LA HISTORIA DEL SER EN EL
PENSAMIENTO OCCIDENTAL
PROF. DR. ARMANDO SEGURA
SUMARIO: 1. Ser y Pensar. 1.1. La
fenomenología histórica de la articulación. 1.2. La ontología histórica de la
articulación entre ser y pensar. I.—Las
categorías ontológicas de la articulación.
1.1. La categoría de la identidad ontológica. 1.1. La no-diferencaiación entre
ser y pensar. 1.2. La no-diferenciación entre ser y obrar. 1.3. La
no-diferenciación entre teoría y praxis. 1.4.
La no-diferenciación en el fundamento
entre ontología y ética. 1.5. La no-diferenciación entre ontología e historia.
1.6. Excursus sobre no-diferenciación.
II.1. La categoría de la
trascendencia. 1.2. La transcendencia en el sentido
de diferencia. II.1. La instancia de
lo santo como radical ontológico. 2.2. Las
demás instancias transcendentales. 2.
La transcendencia en el sentido de participación. 2.1. El tiempo como
participación de lo santo. 2.2. La Historia
como participación del «télos». 2.3.
La Historia como realización de sus radicales ontológicos. III.—La Modernidad
juzgada desde las categorías de la ontología histórica.
La expresión heideggeriana «Historia
del ser», es tomada aquí
más que a título de mero pretexto. En
principio HEIDEGER partiendo
de NIETZSCHE
1 muestra una visión del pensamiento
occidental desde ARISTÓTELES que abona su propia concepción de la Metafísica
cuyo acabamiento es el nihilismo
nietzscheano. En buena parte el
análisis parece lúcido, visto en el
todo del resultado y la Modernidad ya en DESCARTES por imperativo de la certeza
del cogito resulta una primacía de la voluntad* y por ende de la praxis.
Aquí no vamos a parafrasear o glosar
las páginas de NIETZSCHE y
de HEIDEGGER, toda una pauta
hermenéutica de la Historia del pensamiento occidental. Pero vamos a retomar la
cosa en su fundamento —GRUND— y ver desde nuestra perspectiva, qué sentido
tiene la Historia del Ser, lo que nos obligará a repensar el ser de la
Historia y por último considerar si
nuestra reflexión nos permite un juicio, una «krisis» sobre las determinaciones
de la teoría y de
la praxis en el pensamiento
occidental.
1. Ser y Pensar
Desde PARMÉNIDES
, no sólo ha sido pensado el ser,
sino lo
que es más importante, desde el punto
de vista de la Modernidad,
ha sido pensado el pensamiento.
Sabido es que HEIDEGGER no acepta
la posibilidad de una reflexión,
subjetiva crítica en los griegos4
en
contra del criterio de HUSSERL5
. Pero aquí no se trata, no es tema,
la subjetividad del pensamiento que
apunta en PROTÁGORAS
sino
la cogitabilidad del pensamiento como
algo tan real como la realidad
misma.
También en HERÁCLITO, aparece el
«lógos» como lo común7
,
aquella armonía oculta mayor que la
manifiesta8
. Pero en esto mismo se ve, en la
ocultación del lógos que aparece en muchos fragmentos de HERÁCLITO, la
disparidad, en este punto, de su pensamiento con PARMÉNIDES. En efecto lo que
en aquél es oculto, el
lógos, en PARMÉNIDES es «lo
desvelado» la «alétheia». Y esto tiene
sus consecuencias lógicas puesto que
el Ser es verdadero-alethés—
y por esto «una misma cosa es el ser
y el pensar». En HERÁCLITO
se muestra el lógos como lo difícil e
incognoscible, casi nouménico.
En PARMÉNIDES por el contrario el
pensar-noein— es lo patente
lo único que produce certeza
—pístis—. Por eso PARMÉNIDES se
permite por lo menos decir, ya que no
pensar, el no ser, pero decir
el no ser y declararlo como no
pensable, implica que lo patente
del ser no tiene contrarios. En
HERÁCLITO, vemos claramente que
el noein del lógos es el discurso que
armoniza los contrarios. Para el pensar de HERÁCLITO, una sola cosa es lo
convergente y lo divergente
. Sin embargo el pensar parmenídeo
piensa el ser unívocamente y no puede pensar su contrario.
Eso hace a HERÁCLITO, padre del
pensamiento dialéctico-especulativo y a PARMÉNIDES, padre de la reflexión
formal y abstracta. Lo
que aquí importa es precisamente como
aparece y es posible, las dos
cosas en su propio orden, la
historicidad del ser y del pensar. Pero
antes hemos de responder a la
pregunta: En la Metafísica occidental
desde PARMÉNIDES ¿cómo se articulan
ser y pensar? Ello obliga a
través de dos niveles ver esta
articulación en la fenomenología de
su historia y en la ontología de su
estructura.
1.1. La fenomenología «histórica» de
la articulación
El epígrafe no nos debe llevar a la
tentación de una exhaustividad prolija y por otra parte cómoda sino a la
exigencia de lo fundamental, de cómo se resuelve de facto, en el aparecer
histórico, el
tema en el pensamiento griego, en el
cristiano y en el moderno.
Pensar la articulación del ser y del
pensar puede parecer un círculo
vicioso, pero la única alternativa es
no pensar y la abdicación del
pensamiento en favor del logos vacío
de realidad, entra de lleno en
la ontología del accidente y del no
ser
, camino vedado por la diosa.
Si por pensamiento griego entendemos
la época dorada del siglo V y IV antes de C, el pensamiento aparece como ousía,
tanto en
PLATÓN como en ARISTÓTELES. El
«Sofista» sin embargou
nos
pone sobre aviso de que la ousía por
excelencia, el «genos» supremo
es la «idea» de «tó agathón» de lo
bueno y bello en sí y por sí,
lo que se había repetido en los
diálogos de madurez. Ello puede
estremecer la mente moderna puesto
que el Bien es lo apetecido por
la voluntad y el ser es un género
secundario que participa del Bien.
Dejando a un lado la interpretación
filo-kantiana de HEIDEGGER
no se puede negar que el
conocimiento, la gnosis, de las ideas es una contemplación de las verdaderas
realidades y que justamente la
del Bien supremo no puede ser
adquirida con esfuerzo sino que es
fruto de una revelación
. Por tanto, tó agathón es «tó hén»
cuya
ousía es tan trascendente que no
puede ser conocido si el mismo
no se hace presente. Por lo que
debemos concluir en que la «koinonía» entre los géneros supremos hace incluso
en PLATÓN que la
realidad del Bien esté por encima de
la voluntad y no la voluntad
por encima del Bien. La desnudez de
la verdad griega exige para
las ideas platónicas ese grado de
«cosidad» y no hay por tanto tema
para la «objetivación» como tampoco
para una subjetividad constituyente. Habremos pues de decir que el «kosmos
noeetós» platónico
es el mundo absolutamente real, «auto
kath'autó» y que su substancialidad queda fuera de toda duda
. Aparece pues el pensar como
idéntico con el ser lo que hace del
ser un «reino de fines» y las
realidades ideales son télos, fin
racional de la praxis humana.
En ARISTÓTELES, a pesar de la
aparatosidad de su crítica contra
la Academia, nada esencial ha
cambiado. La ruptura está más bien
en el «topos» donde el «eídos» se
aloja. Los dos mundos, parecen
haberse emparejado de tal manera que
la ousía sólo adquiere presencia en la materia, para los seres físicos. Y con
todo, dejando a
un lado interpretaciones parciales
como las de JAEGER
1S
y AUBENQUE
, la coherencia interna de la obra
aristotélica e incluso su proyección histórica, esclarecen enormemente la
unidad del pensamiento
aristotélico. ¿Cómo sería posible
mantener la unidad de la física aristotélica si la separamos de su finalismo?
Precisamente este fue el
caballo de batalla en el mismo siglo
XVII frente a los matemáticos
pitagorizantes como GALILEO. Pues
bien que la finalidad sea el motor de los móviles en última instancia, que el
motor sea decisivamente, fin, lleva a la identificación de toda realidad física
o metafísica con la racionalidad. El genio de ARISTÓTELES salvó no obstante el
área propia de la hylé, de la materia, en donde lo indeterminado y el azar son
lo esencial de ese inesencial que es la mera potencialidad. Este reino de la
materia, que para ARISTÓTELES coincide en parte con la Historia
no es pensable, no hay de él ciencia
y sin embargo sin él no hay
existencia por lo menos en el terreno
de la physis. Y en la clave última de
su sistema el motor y fin
último, la verdadera ousía, que es el
acto puro o primer motor,
aquella substancia primera y radical
en relación a la cual, las demás
substancias lo son por homonimia se
define como «gnoeesis gnoeeseos», nada menos que pensamiento de pensamiento. En
la línea de
PARMÉNIDES, la suma realidad se cruza
con la suma racionalidad que
es la autoconciencia, en la cual y
esto nos interesará en el futuro, no
hay materia, ni contingencia y por lo
tanto no hay historia. Queda
por ver una referencia al acto como
«ergon» y «energeia». ¿Cómo
entender que el fin es a la vez obra?
También habría aquí para una
mente moderna un punto de simpatía. Y
sin embargo una lectura
congruente de ARISTÓTELES obliga a
pensar que la obra, el acto
—ergon— es siempre antes que la
potencia en el orden ontológico.
Ello quiere decir que no cabe pensar
en una primacía de la praxis y
menos de la tékhne en ARISTÓTELES.
Por el contrario, la obra consiste en mover por atracción a los seres con
virtualidad dinámica. En
este sentido el obrar de «tó theón»,
en Aristóteles no es un resultado de la operación de la dynamis sino que la operación
de la dynamis es un resultado de la atracción del obrar. El puro pensamiento y
la pura realidad en «tó theón» se identifican de modo
similar a PLATÓN.
El pensamiento cristiano, en este
punto deudor de la tradición
hebrea es un pensamiento eminentemente
histórico. Ello puede ser
la clave que elucide nuestro tema.
Porque Cristo es verdaderamente,
Dios, verdaderamente Lógos y
verdaderamente histórico, es por lo
que ya podemos anticipar que allí
donde se articula absolutamente
el ser y el pensar, el ser y la
historia, la historia y la verdad es en
el Cristo histórico. Pero aquí
debemos considerar como se presenta
fenomenológicamente en el decurso
histórico filosófico cristiano el
ser y el pensamiento siquiera sea de
forma somera.
Harto se ha discutido en este siglo
la existencia de un miento cristiano
. Si tomáramos la postura de BREHIER,
nada tendríamos que decir que no se hubiera dicho ya en relación con el
pensamiento griego. Pero nos parece monstruoso que la aportación del
cristianismo a la filosofía sea nula
cuando el ser y el pensar se ha
hecho historia precisamente por
Cristo. Para un pensador creyente
esto debería ser un punto de partida
indiscutible. ¿Pero cómo ha
discurrido de hecho el pensamiento
cristiano?
Siendo el cristianismo un pensamiento
de la libertad histórica
desde S. Agustín y aun desde ORÍGENES
, el tema de la realidad del
pensamiento y de la pensabilidad de
lo real, aparece, en especial en
los Padres, fuertemente historizado.
Por tomar el modelo supremo
de este enfoque, el propio S.
Agustín, la última instancia de la historia es la «cháritas», el amor de Dios
que providencialmente impulsa la ciudad celeste frente al «amor sui» que
construye la terrestre. Nunca el pensamiento ha llegado en este punto a cotas
de
mayor profundidad. El esquema
histórico-teológico que va desde la
creación y la caída del hombre hasta
la redención y el Juicio hace
caer en la cuenta que el amor —la
cháritas— ha habitado, ha puesto
su tienda en la historia. ¿Pero qué
significa esto ontológicamente,
que significa que Dios se ha hecho
carne? Algo rupturalmente nuevo
en relación con el pensamiento griego
y es que la historia, desde
ahora, se predica del ser y del
pensar en su nivel más alto. Para
no malentender esta afirmación hay
que recurrir a la fórmula del
Símbolo o sea que Dios sin dejar de
ser verdadero Dios empezó
a ser verdadero hombre. Esta es la
sustancia del pensamiento cristiano y desde ese nudo ontológico hay que
repensar el discurso del
pensamiento cristiano.
Que la realidad absoluta sea de hecho
Historia, a través del Lógos
hecho carne, debe ser entendido no en
el sentido de la muerte de
Dios apuntada explícitamente por
HEGEL
sino en el sentido auténtico del
Símbolo, que no hace sino reflejar la realidad del Cristo histórico de donde
parte la reflexión cristiana. La Historia en su
contingencia ha sido elevada a
eternidad, el tiempo ya no es imagen
simple de la eternidad
como Cristo no es un mero fantasma de
Dios, sino verdadero Dios. El tiempo
cobra valor de eternidad. En
S. AGUSTÍN, el amor de Dios, es decir
Dios mismo ya actúa históricamente
, el reino de Dios ya está dentro de
nosotros y no viene
con espectáculo25; esto sólo puede
significar que en la medida que
los hombres que aman a Dios
construyen la ciudad celeste, la eternidad adviene al tiempo y toda la Historia
de la Humanidad es el
tiempo de la divinización del tiempo.
Lo radical de esta operación
es la persona misma de Cristo cuyo
padecer y morir se atribuyen a
la persona de Dios mismo y esta
persona que históricamente murió
y resucitó estará con la Iglesia
hasta el final de los siglos. Dios por
tanto ha entrado de lleno en los
siglos, no metafóricamente sino en
un lenguaje propio aunque misterioso.
Pero la habitación de
Dios-con-nosotros no es una transformación
de Dios en nosotros en el sentido de
HEGEL y STRAUSS
sino una
transformación de nosotros en Dios.
La pretensión de HEGEL y luego
de la izquierda hegeliana28
de interpretar inmanentemente el
misterio
de la Encarnación de tal manera que
el mundo queda divinizado en
su mundaneidad, de tal manera que
queda abolida la transcendencia
de Dios, es una operación
eminentemente atea que tiene su origen
en SPINOZA. Y es una reiteración de
las pretensiones gnósticas.
Aquí la pensabilidad del ser es luz
de Dios en nosotros, Dios que
ilumina la Historia, empapándola de
su transcendencia29
. Quien viera
en el cristianismo un modo intuitivo
de representar lo absoluto en la
historia, no habría entendido nada.
Pues es la misma realidad cendente, el Uno, «to hén», el que desde toda la eternidad
es Palabra, Lógos y esa realidad cogitable no es que quede historizada
y contingentizada, eso sería perder a
Dios sino que es la Historia y
la Contingencia quienes quedan hechas
cogitabilidad real; eso es salvar al hombre. Pero cualquier asomo de mediación
dialéctica en este
punto sería perturbador. No hay en
ningún caso una relativización
e historización de lo divino, porque
la relación entre Dios y la criatura no es mutua y recíproca sino que va en una
sola dirección, en
la dirección de Dios
Se ha dicho con frecuencia que el
aristotelismo es ciego para la
Historia
. Esto hay que predicarlo del mundo
griego en general y
ahí es donde el cristianismo presenta
su originalidad radical. El pensamiento de SANTO TOMÁS DE AQUINO, ha asimilado
de tal manera
el de SAN AGUSTÍN, que parte del de
éste como de un pensamiento
histórico acabado al que no se ve
posibilidad de prolongar. Pero lo
que sí nos interesa es ver aquellos
puntos de articulación entre la
realidad y la racionalidad que llevan
a SANTO TOMÁS más lejos que
SAN AGUSTÍN, gracias al aristotelismo
y con repercusiones en una
visión implícita de la Historia.
Nos vamos a detener por un momento en
la doctrina del «inteUectus agens». Frente a las doctrinas averroístas y árabes
en general
que se apoyan en la ambigüedad del
propio ARISTÓTELES
33
. SANTO
TOMÁS va a elaborar una antropología
y una teoría del conocimiento
que se nos antoja que desborda con
mucho los propios términos de
su investigación para alcanzar
importantes repercusiones ontológicas
y, como nos esforzaremos en mostrar,
la nueva visión afecta de lleno
a la Historia. Una nueva
antropología, presupone una nueva ontología y desde el cristianismo, una nueva
filosofía de la Historia.
En la Summa Theologiae, el Aquinate
parece traer su doctrina
directamente de la del Filósofo34
. No vamos aquí ha iniciar una
complicada investigación histórica.
Pero nos parece que la tación tomista, aporta algo nuevo y fundamental: La
naturaleza individual del intellectus agens. De la consideración del pasaje
se desprende claramente que a la hora
de superar la doctrina averroísta
inducida de ARISTÓTELES, STO. TOMÁS
no utiliza un argumento racional del propio ARISTÓTELES en favor de la tesis
del entendimiento agente individual, sino una metáfora («intellectus agens est
sicut lumen») * de la que el Santo,
deduce su propia tesis. Ello nos
debe servir para comprender la
originalidad cristiana de este pensamiento. Frente a la opinión de PLATÓN,
según la cual no hace falta
entendimiento al agente
, STO. TOMÁS enfrenta la de
ARISTÓTELES
pero interpretada de tal manera que
abre brecha en el pensamiento
griego en una dirección insospechada:
la de la individualidad del
entendimiento agente que en nuestra
opinión fundamenta en ese
contexto teórico del aristotelismo cristiano,
la perenne filosofía del
personalismo.
En efecto en el «Respondeo»
M el Aquinate, elabora una sutil
argumentación de la que podemos
retener lo siguiente: 1) el entendimiento agente es algo propio del alma. 2) El
alma intelectiva
humana participa de un entendimiento
superior en razón de su imperfección. 3) Ese entendimiento superior aunque sea
separado, en
el alma humana (individual) debe
reconocerse una facultad participada del mismo. 4) El entendimiento separado
es, según la fe, el
mismo Dios creador del alma. 5) El
alma individual participa su luz
intelectual del propio Dios.
Nos bastan estos textos para concluir
antropológicamente, que la
racionalidad del entendimiento agente
en su modo imperfecto se debe
en parte a que «pertingit etiam ad
intelligentiam veritatis cum quodam discursu et motu, arguendo»
. Si haciendo un esfuerzo
trasladásemos esta problemática al terreno kantiano, diríamos que en la
Crítica de la Razón Pura, la relación
entre «Verstand» y «Vernunft»
es la inversa que la de STO. TOMÁS, y
que esa inversión tiene repercusiones en el idealismo alemán, transcendentales
de orden lógico, ontológico y antropológico. En STO. TOMÁS la razón discursiva
se
considera imperfecta forma de
participación de la inteligencia divina,
mientras que en KANT el «intellectus
archtypus» es desechado como
hipótesis inaceptable
. Ello lleva a que el nivel superior
de la razón
sea la razón dialéctica aunque con un
uso meramente transcendental
y que el entendimiento esté abocado
exclusivamente al fenómeno.
Este planteamiento impide ver al «Ich
denke» kantiano como participación de nada y menos de Dios41
. Por no resultar prolijo en tema
tan apasionante, la consecuencia
antropológica es que en STO. TOMÁS
el hombre en su parte más elevada, en
el alma intelectiva es individualmente partícipe de la luz divina42
y en este fundamento real y
no meramente transcendental
constituye su dignidad.
La articulación entre el ser y el
pensar, pues en el Aquinate cobra
relevancia histórica desde el momento
en que la inteligencia en su
grado más principal y fundante se
atribuye a Dios se inserta en el
alma individual el cual quedará
individuada por la materia. La cogitabilidad de lo real queda asegurada por lo
menos de un modo imperfecto «quoad nos», en razón de la infinitud divina y
quoad se
el carácter intelectual —no
discursivo— de la divinidad es absoluto.
Esta racionalidad de lo real al
afectar a la parte más esencial del
individuo, afecta a la historicidad.
Porque desde la interpretación de
STO. TOMÁS, queda asegurada en razón
de la participación de la
persona humana en Dios: 1) la
inmortalidad del alma; 2) la libertad
del hombre en razón de que su alma
propia tiene la luz de Dios;
3) el protagonismo de la persona
humana en la historia pues ya no
es una especie de espíritu-en-el-mundo
el que determina la Historia
como en AVERROES y HEGEL, sino cada
individuo. Esta última consecuencia constituye a TOMÁS DE AQUINO en el filósofo
cristiano que
desde el siglo XIII sienta las bases
de una Renacimiento cristiano,
sin la escoria de los racionalismos y
de los idealismos de la Modernidad. Para el fatalismo musulmán el entendimiento
único y común
es en consecuencia la luz de la
Historia, para el idealismo alemán, el
absoluto «Geist» y para MARX «el
conjunto de relaciones sociales43
.
Sólo el cristianismo, mucho antes y
más perfectamente que el liberalismo ha sentado antropológicamente las bases de
la dignidad de
la persona humana. Podemos mostrar
ahora, sin el menor complejo,
el modo peculiarmente moderno de
enfocar por una parte la racionalidad de lo real y por otra la incidencia del
nuevo enfoque en la
historicidad. Puesto que KANT recoge,
aunque peculiarmente los elementos nucleares, no sólo del pensamiento moderno
—racionalismo,
empirismo— sino también los
ilustrados y es el germen de los idealismos románticos e incluso del
pensamiento marxista44
, vamos a
centrarnos, pues en KANT, dentro de
la brevedad que nos permite
la Ponencia.
El mérito indudable de KANT en la
Historia de la Filosofía es
haber sabido sintetizar concisamente
y con gran lujo de aparato terminológico la mayor parte de los errores de la
Modernidad. Ya en
el Prólogo (VORREDE) a la 1.a
ed. de la Crítica de la razón pura se
atribuye a la razón un destino (das
SCHICHSAL)
. Considerando el
desarrollo ulterior de la obra
evidentemente este destino es superado no por el camino del conocimiento
especulativo sino por el uso
práctico de la razón. Esta es la
comodidad que ofrece KANT para el
historiador, que finaliza la
Ilustración y ya prepara el Romanticismo.
Pues bien si la razón pura
especulativa está como los héroes griegos
atenazada por el Destino y reducida a
una aplicación meramente empírica de sus principios puros, el problema de la
racionalidad de lo
real no tiene cabida en el marco de
la primera Crítica. Y estamos
pues lanzados irremisiblemente al
camino de la razón práctica, es
decir de la voluntad imperativa.
¿Cuál es la nueva mostración, la
nueva figura —GESTALT— de la
articulación de ser y pensar? Conforme venía prenunciado por FRANCIS BACON, al
que no en vano cita
KANT a la cabeza de su obra, lo real,
lo verdadero, lo racional es
el producto de la técnica y de la
experiencia instrumentada. La Realitát ha pasado de ser categoría del
entendimiento a ser WIRKLICHKEIT, producto de la voluntad. El ser en KANT es
meramente pensado (denkt) el fenómeno, objetivamente conocido (erkennt). Pero
aquel ser meramente pensado
—un mero concepto del entendimiento—
va a ser producido, hecho
real («zu wirklich machen») ** por la
voluntad. Hemos entrado de
modo asombroso en una concepción del
ser como producto. Y esto,
permítasenos decir es una
anticipación muy precisa del materialismo
histórico. Las relaciones entre el
ser y el pensar que en MARX toman la forma de relación del hombre con la
naturaleza47
, hacen ya
en KANT una concepción de la
filosofía desde la razón práctica, como
transformación moral e histórica cuyo
sujeto es el «género humano»,
los «hombres socialmente reunidos en
la tierra»
El nuevo planteamiento ha sido
posible gracias al papel típicamente moderno que ha jugado el voluntarismo. Si
queremos ver en
su raíz la nueva figura del ser nos
toparíamos con el agustinismo
platonizante que coloca al Bien por
encima del Ser como género supremo. El que «tó agathón» sea considerado «lo
apto para todo»,
«lo más útil», hace arrancar de las
polémicas entre PLATÓN y los
sofistas, una concepción de la
realidad como bondad apetecible por
la voluntad, antes que como realidad
contemplada por la inteligencia.
El término contemplativo de la teoría
platónica no es capaz de
borrar el carácter «erótico» de su
filosofía.
En el mundo moderno y dependiendo de
los voluntarismos medievales, se opera en GALILEO y DESCARTES
una operación de
gran envergadura consistente en la
hipóstasis del método
. El hacer
del método, de los medios, fines, es
una de las claves de todo el
pensamiento moderno hasta HEIDEGGER.
Y no otra es la concepción
final de la realidad desde la
voluntad, razón práctica kantiana. Podemos comprender más el nuevo planteamiento
si al hilo de HEGEL
interpretamos la razón práctica
kantiana, en términos del argumento
ontológico.
HEGEL escribe en este pasaje que nos
parece definitivo: «la razón tiene igualmente una realidad absoluta; en esta
idea toda oposición de la libertad y de la necesidad es suprimida; el
pensamiento
infinito es igualmente una realidad
absoluta, en otros términos la
identidad absoluta del pensar y el
ser. Desde ahí esta idea es absolutamente idéntica a la idea que el argumento
ontológico y toda la
filosofía reconocen como la primera y
única idea, como la única idea
verdadera y filosófica. Con seguridad
la parte especulativa de esta
idea es refundida por KANT bajo la
forma humana de una armonía
entre moralidad y felicidad...»
(...). La Razón, en efecto, tal como
obra en lo finito...»52
. Para HEGEL decimos, KANT ha
realizado
el argumento ontológico por un camino
que no hubiera sospechado
SAN ANSELMO, por el camino de la
razón práctica, de la voluntad.
Que KANT considere que la
especulación no puede superar los límites de la experiencia sin el riesgo de caer
en la ilusión transcendental, pero que si puede «realizar el pensamiento» por
medio de
la voluntad, a nivel de realización
histórica del género humano, nos
parece, entre las piezas de teatro de
la historia de la filosofía, una
obra genial, que permite ser
comprendida desde los experimentos
galileanos y permite ser consumada
desde la filosofía de la praxis
del acto impuro
La nueva figura en la que se nos
muestra en el pensamiento moderno la articulación entre ser y pensar es la de
método y praxis,
fórmula que preferimos aquí porque el
término «teoría» aplicado a
la Modernidad es equívoco. Como desde
el Renacimiento supo ver,
a través de MAQUIAVELO, de BACON y de
Vico, »verum est factum»
y los criterios de la eficacia de la
praxis se elevan por encima de
toda consideración contemplativa. La
tesis XI de MARX contra
FEUERBACH es un mero corolario de
todo el pensamiento moderno
Por encima de MARX está MAQUIAVELO5 5
, la separación ser-pensar
de los conceptualismos
M que rápidamente es desplazada por la
ticulación «método-obrar», que acaba resultando —curiosamente—•
la relación «medios de
producción-producto».
Y, sin tiempo para una exposición
siquiera mínima, la racionalidad de lo real hegeliana es sin lugar a dudas la
filosofía voluntarista de la praxis más atrevida de la historia del ser, con el
agravante
que esa praxis toma la terminología
cautelosa de Concepto (BEGRIFF)
pero que se identifica con la
liberación de la necesidad, con la
Libertad
¿Qué «lectio brevis» puede enseñarnos
la fenomenología de la
articulación entre ser y pensar, tal
como se ha expuesto? Nos parece
tan elemental la lección que
preferimos elegir las palabras del propio
HEIDEGGER: «(en nuestra época) el
Punto más Crítico se muestra,
en aquello que no pensamos todavía»
1.2. La ontología histórica de la
articulación entre el ser y
el pensar
Es preciso saber previamente qué
entendemos por «ontología
histórica». Y es obvio que la
cuestión no es meramente terminológica. En la elucidación de esta expresión se
juega nada menos que
la tesis fundamental que sustentamos,
a saber, que el pensamiento
cristiano hace posible una ontología
de lo histórico.
¿Qué categorías ontológicas tiene la
realidad histórica (Historie)? Y no se nos ocurre decir ¿Con qué categorías
ontológicas puede
ser pensada la historia? Y esto por
una razón: creemos que el ser
no depende del pensamiento sino que
por el contrario que el pensamiento sí depende del ser. Es decir nos colocamos
en la perspectiva
de una ontología «ingenua». La razón
de esta ingenuidad no es por
razón de un mero arcaísmo sino porque
siguiendo el criterio de la
praxis, los resultados a lo que nos
ha abocado una filosofía crítica,
una filosofía del método es a una
ontología del accidente a una metafísica de la negatividad, a un nihilismo
. Y nosotros tenemos
el suficiente instinto de
conservación para no querer saber nada del
nihilismo. Es por tanto una opción
existencial la que nos dirige
hacia la vía ingenua de la verdad.
¿Peto no significa esta metodología y
punto de partida un recaer
en las categorías de la Modernidad,
en el voluntarismo? No, en absoluto, porque estamos convencidos de que tras las
categorías ontológicas hay siempre experiencias incluso históricas según el
reiterado
principio del Estagirita de que nada
hay en el entendimiento que
antes no haya pasado por el sentido.
Nuestra opción por la verdad
tiene una motivación existencial pero
ella misma es echa posible por
una metafísica.
I. Las categorías ontológicas de la
articulación histórica de ser
y pensar
Se trata aquí de categorías
transcendentes según la terminología
kantiana, no de categorías
transcendentales. Estas categorías son modos de la realidad histórica que están
en la realidad histórica y en
esa medida puede ser posteriormente
conceptualizadas.
¿Cómo y sobre todo por qué,
metafísicamente hablando es posible la racionalidad de lo real en la historia?
No se trata en modo
alguno de reiterar la fenomenología
histórico-filosófica y ver qué
categorías hay detrás de las
distintas figuras. Ahora en buena medida dejamos atrás la historia y nos
adentramos no sin pudor en
otro continente teórico, la
metafísica. Detrás de la Historia errorum
no puede haber categorías ontológicas
porque el error no es en
modo alguno generador de ontología
sino de privación de ontología.
Ahora lo que queremos aprehender con
laborioso esfuerzo es
las determinaciones reales que hacen
posible no sólo la historia del
ser de pensamiento sino el mismo ser
de la historia pues al fin y al
cabo el ser de la historia tiene una
ontología y una historia de esa
ontología. Y todo ello en la
convicción de que la ontología históricno es historicista, es decir no es la
contingencia la que determina
las categorías ontológicas las que
determinan la contingencia.
1. La categoría de la identidad
ontológica
La mayor parte de las incomprensiones
metafísicas y su consiguiente repercusión histórica son debidas al empeño
obsesivo de separar por el entendimiento abstracto lo que en la realidad no
puede
ser separado. Puede admitirse con
fines expositivos y pedagógicos
estas diferenciaciones y distingos
pero a la hora de hablar oncológicamente en serio, la categoría absolutamente
primera es la de
«ousía», en latín «substantia» en la
acepción aristotélica de «ousía
próotee» o substantia prima
. Nosotros en diálogo polémico con la
Lógica hegeliana y frente a una
filosofía de la diferencia y de la negad vidad, hemos creído importante hacer
una variante terminológica.
Esta variante consiste en llamar al
principio ontológico: identidad»
en razón de su conversión con el
«unum».
Para ARISTÓTELES no existen más que
sustancias primas. Igualmente para nosotros sólo existen «identidades». La
categoría ontológica fundamental, es la identidad y debe entenderse por
identidad
la cosa en sí, lo absoluto, la
libertad, la causa sui61
.
Puede parecer pretencioso partir de
la cosa en sí. Pero esto ya
significa tomar partido
reflexivamente por la metafísica ingenua y
hacer abstracción del rodeo metódico
de la Modernidad, que es en
definitiva un hacer abstracción de la
abstracción, evitarse la pesantez
vacua del idealismo en todas sus
formas y variantes desde el con-
ceptualismo y Descartes hasta el
nietzecheanismow
y el estructuralismo63
contemporáneos.
Las razones para arrancar de la
identidad no abstracta y formal
sino del ser vivo y rico de cada cosa
no son demostrativas sino axiomáticas. Nada más absurdo que no partir de la
realidad y nada más
peregrino que partir de una realidad
muerta. El ser en cuanto tal
es vida y libertad y a esta causa sui
que es la realidad la llamamos
identidad. Todo ser en la medida que
sea es vida, libertad, identidad
y causa sui, porque todas estas
determinaciones lo son de la identidad que en propiedad debe llamarse Dios y
analógicamente criatura.
Ello ya equivale a decir que hay
distintos grados de identidad fundados en distintos grados de realidad
.
1.1. La no-diferenciación entre ser y
pensar
La distinción entre ser y pensar
puede ser útil a nivel escolar,
pedagógico y expositivo pero su
incardinación como categoría o modo
de ser ontológico es desastroso. El
principio de la Escuela «operari
sequitur esse» o la prioridad del
intelecto en relación con la acción
moral no van a ser discutidos aquí de
ninguna manera. Pero en la
identidad sustancial de la realidad
misma no puede haber realidad
que no sea racional ni racionalidad
que no sea real, en el sentido
realista de esta expresión, no por
supuesto en la fórmula hegeliana
del idealismo absoluto.
Para la causa sui que en modo
eminente es Dios. ¿Cómo vamos
a distinguir de ninguna manera el ser
y el pensar? Nadie lo admitiría. Pues bien, consideradas las cosas desde el
punto de referencia
de su relación de semejanza con Dios,
pues toda criatura es imagen
y semejanza de Dios, en cuanto son
pensamiento, con realidad y en
cuanto son realidad son Lógos.
La objeción surge fácil desde el
momento que el ente finito es
un ente contingente y compuesto y su
existencia no abarca las posibilidades de su esencia. Pues bien mantenemos con
toda la tradición
del pensamiento cristiano que toda
realidad es uno y la potencia lidad en cuanto no es realidad no es uno y que
por lo tanto toda
cosa en su «actualitas» es identidad.
Tomar ejemplos escolares de
cómo el pensamiento subjetivo y
abstracto-formal son «ens rationis»
y no «ens realis» y las múltiples
diferenciaciones entre lo posible
y lo real son frutos del análisis del
entendimiento pero la fuerza
integradora de la cosa en sí, la
energía viva de la realidad de la
sustancia, la identidad de la
identidad nos hace impotentes para
diferenciar en la onticidad de lo
real, la racionalidad de la realidad
«El ser se dice de muchas maneras»
, es cierto pero es más allá
de las limitaciones del lenguaje
humano de una sola manera66
. Y
esto no debe entenderse en el sentido
de la univocidad del ser en
detrimento de la analogía pues no
hablamos aquí del predicar del
ser, del pensar del ser o del decir
del ser sino de la identidad del ser,
el «tó hén» inefable
1.2. La no-diferencia entre el ser y
el obrar
El obrar sigue al ser en el lenguaje
y en la secuencia de la historicidad temporal. Ese distingo es también
abstracción formal y
no realidad en el sentido de
onticidad. ¿Es que acaso el obrar que
sigue al ser no es ser? ¿Es que acaso
que la realidad suprema precede o es anterior a ningún obrar? Esto que en el
ser de los seres,
en Dios, todos aceptarían, no están
dispuestos a aceptarlo en los
seres del ser.
En una onto-logía en donde el logos
es meramente humano, a niveles de comunicación intersubjetiva, se puede decir
que la esencia
es principio de operaciones porque
eso puede ser entendido y formulado en un lenguaje más o menos convencional,
por muy técnico
que sea. Pero en la realidad de la
cosa misma la distinción entre
ser y obrar no tiene lugar, por
supuesto en Dios, identidad suma
pero tampoco en las criaturas, en los
entes finitos en cuanto, a imagen y semejanza de Dios son también identidad.
Eso impide tanto
elaborar una filosofía que tenga a la
praxis como principio del ser como una filosofía que considera a la praxis algo
«deducido» de la
esencia.
La realidad, el ser de la identidad,
no es tan pobre que tenga
que esperar un tiempo para ser obra.
Y así la definió Aristóteles
«ergon»68
. Por otra parte el obrar no es una
ganga o una escoria
del ser como si el obrar y la praxis
no fueran la vida misma de la
realidad.
Así aparece todo el sentido el pensamiento
cristiano del «poner
por obra». El que no pone por obra y
sólo «escucha», es como
el que edifica sobre la arena. Pues
bien, el intelectualismo es éste,
escuchar y el voluntarismo por el
contrario y más aberrantemente
todavía es un «obrar-sin-ser», un
nihilismo.
Sólo desde la no diferencia óntica,
no ontológica, entre ser y
obrar pueden eliminarse los
pensamientos unilaterales que transcienden las especulaciones metafísicas y
llegan a la historia. En ella
tampoco debería ser permitido
arruinar la vida de la identidad, es
decir tampoco debería caber un ser
sin obrar y un obrar al margen
de la esencia69
.
1.3. La no-diferenciación entre
teoría y praxis
De la no-distinción óntica entre ser
y pensar y la no-distinción
también óntica entre ser y obrar debemos
pasar coherentemente a
la no-diferenciación entre teoría y
praxis.
Evidentemente que en un lenguaje
lógico-formal y en una ontología convencional, cabe establecer distinciones y
establecer prioridades entre ambos conceptos. Pero el fundamento de estas
distinciones y prioridades, la «res» del «fundamentum» es la cosa misma
y en ella la identidad, que
insistimos no es abstracta-formal y no admite por ello abstracciones formales.
La descomposición, incluso
ontológica, es signo de muerte y la
integridad de la identidad es vida.
Lo que aquí se quiere decir es
algo muy sencillo: que la metafísica
como contemplación desinteresada, tal cual la perfiló Aristóteles
debe entenderse analógicamente. Seame
lícito defender la tesis que para ser un pensador cristiana
no basta sino que es necesario pensar
desde la fe. Y esto sin que
implique la sustitución de la
filosofía por la teología. Y pensar
desde la fe es pensar desde la Unidad
de Dios en la comunidad de
personas. La profesión de esta fe
tiene efectos de todo tipo fácilmente verificablcs y no son precisamente estos
efectos simples corolarios teológicos. Los problemas históricos, los
filosóficos, los morales e incluso los laborales adquieren luz propia desde la
común
unidad que es la identidad de la
Trinidad. Y esto nos permite afirmar que el pensamiento cristiano es un
pensamiento de la unidad
indisoluble entre teoría y praxis:
«Yo trabajo y mi Padre también
trabaja desde el principio»
. La praxis de Dios y el trabajo de
Dios
no está por ello en prioridad respecto
al conocimiento. Es simplemente que en el ens realissimum, en la cosa misma no
hay prioridades, ni distinciones.
Las consecuencias de todo tipo que
ello conlleva son muy notables. No se debe establecer tampoco en el mundo de la
finitud una
prioridad de la contemplación o de la
acción. Por el contrario debe
mantenerse la identidad óntica de
ambas con la consecuencia realísima y pragmática de que no se puede contemplar
sin hacer ni hacer
sin contemplar. Toda la historia del
pensamiento queda iluminada
—a la vez que «desconstruida»— a la
luz de esta identidad72
.
1.4. La no diferenciación en el
fundamento entre
ontologta y ética
Si la Etica de SPINOZA es una
Ontología y la Lógica de HEGE L
también lo es, no es por razones
baladíes. Estos pensadores han
tenido la intuición de la identidad
formal el primero y de la identidad concreta y dialéctica el segundo. Su error
no está tanto en su
concepción de la identidad cuanto en
su ignorancia de la transcendencia, lo que HEGEL llamaba exterioridad y
abstracción. Lo que
aquí, por el contrario, es un
pensamiento de la identidad transcendente
, supone una multiplicidad de la
identidad en la comunión
contra SPINOZA y una transcendencia
en el sentido de separación
khorismática que impide la
automediación dialéctica. En este sentido
identidad transcendente es el mismo
pensamiento cristiano de SAN
AGUSTÍN y STO. TOMÁS, pero no en la
reliquia de su pasado, sino
visto a través del cristal
refractante de la Modernidad. Y el hecho
que se sepa que ese cristal es
refractante, ya implica que a través
de la refracción nos es permitido
comprobar la «rectitudo» o sea
la verdad de aquel pensamiento
cristiano. No es posible discernir la
refracción de nada sino es en
relación con una correcta reflexión.
Así, pues, no tiene ningún sentido en
el fundamento, decir que
la verdad es más bien ontológica que
lógica o que ética. Tampoco
tiene ningún sentido pensar que la
ética es prioritaria y condicionante
o reductibie a un puro lenguaje
formal.
El tema se plantea en otros contextos
como en el caso de SÓCRATES Y PLATÓN. Y así en la historiografía se enfrentan
un SÓCRATES
moralizante a un SÓCRATES metafísico
frente a un PLATÓN metafísico frente a una PLATÓN gnoseológico o incluso
mitológico
. Todas
estas escisiones no son vanas,
enriquecen el pensamiento analítico,
pero en su fundamento óntico deben
reducirse a la nulidad. Una
ética empapada de ontología y una
ontología pregnante de finalismo moral, estaría mucho más cerca del fundamento.
No es que se trate de prescindir de
los objetos formales de cada
ciencia e incluso en consecuencia de
sus métodos respectivos, lo que
iría en contra del pensamiento de
ARISTÓTELES explícitamente, sí
se trata de fundar en una Ontica
todas las ciencias filosóficas. Esa
Ontica debería rastrearse no sólo en
la Ontología sino en todas
las demás ciencias. Porque el ser es
lo uno.
1.4. La no-dijer ene ación entre
ontología e historia
Es esta quizá la categoría más
problematizante. Pues aquí lo que
se juega es precisamente la relación
entre ontología y tiempo histórico, que es como decir entre la necesidad y la
contingencia. Aquí es
donde la articulación de racionalidad
y realidad en el seno de la historia ofrecen extrema dificultad.
Pero desde un pensamiento cristiano
que, desde la fe, ayuda a
razón en su específica limitación
como propone STO. TOMÁS DE
AQUINO78
, se puede y se debe resolver este
arduo problema. Si el
personaje histórico de Cristo se
define a sí mismo como Verdad,
si se habla de él como Dios y como
Logos y este Lógos, insistimos >
es de quien se predica la pasión y la
muerte, esto significa que Dios
ha entrado en la Historia, que la
identidad ha entrado en la diacronía
del tiempo, y que el tiempo tiene,
desde ahora, un valor de eternidad.
Deberíamos recurrir a la definición
de Boecio y que recoge SANTO
TOMÁS sobre la eternidad «tota ac
simul possesio vitae». Este es
el verdadero tema: la articulación de
la vida eterna con la vida en
el tiempo. Si y sólo si Cristo es
Dios puede resolverse este problema
filosófico. Porque a partir de ahí
todo lo humano tiene un valor
divino no según la mente de la
Modernidad como si lo contingente
fuese lo único necesario —Epicurus
dixit— sino por las repercusiones
eternas de los actos contingentes
ayudados por la gracia. La objeción
bien visible de que estamos desplazando
el objeto formal filosófico
por el teológico, no nos parece
válido. En efecto si fuera válido
también dejaría de ser objeto de
razonamiento filosófico el tema
de la creatio ex nihilo que procede
de la revelación o el tema mismo
de la persona que procede de las
discusiones teológicas de los primeros concilios.
Debe quedar claro que la fe, la
revelación tiene repercusiones
empíricas. Del mismo modo el médico
que comprueba, mediante
control estrictamente científico, un
caso de curación milagrosa, no
está haciendo teología ni milagrería,
está practicando la ciencia médica. Pues ésta es justamente la perspectiva,
respecto a la filosofía
en la que nos encontramos.
Y así es posible estudiar las
repercusiones de la eternidad en el
tiempo —la misma existencia del hecho
cristiano— y las repercusiones del tiempo en la eternidad como puede ser el
estudio de esfuerzo humano a través de la historia por alcanzar el Bien
Supremo. 1.5. Excursus sobre la no-diferenciación
Del Absoluto de SCHELLING, decía
HEGEL en la Fenomenología
TO
que era como la noche en donde todas
las vacas son pardas. Aceptamos el desafío de la metáfora. La identidad de la
que hablamos
no es el Absoluto de SCHELLING ni es
una noche para el conocimiento.
Si esto fuese así, estaríamos en el
mejor de los casos practicando
imprudentemente la Mística en el
terreno académico estrictamente
filosófico.
Cuando hablamos de no-diferenciación,
lo hacemos precisamente
porque partimos de una situación de
extrema diferenciación. Y esto
no sólo en el caso de las ciencias
filosóficas sino mucho más aún
en el terreno de la epistemología de
las ciencias en general. El partir de la diferencia, como cuando ARISTÓTELES
parte de la «empereia», nos permite escapar a la noche puesto que partimos de
realidades empíricas. La identidad lo que añade a la diferencia es nada
menos que la comprensión en el
Fundamento, que para nosotros
tiene un nombre vivo, Dios. El último
radical del Dios de los filósofos, del Dios de la Teodicea es el Dios de la
Ontica, o la cosa
misma de Dios. Es posible que el
final del Tractatus de Wittgestein
nos sea irónicamente recordado: «De
lo que no se puede hablar más
vale callarse». Sin embargo cuando
una enfermera atiende a un agonizante por amor de Cristo, está produciendo una
rentabilidad empírica, su fe se proyecta en el mundo fenoménico. Y las fuerzas
perfectamente medibles que emplea la enfermera nacen justamente de
esa identidad, esa no diferenciación
que permite a la buena mujer
no distinguir entre el enfermo y el
propio Cristo. Si nos tomásemos
en serio lo que significa ese
precepto de higiene mental que es la
unidad de vida, entraríamos en el
camino de comprender la no
diferenciación y la filosofía de la
identidad, tal como la presentamos. Y no digamos cual no sería nuestro asombro
si tuviéramos que
reflexionar filosóficamente sobre el
impacto de la fe en la historia
concreta de los pueblos. ¿Quién se
atrevería a decir que la fecundidad enorme del cristianismo en todas las
actividades humanas
parte de una noche en donde todas las
vacas son pardas? Para afirmarlo habría justamente que afirmar contra el
elemental principio
lógico que «ex nihil, aliquid».
La lógica del ser y la lógica de la
Historia no puede ser intrínsecamente dispares. En algún sentido, no del todo
correcto, HEGEL
captó
79
que el discurso histórico, incluso el
histórico-filosófico es el
despliegue diacrónico de la Lógica
del Concepto. El error hegeliano
está en el vértice y en la clave
misma de su automediación, determina y es determinado por todos los momentos
del proceso. Pero
bastaría introducir la noción de
transcendencia, es decir, disolver la
esencia misma del concepto hegeliano,
para, a continuación, seguir
manteniendo que la historia es el
despliegue diacrónico del Logos,
que revela la trascendencia de Dios,
el cual «habita en una luz inaccesible»
80
, pero que una vez revelado puede ser
«visto por nuestros
ojos» e incluso «palpado por nuestras
manos»
81
, lo que implica que
con mayor razón puede ser entendido.
2. La categoría de la transcendencia
El término «transcendencia» lo
utilizamos aquí en una doble
acepción que es necesario distinguir,
porque en sus extremos es
contrapuesta82
.
En primer lugar, transcendencia es la
separación ontológica y
óntica esencial, que hace que ninguna
identidad venga determinada
en su esencia por ninguna otra
identidad. Esta es la característica
precisamente de toda identidad, ser
libre de determinación. Y así
decíamos que «identidad» equivale a
sustancia precisamente porque
toda identidad es transcendente en
esta primera acepción. Inmediatamente es preciso hacer observar, que en este
sentido absoluto sólo
hay una identidad en sentido propio:
Dios. De ahí que toda la inmensidad de las demás identidades, en la medida en
que lo son,
transcienden y son libres, pero sólo
«quoddam modo», en alguna medida, por comunicación de la identidad
transcendente en absoluto.
La segunda acepción se desprende de
este último razonamiento.
Puesto que sólo existe un Fundamento,
Dios que posee la identidad en sentido propio y la esencia de la identidad es
comunicarse83
, el
término «transcendente» cobra un
sentido complementario del de
identidad, a saber, la propiedad de
toda identidad de multiplicarse
en otras identidades, de
«transcender». Aquí sólo vamos a argumentar que la identidad se difunde, se
comunica porque es sobradamente plenitud, sobradamente libertad y sobradamente
donación. La
fecundidad es pues una regla
ontológica en la clave de Dios mismo.
2.1. La transcendencia en sentido de
diferencia
2.1.1. La instancia de lo santo como
radical ontológico
Puede parecer paradójico o peor,
dialéctico, que después de haber discurrido en los epígrafes anteriores sobre
la «no diferenciación» de la identidad, ahora hablemos de «diferencia». Este
punto
debe ser explicitado siquiera en
breve lapso.
Es de la esencia misma de la
identidad ser diferente. No en sentido dialéctico de HEGEL
84
por supuesto. Veamos en qué sentido.
Diferente significa para nosotros
algo esencialmente distinto a las exigencias hegelianas. Más, el pensamiento de
la identidad transcendente
surge, en buena parte en
contradicción con la llamada «negación
determinada» del pensamiento
hegeliano. Diferente es más bien lo
separado, lo «khorismático» en
sentido platónico y aristotélico.
Que la identidad sea diferente, no
significa mucho más allá que
el punto de referencia ontológico
supremo es la noción de individuo
personal y en virtud del principio de
diversidad «no hay dos individuos iguales»
85
. Pero esto debe ser tratado no en
función de la
distancia que crea un abismo
ontológico sino en función de la riqueza de la realidad. Esto significa que la
identidad sea diferente:
que es inmensamente viva y rica. Y
esto en la propia raíz óntica significa, que la propiedad más determinante del
ser en su aspecto de
diferencia, es la «santidad». Ser
ser, es ser santo.
De nuevo puede aparecer la objeción
del cruce. ¿Es la santidad
una categoría filosófica o
naturalmente teológica? Que Dios es santo
lo sabemos por revelación y no
únicamente cristiana. La categoría de
lo santo es del dominio universal de
las religiones. Pero hay que
advertir que si «quoad nos» la
santidad es en parte doctrina revelada, quoad se, la santidad es en sí y por sí
una categoría ontológica independiente de la revelación. Esto produce la
revelación: el
conocimiento de cómo las cosas son en
sí mismas. Por lo tanto desde
la fe, no puede un pensador cristiano
hablar de Dios, que es verdad
y vida, olvidándose de que es también
«santo». Aquí la fe, viene en
ayuda de la inteligencia.
Pero que lo propio del ser sea ser
santo es un concepto de enorme transcendencia. Porque la santidad ya no es en
absoluto una modalidad extrínseca al hombre, un fruto cuyas raíces
exclusivamente
son la gracia. Sino que toda persona
como identidad participada de
Dios tiene como condición de
posibilidad ontológica ser santo con
la ayuda de Dios y con su
cooperación. Por eso en la clave de
bóveda de cualquier pensamiento
cristiano, la piedra angular, es la
que desecharon los constructores,
Emmanuel, Dios con nosotros.
2.1.2. Las demás instancias
«transcendentales»
Haría falta un verdadero tratado para
examinar por menudo, lo
que los escolásticos han llamado
propiedades transcendentales y que
aquí se consideran como categorías
ontológicas de la diferencia. En
realidad derivadas de la instancia de
lo «santo».
En primer lugar lo «uno». Pensamos en
la unidad como algo propio de la identidad y que le hace transcendente de
cualquier otra
cosa. Así ser uno es lo propio de lo
santo, ser íntegro, ser idéntico.
No tener dentro de sí la doblez
dialéctica que le permite sofísticamente, ser y no ser. En esto la identidad es
diferente de la no
identidad en que es «una». Y una
identidad será tanto más transcendente diferente, en cuanto sea más una.
En segundo lugar lo «verdadero». Sólo
podemos enunciar que
la verdad como propiedad de la
diferencia del ser es sólo derivadamente una «adaequatio» de la mente y la
cosa. Pero la cosa misma
es verdadera, no engaña y sería
igualmente verdadera en sí y por sí
aunque no hubiera fuera de Dios,
sujetos cognoscentes. La dualidad
especular sujeto-objeto es irrelevante
para el tema de la verdad que tampoco es una desocultación86
en el sentido de HEIDEGGER, que
depende también, en esto de la visión
idealista. Lo verdadero es
precisamente aquella propiedad de lo
santo del ser que le hace en
sí mismo fiable, patente y no
engañoso para un virtual sujeto sin
que su relación con el sujeto sea
necesaria. De ahí que Dios sea «el
Veraz», aunque no exista la
Creación87
.
Es evidente que «lo bueno» es una
propiedad de la identidad,
pues la bondad no es más que el
nombre clásico de la comunicabilidad, la transcendencia en su acepción de
donación y participación.
Ser bueno es pues no reservar la
propia identidad sino querer
nuestra verdad para los otros. En el
caso de Dios ser bueno es
hacer emerger de la nada identidades,
realidades personales que son
imagen de su riqueza. Dios comunica
la rica diferencia de su
bondad.
La instancia de lo «bello», la
«pulchritudo» de los escolásticos
merecería un tratado de «Estética».
Si la belleza de Dios es una
categoría inserta en la santidad y la
ley de la santidad es el amor,
es decir la ausencia de ley, la
belleza es el ordo por encima de
todo orden en el sentido de SAN
AGUSTÍN
86
. En la identidad radical
de Dios no hay «modus», no hay
«species», no hay «ordo». Esa es
la belleza suprema de la que
participan todas y que la creatividad
artística de los tiempos modernos
confunde, por no referirla a Dios,
con la deformidad y el desorden y
atipicidad. Lo bello está por encima del orden no por debajo. Y ese estar por
encima es lo que
nos hace considerar a lo bello como
una propiedad de la diferencia.
2.2. La transcendencia en el sentido
de participación
Se entiende aquí por participación la
propiedad de la realidad
de ser fecunda, de ser benevolente,
de comunicar su riqueza. Y esto
en un doble sentido. La identidad
absoluta se deja participar de las
identidades inferiores en un sentido
platónico. Pero a la vez, la identidad es una «koinonía»
89
una comunidad de personas o
identidades. Así de alguna manera se puede racional y razonablemente postular que
la realidad es comunión y como tal no es una mónada o
una sustancia monádica al estilo de
SPINOZA sino una multiplicidad
y multiplicación de sí misma. El
solipsismo spinoziano procede del
olvido de la esencia de lo santo. Y
en este sentido el solipsismo —que
no sea una modalidad de comunicación
con Dios— es el mismo
infierno.
2.2.1. El tiempo como participación
de lo santo
Si el tiempo fuera una forma a prior
i de la subjetividad, el tiempo estaría absolutamente perdido para lo santo es
decir para lo real.
El tiempo sería una pura refracción
sin reflexión, un fenómeno sin
noúmeno, un capricho de la voluntad
de poder, una nihilidad90
.
Pero la categoría más fundamental de
la temporalidad es la realidad. Se suele decir que, en especial en las
filosofías orientales, el
tiempo es ficción y el tiempo es
fugaz. Por encima de esas metáforas,
el tiempo es real no es
fantasmagoría. «No soy un fantasma. No
temáis». Dios hecho carne, venido al
tiempo no ha perdido realidad.
No somos, por temporales briznas de
yerba sin valor. Somos, tenemos identidad, es decir, somos almas inmortales. En
la medida en
que se niega la realidad del tiempo
se desemboca en sentimiento ateo
de la desesperación existencial que
en HEIDEGGER se curva sobre sí
misma en la tautología vacía y formal
de ser-para la nada. El tiempo
pues, es santo, porque es real.
2.2.2. La Historia, participación del
télos
Dios, la identidad, que en sí mismo
no tiene orden ni fin es
la finalidad de todas las cosas. La
doctrina marxista de la determinación en última instancia por la Economía sigue
siendo una modalidad
de la secularización del esquema
cristiano. Este esquema es claramente finalista pero de tal modo que los medios
participan del fin
y son fines intermedios. No queremos
decir que sean autónomos en sí mismos sino que estando orientados al fin son
medios de los
medios y en sentido relativamente
fines. La Historia en definitiva
es determinada por el fin. Y ya
podemos decir que eso significa que
es determinada por la realidad en
todas sus dimensiones. La unidad,
la santidad, la verdad y la bondad,
determinan la Historia. Por eso
el pensamiento de que la Historia
camina por su lado malo91
es un
pensamiento naturalmente
anticristiano.
2.2.3. La Historia como realización
de sus radicales ontológicos
Lo uno, lo verdadero, lo bueno y lo
bello, en su doble cualidad de separadas y participadas son realizadas en la
Historia y en el
tiempo histórico por los
protagonistas de ese drama, Dios y nosotros
Un pensamiento cristiano de la
Historia no puede ser un pensamiento ni pesimista ni terrorista. Por la simple
razón de que es un
pensamiento realista.
La objeción de VOLTAIRE contra
LEIBNIZ en el «Cándido», es la
objeción de una ontología del
accidente, es decir de una negatividad
propia de la sofística de todos los
tiempos. Pensar que Dios no
lleva la Historia y que las
desgracias que cotidianamente llenan las
páginas de nuestros periódicos, son
el auténtico lado malo por donde
camina la Historia, es un pensamiento
bastante más negativo-irreal
que el de los propios maniqueos en
donde por lo menos al final de
los tiempos triunfaba el principio
bueno. Pero para la Modernidad
ni hay final de los tiempos, ni hay
Providencia, ni hay Señor de la
Historia, ni hay alma inmortal, ni
hay Juicio, ni hay en consecuencia
más sentido de la Historia que el de
la inmediata mecánica de los
hechos contingentes sin relación
ninguna con una finalidad. Esto es
una verdadera abdicación del
pensamiento.
Pensar es pensar lo real y pensar la
Historia es del mismo modo
concebir la realidad según las
categorías que le son propias, las de
la identidad y las de la
transcendencia. Por esto en el acontecimiento
histórico lo determinante es lo uno y
lo santo y esto nos ilumina sobre lo que puede traer la felicidad a los hombres
y lo que escépticamente KANT llamaba la «paz prepetua». Sólo si tendemos a lo
uno y a lo santo podrá el género
humano aspirar a la paz perpetua. Y
esto supone por supuesto tender a lo
verdadero, a lo bueno y a lo
beUo.
Hay dos maneras de explicarse el mal
en la Historia, tema que
obsesiona a todos los pensadores que
han considerado este objeto.
Los desastres históricos, la guerra,
la muerte, la peste y el hambre
son considerados como resultados de
estructuras, es decir, de esencias o principios de operación, y en este caso la
lucha entre principios y estructuras recuerda demasiado el planteamiento
maniqueo.
El pensamiento cristiano de la
Historia es optimista y no puede dejar de ser optimista a pesar de los mayores
desastres, porque no
está dispuesto a aceptar de ningún
modo ir más allá del maniqueísmo y decidir que el principio o estructuras del
mal van a determinar
la Historia. Puesto que la realidad
es identidad que gratuitamente se
comunica aun a través de la muerte y
los desastres, es razonable argüir que en ningún caso Dios ha dejado en manos
del hombre la
destrucción del planeta. El Juicio de
la realidad debe superar siempre el de su privación.
3. La Modernidad, juzgada desde las
categorías de una
ontologia histórica
Un Juicio en todo el sentido
ontológico e histórico del término
implica un fin de la Historia. El
peso imponente de la Verdad armada de la Omnipotencia, no permite juzgar a la
Historia en rebeldía. Pero no habiendo finalizado la Historia todavía, parece
que no
ha llegado el tiempo del Juicio.
No obstante la Historia de la
Modernidad, que es una historia
de la rebeldía contra la realidad, la
historia del idealismo, sí parece
haber llegado a su fin. No podemos
apelar a un juicio definitivo,
pero la Historia de la Filosofía
queda juzgada por la Metafísica y
el error como privación queda
inmediatamente juzgada por la simple
presencia de la verdad.
La Modernidad, ha hecho algo
realmente inaudito. Esto es si se
me permite una licencia teológica,
repetir el pecado original. Todopecado de alguna manera ratifica el original,
pero el pecado de la
Modernidad es más original que los
pecados griegos o los pecados
cristianos. Su malicia radica en ser
eminentemente revolucionario,
ruptural metafísicamente hablando,
negativo hasta la propia médula.
Todo ello, en nuestra terminología se
reduce en negar la identidad y en negar la transcendencia, lo cual significa
simplemente en
la expresión de NIETZSCHE, el
asesinato de Dios. Me atrevo a decir
que el pecado de la Modernidad es más
grave que el pecado original,
porque Adán, rodeado inocentemente de
sus tentadores, la mujer y
la serpiente, no quiso matar a Dios
sino ser como Dios. Si lo pusiéramos en clave de imagen publicitaria, el primer
hombre quería
«compartir». Pero la Modernidad lo
quiere todo, quiere mucho más
que Adán, su pecado no es humano, su
pecado es angélico porque
pretende proclamar la infinitud del
hombre frente a la muerte de
Dios.
Para finalizar vamos en esquema a
contrastar las categorías de
una ontología de la historia con las
categorías de la Modernidad y
de ahí deducir el Juicio, no por
decisión caprichosa del Juez sino
por mera confrontación de las
categorías positivas de un pensamiento cristiano con las categorías negativas
de la Modernidad.
1. El pensamiento moderno, desde el
conceptualismo del siglo XIV niega el conocimiento de la realidad y piensa que
la ciencia
«non est de rebus». Ello supone el
tremendo suicidio del pensamiento y la afirmación de que Dios ha dado al hombre
una facultad
de conocer que no conoce.
2. El pensamiento moderno, no sólo
niega el conocimiento de
la realidad sino que desde el siglo
XVII piensa o que la realidad
es incognoscible —empiristas, KANT— o
que debe pasar por la convencionalidad de una demostración (DESCARTES: si la
realidad no
se deduce de la idea, si la realidad
no se deduce del sujeto es real).
Ello supone, desde un principio, la
negación de la sustancia de la
realidad en sí y por sí. La realidad
no se deduce de demostraciones,
son las demostraciones que se deducen
de la realidad. Dios se
considera muerto.
3. El pensamiento moderno, en
consonancia con lo anterior, ha
tomado una krisis, una decisión,
decidir que es verdad y que es
realidad. Ello coloca a la real
voluntad del hombre por encima de cualquier realidad objetiva. Ello suplanta la
Omnipotencia divina.
Como una suplantación es sólo una
suplantación, el hombre no adquiere con ello más realidad sino colocado en el
terreno de la noverdad, la pierde toda. La Modernidad lleva en su germen la
impracticabilidad de los derechos del hombre porque elimina la realidad
del hombre.
4. La Modernidad, pasa por la
diferenciación del ser y el pensar.
Esto significa simplemente que la
identidad es escindida lo que lleva
a la esquizofrenia ontológica simple.
A partir de ahora se cogitan
cogitationes pero no realidades.
5. El pensamiento moderno separa el
ser del obrar. Se es moderno en la medida en que se puede obrar contra el ser o
como dice
BACHELARD, la ciencia es un lucha
contra la naturaleza y el sentido
común. Esa escisión que resulta
siempre en favor del obrar de la
decisión subjetiva frente a la
verdad, hace posible que todos los
valores se conviertan en
contravalores y viceversa. Se atribuye a la
voluntad humana la potentia absoluta
por OCKHAM reservaba a la voluntad de Dios.
6. El complejo de «distingo» que
caracteriza a la Modernidad
le lleva a separar la ontología de la
historia, pero acentuando el papel
de la historia que elimina la
ontología en la práctica. Ello desemboca desde la Ilustración y la Revolución
Francesa en un pensamiento de la dóxa en donde el devenir prevalece sobre el
ser. Aquí,
VOLTAIRE, HEGEL, MARX y HEIDEGGER. La
muerte y el lado malo
de la Historia oscurecen toda
positividad. El crimen y el delito son
los determinantes de la Historia. Se
ha perdido todo el sentido del
«ordo» pero no por supereminencia
sino por un rebasar las fronteras
de la animalidad, por debajo.
7. El pensamiento moderno separa,
modo absoluto, la teología
de la filosofía, reservando la
primera para uso de las sacristías. Con
ello lo santo deja de tener
relevancia histórica sino que es considerado como idiotez (NIETZSCHE), la
consecuencia obvia es que una
Historia no entendida desde lo santo
es una Historia entendida desde lo diabólico.
8. La Modernidad enfrenta a la
identidad el politeísmo y a la
diferencia el monismo, lo cual supone
una inversión absoluta de las
categorías del ser y por ende del ser histórico. Que KANT,
proclame la autonomía moral, como antes DESCARTES la voluntad cogitante, que
FICHTE y después HEGEL eleve la razón práctica a un Dios en la tierra y que
MARX considere que la naturaleza es determinada siempre por la historia humana,
conduce, por negación de la instancia transcendente a una última conclusión:
NIETZSCHE como exaltación de la mentira frente a la convicción de la fe y la
exaltación del asesinato de Dios frente a toda idea de donación y
participación. Al fin aparece el Anticristo y la antigua serpiente como
homicida desde el principio y padre de la mentira. 9. En definitiva la Historia
del ser en el pensamiento occidental es la historia de los atisbos del
pensamiento pagano, de las confirmaciones del pensamiento cristiano y de la
destrucción del pensamiento moderno. Es necesario sin olvidar la mediación de
toda la historia de la filosofía moderna y contemporánea restaurar el mundo del
pensamiento desde los cimientos. Esto exige por lo menos moralmente, un
filosofar desde la fe y la praxis cristiana.
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