoridad del ser
trascendente ha emprendido una retirada gradual, el movimiento secular en
sentido amplio se ha llegado a hacer dominante. En resumen, el punto de vista
que Nietzsche tildaba de «platónicocristiano» buscaba el fundamento del tiempo
y del ser temporal en un ser trascendente, por lo que no pudo arreglárselas
para adjudicarse un lugar dentro de la visión secularizada del tiempo; según
ésta, el tiempo puede extenderse hacia atrás y hacia delante para llegar a
poseer una apertura infinita en ambas direcciones y contener alguna clase de
infinitud (o más bien, una finitud infinita). A causa de su infinitud
intrínseca, el tiempo se independizó de la eternidad, y las cosas temporales,
las «cosas de este mundo)), fueron susceptibles de ser consideradas desde los
confines de este mundo.
Como ya se dijo, la perspectiva de la secularización
pierde de vista la orientación del tiempo en la trascendencia e incluso la
ignora totalmente. A pesar del hecho crucial de que la perspectiva de la
secularización descansa en el tiempo de este mundo, el rasgo característico de
ese tiempo -la infinitud (o finitud infinita) abierta en dos direcciones-, en
realidad, sólo es una proyección de la apertura infinita (o vacuidad)
transtemporal abierta directamente bajo el presente y sólo puede aparecer en
tal suposición (en el sentido de fondo subyacente) . Por eso puede decirse que
respecto al problema del tiempo, la visión teocéntrica representada por el
cristianismo y la antropocéntrica de la secularización se encuentran
actualmente en el punto de su exclusión mutua. La filosofia de Nietzsche no
hubiera nacido sin tomar posiciones en ese punto.
«Dios ha muerto)) significa que todo ha muerto. Esto
quiere decir que el fundamento elemental de todas las cosas se ha vuelto
nihilidad, que el ser de todas las cosas ha sido anulado desde su fondo
elemental. Las cosas, perdida su unidad y su centro trascendente con ningún
fundamento al que regresar, se han desperdigado y, a la vez, han sido barridos
sus limites. Esta anulación del ser transforma a todas las cosas en transitoriedad.
Al mismo tiempo, la base donde se asienta el sentido de toda la existencia ha
sido suprimida transformando el todo en un masa de sinsentido. Pero una muerte
tan total como para incluir la muerte de Dios, esto es, un nihilismo así de
radical, es a la vez el lugar de una conversión a la vida. La visión del eterno
retorno implica ese significado. De otro lado, al asumir el tiempo mundano el
carácter de un eterno retorno, el devenir viene a ser completamente puro y
transparente. La impermanencia del tiempo se radicaliza en pura impermanencia y
el sinsentido del tiempo se radicaliza en un abismo de sinsentido (Ungrund).
Éste es el extremo externo de la aniquilación a la que nos referimos aquí. A
primera vista, todo esto podría parecer mera ficción. Pero de hecho, si el todo
es elevado con todas sus consecuencias a la dimensión de una Weltanschauung,
aparece un mundo secularizado, y un tiempo del mundo que ha dejado fuera a Dios
debería adoptar inevitablemente una forma de este tipo. Por otra parte, cuando
los dos extremos del tiempo abiertos infinitamente en dos direcciones se
encuentran de nuevo, el tiempo llega a ser
un círculo, regresa al fundamento originario del ahora, aquel momento en
que el tiempo mismo está siempre presente como un todo único. Entonces, todos
los seres dispersados ilimitadamente a través del tiempo son reunidos de nuevo
en uno, aun siendo puro devenir, y aparecen en el presente. La visión del
tiempo mundano como eterno retorno es indisociable del regreso al campo del
presente. y esto quiere decir que la nihilidad se revela como el lugar de la
trascendencia extática del mundo y del tiempo en el fundamento del presente;
directamente debajo del presente, que penetra verticalmente a través de la
acumulación estratificada de numerosos ciclos temporales mayores y menores. Lo
que significa que el abismo de la nihilidad, en el cual tiene lugar este
retorno sin fin, aparece como una apertura infinita directamente debajo del
presente. Por ejemplo, cuando Nietzsche se refiere en El crepúsculo de los
ídolos al hecho de que «es gíbt Nichts ausser dem Ganzen» (no hay nada fuera
del todo) como una «gran liberación», está diciendo que fuera del mundo como un
todo no está Dios, que no hay ningún mundo en el más allá, que no puede
encontrarse nada fuera de este mundo: «el todo». Pero al mismo tiempo, está
diciendo que el ámbito de la nihilidad (la Níchts) se revela. como un lugar de
gran liberación. Esta revelación implica que la nihilidad viene a participar en
el tiempo, como un acontecimiento siempre presente. Esto devuelve el todo al
presente. «Nada fuera» y «todo» aparecen a un tiempo en el presente. Y esto
indica una gran liberación. Cuando el tiempo es un círculo y el mundo un eterno
retorno, este tiempo del mundo (o tiempo mundano) se hace presente en el ámbito
del presente, al revelarse la nihilidad abisal directamente debajo suyo.
También en este caso, la apertura infinita como trascendencia más allá del
mundo y del tiempo adquiere un carácter de eternidad. No obstante, no es la
eternidad de un ser trascendente sino algo que podría ser llamado la eternidad
de una nada trascendente, o por decirlo así, la eternidad de la muerte misma.
Se revela directamente debajo del presente y sólo allí puede hacerlo. Cuando se
revela el campo de la eternidad, esto es, de la trascendencia, cuando se otorga
(es gíbt) al mundo y al tiempo como el don de poder presentarse como mundo
temporal, se revela sólo de manera que el mundo y el tiempo regresan como un
todo único al presente. Por tanto, este regreso significa que el fundamento del
presente directamente bajo sus pies, por decirlo de alguna manera, se abre paso
y se esclarece que el presente en su propio fundamento se abre a sí mismo a una
apertura infinita, a la eternidad; en suma, que el presente regresa a su propio
terruño. Todo esto indica que lo que hemos denominado abismo de nihilidad, o
eternidad de la muerte, desde la perspectiva de la conciencia de nuestra propia
existencia en el presente, viene seguidamente y se hace presente desde el
fundamento de nuestra existencia. Llega a ser nuestra propia muerte absoluta.
Declaramos que el campo de la eternidad o trascendencia sólo puede ser abierto
en el fondo del presente, puesto que lo que denominamos eternidad o
trascendencia no puede ser indagado verdaderamente ni revelado excepto como
nuestro propio asunto (koto). Sucede lo mismo con la nihilidad y la muerte.
Cuando decimos que la fuente elemental de los seres, de todos y cada uno, se
transforma en nihilidad o que el mundo se transforma en un mundo de muerte no
apuntamos meramente al asunto objetivo. No es el asunto de alguien más. En vez
de ello, todas las cosas del mundo, junto con el yo, se vuelven una en la
nihilidad, y la gran muerte se presenta fuera del fondo en donde el mundo y el
yo son uno. Es el asunto del ser en el mundo mismo. Es «nuestro propio asunto».
Sin embargo, no es nuestro propio asunto desde un punto de vista contemplativo
como si fuera el asunto de otro. Este asunto no puede ser meditado o discutido
a través del lenguaje del logos en una dimensión racional. Es un asunto que
sólo se hace presente allí donde una realidad es realmente real. Es el asunto
de nuestro propio yo como Existenz. Además, a causa del mismo koto, la
«eternidad de la nada», que se presenta a sí misma desde el terruño del mundo
como la gran muerte, llega a ser, a su vez, la autoconciencia existencial
despierta en nuestro Dasein. Hablar de la apertura infinita de la nihilidad que
aparece bajo el presente, no significa más que el regreso del presente a su
terruño. Es otra forma de expresar esta autoconciencia existencial. Hallamos
algo parecido en la visión de Nietzsche del eterno retorno. Esta visión,
inseparablemente vinculada con el instante que denominamos ahora y que surge
directamente debajo suyo, lleva la marca de una conciencia existencial presente
y de un despertar a la presencia eterna de la totalidad del tiempo del mundo y
de la nihilidad. También podemos referirnos a la aparición del tiempo del mundo
como eterno retorno, como la nihilidad que constituye su campo o como la
eternidad de la muerte que llega a ser revelada en la autoconciencia
existencial. Así pues, el eterno retorno de Nietzsche significa que somos
conducidos a la Existenz de la gran muerte, tan grande como el propio mundo. El
eterno retorno del tiempo del mundo significa la «realización» de la gran
muerte. (Lo que decimos está relacionado con el problema que recorre, por
ejemplo, el Zaratustra, empezando por la sección titulada «De los grandes
acontecimientos», de la segunda parte, y siguiendo hasta el final de la tercera
parte.) Esta nihilidad se manifiesta como esa muerte existencial, como nuestra
propia gran muerte. Esto sucede en el momento que Nietzsche dice: «Cuando
contemples largamente el abismo, el abismo empezará a devolverte la mirada». Es
el hacerse presente de la nihilidad que antes hemos considerado como una
participación en la nihilidad. Con todo, sólo cuando se alcanza ese extremo
puede tener lugar la conversión fundamental. Es el giro de la gran muerte a la
gran vida. Algo de lo que no podemos preguntarnos por qué. No puede concebirse
una razón para ello, ni unos fundamentos en los que arraigada. Es decir, esta
conversión es un acontecimiento que se da en un lugar más fundamental que la
dimensión de los acontecimientos racionales. Si se busca una razón sólo puede
hacerse a la manera de las religiones tradicionales: del «otro» lado, en Dios o
en Buda, en algo como la divina providencia, el amor de Dios o la voluntad
original del Buda Amida. Pero una razón que esté del lado de Dios o de Buda no
es la misma que reside tras la pregunta del hombre por el porqué. (El Libro de
Job bloquea profundamente este estado de cosas.) Después de todo, no podemos
más que decir: es así. No hay lugar para un qué o un porqué, incluso ni el qué
o porqué de la razón absoluta hegeliana. Todo lo que queda es asÍ. Todo lo que
podemos decir es que ésa es la manera de ser de la Existenz. Y así es en
efecto; como dijo Kierkegaard, el primer apóstol del existencialismo, sólo es
posible un salto y una «dialéctica cualitativa». Según Nietzsche, lo que
aparecía en la conversión de la gran muerte a la gran vida era la voluntad de
poder. Allí todo lo que hasta ese momento había mostrado la Forma elemental de
la muerte ahora mostraba la de la vida. El campo de la trascendencia extática
del mundo y del tiempo, de la eternidad, ahora aparece en su Forma original
como la gran vida. y la voluntad de poder, que revelaba este mismo campo de
vida como propio, se manifiesta en ese campo o como ese campo mismo. Podríamos
comparado a una luz irradiante que crea un campo de luz a su alrededor en su
acto de aparecer en él como el centro de su propia circunferencia. El mundo
repetido eternamente en su «inocencia del devenir» (Unschuld des VVerdens) es
la revelación de esta voluntad. El eterno retorno es su juego inocente, su
actividad sin objeto (o transteleológica). Esta voluntad es inmanente al mundo
como dinamismo impulsor del movimiento infinito del mundo. También es inmanente
a todas las cosas del mundo como su esencia o mismidad. No hay nada que no sea
una revelación de la voluntad de poder. Un punto de vista como ése parece una
antítesis clara y sorprendente de la secularización y el cristianismo que antes
hemos tratado. Contrariamente a la aproximación secular antropocéntrica y su declaración
de independencia de la razón humana, aquí el hombre es algo que debe ser
superado. En la secularización, el hombre llega a ser antropocéntrico y asesino
de Dios. Nietzsche dice en su La Gaya Ciencia que hemos sido arrastrados a una
nihilidad infinita, que somos una raza que está lejos de merecer la sublimidad
del deicidio. El hombre, para ser verdaderamente él mismo, tiene que
autoliberarse del modo de ser meramente humano o antropocéntrico. Ha de volver
al ámbito de la voluntad de poder y allí autosuperarse extáticamente. Debe
morir la gran muerte en el abismo de nihilidad y regresar de nuevo a la vida.
Al hacerlo, renuncia a la existencia en el eidos de un ser humano, es decir, al
modo de ser humano mismo. La visión del mundo en eterno retorno, que como
veremos más adelante suponía la culminación del nihilismo de Nietzsche, es un
martillazo que hace pedazos la ilusión óptica del hombre. La ilusión
antropocéntrica no es una excepción: el hombre en la época de la secularización
debe ser templado a golpes de martillo. La razón humana, principio de la
secularización, desde el punto de vista de la gran voluntad, no es más que un
instrumento de la carne; o mejor dicho, la carne misma es la gran razón. La
carne es más elemental que la razón y, como tal, pertenece por completo al
hombre. El contraste entre el punto de vista de la voluntad de poder y el del
cristianismo es bastante evidente y no requiere demasiada explicación. Antes se
destacó que la caída en el olvido de la dimensión trascendental pertenecía a la
esencia de la secularización, en donde había que tener en cuenta una ilusión
óptica. Pero también parece haber una ilusión óptica esencial en el punto de
vista platónico-cristiano, aunque de configuración opuesta. En vez de una nada
trascendente respecto al mundo del puro devenir, este último punto de vista
concibe un ser trascendente; esto es, concibe un mundo en la otra orilla más
allá de este mundo y un Dios eterno trascendente, por lo que este mundo es
despreciado por ser un mundo de pecado, de muerte y de impermanencia. Pero
desde el punto de vista de la voluntad de poder, que contempla este mundo y ve
«inocencia del devenir» en lugar de pecado, y en vez de muerte e impermanencia
ve «esta vida, esta vida eterna», la visión cristiana no sería sino una ilusión
óptica. No sólo el modo de ser centrado en el hombre debe ser golpeado por el
martillo de la idea del eterno retorno, reclamaría Nietzsche, sino también el
que se centra en Dios. Sólo cuando ha sido demolida esta especie de ilusión
óptica a través de este «transnihilismo)), sale a la luz el punto de vista de
la gran afirmación de la gran vida. Todas esas ilusiones ópticas tienen su
origen en la debilidad nacida de la incapacidad para asentarse firmemente en la
voluntad, que es la verdadera esencia del mundo y del yo, de la incapacidad
para desistir, con una voluntad atrevida, de la intención de buscar el yo que
se afirma a sí mismo, el punto de vista de la voluntad de poder. En otro
aspecto, esta debilidad es el temor a las diversas negaciones y autonegaciones
que requiere la voluntad del yo mismo, esto es, el temor a las diversas muertes
que uno debe morir. El hombre, a causa de esa debilidad, erige todo tipo de
ideales fuera de sí mismo a la manera de un otro al que volver para apoyarse,
algún lugar con el que pueda contar. Todos estos ideales son productos de
aspiraciones engendradas por esa debilidad esencial de la voluntad que no
persiste en la búsqueda de ser y devenir el yo mismo. Por consiguiente, en este
sentido, cualquier clase de ilusión óptica es en esencia una autodecepción
inconsciente. Y el bloqueo de esas ilusiones a través de la idea del eterno
retorno, implica una demolición de todas esas aspiraciones que desvían al
hombre de la voluntad de ser y devernr él mismo totalmente. Esta demolición es
la autosuperación del hombre y su templanza. Es un despertar a todas sus
aspiraciones con sus desilusiones y la decepción inconsciente. Es el regreso a
la voluntad esencial del yo. Desde la voluntad de poder misma todas las cosas
son apariencias suyas. La voluntad de poder funciona incluso en la ignorancia
de las aspiraciones procedentes de la debilidad de la voluntad aludida y los
productos de esas aspiraciones. Por ejemplo, que uno sea capaz de vivir en paz
y seguridad sólo en la dependencia pasiva de un absoluto sería, en efecto, una
expresión de la voluntad que se busca a sí misma como la voluntad de
afirmación. Sólo aquÍ, y éste es el rasgo característico de este caso, la
voluntad aparece indirectamente al dar un rodeo a través de otro absoluto.
Todas las ilusiones ópticas y autodecepciones son, vistas de esta forma,
ignorantes de sí mismas y apariencias de la voluntad de poder. Como antes
mencionábamos, todas las interpretaciones del mundo vienen a ser consideradas
como múltiples perspectivas, reveladas desde la propia voluntad de poder. Las
diversas interpretaciones del mundo golpeadas por el martillo del eterno
retorno dan lugar a una reinterpretación desde el punto de vista de la voluntad
de poder. Desde un punto de vista que ve todos los procesos históricos del
mundo como un intento de la voluntad de poder de regresar a sí misma, éstos son
incorporados en el proceso de esa «voluntad de querer». Sin embargo, aun sin
poner en duda la profundidad con que la fuosofia de Nietzsche expone los
obstáculos fundamentales con los que el hombre tiene que habérselas en la
modernidad y con la que intenta abrir una posible vía para salvarlos, debo
reiterar lo que dije antes: el punto de vista de Nietzsche del eterno retorno y
de la voluntad de poder no fue totalmente capaz de dar cuenta del significado
de la historicidad de lo histórico. y la razón fundamental de ello reside en el
hecho de que la voluntad de poder, el último punto de vista de Nietzsche, fue
concebido como una cosa llamada voluntad. En tanto que se considera como una
entidad denominada voluntad no ha perdido del todo su connotación de ser un
«otro)) para nosotros y, por ello, no puede llegar a ser algo en lo que podamos
ser conscientes de nuestra fuente elemental. No hay necesidad de desarrollar
esto por el momento. Ahora lo que me interesa es que en todos los puntos de
vista occidentales mencionados, se hace de la voluntad el fundamento y se une
esencialmente a problemas como el tiempo y la eternidad, lo histórico y lo
transhistórico. En múltiples ocasiones he argumentado cómo la voluntad de Dios
en el cristianismo y la voluntad de poder de Nietzsche están vinculadas
indisolublemente a los problemas del tiempo, la eternidad, la historia, etc.
Incluso desde la secularización encontramos que, en la visión de la historia
como progreso, la forma de entender el tiempo y la historia está esencialmente
relacionada con la idea del hombre como voluntad. Esto es así porque en el
fondo de la exaltación de la razón humana hacia su independencia -que sirve
como base para la gran conversión a la secularización que empieza con un mundo
sin Dios-, que se extiende por todos los aspectos de la cultura, la sociedad y
el hombre mismo, encontramos oculto un hecho importante: la comprensión del
hombre de su propio ser como voluntad, y de su propia voluntad como voluntad en
sÍ. En la sección anterior, al tratar sobre el sujeto de la secularización
moderna, en sentido preeminente, se observó que en el fondo de la independencia
de la razón humana reside lo que podía ser denominado el impulso de la
existencia misma a llegar a ser autónoma y, más aún, que en el fondo más
profundo de ese impulso opera la voluntad en sí -que Heidegger denomina la
«voluntad de querer»-. En la primera teología cristiana, se consideraba que
esto era el modo de ser del espíritu humano que intentaba usurpar el trono de
la omnipotencia de Dios y sucumbía a los engaños de las seducciones de los
demonios, que los eruditos modernos han denominado lo «demoníaco». Por supuesto,
hablar de esta forma del punto de vista secular no presupone que éste haya sido
consciente de todo esto. Sólo pretendo señalar que dentro de la secularización
de la época moderna, en su sentido preeminente, la vida del hombre,
completamente libre de un orden del mundo divino, ha venido a presentar algo
que puede ser denominado impulso infinito en todos los aspectos. En campos como
el estudio científico de la naturaleza, las revoluciones tecnológicas, la
búsqueda del progreso social e incluso la sexualidad, los deportes, etc., ¿no
podría decirse que empieza a destacar un impulso dinámico orientado hacia el
infinito? En todos esos dominios de la vida permanece inactivo un ardor o una
pasión determinados. y esto significa que junto a la secularización, cada una
de las diversas facetas de la existencia humana llega a ser su propio fin, por
decirlo así, llega a ser autónoma. Todo empezaría a contener una especie de
infinidad, una finitud infinita. En este llegar a ser el propio fin, todos los
campos del esfuerzo humano devienen sin objeto. Dejan de estar subordinados a
algo más elevado que ellos mismos para ser su propio fin y servir como su
sustrato. Junto al colapso del sistema teleológico de un orden del mundo
divino, también se bloqueó la jerarquía de valores que comportaba. Más tarde,
las diversas ocupaciones del hombre se fragmentaron, cada una era un fin en sí
misma y autónoma. En otras palabras, el impulso infinito aparecía como algo sin
un fin. Esto corresponde a la situación de un mundo que rechaza a Dios y donde
el tiempo estaría abierto en dos direcciones. El tiempo que ha perdido el
principio y el fin como voluntad de Dios, es el tiempo de la secularización. En
ese tiempo, cada función de la vida, como su propio fin y, por tanto, sin
objeto, se entrega a la persecución sin límites de sí misma. Aquí se ve el
impulso infinito, o lo que hemos nombrado «voluntad en sí mismo». Por tanto, en
Occidente los problemas del tiempo y la eternidad, de lo histórico y de lo
transhistórico, al final siempre vienen a imbricarse con el concepto de
voluntad. Probablemente es debido al problema de la existencia del mundo y del
hombre, o más bien, al problema del ser en el mundo, que al final, debe ser
considerado, no sub specie aeternítatís sino sub specie ínfinítatís. Para dar
un giro a nuestro punto de vista, el ser en el mundo se ve envuelto
invariablemente en lo que está implícito en conceptos como providencia,
destino, fatalidad, etc. Ninguna de las posturas discutidas -la voluntad de
Dios, la escatología, el eterno retorno, la voluntad de poder, el tiempo sin
principio ni fin, el impulso infinito, y así sucesivamente- ha examinado el ser
en el mundo sencillamente bajo la Forma de la eternidad. En vez de ello, se
originan en la consideración de la Forma dinámica de la infinitud, desde el
punto donde se cruzan el tiempo y la eternidad, lo histórico y lo
transhistórico. De ahí que el significado de destino y las nociones afines
aparezcan naturalmente en la pregunta por el ser en el mundo. Con él se
comprende cómo la voluntad llega a ser considerada la esencia de la existencia.
Esto nos recuerda una característica similar que puede hallarse en la noción
oriental de karma. Podría parecer que también el karma considera al ser en el
mundo bajo la Forma de infinitud en el sentido dinámico aludido y que un
destino aparece junto a él y una esencia de la existencia es captada como l!Ina
cosa de la voluntad. Es más, aquí el principal problema es que el karma es
considerado desde el ámbito del tiempo sin principio ni fin, como se refleja en
expresiones como: «karma desde el tiempo pasado sin principio ni fin». En
Occidente, la noción de tiempo sin principio o fin surgió en la modernidad como
resultado de la secularización y sigue siendo influyente. Aunque las
limitaciones esenciales de ésta han sido expuestas críticamente especialmente
desde el cristianismo y desde el nihilismo radical, todavía se espera su
verdadera superación (Aujhebung). Continuaremos mostrando cómo la
secularización moderna encierra un impulso infinito en su fondo, aun cuando no
sea consciente de este hecho. y cómo, cuando la secularización comienza a ser
consciente de sÍ, empieza a desmoronarse. Por el contrario, el punto de vista
de la noción del karma implica esta autoconciencia. El tiempo sin principio ni
fin y el impulso infinito son, desde el principio, elementos característicos
del karma. Esto significa que en el karma, el ser en el mundo de la
secularización moderna sólo aparece tras haber pasado por la reflexión bajo la
forma de infinitud. Por lo menos parece posible decir que, en esencia, la idea
de karma incluye un sentido que permite esa interpretación. Explicado de este
modo, este desgaste a causa del tiempo, casi semejante a la idea mítica,
guardaría relación con nuestro problema contemporáneo un tanto inesperadamente.
Con él por fin regresamos al punto de partida de nuestra indagación.
No es necesario ocuparnos ahora de la historia de la
idea de karma en el budismo. Nos interesa el contenido básico de esta idea tal
como se encuentra, por ejemplo, en la fórmula budista del arrepentimiento:
«Todo el karma malo que yo he causado desde hace mucho, procede de una codicia,
una ira y una locura sin principio. Todo nace de mi cuerpo, de mi boca y de mi
mente. Ahora me arrepiento de ello». En este sentido básico la idea de karma
guarda relación con el problema contemporáneo que explicábamos arriba. Habría
que destacar dos puntos a propósito del tiempo sin principio ni fin implícito
en la expresión «desde el tiempo pasado sin principio». Primero, el tiempo sin principio
ni fin otorga a la existencia, de una vez, el carácter de carga o deuda y de
creatividad o libertad, en la medida en que una clase de impulso infinito opera
en su trasfondo. En segundo lugar, el tiempo sin principio ni fin sólo puede
acontecer si contiene en su fondo la presencia de una apertura infinita. Antes
señalé que, en cuanto a la imperiosa necesidad de hacer algo constantemente,
nuestro ser y tiempo llevan las marcas de un peso infinito. El sentido de un
proyecto, un «lanzarse hacia adelante» (entweifen) esencial para el Dasein
humano, significa que nuestra propia existencia es una carga en sí misma. El
hecho de que el tiempo esté abierto infinitamente en dos direcciones, sin
principio ni fin, convierte a nuestra existencia en el tiempo y a él mismo en
un peso infinito con el que tenemos que cargar. O bien, visto desde el
interior, significa que somos impelidos hacia el nuevo devenir constante y el
cambio incesante en el seno de un tiempo en que nacemos y morimos de un
instante fugaz al siguiente. Un impulso infinito nos insta a ir hacia adelante
sin un momento de descanso. A la vez, no obstante, el impulso infinito muestra
la naturaleza interior de la posibilidad ilimitada que poseemos. Así, estar
haciendo siempre algo -la actividad kármica del «cuerpo, boca y mente»-, a
pesar de su necesidad interna, es ya un obrar libremente para crear algo nuevo.
El tiempo, en ese sentido sin principio ni fin, y nuestra existencia en ese
tiempo no pueden ser pensados sin la totalidad de relaciones que configuran el
mundo. Com� mencionamos
antes, nuestra existencia tiene lugar dentro de un nexo infinito, que se
remonta al pasado, de nuestros padres a los suyos, antes de la aparición de la
raza humana, antes de la constitución del sistema solar y así sucesivamente ad
infinitum, de igual modo que se extiende sin límites hacia el futuro. Esta
concatenación temporal, ligada infinitamente a un gran nexo de relaciones
espaciales, configura nuestro mundo. Según esto, todos nosotros estamos
dedicados a hacer algo en el tiempo sin principio ni fin, es decir, el
ser-en-el hacer (samskrta) de cada instante como devenir del tiempo mismo se
reduce en definitiva a la intersección de dos movimientos: verticalmente,
resulta del nexo total de relaciones presente «desde el tiempo pasado sin
principio» en el trasfondo de nuestro propio ser en el mundo y el tiempo, y
horizontalmente, sucede en conexión con todas las cosas que existen
simultáneamente a nosotros. La existencia en la que nuestro ser hace
constantemente algo, acontece desde un nexo del mundo dinámico e ilimitado. El
tiempo sin principio ni fin y el ser en ese tiempo, o lo que hemos denominado
impulso infinito, debe considerarse desde esta perspectiva. Esto es lo que
significa que el ser en el mundo debe ser examinado «bajo la Forma de la
infinitud». La misma perspectiva aparece en la anterior fórmula del
arrepentimiento como la confesión de que el mal del karma es consecuencia del
cuerpo, boca y mente (acción, palabra y pensamiento) y que, aún más, este karma
emana de «una codicia, una ira y una locura sin principio». Pero ¿qué puede
significar todo esto? El tiempo sin principio o fin, junto a nuestro ser en ese
tiempo, se nos presenta, por tanto, con el carácter de una tarea inagotable que
nos ha sido impuesta, lo que significa que podemos sostener nuestra existencia
en el tiempo sólo bajo la forma de hacer constantemente algo. El ser en el
tiempo consiste esencialmente en estar obligado incesantemente a hacer algo.
Sería como el siervo feudal forzado a trabajar año tras año para recibir su
cuota o el preso de una prisión que realiza una dura labor para pagar su deuda
a la sociedad y expiar su delito. Para asegurar nuestra propia existencia,
tenemos que pagar con nuestro trabajo la carga impuesta. El peso de nuestra
existencia no puede ser atribuido a nadie. Desde el principio forma parte de la
esencia de una existencia temporal. Podríamos buscar una respuesta a ese modo
de ser en el tiempo en el castigo que se impone a alguien a causa del pecado.
Éste sería, por ejemplo, el caso de Adán, que se considera el origen del ser en
el tiempo, esto es, ser algo que nace y muere, algo que debe trabajar con el
sudor de su frente. Ésta es una de las representaciones míticas del destino
según la cual la existencia humana debe ser entendida bajo la Forma de la
infinitud. La idea de la deuda o culpa de la existencia aparece a menudo en el
mito antiguo. En lo que respecta a la esencia de la existencia humana,
podríamos decir que creadores del mito vieron cosas que el intelectual no ha
logrado ver. Ahora bien, esta deuda como parte esencial del ser en el tiempo
comporta una inagotabilidad. Mientras que hay límites en las obligaciones
impuestas por la legislación social o legal, la deuda esencial de la existencia
es tan elemental como la existencia misma. Es infinita, porque al hacer algo
que agota nuestra deuda, sembramos las semillas de una deuda nueva. Por medio
del trabajo que nos libera del peso de la existencia, es decir, a través de
nuestro propio trabajo liberador, preservamos nuestra propia existencia. (No
obstante, como veremos más tarde, ésta es una libertad que surge de la apertura
infinita de la nihilidad en el fundamento del presente.) El pago interminable
de esta deuda genera una nueva deuda a través del sarnskrta del pago y en este
proceso se ve el funcionamiento del patrón básico del karma. Este modo de ser
sarnskrta (ser-enel hacer), condenado a estar entregado continuamente a hacer
algo, contiene este sentido de lo infinito o lo inagotable. El campo que da
nacimiento a la deuda es el de la actividad kármica que actúa para disolverla.
Cada uno de los hechos que eliminan la deuda vuelven invariablemente al
fundamento de la deuda, la reinstauran en cada caso. y este regreso es, al
mismo tiempo, el impulso para que la actividad kármica nueva pueda saldar la nueva deuda con el trabajo.
Así nuestro Dasein, aunque sale de sí mismo sin parar, por ese mismo acto nunca
sale de su propio fundamento, sino que se mantiene silenciado perpetuamente
dentro de sí mismo. El yo está en todo momento, interminable y permanentemente
atado a sí mismo. Esta dinámica contradictoria de «atarse uno mismo con la
propia cuerda», por decirlo así, es la esencia de nuestra existencia. En esta
relación, la escuela de la «Sólo conciencia» (Vijñapitamiitraúi) se refiere a
una «conciencia depósito» (iilaya-vijñiina), en base a la cual se concibe un
nexo dinámico por el que las semillas hacen nacer la acción manifiesta en los
hechos, palabras y pensamientos que, a su vez, perfuman las semillas con un
aroma persistente (viisana). Aunque el pensamiento que se desarrolla en torno a
esta concepción es rico en intuiciones, no podremos desarrollarlo aquí. De este
modo, la esencia de nuestro ser en el tiempo ha llegado a ser concebida en un
marco dinámico, de autodesarrollo espontáneo, causal, infinitamente abierto en
las dos direcciones del tiempo. La concepción del tiempo sin principio ni fin
es esencialmente inseparable de esa comprensión del ser en el tiempo. Como ser
en el mundo, la esencia de nuestro Dasein reside dentro del mundo-corno-nexo
infinito descrito antes. Este endeudamiento de nuestra existencia y el carácter
kármico de nuestras actividades tienen lugar sólo bajo las condiciones de ese
mundo-corno-nexo. Este condicionamiento es un momento esencial de nuestro modo
de existencia sarpskrta. El mundo-corno-nexo está profundamente ligado a la
cualidad del autodesarrollo espontáneo de nuestro ser en el tiempo (o nuestro
ser como tiempo). Es parte del ser del devenir sin descanso, incesante, que
parece ser estimulado desde dentro por un impulso infinito. Cuando nuestro ser
acontece como un devenir incesante que ha surgido a la luz a causa de su hacer
constante, este hacer sólo puede tener lugar como hacer algo y éste, a su vez,
no puede llegar a ser sin ese mundo-corno-nexo. En general, los dos aspectos,
el aspecto del yo determinándose a sí mismo y el del yo determinado por otro,
son inseparables de la existencia en el tiempo. En otros términos, la
existencia acontece invariablemente como una codeterminación. Básicamente, que
una existencia sea determinada por otra significa que se determina a sí misma a
causa de la otra. La determinación a causa del otro es en todo momento
autodeterminación, y la existencia que se ha determinado a sí misma de esa manera
determina a su vez al otro. Sólo como algo que se determina a sí mismo, puede
experimentar la determinación a través del otro. Si adoptarnos una expresión de
los antiguos, se trata de una «relación causal» (hetupratyaya) situada en el
mundo-corno-nexo y entretejida de causas internas y externas, de forma que
todos los seres en el mundo vienen a ser en virtud de esta afinidad causal. Si
admitimos que el hecho de que yo soy en el tiempo, de que soy yo mismo, tiene
lugar a través de una constante actividad (llegar a ser quien soy determinado a
cada momento) en mi existencia, entonces la totalidad del mundo-corno-nexo
surge a la luz como un vínculo de relaciones causales. En la medida en que este
nexo le da una determinación actual a mi existencia, aquel vínculo infinito del
tipo de causalidad descrito arriba se halla sujeto a mi existencia. Esto nos
lleva necesariamente a considerar la totalidad de la humanidad, la totalidad de
los seres vivos, la totalidad del mundo, como destinada a formar un todo único
con mi existencia y mi obrar. En el terruño de mi Dasein, directamente debajo
de mi obrar, este vínculo trabaja para hacer a este Dasein lo que es, esto es,
para determinarlo. Mis propias tareas llegan a ser uno con el flujo y reflujo
del nexo total desde el tiempo pasado y sin principio. Podría decirse que mis
tareas han surgido de ese todo ilimitado que reside tras ellas. El ser en el
mundo llega a ser él mismo por estar condenado a hacer algo. En este aspecto,
no obstante, no podemos omitir el segundo elemento aludido al comienzo de esta
sección: la apertura infinita que constituye el campo de la libertad de hacer
cosas, la nada que es una con el ser en el devenir incesante del tiempo. Aunque
el ser en el mundo sea visto dentro de un mundo-coma-nexo ilimitado en los
términos de su relación causal con la totalidad del «todo en todo», no podemos
decir que esto sea visto desde una perspectiva especulativa o metaflsica. Aquí
el ser y el devenir del ser en el mundo no pueden ser separados del hacer; no
pueden ser pensados aparte del karma del cuerpo, de la boca y de la mente. Pero
lo principal es que las obras, las palabras y los pensamientos se hacen
conscientes en el campo del tiempo sin principio ni fin y en el
mundo-corno-nexo ilimitado, es decir, como algo siempre comprometido en tejer
la red de causalidad que configura el mundo. Ya hemos visto cómo la actividad
kármica del hacer, es decir, cada acto que disuelve la deuda, invariablemente
retorna al fundamento original de esta deuda, por 10 que queda restituida. En
ese fundamento, cada actividad dirigida a cumplir con las obligaciones de uno
determina a su vez nuevas obligaciones. El hacer determina de nuevo al ser:
hace ser; deviene ser y por ello recrea el ser en el tiempo. En otras palabras,
el hacer renueva y restablece el ser en el tiempo. Pero entonces la actividad
kármica que regresará nuevamente a ese ser, ya restituido una vez como deuda,
al regresar a su fundamento originario -es decir, el hacer que disuelve la
deuda- ha salido ya otra vez de ese fundamento. Así, este Dasein nuestro que
está constantemente haciendo algo es un devenir incesante en el tiempo y como
tiempo. El Dasein es extraído de su fundamento constantemente y, al mismo
tiempo, devuelto allí constantemente. Incluso en la incesante liberación de sí
mismo, acaba siempre de nuevo en su fundamento. y por eso nuestro ser por hacer
algo constantemente, se relaciona con aquello que es distinto de nosotros y de
este modo deviene transitoriamente en el tiempo. 0, más bien, digamos que somos
porque nosotros mismos producimos el tiempo como el campo de nuestro devenir
transitorio. En este ámbito, nuestro ser nunca puede librarse de sí mismo.
Constantemente debemos pagar una deuda y aligerar una carga infinita, puesto
que nuestro ser renace interminablemente desde nuestro propio terruño. De esta
manera, en el fondo de nuestro ser y hacer, en el terruño de nuestro Dasein,
surge la autoconciencia de un impulso infinito. En el terruño del Dasein, donde
encontramos la fuente de este impulso infinito, advertimos un auto enclaustramiento,
o lo que Toynbee denomina egocentrismo. Los antiguos tomaban este
autoenclaustramiento elemental, que es la fuente de la actividad kármica
interminable, como la oscuridad de la ignorancia (avidya) u «oscuridad
fundamental». En ella, el karma de nuestra acción, habla y pensamiento es
considerado como infinito, como algo existente en el campo de un tiempo
infinitamente abierto en dos direcciones y que constituye infinitamente el nexo
causal. En mi opinión denominamos karma a la situación que nos obliga a un
impulso infinito, procedente de nuestro propio fundamento originario, con la
intención de estar entregados a hacer algo constantemente; de esta manera, nos
vemos forzados a establecer una relación con los demás en la forma de una mutua
codeterminación, pero permaneciendo siempre incapaces de olvidarnos del yo que
pesa onerosamente sobre nosotros. Podemos considerar al karma como una
autoconciencia de la esencia de la
existencia en el tiempo, concebida como un nexo dinámico del ser, del hacer y
del devenir. Normalmente, la idea de karma está vinculada a las nociones de
transmigración y metempsicosis. Y junto a esto se habla de cosas como un «mundo
anterior» o «vidas anteriores» previas al nacimiento y un «mundo más allá» o
una «vida futura» que empieza con la muerte. Además, respecto a la causalidad
del karma tal como se extiende por los «tres tiempos del mundo» (siendo el
tercero el presente) se han propuesto diversas teorías (incluso desde la
biología). No es dificil explicarlo. Nuestro ser en el tiempo tiene que
habérselas esencialmente con la infinitud, de manera que somos impulsados
incesantemente a hacer algo y a entrar en relación con los demás como
habitantes del mundo-corno-nexo. Es más, llegamos a ser conscientes de que, aun
dentro de esta relación causal, no podemos dejar el fundamento originario del
yo mismo. De ahí se sigue, lógicamente, que esta conciencia de la existencia,
al participar de esa infinitud, irá más allá del marco de la vida limitado a
este mundo, para abarcar también la apertura ilimitada del antes y el después.
Al referirnos al concepto de transmigración en un capítulo anterior, observamos
que sólo podemos comprender el significado de una representación mítica si lo
llevamos de nuevo a nuestra existencia en el presente. De hecho, las
representaciones míticas, en general, nacen del deseo de preguntar por el
fundamento del Dasein humano; contienen una clase de intuición de la esencia
(J#sensschau) del ser en el mundo. Después de la interpretación del significado
existencial de la transmigración, vimos que la finitud del hombre es
comprendida existencialmente como infinita, en el horizonte de un mundo que
también abarca otras especies además del hombre, y en un nivel más básico que
el puro ser en el mundo desprendido de cualquier diferencia concreta. Sucede lo
mismo con la idea de karma en los «tres tiempos del mundo». La significación
esencial de esa idea reside, en primer lugar, en el hecho de que nuestro obrar
como seres humanos es comprendido como una finitud infinita en el presente -e
incluso en el momento en que el eidos de lo humano ha sido abandonado-o Esto
significa, además, que nuestro ser es comprendido como algo que, aún en su
estar presente como humano, extiende sus raíces ilimitadamente por todo el
mundo-comonexo. Y, por último, consiste en el hecho de que nuestro ser, nuestro
hacer y nuestro devenir en el tiempo es comprendido a la vez que el mundo -corno-nexo en forma de relación causal, es
decir, la vinculación recíproca de todas las causas interiores y exteriores.
Este modo de comprender el Dasein en el fundamento del presente, como
observamos antes, implica devolver el Dasein a su propio terruño. Podemos
concebir la transmigración del ser humano según la causalidad del karma que se
extiende sobre los «tres tiempos del mundo» (pasado, presente y futuro), de
manera que probablemente venimos de un modo de ser y vamos hacia otro modo de
ser sentiente. Si esto es así, podemos decir que el fundamento de la actividad
kármica presente ha sido penetrado directamente en su base para alcanzar esa
profunda perspectiva. y si consideramos a esa causalidad desde la perspectiva
de la apertura del tiempo sin principio ni fin, por la que se muere y se renace
interminablemente en la «rueda de la transmigración», debemos concluir que en
ese caso buscamos el fundamento de la actividad kármica presente y lo
recuperamos directamente debajo del presente, en dirección hacia una apertura
infinita de la nihilidad. Es decir, significa una profundización de la
autoconciencia de la existencia en el presente
Esto nos lleva al segundo aspecto mencionado arriba a
propósito del tiempo sin principio ni fm: este tiempo acontece junto a la
aparición de una apertura infinita más allá del tiempo que procede del
fundamento del presente. Aquí, la apertura se manifiesta como una nihilidad más
allá de la existencia y de todas sus formas. Ya sea la idea rrútica de una
transmigración sin fin junto a la de los kalpas y grandes kalpas, o la idea del
eterno retorno de Nietzsche, o bien, la idea de los mundos incontables que se
suceden en el tiempo o coexisten en el espacio, o cualquier otra idea la que
abriguemos, todos estos mundos tienen lugar en la apertura del campo de la
nihilidad. Este campo está siempre abierto directamente bajo nuestro Dasein. De
hecho, sin esta nada, no sería posible lo que hemos estado denominando ser en
el tiempo. El hecho de que este ser esté ocupado incesantemente significa que
el hacer al que es empujado desde dentro, por un impulso infinito, es a su vez
un hacer totalmente libre. Es una actividad kármica que crea el ser hasta
entonces inexistente. Es nuestra existencia al recibir una determinación
completamente nueva. En lo precedente, estas determinaciones han sido
consideradas como si acontecieran en
forma de relación causal, esto es, junto al mundo-como-nexo ilimitado en donde
nuestro ser hunde sus raíces. Sin embargo, el hecho de que esas determinaciones
siempre constituyan un modo de ser nuevo para el yo y, de acuerdo con esto,
deban ser autodeterminaciones, implica que la libertad de la actividad kármica
participa en ese proceso de determinación. Si nuestro ser en el tiempo consiste
en un hacer constante, este hacer necesita asirse a la apertura infinita de la
nihilidad, que en general trasciende al ser y a todos los vínculos de la
conexión causal del mundo-como-nexo que forman sus determinaciones. Por
supuesto, esto no quiere decir que exista una cosa llamada nihilidad. Para que
el ser acontezca nuevamente en el tiempo, para que la existencia tenga lugar
constantemente en forma de un devenir nuevo, es necesario que exista la
libertad de restituir esa posible determinación nueva. En otras palabras, para
que el ser no quede congelado en una inmovilidad permanente, debe haber una
impermanencia, una transitoriedad no obstaculizada por el ser. y esto sólo es
posible si el hacer, ser-en-el hacer (sarnslqta), está fundado en la nihilidad.
Entonces el ser en el tiempo -como un devenir nuevo, sin fin, esencial y
constante- y el tiempo sin principio ni fin pueden ser constituidos al mismo tiempo,
pues ambos participan del carácter de la finitud infinita. El ser-en-el hacer
está en esencia ligado a la nihilidad. Desde esa perspectiva, el mundo del
karma es un mundo donde cada individuo está determinado por sus vínculos y por
su conexión causal dentro de un mundo-como-nexo infinito, y cada existencia y
conducta individuales, así como cada momento de su tiempo, surgen como algo
completamente nuevo que posee libertad y creatividad. A pesar de que el flujo y
reflujo del nexo total «desde el tiempo pasado sin principio» sea concebido
como una cadena infinita de necesidad causal, el que no tenga principio implica
por el contrario, un antes previo a cualquier pasado imaginable. Para un tiempo
como ése no tener fin significa que tiene un futuro aunque sea el más remoto de
los futuros posibles. Un antes y un después así (por encima de cualquier antes
y después definido) están en el presente de cada hombre y hacen del presente
una actividad libre y creativa. La apertura infinita del tiempo en dos direcciones
no es otra cosa que una irrupción en el tiempo de la apertura transtemporal o
trascendencia extática, que reside directamente debajo del presente, una
irrupción que se alcanza en cada función
de la actividad kármica. Cuando el hacer constituye al ser en el tiempo, lo
constituye en tanto que devenir sin principio ni fin. y los hechos kármicos que
hacen manifiestos su devenir incansable e incesante, al mismo tiempo, regresan
siempre al fundamento del karma, el presente. En otros términos, el hacer se abre
a sí mismo en cada ocasión a la apertura de la nihilidad y así preserva la
dimensión de trascendencia extática. Esto comporta que el yo siempre es él
mismo. Del mismo modo que mi karma constituye constantemente mi existencia en
el devenir como ser, en ese karma estoy en mi propio terruño: soy siempre yo
mismo. Por ello el devenir incesante en el tiempo constituye sin descanso mi
existencia. El karma es siempre mi karma. y esto significa que es un karma
libre que implica una trascendencia extática hacia la nihilidad. Por supuesto,
aunque lo llamemos libertad o creatividad todavía no lo es verdaderamente hasta
ese momento. AquÍ la libertad es una con la necesidad interior que nos exige
hacer algo constantemente. Es al unísono con el impulso infinito y ese impulso,
a su vez, es al unísono con la libertad. Por otra parte, estar siempre
relacionado con algo o con alguien en el mundo-corno-nexo ilimitado y estar
condicionado y determinado en esas relaciones es una autodeterminación.
Mientras que el karma aquÍ presente es la actividad libre del yo, al mismo
tiempo, posee el carácter del destino que aparece en la conciencia al unísono
con esa libertad. Este karma llega a la conciencia bajo su forma de infinitud,
como impulso infinito en su esencia voluntariosa. La relación del yo con algo,
considerada como una autodeterminación, es el libre ejercicio de la voluntad
del yo. El yo acepta voluntariamente una cosa como buena o rechaza otra como
mala. Pero en tanto que está determinado por la relación causal del nexo total,
esta libre voluntad es un destino, una necesidad causal, sin dejar de ser por
ello voluntad libre. Aceptar o rechazar una cosa implica un apego simultáneo a
ella. El karma que se relaciona con alguna cosa, al codiciarla, es a un tiempo
voluntario y forzoso. El ser del yo que tiene lugar en ese karma es a la vez
libertad y carga. La espontaneidad se vuelve lastre y deuda. Es más, la
actividad espontánea y voluntaria que absuelve la deuda, disfruta en el proceso
y, de este modo, renueva el deseo original. En el karma, gozo y melancolía
(Schwermut) están entrelazados. Como ya observamos, la existencia en el tiempo
es esencialmente ambigua.
En la creatividad a la que nos referimos, la creación
de algo nuevo significa estar constantemente expuesto a la nihilidad. El ser
del yo en el mundo -el yo mismo junto al asunto (koto) que resulta de las
relaciones con las cosas- implica la impermanencia esencial en la cual el yo
nace en un instante fugaz y perece al siguiente. Esto es, nuestro karma
presente consiste en regresar a la apertura de la nihilidad del presente.
Nuestro ser en el mundo, que llega a ser por su dedicación constante en el
hacer, siempre se mantiene en suspenso sobre la nihilidad y sujeto a una
anulación constante, sin tener nada a que agarrarse ni un lugar para descansar.
Nuestra existencia está en constante peligro de desmoronarse. Nuestra presente
actividad kármica, considerada bajo la forma de infinitud, es anunciada
constantemente por la libertad espontánea, el deseo, el gozo de vivir y las
raíces profundas del apego (impulso infinito) y por un sentido igualmente
elemental de profunda vacuidad, nihilidad e impermanencia de las cosas. Sería
la misma ambigüedad vista desde otro ángulo. Lo que en japonés se llama mono no
aware (el pathos de las cosas), indica el momento en que deseo y gozo son uno
con la tristeza a causa del sentimiento de impermanencia. En otras palabras,
esta expresión significa que el ser del hombre experimenta vivamente la
infinitud y la caducidad de las cosas. Es decir, que allí donde el ser del
hombre, como algo apegado a las cosas en el tiempo, se despierta a la
conciencia «perfumado» con el sentimiento del mundo y del tiempo, bajo la forma
de la infinitud, allí también se experimenta estéticamente la esencial
impermanencia de las cosas o del puro ser en el mundo, según la expresión de
Kierkegaard ('existencia estética». Significaría que todas las cosas del mundo
y el yo mismo son totalmente realizadas estéticamente en el rostro original de
su manifestación. De este modo, cuando las obras de la libertad y la fatídica
naturaleza de la determinación se hacen manifiestas como unidad inseparable en
nuestro karma presente, el fondo último de la propia existencia en el tiempo
-lo que he denominado antes el egocentrismo o autoenclaustramiento infmitos-
aparece en la autoconciencia junto a una nihilidad transtemporal y eterna. El
egocentrismo indica un avidyii fundamental. Es el origen del impulso infinito
que se oculta en la esencia del ser en tanto que devenir y le hace ser un ser
en tanto que devenir en el tiempo ilimitado. La apertura infinita del tiempo en
dos direcciones es la irrupción de la
apertura de la nihilidad eterna en el tiempo revelada en el presente. Es una
irrupción que ocurre cada vez que se lleva a cabo un hecho kármico; cada hecho
del yo es un hecho kármico. Por esta razón, por lo general, el egocentrismo,
que es la fuente elemental del ser en el tiempo, es constituido al unísono con
la nihilidad como algo situado siempre en la nihilidad eterna. Todo esto indica
lo profundamente arraigado que está el egocentrismo. Las raíces del yo se
extienden tan profundamente que nunca pueden ser alcanzadas por ninguna
actividad kármica. El karma del yo siempre vuelve a su propio fundamento, es
decir, al yo mismo, pero no consigue regresar allí sin más. El karma sólo puede
volver a su propio terruño en el yo y una vez allí restaurar su existencia
cargada de deudas. En el karma, el yo está constantemente orientado
interiormente hacia su fundamento; y sin embargo, la única cosa que consigue
con ello es reconstituir el ser como devenir en un tiempo sin principio ni fin.
La verdadera forma de nuestro karma, esto es, de nuestro ser en el tiempo, de
nuestra vida, consiste en transitar por el tiempo interminablemente en busca
del fundamento del yo. El karma del «tiempo pasado sin principio» es la
verdadera forma de nuestra vida. Esto implica un sentido de desesperación esencial.
El karma sería lo que Kierkegaard denomina «enfermedad mortal». Su
desesperación surge directamente en la conciencia desde el fondo de nuestro
cumplir los hechos, las palabras y los pensamientos actuales desde el origen
del tiempo sin principio o fin, y desde el fondo del ser de ese tiempo; en
suma, desde nuestro egocentrismo. También podemos ver una conciencia de esa
desesperación subyacente en la confesión de la fórmula del arrepentimiento
budista, que sugiere que todo karma procedente del cuerpo, la boca y la mente
del yo está fundado en la codicia, la ira y la locura sin pnnCIpIO. Así pues,
aunque la fuente elemental del ser que ha llegado a ser uno con la nada, y del
egocentrismo constituido con la nihilidad, resida directamente debajo de la
existencia humana, ahí la forma de esa existencia es abandonada. Puesto que la
nihilidad es absolutamente sin forma, es decir, representa el lugar donde toda
forma regresa a la nada, el ser -en esa fuente elemental donde es a la vez
nada- es un ser que se ha librado de toda forma. En el sentido anterior, es un
puro ser en el mundo como tal.
En su fundamento último, la propia existencia del
hombre no es humana. Puede decirse que el Dasein humano emerge de la
conformación de la forma de lo humano y la transformación del ser en un todo
único. En el fondo de nuestro ser humano reside un nivel de puro ser más allá
de cualquier determinación de lo humano. y el ser humano, precisamente por
implicar ese nivel, también es ser en el mundo concreto. El hecho de que nuestra
existencia esté interrelacionada con las demás cosas por relación causal en un
mundo-como-nexo sin fin, se debe a que en el fondo de las tareas a las que como
hombres nos dedicamos, disponemos de un horizonte de intercomunicación con el
ser de todas las cosas del mundo. En este horizonte somos un puro ser en el
mundo como tal, libre de todas las determinaciones particulares. En otros
términos, el ser de todas las cosas es conducido al fundamento de nuestro
egocentrismo y allí reunido en uno. Aunque en el karma la existencia sale
constantemente de sí para estar en el fundamento del otro y adherirse a él en
el contexto de la red de causalidad, esta existencia kármica, al mismo tiempo,
une el ser de todas las demás cosas a su yo en el horizonte de su puro ser en
el mundo. Esto significa que el yo se transforma eh el centro del mundo. A este
modo de ser en el campo de la nihilidad lo denominamos auto enclaustramiento
absoluto o soledad abisal. Esta soledad es tanto más abisal para la existencia
en el mundo (que ha sido aquí el máximo foco de discusión) porque su
autoenclaustramiento tiene lugar en el horizonte de la intercomunicación más
profunda con cada una de las demás cosas. Aquí el karma contiene indicios de
culpa y pecado. En cierto sentido, adquiere el carácter de pecado original, es
decir, el pecado que es tan elemental como el trabajo liberador y la existencia
del hombre. El karma está determinado en la libertad por la necesidad causal de
todo el vínculo infinito, una libertad de espontaneidad en la atadura y, por lo
tanto, una libertad totalmente limitada por el destino. Al mismo tiempo, al
haber reducido el vínculo causal de todo a su propio centro, es una libertad
completamente ilimitada. En el karma estos dos aspectos de libertad y necesidad
causal son uno. Por consiguiente, como libertad que deriva por entero de la
fuerza que determina la necesidad causal, una libertad atrapada y arrastrada
por la necesidad, el karma se fuerza a adherirse a lo demás, mientras que
permanece como libertad ilimitada al unir a lo demás en el centro del yo. Es
una libertad a modo de pecado original Pero
el ser-sí mismo en su verdadero sentido, egocéntrico, es otra cosa totalmente
distinta. El verdadero egocentrismo supone una centralidad sin yo; un yo que es
no-yo. Consiste en aquello a lo que nos referimos en un capítulo anterior como
interpenetración circumincesional en el campo de sünyata. Recoger el ser de
todas las cosas en el fundamento del yo sólo puede tener lugar mientras el ser
del yo se subordina al ser de las cosas en sus fundamentos. Pero en esta
centralidad del yo que hallamos en el karma, y que a su vez reside en la
nihilidad, no es posible un recogimiento de todas las cosas en el fundamento
del yo, excepto por un autoenclaustramiento. En el mismo contexto, se asignó el
término naturaleza a la fuerza que actúa para recoger todas las cosas y
conectarlas unas con otras. En el karma, la naturaleza puede ser concebida como
la fuerza elemental por la que el yo vincula a todas las cosas, mientras las
recoge en sí mismo a la manera de un autoenclaustramiento; y por tanto, como la
fuerza por la que el yo mismo entra en el devenir incesante sin principio ni
fin, mientras se dedica a relacionar a las demás cosas unas con otras. Puede
pensarse como la fuerza elemental que opera en un yo que ha llegado a ser el
centro del mundo. En su fuente elemental, el karma de los hechos del cuerpo, de
la boca y la mente del hombre se origina a través de la fuerza de esta misma
naturaleza, es decir desde el horizonte de lo que he denominado puro ser en el
mundo.
Lo que venimos diciendo acerca del karma tiene que ver
con la forma fundamental de la vida humana en la historia cotidiana. Todo
nuestro obrar pertenece a este mundo de la historia. Por tanto, como ha sido
apuntado, también la vida humana y el punto de vista del karma en el mundo
secularizado se aproximan. El modo de ser antropocéntrico que muestra el hombre
secularizado contiene en esencia lo que he denominado impulso infinito o
«voluntad en sí». Incluso en la época moderna, la naturaleza esencial del
hombre reclama ser considerada bajo la forma de la infinitud. Y la idea de
karma puede ofrecer una interpretación y claridad a este modo de ser
secularizado del hombre. No obstante, el punto de vista del karma debe ser
abandonado para alcanzar el de la vacuidad, un desprendimiento que señala una
conversión del punto de vista de la nihilidad al de sünyata. Es una conversión
del sarpsara-en-el nirvaua. En el curso
de nuestras observaciones sobre el «dejar caer el cuerpo-mente, cuerpo-mente
caído» de D6gen, se apuntó que el funcionamiento de nuestras vidas cotidianas
-el karma del hecho, la palabra y el pensamiento- puede favorecer la aparición
de la verdad absoluta (verdad como AA7jOEUI'). Desde el punto de vista del
sünyata, todo lo que se ha dicho sobre el punto de vista del karma puede ser
transformado por vía de una negación absoluta y llevado a una vida nueva. En
cualquier caso, el punto de vista del sünyata budista, especialmente el
Mahayana, se sitúa -aunque sin afiliación ninguna- entre las religiones
centradas en una visión cíclica del mundo, en las que la historia, según
Toynbee, desaparece (él incluye al budismo en este grupo); lo mismo sucede con
la tradición religiosa judeo-cristiana, a pesar de su sentido marcadamente histórico
y sin que por ello se libre al final de su egocentrismo. Tal como indicarían
expresiones como «no-yo)) y «cuerpo-mente caÍdo)), sünyata es el aspecto de la
liberación radical del egocentrismo. No deja espacio para éste en la conciencia
religiosa, por ejemplo para el nivel más elevado de egocentrismo que
encontramos en la idea de ser elegido o predestinado por Dios para la
salvación. En términos más elementales, sünyata implica una negatividad
absoluta respecto a la voluntad que reside en el fondo de cada forma de
egocentrismo. Esto implica una orientación directamente opuesta a la de la
voluntad. Como destacamos antes, podemos hallar el concepto de voluntad en el
fondo de todas las principales concepciones occidentales de la historia y el
tiempo. Éste sería obviamente el caso de la voluntad de Dios en el cristianismo
y de la voluntad de poder del ateísmo de Nietzsche; pero en la secularización
moderna, tras la razón antropocéntrica yace oculta una voluntad humana en sí,
que puede ser llamada impulso infinito demoníaco. En Oriente, como ya se
destacó, se toma conciencia de este impulso infinito tempranamente con la idea
de karma. Ahora bien, el punto de vista de Sünyata sólo se constituye en un
lugar sin fondo más allá de esas concepciones de la voluntad y, de hecho, más
allá de cualquier concepción relacionada con la voluntad, a través de la
negación absoluta. Esa ausencia de fundamentación de sünyata es la de la
Existenz del no-ego. En la Existenz del no-ego, no-ego no significa
sencillamente que el yo no es ego. Debe significar también, al mismo tiempo,
que el no-ego es el yo. El yo debe
alcanzar la autoconciencia como algo que procede de su propia negación
absoluta. No es que el yo sea meramente no-yo (esto es no-ego) . Más bien, debe
ser que el yo es yo porque no es yo. Si simplemente fuera cuestión de que el yo
no sea yo, todavía quedaría abierto el canuno para seguir a Nietzsche en su
acepción de la voluntad de poder como el yo verdadero, o la n-usnudad del yo.
Igualmente, sería posible adoptar la noción oriental de karma, ,o algo parecido
a la voluntad de vivir de Schopenhauer, como la n-usn-udad del yo. O bien,
también podría buscarse el yo real en la unión con algún ser absoluto como Dios
o el Uno de la mística occidental, o en la unidad del Brahman y el yo (tat tvam
así: Todo eso eres tú) del n-usticismo oriental. Sin embargo, en todos ellos,
el punto de vista del no-ego verdadero todavía no puede aparecer del todo. Sólo
al dar un paso más adelante nos encontramos el verdadero no-ego en la inversión,
«yo no es yO» (yo es no-ego), luego es yo. Esta inversión es precisamente esa
autoconciencia existencial por la que el yo es realizado (manifestado y
aprehendido) emergiendo a su naturaleza de no-ego. Es Existenz como «dejar caer
el cuerpo-mente, cuerpomente caído». En esta Existenz de no-ego, como hemos
visto, la acción se origina a cada momento desde el principio del tiempo. Es
una revelación del principio del tiempo n-usmo y, en ese sentido, es la
aparición de ese principio en su naturaleza. Es, por decirlo así, un instante
de eternidad que aparece en el tiempo. Aquí, también, nuestra vida se convierte
en una dedicación a hacer algo. Nuestro ser presenta la forma de devenir
incesante en el hacer incesantemente. E�te
ser, como un ser-en-el hacer (samskrta) , es un devenir que llega a ser 'y
desaparece a cada momento. Sin embargo, aquí nuestro quehacer ya no es un pago
intern-unable ni la restitución de una deuda. Nuestra existencia no llega a ser
para nosotros una carga infinita. Nuestra acción, nuestro karma de hecho,
palabra y pensamiento, no surge de la oscuridad de la ignorancia (la raíz del
egocentrismo), que es el ámbito del impulso infinito; ni regresa a ese ámbito.
Cada una de nuestras acciones ya no son algo que produce el ser en el tiempo
sin principio o fin. Tampoco el karma que produce el ser al n-usmo tiempo que
lo anula está en la nihilidad. Como Existenz de no-yo, el ser, hacer y devenir
en el tiempo aparecen en su naturaleza en la vacuidad, que constituye su
negación absoluta. y aquí el hacer constante es un no-hacer constante. El
constante llegar a ser y desaparecer es
no llegar a ser y no desaparecer. Estar constantemente entregado a hacer algo
es, como tal, un no hacer nada. Ser un giro de la rueda de la transmigración en
el devenir incesante significa no abandonar la tierra natal del «nonato».
Volviendo a la frase de Dogen citada en el capítulo anterior, podemos decir que
la vida cotidiana del cuerpo-mente «con ojos horizontales y nariz vertical»,
como tal representa volver a casa con las manos vacías, pasar el tiempo y tomar
las cosas como vienen. En la vacuidad, entonces, todas nuestras acciones
adquieren el carácter de juego. Cuando nuestro hacer, ser y devenir, cuando
nuestra existencia, nuestra conducta y nuestra vida aparecen en sus respectivas
naturalezas desde su extremo más remoto, esto es, cuando emergen desde el lugar
donde el no-ego es el yo en su propia mismidad, ya se han desprendido del
porqué o el para qué. Son sin propósito o razón fuera de sí mismos, y llegan a
ser verdaderamente su propio fin y sin causa o motivo, un verdadero Leben ohne
Warum (vivir sin porqué). En el fondo, en su fuente elemental, nuestra
existencia, conducta y vida no son un medio para otra cosa. En vez de ello,
todas y cada una de las cosas existen por su causa, y obtienen su significado
por su relación con ella, al mismo tiempo que son su propio telas. Su
existencia, su conducta y su vida asumen el carácter de juego cuando se
manifiestan en su fuente elemental. Con todo, la fuente elemental es el lugar
donde el no-ego es yo, lo que significa que ser un fin para uno mismo es algo
todavía impuro y no es del todo cierto. Ser el propio fin no es algo a lo que
apegarse ni algo que pueda tener conciencia de sí. Allí donde nuestra
existencia, conducta y vida son verdaderamente un fin para sí mismos, incluso
entonces este fin debe ser superado. Esto es lo que se denomina samadhi. La
fuente elemental es el Rey Samadhi de los samadhis, tratado por extenso en el
capítulo anterior. Es el lugar en que el no-ego es yo. Aunque samadhi no
contiene el sentido de ser su propio telas, justamente por ese motivo es
verdaderamente su propio telas y por ello es denominado no-mente. El juego
aludido debe tener un significado similar. Este juego no está al nivel de ser
un propio fin, ni se sitúa en el sentido fundamental de lo que acostumbramos a
llamar juego. En su sentido cotidiano, el juego comprende los deportes y demás
diversiones como un reposo ante el trabajo de la vida cotidiana. El juego, al
contrario que el trabajo que tiene un fin concreto, encuentra su fin en sí
mismo y así sirve como una liberación de la fatiga.
En el sentido que le damos aquÍ a la palabra, nuestra
acción, sin discriminación entre el trabajo y el juego, tiene carácter lúdico.
Ambos, tanto el trabajo que se afana con motivo de otra cosa, como el juego que
es diversión en sí mismo, cada uno a su manera, son actividades lúdicas a las
que nos dedicamos. AquÍ el trabajar y el jugar regresan al hacer que tiene
lugar en el más acá previo a su diferenciación; pero, al mismo tiempo, se nos
muestran como acontecimientos que emergen a su naturaleza desde el más allá de
esas diferencias. Tanto trabajar como jugar se manifiestan fundamentalmente en
el fondo como un puro hacer elemental. Esto es lo que el budismo denomina
«samadhi lúdico». En el ámbito de sünyata, al que el hombre «regresa con las
manos vacías», el hacer presenta en todo momento (en el transcurso del tiempo
sin principio ni fin) un carácter lúdico. En otros términos, el ser-en-el hacer
(sarpskrta) como el vínculo dinámico entre ser, hacer y devenir adopta la forma
de un no-hacer, de un «tomar las cosas como vienen». Repitiendo lo que se ha
destacado antes, nuestro ser posee el carácter de una obligación que nos ha
sido impuesta, que nuestro hacer disuelve constantemente y se esfuerza por
saldar. Por así decir, devolvemos nuestra deuda en plazos exiguos. Pero,
entonces, nuestro hacer continuo genera directamente una nueva deuda en el acto
de redimirnos de la antigua. El fin de una deuda crea otra. De esta manera,
nuestro hacer comporta el sentido de karma como una acción que implica a la vez
el desaparecer y el llegar a ser de nuestra deuda. Nos llegamos a liberar del
ser al tiempo que el ser está en proceso de anulación. Es más, en esa anulación
la liberación de la nada es igual al abrirse de la nada, de una nada que
constantemente es deuda en su propio hacer-ser. En virtud de esto, nuestro
Dasein se muestra en la forma de devenir incesante. Ahora bien, lo que se dijo
acerca del carácter lúdico del hacer respecto al ámbito de Sünyata y de que
todo saI11sk¡:ta (ser-en-el hacer) asume directamente la forma de un no-hacer,
significa que el hacer da vida a la deuda en el acto de no darle vida. De esta
manera, el hacer se libera de su endeudamiento, lo que constituye su esencia,
dando como resultado una verdadera disolución de la deuda y la liquidación de
todas las cuentas pendientes. Con todo, en tanto que es un hacer nunca llega a
ser sin carga. Pero entonces, lo que cargamos es hecho en un lugar donde la deuda
ha sido absolutamente perdonada. Por tanto, no es que no haya carga sino que ha sido tomada de nuevo desde
el lugar en la que había sido dejada. Llevar a hombros la carga adquiere el
sentido de juego por el que la cargamos espontáneamente y por propia voluntad
libre. El trabajo impuesto, sin dejar de ser una imposición, es transformado en
juego porque surge espontáneamente de manera elemental. Esta espontaneidad
elemental es el punto de vista de samadhi y su concepción de la no-mente, o
no-hacer, ambos en el sentido ya mencionado. La espontaneidad elemental,
verdadera, nace en un ámbito donde el no-ego es yo, donde el yo aparece en su
naturaleza de no-ego. Libertad y espontaneidad de la voluntad, tal como se
conciben normalmente, todavía pertenecen al punto de vista del karma y sus
tareas. No pueden abandonar el autoenclaustramiento o avidya del egocentrismo y
escapar a sus ataduras. No ofrecen un punto de vista donde la tarea es
transformada verdaderamente en juego. Sólo cuando llevar a cuestas la carga se
convierte en un juego, la carga nace (espontáneamente) de verdad. La deuda es
instaurada y se manifiesta verdaderamente sólo cuando ha sido primero
totalmente perdonada, es decir, cuando el hacer es algo que la deuda ha asumido
verdaderamente. Entonces la deuda viene a significar la responsabilidad
aceptada por el yo. La deuda como parte asignada llega a ser entonces tarea
propia de uno, en el sentido de impuesto como deber o vocación. (Como
explicaremos más tarde, la deuda, una vez ha sido completamente cancelada es
una deuda para con el prójimo, una deuda que, por decirlo de alguna manera, no
es una deuda. y, a pesar de ser una «deuda sin deuda», todavía es una deuda que
el yo asume como responsabilidad propia.) En suma, en la conversión del punto de
vista del karma al de sünyata, del de la voluntad egocéntrica al no-ego del
samadhi, todo lo que hacemos es a la vez un verdadero pago de la deuda y una
verdadera aceptación de ella. Como resultado, nuestro hacer se manifiesta de
verdad como hacer. En la espontaneidad surgida de esta conversión, el hacer
llega a ser hacer verdadero, extático. Este hacer implica una responsabilidad
con el prójimo; y, como trataremos más adelante, es algo que asume uno mismo
como tarea infinita. Es un hacer desde el punto de vista del no-ego, de la
«no-dualidad del yo y el otro». Allí donde nuestro trabajo llega a ser juego,
al mismo tiempo, es seriedad elemental. En realidad, no existe más juego
ecuánime que la emergencia del yo a su naturaleza de no-ego; y, al mismo tiempo,
nada hay que sea más serio y formal.
Esto sucede con todas las cosas en el estado de naturaleza dhármica. Por eso,
desde tiempos inmemoriales la imagen del niño ha sido evocada para representar
ese modo de ser elemental. Pues el niño nunca es más serio que cuando está
absorto completamente en el juego.
PAPA-Quieres que aprenda a jugar
Niña socrática -No, quiero que desprendas a no hacerlo
He intentado explicarte que nuestra existencia nuestro comportamiento y nuestro devenir
tienen lugar en un mundocomo-nexo sin límites, no sólo respecto al tiempo sino
también al espacio. Además, desde el punto de vista del karma, el Dasein del
nexo dinámico entre .el ser, el hacer y el devenir tiene lugar dentro del
tiempo sin principio ni fin, en tanto que la apertura infinita de la nihilidad
se abre bajo el presente. Pero puesto que este nexo dinámico aparece sólo en
una relación perpetua con algo, nuestro Dasein y el mundo-corno-nexo que lo
determina tienen un destino común. El Dasein se manifiesta en cada momento como
el fluctuar propio de las olas, que recoge en sí todo el flujo y reflujo del
mundo-corno-nexo en el tiempo sin principio ni fin. En este contexto, nuestro
hacer es libre en dos formas: una necesaria y la otra arbitraria; la primera
viene determinada por la necesidad causal del nexo total y la segunda, porque
contrae el nexo total en el centro único del yo. Por eso nuestro hacer es el karma
que permanece sobre la nihilidad. En este hacer, la nihilidad, aun cuando se
manifiesta desde el fondo donde el yo y el mundo son uno, anula el ser del yo y
pone al yo a la deriva en el devenir transitorio, transformando al yo y las
demás cosas en una existencia sarpskrta (ser-en-el hacer) . Como se hizo notar
antes en este mismo capítulo, el ser determinado en el mundo-corno-nexo y la
autodeterminación son uno. Pero en el punto de vista del karma, esta
autodeterminación hace del impulso infinito, que se origina en la fuente
egocéntrica de avidya, su esencia, y lo manifiesta cuando adquiere la forma de
una voluntad que quiere y controla. Ser determinado significa ser condicionado
a través de la necesidad causal de este nexo total e ilimitado. Además, se ha
señalado que el libre ejercicio de la voluntad, entendido como el apego y el
control que mantiene en sus relaciones con las cosas, se configura siendo
determinado por el destino, que finalmente es el karma. Por tanto, en este modo de ser
kármico, la nihilidad se manifiesta desde el fondo donde el yo y el mundo son
uno. Y la razón para ello, como venimos explicando, es que avidya, como un
autoenclaustramiento infinito del karma, surge en la conciencia al mismo tiempo
que la nihilidad en la que permanece. Ser quiere decir estar obligado a
relacionarse con algo. Esto significa que nuestro ser es una deuda para sí
mismo y que nuestro hacer en tanto que liquidación de esa deuda equivale
directamente a la aparición de una nueva deuda. Por una parte, esto quiere
decir que nuestro ser nace y muere en cada instante, en cuya fugacidad se
revela la nihilidad que anula nuestro ser incesantemente. Por otra parte, allí
donde se anula continuamente la deuda aparece alguna cosa que nos urge sin
cesar internamente. En ese impulso infinito, nuestro Dasein es incapaz de
renunciar a su propio fundamento y nuestro yo deviene constantemente en ese
nexo dinámico del ser, hacer y devenir. Avidya llega a la conciencia como el
fundamento del yo, en donde éste permanece atrapado en un devenir incesante y
es incapaz de liberarse, esto es, como el límite más externo del egocentrismo.
Como resultado, en avidya, el yo persiste en ser sí mismo y emerger en su
naturaleza egocéntrica, mientras la nihilidad se revela anulando el ser del yo.
También ahí tiene su causa la incapacidad del yo para desvincularse del
fundamento de su devenir transitorio; el ser del yo aunque es siempre él mismo
está en cambio constante. Esto es lo que significa el karma. El Dasein en el
nexo dinámico del ser, hacer y devenir es el yo que se constituye directamente
bajo el presente como una aparición desde la nihilidad en la naturaleza de
avidya. Ahora bien, desde la perspectiva de sünyata, que representa una
conversión del punto de vista del karma, una cosa permanece invariable: el
hacer tiene lugar todavía en el mundo-coma-nexo mientras se relaciona con las
demás cosas. Sólo aquí esta relación deja de depender del apego y arbitrariedad
de la voluntad. Tiene lugar como una relación en el más allá de todas las concepciones
de la voluntad con su consiguiente egocentrismo. En otras palabras, es una
relación en el campo de sünyata. Es más, es una autodeterminación en el sentido
elemental del juego, es decir, la aparición del yo en su naturaleza en un lugar
más allá de los confines del aislamiento de avidya, así como en el lugar del
no-ego, en donde se ha renunciado a su consiguiente impulso infmito. Aquí, el
nexo del ser, hacer y devenir que conforma el Dasein posee el carácter de no-hacer. Aquí el ser es una
naturaleza no-misma. Tampoco es racional, ni sustancial, ni subjetivo, es lo
que anteriormente expresamos como mismidad. En otros términos, es un yo que
emerge a su naturaleza donde cada cosa es en sí y es su fundamento (por el cual
el fuego es fuego porque no se quema a sí mismo, el sauce es verde porque no es
verde, y el tiempo es tiempo porque no es tiempo) y se da a la misma vez que
todo lo demás, a modo de la lógica del ser/no-ser (soku). Este yo que no es un
yo, el yo que emerge a su naturaleza al salir del no-ego, es el verdadero yo
original. El hacer sin hacer es un hacer que «se hace durante todo el día sin
hacer una sola cosa». Al no hacer, el devenir llega a ser libertad completa y
actividad espontánea, a la que nos referimos antes como «dejar pasar el tiempo
y tomar las cosas como vienen». Es un verdadero hacer y un verdadero devenir.
El nexo dinámico que emerge a su naturaleza en esta vacuidad es una «orilla
lejana» respecto a todo tiempo, espacio y causalidad, y llega a ser una unidad
(serlno-ser) con todos los demás seres. El Dasein, como este nexo dinámico, es
a la vez con el mundo-corno-nexo a la manera de serlno-ser (en otras palabras,
como mismidad). Para decirlo en los términos de la interpenetración
circumincesional antes mencionada, es el lugar en que nuestro Dasein constituye
el fundamento de todas las cosas, se da a sí mismo en todas las cosas y hace
que cada de una de ellas sea en su respectiva mismidad; al mismo tiempo, reúne
a todas las cosas en su propio fundamento, llegando a ser su centro y dueño
absoluto. Así es el yo en el campo de la vacuidad, que emerge del no-ego a su
naturaleza. De esta forma tiene su carácter lúdico elemental. En el pensamiento
occidental, Heráclito o Nietzsche también apuntan en esta dirección cuando
conciben el mundo cíclico y lo consideran una especie de juego. Como he
expuesto, para que el mundo fuera considerado cíclico tenía que ser concebido
intuitivamente como un todo único y esa intuición lo devolvía a la base del
instante, es decir, al fundamento del Dasein. Por tanto, devolver el mundo al
fundamento del Dasein es devolver el Dasein a su propio fundamento y excavar en
su fondo. No hay duda de que ésta es la razón por la que pensadores como
Heráclito y Nietzsche experimentaran la vida «como un saltO» desde el fondo del
mundo y su miríada de seres por medio del fondo de sus Dasein, como si fueran
un fuego en erupción desde las entrañas de la tierra. Desde su fondo, la vida
del universo había, por decirlo así, penetrado sus Dasein. Y eso, en mi
opinión, estaba esencialmente vinculado, en el sentido explicado arriba, con la
intuición de la repetición del mundo. ¿No podríamos decir que el fuego
primigenio de Heráclito (el fuego como archi) y la voluntad de poder de
Nietzsche son intuiciones y experiencias de este tipo? En cualquier caso, estos
fllósofos relacionaron el proceso cíclico de la repetición del mundo con el
juego de los niños, pretendiendo expresar con ello una actividad pura
incomparable a ningún indicador teleológico (como es el caso, por ejemplo, de
la inocencia del devenir -Unschuld des VYérdens- de Nietzsche). Es el punto de
vista que considera el horno ludens, el modo de ser humano más elevado. Es el
punto de vista del hombre que ha regresado al terruño del yo al transformar el
proceso del mundo en un juego espontáneo. En la fuente elemental donde el yo
emerge a su naturaleza como yo, su Dasein está en juego con el mundo. Pero, de
nuevo, recordaremos que el juego es algo serio. Por eso, el juego como
distracción no es verdadero juego, como tampoco la seriedad del trabajo
separada del juego es verdadera seriedad. Además, sólo cuando se elimina la
deuda esencial al Dasein, en el punto de vista de sünyata, aparece la verdadera
deuda. Esta deuda no significa simplemente que el Dasein, mientras es
presionado constantemente a hacer algo, se experimente a sí mismo como carga.
Es una deuda que asumimos espontáneamente; una deuda constituida en el estado
de samadhi, en su naturaleza de no-ego y su consiguiente no-mente. Es lo que
hemos llamado una deuda sin deuda, donde la carga impuesta como destino (esto
es, el Dasein mismo) llega a ser una tarea y una vocación para el Dasein mismo.
Puede decirse que el Dasein deja de ser algo impuesto como destino para ser
aceptado como vocación. Aquí, la seriedad no significa otra cosa que el sein
(el ser de la existencia) del Dasein. En la conversión del punto de vista del
karma al de sünyata, el Dasein alcanza una espontaneidad verdadera y elemental
pero ésta es a su vez seriedad y juego. Desde el punto de vista de la voluntad
previa a esa conversión cualquier otra seriedad comparada con la elemental es
mero pasatiempo o Zerstreuung. Fuera del campo del samadhi, la mente ocupada en
el hacer, por profunda que sea, está siempre distraída o dispersa. En el punto
de vista del no-ego y el no-hacer, el Dasein mismo, y todas las actividades que
lo acompañan, se convierten en una vocación. Este punto de vista reside en la
orilla alejada del egocentrismo fundamental de avidya, allí donde se ha abandonado
el impulso infinito denominado codicia y la deuda kármica ha sido saldada. Por
esta razón, la deuda del Dasein que emerge a la vacuidad es una deuda sin
deuda. Es una deuda que se libera del egocentrismo y del impulso infinito que
lo acompaña. Es una deuda para con el prójimo. Al ser admitido como tarea y
misión, el Dasein (que implica todo nuestro ser, todo nuestro hacer, todo
nuestro devenir) comporta una deuda con su prójimo. Cuando el Dasein regresa a
su propio fundamento en el campo de sünyata para llegar a ser él mismo
extáticamente (o en su tathata), su ser se constituye en función de la deuda
con los demás. Su deuda con los demás lo hace ser tal como es. La existencia
como tarea está en el fondo dirigida al otro y centrada en el otro. En su modo de
ser fundamental, el Dasein convierte a todas las cosas en su dueño, las
comprende y les da su ser. Esto pertenece a la esencia de la existencia desde
una interpenetración circumincesional. La tarea que implica la deuda hacia los
demás pertenece a la esencia del modo del Dasein en la vacuidad. Es natural que
desde el punto de vista de Sünyata el Dasein emerja desde el no-ego. El «como
es» y «como debería ser» son aquí lo mismo; la tarea del «deber» está dirigida
al «ser». Por tanto, si este ser existe en un hacer constante (que es aquí un
hacer como no-hacer) , y, además, en el campo de la vacuidad hacer se
manifiesta extáticamente como verdadero hacer, entonces, el hacer en su forma
elemental y original viene a ser, en nosotros, algo que está dirigido a los
demás y hace de éstos su señor. No obstante, recordemos que este dirigirse
hacia el otro o centrarse en el otro es un aspecto del modo de ser de las cosas
tal como son (en su tathata) en el nexo de interpenetración circumincesional.
Como tal, sólo puede tener lugar concretamente junto a su otro aspecto, el del
Dasein que comprende todas las cosas en su propio fundamento y llega a ser
señor, dondequiera que esté como centro absoluto, de todas las cosas. En otras
palabras, como explicamos en el capítulo anterior, mantiene a todas las cosas
en un sustento común (dharani) en su naturaleza dhármica. Ésta es la faceta
dirigida a uno mismo: el egocentrismo del Dasein. Empleo el término
«egocentrismo» aquí, pero es el centrarse de un yo que es noego, de un «yo que
no es un yo». Es verdadero egocentrismo. Desde este punto de vista, el carácter
de tarea del Dasein significa que el Dasein se realiza (actualiza y aprehende)
para siempre como sí mismo en su sentido
original. La tarea es actualizar la existencia que emerge a su naturaleza desde
el no-ego y revelar el significado de esa existencia; y, al hacerlo, situar y
aprehender esa existencia. A la luz de lo que ha sido expuesto en el capítulo
anterior, podemos decir que «obtenemos la mente de» la naturaleza de esta tarea
al adaptar nuestra propia existencia a su fuente. Lo que acabamos de señalar
sobre la realización del Dasein como una emergencia en su propia naturaleza
desde el no-ego no es diferente de lo que se dijo antes sobre el entendimiento
samsárico: la vida del Buda en la Existenz del «dejar caer el cuerpo-mente, el
cuerpo-mente caído». No es distinto de la manifestación y la aprehensión de la
mente Tathagata o mente del Buda. En cuanto al yo que llega a ser él mismo no
es meramente una cuestión de la voluntad del yo. Tiene que ver con el modo
natural del yo en la emergencia a su naturaleza de no-yo; tiene que ver con que
el Dasein, en el fondo, constituya una tarea para sí mismo. Cuando Dógen dice
que dejar caer cuerpo y mente es la práctica del zen, parece sugerir lo mismo.
Practicar y observar la senda del Buda no es más que el Dasein del yo en el
campo de la vacuidad. Aquí hacer adquiere el carácter de una observancia
religiosa; aquí el ser uno mismo no es distinto del llegar a ser uno mismo o
del hacer un sí mismo de uno mismo. Respecto al carácter vocacional de nuestro
Dasein, cargar una deuda sin deuda significa que la existencia como tal es una
práctica religiosa. En el campo de la vacuidad, el nexo dinámico de ser, hacer
y devenir implica esencialmente que uno es una tarea para sí mismo. A pesar de
que hablemos de practicar zen y observar la senda del Buda, no sugerimos que
sólo el budismo pueda mostrar el rostro original de la existencia en la
observancia. Está implícito en toda vida religiosa verdadera. Hay diferentes
interpretaciones de la práctica religiosa, tantas como diferentes maneras de
entender el karma, por ejemplo, en las enseñanzas del Propio poder (el
denominado «sendero de los santos» ejemplificado por el zen) y las del Otro
poder (de las escuelas budistas de la Tierra Pura). Aquí, no obstante, no nos
aferramos a ninguna religión o concepción filosófica determinada. Mi propósito
es investigar la forma original de la realidad y del hombre -que es parte de
esa realidad-, incluyendo los puntos de vista antirreligiosos y antifilosóficos
de los que son ejemplos el nihilismo de Nietzsche y el cientifismo de la
secularización. Si he tratado con frecuencia los puntos de vista del budismo y,
en particular, del budismo zen, la razón fundamental es que, en mi opinión, es
ahí donde aparece este rostro original de forma más clara e inequívoca. En unos
párrafos anteriores, sostenía que la forma original de la realidad y del
hombre, en palabras de D6gen «sarpsara como vida del Buda», se explicaba como la
realización (manifestación y aprehensión) de la mente del Tathagata. El hecho
de que el yo llegue a ser él mismo radicalmente de esta forma, nos muestra la
emergencia natural del yo desde el no-ego. Sin embargo, la misma visión se
encuentra en un partidario del nembutsu (la invocación del nombre de Amida) de
la escuela del Otro poder absoluto, Manshi Kiyozawa (1863-1903). En las
primeras palabras de su célebre ensayo «La gran vía del Otro poder absoluto»,
describe el yo como sigue: «Mi yo no es otro que este ser que está aquí y se
encuentra arrojado en las circunstancias presentes, se deja llevar confiado en
el obrar maravilloso del Uno absoluto e infinito, tomando las cosas como vienen
y viviendo de acuerdo con el dharma»65. Si nos remontamos más atrás en la
historia, recibimos ecos de esto, por ejemplo, en el pasaje de Shinran que
dice: «"Quien se regocija en la fe", dice el Buda, "es idéntico
al Tathagata". La «gran fe» es la naturaleza del Buda; la naturaleza del
Buda es Tathaghata»66. O en otra obra: «El nembutsu es el único camino libre de
obstáculos»67. De ahí, se deduce que la observancia de la invocación del nombre
del Buda, en tanto que es una actividad humana que tiene lugar en el sendero
del Buda, no tiene nada que ver con los cálculos del individuo que practica. Es
un errar libre y alegre. Tal observancia no es distinta de la «mente en juego
de la Tierra Pura» que menciona Shinran en sus himnos búdicos. ¿No apunta esto
a la misma forma original del hombre y de la realidad? En cualquier caso, el tema
de este ensayo es la investigación de esa realidad al margen, de momento, de un
juicio sobre posturas religiosas como las del Otro poder y el Propio poder; y,
por esa razón, se aparta de un punto de vista religioso o filosófico
determinado. También era ésa la intención que nos condujo en la discusión sobre
las nociones de vacuidad y karma. No me he interesado por ellas como doctrinas
simplemente reducidas a un contexto budista. y también la tarea del Dasein ha
sido tratada desde este horizonte. Por tanto, repetimos que en el campo de la
vacuidad no hay diferencias entre la orientación hacia el yo o el egocentrismo
del Dasein y esa otra orientación descrita arriba. Son una y misma tarea o
vocación. Esto se da de forma natural en
el Dasein que emerge a su naturaleza en el campo de la vacuidad en la forma de
no-ego, de no-dualidad del yo y del otro. Desde la perspectiva que sitúa al
otro en el centro, parecen naturales afirmaciones como la de D6gen, según la
cual antes de cruzar a la otra orilla uno mismo primero hay que llevar a los
demás al otro lado. Sólo con el regreso de los demás al más allá, a la «otra
orilla», al sarpsara-en-el nirval).a, donde están libres del
nacimiento-y-muerte y por ello están en su propio terruño, el yo puede regresar
realmente al suyo propio. La salvación de uno mismo consiste solamente en la
salvación de los demás. A la inversa, tenemos una declaración como la de
Rinzai: Si encuentras a un Buda, mátalo; si encuentras a un patriarca, mátalo;
si encuentras a un sabio, mátalo; si encuentras a tu padre o a tu madre,
mátalos; si encuentras a tus parientes, mátalos. Sólo entonces obtendrás la
liberación y morarás en completa libertad emancipadora, sin estar atrapado
emocionalmente por las cosas68• Estas palabras parece provenir de una mirada
egocéntrica. Aquí, en el ser verdaderamente sí mismo del yo, el medio por el
que cada otro regresa a su propio fundamento se revela como el Dasein mismo.
Esto significa que el camino del Buda, que existe por el impulso a la salvación
de los demás, se comprende y se mantiene como el Dasein mismo. El campo en el
que todos los demás debieran encontrar la salvación (más bien, el campo donde
están salvados en el fondo pero no lo saben, y donde su salvación se actualiza
cuando se dan cuenta de ello) es aquel que se manifiesta en el Dasein. Darse
cuenta de ello es otra forma de decir que el yo viene a confiar en sí mismo. y
esto significa confiarse al modo de ser en ese campo y como ese campo. Ésta es
la «auto confianza» a la que se refiere Rinzai como aquella que en su propio
beneficio es, al mismo tiempo, un beneficio para los demás. Por tanto, tras las
palabras de Rinzai vemos una profunda compasión natural. El verdadero ser
centrado en el yo significa que el yo llega a ser un centro absoluto a través de
su negación absoluta, que tiene lugar en la conversión del campo de la
nihilidad al de la vacuidad, y del campo del karma al del no-ego. No obstante,
he descrito la vacuidad como una esfera cuyo centro está en todas partes y cuya
circunferencia en ninguna. En el fondo, cada cosa entre las demás es un centro
absoluto. Es más, para regresar a nuestro propio terruño, debemos pasar por una
conversión, fuera de nuestra morada habitual en el campo del karma y la
nihilidad. Tenemos que matar al yo completamente. y esto implica matar al Buda,
los patriarcas y todo lo demás; es atravesar el lugar donde el yo y lo otro son
diferenciados y son relativos uno a otro. El yo mismo regresa a su propio
fundamento sólo cuando mata a todo otro, y, en consecuencia, se mata a sí
mismo. Esto podría ser expresado como egocentrismo del yo sin forma, o el yo
del no-ego que ha abandonado todo egocentrismo. La observancia (y su Dasein)
que sostiene la «carne y la sangre» de ese yo de la no-Forma, en tanto que
realiza ese sendero y ese lugar, no es otra cosa que la revelación del camino
para que los demás regresen a su propio terruño matando a todos los demás y con
ello a sí mismos. Esta relación de interpenetración circumincesional abriga una
lucha elemental en el sentido de lo que Heráclito llama padre de todas las
cosas. El que cada cosa sea un centro absoluto anuncia una lucha superior a
toda lucha. Puesto que tiene lugar sólo en la vacuidad y el no-yo, esta lucha
también es armonía absoluta y paz elemental. Una calma que no alcance ese punto
está contaminada de lucha, no es verdadera calma. En la vacuidad, la lucha y la
armonía elementales son esencialmente una. Ahí, la lucha es lucha absolutamente
sin lucha, una lucha que es porque está absolutamente libre de lucha, y de ese
modo, como tal, es armonía. El lugar de la interpenetración circumincesional es
el lugar de esa armonía. Y en el fondo, todas las cosas se manifiestan en su
forma elemental y original en ese lugar; y el Dasein, cuando emerge a su
naturaleza desde el no-ego, es la realización de ese lugar. Por eso el ser
centrado en el yo sucede a la vez que la centralidad del otro, y la centralidad
del otro a la vez que el egocentrismo. Y esto es lo natural y lo que debe ser.
Es decir, es «dhármicamente natural». En este sentido, las palabras citadas
arriba de D6gen deben querer expresar también este egocentrismo que es además
una centralidad del otro. Nos dice sobre el Rey Samadhi de los samadhis que
«arranca el ojo de los budas y los patriarcas y entonces se sienta en su cavidad»
. Al referirse al «samadhi autorregocijante», señala: «Divertirse uno mismo
libremente en este samadhi es propio del sentarse en zazem69• AqUÍ juego es la
práctica del zen y practicar el zen es juego; este juego elemental es seriedad
elemental, y viceversa. Es el punto de vista donde el no-yo es el yo, donde el
verdadero yo emerge a su naturaleza de no-yo, el campo del «dejar caer cuerpo-mente, mente-cuerpo caído». Es también
el punto de vista donde se lleva a los demás al otro lado antes de cruzar a la
otra orilla uno mismo. Por ello en otro lugar hallamos a D6gen recalcando: El
zazen de los budas y los patriarcas, desde los primeros pasos de una mente
religiosa, ya supone el voto de recoger los dharmas de todos los budas. Por
tanto, en su zazen no olvidan a ningún ser sensible ... , prometen salvarlos a
todos y entregarles cada mérito que obtengan. Ésta es la razón por la que los
budas y los patriarcas siempre habitan en el mundo del deseo y siguen el camino
del zazen. En el denominado Rey Samadhi de los samadhis, «el voto de llevar a
los demás a la otra orilla» es, como tal, el juego del «samadhi
autorregocijante». La práctica del zen sería el punto de vista de la deuda sin
deuda hacia todos los demás seres. Todo es «beneficio propio»-en-«la práctica
del beneficio del otro»; a esto lo hemos denominado el carácter de tarea del
Dasein mismo. También, por este motivo, la más solemne observancia religiosa
que se emprenda en beneficio de los demás es un samadhi regocijante; y el juego
totalmente libre y sin restricciones que no se ve afectado por nada, es la
seriedad más elemental. Antes se hizo una breve alusión a las concepciones del
juego elemental en Heráclito y Nietzsche, pero, a la luz de lo que hemos visto
después, resulta dificil decir que esas concepciones alcanzan "el
verdadero carácter de juego. No contienen la centralidad del otro por la que
llegan a estar vacíos y a hacer de los otros su señor. El egocentrismo de su
juego carece de un significado que sea al mismo tiempo una práctica dhármica.
Carece de la práctica del punto de vista del Rey Samadhi que mantiene a todas
las cosas en dharanl, de acuerdo con el dharma (o logos). No puede decirse que
hayan llegado al auténtico egocentrismo del yo de la vacuidad absoluta que
mantiene bajo su dominio a todos los dharmas y que como señor dondequiera que
esté impone su verdad. Continúan siendo puntos de vista de la voluntad, no de
Sünyata.
Es aquí donde empieza la metanoia del papa convirtiéndose
en un Leon
Si en la vacuidad el Dasein asume el carácter de
tarea, tal como se describió anteriormente, lo remarcable aquí es la infinitud
que esta tarea implica esencialmente. El Dasein es para sí mismo una tarea
esencialmente ilimitada. El hecho de que
sea él mismo, se haga a sí mismo, y así llegue a ser él mismo, significa que se
debe a sí mismo una deuda ilimitada. y esto, a su vez, comporta una deuda
infinita con todos los demás. Esta deuda puede atribuirse a tres hechos: a que
el Dasein existe en un mundo-coma-nexo temporal y espacialmente infinito; a que
en relación a las cosas esté constantemente ocupado haciendo algo; y a que se
origine en el tiempo. No obstante, a diferencia de lo que tiene lugar en el
karma, en Sünyata, el Dasein atraviesa el autoenclaustramiento total de avidya
y vuelve a . su Forma original de la no-dualidad del yo y del otro. En vez de
permanecer en la nihilidad, permanece en el no-ego. Al desprenderse del impulso
infinito, logra un no-hacer, esto es, un hacer que está libre de la mediación
del yo. En este sentido, la vacuidad es un campo de trascendencia absoluta, una
trascendencia del tiempo y el espacio, de la necesidad causal y del
mundo-corno-nexo. Pero esta trascendencia absoluta es, al mismo tiempo, una
inmanencia absoluta. El saI1lsara-en-el nirval)a, como ha sido observado, es el
verdadero saI1lsara y el verdadero nirval)a; pero el nirval)a, el más allá
absoluto, sólo se manifiesta como samsara, que es el más acá absoluto. El campo
de la vacuidad verdadera se manifiesta sólo al unísono con ese nexo dinámico
del ser, hacer y devenir en el tiempo o, más bien, como tiempo. Ése es también
el significado de lo que se dijo respecto al verdadero Dasein como un yo que
emerge a su naturaleza desde el no-ego. El Dasein, en su ser en el mundo es un
no-ser-en-el mundo; y porque es un no-ser-en-el mundo es un ser en el mundo.
Como tal, está esencialmente libre de cualquier deuda y, de este modo, carga
también esencialmente con una deuda sin deuda. El Dasein, en la vacuidad, como
un nexo dinámico junto al mundocomo-nexo ilimitado, puede ser considerado bajo
tres formas. La primera es una existencia que hemos denominado sarpskrta (un
ser-en-el hacer) , un devenir infinito en el mundo, nacer y morir de un momento
fugaz a otro en un tiempo sin principio ni fin. Esta forma implica hacer algo
continuamente. En segundo lugar, en el campo de la vacuidad, como trascendencia
absoluta, percibimos un antes en el fundamento del presente, anterior a
cualquier pasado -no importa lo lejos que se remonte-, y un después, más allá
de cualquier futuro susceptible de ser proyectado. En este fundamento del
presente, el Dasein es eterno; permanece en el principio y por eso, también, en
el fin del tiempo más allá del mundo y su causalidad (los «tres mundos»). Sin
embargo, esta trascendencia absoluta se manifiesta al unísono con la inmanencia
absoluta que se mantiene desde la primera forma del Dasein. En tercer lugar, de
la misma forma que podemos referirnos al nacimiento como no-nacimiento, y a la
extinción como no-extinción, cada instante temporal puede ser denominado
«mónada de eternidad». Aquí, todo momento del tiempo pasado que se remonta a la
antigüedad y todo tiempo que se dirige al futuro infinito que no podemos ver,
es asimismo simultáneo con el instante presente. El instante presente sólo se
hace manifiesto como algo que proyecta (refleja) en sí mismo, por decirlo así,
todo pasado y futuro posible. Indistintamente, el instante presente sólo se
hace manifiesto como algo en lo que están proyectados (transferidos) todos los
pasados desde el principio del tiempo y todos los futuros desde el final del
tiempo. El instante acontece como un dhararli que mantiene todos los pasados y
todos los futuros en el presente. (Por esta razón he utilizado el término
«mónada de eternidad», en vez del «átomo de eternidad» de Kierkegaard.) Desde
otra perspectiva, en el instante presente, el presente es el fundamento de
todos los momentos del tiempo pasado y futuro sin dejar de ser nunca el
fundamento del presente. Puesto que un instante siempre es un ahora presente,
cada momento pasado y futuro, sólo puede ser constituido como tiempo en tanto
que instante. De esta forma, el presente es simultáneo con cada momento pasado
y futuro, mientras que inexorablemente es tiempo presente. El pasado y el
futuro nunca dejan de ser un antes y un después respecto del presente; el orden
del antes y el después en la secuencia temporal nunca es abolido. Esto es,
mientras todo momento temporal es él mismo -el pasado inexorablemente como
pasado, el futuro inexorablemente como futuro- es simultáneo al presente. En
esta simultaneidad, el presente comprende todos los pasados y todos los futuros
y mantiene un sustento colectivo (dharani) sobre ellos. ¿Qué está siendo
comprendido y mantenido de este modo en el presente? No es sólo lo que
realmente ocurrió en el pasado y lo que realmente ocurrirá en el futuro. Es
también lo que no ocurrió en el pasado, pero podría haber ocurrido. Todas esas
diferentes posibilidades, que han sido eliminadas de la determinación a ser
actualizadas y que no sabemos dónde están, también entran en el dharani del
presente, aun sin lograr nunca pasar más allá de la mera posibilidad. La
realidad, como campo de interpenetración circumincesional y como vacuidad, es
un ámbito de indeterminación infinita o posibilidad inagotable. Es lo que la
sentencia zen denomina: «El depósito inagotable que no contiene nada». y el
Dasein, que emerge a su naturaleza en el campo de la vacuidad, lo hace como
algo que mantiene un sustento colectivo en ese depósito inagotable del
presente. La idea de un presente simultáneo a cada momento del pasado y del
futuro puede sonar, en principio, más bien inverosímil. Pero si pensamos que el
principio del tiempo siempre es presente, e investigamos el momento a fondo,
encontraremos que esa simultaneidad se sigue como algo evidente. En la vida
cotidiana, el tiempo es considerado sin principio ni fin, pero también como
irreversible. Ésta es también una Forma esencial del tiempo y la primera forma
del Dasein mencionada. Cuando en el nexo dinámico del ser, hacer y devenir del
Dasein, el ser como devenir surge en el hacer, donde nacer y morir coinciden en
el instante presente, entonces consideramos al tiempo como algo que se extiende
hacia atrás y hacia adelante, sin fin, con su punto de origen en el presente.
Este infinito es la proyección en el tiempo de la apertura infinita que se
oculta directamente por debajo del hacer del presente y desde cuyo interior se
origina el hacer. y el hacer, como algo originado en esta apertura infinita,
anula constantemente el ser (o lo hace impermanente) . Esta anulación al mismo
tiempo hace del ser un nuevo ser, de modo que el ser es constituido como lo que
está deviniendo. No obstante, en tanto que este devenir siempre es nuevo -y el
hacer es en cada ocasión un hacer de una vez para siempre-, el tiempo debe ser
considerado irreversible. El hecho de considerar el tiempo como algo dilatado y
sin límites, antes y después del presente sin principio ni fin, está vinculado
esencialmente al tiempo irreversible. Sólo en el tiempo irreversible podemos
hablar de remontarnos hacia atrás en busca de un principio y hacia adelante en
busca de un final. Por el contrario, no puede hablarse de irreversibilidad
excepto en términos de un tiempo que se abre infinitamente en ambas direcciones
desde el presente. Todo esto es, en efecto, una Forma esencial del tiempo.
Cuestiones como la novedad o la naturaleza irrepetible del presente son
momentos esenciales de la historicidad
del tiempo. Sin embargo, cuando esta forma se considera en abstracto desde la
totalidad, obtenemos el punto de vista progresista de la secularización. En su
abstracción, este punto de vista no tiene en cuenta que la idea del tiempo sin
principio ni fin se constituye al unísono con una apertura infinita del
presente. Esta apertura, como apertura de la nihilidad, se oculta en cada paso
del progreso. Pero cuando tiene en cuenta dicha apertura, el punto de vista del
progreso sólo puede desembocar en el nihilismo. Ahora bien, este punto de vista
nihilista ya apunta a la segunda forma del Dasein. AquÍ el principio, y por
tanto también el fin del tiempo, ya ha surgido a la conciencia, y el horizonte
de eternidad ya se ha revelado en el fondo del presente. Pero esta eternidad
alcanza la conciencia como nihilidad eterna, y en ese campo de nihilidad el
mundo es intuido como un todo, en el sentido antes mencionado de «no hay nada
fuera del todo» (Es gibt Nichts ausser dem Ganzen). Esto es, aquÍ el tiempo es
indirecto: principio y fin son uno. El proceso del mundo se vuelve un
acontecimiento indirecto, en donde tiempo y mundo son intuidos como un todo
único en el terreno del presente. Entonces, en vez de un tiempo sin principio
ni fin, tenemos un tiempo cuyo principio y fin son el mismo. AqUÍ el tiempo no
es irreversible. La repetición circular y la irreversibilidad son Formas del
tiempo mutuamente excluyentes. El retorno de los mismos acontecimientos implica
una reversibilidad esencial. Mientras que es cierto que la presencia de un
principio y un fin del tiempo en el fundamento del presente y que la apertura
del horizonte de la eternidad constituyen una Forma esencial del tiempo (y del
Dasein), sin embargo, la idea de un tiempo del mundo recurrente ha abstraído
únicamente uno solo de los aspectos. El presente aquÍ no es un campo donde se
origine algo nuevo en sentido elementa1. El tiempo y el proceso del mundo se
convierten en las mismas cosas reiteradas una y otra vez. Este proceso de
repetición fue comprendido en la visión mítica del mundo como la actividad de
la vida en el campo de lo que se denomina naturaleza panteísta y en la visión
del mundo de la filosofía moderna, como la actividad de la voluntad en el campo
del nihilismo ateo. Sin embargo, en ninguno de estos casos, la apertura del
horizonte de la eternidad en el fundamento del presente significa,
verdaderamente, un momento esencial de la historicidad del tiempo. N o van más
allá de una mera deshistorización del tiempo.
En ellas, por ejemplo, no encontramos el sentido de
«instante» que Kierkegaard llama, en El concepto de angustia, «síntesis del
tiempo y la eternidad». La forma de la eternidad del presente puede funcionar
como la Forma elemental del tiempo (y, por consiguiente, del Dasein) al unísono
con la primera Forma. En sus Migajas filosóficas, Kierkegaard, como es bien
sabido, concede a la aparición del «instante» en la cristianismo una
significación decisiva. y en algunas de sus obras discute la «simultaneidad con
jesús». No obstante, dejando a Kierkegaard aparte, cuando nuestro Dasein es
considerado en el presente, en el momento donde tiempo y eternidad se cruzan, o
bajo la forma de la infinitud, se piensa a las criaturas sostenidas en el
fundamento de su existencia a causa del poder del Dios Creador, en el sentido
de que la creación de Dios sigue en marcha. También en la filósofla moderna,
desde Descartes, esta relación ha recibido todo tipo de interpretaciones. Pero
a pesar de éstas, en dicha relación de Dios con las criaturas, se abre el
horizonte de la simultaneidad, en la medid? que incluye el sentido de una
síntesis del tiempo y la eternidad en el fundamento del presente. En el
horizonte de la eternidad, las cosas anteriores y posteriores en el tiempo, son
proyectadas (reflejadas y transferidas) al presente, del mismo modo que el
presente es proyectado en el pasado y en el futuro. Por ejemplo, en el caso del
pecado original que señala el principio de la historia, se dice que en el
pecado de Adán todos los hombres han pecado simultáneamente y, a la inversa,
que el pecado de Adán todavía actúa, como herencia, en el fundamento de la
existencia de todos los hombres. Encontramos el mismo modo de pensar en el
juicio que señala el final de la historia. Según esto, el último día ya ha
llegado en el presente o, por el contrario, el presente ya está en el juicio
final. Una visión del tiempo de este tipo no es producto de una fantasía
ociosa, sino que, de hecho, muestra una conciencia del Dasein muy profunda. La
voluntad que opera en la creación y la providencia de Dios es, visto desde el
devenir de las criaturas, siempre una voluntad nueva, que emerge como una
secuencia de sucesos irrepetibles. Pero visto desde el lado de la voluntad
misma, el conjunto debe tener lugar de una vez. En un sentido, la totalidad del
tiempo sólo puede existir como un instante único. En el lugar del fundamento
del presente, donde la voluntad de Dios y las criaturas entran en contacto
entre sí, donde se cruzan tiempo y eternidad, las cosas consecutivas pero
irrepetibles deben ser simultáneas.
Ahí tenemos Un campo donde el tiempo irreversible, sin
dejar de serlo, se hace reversible. El arrepentimiento, el perdón de los
pecados, la resurrección, etc., sólo son concebibles en este campo. No puedo
entrar en esas cuestiones aquí. Basta con recordar lo que se dijo antes del
carácter radicalmente histórico en el que aparece el tiempo en el cristianismo,
a pesar de que la historia misma sea pensada con un principio y un fin; y no
deberíamos olvidar lo que se dijo de la secularización como un giro hacia el
nihilismo. Aquí se ha considerado el punto de vista del karma como algo que
implica, al igual que la secularización, una visión del tiempo sin principio ni
fin e irreversible, pero a diferencia de ésta, la primera conlleva en su fondo
una conciencia de la nihilidad. Es más, hemos tratado la perspectiva de sünyata
como una conversión de la perspectiva del karma. Se ha sugerido que en sünyata,
la síntesis de tiempo y eternidad en el instante presente significa una
simultaneidad de todos los pasados y futuros con el presente, al tiempo que
permanecen sostenidos (dharam) en el Dasein. Esto significa que el Dasein
emerge a su naturaleza en el campo de la vacuidad en el interior de un
mundo-corno-nexo ilimitado en una interpenetración circumincesional con todos
los demás seres existentes. Aquí todas las cosas pasadas y futuras, sustentadas
colectivamente (dharani) en el fundamento del presente -es decir, todas las cosas
que aparecen en el mundo- se convierten en responsabilidad y tarea del Dasein
como una deuda sin fin (aunque, como deuda sin deuda). Es una tarea cuya
modalidad es la de una «no-dualidad del yo y el otro»; es un estar centrado en
el yo, estando centrado en el otro y un estar centrado en el otro, estando
centrado en el yo. En los Cuatro grandes votos de bodhisattva es, quizás, donde
mejor se ha mostrado el rostro original de ese Dasein:
Por numerosos que sean los seres sentientes,
hago el voto de
salvarlos a todos.
Por inagotables
que sean las pasiones mundanas,
hago el voto de extinguirlas todas.
Por inconmensurables que sean las puertas del Dharma,
hago el voto de
abarcarlas todas.
Por incomparable que sea el camino del Buda,
hago el voto de
alcanzarlo.
Más es en Cristo que ese voto se cumple
Es en el que el logos se encarna y se abre
Y dicho esto el PAPA Abrió su logos
Y el león de
juda rugió desde la eternidad.
Y yo la niña socrática quede iluminada